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Estudio semántico de la función poética

José Antonio Hernández Guerrero





El tiempo y el espacio, coordenadas en las que se resuelve la vida humana, se configuran de maneras diferentes según las actitudes internas -intelectuales y emotivas- que adopta cada hombre. La filosofía ha estudiado desde la antigüedad el tema del tiempo1 y los poetas lo han convertido tradicionalmente en objeto de sus creaciones. La visión de ese correr imparable de la vida dependerá del temperamento y educación individuales y de las concepciones filosóficas o creencias religiosas que la sostienen. La Historia de la Literatura ilustra elocuentemente las distintas visiones «temporalistas» que definen a las sucesivas etapas literarias2.

Algunos críticos han estudiado el paisaje en la poesía de Pedro Pérez-Clotet, un poeta fuertemente arraigado a su medio geográfico3. Han señalado las funciones estéticas de su cielo y de su tierra y los valores simbólicos de sus luces y oscuridades. Nosotros vamos a hacer un análisis de su poesía, con la intención de descubrir su postura vital ante el tiempo.

Una lectura atenta de la obra de este poeta gaditano4 pone de manifiesto su singular sensibilidad ante el discurrir esencial del tiempo. En A la Sombra de mi Vida, nos ofrece un resumen de su interpretación personal. Afronta el paso del tiempo como problema que quiere y espera resolver. No intenta parar su curso ni, mucho menos, hacerse insensible a su influencia. Todo lo contrario, nos muestra su voluntad de sentir y hacerse sentir en la corriente imparable de la vida


«No quiero más surcar las horas sin herirlas,
ser un callado puente o un arroyo de piedra.
No quiero más beber el tiempo en ciega copa,
el tiempo que se escapa sin dejar su sabor».5



Confiesa que sabe vivirlo con serenidad porque en él descubre dimensiones inéditas de intensa densidad, sin necesidad de acudir a elementos extraños para llenarlo de contenidos gratificantes


«Mil horas en un minuto.
Mil lenguas en la piel de una pulgada.
...
Mas, qué dulce placer estas horas vacías,
esta boca sin labios que muerdan los silencios.
Este callado cielo,
donde la estrella muere y palpita la nada».6



Para describir este dinamismo cósmico y el carácter fluyente de todo lo existente, se vale de dos imágenes tradicionales que él recrea de forma original: el río y el camino. En sendas composiciones, el río le sirve para marcar simbólicamente las diferentes etapas de la vida humana: el nacimiento, la ilusionada juventud y, finalmente, la madurez en la que logra salir victorioso de los elementos que encuentra a su paso y, que en vez de frenos, le sirven de aliciente y estimulante decoración.


«Ya el paisaje se le humilla
-monótono carrusel-
donde miente el desnivel
presencia de onda y orilla».7



Los caminos le ayudan a mantener presente la evocación de un pasado lejano que no quiere perder


«No puedo, no, olvidaros,
¡oh despiertos caminos
lejanos, de mi sangre,
sobre el campo tendidos!
Caminos como heridas
de mis sueños más íntimos».8



Pero los caminos, aún cubiertos de «nieblas inciertas», llevarán también al futuro, al destino.


«¡Ay, caminos lejanos,
y profundos; caminos
dolientes de mi sangre,
sobre el campo rendidos!»9



La rapidez con que las luces del amanecer iluminan el paisaje montañoso le sirve al poeta de imagen original para dibujar con expresividad cinematográfica su impresión dominante de la variabilidad y de la fugacidad del tiempo


«Amanecer de vida fugitiva,
llena los ojos, riega los desvelos,
los abre a su escultórica armonía».10



El poeta está tan penetrado del sentido veloz del tiempo, que llega a aconsejar a sus hijos -a sus posibles hijos- una serena calma para nacer


«No tengáis, hijos, prisa del cariño y la duda
de unos brazos y el alba de una sangre encendida.
Naceréis ahora o dentro de mil años veloces;
cuando abril o la niebla de la frágil caricia».11



En Trasluz se lamenta de la actitud negativa de la amada frente al discurrir del tiempo. Mientras otros encuentran la fórmula justa para aprovechar los alicientes que ofrece su paso, la amada, por el contrario, sólo retiene sus elementos tristes y dolorosos. El ritmo del tiempo es para ella acercamiento ciego hacia una muerte sin explicación.



