Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo- IV -

Repaso crítico de las atribuciones cervantinas200


¿Qué escribió Cervantes? Responder a este interrogante, es de suponer, importa a todos los cervantistas. Si supiéramos lo que Cervantes escribió efectivamente, podríamos editarlo y leerlo, tanto para disfrutar de esta lectura como para aplicar lo leído a la mejor comprensión del Quijote y demás obras suyas.

A pesar de lo cual, establecer el corpus cervantino tiene sin cuidado a la mayoría de los cervantistas. Se supone que escribió las obras publicadas en vida con su nombre (aunque ni en ello hay unanimidad201), y el Persiles, publicado por su viuda en 1617. Se acepta también que El cerco de Numancia y Trato de Argel, descubiertos y publicados en el siglo XVIII, son los mismos Destruición de Numancia y Tratos de Argel mencionados en el prólogo a las Ocho comedias y ocho entremeses. Estamos de acuerdo, aunque las identificaciones se hicieron sin el examen a que se las sometería si los textos se descubrieran hoy.

Pero no se ha ido más allá. ¿Qué escribió Cervantes? Pues lo que publicó, que ya es mucho. Y en cuanto a lo no publicado en vida, lo encontrado con su nombre. Excluir todo lo atribuido es lo más seguro y fácil. No estamos de acuerdo, ni mucho menos, con esta posición. Cervantes mismo nos menciona, en el prólogo a las Novelas ejemplares, «otras obras que andan por allí descarriadas, y quizá, sin el nombre de su dueño». Sus palabras denotan una callada protesta, y piden justicia al lector.

Para la Suma cervantina coordinada por Juan Bautista Avalle-Arce y E. C. Riley (Londres: Tamesis, 1973), el llorado Antonio Rodríguez-Moñino iba a escribir un ensayo sobre las atribuciones y supercherías cervantinas202. Nunca llegaremos a conocer sus puntos de vista, aparte de su artículo sobre la falsificada carta al Cardenal Sandoval y Rojas, y una nota a Elias Rivers calificando la «Epístola a Mateo Vázquez» como «sospechosísima»203. Tenemos en su lugar una útil bibliografía de Avalle-Arce de las atribuciones y supercherías, la mejor que ha habido sobre el tema, aunque para unos detalles de la historia de los textos atribuidos hay que acudir todavía a la más vieja de Jeremiah D. M. Ford y Ruth Lansing, o al incompleto repaso de Luis Astrana Marín204.

Lo que no tenemos es una colección de dichos textos, algunos de difícil acceso. La suerte de los poemas atribuidos ha sido mejor, pues suponen una otra mucho más reducida, y el riesgo para el editor es menor, pues se rechazarían caso por caso, y difícilmente habría un rechazo de la colección en su totalidad. La edición más reciente y completa de los poemas atribuidos es la de Vicente Gaos205, aunque inexplicablemente faltan poemas señalados como atribuidos y no refutados en la bibliografía de Avalle-Arce206. De los entremeses atribuidos a Cervantes hay varias colecciones parciales207.

Pero Cervantes es ante todo prosista. Los textos en prosa que le han sido atribuidos no han sido reunidos nunca en un volumen. «La tía fingida» se halla en algunas de las ediciones de las Novelas ejemplares, la de Schevill y Bonilla entre ellas. (Es el único texto atribuido en su edición de las Obras completas.) La aprobación de Márquez Torres para la segunda parte de Don Quijote, cuya autoría cervantina fue sugerida en el siglo XVIII, está reproducida en muchas ediciones de la obra, aunque sin referencia a su posible composición cervantina. Aunque están publicados como cervantinos en la segunda edición del Quijote de Juan de la Cuesta, hay tanto escepticismo sobre los pasajes que tratan del robo y recuperación del rucio de Sancho que acaso haya que tratarlos juntos con el de Márquez Torres. Estos pasajes, y otras importantes enmiendas hechas a las ediciones segunda y tercera de Cuesta, se hallan en la mayoría, aunque no en todas las ediciones modernas de la obra. Por último, el certificado de buena conducta de Cervantes en Argel, que hemos sugerido fue escrito por el interesado (pues no está en la letra del firmante, fray Juan Gil), se halla en la biografía de Astrana Marín208.

Pero los más extensos textos en prosa atribuidos a Cervantes, entre los cuales pueden estar las obras descarriadas a que se refirió, son difícilmente accesibles. Al parecer nunca ha habido un proyecto de reunirlos209. Suscita la curiosidad para conocer la causa o causas de este ambiente de extrema desconfianza y autolimitación. Con la bibliografía de Avalle-Arce como punto de partida, nos proponemos hacer un repaso de los más importantes descubrimientos de escritos cervantinos. Intentaremos resumir su recepción y el estado actual de la crítica sobre el asunto.

Cronológicamente, los primeros son La Numancia y Los tratos de Argel, éste siempre a la zaga de aquél. La Numancia, cuya influencia sobre el concepto moderno de la nacionalidad española merece un estudio detallado, fue recibida al principio con desprecio210. Sólo con las invasiones napoleónicas, y la posibilidad de emplear la obra como un estímulo a la resistencia antifrancesa, se comenzó a apreciarla. Se aprovechó de igual forma durante la defensa de Madrid en 1937, en versión adaptada por Rafael Alberti, ejemplo de censura y alteración desde la izquierda211.

El tercer texto atribuido a Cervantes, y el primero en atribuírsele cuyo título no está asociado con su nombre en ninguna parte, es «La tía fingida». Descubierto en 1788, fue publicado y atribuido a Cervantes en 1814. Lo acompañó una contraproducente calificación: «la más elegante, la más donosa y felizmente escrita... de todas sus obras» (Astrana, V, 397).

Sorprende, sin embargo, que hayan pasado casi dos siglos sin haberse podido decidir si Cervantes escribió o no dicha novelita. Lo que sí hubo fue un extenso ataque a su legitimidad, en el primer tomo del Boletín de la Real Academia Española, que se vendió separado como libro. La respuesta de Bonilla es casi desconocida212. Bonilla y los otros defensores de su atribución a Cervantes -Gallardo, Medina y Astrana Marín, sobre todo- están separados del cervantismo oficial213. Cuando Manuel Criado de Val ataca la atribución, su estudio lo publica la Revista de Filología Española, y recibe «un estrepitoso y favorable éxito»214. El debate sobre el tema ha sido el más agrio de las muchas controversias cervantinas215. ¿La causa? Suponemos que por la franqueza con que está tratado el tema sexual216.

Los Capítulos de mi Don Quijote de la Mancha, no publicados en España, falsificación aparecida en 1822, fueron estudiados y rechazados el año siguiente (Astrana, VII, 762). Sigue el conocidísimo caso del Buscapié, falsificación publicada en 1848. Convendría que se leyera este comentario del Quijote, para convencerse de que nuestra compresión de la obra ha progresado mucho217. Recibido con entusiasmo al principio, la controversia que rápidamente suscitó tuvo un cariz político. Los ataques certeros contra la autenticidad de la obra vinieron del liberal inmoderado Gallardo y sobre todo de un extranjero, Ticknor. El Buscapié tuvo al principio distinguidos defensores -Estébanez Calderón, Mesonero Romanos, Cánovas del Castillo y otros- cuya vergüenza al saberse el fraude ha contribuido mucho a la dificultad de abordar el tema218.

Adolfo de Castro no reveló los motivos de su falsificación. Suponemos que por deseo de gloria: fue la gran época de los exploradores y se dio mucho prestigio a los descubrimientos históricos, arqueológicos y literarios. Siguió el mismo camino con su menos conocido Varias obras inéditas de Cervantes (Madrid, 1874), y con una superchería velazqueña219. Tres veces pensó que había resuelto el misterio de la identidad de Avellaneda, labor hercúlea que prometía fama y honra al que lo descifrara220. La pena es que Castro era muy erudito, de muchísima lectura, buen conocedor de las bibliotecas y eminentemente calificado a hacer una memorable contribución a la historia de las letras españolas221. Incluso si hubiera confesado su burla, se habría olvidado. Precisamente porque no la admitió se recuerda y por eso no se tomaron en serio su Varias obras inéditas222.

Con todo, hay una cátedra Adolfo de Castro en su Cádiz natal223. Que sepamos, no ha habido nunca una cátedra de Gallardo.

Aunque no se identificaron como tales hasta mediados del presente siglo, aparecieron a pocos años del Buscapié otras dos falsificaciones cervantinas, de nefasta influencia: la primera de ellas es la carta al cardenal Sandoval y Rojas (1861); la segunda, la «Epístola a Mateo Vázquez» (1863). Es probable que las dos sean del mismo autor, y que este autor sea también Adolfo de Castro224. No ha aparecido hasta hoy ningún otro posible creador; los dos comparten con el Buscapié y con las imitaciones cervántico-castristas el tomar como puntos de partida detalles de las obras conocidas de Cervantes (una firma genuina de Cervantes; la conocida generosidad que le prodigó el cardenal, documentada en el prólogo a la segunda parte de Don Quijote; y, finalmente, un pasaje de Los tratos de Argel que se integró en la «Epístola a Mateo Vázquez»).

La falsa carta a Sandoval y Rojas, punto de partida para los pocos estudios existentes sobre la ortografía cervantina, ha impedido que se conociera tanto ésta como la fonética de Cervantes, y ha contribuido, por ello, al caos actual en el campo de las ediciones de sus obras. La «Epístola a Mateo Vázquez» ha obstaculizado el conocimiento de la verdadera, importantísima experiencia de Cervantes en Argel, donde pasó mucho más tiempo que en Italia225. Los dos supuestos descubrimientos concuerdan más con la imagen del Cervantes previamente conocido que cualquiera de los descubrimientos auténticos, que ofrecerían nuevos datos o enfoques sobre él. Han hecho que todo texto nuevamente propuesto como suyo tenga muy cuesta arriba conseguir la aceptación, por parecer mucho más diferente, extraño y sospechoso que estas falsificaciones.

Es notable la popularidad que han tenido las dos supercherías. Si se toman como obra de Adolfo de Castro -quien se oponga, que sugiera a otro autor tan capaz y temerario- se ven como intentos mejor logrados de burlarse del mundo literario y cervantino, escritos para darse el gusto de quedar secretamente satisfecho de la propia habilidad. El mundo literario mostró parecido entusiasmo por las imitaciones cervantinas de Castro226.

