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Cintra

Poema latino de Luisa Sigea, toledana

Est locus occiduas ubi sol æstivus ad oras...

 
                                  Guardan un sitio las hesperias playas
Do, en ebúrnea carroza conducido,
Cuando vence la noche al claro día,
Su radiante corona el sol estivo
Desciñe, y los corceles fatigados
Baña del ponto en los cristales fríos.
Un valle, do murmuran frescas aguas,
Cercan peñascos hasta el cielo erguidos,
El mar dominan y tocar parecen
La etérea cumbre tres enhiestos picos.
Y si no orlaran su cabeza nubes,
Dijérase que en ellos sostenido,
Como en pilares de diamante inmobles,
Del cielo estriba el eternal zafiro.
Moran allí los Faunos saltadores, (150)
Y el antro de las fieras escondido
Penetra el cazador, de astucia armado,
Que hiere con la madre al cachorrillo.
Sus verdes hojas desplegando el roble
De la intrincada selva en el recinto,
Sombra y morada placentera ofrece
A Silvanos y Sátiros lascivos. [114]
El haya crece allí, crece la encina,
Y el álamo de Alcides escogido,
Y el peral, el cerezo y el castaño
Con las flexibles ramas del corylo.
Y otros dones innúmeros que al hombre
Feliz para sustento ha concedido
La bondad de los dioses inmortales,
Míranse a breve espacio reducidos.
Allí la rubia Ceres por su mano
Enseña a cultivar el suelo opimo,
Semillas lanza, y las alegres mieses
Hace luego brotar del surco hendido.
A la siniestra del florido valle
Por do al Arctos el mundo está vecino,
Alegres pastos a la grey balante
Ofrece Pan en campos extendidos.
La hespéride granada purpurea
Del hondo valle en el recinto esquivo;
Muestra el laurel sus hojas, que corona
Tejen al luchador de premio digno.
Encrespándose da sombra sagrada,
Amado de Afrodita, el leve mirto;
Hállanse al par de bien olientes flores
De Cintra en el vergel frutos dulcísimos.
Se oye el cantar de suave Filomela
Y de la viuda tórtola el gemido,
Y cuantas aves por el éter vagan
Tienen en estos árboles sus nidos.
Llenan la selva sus alegres cantos,
Rosas produce el prado, violas, lirios, [115]
Y la menta aromosa y el romero,
El tomillo, la nepta y el narciso.
De yerba ornados, de verdor y flores
Ríen doquier el prado y el ejido;
Con flores entretejen sus coronas
Las Dríadas, los Faunos fugitivos.
Fúlgida rueda susurrante el agua (151)
Del rudo (152) seno de peñón altivo
A regar en corriente sosegada
El valle melancólico y sombrío;
Forma ancho estanque do las Ninfas bellas
Bañan tal vez sus cuerpos peregrinos,
Cuando la Aurora en su carroza esplende
O cuando al cielo cubre manto umbrío.
Regio alcázar elévase en la orilla
Del lago limpidísimo y tranquilo,
Y desde allí las cándidas doncellas
Prado contemplan y jaral bravío.
Desde allí sus delicias yo admiraba,
En cada objeto el ánimo embebido,
Al tiempo que la Aurora derramaba (153)
Por tierra y cielos su esplendor divino.
Cuando el espejo líquido quebrando
Brota gallarda Ninfa de improviso,
En voz y aspecto semejante a diosa,
Que con acento blando así me dijo:
 
-«Salve, doncella de los dioses cara,
¿Qué miras, di, desde la torre erguida?
¿De tu princesa conocer el hado
                 Quieres, Sigea?» [116]
 
Y respondila: -«Si los altos Dioses
Cumplir quisieran lo que yo deseo,
A mi señora en los sublimes astros
                 Vieras alzada.
 
Oh tú que en rostro, cabellera y ojos,
En leve paso y en mullido seno,
Diosa pareces que el lugar custodias,
                 Cándida Ninfa,
 
De cuya boca transparente manan
De aqueste río las serenas ondas,
Tú revelarme el celestial decreto
                 Puedes acaso.
 
Dime la suerte que a la virgen regia
Guardan los hados en futuros días,
Cuál la reserva el eternal destino
               Tálamo de oro.»
 
Interrumpiome con rosado labio:
-«Virgen, escucha, mi verdad no dudes;
Poco ha Neptuno a las etéreas sedes
                 Me ha conducido.
 
En el alcázar del supremo Jove,
La ambrosía y néctar en doradas copas
Los inmortales, de fulgor ceñidos,
                 Ledos gustaban.
 
Ya retiradas las fragantes mesas,
Por tu señora suplicaron todos,
Para que a cuantas en virtudes vence
                 Venza en imperio.
 
Por la Princesa agradecidos ruegan
Minerva docta y el canoro Febo
Y Caliope, del Saturnio padre
                 Prenda querida. [117]
A éstos amara la gentil doncella
Que sabiamente penetró sus artes;
Con aquel rostro que los cielos calma
                 Jove repuso:
 
-«Dioses, gozaos; inmutables yacen
Los altos hados de la excelsa virgen;
Si ve a otras manos empuñar el cetro,
                 No desespere.
 
Ya su lugar encontrará el destino;
Con gran fatiga a la elevada cumbre
Logra arribarse; no tolera el cielo
                 Débiles dioses.
 
Cual otras, fácil encontrara esposo,
Mas el que a ella destinó la suerte
Lugar ocupa en elevada cima, (154)
                 Lejos del vulgo.
 
Feliz el orbe regirá domado,
Cuando a él se enlace la gentil princesa,
Y entrambos polos doblarán la frente (155)
                 A tu Señora. (156)
 
Vuela a anunciarle que tranquila pase (157)
Ya sin recelo sus alegres días,
Y a repetirle el que de mí escuchaste
                 Fiel vaticinio.
No te acongojes, ni temor alguno
Tal vez te impida predecir los hados,
Que por su orden cuanto tú dijeres
                 Ha de cumplirse.» [118]
-«El tiempo dime del augurio, Ninfa,»
(Yo repliquela) y respondiome aquesto:
«Justo es tu ruego; conocer el plazo
                 Justo parece.
 