«Otros saben hacer
de las horas su música
más bella. La armonía
de su clara existencia.

Tú, no, Tú vas, sin fuerzas
para vivir, cercando
tu liviana garganta

con las horas, que suenan
para tí negramente,
como aviso de muerte».12



Pero ese fluir apresurado avanza en un sentido y hacia un punto que le sirve de referencia. Se corre con la mirada puesta en la meta. Por eso, Pérez-Clotet, poeta del «tiempo futuro», se interesa escasamente por el presente o por el pasado. En su primer libro, Signo del Alba13, encontramos algunos poemas referidos al presente pero a un presente diferente al de Azorín14 o al de Jorge Guillén15, por ejemplo. Lo define negativamente, por oposición al pasado y al futuro. Para describir al «hoy» se fija en unas ruinas


«Eres lo que nunca fuiste.
Eres lo que no serás.
No eres carne ni eres alma.
Ni el mañana ni el ayer».16



El presente, el hoy, es un esfuerzo baldío por rescatar el pasado que se ha enterrado en la profundidad del olvido. Su recuerdo del «ayer perdido» está teñido de un deje de tristeza


«Campo del ayer perdido
en fuga de adolescente
pesaroso del presente
y del mañana transido,
hoy, nadando del olvido,
y en veloz vuelta de edades
me baño en tus claridades
que mis nostalgias acrecen,
mientras las nubes me ofrecen
el alma de las ciudades».17



El presente es ausencia o, mejor, la pérdida del pasado. Pérez-Clotet canta al castillo como «signo», imagen envejecida de un tiempo olvidado que no se puede recuperar. Las dos imágenes fundamentales están adjetivadas con lexemas de valores negativos:

«desdentado»

«desvanecido»




«De este tiempo prisionero
signo alerta del pasado,
destaca su desdentado
perfil, castillo frontero.
De los soles reverbero,
es oro desvanecido
en el jocundo estallido
de los colores de la tarde;
fugaz cohete que arde
con el fuego del olvido».18



Por el pasado siente y expresa nostalgia y añoranza como, por ejemplo, cuando recuerda los «fantásticos» años de su infancia vividos en el campo


«¿En dónde se ha escondido
tu amada y vieja estampa?»19



Sin embargo, para Pérez-Clotet, la nostalgia del pasado no es más que ansia de la eternidad que puede alcanzarse después de la muerte.


«Vive la ardiente sangre triunfadora
la nostalgia de su primera aurora,
su eternidad, que por la estrella gira».20



El pasado también ocupa una escasa parte de su producción poética. Sólo encontramos en Signo del alba un poema en el que emplea las formas verbales simples del pasado. Con ellas logra un efecto de alejamiento y desconexión del presente, de pérdida irrecuperable



«Apresé tus palabras
-pececillos de plata-
con redes de silencio.

Mas las redes cedieron,
y tus dulces palabras
a la nada volvieron».21



El futuro, por el contrario, se llena de un contenido positivo. El hoy alcanza sentido en la medida en que mira al mañana. El presente vive de cara a la «lejanía» del futuro que tiene valor de «promesa».


«Plenitud de oro en turquesa
engastada en lejanías
(optimismo de mis días
siempre futuro y promesa)».22



Pero ese «más allá» (o después) en el tiempo, se potencia con el «más allá» en el espacio. El poeta nos traza el mapa -su mapa- de proyectos e ilusiones sobre las dos coordenadas espacio-temporales que aleja de la actualidad por medio del contenido semántico de los adjetivos y de las formas simples y compuestas del futuro de los verbos: «remotos», «lejanas», «he de viajar», «he de ir montado», «guiará»...



«En el mapa mío
-mapa blanco y mudo-
yo he de viajar por todos los mundos.

A mares remotos
y a tierras lejanas
he de ir montado en mi frágil barca.

