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ArribaAbajoIdilio de Mosco a La muerte de Bión

Traducido del griego




Lamentad a Bión, valles sombríos;
Lloren las plantas, y la selva llore,
Y las Dóricas fuentes y los ríos.

   En su tallo la flor se descolore;
A la amapola y encendida rosa
Más sombría la púrpura decore,

   Y repita el jacinto la llorosa
Doble letra que siempre escrita lleva,
Murmurando el ay, ay en voz quejosa.

   Murió Bión, el de divino canto;
Sículas Musas, comenzad el llanto.

   Ruiseñores que en densas enramadas
También os lamentáis en voz confusa,
Anunciad a las aguas veneradas

   De la sícula fuente de Aretusa,
Que el boyero Bión ha fenecido
Y con él la dulzura y doria Musa.

   Cisnes del Estrimón, blando gemido
En vuestras ondas dad, triste armonía
Que semeje a su canto dolorido.

   Decid a las doncellas de Eagía
Y a las ninfas de Tracia: «El dorio Orfeo
Ya duerme el sueño de la muerte fría.»
Sículas Musas, comenzad el llanto.

   Este pastor a los rebaños caro
No canta ya so la robusta encina,
Sino en el reino de Plutón avaro,

   Ni el monte llena su canción divina;
Angústiase la vaca mugidora,
Y se olvida del pasto la mezquina.

   El Sátiro doliente, el Fauno llora
Tu arrebatada muerte; el mismo Febo
En negra veste envuelto, la deplora.

    Las Ninfas de las fuentes al mancebo
Lloran también; en agua se convierte
Su triste lloro, y con quebranto nuevo

   Lágrimas Eco en los peñascos vierte
Porque no más remedará tu canto
En las hondas cavernas. Con tu muerte

   Perdió el vergel sus frutos y su encanto,
Marchitose la flor, y en blandas quejas
Las aves expresaron su quebranto;

   Faltó la dulce leche a las ovejas
Y perdido el dulzor de tus cantares,
No ya la miel fabrican las abejas.
El llanto comenzad, sículas Musas.

   No gime así Delfín en la marina,
Ni ruiseñor en la enramada oscura,
Ni suspira en los montes golondrina,

   Ni Ceix de Alcyón la desventura
Tal lamentó, ni en el extremo Oriente
El ave de Memnón, la sepultura

   Del hijo de la Aurora refulgente
Guardando, así le llora, como al triste
Bión lloró la campesina gente.
El llanto comenzad, sículas Musas.

   Llorole el ruiseñor; la golondrina,
Cuyo canto armonioso él acordaba,
En las ramas posada de la encina,

   Junto con sus hermanas le lloraba,
Y con tiernos gemidos la paloma
A sus dolientes ayes replicaba.
El llanto comenzad, sículas Musas.

   ¿Y qué varón en los cantares sabio
Podrá tañer tu flauta resonante
Ni a sus reclamos aplicar el labio?

   Eco busca en sus cañas anhelante
El último sonido; impreso queda
Tu aliento allí, tu labio palpitante.

   A Pan la ofreceré; quizá no pueda
Tañerla en pos de ti, pues temería
Que tu canto mortal al suyo exceda.
El llanto comenzad, sículas Musas.

   No a la hermosa nereida Galatea,
En la marina playa recostada,
Tu melodiosa voz ora recrea.

   No cual la del Ciclope desamada
Fue por ella tu voz; blanda te oía,
Del piélago la frente levantada.

   A ti buscaba, del Ciclope huía,
Hoy triste vaga en la desierta arena
Y su vacada en las riberas guía.
El llanto comenzad, sículas Musas.

Contigo de las Piérides doncellas
Los dones perecieron, los ardientes
Labios, el dulce beso de las bellas.

   En torno de tu túmulo dolientes
Van los Amores; te ama Citerea
Más que al beso en los labios fallecientes

   Del moribundo Adonis. Éste sea
Nuevo dolor a ti, nuevo quebranto,
Oh Meles, cuya onda se recrea

   Con el concierto de armonioso canto;
Perdiste a tu inmortal hijo primero
Aquel de Caliope dulce encanto;

   Y es fama que lloraste por Homero
Más copiosas haciendo tus corrientes,
Llenando el mar tu acento lastimero.

   Hoy tornas a gemir; de nuevo sientes
La pérdida de un hijo dolorosa,
Ambos amados de las sacras fuentes.

   Uno bebió en la onda armoniosa
De la Pegasia cumbre, otro en la pura
Corriente de Aretusa sonorosa.

   Uno cantó de Helena la hermosura
Y al fiero Menelao, hijo de Atreo,
Y del doncel de Tetis la bravura.

   No celebró Bión al de Peleo,
Sino los besos de la edad florida,
El suave amor, el juvenil deseo.

   Por él la leve flauta fue tañida;
Cantaba a Pan, mientras al prado ameno
Era por él la vaca conducida.

   Nunca de amores encontrose ajeno,
Y amado fue de la ciprina diosa
Porque el placer alimentó en su seno.
El llanto comenzad, sículas Musas.

Toda ciudad, Bión, tu muerte llora,
Más que a Hesiodo te recuerda Ascrea,
Más que a Píndaro Tebas te deplora.

   No a Simónides tanto lloró Cea,
De Safo el himno Mitilene olvida,
Más que a Arquíloco Paros te desea.

   En canción los pastores dolorida
También repiten tu funesta suerte,
Tú, claro honor de Samos, Sicelida,

   Tú, Lícidas, también; un tiempo el verte
Contento a los cidonios infundía,
Hoy triste lloras de Bión la muerte.

   Fileta en las ciudades de Triopía
Gime también cabe el undoso Alento,
Y en Sicilia la lúgubre armonía

   Resuena de Teócrito. En acento
De pastoril dolor, de ausonio llanto,
Yo discípulo tuyo te lamento.

   Cual don postrero con el dulce encanto
De las dóricas Musas nos ornaste;
Otro heredó tu hacienda, yo tu canto.
El lloro comenzad, sículas Musas.

   ¡Ah! si en el huerto planta florecida
Del apio, verde eneldo o malva mueren,
Otro año tomarán a nueva vida;

   Pero los hombres, aunque sabios fueren,
Grandes y fuertes, cuando ya finaron,
No de aquel sueño despertar esperen,

   Si en la cóncava tierra descansaron.
Tú dormirás también, sombra sagrada,
Con los altos varones que pasaron;

   Y si a las Ninfas el cantar agrada
De la estridente rana, no le envidio,
Que no es dulce su voz ni es acordada.
El llanto comenzad, sículas Musas.

