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Eugenio María de Hostos: utopía y federación

María Dolores González-Ripoll Navarro



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ArribaAbajoPresentación

El presente trabajo constituye una revaloración del pensar, ser y hacer de Eugenio María de Hostos, uno de los intelectuales más importantes en la historia de Puerto Rico. El estudio de la vida de Hostos constituye una ventana a la problemática de América Latina de la segunda mitad del siglo XIX. Su obra nos deja un testimonio fehaciente de las contradicciones en las que transcurría el devenir de nuestras naciones. Hostos vivió en un periodo en el que las jóvenes repúblicas latinoamericanas se afanaban en la búsqueda de su identidad nacional; se esforzaban en elaborar y llevar a la práctica un proyecto de nación que les permitiera un desarrollo sostenido, para poder acceder a la tan añorada modernidad y el progreso. A través de la pluma hostoniana escurre la tinta lamentable del sojuzgamiento español que todavía sufrían Cuba y Puerto Rico.

M.ª Dolores González-Ripoll, nos presenta la vida y obra de uno de los más glandes pensadores hispanoamericanos y libertadores de América. El pensamiento y los ideales de Hostos se equiparan a los de Bolívar, Hidalgo, Morelos, etc. Él era al mismo tiempo que un pensador visionario, un hombre de acción revolucionaria. Dedicó todo su esfuerzo a la obtención de la independencia de las Antillas. Su actuar, tanto en su tierra borinquen como en el exterior, fue en pos de la unificación de «Nuestra América», como Martí lo propugnaría, posteriormente.

En una condensada, pero amena síntesis la investigadora del Consejo Superior de Investigación Científica de Madrid, nos presenta a un multifacético pensador, que cultiva las diferentes ramas del saber como la sociología, el derecho y la pedagogía, sin perder de vista el eje coordinador de sus actividades: la independencia de Cuba y Puerto Rico. Hostos, durante la guerra de 10 años (1868-1878) en Cuba, hizo suya esta causa libertaria y escribió sendos artículos de denuncia y condena al colonialismo español.

La autora deja de manifiesto en la presente obra su gran conocimiento sobre este libertador. Además en el texto salen a relucir sus dotes literarias, lo que permite una placentera lectura, de esta señera figura. La obra es meritoria, a la vez que fluida; es profunda en la interpretación y explicación de la filosofía hostoniana. Es dinámica, rastrea la evolución y los cambios en su modo de pensar. Nos muestra sus diversas facetas, sus sueños en pos de la utopía de la gran federación antillana. Nos presenta al Hostos, peregrino incansable, de las Antillas al viejo continente: de su tierra borinquen partía al cono sur y de ahí otra vez de regreso a su patria. No en vano fue conocido con el sobrenombre del «antillano», «el peregrino», etc.

Se nos muestra la contemporaneidad de la lucha y los ideales que hubo entre Hostos y José Martí. Este último en su artículo titulado «Tres antillanos» se incluía junto con Ramón Emeterio Betances y Hostos entre los principales forjadores del movimiento libertador antillano. De acuerdo a la autora, la peculiaridad de la vida de Hostos, fue que éste a la par que luchaba en el terreno político, lo hacía en el campo de la educación. Hostos fue un gran pedagogo, para él la educación debería tener un propósito libertador. De esta forma, favorece la educación científica, «el conocimiento es poder». La libertad de América Latina será no sólo política sino intelectual y espiritual. Él estaba convencido que al pueblo habría que educarlo primero, para poder obtener una conciencia política. Era un idealista, para él la creación de la Liga de Patriotas Puertorriqueños tendría como principal objetivo educar y concientizar al pueblo para poder después acceder a la toma del poder político.

«Retrato»

El pensamiento hostoniano no ha perdido vigencia, los aspectos que consideraba vitales en el desarrollo de América Latina y las Antilllas, eran la democracia y la libertad. Estos principios se encuentran plasmados en el programa de la Liga de los Independientes. Este documento constituye una de las piezas políticas más importantes para la esperada construcción de un Estado latinoamericano democrático, defensor de las garantías y los derechos de los pueblos.

Su vocación caribeña y latinoamericana se manifiesta a lo largo de su sistemática obra escrita. Dentro de su visión histórica estaba el considerar el importante papel de las Antillas como factor de equilibrio político entre el viejo y el nuevo continente y de suma importancia para el balance entre el norte y el sur del continente americano. Su ideario político-social-pedagógico constituye uno de los pilares del pensamiento hispanoamericano decimonónico que han sido poco conocidos.

Es muy cierto que las grandes personalidades son producto y reflejo de su época, entorno en el que se desenvolvieron sus vidas. Sin embargo, el pensamiento y actuar de la figura que nos ocupa, ha dejado una huella indeleble y deja de manifiesto lo mucho que falta por hacer en el rescate del pensamiento político-social latinoamericano. En este sentido, la obra de la Dra. González-Ripoll contribuye a un mayor acercamiento al acontecer caribeño del siglo pasado.