Brújula invisible
me guiará en la marcha.
Hasta que la muerte destruya mi barca».23



Ese más allá plurivalente, en el tiempo y en el espacio, lo sintetiza Pérez-Clotet en un símbolo que recoge de la tradición poética: el cielo. Su «color» y su «altura» son llamadas convergentes a la trascendencia. La mirada hacia arriba debe ser un aliciente estimulante para vivir el presente



«Ay qué color de ventura
muestra esta mañana el cielo!
Voluntad, un leve vuelo,
y el paraiso en la altura.

¡Y vivirá la amargura
y se agostará el ensueño!
¡Ay pobreza del empeño
del hombre! ¡Ay cobardía
del que altura no ansía!
¡Aunque la vida sea sueño!»24



Alguna vez, sin embargo, el poeta se muestra temeroso como, por ejemplo, cuando presiente un futuro solitario y doloroso, alejado en un mundo ajeno y desierto, huésped de un ancho mundo de negras sombras, abrasado de espinas, ahogado en yertas flores, iluminado por agónicas estrellas.



«Entre campos, cielos, jardines
de tinieblas.

Toda mi vida allí.
Mi vida, mi futuro.

Vida, sí, vida oscura,
o sombra viva
sobre un desierto mundo
impenetrable».25



Esa referencia futura, esa meta fija, es la muerte. Hacia ella se dirigen, en movimiento de convergencia, el nacimiento y la vida entera, el día y la noche, el cielo y la tierra.

La vida y la muerte forman una unidad indivisible. En realidad, significan dos partes complementarias de un proceso irreversible



«Y tienes que vivir, aunque no vivan
esas radiantes alas que te envuelven.
Y tienes que volver con nueva vida
cuando la muerte misma te aconseje.

Muriendo vas, viviendo, cada día
-ya sabes que te espera en tierra y sueño-,
porque naciste, ¡oh niño! de la muerte,
y tienes que salvar tu nacimiento».26



El nacimiento y la muerte están simultáneamente presentes en cada etapa de la existencia humana


«Adiós que nace y muere. Leve espina
remota. Grácil nube pasajera,
que pasa por la humana primavera
y hasta en la misma infancia se reclina».27



El tiempo cumple una función aniquiladora, reduce el capital potencial de vida y acorta también el horizonte de la muerte


«Un año menos de vida
y un año menos de muerte».28



El poeta recurre a su experiencia íntima para ilustrarnos su sentido personal de la muerte y de la vida



«Después sentí morir... Cuando moría,
la muerte era una sombra enamorada.
Como un rumor lejano discurría
su imperiosa canción, su voz airada.

Después sentí morir. Cuando manaba
resucitada sangre cada herida.
Era la vida un sueño que me hablaba,
y era el morir como una nueva vida.

Como una nueva vida que amanece
donde la muerte se hunde más segura.
Como una muerte más, que avanza, crece,
salvada de su frágil sepultura.

Ay vieja muerte que iba sosteniendo
mi callado morir de cada día.
Ay vida que pasaba estremeciendo
mi soledad, velando mi agonía».29



La muerte de un niño sirve de argumentación expresiva que facilita la comprensión del sentido trascendente de la existencia humana


«Desde que te murieras,
la muerte, hijo, la vida,
mejor comprende aquella
mortal noche divina».30



La muerte infantil, respuesta a la llamada de la nieve blanca y pura31, prolongación definitiva y eterna de la inocencia y de la sencillez, puede potenciar el amor mutuo de los padres


«Nuestro amor crece aún más, por el cielo más alto,
cuando Dios en la muerte de los niños nos para.
¡Tanto amor en la muerte, porque en Dios ya se elevan
-triste infancia rendida-, para siempre, sus almas!».32



Y, una vez que se ha conocido la muerte y, en cierta medida, se ha experimentado su intensa oscuridad, se comprende el contenido «mortal» de toda vida.


«Cuando una vez se torna de la muerte,
siempre se está muriendo. Todo brota
mustiamente en el hombre. Nada vuela
sin la helada caricia de su sombra».33



Pero la muerte posee un inevitable impulso ascendente y abre, sin parar, puertas esperanzadoras a vidas más intensas



«Piadosamente clamas, pues moriste
ya, una vez y otra vez, a tanta vida;
pues de una oscura muerte ayer vencida
a una vida más íntima naciste.