    ¿Qué hombre cruel, de compasión ajeno,
Vertió en tu dulce boca la amargura?
¿No endulzaron tus labios el veneno?

   ¿Quién acercar osó la copa impura?
¿Quién la ponzoña derramó en el vaso?
¿No oyó de tus cantares la dulzura?
El llanto comenzad, sículas Musas.

   Mas a todos llegó justo castigo;
Yo en medio de este duelo lamentable,
En canto funeral, tu muerte digo.

   Si luchando con fuerza incontrastable,
Penetrar, cual Alcides, consiguiera
Al reino de Plutón inexorable,

   Como Ulises y Orfeo descendiera
A la infemal mansión del negro Dite,
Y entre las sombras tu cantar oyera.

   A la reina Perséfona repite
Un tono pastoril, Siracusano,
Que al de la playa de Sicilia imite.

   Que ella también del Etna siciliano
Los dorios tonos escuchar solía.
Premio tendrá tu canto soberano.

   Quizá tornar a la montaña umbría
La diosa, al escuchar, te concediera,
Y si mi canto algún poder tuviera,
Yo en los infiernos mismos cantaría.

Santander, 5 de noviembre de 1876.




ArribaAbajoParáfrasis de una oda teológica de Sinesio de Cirene obispo de Tolemaida


)/Age moi, li/geia fo/rmigc.





   Ven, septicorde lira,42
Que un tiempo resonabas
Cual la Lesbiana que de amor suspira,
Y leve acompañabas
Himnos de Teos que el placer inspira.

   En dorio canto ahora
Ensalce tu voz grave
No a bellas de sonrisa halagadora,43
Ni la lazada suave
Que une al mancebo y la mujer que adora;

   Sino aquella luz pura,
Aquella eterna fuente
De do mana el saber que siempre dura,
Que es la gloria esplendente
Y la verdad, la ciencia y la hermosura.

   Huyo de la falacia
De profanos amores,
Por el eterno amor que nunca sacia;
De mundanos loores,
Por el divino aliento de la gracia.

   ¿Es comparable el oro,
O la beldad terrena,
O de los altos reyes el tesoro,
O la amorosa pena,
Al pensamiento del Señor que adoro?

   La cuadriga ligera,
Cual flecha voladora44
Dirija el uno en rápida carrera;
Otro su cabellera
Sobre los hombros muestre brilladora;

   Celebren su belleza
las jóvenes, los mozos;
Otro, avaro, persiga la riqueza,
Que yo tengo mis gozos
En penetrar la soberana alteza.

   En vida silenciosa
Quiero vivir y oscura,
Sin el eco de fama vagarosa,
Y ver con mente pura
Las obras de la mano poderosa.

   ¡Ven, oh sabiduría,
Más que el oro preciada,
Que la luz brotas que al mancebo guía
Y en la áspera jornada
Vigor das al anciano y energía!

   Ya la cigarra bebe
El matinal rocío,
Y alegre canta sobre rama leve;
Sonar la lira debe,
¿Quién ha de producir el canto mío?

   Las cuerdas se estremecen
Y dulce voz resuena...
Los sacros himnos a mi Dios empiecen...
Él los espacios llena,
En él comienzan y por él fenecen.

   Y toda criatura
Que habita el ancho suelo
Salió por él de la tiniebla oscura;
Velado en lumbre pura,
Mora el Señor en la amplitud del cielo.

   La Unidad increada,
La simbólica esfera,45
La causa de las causas no engendrada,
La Mónada primera46
Se halla en triple poder multiplicada.

   En haces dividida47
La luz, ya se condensa,
Ya en triple rayo tiéndese esparcida,
Y sin cesar, inmensa,
Brota del puro centro de la vida.

   Alma48 mía, detente;
Los celestes arcanos
No es justo revelar49 a la impía gente;
Deja el cielo eminente,
Oculta sus misterios soberanos.

   Mas sólo en ideales
Mundos reposa el alma,
Sin vagos pensamientos terrenales,
Y su anhelar se calma
Tan sólo en las esferas celestiales.

   Allí brotó la llama
Del alto pensamiento,
Puro destello que el Señor derrama
Desde el sublime asiento,
Soplo vital que la materia inflama.

   El alma decaída
Divina semejanza
Conserva siempre a la materia unida,
Y guarda la esperanza
De tomar a la fuente de su vida.

   De la divina esencia
Partícula es la mente,
Reflejo de la pura inteligencia
Que doquiera presente
Reanima y vivifica la existencia.

   Emanación del cielo,
Cuando el mundo dirige,
Del ángel toma el trasparente velo,
Y fecundiza el suelo
O el curso errante de los astros rige.

   Pero la pura idea
A veces encarnada
En la materia yace que la afea,
Y vive encadenada
En la triste mansión y onda Letea.

   Mas siempre a nuestros ojos
Remota50 luz fulgura;
El alma siente aquí vagos enojos;
Sedienta de ventura,
Quiere dejar los míseros despojos.

   A lo infinito tiende
Por una oculta fuerza,
Cuando la nada de la tierra entiende,
Y sin que el rumbo tuerza,
Místico vuelo51 los espacios hiende.

   ¡Feliz, rayo divino,
Si rota la atadura
Que al bajo mundo te enlazó mezquino,
Cumplido tu destino,
Puedes volver a la celeste altura!

   ¡Dichoso si, aún viviendo
Del cielo desterrado,
Vas los terrestres lazos sacudiendo,
Y en amor inflamado
De Dios las maravillas conociendo!

   El ansia vehemente
De verdad escondida
Dé alas al espíritu potente,
Y radiará52 fulgente
Lumbre del trono de Jehová vertida.

   Tu curso peregrino
Dirigirá su mano
Con rayo precursor en tu camino,
Y mostrará divino
El foco de belleza soberano.

   Valor, pues, alma mía;
En las eternas fuentes
Tu sed de ciencia saciarás un día;
Por alcanzar porfía
Del cielo las moradas esplendentes.

   De terrena existencia
Rotos los férreos lazos,
Has de volver, humana inteligencia,
Con místicos abrazos
A confundirte en la divina esencia.

Santander, 8 de septiembre de 1875.