Díjolo el padre, al terminar la fiesta:
Antes que Febo en su perpetuo giro
Raudo del Cancro al Agocero helado
                 Pase dos veces,
 
Ha de cumplirse el eternal decreto.
Feliz entonces, pues sus votos logra;
Llevar al ara la Princesa debe
                 Sacros perfumes.»
 
Dijo la Ninfa, y ocultose luego
En rápido, argentado remolino,
Surco trazando, al sumergirse, leve
En las ondas del lago, antes tranquilo.
Y yo que incierta por la infanta estaba,
Sabedora por fin de su destino,
juzgué que a revelarle, disfrazado,
Mercurio descendiera del Olimpo.
Hoy constante es mi fe; por tal augurio
Al cielo entrambas manos hoy dirijo,
Y si se cumple en mi Princesa el hado,
Pienso obtener lugar casi divino.

Santander, 27 de diciembre de 1875. [119]

 
 
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Traducción del fragmento Apócrifo de Catulo que forjó el abate Marchena

   Mas ya traerán los siglos un héroe más excelso,
Invicto en las batallas y armipotente más;
Será de estirpe Eácida, que sólo el fuerte Aquiles
A tal varón pudiera noble prosapia dar;
Le admirarán los siglos mientras que nuestros dedos (158)
De las humanas gentes los hados urdirán.
   Cruzando los estambres, corred, husos ligeros,
Del porvenir las telas fatídicos hilad.
 
   Y no en el Helesponto se encerrará su gloria,
Antes el orbe todo triunfante correrá;
Los campos de Germania que corta el Istro helado,
Los que el etíope Nilo fecundizando va,
La tierra de Saturno, de mieses abundosa,
Do lame el rojo Tíber de Remo la ciudad.
   Cruzando los estambres, corred, husos ligeros,
Del porvenir las telas fatídicos hilad.
 
   De su valor ingente se admirará el germano,
Y el dacio y el escita guerrero temblarán,
Pues como la centella que Jove airado lanza
Entre fragor de truenos y recia tempestad,
Si prende en seca paja o en rosonante espiga,
Por campos y montañas extiéndese voraz,
Así él con muertos cuerpos atajará a los ríos
Cuando soberbios corran a sumergirse al mar.
   Cruzando los estambres, corred, husos ligeros,
Del porvenir las telas fatídicos hilad. [120]
 
   Mas cuando la victoria su frente coronare,
Anime la clemencia su soberana faz;
Venciendo y perdonando someta a los vencidos,
Y su triunfal carroza cien pueblos seguirán.
   Cruzando los estambres, corred, husos ligeros,
Del porvenir las telas fatídicos hilad.
 
   Éstos serán los juegos en que el potente Aquiles
Los años ejercite de su florida edad,
Y cuando rinda el hierro cansado el enemigo,
Y al orbe retornare la fugitiva paz,
El hórrido caudillo, las armas ya depuestas,
En senectud gloriosa su pueblo regirá;
Y al pueblo y al monarca los dioses sus mercedes,
Como en el siglo de oro, sin tasa otorgarán.
   Cruzando los estambres, corred, husos ligeros,
Del porvenir las telas fatídicos hilad.
 
   Nunca el furor impío, su veste desgarrando,
En intestinas lides abrase la ciudad,
Ni hermanos contra hermanos, ni padres contra hijos
Tiñan en propia sangre el brazo criminal. (159)
   Cruzando los estambres, corred, husos ligeros,
Del porvenir las telas fatídicos hilad.
 
   Desde la santa era de Deucalión y Pirra
Ninguna más dichosa que esta futura edad.
   Cruzando los estambres, corred, husos ligeros,
Del porvenir las telas fatídicos hilad. [121]
 
 
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Los sepulcros

Poema italiano de Hugo Fóscolo a Hipólito Pindemonte

 
Deorum manium iura sancta sunto.
(XII Tablas)
 

All'ombra de'cipressi e dentro l'urne...

 
   ¿Del ciprés a la sombra, en rica urna
Bañada por el (160) llanto, es menos duro
El sueño de la muerte? Cuando yazga
Yo de la tumba en el helado seno,
Y no contemple más del sol la lumbre
Dorar las mieses, fecundar la tierra,
Y de yerbas cubrirla y de animales,
Y cuando bellas, de ilusión henchidas,
No pasen ya mis fugitivas horas, (161)
Ni, dulce amigo, tu cantar escuche
Que en armonía lúgubre resuena;
Ni en mi pecho el amor, ni arda en mi mente
El puro aliento de las sacras Musas,
¿Bastará a consolarme yerto mármol
Que mis huesos distinga entre infinitos
Que en la tierra y el mar siembra la Muerte?
 
   Es verdad, Pindemonte, aun la Esperanza,
última diosa, los sepulcros huye; [122]
Todo el olvido en su profunda noche
Presto lo oculta, y sin cesar girando
Una fuerza invencible lo arrebata, (162)
Y el hombre y sus sepulcros suntuosos (163)
Y sus últimos restos y sus nombres
De la tierra y del cielo borra el Tiempo.
¿Mas no vive el mortal, cuando ya muda
Es para él del mundo la armonía,
Si puede alimentar dulces recuerdos (164)
En los pechos amantes? La celeste
Correspondencia de amoroso afecto
Don es a los humanos otorgado;
Por él vivimos con el muerto amigo,
Y él vive con nosotros; la piadosa
Tierra que en su niñez le alimentaba
Le ofrece en su regazo último asilo,
Y sus cenizas de la lluvia impía
Y del profano pie guarda y defiende;
Su nombre escribe en mármol, y con flores
De árbol amigo su sepulcro cubre,
Sobre él tendiendo bienhechora sombra.
 