Uno de los menos conocidos pero más importantes descubrimientos cervantinos es el de la carta y versos a su «verdadero amigo» Antonio Veneziano. Publicados en 1861, faltan sin embargo en la casi exhaustiva bibliografía cervantina de Rius y no fueron generalmente conocidos hasta la publicación un artículo en 1913227. La coincidencia de año -1861228- permite suponer un vínculo entre el descubrimiento italiano y la falsificada carta al cardenal Sandoval y Rojas, impidiendo la noticia de ésta que se divulgaran y comentaran la carta y los versos a Veneziano. La coincidencia del supuesto lugar de composición de la fraudulenta «Epístola a Mateo Vázquez» con el de los versos genuinos a Veneziano -Argel- autoriza a considerarla como otro intento de oponerse a la posible difusión y valoración del descubrimiento italiano.

¿Por qué? Posiblemente por un motivo egoísta y por un afán de evitar que sea un extranjero el que ganara fama con un descubrimiento cervantino. También, y la relativa importancia de los factores es difícil de sopesar, el poema argelino falso pinta a un Cervantes mucho más patriótico que el auténtico. En éste encontramos a Cervantes en Argel con un amigo, y preocupado no con su supuestamente miserable estado de cautivo, sino por los problemas amorosos de dicho amigo. Acaso también nuestro falsificador se haya fijado en el contraste entre el juramento de Cide Hamete («como católico cristiano», capítulo 27 de la segunda parte), y la promesa de Cervantes en la carta a Veneziano («como cristiano», sin el adjetivo).

Mientras quedaban olvidados la carta y los versos a Veneziano, la falsa misiva al Cardenal Sandoval y Rojas estuvo sobre el sillón presidencial en el Salón de Actas de la Real Academia Española desde 1888 a 1894. Desde entonces, reemplazada por el falso retrato de Cervantes atribuido a Juan de Jáuregui, permaneció en la Sala de Comisiones hasta la publicación del artículo de Rodríguez Moñino. La «Epístola a Mateo Vázquez» ha sido una de las composiciones cervantinas más elogiadas, según Vicente Gaos, quien cita varios ejemplos; Emilio Arrieta compuso una versión musical229. Aunque ya Alfred Morel-Fatio230 y, siguiéndole, Schevill y Bonilla (pp. 30-31) se extrañaron de que se ignorara el paradero del manuscrito, fue Arturo Marasso quien, en 1948 y en un periódico bonaerense, atacó la autenticidad de la «Epístola a Mateo Vázquez». El artículo sobre la falsa carta al cardenal Sandoval y Rojas, publicado por Rodríguez-Moñino en esta misma revista, es casi coetáneo con su dimisión como correspondiente de la Real Academia Española y su cambio de residencia de España a los Estados Unidos231.

Aunque no se trata de un texto escrito por Cervantes, es imposible hacer caso omiso, en este repaso, del descubrimiento de los importantes documentos en que aparece referido el caso Ezpeleta. La más importante colección de información biográfica que tenemos sobre Cervantes, y ahora el manuscrito número 1 de la colección de la Real Academia Española, es el testimonio dado por los residentes de su casa en Valladolid. En términos generales el incidente es bien conocido. Un caballero, Gaspar de Ezpeleta, durante una expedición amorosa nocturna, fue herido de muerte ante la casa en que vivía Cervantes, y, llevado a ella, expiró allí. Se tomó testimonio a todos los habitantes de la casa, dándonos un cuadro de las circunstancias de Cervantes en un momento clave, poco después de publicarse la primera parte del Quijote. Por él, para citar sólo dos cosas, se ha identificado la casa en que Cervantes (y muchas personas más) vivía en Valladolid; y es interesantísimo descubrir que Cervantes, como Don Quijote, compartía su vivienda sólo con mujeres (en su caso, con parientes). Por estos testimonios conocemos mucho, aunque sólo se ha comenzado a estudiar recientemente, sobre la carrera de Cervantes posterior a sus viajes oficiales andaluces232.

Estas «Averiguaciones» fueron descubiertas y comenzaron a ser aprovechadas por los cervantistas en el siglo XVIII. Pero no se publicaron hasta 1887, y según su primer editor Ramón León Máinez, la publicación no fue deseada e incluso fue rechazada por el cervantismo oficial. No fueron conocidas generalmente hasta que Pérez Pastor las incluyó, quince años después, en el segundo tomo de sus Documentos cervantinos hasta ahora inéditos. La explicación es que Navarrete se había equivocado, asociando la aventura amorosa de Ezpeleta con una de las parientes de Cervantes, aunque con la publicación se vio el error. La frase más problemática es la siguiente: «Simon Mendez, portugues [quien no tuvo nada que ver con el asesinato], ques publico e notorio que esta amancebado con la dicha Doña Isabel, hija del dicho Miguel de Cervantes»233. Es difícil evaluar este aserto, que sólo aparece en el testimonio de una de los varios testigos y puede ser una calumnia. Astrana, intentando quitar validez a la deponente, la describe como «una beata... prototipo de la vieja chismosa de la vecindad», cuya «deposición [está] fundada en chismes y enredos de comadres» (Astrana, VI, 85); Alonso Cortés también la ataca234. Es cierto que la figura de Isabel sigue envuelta en sombras. Pero ¿no publicar el documento entero durante un siglo? Eso es censura.

Los textos en prosa atribuidos a Cervantes a partir de 1863 han causado menos polémica. Adolfo de Castro publicó en sus Varias obras inéditas el «Diálogo entre Cilenia y Selanio sobre la vida del campo», identificándolo con la perdida segunda parte de La Galatea. Su mucho más plausible identificación con las Semanas del jardín fue propuesta por Schevill y Bonilla en 1922, aunque en una nota a pie de página en el tomo menos conocido de su edición235. Poco después de su publicación se sugirió que era un autógrafo. Sin embargo, ha estado completamente olvidado por los cervantistas; ningún editor ni bibliógrafo, al anotar las alusiones de Cervantes a sus obras perdidas, menciona la hipótesis. No sabemos hasta qué punto ha contribuido su anticlericalismo, sus varias citas del Antiguo Testamento, sugerentes de un autor «converso», o su filosofía religiosa236. Indudablemente ha sido un factor la cautela, a la cual tuvieron que contribuir la mala fama de Castro, la imposible identificación con La Galatea y los flojísimos argumentos para la atribución tanto del «Diálogo» como de los entremeses del mismo tomo. Después no se volvió a tratar el asunto237.

No podemos rechazar la autoría cervantina de otros dos textos, incluidos en el famoso manuscrito que contiene uno de los dos textos de «La tía fingida» («Poesías y relaciones varias», Biblioteca Colombina, AA-141-4º, hoy 82-3-38). Uno es la «Tercera parte añadida a la "Relación de la Cárcel de Sevilla" de Cristóbal de Chaves», sin otra edición que las de Aureliano Fernández-Guerra y Orbe238. Gallardo sugirió la autoría cervantina, aunque como señalaron los editores Zarco del Valle y Sancho Rayón (Ensayo de una biblioteca..., I, col. 1366, n. 2), en poco difiere el estilo de la tercera parte del de las dos anteriores. Cabe examinar la posible autoría cervantina del conjunto, redactado «a lo que parece entre 1596 y 1599»239. Es precisamente de este período (1597) la estancia de Cervantes en dicha cárcel, en la cual escribía, según sabemos por el prólogo a Don Quijote. La «erótica carcelaria» de Chaves, el «virtuosismo» de la relación, la precisión en los detalles financieros, también sugieren a Cervantes240.

El otro texto, de 1606, es la «Carta a D. Diego de Astudillo Carrillo, en que se le da cuenta de la fiesta de San Juan de Alfarache, el día de Sant Laureano»; en el índice del tomo está descrito como «Torneo burlesco en San Juan de Alfarache». Descubierto y atribuido por Fernández-Guerra, apoyado fuertemente por Cayetano Rosell, tampoco ha tenido una reedición moderna241.

Los que han estudiado la cuestión están todos de acuerdo en que Cervantes escribió una Relación de las fiestas que en Valladolid se hicieron al nacimiento de nuestro Príncipe. En 1620 junto a este título aparece citado su nombre, y menos explícitamente, se alude a su autoría en un soneto atribuido a Góngora. Hay en efecto una extensa Relación de lo sucedido en la Ciudad de Valladolid, desde el punto del felicísimo nacimiento del Príncipe Don Felipe Dominico Víctor nuestro Señor: hasta que se acabaron las demostraciones de alegría que por él se hicieron, publicada a finales de 1605. Para la impresión de sus 1500 ejemplares, según el documento que nos ha llegado, pagó el rey 1363 reales242.

En este caso hay otro autor posible: el historiador oficial Antonio de Herrera y Tordesillas. Consta su nombre en el recibo del dinero de la impresión. Pero, como señaló Alonso Cortés (supra, nota 237), defendiendo la atribución del escrito a Cervantes, el haber recibido Herrera esta cantidad no significa que fuera el autor del opúsculo. De ser cervantino, compartiría con la traducción francesa de «El curioso impertinente» (París, 1608) la posición de primera obra traducida (al italiano, Milán, 1608). Nos revelaría a un Cervantes que gozaba de aceptación en la corte y de respeto como narrador, puesto que se le encargó este sin duda lucrativo cometido243. También abriría nuevos horizontes sobre sus conocimientos de mitología, de arquitectura, de las artes decorativas y de la vida cortesana, que tantas veces censuró.

La autoría cervantina de este texto nos parece muy probable244, por su estilo, por las pesquisas que evidentemente fueron trabajo previo, por su precisión descriptiva y también por las circunstancias. Aunque coincidimos con Pérez Pastor (Documentos cervantinos, II, 415-16) en pensar que el historiador oficial hubiera sido el directamente encargado de hacer la relación de las fiestas, el engreído Herrera estaba ocupado con sus historias de las glorias españolas. Las fiestas por el nacimiento del príncipe eran un tema muy reducido y que fácilmente podía cederse a otro. Investigador de segunda mano, sin estilo literario, Herrera no solía escatimar los elogios a quien le pagaba245, y en las Relaciones no hay sino muy razonables alabanzas de los organizadores de las fiestas. Si las hubiera escrito el vanidoso Herrera, las habría firmado. A Cervantes se le encargó que escribiera la relación de estas fiestas246, lo cual concuerda completamente con este texto cuya publicación fue subvencionada.

