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Nos referimos a la polémica que se entabló entre ellos a raíz de la publicación de Castro de La realidad histórica de España (1954), replicada en 1956 por España, un enigma histórico.

 

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Manuel Andújar, «Exilio y transtierro», Cuadernos Hispanoamericanos, 473-474, noviembre-diciembre 1989, p. 185.

 

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«Por proposición imprevista de Manuel Gallegos Rocafull que precipitadamente se adelantó a cualquier examen ponderado del problema, fueron elegidos en cabeza del directorio [de la Junta] José Bergamín, presidente, y Juan Larrea, secretario, o sea, los dos miembros que componían la Delegación cultural situada en París. No ocultare que, a mi entender de entonces, fue aquella una decisión imprudente» (Epílogo). En este mismo texto, Larrea parece acusar a Bergamín de «perder» gran cantidad de fondos que le habían sido cedidos para la consolidación de la Junta. Francisco Caudet comenta sobre el particular: «¿Por qué no renunció Larrea si, desde un primer momento pensaba así? Había, claro está, que comer y tener protagonismo. Pero, al actuar de este modo, se hizo un flaco servicio a los intereses generales de la cultura española en el exilio» (El exilio republicano en México. Las revistas literarias (1939-1971), op. cit., p. 193.)

 

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«Todo se desarrollaba, por consiguiente, de la mejor manera y bajo auspicios inmejorables. Hasta que, allá por el mes de junio, se nos hizo saber confidencialmente a Eugenio Imaz y a mí, para nuestro asombro, que los bienes de la Junta -sin que tampoco estuviese enterado de ello su administrador, Ricardo Vinós- estaban prácticamente consumidos («Epílogo», loc. cit., p. 83). J.A. Ascunce, op. cit., pp. 153-158 dedica todo un capítulo a lo que llama «el affaire José Bergamín».

 

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Ilusoriamente se decía que «pronto o tarde acabarán formando parte activa y entusiasta de ella todos [sic] los intelectuales españoles que no se hayan extraviado definitivamente» (2, p. 88). De hecho, ni tan siquiera se consiguió unirlos en un espacio físico, como el de esa Casa de Cultura iniciada en los locales de la calle Dinamarca que, de facto, sólo fue frecuentada por una minoría. Tampoco después el centro reconocido por la mayoría de los exiliados, el Ateneo Español de México, ha conseguido aglutinar a todos los desterrados.

 

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«La obra de los desterrados españoles en México», Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles, 5, junio-septiembre de 1957, pp. 18-19.

 

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Como, por ejemplo, la última línea de «Jaque y Jaqueca al cabecilla» -«...espectacular comida de fieras» (5, p. 226)- que se retoma en el título «Don Jacinto Benavente da de comer a las fieras» (5, p. 227).

 

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Paulino Masip se sirve de un fragmento de Unamuno incluido en el nº 3 de «España Peregrina» para titular «Agonía de Europa» (5, pp. 199-200).

 

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«En junio la invasión alemana de París parece ocupar toda la atención y a ella se dedican varios artículos: José Bergamín, «Versalles 1940»; Paulino Masip, «Agonía de Europa»; José Manuel Gallegos, «La gran mitificación hitleriana» y Juan Larrea y José Bergamín, «A la luz de la guerra relámpago».

 

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«No somos los llamados a juzgar, por lo menos todavía, decíamos en nuestro número anterior...» «(5, p. 197), afirma Bergamín refiriéndose al editorial de Larrea «Por un orden consciente» y al texto de José Manuel Gallegos, «La razón de la sinrazón», aparecido en la entrega de abril.

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