ArribaAbajoInvocación del poema de Lucrecio De Rerum Natura


Æneadum genitrix, Divum hominumque voluptas





   Alma Afrodita, del Romano madre,
Deleite de los hombres y los dioses,
Que haces fecundo el mar de naves lleno,53
Y el suelo colmas de preciados frutos:54
Por ti todo animal es concebido
Y a la lumbre solar abre sus ojos;
Vientos y nubes tu presencia esquivan,
Flores te rinde la dedalca tierra;
A ti las olas55 de la mar sonríen,
Y en más puro esplendor bañas56 el Cielo,
Pues apenas la alegre primavera
De nuevo trae sus halagüeños días,
Y recobra su anhélito fecundo57
El aura de Favonio engendradora,
De amor heridas las volantes aves
Te anuncian, Diosa, en armoniosos cantos;
Salta en los pastos mugidor el toro
Y en pos de la novilla enardecido
Se lanza a rapidísima corriente.
Toda especie animal presa en tus lazos
Sigue veloz el curso que la traces,58
Y en montes, mares, desbordados ríos,
En verdes campos, en frondosos bosques,59
Haces, de amor hiriendo todo pecho,
Que las generaciones se propaguen.

   Sola el imperio de natura riges,
Sola los seres sin cesar produces;
Nada nace sin ti, nada se engendra,
Ni es nada alegre ni gracioso nada.

   Tú, pues, benigna, mi cantar inspira;
Tú me revela el natural arcano.
¡Logre la ciencia iluminar a Memmio,
A quien tú, Diosa, con celestes dones
Ornaste siempre! Eterna gracia dame
Y nueva vida infunde a mis acentos.
Descansen en la tierra, mientras canto,
Descansen en el mar las roncas armas.

   Tú sola conceder a los mortales
Puedes la dulce paz; rige la liza
El sanguinario Marte armipotente,
Que tal vez al Amor rinde su cuello,
Y busca y ciñe tus hermosos brazos,60
Dobla en tu seno la cerviz enhiesta
Y en ti fija insaciable la mirada,
Sin respirar, pendiente de tus labios.
Mientras tus sacros miembros le sostienen,
Inclínate hacia él, y en voz melosa
La dulce persuasión vierte en su alma;
Pídele paz para el romano pueblo,
Pues ni puedo cantar en la tormenta
Que a mi patria infeliz aflige tanto,
Ni abandonarla en tal peligro debe
De Memmio la preclara descendencia.

   Libre un momento, Memmio, de cuidados61
Con atención escucha mis razones;62
Entiéndelas primero que desprecies63
Mi ofrenda largamente elaborada.
Yo cantaré el sistema de los cielos,
La razón de los dioses, el principio
De todo ser de do Natura crea
Y acrece y alimenta toda cosa,
Cómo sus formas sin cesar destruye,
Qué es cuerpo engendrador, qué es la materia,
Qué son principios o átomos primeros
De donde todo ser ha procedido.

   Porque en perpetua paz inalterable
De su inmortalidad gozan los dioses
Lejos del mundo nuestro y sus dolores,64
Exentos de temor y de peligro,
Y por su propia esencia poderosos,
Sin que les rinda la virtud humana,
Ni el crimen llegue a provocar su ira.
Cuando oprimió la tierra el fanatismo,65
Que alzando su cabeza entre las nubes66
Al tímido mortal amenazaba67
Con aspecto feroz, un varón griego68
En él osó69 clavar mortales ojos.
No le aterró la fama de los dioses,
Ni el rayo de las nubes descendido,
Ni la mugiente voz del ronco trueno;
Antes ardiendo su ánimo invencible
En vivo anhelo de romper las puertas
Del alcázar cerrado de Natura,
Con gigantesco paso veloz corre
Más allá de los muros inflamados
Del mundo; con su mente soberana
Cruzó la inmensidad, y victorioso
Supo el misterio al fin de la existencia,70
Cómo pueden nacer todos los seres,71
Cómo su esencia a su poder limita.72
Él vio a sus plantas el error hollado.73
¡Nos iguala a los dioses la victoria!

   Mas temo, caro Menunio, que me acuses
Porque de la impiedad trazo el camino;
Tal vez recelarás que al crimen lleve
La afirmación valiente de Epicuro.
Por el contrario, religión mentida
¡A cuánto de maldad abrió la puerta!
Recuerda cuando en Áulide tiñeron
De Diana el ara en sangre de Ifigenia
Los reyes de los griegos conjurados,
La flor de los guerreros de la Acaya.
Cuando ceñidos con nupciales vendas,
Que por ambas mejillas descendían,
De la virgen hermosa, los cabellos,
Triste a su padre vio junto a las aras,
Vio al sacrificador que el hierro esconde
Y al pueblo en tomo, en lágrimas bañado.
De espanto muda, la rodilla en tierra
Cual suplicante, ¿para qué sirviola
Al rey de reyes dar nombre de padre?
Por varoniles manos arrastrada
Trémula al ara fue, no cual debiera
En la sagrada pompa de Himeneo,
Sino doncella, en el feliz instante
En que iba Amor a desatar su zona,
Fue por su padre víctima inmolada
Para a las naves dar viento propicio.74
¡Tanta maldad la religión75 persuade!

Santander, II de enero de 1876.




ArribaAbajoEpitalamio de Julia y Manlio de Catulo


Collis oh Heliconei
Cultor, Uraniæ genus...





Hijo sublime de la diva Urania,
Habitador de la Heliconia cumbre,
Tú que al esposo con eterno lazo
   Unes la virgen,

Ciñe tus sienes con hermosas flores
Del amaranto y oloroso mirto;
Cálzate el zueco, y tu semblante cubra
   Flámeo sagrado.

Mira propicio nuestra alegre fiesta,
Suene tu lira los nupciales himnos,
Pulsa la tierra y con la mano agita
   Fúlgida tea.

Une en buen hora al venturoso Manlio
Con Julia, igual a la Ciprina Diosa,
Cuando sin velo en los Idalios bosques
   Viérala el Frigio;

Igual al mirto de floridas ramas
Que en Asia nutren las agrestes ninfas,
En76 él vertiendo sus undosas trenzas
   Tibio rocío.

Deja, Himeneo, las Aonias grutas
Deja de Tespia las alzadas rocas,
Que baña en fresca y vagarosa linfa
   Sacra Aganipe.

