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181

III, 73, 13-14: II, 4. Un embustero, término coloquial aplicado a Ginés en la primera parte (I, 307, 27: I, 22; I, 495: I, 23, pasaje interpolado), es alguien que crea un embuste, definido por el Diccionario de autoridades como una «mentira disfrazada con artificio, para engañar y enredar». Para el problema de Ginés de Passamonte y el real Gerónimo de Passamonte, sobre el cual está basado, véase «Cervantes, Lope y Avellaneda», en el presente volumen.

 

182

Dorothy S. Severin estudia las fuentes del relato: «Gaiferos, Rescuer of his wife Melisendra», en Medieval Hispanic studies presented to Rita Hamilton, ed. A. D. Deyermond (London: Tamesis, 1976), pp. 227-39.

 

183

«Acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralva, a quien llevaron los diablos en bolandas por el aire, cavallero en una caña [...] y en doze horas llegó a Roma [...] y por la mañana ya estava de buelta en Madrid» (Quijote, IV, 40, 2-9: II, 41).

 

184

En el cual, de modo significativo, no se encuentra el relato de Melisendra. Ésta es la nota de Rodríguez Marín a Quijote, I, 98, 26-27: I, 6, donde se llama a Turpín «verdadero historiador»: «Irónicamente llama Cervantes "verdadero historiador" a Juan Turpín, arzobispo de Reims, a quien se atribuyó dos siglos después de su muerte una mentirosísima historia de Carlomagno, tan plagada de cuentos y disparates, que para siempre dio fama de embustero a su supuesto autor». Pedro Mantuano, en sus Advertencias a la historia del padre Juan de Mariana (Madrid 1613), decía que «la Historia del Arçobispo Turpino [...] es libro de Cavallerías, indigno de que persona grave le tome en la boca» (p. 111). Para posterior información sobre Turpín, véase mi A study of «Don Quixote», pp, 51-52, n. 20.

La crónica de Turpín puede leerse en traducción española en el Liber Sancti Jacobi «Codex Calixtinus» (Santiago de Compostela: CSIC, Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos, 1951), pp. 403-86; ha sido estudiada por Adalbert Hämel, Überlieferung und Bedeutung des Liber Sancti Jacobi und des Pseudo-Turpin, en Sitzungsberichte der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, Philosophisch-historische Klasse, 1950, Heft 2.

 

185

Cervantes era bastante hostil a los «muchachos por las calles». Véase Quijote, III, 346, 20: II, 27; IV, 227, 20-21: II, 61; IV, 118, 26-28: II, 48; IV, 217, 10-13: II, 56; IV, 390, 16-22: II, 73. Licenciado Vidriera, II, 87, 30-88, 12. Ilustre fregona, II, 325, 26-326, 19.

 

186

Véase mi artículo citado en la nota 166.

 

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Aunque el caso no es tan claro, hay otro episodio en el cual una locura de don Quijote puede ser atribuida a un romance. El canónigo (II, 363, 23-24: II, 49) recomienda a don Quijote como modelo a Don Manuel de León, un famoso caballero sevillano de finales del siglo XV que tiene un papel importante en las Guerras civiles de Granada de Pérez de Hita (véase primera parte, capítulo 8). El reto de don Quijote a los leones, llamado «temeridad» (III, 213, 23: II, 17), bien podría haber sido inspirado por la hazaña menos admirable, pero la más celebrada, de León, su entrada en una jaula de león para recuperar el guante de una dama. Por lo menos, es con él con quien Cide Hamete compara a don Quijote (III, 217, 6: II, 17). El relato se cuenta en el romance «Ese conde Don Manuel / que de León es nombrado», publicado en la Rosa gentil de Juan Timoneda (Valencia 1573; ed. en Rosas de romances, fols. lvv-lviir) y reimpreso en la Segunda parte de la Sylva de varios Romances de Juan de Medaño (Granada 1588; ed. Antonio Rodríguez-Moñino (Oxford: Dolphin, 1966), fols. 28v-30r); el texto se encuentra también en el Romancero general de Agustín Durán, Biblioteca de Autores Españoles, 10 y 16 (1851; reimpresión, Madrid: Atlas, 1945), II, 134. De Medaño, una de sus fuentes básicas, Pérez de Hita tomó otro romance que hace alusión al episodio (incluido en la primera parte, capítulo 17). Otras numerosas versiones de la famosa anécdota son estudiadas por M. A. Buchanan, «The glove and the lions», en Estudios dedicados a Menéndez Pidal (Madrid: CSIC, 1950-62), VI, 247-58, quien, sin embargo, erróneamente da a Argote de Molina como la fuente más probable de Cervantes.

 

188

Menéndez Pidal, Romancero hispánico, capítulo XV; Jerome Allen Moore, The «Romancero» in the chronicle-legend plays of Lope de Vega (Filadelfia: University of Pennsylvania, 1940), reseñado por S. Griswold Morley en Hispanic Review, tomo 9 (1941), 507-9. El uso del romancero nuevo por parte de Lope ha sido estudiado por Antonio Carreño, «Del romancero nuevo a la comedia nueva de Lope de Vega: constantes e interpolaciones», Hispanic Review, tomo 50 (1982), 33-52.

 

189

Éste es el mismo comentario que hace Diego de Miranda sobre los libros de caballerías: son «en perjuizio y descrédito de las buenas historias» (III, 200, 20-21: II, 16). La función de los ciegos será discutida más adelante.

 

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Los romances se asocian de manera constante con la clase baja o no hidalga en las obras de Cervantes. El canónigo, el cura, Diego de Miranda, los duques nunca citan versos en su conversación. Es, más bien, Sancho, doña Rodríguez (Quijote, III, 414, 1-12: II, 33), el labrador del Toboso (Quijote, III, 125, 26-27: II, 9), gitanos y Juliana la Cariharta de Rinconete y Cortadillo (I, 282, 11-12) quienes dan muestra de familiaridad con los romances. La única excepción, además de don Quijote, es muy importante: son los narradores del Quijote (I, 49, 8-9: I, 1; I, 217, 9-10: I, 17; III, 122, 3: II, 9; III, 156, 9-12: II, 12; IV, 405, 10-13: II, 74).