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El tiempo ha sido tema filosófico desde los griegos hasta nuestros días. La filosofía griega intuyó la distinción entre lo atemporal, ligado al ser, y lo temporal, ligado al devenir. Pero el estudio a fondo del tiempo, desde el punto de vista filosófico, corresponde a los filósofos temporalistas de los siglos XIX y XX, especialmente Bergson y Heidegger, con el precedente de Kant que ya encuadraba el conocimiento dentro de la combinación espacio-tiempo. Bergson, el filósofo que lo ha estudiado con mayor profundidad, habla de un tiempo heterogéneo. La vida -dice- es duración, creación y, en consecuencia, libertad.

 

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El hombre medieval, de acuerdo con las doctrinas teológicas, tal como cristalizan en el movimiento escolástico del siglo XIII, está guiado por una visión teocéntrica del universo y contempla el correr del tiempo como un todo armónico regido por la Providencia Divina. La profundidad del sentimiento religioso hace que la mayor parte de la producción literaria culta revele un sentido trascendente de la vida que conlleva un concepto peyorativo del mundo presente. Todo lo humano es caduco, el tiempo acaba con los bienes terrenos y nada de este mundo tiene un valor permanente.

Frente al hombre medieval que tiene una concepción trascendental del mundo, necesariamente estática y figurativa, basada en la imperfectibilidad de las cosas humanas, el hombre moderno ancló sus ideales en la noción de la perfectibilidad creciente de la sociedad vinculada a un mundo que podía conocer, interpretar y, sobre todo, dominar. De aquí surge una mentalidad inmanente, dinámica y crítica, que podría valorarse como la «permanente creación» del sujeto histórico, en un deseo, intranquilo e insatisfecho, de moldear él mismo su propia existencia. En el Renacimiento, el hombre se considera a sí mismo como eje del mundo y como dueño de un destino propio, sujeto sólo a las leyes de la naturaleza.

El Barroco desvaloriza la vida presente y la vida humana. En España, la triste realidad nacional provoca una reacción de desolado pesimismo. La vida se convierte en doloroso problema. Una angustiosa incertidumbre, acompañada de una formidable tensión espiritual, viene a sustituir a la tranquila seguridad vital de la época anterior. La noción cristiana del pecado original se instala de nuevo en la mente de todos y la «bella ilusión» humanística de la bondad natural del hombre se quiebra para dar paso a un radical desengaño. A la confiada exaltación renacentista de la vida presente sucede una ascética desvalorización de todo lo terreno, que se complace en poner de relieve su inevitable caducidad; al antiguo optimismo sigue una honda melancolía. Se compara la vida humana a un sueño, a una breve representación teatral, a una efímera rosa; la imagen de la muerte -antes eficaz acicate para el placer- es ahora rigurosa advertencia y, en fin, la idea de la fugacidad de lo terreno y de la apariencia engañosa de las cosas se impone a todos con tan avasalladora fuerza que la «doctrina del desengaño» se convierte en el núcleo del pensamiento moral que informa la literatura del siglo XVII.

El acentuado individualismo del hombre romántico le provoca una protesta contra las trabas que cohiben su espíritu y su comportamiento. Olvida las normas que limitan su libertad y quiere vivir al ritmo que le marquen la pasión y el instinto. El romántico, abandonado a sí mismo y perdida la confianza en la razón, siente la vida como un problema insoluble y como una carrera sin sentido. Se sabe víctima de un ciego destino sin justificación lógica, e increpa a la naturaleza, que contempla impasible su dolor. Perpetuamente insatisfecho ante la imposibilidad de alcanzar un más allá indefinible al que le empujan vagos anhelos, llega a veces a la desesperación. Su exaltación idealista origina consecuencias decisivas. Es arrastrado por imágenes que él mismo ha creado y choca con una realidad que no responde a sus «ilusiones». Encuentra sin alicientes el mundo que le rodea. Se siente inadaptado y falto de serenidad para aceptar su ambiente, se rebela contra él y huye. Se aleja a tiempos y a lugares remotos y su ansia de evasión es, a veces tan intensa que le llega a empujar al suicidio.