Y fausto guía a la nupcial morada
Virgen que anhela el prometido esposo;
Únase al joven, como a roble erguido
   Hiedra lozana.

Las dulces ansias del amor primero,
Castas doncellas, sentiréis un día;
Decid ahora en jubiloso canto:
«Io, Himeneo

Para que oyendo repetir su nombre,
Venga a la fiesta el sacrosanto numen
Enlazador de conyugal ventura,
   Padre de amores.

¿Qué otra deidad en su ferviente ruego
Puede invocar el más rendido amante?
¿Quién como tú de los celestes dioses,
   Io, Himeneo?

A ti te invoca por sus hijos caros
Padre que siente su cercana muerte;
Por ti desata la vedada zona
   Tímida, virgen.

Tú la doncella en tierna edad florida
Del gremio arrancas de su madre triste;
La das al joven que su amor desea,
   «Io, Himeneo.»

Nunca sin ti la poderosa Venus
Placer honesto a conceder alcanza.
¿Quién a ti sólo entre los dioses todos
   Puede igualarse?

Tierra que no alce a tu deidad altares
No dará jueces ni temidos reyes.
¿Quién a ti sólo entre los Dioses todos
   Puede igualarse?

Nunca sin ti la soberana estirpe
Crece y se extiende hasta la edad remota.
¿Quién a ti sólo entre los dioses todos
   Puede igualarse?

Abran las puertas sus pesadas hojas...
Llega la virgen... Las antorchas sacras
Llama despiden rutilante y pura...
   Reina la noche.

Guíe el pudor tu vacilante paso;
Tímida llora, al traspasar la puerta;
Ven, nueva esposa, que su velo tiende
   Noche sagrada.

No empañe el llanto tus hermosos ojos;
¡Que nunca vea de Hiperión el hijo
Mujer más bella en su triunfal carrera
   Hacia el Ocaso!

Tal el jacinto entre las flores brilla
De rico dueño en el jardín ameno:77
Ven, desposada, que la sacra noche
   Tiende su manto.78

Ven, desposada, nuestras voces oye,79
Mira agitarse las nupciales teas;
Ven, desposada, que la sacra noche
   Tiende su manto.

Nunca al esposo de tu dulce gremio
Amor separe de mujer extraña,
Antes cual tronco que la vid estrecha,
   Busque tus brazos.

Alzad, mancebos, fúlgidas antorchas;80
Ved cuál conducen los nupciales flámeos
Y de Himeneo en acordadas voces
   Resuene el canto.

Y de Fescennia los alegres versos
La fiesta animan con punzante risa;
Corren veloces a coger las nueces
   Tiernos muchachos.
.........................
Mira, doncella, la marmórea casa,
Feliz morada de tu esposo augusto;
Tuya ha de ser hasta la edad postrera;
   «Io, Himeneo

Hasta que traiga el vagaroso tiempo
Cana vejez que lo consume todo,
Gloria destruye y hermosura borra,
   «Io, Himeneo.»

Con buen agüero los umbrales pasa,
Tierna doncella de los pies ligeros,
Y, al acercarte, sus pesadas hojas
   Abran las puertas.

¡Cuál te contempla con mirada amante81
Tu noble esposo desde el tirio lecho!82
«Io, Himeneo», pronunciamos todos,
   «Io, Himeneo.»

Él se consume con la misma llama
Que a ti te abrasa; pretextado joven,
Toma del brazo a ruborosa83 virgen,
   «Io, Himeneo.»

Y las matronas por la edad augustas,
Las univiras, del pudor dechado,
Coloquen luego en el preciado tálamo84
   Tímida esposa.85

Ven, oh mancebo; ya en tu lecho yace
Tierna consorte cual las flores bella;
No se le igualan azucena blanca,
   Roja amapola.

Mas no le cede en varonil belleza
Manlio, tan grato a la ciprina Venus;
Ella le ayude, pues su llama honesta
   Nunca ocultara.

¿Quién contar puede los amantes besos?
Más bien del circo las arenas cuente,
Cuente los astros que el nocturno manto
   Bordan errantes.

No se interrumpan vuestros dulces juegos;
Nunca tan alta y generosa estirpe
Quede sin hijos; vuestro nombre ensalce
   Clara progenie.

Y algún Torcuato pequeñuelo tienda
Los tiernos brazos a su padre amado;
Con dulce risa y entreabierta boca
   Bese a su madre.

Al ver su rostro majestuoso, altivo,
Hijo es de Manlio, clamarán cien voces,
Hijo es de Julia, que el pudor materno
Brilla en sus ojos.

Y por la fama de su madre casta
Será ensalzado su glorioso nombre,
Cual por la suya el Itacense claro,
   Hijo de Ulises.

Vírgenes cierren las bronceadas puertas,
Harto jugamos; jóvenes esposos,
Felices sed, de vuestro amor gozando
   Mutuas caricias.

Santander, 2 de julio de 1875.




ArribaAbajoDe Catulo al sepulcro de su hermano

Multas per gentes et multa per æquora vectus




   Por muchas tierras y diversos mares
A merced de los vientos conducido,
Vengo, oh hermano, a tu sepulcro triste
A darte de la muerte el don postrero
Y hablar en vano a tu ceniza fría.
Cruda la suerte te arrancó a mi lado,
Míseramente arrebatado fuiste.
Hora recibe por antiguo rito,
Que los amados padres nos legaron,
Dolorosas ofrendas funerales
Bañadas con el llanto de mis ojos,
Y adiós por siempre, dulce hermano, queda.

Santander, 3 de julio de 1875.




ArribaAbajoCanto secular de Horacio

Phoebe, sylvarumque potens Diana...





¡Oh siempre honrados y honorandos, Febo,
Y tú, Diana, que en los bosques reinas,
Lumbres del cielo, en estos sacros días
Gratos oídnos!

Hoy que, al mandato sibilino, ensalzan86
Vírgenes castas y selectos niños87
A las deidades que los siete montes
Miran propicias.

¡Sol que conduces en fulgente carro,
Vario y el mismo, sin cesar, el día,
Nada mayor que la romana gloria
Miren tus ojos!

¡A las matronas en el parto agudo,
Ilitia diestra, con amor protege,
El nombre ya de Genital prefieras,
Ya el de Lucina!

Su prole aumenta, y el decreto afirma
Que a la doncella y al varón enlaza,
Y haz que germine de la ley fecunda
Nueva progenie.

