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Cf. Fulgencio Castañar, El compromiso en la novela de la II República, Siglo XXI, Madrid, 1992, pp. 36-40. En la p. 39 apunta, sobre la influencia en la novelística de preguerra: «A la hora de sintetizar los rasgos que procedentes de los novelistas rusos y norteamericanos estarán de alguna forma en los narradores comprometidos españoles hemos de enumerar los siguientes: el predominio del contenido sobre la forma, el interés por acercarse a unos asuntos candentes interpretando la realidad desde una perspectiva proletaria, la inserción del intelectual en la sociedad; además puede anotarse también un entusiasmo ferviente por la moderna epopeya -la marcha del pueblo hacia una nueva sociedad-, la admiración por los nuevos mitos -el interés por las máquinas ya impulsado por el futurismo- y una expresión con fuerte apoyatura lírica con el fin de mover al lector a cambiar la sociedad».

 

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Aunque no todos los españoles se expresen desde unos mismos presupuestos ideológicos, otros textos de España Peregrina apunta en la misma dirección; y no sólo en esta revista, sino en otras muchas donde encontramos reseñas o comentarios de Steinbeck. El mismo Max Aub recogía, algunos años después, esta importante significación que tuvo el norteamericano en su Discurso de la novela española contemporánea: «'La Vorágine', 'Las uvas del rencor', 'Los de abajo', 'Les voyageurs de l'impériale', 'L'Espoir' tienen algo de vivido, de periodístico, de humano, de personal, de cotidiano; y nadie las podría confundir con las realización del realismo del siglo XIX. Se han acercado al ambiente no con afán de describirlo, sino de comprenderlo y emitir juicio, y esta es la diferencia fundamental con el naturalismo pasado: el escritor, ateniéndose a la realidad, toma partido» (p. 103) -el subrayado es nuestro.

 

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«...[The grapes of earth] queda como una profunda denuncia contra la dolorosa y asfixiante realidad creada por la sociedad capitalista ...la fuerza política del libro emana de su raíz misma, de la terrible y permanente angustia que inyecta al lector más equilibrado» (6, p. 281).

 

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En línea con la tantas veces citada «Ponencia colectiva» y un texto de Antonio Sánchez Barbudo, «La adhesión de los intelectuales a la causa popular» (Hora de España, julio de 1937, pp. 71-72), donde el crítico había afirmado en términos que fueron reelaborados más adelante por Sánchez Vázquez, una vez acabada la guerra y agotados los condicionantes que exigían un claro compromiso de partido: «Nosotros, por otra parte, creemos en la eficacia, en la necesidad de un arte de propaganda, y para ayudar a este arte que sirve a la lucha, a la guerra, debemos poner todos nuestros conocimientos y medios técnicos, lo mismo que en otro momento podemos combatir con las armas de fuego de los demás soldados, pero nunca creeremos que este arte de propaganda, si arte puede llamársele, sea el único, el exclusivo y propio de la revolución y los revolucionarios» -el subrayado es nuestro.

 

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Muy ilustrativo de sus distintas pretensiones es el discurso imaginario que Taine pone en boca del prototípico Monsieur Jordain quien, supuestamente, reúne a los mejores escritores de su tiempo y les habla de esta forma: «Les propongo a ustedes un trabajo. El tema debo ser yo mismo. Pintarán el traje de entrecasa que me he puesto para recibirlos y el negligé de terciopelo verde con el que hago por la mañana mis ejercicios... Con mucho placer volveré a ver en ella [la obra] el pequeño negocio de mi padre, la cocina de mi sirvienta Nicolasa, las travesuras de Brusquet, el perro de mi vecino el señor Domingo. Pueden ustedes expresar también mis asuntos domésticos; nada más interesante para el público que aprender la manera de ganar un millón...No voy a regatear el precio del trabajo: pagaré medio luis por cada dos metros de escritura» (Histoire de la litteratura Anglaise, tomo I, pp. 315-316, cit. en A. Ponce, op. cit., pp. 144-145).

 

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«En el desarrollo inmanente de las formas literarias, esta narrativa [la novela social], que incorpora los logros formales de la novela española en los tres primeros decenios del siglo, lleva a cabo la superación de la novela realista-burguesa y de la novela subjetivista, practicada por los del 98, los novecentistas, y sus epígonos del 27, mediante un realismo 'dialéctico' que concibe la realidad como 'parte dinámica de un proceso de cambio y avance constante' y ve en el proletariado -el gran protagonista de estas novelas- la única garantía para e porvenir de los hombres, para la continuidad de un proceso humano y social'... Esta definición de 'realismo dialéctico' la usa Sender en su lúcido ensayo 'El novelista y las masas' (Leviatán, mayo 1936, pp. 31-46), diferenciando el estilo narrativo de la novela social del realismo burgués» (V. Fuentes, La marcha al pueblo de las letras españolas. 1917-1936, op. cit., p. 96.). Muy cercanos a estos planteamientos son, también, los juicios de F. Guillén Salaya quien en 1933 comentaba: «Este 'viraje en redondo' del arte -se refiere al tránsito del 'deshumanizado' a un arte vitalista, pletórico de energías- no es, como algunos podían sospechar, una vuelta al naturalismo superficial, al costumbrismo huero de la pasada centuria; es tomar el camino que atraviesa los objetos, es descubrir su profundidad, su realidad íntima, mas tierna y trémula. Por este afán de descubrir el meollo vital que anima y conmueve al Mundo se vuelve en literatura a la biografía, a la novela histórica, a la novela social. Con un sentido nuevo, claro es, de profundidad, de sinceridad» (Cit. en F. Castañar, op. cit., p. 102). El propio Rejano se hizo eco de todo ello muy pronto, en 1930, en su reseña a Los topos de Isidoro Acevedo: «Los topos», Nueva España, 1, 1930. (Cit. en F. Castañar, op. cit., p. 214.).

Para una definición del arte desde el punto de vista defendido por Adolfo Sánchez Vázquez, Vid. su texto ya citado Estética y marxismo, vol. I, p. 167. Allí comenta: «El arte es, pues, una actividad humana práctica creadora mediante la cual se produce un objeto material, sensible, que gracias a la forma que recibe un material dado expresa y comunica el contenido espiritual objetivado y plasmado en dicho producto u obra de arte, contenido que pone de manifiesto cierta relación con la realidad».

 

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En realidad, la última parte del artículo, la que trata específicamente del libro de Herrera Petere, es la menos destacada, en tanto no aporta argumentos decisivos para su comprensión. Como en otros textos similares, la reseña se convierte en un comentario de las actitudes políticas de Francia, el tantas veces reiterado tópico de la inferioridad de España y, sobre todo, pasa a ser un alegato de la esperanza que el exilio pretende mantener. Vid. nuestro comentario a F. Giner de los Ríos y su reseña de León Felipe.

 

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«Quizá, en última instancia, la única manera atinada de comentar, y no de criticar un libro sea la de poner en el juicio que nos merece la misma sensibilidad con que recibimos su lectura. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que el crítico, por consiguiente, esté de sobra, sino que el libro es muchas veces algo más que lo que nos señala el crítico» (6, p. 257).

 

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Cf. H. Slochower, Ideología y literatura (entre dos guerras mundiales), México, 1971, p. 18.

 

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«Todo parece predecir el éxito de un realismo que un crítico mexicano, adjetivó trascendente, a mi juicio con acierto», Discurso de la novela española contemporánea, op. cit., p. 102.

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