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241

O. c., p. 82.

 

242

En El tiempo y los Conway, al finalizar el acto segundo, Kay expresa una concepción del tiempo-destructor que guarda alguna relación con la del tiempo-limitación: «Sí, Alan, es odioso e insoportable. Acuérdate de lo que alguna vez fuimos, y de lo que pensamos que llegaríamos a ser. Y ahora esto... Y es todo lo que nos queda, Alan... Somos «nosotros». Cada paso que damos, cada segundo del reloj..., es peor y peor. Si esto es la vida, ¿para qué sirve? Hubiera sido mejor morir, como Carol, antes de descubrir la verdad, antes que el tiempo se pusiera a destrozarte. Ya lo he sentido otras veces, Alan, pero jamás como esta noche. En el universo hay un inmenso demonio, Alan, y lo llamamos Tiempo. (...) El tiempo nos está derrotando.» Pero esta visión es corregida por Alan, que encarna el punto de vista del autor: «No, el tiempo es sólo una especie de sueño, Kay. Si no fuera así, tendría que destruirlo todo..., el universo entero..., y luego rehacerlo a cada décima de segundo. Pero el tiempo no destruye nada. Simplemente nos mueve, en esta vida..., desde una mirilla a la siguiente. (...) Me parece que gran parte de nuestra preocupación nace de que consideramos al tiempo como el devorador de nuestras vidas. Por eso nos precipitamos los unos sobre los otros y nos lastimamos mutuamente...» (Citamos por la edición del Teatro Completo de J. B. PRIESTLEY, Aguilar, Madrid, 1969, pp. 191 y 192).

En Yo estuve aquí una vez se ensaya dramáticamente una concepción del tiempo circular, pero admitiendo la posibilidad de modificación de sucesos «antes» ocurridos. Es una plasmación teatral de la teoría de la recurrencia modificada, que nada tiene que ver con la circularidad de que hablamos a propósito de Historia de una escalera.

Recordemos también unas palabras de Adela en otro drama de BUERO, Las cartas boca abajo: «Los años pasan y noto que todo me va aplastando... sin que yo pueda hacer nada, ¡nada!, para evitarlo. Quizá sea una ley general y haya que aprender a resignarme. ¡Pero yo no sé resignarme!... y me siento estafada, y tengo miedo (...) a hundirme del todo.» (Parte primera, Cuadro I).

 

243

Véase el artículo de JOSÉ M.ª DE QUINTO: «Notas para un ensayo sobre el teatro y el tiempo» (Teatro, n.º 6, abril, 1953, pp. 38-40).

 

244

MARÍA EMBEITA, por ejemplo, escribe: «Nos damos cuenta de la estructura cíclica de la obra al levantarse el telón del tercer acto. En esencia es la repetición del primero.» (art. cit, p. 32). Y G. TORRENTE BALLESTER (Teatro español contemporáneo, Guadarrama, Madrid, 1968, p. 134): «Es un anillo de destinos que se cierra, una vuelta a empezar sin salida, semejante a la vida misma.»

Se ha hablado de una obra de UNAMUNO, El pasado que vuelve, con relación a esta configuración cíclica. También en ella pasan por escena tres generaciones, correspondiéndose con los actos. En realidad no es infrecuente hallar una estructura temporal de esta índole. Recordemos en nuestro actual teatro piezas de tan distinta naturaleza e intención como Un paraguas bajo la lluvia, de RUIZ IRIARTE; El baile, de EDGAR NEVILLE o Tierra roja, de ALFONSO SASTRE, que une a su desarrollo cíclico un final ambivalente. En Historia de una escalera, no obstante, la estructura temporal y el paso de generaciones tienen una función dramática muy precisa y ofrecen un resultado singular.

 

245

Art. cit., pp. 233-234.

 

246

Correo Literario, 15 junio 1950, p. 9.

En «Palabra final» (pp. 155-156) había escrito: «El "ritornello" de las palabras de los padres en los hijos no prejuzga nada; es el vago alerta que nos da a veces la repetición de las cosas humanas, verosímil aquí por el carácter -la falta de carácter- de los dos muchachos y por el ambiente familiar donde se han criado, favorable a una mimetización de los padres por parte de los hijos. Quizá se salven estos del fracaso de los mayores o -tal vez- fracasen también, casándose. Como yo, lector amigo, no lo sé, no puedo decirlo.»

 

247

Art. cit., p. 236.

 

248

Art. cit., p. 281.

 

249

«Le théâtre espagnol engagé: Buero Vallejo et Sastre». En Le Théâtre Moderne. II. Depuis de la deuxième guerre mondiale, Jean Jacquot, ed., C.N.R.S., Paris, 1967, p. 120.

F. VIAN («Il teatro di Buero Vallejo», Vita e Pensiero, XXXV, marzo, 1952, p. 167), por el contrario, opina que «precisamente quando la soluzione logica poteva apparire la cupa disperazione o l'atroce ribellione, un leggero colpo d'ala, un soffio d'aria appena percettibile, riaprono l'angusto orizzonte: appunto in codesto "non finito" sta il miglior risultato etico del dramma».

Para ROBERT L. NICHOLAS (The Tragic Stages of Antonio Buero Vallejo, Estudios de Hispanófila, n.º 23, Valencia, 1972, p. 26), que afirma el carácter cíclico de la obra, «hope emerges from the very fact that the tragic reality of everyday life is put on stage».

 

250

«Buero: De la repugnante y necesaria violencia a la repugnante e inútil crueldad». Entrevista de JOSÉ MONLEÓN, Primer Acto, n.º 167, abril, 1974, p. 13.