Comenzamos con el deseo de conocer la causa o causas del ambiente de inseguridad y desconfianza en el campo de las atribuciones cervantinas. Sospechábamos que en el campo de los textos atribuidos, Cervantes había sido víctima de censura y manipulación y que el rechazo de textos posiblemente auténticos y la buena recepción dada a varios de los rechazables mostraban el conocido intento de la sociedad de reprimir y censurar al artista irritante, que incomoda más en su país que fuera de él. Nuestro repaso confirma la existencia de este intento en el caso de Cervantes, pero también, según hemos visto, entran en juego la envidia y la competición erudita. Ha perjudicado a todos los textos atribuidos la manera en que se presentaron algunos de ellos: acompañados de flojísima documentación o impresiones subjetivas desprovistas de valor. Todas estas causas han sido reforzadas por las controversias y despistes a que dio lugar el malvado, pero listo, Adolfo de Castro.




ArribaAbajo- V -

La teoría cervantina del tiempo


Todo lector del Quijote conoce la extraordinaria importancia del tiempo para Cervantes, pues se comenta el tema del tiempo dentro de la obra misma. Se señala, por ejemplo, la diferencia entre el tiempo experimentado por Don Quijote en la cueva de Montesinos, y el de los que le esperan fuera de ella. Dentro de la narración se comenta también la diferencia entre el tiempo narrativo que separa las dos partes, y el intervalo externo durante el cual la primera parte fue compuesta, publicada y difundida. Hay sorprendentes diferencias entre los personajes sobre cuestiones temporales: según Sancho, por ejemplo, ha servido a su amo veinte años, según éste unas pocas semanas, pero según Teresa Panza, siglos. También hay en el libro una tajante distinción entre tiempos precisos y tiempos vagos. Un solo ejemplo: Sancho dice que su hija Sanchica tiene «quince años, dos más a menos» (II, 13)247. En contraste, según Doña Rodríguez su hija «debe de tener agora, si mal no me acuerdo, diez y seis años, cinco meses y tres días, uno más a menos» (II, 48).

No es sólo en Don Quijote donde se discute o se refiere a la relatividad y subjetividad del tiempo. En el libro V de La Galatea, Silerio comienza un soneto «Ligeras horas del ligero tiempo/ para mí perezosas y cansadas». En el Persiles, en el cual es importantísimo el tiempo, según discutiremos en breve, se halla un museo del futuro: «un museo el más extraordinario que había en el mundo, porque no tenía figuras de personas que efectivamente hubiesen sido ni entonces lo fuesen, sino unas tablas preparadas para pintarse en ellas los personajes ilustres que estaban por venir, especialmente los que habían de ser en los venideros siglos poetas famosos» (IV, 6).

Pero a pesar de la importancia del tiempo en las obras de Cervantes, se ha escrito muy poco sobre él. En El pensamiento de Cervantes, por ejemplo, no se menciona. Hay el libro de Luis Murillo The Golden Dial, y antes de este libro un artículo suyo, sobre el tiempo mítico del Quijote248, y un estudio sobre aspectos temporales de la aventura de la cueva de Montesinos249. Hay un artículo fascinante sobre el tiempo en el Persiles, de Kenneth Allen250, al cual me referiré en breve. Y el año pasado un trabajo sobre «Topografía y cronografía en La Galatea»251. Pero nada más.

El método del cual me sirvo para examinar el tema del tiempo en Cervantes es muy tradicional: reunir y clasificar los varios pasajes en que aparece el tema. Por este método, tendremos ocasión de discutir, primero, los efectos del tiempo, después las formas de oposición a estos efectos, y por último unas aplicaciones para la interpretación de las obras cervantinas. Aunque no cabe dentro del tiempo nuestro, anticipo que una fuente evidente de Cervantes para sus ideas temporales, obra que releía y meditaba, eran las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, popularísimas en el siglo XVI.

Para comenzar, los efectos del tiempo son inevitables. «Todo pasa», encontramos en la glosa de Lorenzo de Miranda (II, 18); «no es posible que el mal ni el bien sean durables», dice el mismo Don Quijote después de una de sus derrotas (I, 18).

Los efectos del tiempo pueden ser favorables: «El tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondido en los senos de la tierra» (II, 25, I, 27); «el tiempo, que es gran maestro de dar y hallar remedio a los casos más desesperados» («Las dos doncellas»); «mal de los que el tiempo suele curar» (La Galatea); según el corregidor en «La gitanilla», hay que «dar tiempo al tiempo, que suele dar dulce salida a muchas amargas dificultades» (también se halla este concepto en Don Quijote y La Galatea).

Los efectos pueden ser neutros: «Hay muchas maneras de encantamentos, y podría ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros... De manera, que contra el uso de los tiempos no ay que argüir ni de qué hacer consecuencias» (I, 49). Sancho «us[a] de los tiempos como los hallo» (II, 62), cual actitud es correcta, pues «no todos los tiempos son unos» (II, 58; prólogo al Persiles).

Pero, no es ninguna sorpresa, por lo general los efectos del tiempo son negativos. El tiempo es «devorador y consumidor de todas las cosas» (I, 9); «más fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas que las humanas voluntades» (I, 44). «Teme y tema el buen enamorado las mudanzas de los tiempos» (La Galatea). Igual que en la glosa de Lorenzo de Miranda, la memoria nos recuerda cosas del pasado, y con ellas la felicidad desaparecida. Como lo dijo Jorge Manrique, «cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquier tiempo passado fue mejor».

Estos efectos negativos son especialmente serios en cuanto a la vida del hombre, que es una carrera (I, 13); «la vida corre sobre las ligeras alas del tiempo» («Coloquio de los perros»). «Puesto que el tiempo parece tardío y perezoso a los que en él esperan, en fin corre a las parejas con el mismo pensamiento, y llega el término que quiere, porque nunca para ni sosiega» («El celoso extremeño»). «Las cosas humanas no son eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin» (II, 74).

«Don Quijote no tuv[o] privilegio del cielo para detener el curso de la suya [vida]» (II, 74); «como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo que no pasase por mí» (II, Prólogo). «No está obligado ningún marido a tener la velocidad y corrida del tiempo, que no pase por su puerta y por sus días» (El juez de los divorcios).

Así podemos entender mejor la oposición de Cervantes a los encantamientos, pues el encantamiento implica el control sobre e incluso la suspensión del tiempo; los «encantados», según indica Don Quijote, no tendrían funciones corporales (I, 48-49; II, 23). Así también entendemos la oposición de Cervantes a los viajes fantásticos, en los cuales se afirma haber atravesado distancias enormes en tiempos imposiblemente cortos. Estos viajes son típicos de los libros de caballerías: «Acaece estar uno peleando en las sierras de Armenia con algún endriago, o con algún fiero vestiglo, con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está ya a punto de muerte, y cuando no os me cato, asoma por acullá, encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a la noche se halla en su posada, cenando muy a su sabor, y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace por industria y sabiduría destos sabios encantadores que tienen cuidado destos valerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no se me hace dificultoso creer que en tan breve tiempo hayas ido y venido desde este lugar al del Toboso, pues, como tengo dicho, algún sabio amigo te debió de llevar en volandillas, sin que tú lo sintieses» (I, 31; también en la conversación con el canónigo de Toledo, I, 47; el «verdadero cuento del licenciado Torralba», II, 41; el viaje en el barco «encantado», II, 29; «Coloquio de los perros»; el cuento de Rutilio, en el Persiles).

En el mismo sentido entendemos una parte del ataque dirigido a las comedias contemporáneas: «¿Qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera escena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado?... ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en África, y aun si fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa en América... Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga a ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, el mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fue el emperador Heraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén, y el que ganó la casa Santa, como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno a lo otro...?» (I, 48).

Hay una serie de maneras por las cuales los hombres resisten los efectos destructivos del tiempo; que se dé tanta atención a ellas en sus obras sugiere que la promesa convencional de la vida inmortal celeste no le ofreció a Cervantes mucha consolación. También, raramente se mencionan favorablemente los hijos en las obras de Cervantes; sólo las hijas hermosas contribuyen a la felicidad de los padres cervantinos.

Casualmente se mencionan de paso unas maneras de conseguir la inmortalidad. Una es el ser buen gobernador: «Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna» (II, 42). Las «insolencias» de Roldán eran «dignas de eterno nombre y escritura» (I, 25), y con sus «locuras... de lloros y sentimientos», Amadís «alcanzó tanta fama como el que más» (I, 25). Unamuno hizo famoso el caso de Eróstrates, mencionado por Don Quijote; quemó el templo de Diana, únicamente para que se le recordara en el futuro, fin que consiguió.

Sin embargo, la manera más importante de conseguir la inmortalidad es por hechos de armas: «Me trae por estas partes el deseo... que tengo de hacer en ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de la tierra» (I, 25). «Todas estas, y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen» (II, 8). Se mencionan también, en Don Quijote, ejemplos de personas que lograron la fama inmortal a través de hechos heroicos: Julio César, Alejandro Magno, Carlos V y todos los caballeros mencionados por el canónigo de Toledo, en el capítulo 49 de la Primera Parte, y Don Quijote, en el capítulo 8 de la Segunda.

Sin embargo, la fama conservada únicamente en la memoria humana es pasadera: «no hay memoria a quien el tiempo no acabe», dice Don Quijote (I, 15). Isabela, la española inglesa, «con el tiempo y con los regalos, fue olvidando los que sus padres verdaderos le habían hecho». La hechicera en el «Coloquio de los perros» dijo que «las apariencias de mis buenas obras presentes, van borrando en la memoria de los que me conocen las malas obras pasadas».

El uso de objetos físicos como sustitutos de la falible memoria humana no consigue la permanencia deseada. «Los edificios reales, los alcázares sobervios, los templos magníficos y las pinturas valientes, son propias y verdaderas señales de la magnanimidad y riqueza de los príncipes». Sin embargo, éstos son «prendas, en efeto, contra quien el tiempo apresura sus alas y apresta su carrera, como a émulas suyas, que, a su despecho, están mostrando la magnificencia de los pasados siglos» (Persiles, IV, 7). Se acude a los mármoles y bronces, los materiales más duros. (Con un verso de Garcilaso Lenio describe a Gelasia como «más dura que mármol a mis quejas», La Galatea, VI; Marcela fue «un mármol» para Grisóstomo, I, 13; Altisidora, según Sancho, tuvo «corazón de mármol» y «entrañas de bronce», II, 58.) En estos materiales se puede escribir, y son así «émulas a la duración de los tiempos» (Novelas ejemplares, prólogo). «Las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles... para memoria en lo futuro», opina Don Quijote (I, 2); y el cura le presenta al canónigo de esta forma: «éste es, señor, el Caballero de la Triste Figura, cuyas valerosas hazañas y grandes hechos serán escritas en bronces duros y en eternos mármoles» (I, 47).

