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81

«Estoy convencido de que estamos tratando de un caso de influencia directa» (p. 102, n.)

 

82

Cervantes (Oxford: Clarendon Press, 1940), p. 18.

 

83

Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de las ideas estéticas en España, edición nacional (Madrid: CSIC, 1962), II, 211.

 

84

Arturo Marasso, citado en Alban Forcione, «Cervantes, Tasso, and the Romazi polemic», Revue de Littérature Comparée, tomo 44 (1970), 433-43, en pp. 433-34.

 

85

Estas cuatro fuentes para sus ideas literarias fueron trazadas por E. C. Riley, Cervantes's theory of the novel (Oxford: Clarendon Press, 1962), p. 6.

 

86

Joaquín Arce, Tasso y la poesía española (Barcelona: Planeta, 1973), dice: «aun cuando no le cita ni una sola vez, es incuestionable que Alonso López Pinciano ha tenido muy en cuenta al italiano» (p. 88). La compleja cuestión de las fuentes de López Pinciano, está en gran parte sin estudiar, aunque Sanford Shepard ha examinado «Las huellas de Escalígero en la Philosophía antigua poética de Alonso López Pinciano», Revista de Filología Española, tomo 45 (1962), 311-17, y Judy B. McInis, «Allegory, mimesis, and the Italian critical tradition in Alonso López Pinciano's Philosophía antigua poética», Hispano-Italic Studies, Núm. 1 (1976), 9-22, ofrece algunos comentarios útiles sobre todos los predecesores italianos de El Pinciano. Antonio Vilanova, «Preceptistas de los siglos XVI y XVII», en Historia general de las literaturas hispánicas, III, reimpreso con un nuevo capítulo (Barcelona: Vergara, 1969), 567-614, en p. 604, declara que López Pinciano, además de Vida y Escalígero, a quienes cita, «además de Robortelli y Castelvetro, conoce las poéticas del Minturno y de Fracastoro y sigue con especial preferencia los Discorsi del poema eroico de Torquato Tasso».

 

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La única universidad italiana mencionada en las obras de Cervantes es la de Bolonia, donde había y todavía hay un Colegio Mayor español (La señora Cornelia, III, 69, 25-70, 3) y hay sólo una referencia de segunda mano a una academia italiana, donde la cuestión del día era una ya discutida en España y sobre la cual los peregrinos tenían mucho que decir: «si podía aver amor sin zelos» (Persiles, II, 182, 23-31: III, 19).

Aunque don Quijote llamó al italiano una «lengua fácil» (IV, 295, 18-19: II, 62), y Cervantes se describe a sí mismo como capaz de conversar en esa lengua (Parnaso, 117, 11-18: VII), los viajeros ficticios de Cervantes tienen poco trato con los italianos, y esto es especialmente significativo si tenemos en cuenta cuántas conversaciones amenas hay en las obras cervantinas y cuánto se enorgullecía él de tener buenos amigos (Novelas ejemplares, I, 20, 7: Prólogo). Cervantes hace dos veces la observación de que en Lucca los españoles son tratados mejor que en cualquier otra ciudad italiana (Licenciado Vidriera, II, 80, 6-9; Persiles, II, 184, 4-10: III, 19), lo que supone que él había tratado algo menos que cordialmente.

 

88

En Ariosto, por ejemplo, los españoles son sarracenos, aliados de los infieles contra los cristianos.

 

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Las citas siguientes son del capítulo sobre Tasso en la History of Italian literature de Francisco de Sanctis, traducción de Joan Redfern (New York: Harcourt Brace, 1931), vol. II: «La única excepción [al progreso político europeo] era Italia. Los italianos no sólo no estaban fundando su patria, sino que habían perdido totalmente su independencia, su libertad y el lugar preeminente que habían mantenido hasta entonces en la historia del mundo» (p. 622). «Los sentimientos por el arte estaban agotados, y la inspiración y la espontaneidad en la composición y el juicio estaban deteriorados por razonamientos fundados en concepciones de crítica admitidas por todos y considerados como la Sagrada Escritura» (p. 636). «En Italia no había ningún debate porque no había conciencia alguna, es decir, ni convicciones, ni pasiones religiosas, morales o políticas» (p. 627). «En Italia resultó tan difícil restaurar la fe como la moralidad. El único resultado fue la hipocresía, la observancia inconsciente de las formas. Los hombres sensatos se disimulaban en su habla y costumbres, y en los asuntos públicos y privados: una inmoralidad tan profunda que la conciencia quedó impotente y al conjunto de la vida se le privó de su dignidad» (pp. 625-26). Los italianos, en general, echaban la culpa de la decandencia de Italia, y muchos todavía lo hacen, a la dominación española, a la Contrarreforma y a la Inquisición.

 

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«La literatura era sólo un mecanismo, un artificio técnico; la gente buscaba los ejemplos que se encontraban en los escritores, en vez de las razones intrínsecas por las formas en sus relaciones con las cosas» (De Sanctis, p. 633). «[De la vida literaria italiana] no quedaron más que rencores, pequeñas pasiones, acusaciones, calumnias, disputas bizantinas sobre cuestiones gramaticales, en resumen, lo más vulgar y pedante de aquella vida» (p. 635).