 

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Pedro Pérez-Clotet nació en 1902 en Villaluenga del Rosario y murió en 1966 en Ronda. Riz-Copete nos formula así la clave de la poesía de este gaditano: «En este orden creacional propio, la poesía de Pérez-Clotet hay que buscarla, pues, en su contacto virgen y elemental con la naturaleza».

El paisaje es un tema constante en toda su obra poética. En sus once libros de versos, encontramos referencias paisajísticas diversas en su extensión material y en su función poética. En algunos libros el paisaje es el tema central. De Signo del Alba (1929), por ejemplo, podemos afirmar que se trata de un libro de paisajes, ya que, de los cuarente y seis poemas que lo integran, cuarenta y uno son paisajísticos; lo mismo ocurre con A orillas del silencio (1943) y con Presencia fiel (1944) en los que toma como motivos, su pueblo, Villaluenga del Rosario, y el marco montañoso que lo rodea.

 

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La obra literaria de Pedro Pérez-Clotet es la siguiente:

    En verso:

  • Signo del Alba. Imp. Sur. Málaga. 1929.
  • Trasluz. Col. Isla. Cádiz. 1933.
  • A la Sombra de mi Vida. Pen Col. Madrid. 1935.
  • Invocaciones. Col. Isla Cádiz. 1941.
  • A Orillas del Silencio. Ed. Meridiano. Málaga 1943.
  • Presencia Fiel. Ed. Católica Española. Sevilla. 1944.
  • Soledades en Vuelo. Adonáis. Madrid. 1945.
  • Noche del Hombre. Col. Mensajes. Madrid. 1950.
  • Como un Sueño. Ínsula. Madrid. 1956.
  • Ruedo Soñado. Ed. Ángel Caffarena. Málaga. 1961.
  • Primer adiós. Imp. Jiménez Mena. Cádiz. 1974.
    En prosa:

  • La Política de Dios, de Quevedo. Ed. Reus. Madrid. 1928.
  • La Sierra de Cádiz en la Literatura. Imp. Repeto. Cádiz. 1937.
  • Algunas notas sobre la Andalucía del P. Coloma. Imp. Repeto. Cádiz. 1940.
  • Tiempo Literario I. Col. Isla. Cádiz. 1939.
  • Romances de la Sierra de Cádiz. Sdad. de E. H. Jerezanos. Jerez. 1940.
  • Tiempo Literario II. Col. Isla. Cádiz. 1945.
  • Bajo la Voz Amiga. Col. Isla. Cádiz. 1949.
 

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A la Sombra de mi Vida. (Pág. 31) Es el tercero de los libros poéticos de Pérez-Clotet -formato 13 x 19- se publicó en Pen Colección (ediciones de Literatura) con el número 9, en Madrid, el año 1935. Sus 105 páginas recogen un total de 23 poemas.

 

6

Ibidem pág. 67.

 

7

Presencia Fiel. (Pág. 88). Es el sexto libro poético de Pérez-Clotet -formato 13 x 18- fue publicado por la Editorial Católica Española en Sevilla, el año 1944. Se hizo una tirada de 500 ejemplares en papel de edición y 10 ejemplares novenales, en papel de hilo Ingres. A manera de introducción, se transcribe una conversación que mantuvo Francisco Montero Galvache con el poeta. El libro consta de 21 poemas.

 

8

Ibidem pág. 95.

 

9

Ibidem pág. 96.

 

10

A orillas del Silencio. (Pág. 15) Esta quinta publicación poética de Pérez-Clotet -formato 16 x 21- aparece en Ediciones Meridiano de Málaga, el año 1943. Decimos publicación y no «libro», ya que sus veinte páginas contienen tan sólo dos poemas. La tirada consta de 250 ejemplares numerados del 1 al 250 y quedó totalmente fuera de venta, según una nota que encabeza la obra. El título está tomado de un poema de Jorge Guillén, dos de cuyos versos sirven de cita inicial:


«...A orillas de un silencio
Que es abajo murmullos...»

Los dos poemas que integran esta obra son «Pueblo» y «Mañana». El segundo obtuvo el premio de Poesía Andaluza en el Certamen Literario organizado por el diario Córdoba en 1942.