Las mujeres, naturalmente, no logran esta fama a través de hazañas de armas. Aunque, según Don Quijote, Dulcinea puede acabar hazañas a través de su propio brazo (I, 30), las mujeres consiguen la fama por la belleza, sea física o espiritual. Se inmortaliza en los versos con los cuales los hombres la celebran: «quería que no fuesen otros sus entretenimientos que en hacer versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en la memoria de los siglos venideros», en «la novela del Curioso impertinente» (I, 34); «de tal manera escribió el famoso licenciado Pozo, que en sus versos durará la fama de la Preciosa, mientras los siglos duraren» («La gitanilla»).

Sin embargo, la situación de los hombres es casi la misma. Sin la escritura, los hechos se olvidan; todos los ejemplos de guerreros famosos citados por el canónigo de Toledo se han tomado no de mármoles y bronces, sino de libros, cuya lectura recomienda. La historia es otra «émula del tiempo» (I, 9).

Es por este motivo que los personajes cervantinos desean tanto aparecer en libros, y se alegran tanto cuando logran este fin: da un tipo de vida perpetua, por el cual se triunfa sobre «las aguas negras del olvido». Lograr esto en vida es aún mejor, pues uno sabe que, en un sentido, va a sobrevivir a la muerte: «una de las cosas... que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa, dije con buen nombre: porque siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara» (II, 3).

Llegamos, entonces, a la figura central del autor, quien como historiador da la inmortalidad al historiado, o, como poeta, la gana para sí al mismo tiempo que la da a la persona celebrada. Naturalmente, no la logran todos los autores, y hay «ingenios qu'el tiempo ha ya deshecho» (La Galatea, VI). Sin embargo, los casos de Homero y Virgilio, todavía famosos después de miles de años, parecen haberle impresionado mucho a Cervantes. Un autor moderno, como Juan de la Cueva o Juan Rufo, podía tener la misma suerte que estos clásicos. (La obra de Juan de la Cueva «del eterno olvido,/ a despecho y pesar del violento/ curso del tiempo, librarán su nombre,/ quedando con un claro alto renombre»; «de Juan Gutiérrez Rufo el claro nombre/ quiero que viva en la inmortal memoria» [«Canto de Calíope»].) Si los autores siguieran las reglas de la ciencia literaria, «pudieran guiarse y hacerse famosos... como lo son... los dos príncipes de la poesía griega y latina» (I, 48). Una obra literaria puede vivir «siglos infinitos». El olvido puede ser simplemente la falta de escritos; como Cervantes dijo en el prólogo a la primera parte del Quijote, y Don Quijote hablando con Lorenzo de Miranda (II, 18), las obras literarias son los hijos del intelecto.

Sin embargo, la vida que se consigue por estos métodos tampoco es permanente. Virgilio, por sus obras, «vivirá por todos los siglos venideros», pero únicamente «hasta que el tiempo se acabe» (La Galatea, VI); otro autor mencionado en el «Canto de Calíope» tendrá «gloria y honor mientras los cielos duran»; y la fama de Preciosa, en «La gitanilla», durará «mientras los siglos duraren». El tiempo, los cielos y los siglos acabarán con el fin del mundo: «Todas estas, y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado» (II, 8).

Es Dios quien no está sujeto al tiempo; Dios manda sobre el tiempo, al cual comenzó «dando movimiento a los cielos», los relojes celestiales. Dios puede suspender el tiempo, cosa que hizo, por ejemplo, según la Biblia (Josué, 10). Por consiguiente, «a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente» (II, 25). Estaremos con Él en «el otro siglo», después del fin del mundo y del tiempo, cuando se levantarán los muertos (I, 38), y se acabarán las mentiras (I, 45).

También fuera del poder del tiempo es la verdad. Una verdad, pues no es material, fue, es y será. La verdad es eterna. Por consiguiente, la verdad es divina: «donde está la verdad está Dios, en cuanto a verdad» (II, 3). Así entendemos mejor la oposición de Cervantes a los escritos falsos. Por un lado se opone a las historias falsas, pues «la historia es como sagrada; porque ha de ser verdadera» (II, 3); a unas historias falsas, los libros de caballerías, se opone el cura Pero Pérez, «tan buen cristiano y tan amigo de la verdad» (I, 6). (En un pasaje famoso, se especifica como de los moros -no cristianos- «no se podía esperar verdad alguna» [II, 3].)

Cervantes también se oponía a las comedias defectuosas, primero las históricas, con sólo «atribuidas verdades de historias» (I, 48), pero especialmente las religiosas, llenas de milagros falsos, «en perjuicio de la verdad y en menoscabo de las historias» (I, 48).

Quisiera volver al estudio de Kenneth Allen mencionado al principio. En su trabajo Allen estudia las referencias en el Persiles a acontecimientos externos, y halla que el tiempo externo de la obra marcha hacia atrás. Es decir, al principio de la obra los acontecimientos aludidos son de principios del siglo XVII, pero al final de la obra son de antes de 1550. En el Persiles, el tiempo anda al revés, y de una manera regular y consistente.

Según Allen, y la cifra es suya, en el Persiles pasan, al revés, 70 años. Allen se queda perplejo ante el significado de ello, pero la solución me parece evidente. Los 70 años son la vida de un hombre, y el período en el Persiles -desde poco antes de 1550 hasta comienzos del siglo XVII- corresponde a la vida de Cervantes. El autor es dios a sus personajes, encontramos plenamente documentado en el Quijote. El autor manda sobre el tiempo de ellos.

Hay otro lugar en las obras de Cervantes en el cual el tiempo anda al revés; a lo menos, esto es lo que el texto dice, aunque se ha explicado de varias maneras. Es un pasaje famoso, cuyo tema es el tiempo: «Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado, es pensar en lo escusado; antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano [se dice que "sigue" = "persigue", pero no hay otros ejemplos], el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin, ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten. Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético: porque esto de entender la ligereza e inestabilidad de la vida presente, y la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido» (II, 53). Puede ser a propósito que un filósofo mahomético, aun entendiendo la velocidad del tiempo y su carácter cíclico («a la redonda»), se equivoque en la dirección en que el tiempo vuela.

Así podemos entender, también, el poema enigmático de Lorenzo de Miranda, del cual dijo Diego Clemencín «es menester... que la redondilla dijese algo, y nada dice; que contuviese algún concepto, y no lo contiene. El sentido queda pendiente, o por mejor decir, no hay ninguno, y la copla es inanis sine mente sonus». Pero el significado parece muy claro, cambiando ligeramente la puntuación. Si pudiéramos hacer que el tiempo anduviera al revés -«si mi fue tornase a es»- no se aliviaría nuestra miseria, pues el tiempo andaría a la misma velocidad, aunque en sentido contrario: «sin esperar más, será». En vez de desear la vuelta del pasado, entonces desearíamos que llegara el futuro: «O viniese el tiempo ya de lo que será después»252.

Hay un problema con el texto de estas líneas. En la copla hallamos «O viniese el tiempo ya», y en la glosa «O volviese el tiempo ya». Estaba prohibido cambiar una palabra así al glosar. No se trata de un error autorial: en el mismo capítulo Don Quijote diserta sobre «las leyes de la glosa», y elogia mucho la glosa de Miranda. Cervantes había ganado el primer premio en una competición de glosas, en 1595, así que creo que estaría enterado de las reglas fundamentales del género. Podemos concluir que la diferencia entre la copla y la glosa fue producto de un compositor que o leyó mal, o enmendó gratuitamente algo que no entendió. Si restituimos a la copla la palabra de la glosa, para que se lea «O volviese el tiempo ya, de lo que será después», cuadra mejor con el sentido. Si el tiempo anduviera al revés, todavía nos quejaríamos, deseando no que llegara sino que volviera el futuro.

Por último, quisiera sugerir que Cervantes escribió una obra en que el tiempo y su contrario, la verdad, eran temas principales: las Semanas del jardín. No sólo las «semanas» sino también la imagen del jardín sugieren el tiempo como tema.

Cervantes habló de las Semanas del jardín en tres ocasiones. En el prólogo a las Novelas ejemplares, hay una frase famosa, que indica la estimación suya para el Persiles: «Tras ellas, si la vida no me dexa, te ofrezco los Trabajos de Persiles, libro que se atreve a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza; y primero verás, y con brevedad dilatadas, las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza, y luego las Semanas del jardín». Que las Semanas del jardín eran en efecto el proyecto siguiente al Persiles encontramos en la dedicatoria de las Ocho comedias: «Don Quijote de la Mancha queda calzadas las espuelas en su segunda parte para ir a besar los pies a V.E. Luego irá el gran Persiles, y luego Las semanas del jardín». Finalmente, en la dedicatoria del Persiles, no le quedaron en el alma sino «ciertas reliquias y asomos de las Semanas del jardín». Creo haber identificado un fragmento de esta obra, cuyo análisis, sin embargo, tendrá que esperar otro tiempo.




ArribaAbajo- VI -

Cervantes, Lope y Avellaneda253


En este artículo examinaré el mayor misterio sin resolver que rodea a Cervantes: la identidad de Alonso Fernández de Avellaneda, autor de la falsa segunda parte del Quijote254.

Uno de los pocos hechos indiscutibles sobre Avellaneda es que era, en palabras de Riquer, «un ferviente admirador de Lope de Vega» (I, lxxx). En el Quijote de Avellaneda se representa una comedia de Lope, sus versos son citados en varias ocasiones y sus damas poéticas mencionadas, y en el prólogo se defiende a Lope con enérgicas palabras. Nicolás Marín ha sugerido recientemente, con argumentos convincentes, que Lope era el autor por lo menos del prólogo de Avellaneda255. Por lo tanto, es lógico empezar examinando las relaciones de Cervantes con Lope.

Estas relaciones han sido esbozadas por Entrambasaguas256. Lope y Cervantes mantenían, al parecer, buenas relaciones hasta poco antes de la publicación del Quijote. Cada uno había alabado al otro por escrito, Cervantes en el «Canto de Calíope», de La Galatea, y Lope en La Arcadia (1599); Cervantes fue invitado a escribir un soneto preliminar para la Dragontea de Lope, publicada en 1602. Sin embargo, antes de finales de 1605, encontramos que en una famosa carta, Lope habla de Cervantes en términos muy duros257, y, aparentemente tomando un soneto de Góngora258 por obra cervantina, le atacó con violencia con otro soneto259. Alguien, si no fue el mismo Lope, se lo envió a Cervantes anónimamente, añadiendo la burla de hacerle pagar el porte260.