   Mas quien afectos no dejó en herencia
Con triste rostro mirará las tumbas,
Errar verá su espíritu desnudo (165)
Por las orillas de Aqueronte río, (166) [123]
O levantarse en las augustas alas
Del divino perdón, pero su polvo
Deja a la ortiga del terrón desierto,
Donde ni dama enamorada ruegue,
Ni escuche el pasajero los suspiros
Con que desde el sepulcro hablan los Manes.
Nombre tan sólo aquellos muertos tienen (167)
Que con piadoso llanto son honrados. (168)
¡Oh Talía! sin tumba el sacerdote
Yace, que con amor, en pobre asilo,
Te consagró (169) un laurel, ciñó tus sienes
Con preciada corona; tú aplaudías
En dulce risa el cántico festivo,
Punzante al Sardanápalo lombardo,
Con el mugir dormido de sus bueyes,
Que arando las campiñas del Tesino
Ocio le dan, riquezas y abundancia.
¡Oh bella Musa! ¿dónde estás? No siento
Pura ambrosía, indicio de tu numen,
Entre las plantas do sentado lloro (170)
Por mi techo materno. (171) Aquí venías
Tu poeta a escuchar, bajo aquel tilo
Que hoy gime y tiende sus dobladas hojas
Porque no cubre, oh Diosa, del anciano
La urna con la sombra de sus ramas. [124]
¿Buscas tal vez en túmulos plebeyos
El lugar do descansa la cabeza
Sagrada de Parini? No en sus muros
Sombra le puso, mármol ni inscripciones
Milán, la de cantores enervados (172)
Engendradora; (173) sus cenizas mancha
Tal vez con torpe sangre el homicida
Que purgó en el patíbulo su crimen;
Acaso siente cuál sus huesos roe
Abandonado can que triste aúlla
Y hambriento escarba la olvidada fosa,
Mientras nocturno buho vuelve al nido,
Si la luna alumbró el fúnebre campo,
Y en inmundos sollozos se lamenta
Del pálido fulgor que los luceros
Sobre la tumba abandonada vierten.
¡Oh sacra Musa! de la oscura Noche
Por tu poeta la merced implora.
¡Ay del difunto que ni gloria humana
Tras sí dejare ni amoroso llanto!
Flores no nacerán sobre su losa.
 
   Cuando las nupcias, tribunales y aras
Dulcificaron de la humana gente
Las ásperas costumbres, y piadosas
Tornáronlas, los vivos arrancaron
Al aire vago, a las voraces fieras
Los míseros despojos que Natura
En raudo vuelo, en incesante giro,
Nueva existencia a producir destina. [125]
Monumentos de gloria los sepulcros
Fueron al par que venerandas aras.
Allí los Lares responder solían,
Del oráculo allí la voz oyose,
Y fue temido el juramento horrible
Sobre el paterno polvo pronunciado.
Tal religión que con diversos ritos
La virtud patria y la piedad unía,
Fue por largas edades continuada.
No siempre el pavimento recubrieron
De los templos las losas sepulcrales,
Ni el hedor de cadáveres mezclado
Al humo del incienso respirose,
Ni entristecieron la ciudad efigies
De hórridos esqueletos, ni la madre
Despertaba del sueño estremecida,
Tendiendo el nudo brazo a la cabeza
Del tierno niño que en su seno yace,
Oír pensando de irritada sombra
Largo gemir que el corazón lo helaba.
En otra edad los cedros, los cipreses,
De efluvios puros impregnando el aire,
Hojas tendían en memoria eterna
Sobre la urna, y en corintios vasos
Derramadas las lágrimas votivas,
Una antorcha encendían los amigos, (174)
Para alumbrar la subterránea noche, [126]
Porque los ojos moribundos buscan
La luz del sol, y el último suspiro
Todos los pechos a su luz exhalan.
Las fuentes derramando aguas lustrales,
Amarantos regaban y violas
En el fúnebre cerco, do si alguno
A libar leche y a contar sus penas
A los caros finados se acercaba,
Sentía en torno una fragancia pura
Como las auras del Elíseo prado.
 
Hoy piadosa locura a las doncellas
Britanas hace suburbanos predios
Mucho estimar, donde el amor las lleva
De la perdida madre, do imploraron
Al Genio del lugar por el retorno
Del héroe que rompió vencida nave,
Y de su mástil fabricó su tumba. (175)
Donde duerme el afán de ínclitos hechos, (176)
Y el trémulo pavor y la opulencia
Son del vivir político ministros,
Inútil pompa, precursora imagen
Del Orco son marmóreos monumentos.
Ya el rico, el docto y el patricio vulgo,
Gloria y decoro de la Ausonia tierra,
En sus palacios, entre vil lisonja,
Tiene, aun en vida, excelsa sepultura,
Y en vanos timbres su grandeza asienta. [127]
Ven, dulce muerte, reposado albergue
Do la fortuna sus venganzas cesa;
Recoja la amistad no de tesoros
Herencia, mas de canto no humillado
Y libres pensamientos el ejemplo.
 
   A egregios hechos, Pindemonte, excitan (177)
Las urnas de los fuertes; bella y santa
Hacen al peregrino aquella tierra
Que las oculta. Cuando vi el sepulcro
Donde de aquel varón los restos yacen,
Que el cetro del tirano gobernando, (178)
Deshoja su laurel, y al pueblo muestra
Con qué lágrimas crece y con qué sangre,
Y el féretro de aquel que nuevo Olimpo
Alzó en Roma a los Dioses, y la tumba
Del que vio al sol inmóvil y a los mundos
Bajo el etéreo pabellón rodando,
Y al Ánglico inmortal mostró la vía
Del antes ignorado firmamento;
Dichosa te llamé, ciudad que baña
Aura vital, y lava el Apenino
Con torrentes lanzados de su cumbre.
Limpidísima luz vierte la luna
En tus collados que la vid adorna,
En los cercanos valles que a los cielos
Despiden de mil flores el aroma. (179) [128]
 
Tú, Florencia, escuchaste la primera
Del desterrado Gibelino el canto,
Y tú los padres diste y el idioma
Al dulce vate, de Caliope labio,
El que al Amor desnudo en Grecia y Roma
De un velo candidísimo adornando,
Volvió al regazo de la Urania Venus
Y más felice aún, porque en un templo
Conservas fiel las italianas glorias,
Las únicas quizá, pues de los Alpes
El mal vedado paso y la inconstante (180)
Omnipotencia de la humana suerte
Armas te arrebataron y defensa,
Y aras y patria; esta memoria sola
Nos resta; de aquí brote refulgente
Luz de esperanza a la oprimida Italia
Y el fuego encienda en generosos pechos.
 
