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Utilizamos el término aquí, como en otras ocasiones, otorgándole el sentido que le da José Moreno Villa en «De la tierra y de la patria», Romance (4, p. 3). La definición de «patria» propuesta por el exiliado nos conduce, de nuevo, a Unamuno. Marrá-López recordaba como Unamuno había defendido que la patria y sus hombres se dotaban mutuamente de existencia anímica «por ello el mundo del exilio, desgajado de la tierra, se aferra a esta creencia, al considerarse parte integrante del país, y, ausentes de ese riesgo, creen que no existe completa función vital ni en ellos ni en la patria» (op. cit., p. 78).

 

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El «individualismo» unamuniano había sido frecuentemente cuestionado durante la preguerra y la guerra civil. Sobre los comentarios de Unamuno legitimándolo, comentaba, por ejemplo, Serrano Plaja en Hora de España: «Ese individualismo zoológico y esa su ausencia casi absoluta de emociones sociales nos resulta hoy algo tan monstruoso, que no es posible que España siga adelante si antes no se desprenden los españoles de ese lastre que ha hecho que cada uno se piense a sí mismo pieza insustituible en el mecanismo total del Universo» («A diestra y siniestra», 7, p. 39)

 

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De la misma forma en la mayoría de sus colaboraciones periodísticas escritas en el exilio, Masip ahonda en su «obsesión por el angustioso y oscuro mundo interior del hombre», pero no sólo del hombre Unamuno sino de ese hombre genérico que participa de una historia colectiva. Cf. A. Caballé, op. cit.

 

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Así, hace exclamar a Augusto Pérez, el protagonista de Niebla: «¡Pues sí, soy español!, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo». No olvidemos tampoco alguno de sus exabruptos de tan hondo significado, como el «¡Qué inventen ellos!» o su programa de «españolizar Europa».

 

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La similitud entre los rasgos formales del artículo de Landsberg con la retórica de España Peregrina es tal que encontramos algunas de las expresiones enunciadas en este artículo, «herederos de su espíritu» por ejemplo, en el texto inaugural de la revista de la Junta.

 

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J. Rodríguez Puértolas, op. cit., I, pp. 415-416.

 

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Nos basamos, para la elaboración de este subapartado, fundamentalmente en el artículo de Germán Gullón, «Desde el exilio: perspectiva intelectual de José Ortega y Gasset», Los Ensayistas, 8-9, marzo 1980,University of Athens, pp. 23-35.

 

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Con Ortega -y, en parte, gracias a él- se había producido una floración artística e intelectual que situaría a España en un nivel similar al de otras culturas occidentales, como recordaban, entre otros, Ricardo Gullón y Fernando Vela: «Ortega fue el más escuchado de los maestros. Lo leíamos en el periódico cada mañana; lo leíamos en los libros, esperados con ansia. Tal vez nunca otro escritor de nuestra lengua haya contado, en España y fuera de ella, con tanta admiración razonada, ni haya influido sobre los jóvenes como influyó Ortega, hasta 1936» (La invención del 98 y otros ensayos, Gredos, Madrid, 1969). «Ortega... ha sido en España... por su magnitud, por su excepcionalidad, más que un hombre, un acontecimiento. Sólo un acontecimiento puede influir con tal intensidad en los aspectos más heterogéneos de un país en el pensamiento, en la literatura, la política, la enseñanza, las maneras y los estilos» («Evocación de Ortega», Sur, 241, 1956; cit. en F. Ayala, op. cit., p. 250).

 

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«Esquema de las crisis», Revista de Occidente, 1942, p. 71.

 

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C.M. Rama, La crisis española del siglo XX, op. cit., p. 327.

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