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Carner se instaló, en un primer momento, en Bélgica, de donde tuvo que huir, el mismo año 1939, a causa de las amenazas recibidas por su mujer, Émilie, activa militante antinazi. Hasta 1945 permanece en México, donde colabora en las revistas del exilio, da conferencias, traduce, dirige colecciones literarias, preside actos conmemorativos patrióticos, etc. Conjuntamente con su mujer, inicia también la publicación Orbe, un órgano de amistad franco-mexicana (Cf. Francisco Caudet, El exilio republicano en México, Las revistas literarias (1939-1971), op. cit., pp. 230-232). Vid. la introducción de Albert Manent a Josep Carner, Prosa d'exili (1939-1962), Edicions 62, Barcelona, 1985.

 

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David Bary, op. cit., pp. 176-177.

 

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En esta nota, a tenor de lo contado, se advierte claramente que su redactor no viajó en la primera expedición de españoles a México, lo que nos hace suponer que su redactor podría haber sido Larrea o, en todo caso, Eugenio Imaz. Algunas expresiones parecen larreanas: «... hablará el espíritu, que parece haber entrado en un período de locuacidad incontenible» (5, p. 229). Para otros datos sobre la vida y la obra de Larrea Vid. el completísimo volumen Al amor de Larrea, Pre-Textos, Valencia, 1985.

 

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«Al llegar a México los Larrea ya carecían totalmente de recursos propios. Durante el primer año vivieron muy estrechamente, casi sin muebles y sin dinero inclusive para diarios o autobuses, del pequeño sueldo que le asignaba la Junta... Están totalmente desamparados, obligados a vender libros y hasta la maquina de escribir para sobrevivir» (D. Bary, op. cit., p. 122).

 

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Allí publicó también un par de artículos, ya editados con anterioridad: «Espejo de España» (año II, vol. III, 13, enero 1942, p. 9) y «Asesinado por el cielo» (15 enero 1941, pp. 6 y 9)

 

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Aunque Cuadernos Americanos fue obra de un extenso grupo de colaboradores, hallamos en ella de forma predominante la huella larreana. Esta fue advertida pronto por los mismos mexicanos quienes, por ejemplo, saludaban su aparición definiéndola como «más que una revista, el órgano de expresión de un mito que se pone en marcha, el mito de América lanzada a la conquista de su Nuevo Mundo» (Carlos Zalcedo, «Aparición de una gran revista», Letras de México, 15 enero 1942, p. 9). Sobre la publicación son muy orientadores los siguientes trabajos del amigo y colaborador de Larrea, Eugenio Imaz: «Palabras de Aniversario» (Luz en la Caverna) y «Discurso en el Club suizo» (Topía y utopía).

 

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De Imaz son también muchas de las notas anónimas incluidas en España Peregrina por lo que, en total -y si seguimos la lista propuesta por Iñaki Adúriz-, hacen un total de diecinueve (Cf. «La primacía del hombre y de la conciencia a través de la historia: Eugenio Imaz en España Peregrina», Eugenio Imaz: hombre, obra y pensamiento, FCE, México, 1990, pp. 74-75 y la bibliografía final de su tesis doctoral Eugenio Imaz: conciencia y espiritualidad en su vida y obra (1991). Convenimos con Adúriz en que la mano de Imaz se encontraba detrás de varias de las «Memorias de ultratumba» y, probablemente, del pseudonímico Donoso Descortés.

 

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J.A. Ascunce, Eugenio Imaz: hombre, obra y pensamiento, Anthropos, Barcelona, 1991, p. 150.

 

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Vid. Juan Larrea, «A modo de epílogo», loc. cit., p. 76.

 

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«Con la eficacia silenciosa de su trabajo, unido al de otros españoles comprometidos con el exilio, hacían lo posible para buscar soluciones prácticas y válidas para aquellos compatriotas que, al margen de politiquerías e ideologías de cajón, vivían intensamente la cruel realidad de la indigencia material y del desarraigo espiritual. Eugenio Imaz, desmarcado de izquierdas y de derechas, trabajaba con tesón y entrega para solventar en la medida de lo posible los problemas reales y puntuales de la España del exilio, de la España Peregrina» (J. A. Ascunce, op. cit., p. 146).

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