¿Cuál fue la causa de este cambio en la actitud de Lope? La sugerencia más comúnmente hecha es su cólera por el ataque, en el prólogo del Quijote, a su erudición superficial. No obstante, el tono de Cervantes era suave y la burla moderada; y también habla de manera poco halagüeña de sí mismo. Esto sólo no había sido la causa de una mudanza tan súbita en la actitud de Lope, y deja sin explicación el cambio en la de Cervantes. Las diferencias entre ellos se consideran un misterio261.

Sin embargo hay una explicación obvia, mencionada por ambos autores: su rivalidad sobre la comedia. El tópico era vital. Lope valoraba en mucho la composición de sus comedias, razón por la cual (y por beneficios económicos) escribió tantas, como nos dice con detalle en el prólogo de El peregrino en su patria (1604). Por sus comedias fue conocido por todos los estamentos de la sociedad madrileña, y de otros lugares; y estuvo muy solicitado por los empresarios teatrales. Sin embargo, en opinión de Cervantes esta posición la ganó injustamente: «alçósse con la monarquía cómica», dice en el prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses. Por las discusiones sobre el drama expuestas allí, en el Parnaso, Adjunta y en el Quijote, I, 48, podemos ver que Cervantes estaba resentido de su falta de éxito como autor teatral. El aplauso que él buscaba y creía que se merecía iba a otra persona, Lope.

Algo debió de suceder con respecto a las comedias de Lope poco antes de 1605. Fue entonces cuando Cervantes denunció las deficiencias de las comedias al final de la primera parte del Quijote, que, a pesar de la alabanza a la Ingratitud vengada de Lope, debió de tomarse inevitablemente como dirigida al más famoso comediógrafo. Los preliminares de la primera parte del Quijote son de finales de 1604; pero Lope respondió con un ataque, que apuntaba evidentemente a Cervantes, en el prólogo de El peregrino en su patria, algunos de cuyos preliminares son de finales de 1603 y cuya tasa está fechada el 27 de febrero de 1604. O bien él conocía el Quijote antes de su publicación (y la denuncia fue escrita antes de finales de 1603) o bien contestaba a otros ataques, presumiblemente orales. Como parte de su réplica hace una lista de todas sus obras que puede recordar. La publicación de sus obras también empezó en esta época, primero un volumen de seis obras de teatro en 1603, reunidas sin la participación de Lope (sólo dos son suyas), y después la Primera parte, impresa en 1604.

He sugerido en otro lugar que la mayoría de las «comedias nunca representadas» que Cervantes publicó son anteriores a 1605262. Cervantes también se refiere, en el prólogo a su colección de comedias y entremeses, a un intento renovado de interesar a los «actores»263 en sus obras «algunos años ha»; y esta expresión parecería indicar que habían pasado más de dos o tres años. Es una hipótesis razonable que este intento sin éxito fuese anterior a 1605, cuando estaba tratando de «sal[ir] [...] del olvido» (I, 31, 9: I, Prólogo), aunque posterior a 1603; la conversación con un actor descrita en I, 348, 1-31: I, 48 parece ser el resumen de una conversación reciente. Aquí, por lo menos, existe una posible explicación del cambio en la actitud de Cervantes hacia Lope.

¿Qué podría haber dicho Cervantes a un empresario para inducirle a representar sus obras? Podría haber aducido lo que dijo a Rodrigo Osorio en 1593: que cada una de sus obras, si se representaba, resultaría ser «una de las mejores comedias que se han representado en España»264, lo que implica, si no explícitamente, que eran mejores que las de Lope, que Cervantes encontraba -como denuncia Lope- «odiosa[s]» (Marín, «Belardo», p. 5). Que seguían «las leyes de la comedia» (Quijote, II, 350, 26: I, 48), contra cuya aplicación Lope protesta265. ¿Cómo pudo este intento de Cervantes de hacer representar sus obras, reemplazando, aunque brevemente, a otros comediógrafos, no haber llegado a los oídos de Lope?

Y ¿qué más propio para encolerizar a Lope que una declaración pública de Cervantes diciendo que sus obras eran mejores?266, ¿Qué podía enfurecerle más que la discusión de los errores de los «actores» -por qué preferían las obras de Lope a las de Cervantes-, que se encuentra en el Quijote (I, 48), en la que Cervantes alaba la habilidad de Lope pero ataca sus obras, acusándole casi abiertamente de vender su arte? ¿Qué podía tocar más en la herida que la propuesta de un examinador con autoridad para aprobar o rechazar todas las comedias (Quijote, II, 352, 21-353, 10: I, 48), cargo que Cervantes bien podría haber deseado para sí mismo?267

Hay otro campo en el que Lope podría haberse sentido atacado por Cervantes: su vida privada. El tema principal de la primera parte del Quijote es, después de la literatura, las correctas relaciones entre los sexos. La honestidad es alabada repetidamente. El protagonista, de mediana edad, está loco por las mujeres; ellas son el centro de su vida caballeresca. La mujer más importante, sobre la cual escribe versos (I, 375, 30-376, 30: I, 26), no es casta, y él le cambia el nombre y la transforma en un ser idealizado, tan lejos del original como «lo está el cielo de la tierra». Es fácil ver en ello una posible referencia a Lope, cuyas relaciones con mujeres vulgares, idealizadas y rebautizadas poéticamente en sus versos, eran bien conocidas.

En el Quijote, se ataca la mediación del «tercero». Aunque no tenemos un conocimiento tan detallado de la vida de Lope antes de 1605 como de su vida posterior, para la cual disponemos de su correspondencia con el duque de Sessa, es digno de señalar que Lope servía al duque en calidad de tal268. Es una rara coincidencia que don Quijote describa la alcahuetería como un «oficio de discretos», para el cual, lo mismo que para la comedia, debería haber un examinador (I, 304, 7-27: I, 22).

Es posible que Lope viera alusiones a sí mismo en todo eso. ¿Era ésta la intención de Cervantes? Quizás no; Cervantes estaba interesado en ayudar, educar y corregir al «vulgo», fuera noble o plebeyo, no a un «discreto» como Lope. Sin embargo, hay dos ocasiones en que Cervantes alude diáfanamente a la escandalosa vida privada de Lope. La primera es el bien conocido comentario en el prólogo a la segunda parte del Quijote: la «ocupación continua y virtuosa» de Lope (III, 28, 19-20: II, Prólogo). Ningún lector con conocimiento de la vida literaria española se hubiera tomado estas palabras al pie de la letra.

La segunda alusión se encuentra en el soneto de Gandalín a Sancho Panza: «que a solo tú nuestro español Ovidio / con buzcorona te haze reberencia» (I, 43, 26-27: I, Versos preliminares). ¿Quién fue «nuestro español Ovidio»? Los anotadores han sugerido que era el mismo Cervantes, y que Cervantes había cambiado a la gente como Ovidio hacía en las Metamorfosis. No obstante, los cambios de Ovidio eran físicos, la gente se convertía en estrellas, árboles y cosas por el estilo, mientras que los de Cervantes eran cambios sólo de nombre y conducta. Y ¿por qué Cervantes se describiría alabando sólo a Sancho, y luego con un bofetón?

Desde la Edad Media hasta el presente, y probablemente también en la Antigüedad, el nombre de Ovidio estaba asociado en toda Europa con el amor, especialmente con el sexual. En España, «los escritores de los siglos XV y XVI eran muy conscientes del prestigio de Ovidio como doctor amoris» (p. 135), una «autoridad en los principios del amor ilícito» (p. 122)269. El único hecho sobre la vida de Ovidio que era generalmente conocido era su destierro270, más que dudosa distinción que Lope había compartido. El destierro de Lope debió ser también de conocimiento general. ¿Quiénes de los que hubieran leído el Quijote antes de su publicación hubieran sido dignos, para bien o para mal, de ser llamados «nuestro español Ovidio»?271 La reacción a estos versos de Cervantes (alabando sólo a Sancho) se parece sorprendentemente a lo que oímos a Sansón sobre la reacción de un lector de la primera parte del Quijote (III, 65, 27-31: II, 3). Cervantes respondería positivamente a este comentario acrecentando el papel de Sancho en la segunda parte. Responde a las críticas, por supuesto, de varias maneras; si Sancho era demasiado ingenuo al creer que podía obtener una ínsula, lo que al parecer constituye un ataque a la verosimilitud de la obra de Cervantes (III, 65, 31-66, 2: II, 3), en la segunda parte la consigue. Sus palos se van reduciendo, seguramente reflejando un comentario sobre la primera parte (III, 64, 8-13: II, 3). Si había errores en la primera parte, detectados por un censurador escrupuloso y sin misericordia que repara en «los átomos» (III, 70, 11-12: II, 3)272, un «puntualísimo escudriñador de los átomos» (IV, 140, 7-8: II, 50) certificaría que ya no hubiera ninguno en la segunda parte. Sin embargo, hay un comentario adicional por el que Cervantes se guía: el Curioso impertinente encuentra favor («no por mala ni por mal razonada», III, 67, 20: II, 3), pero está fuera de lugar, «arrima[da] a las locuras de don Quixote [y] a las sandezes de Sancho» (IV, 65, 3-4: II, 44), y no en su sitio. Cervantes, pues, escribirá otras novelas parecidas, pero en lugar adecuado, un libro independiente.

¿Quién hizo este comentario sobre el Curioso impertinente? No podemos saberlo, pero es muy posible que fuera Lope. A Lope le gustaban las novelas de Cervantes. «En [las novelas] no le faltó gracia y estilo a Miguel de Cervantes», dijo en la dedicatoria a Las fortunas de Diana273. Cervantes esperaba «la opinión de los ingenios de España» (Quijote, III, 353, 8: I, 48), y ¿qué ingenio mayor que Lope?

Así pues, es una hipótesis razonable que la reacción de Lope ante el Quijote fuera un factor, tal vez no el único, en la decisión de Cervantes de dejar de lado la continuación del Quijote, empezada en 1605274, y trabajar en las novelas. Fue una sabia decisión, porque con las Novelas ejemplares, en efecto, Cervantes alcanzó definitivamente un éxito de crítica que le permitió publicar el Parnaso y, luego, sus comedias.

