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191

De la guerra civil al exilio republicano, op. cit.

 

192

Eugenio Imaz comenta, por ejemplo, a propósito de nuestro Renacimiento: «España no fue una ciudadela de la ignorancia» (4, p. 185).

 

193

«La decadencia», Retablo hispánico, Clavileño, México, 1944, p. 221. El filósofo español iniciaba su ensayo afirmando: «El español de nuestros días que ha hecho profesión del pensamiento se encuentra en su medio más cercano, más propio, el medio constituido por el pensamiento español mismo, con un tema que se le impone como el tema de su pensar: el tema de la decadencia de España» (p. 215), y concluía: «Por todo lo cual, en conclusión, dos labores, dos misiones, reverberantes de incentivo; las dos, para el pensamiento español del presente y del inmediato futuro; la una, además, para una política española que se deje inspirar por el pensamiento: poner de manifiesto en la decadencia de España las estimaciones que pudieran hacerla dejar de ser una decadencia; y mejor que desvivirse por alcanzar precariamente una modernidad que parece caduca, esforzarse por cooperar a la sustitución de sus estimaciones por aquellas otras; profesando la filosofía de la Libertad no sólo creadora, sino recreadora» (p. 222).

 

194

Los fragmentos proceden, respectivamente, de El Diario Vasco de San Sebastián (11 marzo 1936), de una carta al Cardenal Eugenio Pacelli, fechada en Toledo el 26 de febrero de 1936 y de la Revue Universelle (15 de marzo de 1937). Algunos de estos documentos, junto a otros más que aparecen también en España Peregrina habían sido rescatados por Larrea durante la guerra civil y ocuparon un lugar destacado en la publicación, llegando a convertirse en una sección que, en los números 8-9 y 10, se tituló «Documentos para la historia».

 

195

Cf., por ejemplo, el tratamiento dado a esta cuestión por Juan Comas en «Labor cultural de la II República española: 1931-1939», Retablo hispánico, op. cit., pp. 197-204. El español, no por casualidad, inicia su artículo de esta traza: «Fue por libre expresión democrática y abrumadoramente mayoritaria que el pueblo español de manera pacífica proclamó su voluntad de establecer el régimen republicano derrocando a la Monarquía el 14 de abril de 1931. Indudablemente la República nació investida de la máxima legalidad, apoyada en una situación de derecho y, por tanto, con plena autoridad y fuerza para llevar a vías de hecho las aspiraciones seculares del pueblo español» (p. 197).

 

196

Aldo Garosci, op. cit., p. 100.

 

197

A. Souto Alabarce, «Letras», loc. cit., p. 368.

 

198

Así se deja entrever en un fragmento de Coleridge traducido y presentado por Pedro Salinas («Palabras de Coleridge», [5, p. 148]).

 

199

Prólogo a Jardín Cerrado, Cuadernos Americanos, México, 1946, p. 19.

 

200

Esta afirmación la tomamos de Luis Araquistáin, El pensamiento español contemporáneo, Losada, Buenos Aires, 1968, p. 103. A pesar de que no todos los exiliados estuvieran de acuerdo con muchos de los planteamientos de este libro ni mucho menos con su posición política, creemos que esta idea resultaba mayoritariamente compartida. Reforzándola, Araquistáin continúa: «...los vencedores en América y en España fueron los liberales, hombres formados y constituidos en un Estado moderno, de avanzada integración social y cultural. Y los vencedores de nuestra última guerra fueron los vencidos en las dos guerras civiles del siglo pasado: los carlistas, los absolutistas, representantes de un Estado primitivo, anacrónico, que creíamos archivado para siempre en los anales polvorientos de nuestra Historia» (p. 103)

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