Alfieri en estas tumbas a inspirarse
Venir solía; con los patrios dioses
Airado, en torvo ceño, erraba mudo
Por la orilla del Arno más desierta
Con ansioso recelo contemplando
Los montes y los valles, do ninguno
A su anhelar quejoso respondía;
Sobre el mármol dobló la frente austera
Con palidez mortal, mas aún brillaba
La divina esperanza en su semblante.
Hoy yace en esos mármoles; sus huesos [129]
Aun a la voz de patria se estremecen;
Desde el sacro recinto un numen habla,
Numen de patria que animó a los griegos
Contra el persa invasor, en Salamina
Y en Maratón, do consagrara Atenas
Trofeos a sus hijos. El piloto
Que surcó desde entonce el mar Eubeo,
Vio centellear en la tiniebla oscura
Fulgor de yelmos y encendidas teas,
Humear ígneo vapor las rojas piras,
Armas brillar cual si la lid tomara,
Y escuchó en el silencio de la noche
Tumulto de falanges por el campo,
Clangor vibrante de torcidas trompas,
Relincho de corceles voladores,
Gemir de moribundos, triste llanto,
Himnos de gloria, y funerales trenos.
 
   ¡Feliz tú que el imperio de los vientos
En tus floridos años recorrieras,
Y si la antena dirigió el piloto
Tras las islas Egeas, cierto oíste
Del Helesponto resonar la costa
Con los hechos antiguos, y espumosa (181)
Y rugiente (182) miraste a la marca
Las armas conducir del fuerte Aquiles,
A las playas Reteas, a la tumba [130]
De Ayax de Telamón! Sólo la muerte
Dispensa con justicia eterna gloria;
Ni astuto ingenio ni favor de reyes
Al Ítaco falaz aprovecharon;
Las ondas le arrancaron su despojo
Por los ínferos dioses concitadas.
 
   Yo en peregrinas tierras fugitivo
Por anhelo de gloria y triste suerte
Estos nombres evoco, que las Musas
Del mortal pensamiento animadoras,
Fieles custodios, los sepulcros guardan,
Y cuando el tiempo con sus alas frías
Osa tocarlos, las Pimpleas hacen
Alegres con su canto los desiertos,
Y vence poderosa su armonía
De siglos mil las sombras y el olvido.
Por eso hoy en la Tróade contempla
Con asombro y respeto el peregrino
Un lugar por la ninfa consagrado
Que fue esposa de Jove, y dio la vida
A Dárdano inmortal, de do Asaraco
Y los cincuenta tálamos proceden
Y Troya, el reino de la Julia gente. (183)
 
Oyó Electra el decreto de la Parca
Que del aura vital la transportaba
A los Elíseos coros, y al Tonante
Esta postrer plegaria dirigía: (184) [131]
«Si te agradó mi rostro y mi belleza (185)
Y las dulces vigilias a mi lado, (186)
Y algún premio mayor no me deparas,
La muerta amada desde el cielo mira
Y haz sagrado el lugar de su sepulcro.»
Rogando así, moría y el Saturnio,
Gimió, doblando la inmortal cabeza,
Y ambrosía vertió sobre la Ninfa,
Y aquella tumba consagró por siempre.
Allí yace Erictonio y duerme el justo
Ilión; allí venían las troyanas
Sacrificios a hacer, queriendo en vano
El hado detener de sus maridos;
Allí vino Casandra, cuando el pecho
Ardiendo en sacro fuego, el Dios la hacía
De Pérgamo anunciar los tristes hados,
Y a las sombras cantaba himno amoroso,
 
Guiando a sus sobrinos exclamaba
Con profundo suspiro: «Si de Argos
Do al hijo de Laerte, al de Tideo
Conduciréis al pasto los corceles,
Tal vez tornar os concediera el hado,
En vano buscaréis la patria vuestra;
Los muros arderán, obra de Febo,
Aun veréis humeantes sus reliquias.
En esta sacra tumba los Penates
Habitarán de Ilión, que en la desdicha (187)
Los Númenes conservan el recuerdo. [132]
¡Oh palmas y cipreses que las nueras
De Príamo plantaron, y que presto
¡Ay! creceréis con lágrimas bañados (188)
De tristes viudas, proteged mis padres!
Y quien llegare a la espesura sacra
Que vuestras ramas formarán creciendo,
Pío se dolerá de nuestros males
Y tocará con reverencia el ara,
Amparad a mis padres algún día;
Veréis errante a un ciego en vuestros bosques,
Trémulo penetrar en los sepulcros,
Las urmas abrazar e interrogarlas;
Entonces gemirán los hondos antros
Y narrarán las tumbas el destino
De Ilión, dos veces en el polvo hundida
Y dos tornada a alzar con gloria nueva (189)
Para adornar el último trofeo
Del Pélide fatal. El sacro vate,
Aplacando las sombras con su canto,
Ensalzará a los príncipes argivos
Por cuanto baña el piélago sonante,
Y a ti, Héctor, dará llanto sublime.
Santa será la sangre derramada
Por la patria infeliz, mientras radiante
El sol alumbre la miseria humana.»