Volvamos a Avellaneda. Lope y Cervantes eran rivales; Lope tenía razón al ver en Cervantes una amenaza a su prestigio y sustento, y a sentirse ofendido por los comentarios hechos en el Quijote. Es plausible sugerir que Lope fuera el autor no sólo del prólogo, sino de todo el falso Quijote. Avellaneda era un gran admirador de Lope, y ¿qué mayor admirador de Lope que el mismo Lope? Aunque me apresuro a asegurar a mis lectores que esta identificación no se puede sustentar, déjenme analizar las razones por las que parece defendible.

El Quijote de Avellaneda es, tanto explícita como implícitamente, una réplica a la obra de Cervantes. Avellaneda quiere demostrar que es un escritor mejor y más divertido. Tiene la intención de perjudicar a Cervantes económicamente («quéxesse de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte», I, 8, 8-9). Y el libro de Avellaneda, todo el mundo está de acuerdo, tiene un mérito considerable. Era también el producto de alguien con cierta educación, que, como Lope, hace alarde de ella, usando, por ejemplo, frecuentemente el latín. Avellaneda tiene menos interés en la teoría literaria que Cervantes, y menos conocimiento de los libros de caballerías. Sin embargo, es más partidario de éstos y de los romances. Todo esto encaja con Lope275. Mientras el protagonista de Cervantes estaba loco por las mujeres, en la obra de Avellaneda el protagonista es ahora «El cavallero desamorado».

Frecuentemente Lope firma con otros nombres sus escritos276. Más aún, el Quijote de Avellaneda fue publicado por el editor de Lope, Sebastián Cormellas, con un falso pie de imprenta277, lo que en esa época era muy poco corriente; y ello bien podría reflejar alguna presión ejercida sobre Cormellas, presión que Lope estaba en buena posición para ejercer.

El extraordinario conocimiento que Avellaneda tenía de la vida y la obra de Lope es fácilmente explicable si se identifica a Lope con Avellaneda. El razonamiento de Menéndez Pelayo, según el cual Lope no pudo ser Avellaneda porque no se hace mención de ello en su correspondencia con Sessa278 no tiene mucha fuerza. Sus otros pseudónimos tampoco se citan en esta correspondencia, donde pocas veces se refiere a literatura, y Lope bien podía no haber querido dar tal información incluso en una carta privada. Avellaneda demuestra conocer Zaragoza279, pero es posible argumentar que Lope encontrara datos sobre esta zona que, por lo que yo sé, nunca visitó; y lo mismo ocurre con Lérida280. De acuerdo con Cervantes (Quijote, IV, 249, 13-14: II, 59), Avellaneda tenía en su lenguaje características aragonesas, que sin embargo están lejos de ser una evidencia definitiva; incluso eruditos aragoneses no están de acuerdo en que lo fueran281. El Quijote de Avellaneda tiene un nombre falso de autor y un falso pie de imprenta; su lenguaje podía también estar falsificado, y Lope, que usaba el habla dialectal en sus obras de teatro, era lo suficientemente habilidoso para haber hecho esto. Tal uso del lenguaje, y las referencias en el prólogo a la «ostentación de sinónimos voluntarios» (I, 9, 11-10, 1) y la ofensa a alguien que no fuera Lope (I, 9, 1-3), podrían ser un intento de dirigir las sospechas hacia otro, especialmente a Passamonte, un aragonés que es la única persona a la que se ataca por su nombre en la primera parte. La Vida de Passamonte es una obra inhábil, comparada con el Quijote de Avellaneda, y es discutible que, más que Avellaneda, Passamonte fuese alguien que Cervantes y otros lectores tenían la intención de sospechar de ser Avellaneda; crear tal pista falsa tampoco era indigna de Lope.

Sin embargo, como ya se ha declarado, esta identificación de Avellaneda con Lope no se puede mantener. Las diferencias lingüísticas y estilísticas entre el texto y el prólogo de Avellaneda, y más con los escritos fírmados por Lope, son evidentísimas. Un medio de cuantificar las diferencias lingüísticas ha sido desarrollado por Manuel Criado de Val282, y consiste en el examen de las formas condicionales de los verbos, especialmente la proporción de los imperfectos de subjuntivo en -ra y -se. Nadie, en un intento de disfrazar la autoría, alteraría deliberadamente el uso de estas formas verbales.

He aquí algunas cifras, tomadas en parte de Criado de Val y en parte recogidas por mí mismo, del uso de los verbos en forma condicional por Lope, Avellaneda y Ginés Pérez de Hita, el último candidato propuesto para la identidad de Avellaneda283:

-se(A) -ra(B) B/A -re-ría
El peregrino en su patria, Libro I 58% 26% 40% 3%14%
Las fortunas de Diana51% 32%62% 3%14%
Guzmán el bravo45%32%71%12% 12%
Quijote de Avellaneda, cap. 1 y 228458%19% 33%8%15%
Id., Los dos felices amantes65%12% 19%8%14%
Guerras civiles de Granada, cap. 1-4 51%25%49% 5%19%

Se observará que tanto Lope como Pérez de Hita usan mayor proporción de formas en «r» que Avellaneda. Y esto zanja el asunto: ni Lope ni Pérez de Hita eran Avellaneda.

Hay, sin embargo, otro candidato para la identidad de Avellaneda que recientemente ha sido propuesto. No había sido previamente considerado porque su existencia fue desconocida hasta el siglo XX. Esa persona es Gerónimo de Passamonte, autor de la Vida y travajos de Gerónimo de Passamonte, que Raymond Foulché-Delbosc publicó en 1922285.

Gerónimo de Passamonte es claramente la persona que está detrás del galeote Ginés de Passamonte de Cervantes. Ambos son autores de una Vida. Ambos han estado presos en galeras; ambos hablan varios idiomas; ambos tienen un defecto en la vista; ambos son devotos. A estas similitudes, examinadas por Alois Achleitner y Olga Kattan286, puedo añadir que Ginés tiene cadenas extra (I, 396, 19-31: I, 22), como tuvo Gerónimo (capítulo 23); Ginés se queja de que es gratuitamente «desdichado [...] porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio» (I, 309, 9-11: I, 22), y Gerónimo nos habla de una increíble serie de desgracias. Todas ellas son, en su opinión, gratuitas y en modo alguno consecuencia de sus actos.

Martín de Riquer ha propuesto, aunque con cautela, que Gerónimo de Passamonte era Avellaneda287. Esta identificación es tan plausible que la aceptaré como correcta: Passamonte satisface todos los criterios propuestos para la identificación de Avellaneda, y supera brillantemente la prueba lingüística aplicada a la candidatura de Lope.

Cervantes, por varias razones, nos dice que Avellaneda era aragonés, y Gerónimo era aragonés y estaba orgulloso de ello (capítulos 34 y 59). Una parte importante de su Vida tiene lugar en Aragón. En el Quijote de Avellaneda «Santo Domingo, los dominicos y el Rosario casi son una obsesión», y en la Vida de Passamonte «Santo Domingo y los dominicos son citados casi en cada página y tal era su devoción al Rosario que afirma que rezaba cinco diarios y, en algunas ocasiones, hasta quince»288. Avellaneda se queja, en el prólogo, de que Cervantes había usado ostentosamente sinónimos «voluntarios» en la primera parte del Quijote (I, 9, 11-10, 1). En ella, el nombre Ginés de Passamonte se convierte en Ginesillo de Parapilla, para irritación de Ginés (I, 307, 10-31 y 314, 2-10: I, 22), lo que realmente constituye un ejemplo de un sinónimo voluntario289.

Riquer ha señalado también que Passamonte omite «artículos», lo que Cervantes mencionaba como una característica del lenguaje de Avellaneda290. Cuando examinamos las formas del imperfecto de subjuntivo en la Vida de Passamonte, encontramos que él, como Avellaneda, tiene una proporción baja de formas en «r»:

-se(A)-ra(B)B/A-re-ría
Vida de Gerónimo de Passamonte, 1-20, 58-60.71%10%14%6%14%

Aunque ninguno de estos argumentos bastaría por sí solo, tomados en conjunto son fuertes. Passamonte, descrito por Cervantes como un autor en ciernes pero incompetente,«buena voya» como Avellaneda le llama al principio (I, 23, 8), era Avellaneda. Además, es muy probable que Cervantes supiera todo esto, ya que nos dice que sabía que Avellaneda era un pseudónimo y que no procedía de Tordesillas (Quijote, III, 27, 6-8: II, Prólogo; III, 28, 29-31: II, Prólogo; IV, 405, 17: II, 74), y demuestra, en la segunda parte, capítulo 62, que sabía que el libro había sido impreso en Barcelona.

Es apropiado, pues, examinar a Passamonte, el hombre y el personaje. Debe notarse, ante todo, que Ginés es el personaje más problemático del Quijote. Es su robo del rucio lo que falta en la narración291, con el resultado de una inconsistencia evidente en el relato. Es también el personaje que más cambia; su transformación de un criminal decidido e ingrato en el inofensivo titiritero Maese Pedro, a quien don Quijote y Sancho no reconocen, es brusco e insatisfactorio. La fama de Maese Pedro en la «Mancha de Aragón» (III, 318, 19: II, 25) es irreconciliable con el corto tiempo que ha pasado desde la liberación de Ginés en la primera parte. Reaparece en un momento crítico de la segunda parte, también, en el que tácitamente se recorren muchas tierras, y don Quijote y Sancho tienen una aventura, la del «barco encantado», que parece fuera de contexto. He sugerido que este es el punto en el que el texto es interrumpido y recuperado años más tarde292.

Cervantes describe a Passamonte como un «grande bellaco», «ladrón de más de la marca», con «más delitos que todos los otros [galeotes] juntos», «nada bien sufrido» (I, 306, 32; 302, 2; 307, 21; 314, 6: I, 22), y como un «embustero y grandíssimo maleador» (III, 73, 13-14: II, 4). Passamonte, por otra parte, se describe a sí mismo como la víctima inocente de un impresionante número de «traiciones», un soldado honrado, devoto y de vida limpia. ¿Cuál de ellos tiene mayor derecho a nuestro crédito? Creo que Cervantes, tan preocupado por la verdad, es claramente el que lo merece, pues no tiene motivos para decepcionarnos, y Passamonte es el autor de la decepción más grande de la literatura española. No es seguro que Cervantes hubiera leído la Vida de Passamonte; en III, 431, 12-14: II, 27 encontramos que las «infinitas vellaquerías y delitos» de Ginés «fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos», y la vida de Gerónimo no es una historia de bellaquerías, sino de desgracias. Sin embargo debe señalarse también que en el episodio de los galeotes, Ginés dice que su Vida «trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas, que no puede aver mentiras que se le igualen» (I, 308, 15-18: I, 22). Ésta es una afirmación importante en un autor como Cervantes, que creía que un libro debería contener precisamente «verdades lindas y donosas». Que no se haga ningún comentario sobre ellas, que nadie diga que es una vergüenza para un autor veraz, y por lo tanto virtuoso, ser condenado a galeras, implica que la Vida de Passamonte está llena de mentiras.