Para que tornen, fenecido el siglo,
Alegres juegos y festivos cantos,
Por veces tres en la callada noche,
Tres en el día
Vosotras, Parcas, que en feliz augurio
Nunciáis al mundo los estables hados,
juntad propicias a los ya adquiridos,
Bienes mayores.

Rica la Tierra de ganado y frutos
A Ceres orne de preñada espiga;
Nutran las crías transparentes aguas,
Auras süaves.88

Piadoso atiende a los orantes niños;
Oculta,89 Apolo, en el carcaj la flecha;
De las doncellas el clamor escucha,
Reina bicorne.

Si es obra vuestra la potente Roma,
Si por vosotros se salvó el Troyano
Para fundar en la ribera etrusca
Nuevas ciudades;

Si entre las ruinas del Ilión ardido,
Sobreviviendo a la asolada patria,
De nueva gloria señalara Eneas90
Libre camino;

Al dócil joven conceded virtudes,
Dad al anciano plácido sosiego,
Gloria y honor a la Romúlea gente,
Prole y riquezas.

Y el que cien bueyes os inmola blancos,
Claro de Anquises y de Venus nieto,
Clemente rija y poderoso el mundo
Antes domado.

En mar y tierras su poder extiende,
El Medo tiembla a la segur Albana,
Y paz el indio domeñado pide,
Paz el Escita:

Que fe y honor y castidad retornan
Y la virtud, que de la tierra huyera,
Y la abundancia que del cuerno opimo
Bienes derrama.

Si Febo augur, el de sonante aljaba,
Gloria y amor de las Camenas nueve,
El que con arte saludable cura
Larga dolencia,

Mira propicio el Palatino alcázar,
Dilate el linde del poder romano,
Y en nuevos lustros la inmortal acrezca
Gloria latina.

Oiga los ruegos de varones quince
La casta Diana91 que en Algido mora,
Y de los niños a los cantos preste
Fácil oído.

Esto esperamos que el Saturnio otorgue
Y que92 confirmen los celestes dioses;
Tornad a casa los que ya entonasteis
Himno sagrado.

Santander, mayo de 1876.




ArribaAbajoOda XII del libro I de Horacio

Quem virum aut heroa





¿A qué varón ensalzará tu lira?
¿A qué deidad tu cítara dorada,
Para que el eco de su nombre suene,
Musa divina,

O de Helicón en los umbrosos bosques,
O sobre el Pindo y en el Hemo frío,
Donde las selvas a la voz de Orfeo
Raudas giraron?

Él con el arte de su madre para
Rápidos ríos, voladores vientos,
Y enajenadas tras sus dulces sones
Van las encinas.

¿A quién primero celebrar que al Padre,
De hombres y dioses al monarca augusto,
Que cielo y tierra y las fugaces horas
Próvido rige?

Nada al Tonante en dignidad excede,
Nada se iguala a su divina alteza,
Tras él obtiene la guerrera Palas
Nuevos honores.

Ni a Baco olvido en las batallas fuerte,
Ni a ti, doncella pavorosa a fieras,
Ni a ti temible por certero dardo,
Claro Timbreo.

Diré de Alcides y los dos insignes,
Uno en la lid, en la carrera el otro,
Que, blanca estrella, al navegante guían,
Hijos de Leda.

Así que brilla su divina lumbre,
Fluyen la rocas agitada espuma,
Huyen las nubes y los vientos callan,
Callan las ondas.

¿Diré tras esto al fundador Quirino,
La paz de Numa, las Tarquinias fasces
O de Catón el de Útica la noble
Muerte gloriosa?

Nombre en su canto la guerrera musa
A Escauro fiero, a Régulo constante,
Pródigo a Paulo de su heroica vida,
Fuerte a Fabricio.

Nombre a Camilo y al intonso Curio,
Rayo en la lid, que en áspera pobreza,93
Campos humildes y paternos lares
Sólo habitaron.

Como árbol sube que callado crece
Marcelo en fama, y el planeta Julio
Brilla, cual suele entre menores lumbres
Cándida luna.

Padre y custodio de la humana gente,
Jove Saturnio, a quien velar por César
Dieron los hados: las alturas rige,
Rija él la tierra.

O ya conduzca domeñado en triunfo
Al Parto siempre amenazante al Lacio,
O ya subyugue en el extremo Oriente
Indios y Seras,

A ti inferior dominará la tierra;
Tú en grave carro estremeciendo a Olimpo,94
Abrasarás con enemigos rayos
Bosques impuros.

Santander, 25 de julio de 1875.




ArribaAbajoOda V del Libro I de Horacio95

Quis multa gracilis...





¿Qué tierno niño entre purpúreas rosas,
   Bañado en oloroso ungüento,
Te estrecha, Pirra, en regalada gruta,
Cabe su seno?

¿Por quién sencilla y a la par graciosa
   Enlazas las flexibles trenzas?
¡Ay cuando llore tu mudanza el triste,
Y tu inclemencia!

Mar agitado por los negros vientos
       Serás al confiado amante,
Que siempre alegre y amorosa siempre
Piensa encontrarte.

¡Mísero aquel a quien propicia mires!
       Yo libre de tormenta brava
Al Dios del mar ya suspendí en ofrenda
Veste mojada.

Santander, 9 de julio de 1875.




ArribaAbajoElegía I del Libro I de Tibulo96


Divitias alius fulvo sibi congerat auro
Et teneat culti jugera multa soli.





   Otro tenga opulento plata y oro,
Yugadas mil de cultivado suelo,
Y sin cesar aquéjele el recelo
De enemigo que anhela su tesoro;

   Su sueño ahuyente la guerrera trompa,
Pase mi vida sin laurel ni fama,
Arda siempre en mi hogar tranquila llama,
Lejos de mí la lid, lejos la pompa.

   No deje la esperanza mis umbrales,
Mas compense del año la fatiga
En vino ardiente y en preñada espiga,
Y proteja mis tiernos recentales.

   A las plantas daré sabroso riego,
Frutales plantará mi diestra mano,
De alegres vides ornarase el llano,
Fértil la tierra escuchará mi ruego.

   Veloz aguijaré los tardos bueyes,
Y si el balido de la oveja suena,
O el cabritillo por su madre pena,
Los llevaré en mis hombros a sus greyes.

   En la estación de frutos precursora
Lustro aquí religioso mis pastores,
Y baño en leche y entretejo en flores
El ara de la Diosa labradora.