Santander, 4 de septiembre de 1875. [133]

 
 
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El ciego

Idilio de Andrés Chénier

Dieu dont l'arc est d'argent, Dieu de Claros, écoute...

 
   -«Oye mis ruegos tú, deidad de Claros,
Apolo Smínteo, el de la alada flecha
Y arco de plata. Moriré sin duda,
Si tú no guías a este errante ciego.»
Tal pronunciaba con suspiro triste,
Penetrando en la selva, errante anciano,
Y en una piedra se sentó gimiendo.
Al ladrido tenaz de los molosos,
Custodios fieles de la grey balante,
Tras él corrían con veloces pasos,
Hijos de aquella tierra, tres pastores,
El furor deteniendo de sus canes,
Por amparar del viejo la flaqueza,
Y acercándose a él, así decían:
-«¿Quién es aqueste anciano, débil, ciego?
¿Será por dicha morador celeste?
Grandeza y altivez su faz descubre, (190)
Pende una lira informe de su cinto,
Y al resonar su canto, se estremecen
El aire, el mar, el cielo y las montañas.» [134]
Él sus pasos oyó, y atento espera,
Y tiembla al acercarse, y ambas manos
En ademán de súplica extendía.
 
-«No temas (dicen ellos), extranjero,
Si ya en forma terrestre, deleznable,
No eres un numen que a la Grecia ampara:
¡Tanta grandeza en tu vejez descubres!
Si eres sólo un mortal, oh triste anciano,
No te arrojaron las marinas olas
A tierra cruda y de piedad ajena.
Nunca el destino da dicha colmada;
A ti los altos dioses concedieron
Noble y sonora voz, pero tus ojos
Cerraron a la luz del claro día.»
 
-«Infantil vuestra voz blanda parece;
Niños seréis, mas los discursos vuestros
Prudencia suma (191) y madurez revelan.
Pero siempre recela el indigente
Extranjero que sirven sus desgracias
De objeto a muchos de baldón y risa.
No compararme a los celestes dioses
Oséis: ¿mis canas, mi arrugada frente
Y esta perenne noche de mis ojos
Son de un numen tal vez digno semblante?
¡Soy hombre entre los hombres desdichado!
Si a un pobre conocéis, errante, triste,
A ese tan sólo compararme puedo. [135]
No porque yo intentara, cual Tamiris,
La prez del canto arrebatar a Apolo,
Ni, cual Edipo, con incesto hubiera
Y parricidio sobre mí llamado
De las negras Euménides las iras.
En mi vejez el hado omnipotente
Me reservaba la tiniebla oscura,
Y en destierro vagar, hambre y pobreza.»
 
-«Toma, y ojalá cambie tu destino,»
Ellos dijeron, y sacando luego
De una de cabra piel, blanca (192) y luciente,
El manjar aquel día preparado,
En sus rodillas ponen a porfía
El blanco pan de trigo, la aceituna,
La almendra, el queso y los melosos higos.
Come también el perro, que yacía
Entre sus pies, mojado y sin aliento,
Que nadando dejó la corva nave
A pesar del remero, y en la orilla
Vino a juntarse a su infelice dueño.
 
-«No siempre mi destino es inflexible;
Salud, oh niños (el anciano dijo)
De Jove mensajeros. ¡Venturosos
Los padres que a estos niños engendraron!
¡Venid y que mis manos os conozcan
Cual si vista tuviera! ¡Oh hijos míos,
Hermosos sois los tres, vuestros semblantes
Hermosos son, y dulces vuestras voces! [136]
¡Qué amable es la virtud de gracia llena!
Creced cual la palmera de Latona,
Del cielo don, del mundo maravilla,
Que contemplé, cuando mis ojos vieron,
Al aportar a la sagrada Delos,
Cerca de Apolo y de su altar de piedra.
Cual ella creceréis grandes, robustos,
Fuertes, de los mortales venerados,
Porque amparar sabéis tanta desdicha.
Apenas el mayor tendrá trece años, (193)
Oh niños míos; yo era casi viejo
Antes que vuestros padres respiraran.
Siéntate junto a mí, del viejo cuida,
Tú el mayor de los tres.» - «Cantor ilustre,
¿Cómo o de dónde vienes? que las olas
Rugen por dondequiera en nuestra orilla.»
 
-«Mercaderes de Cyme me guiaron;
Dejaba (194) de la Caria las riberas,
Por ver si Grecia patria me ofrecía
Y los dioses benignos me otorgaban
Suerte menos cruel, horas serenas.
¡Que la esperanza hasta el sepulcro vive!
Mas nada tengo; ni pagar el viaje
Pude a los nautas, y ellos me arrojaron,
Como visteis poco ha, a vuestra ribera.»
 
-«¿Y por qué no cantaste, dulce viejo?
Con tu armoniosa voz pagar podías.» [137]
 
-«¡Hijos, del ruiseñor los dulces sones
Nunca del buitre calmarán la rabia,
Ni los avaros, insolentes ricos
Alma tendrán para gustar del canto.
Guiado por mi báculo, en la arena,
Del piélago al mugir, solo, en silencio,
Escuché los balidos de un rebaño
Y el resonar de la bronceada esquila.
Tomé la lira; a sus movibles cuerdas
Los dedos apliqué, ya temblorosos,
La bondad implorando de los dioses
Y en especial de Jove hospitalario.
Mas de pronto sonó voz formidable
Y enormes perros contra mí vinieron,
Y vosotros con piedras y con gritos
Calmasteis luego su iracunda rabia.»
 
-«¿Será cierto tal vez, oh padre mío,
Que ya perverso degenera el mundo?
En otro tiempo al escuchar la lira
Lobos y tigres, su furor rendido,
De un cantor como tú los pies besaban.»
 