Ahora, a vivir en todo te dijiste,
te soñaste, alma, entonces dividida,
vida o muerte, corriente decidida,
sobré un mundo vencido que venciste».34



La muerte, por lo tanto alcanza una dimensión positiva, representa una manera lúcida de interpretar la vida y, en ocasiones, de plenificarla35. Más que un final definitivo, es un elemento integrante de todas las realidades humanas


«La muerte, no; que aún busca
donde imprimir sus inmortales huellas».36



Vida y muerte se unen irremisiblemente e invaden todo el dominio humano «Y todo es muerte y vida juntamente»37. Por eso, la Historia, tiempo del hombre, recuerdo de vida, es la constatación permanente del dominio universal de la muerte.


«La Historia va cayendo como una turbia arena,
como un reloj perdido que pulsa su ruina.
En tanto va llorando sus recuerdos de niebla,
un helado clamor exhala su esqueleto...»38



Pérez-Clotet encuentra la clave de los valores complementarios de la vida y de la muerte en el amor; pero, en un amor concreto e individualizable: la amada abre horizontes insospechados de fecundidad. La paradoja vida/muerte se deshace porque, en definitiva, a medida en que se muere para uno mismo, se vive para los demás.


«Asomarse a tu frente es ir muriendo.
Pero también es ir -dulcemente- a ese día
donde las sombras tienen entrañas de lucero.
...
Ser uno, que es ser todos juntamente:
todos, todos presentes en un mismo latido».39



Toda la vida, por lo tanto, es una preparación y aproximación progresivas a la muerte que, más que un final, es un paso hacia una nueva vida. El poeta se dirige a ella con serenidad y esperanza


«Déjame en tu morir todas tus vidas
-por ciertas, ya presentes, ya actuales-,
que en tu gloriosa muerte van prendidas».40



No cabe otra actitud, cuando la muerte asoma como una nueva vida41. Porque, esa mirada puesta en el futuro, en la muerte, nace de un ansia incontenible de perdurabilidad y del convencimiento profundo de que, bajo las apariencias de cambio, late una persistencia fundamental de los comportamientos del hombre y de las manifestaciones de la naturaleza


«Cada año, cada siglo os cuelga un nombre.
Cada hombre os recrea en su pensamiento».42



En el primer poema de A orillas del silencio, Pérez-Clotet destaca el valor perdurable, eterno, de algunos rasgos definidores de su pueblo


«hoy como ayer alta estación del tiempo»


«cerco sin fin de lúcida agonía»


«Esa belleza inmóvil que te ronda,
vuelo de eternidad, cumbre de hastío».


«hoy como ayer en agua fugitiva
tras cada posesión;...»


«Hoy como ayer, mañana como siempre,
tan cierto amor que cree en el olvido».43



En Ruedo soñado44 canta la persistencia secular de la ciudad de Ronda que, a pesar de sus «recaídas agónicas», sabe remontarse en vuelos trascendentes.


«Ronda fuerte y en pie; Ronda transida,
siglo tras siglo; Ronda enfebrecida,
siempre agónica y siempre en claro vuelo;»45



El poeta proclama con reiteración su voluntad de permanencia y su deseo vehemente de mantener la presencia constante de la amada.


«Te quiero saberte aquí, siempre escondida
...
Te quiero siempre aquí, disimulada,
...
Te quiero siempre así, vuelo y morada;»46



Pero, la voluntad de permanencia de Pérez-Clotet no es sólo la aspiración ansiosa de prolongar linealmente la existencia, sino la convicción profunda de que la vida es una siembra cuyos frutos trascienden sustancial y temporalmente a sus semillas. Cuando se desvanezca «el día» y se apaguen «las luces» de la Historia, comenzará una «noche» siempre nueva, con lumbre de eternidad.


«Mi noche, ya íntimo duelo,
ya estrellada compañía,
brotando, sola en el alma
como una nueva caricia
de eternidad, cuando muera
la historia de cada día».47




«Noche, o razón humana... Sólo lumbre
de eternidad en cuerpo de ceniza».48



Porque, en definitiva, lo que el poeta ansia no es la muerte sino la vida que aquella genera y propicia


«No me pretendas muerte, si alta vida
resplandeciente vida que te ampara;»49







 
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