   Pues en el rudo tronco la venero,
Y humilde imploro su favor divino
En la vetusta piedra del camino
Que marca de dos tierras el lindero.

   De espigas, Ceres, tejeré corona
Que de tu templo ante los postes penda,
Y al Dios agricultor haré la ofrenda
De cuanto fruto el año nos endona.

   Y en los huertos pomíferos, inmundo,
La diestra armada de segur tajante,
Príapo ahuyentará la grey volante,
Con forma obscena y rostro rubicundo.

   Y a vosotros, oh dioses familiares
Que protegéis mi hacienda todavía,
Hoy tan menguada si opulenta un día,
Dones ofreceré, rústicos Lares.

   Propicios aceptad, númenes, todo,
Aunque de pobre mesa en frágil vaso
Que labrador antiguo, de arte escaso,
Fabricó para sí de tenue lodo,

   ¡Oh ladrones, oh lobos carniceros,
Os ruego perdonéis a mi ganado;
Otro redil os dé botín colmado,
Buscad para la presa otros senderos!

   No ansío de mis padres la riqueza,
Ni la opulenta troj de mis abuelos;
Pobre mies satisface mis anhelos.
Descanse en pobre lecho mi cabeza.

   Me es dulce oír el Aquilón sonante
Y a mi amada estrechar, mientras él ruge,
Cuando a su embate poderoso cruje
Mi combatido techo vacilante...

   Y cuando lance el Austro sus corrientes
Y desborde los cauces espumosos,
Arrullarán mi sueño cadenciosos
De la perenne lluvia los torrentes.

   Si reina acaso la inclemencia estiva,
Del fiero Can el hálito abrasado
Esquivaré, a la sombra recostado,
Por do murmura el agua fugitiva.

¡Antes perezcan esmeraldas y oro,
Que suspire por mí mi triste amante,
Cuando me entregue al piélago inconstante,
Ni sus mejillas humedezca el lloro!

   A ti, oh Mesala, bélica prudencia
Pertenece mostrar por tierra y mares,
En despojo trayendo a tus hogares
De cien vencidos pueblos la opulencia.

   Mas yo cautivo en tus hermosos ojos,
Oh Delia, estoy, y ante tu puerta dura
Alegre me consumo en vida oscura
Por solo un beso de tus labios rojos.

   Y cuando llegue a mí la hora postrera
Véate yo postrada ante mi lecho,
Con lamento que hiera el alto techo,
Derramar una lágrima sincera.

   Y llamando a los dioses, aunque en vano,
Cuando se extinga mi postrer aliento,
¡Que pueda yo en el último momento
Asirme a ti con moribunda mano!

   Tú llorarás sobre la alzada pira,
Triste beso a las lágrimas mezclando;
Que no es de pedernal tu pecho blando,
Ni tus entrañas como férrea vira.

    No importunes mi sombra; el dolor pasa;
No maltrates, oh Delia, el rostro bello,
No te meses el nítido cabello,
No oscurezcas la lumbre que me abrasa.

   Hoy puedo suspirar por tu belleza,
Hoy te amaré, pues lo consiente el hado;
Ya vendrá la vejez con pie callado,
Cubierta de tinieblas la cabeza.

   Aun brilla la estación de los amores,
De alegres risas y lascivo fuego;
Aun las puertas quebranto en blando juego;
Estas mis guerras son y mis dolores.

   Lejos de mí clarines y banderas,
Gloria buscad, grandezas y tesoro;
Despreciador de la pobreza y oro,
Yo viviré contento con mis eras.

Santander, 9 de enero de 1874.




ArribaAbajoElegía de Ovidio a la muerte de Tibulo

Memnona si mater, mater ploravit Achillen





   Si a su hijo Memnón lloró la Aurora,
Si Tetis lloró a Aquiles esforzado,
Si llega el crudo revolver del hado
A la Deidad que en el Olimpo mora;

   ¡Oh Musa de la flébil elegía!
Laméntate en endecha lastimera,
Destrenza sin primor tu cabellera;
¡Bien mereces tu nombre en este día!

   Arde cadáver en alzada pira
Aquel de tu deidad honor y gloria,
Y la hija inmortal de la Memoria
Tierna como él y lánguida suspira.

   El rapaz de la madre Citerea
Rompe triste la aljaba y pasadores,
Y, extinguida la luz de los amores,
Lleva en la diestra la apagada tea.

   Con las manos lastima el rostro bello,
Hiere su pecho en desconsuelo tanto,
Recoge los raudales de su llanto,
Suelto sobre los hombros su cabello.

   Tal dicen que salió de tus umbrales,
Oh Julo Ascanio, en el solemne día
En que el cadáver de tu padre ardía
Con sacra pompa y regios funerales.

   Y no menos sintió bella Afrodita
De su cantor la miseranda suerte,
Que cuando vio que daba cruda muerte
A su Adonis gentil fiera maldita.

   Al gran poeta la Deidad le llora,
Él es sagrado entre la humana gente,
Arde fuego del cielo en nuestra mente,
Dicen que un dios en nuestro pecho mora.

   ¿Y no respeta ese divino aliento
Tu profana segur, muerte importuna?
Vida fea y mísera fortuna
Pasan cual sombras que arrebata el viento.

   Del Ísmaro el cantor, el que las fieras
Con su voz amansaba peregrina,
Aunque de estirpe descendió divina,
No detuvo las horas pasajeras.

   El Dios autor de la celeste lumbre
Su muerte lamentó con triste canto,
Y por él derramó copioso llanto
Diva Caliope en la Parnasia cumbre.

   Aquel hijo de Esmirna, cuya boca
Fue manantial de versos inmortales,
Que en cristalinos, plácidos raudales,
Bañan el Pindo y la Pieria roca,

   También al cabo descendió al Averno
Y vio los antros de la noche oscura;
Pero su gloria para siempre dura,
Y vive Homero en su cantar eterno.

   Por él Aquiles en su carro vuela,
Fiero terror de la troyana gente,
Por él la casta esposa tristemente
Vuelve a tejer la destejida tela.

   Así vivirá el canto lastimero
Que expresó de Tibulo los dolores,
De Némesis y Delia los ardores,
Una el primer amor, otra el postrero.

   ¿Detuvisteis la muerte presurosa
Con vuestros sacrificios religiosos,
Con agitar los sistros sonorosos,
Con puro lecho y lustración piadosa?