Que la Vida de Passamonte no puede ser fiel, que en ella no se narra verazmente, es una conclusión que convence fácilmente al lector. En las cartas que acompañan a la Vida, por ejemplo, encontramos que fue enviada a las autoridades eclesiásticas de Nápoles para su censura, ya que Gerónimo había sido acusado de herejía. No hay nada en su autobiografía que explique esta acusación. Randolph D. Pope, en su estudio sobre autobiografías españolas, sugiere que Passamonte podía haber sido un desequilibrado293. Pope también experimenta «dudas [...] sobre la sinceridad de la vida religiosa de Passamonte» (p. 132), quien se describe a sí mismo esperando a que abrieran la puerta de la iglesia y permaneciendo «dos o tres horas [...] de rodillas oyendo missas y rezando» (capítulo 34), conducta poco normal incluso en el apasionadamente religioso Siglo de Oro. Y finalmente, comparando la Vida de Passamonte con otras autobiografías españolas de la época, Pope encuentra que la suya es la más literaria (p. 139).

Todo lector de la Vida de Passamonte se da cuenta de los sorprendentes paralelos entre su vida y la de Cervantes. Ambos fueron soldados, y ambos fueron heridos por un «arcabuzazo» (prólogo a las Novelas ejemplares; Vida, capítulo 17). Ambos participaron en Lepanto, aunque Passamonte no da ninguna descripción de esta famosa batalla. Ambos fueron cautivos, aunque Passamonte, a pesar de ofrecernos muchos menos detalles, declara haber pasado mucho más tiempo que Cervantes, dieciocho años, más que cualquier cautivo que no renegara294. Ambos fueron encerrados en un «baño» (Vida, capítulo 26). Ambos organizaron huidas sin éxito, y cuando fueron capturados asumieron para sí mismos toda la responsabilidad. Ambos buscaron sin éxito recompensas oficiales por sus desgracias.

Ya hemos visto que Passamonte tomó elementos de Cervantes al escribir su continuación del Quijote. Bien pudiera haber hecho lo mismo en su autobiografía. Cervantes alardeaba de su carrera militar, que tan a menudo menciona en sus obras. Debió hablar de ella frecuentemente, como respuesta a las preguntas que naturalmente provocaría su manquedad.

¿Qué fue lo que llevó a Cervantes a incluir a Passamonte en el Quijote, a suprimir el episodio del robo del rucio, y a transformarlo en un titiritero? ¿Cuál es el significado del epíteto Ginesillo de Parapilla (I, 307, 11-31: I, 22)? No hay respuestas a estas preguntas. Probablemente nunca sabremos cuál fue la verdadera vida de Passamonte o qué crímenes cometió, si es que cometió alguno. Existe sólo la sospecha de que Cervantes lo había ayudado, como don Quijote hizo, y que esta ayuda fue mal correspondida295. «El hazer bien a villanos es echar agua en la mar», dice don Quijote (I, 316, 8-9: I, 23); la acción de don Quijote al liberarlo «después le fue mal agradecido y peor pagado» (III, 340, 25-26, II, 27). Se insiste en el Quijote sobre el mal de la ingratitud296; pero no iré tan lejos como para suponer, con Achleitner, que Passamonte era uno de aquellos que Cervantes había ayudado a escapar de cautividad. No obstante es posible que Cervantes hubiera ayudado a Passamonte, y fue luego tratado mezquinamente por él, como lo fue don Quijote.

Vale la pena también sugerir que a Cervantes se le dijo o se le presionó para alterar su tratamiento de Passamonte, suprimiendo el robo del rucio y transformándolo en un ser inofensivo, aunque en términos cervantinos todavía de carácter pernicioso297. Passamonte tenía la influencia necesaria para lograr que se publicara su libro, y de una manera muy inusual. El impresor que lo publicó, con un pie de imprenta falso (acto que acarreaba algún riesgo), era el impresor de Lope, Sebastián Cormellas, como al parecer Cervantes señala al describir la impresión de la obra de Avellaneda durante la visita de don Quijote a la imprenta barcelonesa. La atribución a Lope del prólogo del Quijote de Avellaneda ha sido muy bien defendida. Lope, pues, seguramente ayudó a Passamonte. Sin embargo hay otra persona que le ayudó también, cuyo nombre es el único vínculo entre Passamonte, Lope y Cervantes: Lemos. De acuerdo con su Vida, Passamonte recibió una ayuda considerable del conde de Lemos, padre del conde que ayudó a Cervantes298; y a menudo se olvida que Lope, antes de entrar al servicio del duque de Sessa, fue secretario del futuro protector de Cervantes.

La asociación de Cervantes con Lemos no es, por supuesto, conocida en aquella época. Hay todavía varios misterios inexplicados, y quizá inexplicables, que rodean a Passamonte; el más preocupante de éstos es la diferencia que existe entre la destreza literaria de la Vida y el falso Quijote. Sólo podemos suponer que Passamonte recibió alguna educación literaria, que fue ayudado, y que lo escribió con esmero.

En conclusión, me gustaría señalar dos aspectos en los cuales puede percibirse una reacción de Cervantes frente a Passamonte. El primero es zaragozano. La decisión de don Quijote de «no pon[er] los pies en Zaragoza» (IV, 253, 10: II, 59), después de tener noticia del libro de Avellaneda por un cierto Gerónimo y su amigo Juan, es por supuesto una reacción contra el libro de Avellaneda. Sin embargo, la elección de Zaragoza como destino, donde don Quijote esperaba «ganar fama sobre todos los caballeros aragoneses» (III, 76, 7-8: II, 4), puede ser vista como una reacción contra el aragonés Passamonte, y el retablo de Maese Pedro cuenta una vileza ocurrida en Zaragoza. También se puede detectar una reacción de los aragoneses ante este tratamiento de su ciudad y ante el elogio cervantino de Barcelona299. Así como Lope es el único escritor contemporáneo que defiende los libros de caballerías después de la publicación del Quijote (véase nota 270), Zaragoza es la única ciudad en la cual un libro de caballerías fue reimpreso, y además con éxito, después del Quijote300. Es también la única ciudad donde consta alguna reacción al libro de Avellaneda301.

Finalmente, es posible ver la Historia del cautivo, una narración en la que la verdad es un tema importante302, como una respuesta a la Vida de Passamonte. Así como la Vida contiene muchos paralelos con la vida de Cervantes, a sí ocurrió con la de soldado de Cervantes, con tantos paralelos que John J. Allen toma de ella información sobre la carrera militar del escritor303. Passamonte presentó erróneamente la vida de un soldado y los sufrimientos del cautiverio; Cervantes nos ofrece la verdad.




ArribaAbajo- VII -

El rucio de Sancho y la fecha de composición de la segunda parte del Quijote304


Entre las dos ediciones de la primera parte del Quijote que en 1605 hizo Juan de la Cuesta hay importantes diferencias textuales; las más importantes están en el episodio del robo y recuperación del rucio de Sancho. En la primera edición, que apareció en enero de 1605305, encontramos de repente en el capítulo 25, después de mencionar el rucio como presente, que Sancho se queja por el robo de que fue objeto, sin que haya discusión o referencia a éste. Veinte capítulos más adelante aparece otra vez el rucio, sin que se nos haya facilitado explicación alguna sobre su recuperación. En la segunda edición de Juan de la Cuesta, que apareció hacia junio de 1605306, hallamos dos pasajes no presentes en la primera edición: el primero -en el capítulo 23- describe el robo del asno; el segundo -capítulo 30- habla de su recuperación. En este trabajo examinamos las implicaciones cronológicas de estas inconsistencias.

Nadie que estudie el Quijote puede dejar de darse cuenta de las contradicciones de la primera edición, porque, para nuestra sorpresa, se discuten en la novela misma. En el tercer capítulo de la segunda parte don Quijote dice a Sansón Carrasco, «El [libro] que de mí trata [...] a pocos avrá contentado», y Sansón le responde: «antes es al revés, que como de stultorum infinitus est numerus, infinitos son los que han gustado de la tal historia; y algunos han puesto falta y dólo en la memoria del autor, pues se le olvida de contar quién fue el ladrón que hurtó el ruzio a Sancho, que allí no se declara, y sólo se infiere de lo escrito que se le hurtaron, y de allí a poco le vemos a cavallo sobre el mesmo jumento, sin aver parecido» (III, 69, 25-70, 4: II, 3). El comentario de Sansón, claro, sólo se refiere a la primera edición.

Tenemos que contestar a dos preguntas: ¿a qué se deben las incongruencias de la primera edición, y de qué manos son las correcciones de la segunda edición de Juan de la Cuesta? En cuanto a aquélla, todavía encontramos la sugerencia de que los defectos de la primera edición se explican por algún error del impresor. Esta explicación también se encuentra en el Quijote, al principio de la aventura del rebuzno, donde se lee: «Este Ginés de Passamonte, a quien don Quijote llamaba Ginessillo de Parapilla, fue el que hurtó a Sancho Pança el ruzio; que por no haberse puesto el cómo ni el quándo en la primera parte, por culpa de los impressores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta» (III, 340, 27-341, 4: II, 27).

Esta explicación es inaceptable. Los errores de imprenta son explicables como descuidos -una línea o palabra se salta, una letra leída como otra. Ningún impresor eliminaría dos pasajes diferentes en dos capítulos tan separados uno del otro, y que tratan el mismo tema. Si, en efecto, el culpable de la omisión fuera el impresor, nada más sencillo que corregir el error en la siguiente edición; pero la segunda de Juan de la Cuesta no consigue la corrección. Aunque se menciona el robo del asno en el capítulo 23, Sancho sigue montado en él en el mismo capítulo y en el 25. En pocas palabras, de ninguna manera un error accidental del cajista puede explicar las incongruencias de la primera edición de Juan de la Cuesta307.