-«¡Bárbaros, ay! Sentado yo en la popa,
Canta, gritaba aquella chusma impía,
Si ve algo más tu ingenio que tus ojos,
Destierra nuestro enfado, vagabundo.
Yo confundirles quise con mi acento,
Mas no se abrió la boca a la respuesta,
Hice callar la lengua, y con la mano
Detuve al Dios hirviente ya en mi seno. [138]
¡Oh Cyme, pues tus hijos ofendieron
A la prole inmortal de Mnemosina,
Profundo olvido su memoria cubra
Y sepulte su nombre densa noche!»
 
-«Ven a nuestra ciudad, de aquí vecina,
Que a los amigos de las Musas ama;
Un asiento te espera en los festines
Con argentinos clavos tachonado.
Ricos manjares, miel y dulce vino
De los pasados males la memoria
Desterrarán, so la columna alzada
Do pende de marfil sonante lira.
Si en el camino, rápsoda ingenioso,
Con celestiales cantos nos deleitas,
Diré que Apolo desde el alto Olimpo
Tu son inspira y tus acordes rige.»
 
-«Marchemos, sí; ¿mas dónde me conduces?
Hijos del triste ciego, ¿dónde estamos?»
-«En la isla de Sicos fortunada.»
-«¡Sicos, salud, hospitalaria siempre!
Piso otra vez tu venturosa orilla;
Amigos, vuestros padres me conocen.
Cual vosotros crecían, cuando vine
Joven, valiente: (195) contemplar podía
La primavera, el sol, la blanca Aurora.
Siempre el primero en la gallarda liza, (196)
En la pírrica danza, en la carrera, [139]
Argos y Creta, Atenas y Corinto
Yo visité; la de cien puertas Tebas
Y del Egipto la ribera fértil.
Mas la tierra y el mar, el tiempo, el hado,
Mi cuerpo han oprimido de dolores;
Sólo la voz me queda, cual cigarra
Que cantando en las ramas se consuela.»
 
-«Ante todo a los dioses invoquemos:
¡Oh soberano, omnipotente Jove,
Sol que en tu lumbre lo penetras todo,
Mar, tierra, ríos, vengadoras Furias,
Salud, ¡oh del Olimpo habitadores!
Todo saber procede a los mortales
De vosotras, oh Musas; comencemos...»
 
Él prosiguió; las ramas se inclinaron (197)
Del roble antiguo a sus cadentes sones,
Libre dejó el pastor a su ganado,
Y olvidando el camino los viajeros
Pararon a su voz. Él suspendido
Del fuerte brazo de su joven guía,
Sintiolos agruparse y detenerse,
Con avidez oyendo sus cantares,
Y Ninfas y Silvanos de sus grutas
A admirarle salir, no respirando,
Sobrecogidos con espanto mudo.
Porque cantaba en vagarosos himnos,
Cuál se juntaron en fecundo abrazo
Las primeras semillas de los seres, [140]
Los principios de fuego, tierra y aire,
Y del seno de Jove descendida
El agua a congregarse en hondos ríos;
Las leyes, los oráculos, las artes (198)
Y la concordia fraternal del pueblo;
El caos, los amores inmortales,
El Rey sublime, que el Olimpo y Tierra
Al mover estremece de sus ojos;
Los dioses dividiendo fiera lucha,
Sangre divina enrojeciendo el suelo, (199)
Congregados los reyes, y a sus plantas
Nubes de polvo, carros voladores,
Armas brillantes de guerreros fuertes,
Cual vasto incendio en escarpada cima,
Crines flotantes de ligeros potros
Que a sus jinetes a la lid arrastran.
 
Cantó después la paz de las ciudades,
Los oradores, las sagradas leyes,
Y de los campos la cosecha fértil;
Mas pronto coronadas las murallas
De soldados mostró; víctimas ruedan
En los sagrados atrios, y las madres
Y las esposas gimen; las doncellas (200)
A dura esclavitud son condenadas. (201)
 
Cantó tras esto las alegres mieses,
Balante grey y mugidor rebaño, (202) [141]
La rústica zampoña, las canciones
De ruidosa vendimia, los festines,
La flauta suave y la ligera danza.
El viento desató que el mar agita
Y al nauta envuelve en las hinchadas olas;
Mas súbito a las hijas de Nereo
Salir ordena de azulada gruta,
Y pronto levantáronse a sus gritos
Naves sin cuento que la mar cortaban
Con rumbo cierto a la troyana orilla.
 
Mostró después de Estigia las prisiones
Y la ribera criminal, los campos
De asfódelo, do vagan macilentas
Sombras de luz y de vivir privadas,
Tristes ancianos por la edad vencidos,
Jóvenes arrancados de sus padres,
Niños cuyo sepulcro fue la cuna,
Y doncellas que en flor arrebatadas
Tálamo hallaron en la tumba fría.
Bosques, arroyos, montes y peñascos,
Cómo debisteis palpitar de gozo
Cuando el vate mostraba al divo Hefesto
Forjando en Lemnos, en el sacro yunque,
Aquella red irresistible y fina,
Como de Aracne las sutiles hebras,
Y entre sus hilos enredando a Venus;
O cuando en piedra trasformaba a Niobe,
Madre tebana, de altivez en pago,
O cuando con acento lastimero
De la triste Aedon repitió el lloro, [142]
Que de un hijo madrastra involuntaria
Huyó, cual ruiseñor, a la espesura
Del solitario bosque. Con el vino
Vertió después el néphendes potente,
Que olvido inspira de los males todos,
De los guerreros en las copas; luego
Cogió la flor del moly que a los hombres
Hace prudentes, sabios y felices,
Y del calmante lotos la bebida
Con cuyo filtro olvidan los mortales
Los caros padres y la dulce tierra.
 
