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¡Qué diferencia entre la noble independencia del Consejo de Indias español, y la servil Cámara estrellada de los ingleses! (N. del A.)

 

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«El Aristótel dice que este mundo es pequeño, y es el agua muy poca, y que fácilmente se puede pasar de España a las Indias, y esto confirma el Avenruyz, etc.». (Historia del tercer viaje de Colón). (N. del A.)

 

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Colón de propia cuenta, me parece, ingirió en estos versos lo siguiente: «y un nuevo marinero como aquel que fue guía de Jasón que hubo nombre Tiphis». (N. del A.)

 

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En la obra titulada Antiquitates Americanæ ha publicado el señor Rafn, que el descubrimiento de la América se debe a los escandinavos. Biorn Keriulfson en 986, fue su descubridor. Da noticias también en dicha obra acerca de la geografía, hidrografía, producciones, historia natural y astronomía de los países conocidos desde el siglo X. Relación de Carl Christian Rafn a la sociedad de anticuarios del norte, establecida en Copenhague. (N. del A.)

 

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Yo nunca he tenido esta opinión por cosa probable. Me fundo en las mismas leyes físicas de la naturaleza.

Los españoles navegaban mucho, es cierto al norte de Europa, pero los temporales que se experimentan en todos los mares occidentales de Europa y costas del sud de España, son precisamente de fuertes vientos del suroeste, o del oeste y muy arriba del noroeste; es decir, los que no podían llevar a América ninguna nave que se dirigiera desde España o Portugal al note de Europa; es verdad que a veces ventean con fuerza los noroeste frente al canal de la Mancha y aun de Galicia; pero no lo es menos que pierden su fuerza a unas ciento cincuenta leguas al oeste de las Azores y que no son verdaderamente atemporalados. No olvidemos además que las corrientes van de América a Europa en tales latitudes, nueva dificultad para el viaje.

Si el buque venía de las posesiones portuguesas del África para Portugal o España, los vientos fuertes que se encuentran en el hemisferio sur podrían a lo sumo, y por una gran casualidad, llevar la nave al Cabo de San Agustín en el Brasil, pero de ningún modo a la Española. En el hemisferio del norte y viniendo de África a Europa, no hay sino los vientos alisios que nunca tienen fuerza para separar notablemente de su rumbo a ninguna embarcación de mediano porte. Mucho más fácil es hallar la América yendo de España al sur de África que volviendo. Yendo descubrió por casualidad el Brasil Álvarez Cabral, poco después que Colón la América. Y aquí es ocasión de notar, que si nadie hubiera aceptado las propuestas de Colón, la América se hubiera descubierto muy pronto. (N. del A.)

 

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Figura retórica, pues es de creer que Colón no hubiera olvidado tan pronto a los religiosos y profesores de Salamanca. (N. del A.)

 

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Herrera dice que pusieron medio cuento de maravedís. (N. del A.)

 

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En la sesión celebrada en París el 27 de agosto de 1878 por la Asociación francesa para el adelanto de las ciencias, se presentó una carta hecha por el piloto mallorquín Gabriel de Vallseca, en el año de 1447 (Ribeiro dos Santos dice que en 1439), que marca el litoral del Mediterráneo. Las costas de Italia y de Argelia están dibujadas cuidadosamente, pero todavía descuellan las de Mallorca, patria del autor, de tal modo que hoy no se hace nada mejor, (palabras de la Asociación). Por dicha carta pagó Américo Vespucci ciento treinta ducados de oro, y actualmente vale «plusieurs centaines de mil francs». (N. del A.)

 

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No vaya a suponer el lector que los quiera graduar de sapientísimos cosmógrafos; y pues viene a pelo, trasladaré de las Disquisiciones náuticas del señor don Cesáreo Fernández Duro la chistosa burla que el madrileño don Eugenio de Salazar hizo de la ciencia náutica de los pilotos de 1573, para que por ella deduzcamos a qué altura estaría en 1492: «Es de ver, dice, al piloto tomar la estrella, verle tomar la ballestilla, poner la sonaja y asestar al Norte y al cabo dar tres o cuatro mil leguas de él; verle después tomar al mediodía el astrolabio en la mano, alzar los ojos al sol, procurar que entre por las puertas de su astrolabio, y aun no lo puede acabar con él, y verle mirar luego su regimiento, y en fin, echar su bajo juicio a montón sobre la altura del Sol... Tomar la altura a un poco más o menos, y espacio de una cabeza de alfiler en su instrumento, os hará dar más de quinientas leguas de yerro en el juicio. Qué es verlos preguntar unos a otros: ¿cuántos grados ha tomado vuestra merced? Uno dice: diez y seis. Otro: veinte escasos, y otro: trece y medio. Luego se preguntan: ¿cómo está vuestra merced con la tierra? Uno dice: yo me hallo cuarenta leguas de tierra. Otro: yo ciento y cincuenta. Otro dice: yo me hallé esta mañana noventa y dos leguas.

Por lo que atañe a los instrumentos náuticos, los vemos muy aptos para obtener con ellos resultados monstruosos. Podemos rastrear de qué jaez serían los que usó Colón, cuando entre los dados al Cosmógrafo de una armada de galeones para hallar la longitud, figura «un tablón de nogal con un círculo dividido en sesenta partes, de una vara en cuadro, poco más o menos, y con él dos renglones de la mesma madera, de una vara en largo, etc.». El astrolabio de Bartolomé Díaz era de palo, de tres palmos de diámetro y se armaba en tres barrotes a manera de cabria. (N. del A.)

 

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«En este tiempo de tanta necesidad se comieron los cripstiatianos quantos perros gosques avía en esta isla... Ni perdonaron lagartos, ni lagartijas, ni culebras... no faltaba a la necesidad apetito para comer estas cosas tan enemigas de la salud e tan temerosas a la vista. De lo cual y de la humedad grandísima desta tierra, muchas dolencias graves e incurables a los que quedaron con la vida se le siguieron... cuando tornaban a España algunos de los que venían en esta demanda del oro, si hallá volvían, era con la misma color dél; no con aquel lustre, sino hechos azamboas e de color de azafrán o tericia; e tan enfermos que luego o desde a poco que allá tornaban se morían». (Oviedo, libro II, capítulo XIII). (N. del A.)

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