Debe advertirse, además, que fue Cide Hamete quien sugirió que la culpa era del impresor, y que los errores que trata de explicar son, en el contexto de la novela, sus propios errores. Deberíamos recordar también que, según don Quijote, «de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas» (II, 60, 28-61, 1: II, 3), y según Cervantes, es «muy propio de los de aquella nación ser mentirosos» (I, 132, 18-19: I, 9). Como para acentuar lo poco confiable que es Cide Hamete, sólo pocas líneas antes de sugerir que las faltas son de los impresores, el capítulo se abre con la siguiente introducción: «Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: "Juro como católico christiano" [...] Siendo él moro, como sin duda lo era, no quiso decir otra cosa sino que así como el católico cristiano cuando jura, jura o deve jurar verdad y dezirla en lo que dixere, así él la dezía, como si jurara como christiano católico, en lo que quería escrivir de don Quixote» (III, 340, 7-17: II, 27).

Geoffrey Stagg ha propuesto una explicación más satisfactoria de las incongruencias de la primera edición. Por un estudio de la consistencia de la narración, concluye que el episodio de Grisóstomo y Marcela se hallaba originalmente en una sección más avanzada de la primera parte, y fue cambiada a donde ahora se halla, en los capítulos 11-14; el cambio provocó, entre otras cosas, una equivocación en el epígrafe del capítulo 10308. Sugiere Stagg que el robo del asno era originalmente parte del episodio pastoril, suprimido cuando éste cambió de lugar.

Por consiguiente, Cervantes no se dio cuenta de las contradicciones resultantes hasta que se las mostraron después de la publicación de la primera edición; como señala Sansón Carrasco en la conversación en que se mencionan por primera vez los descuidos relativos al asno: «como las obras impressas se miran despacio, fácilmente se veen sus faltas [...] Quisiera yo que los tales censuradores fueran más misericordiosos y menos escrupulosos, sin atenerse a los átomos del sol claríssimo de la obra de que murmuran; que [...] aliquando bonus dormitat Homerus» (II, 69, 25-70, 14: II, 3). Los pasajes interpolados, entonces, si no fueron omitidos en la primera edición, fueron escritos después de la aparición de ésta, en 1605, para que se incluyeran en la segunda edición de Cuesta.

Tenemos ahora que decidir la autoría de esos pasajes, problema que sólo podemos resolver examinando el texto, nuestra única prueba. El primer y más extenso pasaje, dice, en parte, así: «Dormía Sancho Pança, hurtóle su jumento, y antes que amaneciesse se halló bien lexos de poder ser hallado. Salió el aurora alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Pança, porque halló menos su ruzio; el cual, viéndose sin él, començó a hazer el más triste y doloroso llanto del mundo; y fue de manera que don Quixote despertó a las vozes y oyó que en ellas dezía: "¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi muger, embidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y, finalmente, sustentador de la mitad de mi persona...!"» (II, 496: I, 23).

Estamos de acuerdo con la conclusión de Martín de Riquer, «el estilo de esta larga adición revela, sin lugar a dudas, la pluma de Cervantes»309. Es imposible que el trozo haya sido escrito por otro. La exagerada preocupación de Sancho310, la sucesión de frases breves y rápidas, la oposición «alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho», son típicamente cervantinas311. Además, no eran conocidas como tal en aquel momento, en el cual el concepto del inconfundible estilo personal del autor (y más aún del prosista) apenas existía312. Incluso conocer la personalidad de Sancho, tal como la conocemos nosotros para que nos parezca auténtico su llanto, revelaría una anacrónica y rapidísima lectura atenta. Avellaneda imitó los temas, tal como los entendía y con atención principal al comienzo de la obra cervantina. No imitó el lenguaje ni el estilo de Cervantes.

Todavía tenemos que enfrentarnos con el hecho de que las inconsecuencias que atañen al asno de Sancho se discuten en la segunda parte, cuando ya estaban corregidas en 1605 en la segunda edición de Juan de la Cuesta, y en todas las ediciones posteriores. ¿Por qué Cervantes pondría en boca de sus personajes esa llamada de atención a un error que se había corregido casi diez años atrás? Riquer supone que el incluir estos textos supuestamente traspapelados en la segunda edición de Cuesta era obra del impresor, no de Cervantes. Por ello se colocaron en lugar incorrecto, y Cervantes no hizo nada para cambiar las ediciones mal corregidas313. Hay, sin embargo, una solución más sencilla y elegante: el capítulo 3 de la segunda parte del Quijote, donde se trata el tema, fue, en realidad, escrito en 1605, después de la publicación de la primera parte, pero antes de que se hicieran las correcciones en la segunda edición de Juan de la Cuesta.

Esta conclusión no está en desacuerdo con la algo confusa cronología cervantina314, ni con el tiempo ficcional de los primeros capítulos de la segunda parte. En ellos, don Quijote se sorprende ante el hecho de que la historia de sus aventuras esté ya impresa, «pues aún no estaba enxuta en la cuchilla de su espada la sangre de los enemigos que avía muerto» en la primera parte (III, 60, 8-11: II, 3). «Los cardenales [...] aún se están frescos en las costillas» de Sancho (III, 65, 13-14: II, 3), y según Sansón Carrasco, «andava ya en libros la historia de vuestra merced» (III, 58, 4-5: II, 2). Don Quijote había guardado cama durante casi un mes desde que, enjaulado, regresó a su pueblo al final de la primera parte (III, 35, 7: II, 1); en febrero, un mes después de la publicación de la primera edición de Juan de la Cuesta, apareció la primera de las ediciones no autorizadas a las que se alude en II, 3315.

Supongo, pues, que algunos capítulos de la segunda parte del Quijote se escribieron en 1605, poco después de la publicación de la primera. Es obvio, sin embargo, que no toda la segunda parte fue escrita en ese año, puesto que contiene numerosas referencias al Quijote de Avellaneda, publicado en 1614, y a la expulsión de los moriscos, que aconteció en 1609-1610. En algún momento, pues, Cervantes dejó de escribir la segunda parte para retomarla años más tarde316. Ese momento debe ser posterior a los capítulos 3 y 4, donde las equivocaciones se señalan por primera vez y en donde Sancho describe improvisadamente cómo, puesto que estaba dormido cuando ocurrió el robo, éste pasó desapercibido en la primera parte. Tiene que ser anterior al capítulo 59, en el que por primera vez se nombra el Quijote de Avellaneda; en realidad debe ser anterior al capítulo 36, en el cual Sancho termina la carta a su mujer «a veinte de julio 1614», fecha que por lo general, y creo que correctamente, se toma como aquella en la que Cervantes estaba escribiendo el capítulo. Si es anterior al capítulo 36, difícilmente no sería anterior al capítulo 30, cuando se comienza la visita al castillo ducal.

Poco antes del capítulo 30 tenemos unas particularidades textuales que pueden reflejar una costura. Aquí encontramos (capítulo 29) la aventura del barco encantado, que no encaja bien con los capítulos que la rodean317. Más significativo aún, en este momento de la segunda parte encontramos un gran salto geográfico; según José Terrero, Cervantes escribió allí «una de las páginas más antigeográficas de su gloriosa novela»318. Don Quijote y Sancho estaban en Castilla la Nueva, visitando la cueva de Montesinos, fueron luego al pueblo de los rebuznadores, que queda a pocas leguas (Terrero, p. 184). Después de un viaje de sólo dos días, los encontramos a las riberas del Ebro, a unos quinientos kilómetros del lugar de partida.

En el capítulo 27 tenemos la sorprendente identificación de Maese Pedro con Ginés de Passamonte. El poco tiempo transcurrido desde la liberación de los galeotes difícilmente concuerda con la fama de Maese Pedro como titiritero. Por última vez se recuerdan los supuestos errores del impresor y el apodo Ginesillo de Parapilla. El capítulo 28 comienza con una sentencia, recurso estilístico tardío y típico del Persiles que hasta entonces no había aparecido en el Quijote. Todo ello sugiere que fue poco antes del capítulo 30 donde Cervantes dejó de escribir la segunda parte, para retomarla años después. Con el capítulo 30 comenzamos la visita a los duques, no sólo el episodio más extenso de la segunda parte sino una prolongada demora en un solo lugar, acabando con el «descubrimiento» de Avellaneda y la decisión de cambiar de itinerario319. En el capítulo 30 encontramos la primera e imprecisa alusión a una distorsionada continuación del Quijote: «"Este vuestro señor, ¿no es uno de quien anda impressa una historia que se llama del Ingenioso Hidalgo don Quixote de la Mancha...?" "El mesmo es, señora", respondió Sancho, "y aquel escudero suyo que anda, o deve andar, en la tal historia, a quien llaman Sancho Pança, soy yo, si no es que me trocaron en [...] la estampa"» (III, 371, 3-13: II, 30)320.






ArribaProcedencia de los artículos incluidos en esta colección

  1. «¿Tenía Cervantes una biblioteca?»: «Did Cervantes have a library?», Hispanic studies in honor of Alan D. Deyermond: A North American tribute, ed. John S. Miletich (Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1986), pp. 93-106.
  2. «Cervantes y Tasso vueltos a examinar»: «Cervantes and Tasso reexamined», Kentucky Romance Quarterly, tomo 31 (1984), 305-17.
  3. «El romance visto por Cervantes»: «The romance as seen by Cervantes», Anuario de Filología Española (El Crotalón), tomo 1 (1984), 177-92.
  4. «Repaso crítico de las atribuciones cervantinas»: Nueva Revista de Filología Hispánica, tomo 38 (1990), 477-92.
  5. «La teoría cervantina del tiempo»: Actas del noveno congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Frankfurt: Dieten, 1989), I, 433-39.
  6. «Cervantes, Lope y Avellaneda»: «Cervantes, Lope, and Avellaneda», Josep Maria Solá-Solé: Homage, homenaje, homenatge (Barcelona: Puvill, 1984), II, 171-83.
  7. «El rucio de Sancho y la fecha de composición de la segunda parte del Quijote». «Sancho's rucio and the date of composition of Don Quijote, Part II», Studies in the Spanish Golden Age: Cervantes and Lope, eds. Dana E. Drake y José Madrigal (Miami: Universal, 1977), pp. 21-32 (una versión anterior en Nueva Revista de Filología Hispánica, tomo 25 (1976), 94-102).

Todos los artículos han sido retocados y puestos al día.