El tiempo y el espacio, coordenadas en las que se resuelve la vida humana, se configuran de maneras diferentes según las actitudes internas -intelectuales y emotivas- que adopta cada hombre. La filosofía ha estudiado desde la antigüedad el tema del tiempo1 y los poetas lo han convertido tradicionalmente en objeto de sus creaciones. La visión de ese correr imparable de la vida dependerá del temperamento y educación individuales y de las concepciones filosóficas o creencias religiosas que la sostienen. La Historia de la Literatura ilustra elocuentemente las distintas visiones «temporalistas» que definen a las sucesivas etapas literarias2.
Algunos críticos han estudiado el paisaje en la poesía de Pedro Pérez-Clotet, un poeta fuertemente arraigado a su medio geográfico3. Han señalado las funciones estéticas de su cielo y de su tierra y los valores simbólicos de sus luces y oscuridades. Nosotros vamos a hacer un análisis de su poesía, con la intención de descubrir su postura vital ante el tiempo.
Una lectura atenta de la obra de este poeta gaditano4 pone de manifiesto su singular sensibilidad ante el discurrir esencial del tiempo. En A la Sombra de mi Vida, nos ofrece un resumen de su interpretación personal. Afronta el paso del tiempo como problema que quiere y espera resolver. No intenta parar su curso ni, mucho menos, hacerse insensible a su influencia. Todo lo contrario, nos muestra su voluntad de sentir y hacerse sentir en la corriente imparable de la vida
Confiesa que sabe vivirlo con serenidad porque en él descubre dimensiones inéditas de intensa densidad, sin necesidad de acudir a elementos extraños para llenarlo de contenidos gratificantes
Para describir este dinamismo cósmico y el carácter fluyente de todo lo existente, se vale de dos imágenes tradicionales que él recrea de forma original: el río y el camino. En sendas composiciones, el río le sirve para marcar simbólicamente las diferentes etapas de la vida humana: el nacimiento, la ilusionada juventud y, finalmente, la madurez en la que logra salir victorioso de los elementos que encuentra a su paso y, que en vez de frenos, le sirven de aliciente y estimulante decoración.
La rapidez con que las luces del amanecer iluminan el paisaje montañoso le sirve al poeta de imagen original para dibujar con expresividad cinematográfica su impresión dominante de la variabilidad y de la fugacidad del tiempo
En Trasluz se lamenta de la actitud negativa de la amada frente al discurrir del tiempo. Mientras otros encuentran la fórmula justa para aprovechar los alicientes que ofrece su paso, la amada, por el contrario, sólo retiene sus elementos tristes y dolorosos. El ritmo del tiempo es para ella acercamiento ciego hacia una muerte sin explicación.
Pero ese fluir apresurado avanza en un sentido y hacia un punto que le sirve de referencia. Se corre con la mirada puesta en la meta. Por eso, Pérez-Clotet, poeta del «tiempo futuro», se interesa escasamente por el presente o por el pasado. En su primer libro, Signo del Alba13, encontramos algunos poemas referidos al presente pero a un presente diferente al de Azorín14 o al de Jorge Guillén15, por ejemplo. Lo define negativamente, por oposición al pasado y al futuro. Para describir al «hoy» se fija en unas ruinas
El presente, el hoy, es un esfuerzo baldío por rescatar el pasado que se ha enterrado en la profundidad del olvido. Su recuerdo del «ayer perdido» está teñido de un deje de tristeza
El presente es ausencia o, mejor, la pérdida del pasado. Pérez-Clotet canta al castillo como «signo», imagen envejecida de un tiempo olvidado que no se puede recuperar. Las dos imágenes fundamentales están adjetivadas con lexemas de valores negativos:
El pasado también ocupa una escasa parte de su producción poética. Sólo encontramos en Signo del alba un poema en el que emplea las formas verbales simples del pasado. Con ellas logra un efecto de alejamiento y desconexión del presente, de pérdida irrecuperable
El futuro, por el contrario, se llena de un contenido positivo. El hoy alcanza sentido en la medida en que mira al mañana. El presente vive de cara a la «lejanía» del futuro que tiene valor de «promesa».