   ¡Ah! cuando hiere la guadaña cruda
Al varón justo, al virtuoso, al sabio,
¡Oh Dioses, perdonad mi torpe labio!,
De vuestro ser mi entendimiento duda.

   Piadoso vive, morirás piadoso;
Con ofrendas adorna los altares;
En breve dejarás tus dioses Lares
Para sumirte en el sepulcro odioso.

   Si en la belleza de tu canto fías
Que ha de salvarte de la tumba helada,
Mira a Tibulo en la postrer morada,
En urna breve sus cenizas frías.

   ¡Oh celestial cantor! ¿La llama fiera
Tu pecho consumió, de amores nido?
¿Cebarse en tus entrañas ha podido?
¿Ardió tu cuerpo en funeral hoguera?

   ¿Y tal maldad los dioses consintieron
En cuyas aras el incienso humea?
¿Por qué no abrasa vengadora tea
Los áureos templos que la infamia vieron?

   Los ojos apartó madre Ericina,
La que habita de Pafos en la altura,
Cubrió su rostro palidez oscura,
Y derramó una lágrima divina.

   Y aun fuiste más feliz que si la muerte
De Feacia en los campos te alcanzara
Y en urna vil tu polvo descansara:
Fuete propicia al fin la adversa suerte.

   Al menos hoy en tu postrer partida
Los ojos te cerró madre amorosa
Y tu ceniza recogió piadosa;
¡Triste recuerdo de tu amarga vida!

   Y suelta la flotante cabellera,
Tu hermana lamentó tu muerte triste,
Y al lado de tu madre siempre asiste,
En su dolor y llanto compañera.

   Con sus besos los suyos han unido
Tu Némesis, tu Delia juntamente;
De entrambas se escuchaba el son doliente,
Mientras era tu cuerpo consumido.

   Así al partir tu Delia suspiraba,
Dejando con pesar la extinta hoguera:
«¡Felice yo, que tus amores era!
¡Felice fuiste mientras yo te amaba!»

   «¡Ah! no acrecientes mi dolor tirano,
Némesis dijo al escuchar su acento,
Yo recogí su postrimer aliento,
Él me estrechó con moribunda mano.»

   Si somos más que sombra fugitiva,
Si un resto acaso de existencia dura,
De los Elíseos bosques la espesura
En su seno tu espíritu reciba.

   Allí de lauro y hiedra coronado,
Con Calvo vagarás, dulce Tibulo;
Allí resuena el canto de Catulo
Por las helenas Musas arrullado.

   Galo camina con erguida frente,
Pálido aún por la reciente herida;
Con propia sangre rescató su vida,
De crímenes horrendos inocente.

   Tal morada tu espíritu posea,
Pues fuiste de las Piérides amado,
¡Duerma en la urna el polvo sosegado;
Leve la tierra a tu ceniza sea!

Santander, 18 de marzo de 1875.




ArribaAbajoFragmento del poema de Petronio De Mutatione Reipublicae Romanae


Orbem jam totum victor Romanus habebat





   Ya el orbe todo ante sus pies rendido,
Tierras y mares, el Romano viera;
Y aún no saciada su ambición, las olas
Peso oprimía de guerreras quillas;
Si alguna tierra en su escondido seno
Oro encerraba, con inicua guerra
Se extraía el metal de sus entrañas;
Ya no agradaban los vulgares goces
Ni los deleites que la plebe anhela;
Asiria rinde sus preciadas conchas,
Y sus perfumes la feliz Arabia,
Sérica lanas, mármoles Numidia;
Tiñe el blanco vellón de las ovejas
Rojo color de púrpura de Tiro.
¡Fuentes de guerra, destrucción y llanto!...
El elefante de preciosos dientes
Es perseguido en la africana selva
Hasta el árido Ammón, de Libia extremo.
Vienen los tigres en dorada jaula
Sangre humana a beber, entre el aplauso
De ronca multitud que el circo llena...
Mesas de cedro, de África traídas,
Servil rebaño, púrpura esplendente
Del suntuoso festín la pompa aumentan.
Trae al banquete la ingeniosa gula
Vivo el escaro en agua de Sicilia,
La leve concha de Lucrinia playa;
Y ya sin aves la remota Fasis
En su triste ribera sólo escucha
Gemir el viento en las desiertas hojas...
Venden sus votos en el campo Marcio97
Los Quirites; venal es el Senado98
Venal el pueblo, mercaderes todos;
Por precio vil se otorgan los favores,
Y la virtud ni en los ancianos queda;
La augusta majestad se rinde al oro;
Es Roma de sí propia mercancía;
Ni un brazo se ha de alzar en su defensa;
Es presa vil de quien primero llegue...
Soñolienta, en el ocio sumergida,
¡Quién podrá levantarla de su cieno,
Sino el furor y la espantosa guerra
Y con el hierro la ambición armada!

Santander, agosto de 1875.




ArribaAbajoHimno de Prudencio en loor de los mártires de Zaragoza

Bis novem noster populus sub uno





De diez y ocho las cenizas guarda
Mártires sacros, en la misma urna
Fiel nuestro pueblo: a Zaragoza asiste99
       Gloria tan alta.

De ángeles llena la ciudad augusta,
No, frágil mundo, tu ruina teme,
Pues tantos dones que ofrecer a Cristo
       Lleva en su seno.

Cuando el Señor, sobre candente nube,
Descienda, y vibre la fulmínea diestra,
Y justo pese con igual balanza
       Todas las gentes,

Delante el Cristo, la cabeza erguida,
Prestas del orbe las ciudades todas
Irán llevando en azafates de oro
       Ricos presentes.

La África tierra mostrará tus huesos,
Doctor Cipriano, de facundo labio,
Y a Acisclo, a Zóel y sus tres coronas
       Córdoba magna.

Madre de santos, Tarragona pía,
Triple diadema ofrecerás a Cristo,
Triple diadema que en sutiles lazos100
       Liga Fructuoso.101

Cual áureo cerco rutilantes piedras,102
Ciñe su nombre al de los dos hermanos;
De entrambos arde en esplendor iguales
       Fúlgida llama.

Los santos miembros del invicto Félix103
Pequeña y rica ostentará Gerona;
Los dos guerreros Calahorra, nuestra104
       Patria querida.105

Con Cucufate se alzará Barcino,
Y con su Paulo la feraz Narbona,
Con tus cenizas la potente Arelas,
       Divo Genesio.