Vieron por fin el Osa y el Peneo
Y la espesura umbrosa del Olimpo,
Las mesas de Himeneo ensangrentadas,
Cuando el monstruoso pueblo de la noche
Al festín asistió de Piritoo; (203)
Y Tesco arrancó medio desnuda
La esposa de su amigo, del robusto
Brazo del ebrio, del salvaje Eurito,
Mientras, acero en mano, el desposado
«Espera (le gritó), traidor espera:
Fuerza es que hoy vengue el insolente ultraje
Mas, antes que él, sobre el Centauro fiero,
Hizo Dryas caer ardiente pino,
 
Con el hierro sus ramas erizadas.
El cuadrápedo atroz en vano clama (204)
Y el suelo hiere, donde al fin sucumbe. [143]
Y al esfuerzo de Nesso armipotente
Ruedan Cymele, Periphas, Evagro;
Mata Pirito a Antímaco y Petreo,
Y al de nevados pies, leve Cilaro,
Y al negro Macareo, que con pieles
De tres leones por su mano heridos
Armaba sus ijares y su seno.
 
Encorvado, una roca levantando,
Imprudente Bianor es sorprendido
Por Hércules divino, que sepulta
En un vaso de bronce antiguo, inmenso,
Herida con la clava, su cabeza;
Y ceden al furor del bravo Alcides
Licotas, Clamis, Demoleón, Rifeo,
Que ostentaba en sus crines orgulloso
El heredado brillo de las nubes.
 
De doble lid Eurynomo sediento,
Mueve sus pies en raudo torbellino,
De Néstor sacudiendo la armadura
Con repetidos golpes; huye el duro
Yelops, y con el brazo levantado
Espera el ágil Crántor la embestida,
Mas súbito Eurynomo, se interpone
Y va a hendir con el leño su cabeza.
Violo el hijo de Egeo ensangrentado
Y del ara arrancó una ardiente encina;
Lanzó grito terrible; de su espalda
Nunca domada las flotantes crines
Asió veloz, y sepultó en su boca [144]
Abierta con esfuerzo poderoso
La llama juntamente con la muerte. (205)
Despójase el altar de sus antorchas
Y armas para el combate les ministra;
Suena en el bosque femenil gemido;
Los ungulados pies baten la tierra,
Y mézclase al tumulto del combate (206)
Ruido de vasos con estruendo rotos,
Injurias, gritos, moribundos ayes.»
 
Así el viejo de imágenes osadas
Desarrolló el tejido portentoso,
En tanto que los niños asombrados
Contemplaban salir de aquella boca
Raudo torrente de inmortal palabra,
Como en invierno la copiosa nieve
Cae en la cima del erguido monte.
 
A su encuentro con ramas en las manos, (207)
Salen de la ciudad los moradores
Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos,
Flor y ornamento de la isleña Sicos.
«Ven, elocuente vate, repetían;
Ven, armonioso ciego, a nuestros muros;
Alumno de las Masas, convidado
Al nectáreo banquete de los dioses;
Nuestra isla habitarás, y quinquenales
Juegos celebrarán el fausto día
En que holló nuestra playa el grande Homero.

Santander, 6 de diciembre de 1875. [145]

 
 
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El joven enfermo

Idilio de Andrés Chénier

Apollon, Dieu sauveur, dieu des savants mystères.

 
   «Apolo salvador, Dios de la vida,
Dios del misterio y las salubres plantas,
Vencedor de Pytón, joven, triunfante,
Apiádate de mi hijo, mi único hijo,
Y de su madre, en lágrimas bañada,
Que sólo por él vive y moriría
Si perdiese la lumbre de sus ojos;
Que no ha vivido para verle muerto...
Su juventud ampara, joven eres,
Extingue en él la fiebre abrasadora
Que consume la flor de su existencia.
Si logra libertarse del sepulcro
Y al Ménalo tornar con su rebaño,
Mis arrugadas manos, de tu estatua
Suspenderán al pie, de onyx la copa, (208)
Y, cada estío, de un mugiente toro
La sangre correrá sobre tus aras.
 
   ¿Siempre, hijo mío, tu silencio triste
Inflexible será? ¿Matarme quieres?
¿En mi cana vejez abandonarme? [146]
¿Tus párpados cerrar, unir tu polvo
A las cenizas de tu padre debo?
Yo esperaba de ti tales cuidados;
Yo esperaba que el mármol de mi tumba
Regases tú con lágrimas y besos.
Hijo mío, ¿qué pena te devora?
Doble amargura entraña el mal callado.
¿Nunca alzarás los ojos abatidos?»
 
-«Adiós, madre, me muero... ya no tienes,
No tienes hijo, madre muy amada;
Te pierdo, que una llaga me consume
Ardiente, venenosa... Con trabajo
Respiro apenas, e imagino siempre
Que en cada aliento huye de mí la vida.
No hablaré más... adiós... me ofende el lecho,
El peso del tapiz... me oprime todo...
Ayúdame a morir, ponme de lado...
¡Ah! ya expiro... dolor...»
 
                                   -«Tente, hijo mío;
Toma esta copa, esta bebida apura;
Su calor te dará fuerzas y vida;
La adormidera, el díctamo y la malva
Y mil potentes zumos (209) que dan sueño
Vertió a mi ruego en el hirviente vaso
La Tésala hechicera. (210) Ya tres giros (211)
Ha dado el sol, sin que tu boca a Ceres
Ni tus ojos el sueño conocieran. [147]
Toma, hijo mío, ríndete a mis ruegos...
¡Llora tu anciana, inconsolable madre,
Tu triste madre a quien amar decías;
La que otro tiempo dirigió tus pasos, (212)
Te dio sus brazos, te ofreció su seno;
La que a hablar te enseñara, (213) y muchas veces
Con su canto las lágrimas calmaba, (214)
Que arrancó de (215) tus ojos infantiles
El brotar de los dientes doloroso.
Beba tu labio pálido y helado,
Que otro tiempo mis pechos oprimiera,
Jugo que nutra y tu dolor mitigue,
Cual tu infancia nutrió la leche mía!»
 