Pero ese «más allá» (o después) en el tiempo, se potencia con el «más allá» en el espacio. El poeta nos traza el mapa -su mapa- de proyectos e ilusiones sobre las dos coordenadas espacio-temporales que aleja de la actualidad por medio del contenido semántico de los adjetivos y de las formas simples y compuestas del futuro de los verbos: «remotos», «lejanas», «he de viajar», «he de ir montado», «guiará»...
Ese más allá plurivalente, en el tiempo y en el espacio, lo sintetiza Pérez-Clotet en un símbolo que recoge de la tradición poética: el cielo. Su «color» y su «altura» son llamadas convergentes a la trascendencia. La mirada hacia arriba debe ser un aliciente estimulante para vivir el presente
Alguna vez, sin embargo, el poeta se muestra temeroso como, por ejemplo, cuando presiente un futuro solitario y doloroso, alejado en un mundo ajeno y desierto, huésped de un ancho mundo de negras sombras, abrasado de espinas, ahogado en yertas flores, iluminado por agónicas estrellas.
Esa referencia futura, esa meta fija, es la muerte. Hacia ella se dirigen, en movimiento de convergencia, el nacimiento y la vida entera, el día y la noche, el cielo y la tierra.
La vida y la muerte forman una unidad indivisible. En realidad, significan dos partes complementarias de un proceso irreversible
La muerte infantil, respuesta a la llamada de la nieve blanca y pura31, prolongación definitiva y eterna de la inocencia y de la sencillez, puede potenciar el amor mutuo de los padres
«Nuestro amor crece aún más, por el cielo más alto,
cuando Dios en la muerte de los niños nos para.
¡Tanto amor en la muerte, porque en Dios ya se elevan
-triste infancia rendida-, para siempre, sus almas!».32
Y, una vez que se ha conocido la muerte y, en cierta medida, se ha experimentado su intensa oscuridad, se comprende el contenido «mortal» de toda vida.
La muerte, por lo tanto alcanza una dimensión positiva, representa una manera lúcida de interpretar la vida y, en ocasiones, de plenificarla35. Más que un final definitivo, es un elemento integrante de todas las realidades humanas
Vida y muerte se unen irremisiblemente e invaden todo el dominio humano «Y todo es muerte y vida juntamente»37. Por eso, la Historia, tiempo del hombre, recuerdo de vida, es la constatación permanente del dominio universal de la muerte.
Pérez-Clotet encuentra la clave de los valores complementarios de la vida y de la muerte en el amor; pero, en un amor concreto e individualizable: la amada abre horizontes insospechados de fecundidad. La paradoja vida/muerte se deshace porque, en definitiva, a medida en que se muere para uno mismo, se vive para los demás.
Toda la vida, por lo tanto, es una preparación y aproximación progresivas a la muerte que, más que un final, es un paso hacia una nueva vida. El poeta se dirige a ella con serenidad y esperanza
No cabe otra actitud, cuando la muerte asoma como una nueva vida41. Porque, esa mirada puesta en el futuro, en la muerte, nace de un ansia incontenible de perdurabilidad y del convencimiento profundo de que, bajo las apariencias de cambio, late una persistencia fundamental de los comportamientos del hombre y de las manifestaciones de la naturaleza
En Ruedo soñado44 canta la persistencia secular de la ciudad de Ronda que, a pesar de sus «recaídas agónicas», sabe remontarse en vuelos trascendentes.
Pero, la voluntad de permanencia de Pérez-Clotet no es sólo la aspiración ansiosa de prolongar linealmente la existencia, sino la convicción profunda de que la vida es una siembra cuyos frutos trascienden sustancial y temporalmente a sus semillas. Cuando se desvanezca «el día» y se apaguen «las luces» de la Historia, comenzará una «noche» siempre nueva, con lumbre de eternidad.