Virgen Eulalia, tus reliquias lleve
En don a Cristo y hasta106 el ara misma,
De Lusitania la ciudad cabeza,
       Mérida insigne.

Doble tributo, duplicada ofrenda
Lleve en sus manos107 la feliz Compluto:
De Justo y Pástor la inocente sangre,
       Cándidos miembros.

Tánger, sepulcro de Masilios reyes,
No la ceniza de Casiano olvide108
Que el suave impuso a los domados pueblos
       Yugo de Cristo.

Pocas ciudades mostrarán un mártir,
Con dos o tres agradarán algunas,
Tal vez con cinco ofrecerán a Cristo
       Prenda de alianza.

Diez y ocho tú presentarás, Augusta,109
Ciudad dichosa, del Señor amada,110
Cinta la sien de ensangrentada oliva,
       Signo de paces.

Tú sola al paso del Señor pusiste
Mártires sacros en legión inmensa,
Sola tú rica, de piedad espejo,
       Rica en virtudes.

No te igualaron en tesoro tanto
Cartago, madre del guerrero peno,
Ni Roma misma que el excelso ocupa
       Solio del mundo.

La limpia111 sangre que bañó tus puertas
Por siempre excluye a la infernal cohorte;
Purificada la ciudad, disipa112
       Densas tinieblas.113

Nunca las sombras tu recinto cubren,
Huye de ti la asoladora peste,114
Y Cristo mora en tus abiertas plazas,
       Cristo doquiera.

De aquí ceñido con la nívea estola,
Emblema noble de togada gente,
Tendió su vuelo a la región empírea
       Coro triunfante.

Aquí, Vicente, tu laurel florece;
Aquí, rigiendo al animoso clero,
De los Valerios la mitrada estirpe
       Sube a la gloria.

¡Oh, cuántas veces la borrasca antigua,
En torbellino estremeciendo el orbe,
De este almo templo quebrantó en los muros115
       Su hórrida saña!116

Mas de teñirse la gentil espada117
Ni un punto en sangre de los nuestros cesa:118
A cada golpe del granizo brotan
       Mártires nuevos.

¿Tú no teñiste con purpúreas gotas,
Claro Vicente, el augustano suelo119
Como preludio de la no distante120
       Muerte gloriosa?121

Así del Ebro la ciudad te honora122
Cual si su césped te cubriera amigo,123
Cual si guardara tus benditos huesos124
       Tumba paterna.

Nuestro es Vicente, aunque en ciudad ignota
Logró vencer y conquistar la palma;
Tal vez el muro de la gran Sagunto
       Vio su martirio.

De Zaragoza en el estadio125 ungido126
De fe y virtudes con el óleo santo,127
Para domar al enemigo horrendo
       Fuerzas obtuvo.

Vio en esta Iglesia las diez y ocho palmas,128
Los patrios timbres su heroísmo encienden,129
Y ardiendo en sed de acrecentarlos vuela130
       Presto al combate.131

Aquí los huesos de la casta Engracia
Son venerados: la violenta virgen
Que holló resuelta las del vano mundo132
       Pompas falaces.133

Mártir ninguno en nuestro suelo mora,
Cuando ha alcanzado su glorioso triunfo;
Sola tú, virgen, nuestra tierra habitas,
       Vences la muerte.

Vives y aun puedes referir tus penas,
Palpando el hueco de arrancada carne;
Los negros surcos de la atroz134 herida
       Puedes mostrarnos.

¡Qué impio sayón te desgarró el costado,
Vertió tu sangre, laceró tus miembros!
Partido135 un pecho, el corazón desnudo
       Viose patente.

¡Mayor tormento que la muerte misma!136
Cura la muerte los dolores graves
Y al fin otorga a los cansados miembros
       Sumo reposo.

Mas tú conservas cicatriz horrible,
Hinchó tus venas dolorosa llama137
Y tus medulas pertinaz gangrena
       Sorda roía.

Aunque el acero del verdugo impío
El don te niega de anhelada muerte,
Ceñir lograste, cual si no vivieras,138
       Mártir, la palma.

De tus entrañas una parte vimos
Arrebatada por agudos garfios;
Murió una parte de tu propio cuerpo,
       Siendo tú viva.

Título nuevo de perenne gloria
Nunca otorgado, concediole Cristo
A Zaragoza; de una mártir viva
       La hizo morada.

Alza tu frente, esclarecido pueblo,
Rico en Optato y en Lupercio rico;
De los diez y ocho a tu senado ilustre
       Salmos entona.

Canta a Succeso y a Marcial celebra,
Canta la muerte del feliz Urbano,
De Quintio y Julio el venerado nombre
       Suene en tus himnos.

Repita el coro de Frontón la gloria,
Del animoso Ceciliano el triunfo
Y la preciosa de Egüencio y Félix
       Sangre vertida.139

Ni a Publio olvide ni a Apodemo claro,
Ni a Primitivo en el silencio deje,
Ni a aquellos cuatro que nombrar esquiva
       Sáfico metro.

La edad antigua Saturninos llama
A estos varones, y mi amor los nombra;
No es el cantar a los de Dios electos140
       Vano ejercicio.141

Grande es el arte que en sus cantos sepa142
Los áureos nombres engarzar de aquéllos;
Cristo los sabe y los conserva escritos
       Libro celeste.

Serán leídos en tremendo día
Cuando tu ángel los diez y ocho ofrezca
Que por derecho de martirio y tumba
       Rigen tu pueblo.

Y ha de añadir al número primero143
La casta virgen144 tras tormentos viva,
Muerto a Vicente, pues su gloria es nuestra,
       Nuestra su sangre.

Y ha de mostrar a Cayo y a Cremencio145
Saliendo ilesos del cruel certamen,
Llevando en signo de menor victoria
       Palma incruenta.

La fe de Cristo confesaron ambos,
Ambos lucharon con viril denuedo,
Ambos gustaron, aunque levemente,
       Gloria y martirio.

De nuestras culpas el perdón implora
Esta legión bajo el altar guardada
En Zaragoza, de tamaños héroes146
       Ínclita madre.147

Dejad que bañe con piadoso llanto
Mármol que cubre la esperanza nuestra
Para romper las ligaduras fuertes
       De mis pecados.

Póstrate humilde, generoso pueblo,
Y, acompañando la festiva pompa,
Sigue después las resurgentes almas,148
       Sigue los miembros.149

Santander, 15 de agosto de 1875.