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131

Sobre los orígenes de lo que hoy día llamamos romance, existe una valiosa contribución reciente de Dorothy Clotelle Clarke, «Juan Ruiz: A romance viejo in the Libro de buen amor (la mora)?», Kentucky Romance Quarterly, tomo 13 (1984), 391-402.

 

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Sobre esta discusión, véase Samuel Armistead, «Epic and ballad: A traditionalist perspective», Olifant, tomo 8 (1981 [1983]), 375-88, quien da referencias a sus predecesores, y los artículos citados en la nota 161, infra.

 

133

Es curioso que muchos informantes modernos no conocen el término «romance» para designar a sus textos: «La palabra "cantar" [...] es la única empleada entre los judíos españoles de Marruecos residentes en Orán para designar los "romances", término que ignoran» (Bénichou, citado por Garci-Gómez, p. 62). «En la mayoría de los casos, no vale la pena pedir "romances" a [un informante], ya que hoy día la palabra significa poco o nada [...] en la mayoría de las comunidades agrícolas que los conservan» (Manuel da Costa Fontes, «Voces nuevas: A new Spanish ballad collection», Journal of Hispanic Philology, tomo 8 (1983 [1984], 49-66, en p. 51). Sin embargo, Samuel Armistead afirmó que «"romance" como término popular para un poema narrativo octosilábico se usa tradicionalmente en algunas de las áreas laterales más arcaizantes: romansa (sefarditas orientales), rimance / remanse (Trás-os-Montes), romance (Venezuela / Extremadura)» (comunicación personal, 1983). El término se encuentra repetidamente en los títulos de The Judeo-Spanish ballad chapbooks of Jacob Abraham Yoná, ed. Samuel G. Armistead y Joseph H. Silverman (Berkeley and Los Angeles: University of California Press, 1970).

 

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F. J. Norton y Edward M. Wilson, Two Spanish verse chapbooks: Romance de Amadis (c. 1515-19), Juyzio hallado y trobado (c. 1510). A facsimile edition with bibliographical and textual studies (London: Cambridge U. P., 1969); Antonio Rodríguez-Moñino, Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos poéticos (Siglo XVI) (Madrid: Castalia, 1970), y Manual bibliográfico de cancioneros y romanceros impresos durante el siglo XVI (Madrid: Castalia, 1973). Brian Dutton, Catálogo-índice de la poesía cancioneril del siglo XV (Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1982), incluye textos impresos hasta 1520.

 

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Tampoco es conocido con este significado en la Edad Media española hasta mediados del siglo XV, como comenta Garci-Gómez, quien señala «cuán urgente es revisar las definiciones de "romance", que corren por nuestros diccionarios y manuales de literatura, donde no sólo se han desatendido más de dos siglos de uso del término -cuando éste nació y se desarrolló-, sino que se han ocasionado lamentables errores en la interpretación de algunos textos tan importantes en las letras castellanas como el del Marqués de Santillana» (p. 35). Juan Ruiz se refiere a todo su libro como un «romance» (14b, 1148c); él «no usaba el término "romance" en el sentido moderno ni para designar ningún modelo métrico específico» (Clarke, «Juan Ruiz», p. 400, n. 2). Una crónica en prosa del Cid fue llamada un «romanz» en 1429 (Garci-Gómez, «The reaction against Medieval romances: Its Spanish forerunners», Neophilologus, tomo 60 (1976), 220-32, en p. 231, n. 6). Alan Deyermond abogó, en «The lost genre of medieval Spanish literature» (Hispanic Review, tomo 43 (1975), 231-59), por la existencia del romance medieval español (en su sentido inglés de un tipo de ficción), aunque no existía en español una palabra para dicho género. Una de las consecuencias del influyente artículo de Deyermond es que Gonzalo Sobejano pidió «que la crítica española, cualquiera que fuere su estimación de la narrativa heroica, se habituase a usar el término "romance" para designar toda narrativa de ese tipo -medieval y posterior- a distinción de "novela"» («Sobre tipología y ordenación de las Novelas ejemplares», Hispanic Review, tomo 46 (1978), 65-75, en p. 66).

