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F. Novati, l. c., pp. 287-288, encariñado con la idea de considerar Versa est in luctum como «l’ultima poesia di Gualtiero», niega la atribución de Dum Galterus egrotaret [= MSG, núm. 18] a nuestro autor. Claro es que ni uno ni otro poema puede situarse con mediana certeza en el itinerario de Gautier (pese a A. Wilmart, «Poèmes de Gautier...», pp. 153-154). ¿Qué pensaríamos de la epístola XIV de Pedro de Blois, escrita también «in amaritudine animae meae» (= Job, X, 1), si no contáramos con el contrapeso posterior de su carta CL: «in angustia corporis et mortis periculo constitutus scripsi vobis epistolam... Eo enim tempore gravi aegritudine tactus et ideo gravi poenitentia ductus, non solum curiam, sed mundum et omnia quae mundi sunt immunda et damnabilia reputabam», etc. (PL, CCVII, cols. 51, 440)? Cf. P. Dronke, «Peter of Blois and Poetry at the Court of Henry II», Mediaeval Studies, XXXVIII (1976), pp. 194-195 (y 190, sobre Gautier: «there is no way of assigning his profanities to an earlier period, his spirituality to a later»). Para fechar Versa est in luctum, las apariencias ‘autobiográficas’ me parecen incluso más débiles que los contactos de la pieza con Quis furor, o cives, y Dum contemplor animo (MSG, núms. 15 y 16) en relación con el tema de los «Antichristi... precessores».

 

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El presente estudio apareció primero en inglés, en cortísima tirada y en edición no venal, como probatura tipográfica de las Publicaciones del Seminario de literatura medieval y humanística de la Universidad Autónoma de Barcelona: On Source, Meaning and Form in Walter of Châtillon’s «Versa est in luctum», Bellaterra, Barcelona, 1977, 28 pp. Al dar ahora el original castellano, he rehecho o revisado una media docena de notas, al par que introducido un par de cambios menudos. Por diversos motivos quiero decir mi gratitud a A. K. Bate, P. Dronke, M. Feo, E. L. Rivers y S. Timpanaro.

 

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Cito y resumo en seguida a A. Petrucci, «Dal libro unitario al libro miscellaneo», en A. Giardina, ed., Società romana e imperio tardoantico. Tradizione dei classici, trasformazione della cultura, IV, Bari, 1986, pp. 271-274.

 

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Orígenes de la novela, I, Madrid, 1905, p. CLXXXVII.

 

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El mejor balance de la crítica sobre el Zifar es la ponderada contribución de J. M. Cacho Blecua, «Los problemas del Zifar», en El caballero Zifar. Códice de París. Estudios..., ed. R. Ramos (anejo al facsímil del manuscrito), Barcelona, 1996, pp. 55-94. Las dos primeras secciones del presente ensayo, precedidas de unas páginas generales sobre la transmisión de la literatura medieval, sin el subtítulo y con otras variaciones menores, han aparecido también en el mismo volumen.

 

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Compárese A. D. Deyermond, y R. M. Walker, «A Further Vernacular Source for the Libro de buen amor», Bulletin of Hispanic Studies, XLVI (1969), pp. 193-200. Si cupiera establecer una relación cierta a propósito del verso de Catón, sería el Zifar quien dependería de Juan Ruiz, que cuando menos en otro de los pasajes suyos que se han querido vincular con la novela (Deyermond y Walker, p. 195) aparece resueltamente más apegado a la fuente latina (por el momento, cf. P. Cherchi, «Il prologo di Juan Ruiz e il Decretum Gratiani», Medioevo romanzo, XVIII [1993], pp. 256-260). Menciono el dato a cuenta de la fecha del Zifar conservado.

 

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Los hermosos libros de Paul Zumthor no excusan la consulta del clásico ensayo de H. Chaytor, From Script to Print. An Introduction to Medieval Literature, Cambridge, 1945, aunque sólo sea en los fragmentos traducidos en Historia y crítica de la literatura española, I, Barcelona, 1980, pp. 37-41.

 

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Extracto entre comillas la inmejorable exposición que Menéndez Pelayo (Orígenes de la novela, I, pp. CLXXXVI-CXCIX) hace de las conclusiones de C. P. Wagner («The Sources of El caballero Cifar», Revue Hispanique, X [1903], pp. 5-104) sobre las fuentes del Zifar, ateniéndome siempre a extremos en lo esencial confirmados por las investigaciones posteriores, para las cuales remito a la rica información de J. M. Cacho Blecua, «Los problemas del Zifar».

 

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Por dar otra muestra más sintética (o menos menesterosa de discusión), diré que puramente abstracta se me antoja igualmente la exégesis que censura la afirmación de Menéndez Pelayo de que «with the Castigos “la narración se interrumpe por completo”», arguyendo que «with his sons on the threshold of adult responsabilities, the time has come for Zifar to pass on his great experience as a knight, a king and a man», o que «the author prepares us for this long excursion into didacticism» con «his insistence right from the start of the romance on Zifar’s skill as a teacher and adviser» (R. M. Walker, Tradition and Technique in «El libro del cavallero Zifar», Londres, 1974, pp. 116-118). Una justificación de esa índole, según una lógica meramente externa, no cancela la profunda diferencia entre los «castigos» y el resto de la novela: el Zifar no es el Guzmán de Alfarache (y sospecho que mi apreciado amigo el profesor Walker no sostendría ya la opinión de dos decenios atrás).

 

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F. Gómez Redondo, La prosa y el teatro en la Edad Media (en colaboración con C. Alvar y Á. Gómez Moreno), Madrid, 1991, p. 164.

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