-«¡Valles, collados, bosques de Erimanto,
Viento sonoro y fresco que las hojas
Sacudes y las aguas estremeces,
Y levantas la túnica de lino
Que avara cubre su torneado seno...
De leves ninfas saltadores coros!...
¿Lo sabes, madre mía? En la espesura
Del Erimanto ni los lobos vagan
Ni se arrastra la sierpe ponzoñosa...
¡Rostro divino, transparentes aguas,
Flores y danzas y sonoros cantos!...
¿Lugar más bello ofrecerá la tierra?
Ya no veré esos brazos, esas flores, [148]
Ni los cabellos, ni los pies desnudos,
Blancos y delicados... Conducidme
A los umbrosos bosques de Erimanto,
Y allí contemple a la doncella hermosa
Por la postrera vez... Alzarse vea
Del humo de su hogar larga columna;
Allí acompaña a su felice padre,
Con pláticas sabrosas encantando
Su tranquila vejez. ¡Dioses! la veo
El vallado saltar, suelta la trenza,
Y luego a lentos pasos dirigirse
De su madre al sepulcro, donde llora,
Sobre él quedando pensativa, inmóvil.
¡Qué hermosa faz! ¡Qué dulces son sus ojos! (216)
¡Ay! ¿llorarás así sobre mi tumba?
¡Ah! si exclamases, bella de las bellas:
«Crudas con mi amador fueron las Parcas.»
 
-«¿Conque es Amor insano, oh hijo mío, (217)
Quien así crudamente te ofendiera?...
¡Hijo mío infeliz! Débiles somos,
Mas siempre nuestro amor al hombre hiere; (218)
Cuando lágrimas corren en secreto,
Siempre por el amor son derramadas.
Mas, dime: ¿en la espesura de Erimanto
Qué virgen viste, qué gallarda ninfa?
¿No eres rico tal vez? ¿No eras hermoso [149]
Antes que tus mejillas marchitara
La dolencia fatal?... Habla, hijo mío.
¿Es Egle, hija del rey de la onda pura,
O Irene rubia, la de largas trenzas?
¿Será por dicha la belleza altiva
Que en templos, en festines es mirada
De madres y de esposas con espanto?
¿Será la hermosa Dafnis...»
 
                                      -«Calla, madre,
Calla, que es orgullosa, es inflexible;
Como las inmortales, bella, altiva. (219)
Por ella mil amantes anhelaron,
Y la amaron en vano... Como ellos,
Yo altanera (220) respuesta hubiera oído...
No lo sepa jamás... Pero oye, madre;
Mira cuál pasan, ¡ay! mis tristes días;
Mi ruego escucha, ven en mi socorro; (221)
Yo muero... ve a buscarla... que tu rostro
Y tu vejez la imagen de su madre
Traigan a su memoria. El canastillo
Toma, y en él los más preciados frutos,
Y el Eros de marfil, la copa de onyx, (222)
De nuestra choza espléndido ornamento.
Toma mis cabritillos, toma al cabo
Mi corazón, y lánzale a sus plantas. [150]
Dila quién soy y dila que me muero;
Dila que no te resta hijo ninguno,
Abraza de su padre las rodillas,
Implora, gime (223) y en tu auxilio llama
Cielos y tierra, dioses venerandos
Templos, altares y potentes diosas.
Vete; si no consigues ablandarla,
 
Adiós, mi madre, adiós, no tendrás hijo...
-«Hijo tendré; lo dice la esperanza.»
Sobre el lecho inclinose, y en silencio
Cubrió la frente del dolor rendida
Con beso maternal mezclado en llanto.
Después salió con paso vacilante
Por la edad y el temor, trémula, inquieta.
Pronto volvió ligera y anhelosa,
Gritando desde lejos: -«Hijo mío,
Ya vivirás.» Sentose junto al lecho;
Tras ella sonriendo entró un anciano
Y una virgen después, en cuya frente
Mostró el rubor su púrpura divina.
Hacia el lecho miró, y el insensato
Ocultó tembloroso la cabeza.
Mas ella dijo: -«Amigo, de las danzas (224)
 
Hace tres días que tu ausencia advierto; (225)
¿Por qué morirte quieres? Tú padeces, (226) [151]
Dicen que sola yo puedo curarte... (227)
Vive y una familia formaremos,
Y tú padre tendrás, tu madre, hija.»

Santander, 8 de diciembre de 1875. [152]

 
 
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Neera

Idilio de Andrés Chénier

Mais telle qu'à sa mort, pour la dernière fois...

 
.............................
   Como en su muerte, por la vez postrera,
El cisne gime y falleciente entona
Dulce cantar al despedir la vida;
Pálida así, y en la mirada triste
Sombra funesta, desplegó sus labios
La ninfa, y dijo con susurro leve:
 
«¡Oh del Sebeto náyades ligeras,
Cortad las trenzas sobre mi sepulcro!
Clinias, adiós; no volverá tu amada.
¡Cielo, mar, tierra, valles y torrentes,
Flores y bosques y repuestas grutas,
Traed continuo a su memoria el nombre (228)
De Neera, su bien y sus amores;
De su Neera, que por él la casa
Dejara de su madre, y fugitiva
De ciudad en ciudad errante (229) anduvo,
Sin atreverse a levantar los ojos
Delante de los hombres. Ora el astro
De los gemelos de la hermosa Elena
En el jónico mar tu nave guíe; [153]
Ora de Pesto en el vergel lozano
Dos veces en el año frescas rosas
Corte tu mano por tejer coronas, (230)
Si a la puesta del sol vaga tristeza
Mezclada de dulzura tu alma siente,
Llámame, Clinias; estaré a tu lado,
O tras ti volaré; mi espíritu (231) errante
Gemirá entre las hojas de los bosques,
Descenderá en el seno de las nubes,
Llevaranle (232) los vientos en sus alas,
O brotará de la marina espuma.
Como centella surcará los aires,
Leve cual sueño, sin cesar volando,
Y siempre tierno y amoroso siempre,
Mi acento blando halagará tu oído.»

Santander, 8 de julio de 1876.

 

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