El significado de «romance» durante la segunda parte del siglo XV y principios del XVI tampoco está muy claro, como señala Clarke, aunque está más cerca del significado comúnmente aceptado hoy día; la única definición métrica firme es la problemática identificación del romance con el verso hexadecasilábico hecha por Nebrija. Sobre este problema véase (cronológicamente) Dorothy Clotelle Clarke, «The Spanish octosyllable», Hispanic Review, Núm. 10 (1942), 1-11; «Remarks on early romances and cantares», Hispanic Review, Núm. 17 (1949), 89-123, especialmente la última página; Florence Street, «Some reflexions on Santillana's "Prohemio e carta"», Modern Language Review, Núm. 52 (1957), 230-33; y Clarke, «The Marqués de Santillana and the Spanish ballad problem», Modern Philology, Núm. 59 (1961), 13-24.

 

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Aunque en el capítulo preliminar (I, § 2), al definir el ámbito de su Romancero hispánico (Madrid: Espasa-Calpe, 1953), Menéndez Pidal define el romance como una «composición monorrima, asonantada en un octosílabo no y otro sí», en el capítulo sobre «Métrica de los romances» admite, con algo de sorpresa, que al trabajar con los judíos sefarditas le resultó imposible limitarse a recoger versos octosilábicos (IV, § 17). Critica tanto a los colectores del siglo XVI como a los modernos por limitarse, pero esta calificación de su definición del romance ha tenido poco impacto.

 

137

Ed. Antonio Rodríguez-Moñino (Madrid: Castalia, 1967), p. 109; Manual, I, 190. Probablemente Cervantes no conoció directamente la colección de Nucio, pero el mismo prólogo se encuentra en la Primera parte de la Silva de varios Romances de Esteban de Nágera, Zaragoza, 1550 (Manual, I, 322; p. 99 de la edición de Rodríguez-Moñino de la Silva de romances (Zaragoza 1550-1551). Ahora por vez primera reimpresa desde el siglo XVI en presencia de todas las ediciones (Zaragoza: Publicaciones de la Cátedra Zaragoza a expensas del Excmo. Ayuntamiento de la inmortal ciudad, 1974.

 

138

Ed. Antonio Rodríguez-Moñino (Madrid: Castalia, 1967), p. 43; Manual, I, 230.

Es difícil decir exactamente por qué la colección de Sepúlveda fue más popular; sin embargo, entra en juego la geografía poética de finales del siglo XVI. En Castilla el único poeta estudiado hoy día que realmente tenía popularidad fue el poeta-soldado Garcilaso; además de él, Sepúlveda, el Romancero historiado de Lucas Rodríguez y la poesía religiosa de López de Úbeda y Pedro de Padilla. Fuera de Castilla, donde Boscán fue repetidamente publicado (y donde, por supuesto, las obras de Garcilaso aparecieron primero), estos últimos autores eran raramente publicados; había una mayor variedad de poesía, de mayor valor literario según los criterios de todos excepto, al parecer, de los castellanos. Es muy probable que alguna instancia oficial jugara algún papel en la elección de las obras que se habían de publicar; he sugerido en A study of «Don Quixote» (Newark: Juan de la Cuesta, 1987), pp. 32-38, que tal influencia puede advertirse en las pautas de publicación de los libros de caballerías durante este período. No obstante, si autores como Sepúlveda y Rodríguez no hubieran satisfecho los gustos castellanos, sus libros no hubieran sido reimpresos tantas veces como lo fueron. Lo que está claro es que tanto con los romances como, en menor grado, con la poesía culta, circulaban extensamente textos en formas diferentes de la del libro.

 

139

Arte poética española (1606; reimpr. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia, 1977), pp. 38-41.

 

140

Dicho término no se encuentra en la extensa presentación de tipos de versos en La pícara Justina, y falta en todos los diccionarios hasta el de Autoridades inclusive, y no está fechado, ni se dan ejemplos, en los modernos diccionarios históricos (Corominas, Martín Alonso). Las citas de los teóricos facilitadas por José Domínguez Caparrós, Contribución a la historia de las teorías métricas en los siglos XVIII y XIX, Anejo 92 de la Revista de Filología Española (Madrid 1975), pp. 481-82, sugieren que el término empezó a usarse en el siglo XIX, cuando los romances se identificaron con el metro octosilábico. Cuando el término «romancillo» se encuentra en ediciones de poesía del Siglo de Oro (ver por ejemplo, Pedro Espinosa, Poesías completas, ed. Francisco López Estrada, Clásicos Castellanos, 205 (Madrid: Espasa-Calpe, 1975), p. 50), es una etiqueta aplicada por los editores modernos (cf. Francisco Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, 1578-1650 (1907; reimpr. Amsterdam: Philo Press, 1970), p. 357).