En el presente trabajo se exaltan los valores de Eugenio María de Hostos, gran figura de Puerto Rico, de las Antillas, de Nuestra América. Fundador de la sociología iberoamericana, abolicionista, demócrata; ferviente discípulo de Bolívar, Histórica y políticamente, se le ubica junto a Ramón Emeterio Betances y José Martí. Eugenio María de Hostos forma el trío de las más grandes figuras del siglo XIX antillano. Estas personalidades han sido objeto de diversos homenajes. En el caso de Hostos, se le han hecho reconocimientos en Puerto Rico y en otras latitudes latinoamericanas. Estos eventos, fueron organizados principalmente con motivo del primer centenario de su natalacio y posteriormente en su 150 aniversario. En México, en el marco de la celebración del primer centenario de su independencia, se realizaron una serie de conferencias donde la figura de Eugenio María de Hostos fue retomada por nuestro ilustre filósofo Antonio Caso. Ahora, en la alborada de un nuevo siglo, resulta importante revalorar su legado intelectual.

La colección Latinoamericanos, del Departamento de Historia de América, del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana, se congratula con la publicación de esta obra. De esta manera, cumple con el objetivo de contribuir al rescate y difusión del pensamiento y obra de hombres cuyo actuar fue decisivo en determinado momento del proceso histórico latinoamericano. La colección no pretende rendir culto a la personalidad, sino posibilitar la crítica y abrir caminos en el sendero reciente de la historia de vida y de mentalidades.

María del Rosario Rodríguez Díaz.




ArribaAbajoIntroducción

El 11 de enero de 1839 en el partido de Río Cañas cercano a la villa de Mayagüez, en la isla de Puerto Rico, uno de los últimos territorios que la monarquía hispana conservaba en ultramar, nació Eugenio M.ª de Hostos y Bonilla. Por sus venas corría sangre española, cubana, dominicana y puertorriqueña ya que era descendiente de una de las ramas de los Ostos que, proveniente del pueblo sevillano de Écija, se estableció en Cuba a principios del siglo XVIII. Su abuelo paterno, Juan José de Ostos, se encontraba ya en Santo Domingo cuando al ocupar Francia la parte española de la isla en virtud del Tratado de Basilea de 1795, emigró a Puerto Rico; desde entonces vivió en Mayagüez donde ejerció de escribano real y fue también quien agregó la «H» al apellido que siguieron utilizando sus descendientes.

Los padres de Eugenio M.ª de Hostos fueron la puertorriqueña Hilaria de Bonilla y Cintrón y Eugenio de Hostos y Rodríguez que desempeñó igualmente el cargo de escribano real y fue nombrado secretario honorario de la reina Isabel II.

La vivencia puertorriqueña de Hostos se limitó a los años de su infancia en los que adquirió las primeras enseñanzas primero en una escuela de Mayagüez y después en el liceo de San Juan de Puerto Rico. A los trece años fue enviado a España para seguir los estudios de bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Bilbao y desde entonces realizó viajes esporádicos a su «Madre Isla», como denominaría a Puerto Rico en sus escritos y, por cuya autonomía primero e independencia después, por elevar el nivel educativo de sus compatriotas y modernizar el país, lucharía, a pesar de la ausencia, toda su vida.

Eugenio M.ª de Hostos (1839-1902) es considerado una de las figuras más representativas del pensamiento americano del siglo XIX y está situado en el tiempo entre el también puertorriqueño Ramón Emeterio Betances (1827-1898), a quien corresponde el sobrenombre de «el Antillano» por propia acuñación y veteranía aunque no de manera exclusiva, y el cubano José Martí (1853-1895). Hostos compartía con ambos y con el dominicano Gregorio Luperón una idea antillanista integradora, hija de una geografía e historia común como elementos forjadores de la nacionalidad.

Hostos consagró su trayectoria vital, intelectual y profesional al sueño de unas Antillas independientes de España, unidas en una confederación de naciones y Ubres de toda injerencia extranjera. En la formulación política de esta idea evolucionó desde un reformismo autonomista al independentismo más radical; fruto del sentimiento que marcó todas y cada una de las diferentes etapas de su vida: la decepción.

Desilusionado, primero, por la intransigencia del republicanismo español con respecto a la política colonial, tomó conciencia de la inevitabilidad de la separación de España y concibió el ideal antillanista; desencantado más tarde, por la estrechez de miras de la comunidad antillana en su exilio neoyorkino, por los fracasados intentos de expediciones a Cuba, por la falta de solidaridad de las repúblicas americanas y por la comprometida paz del Zanjón, reorientó sus postulados y se dedicó a la revolución educativa.

Hostos fue, por último, víctima de la indiferencia de la sociedad puertorriqueña a sus demandas de libertad y murió como había vivido: impotente ante la realidad política del Caribe, frustrado por el comportamiento de sus semejantes, feroz antianexionista pero firme defensor del modelo de sociedad estadounidense y soñador, en fin, de una América regida por la armonía, la cultura, la justicia y la libertad.

Es por ello que para muchos intelectuales puertorriqueños de este siglo, como Vicente Geigel Polanco y Manuel Maldonado-Denis, «más que el Hostos realizado, importa el Hostos por realizar», noción que no está exenta de arrepentimiento «por no haber escuchado a tiempo su palabra».

Adentrarse en la vida y la obra de Eugenio M.ª de Hostos entraña, además, recorrer gran parte del siglo XIX americano y el tránsito al XX que sancionó a los Estados Unidos como el nuevo imperio en América, rozar el debate sobre la modernidad en el que estaban inmersos muchos pensadores latinoamericanos (Andrés Bello, Domingo F. Sarmiento, Juan Montalvo, Justo Sierra, etc.) y peregrinar por el espacio que constituyó objeto de análisis y circunstancia vital para Hostos ya que viajó y vivió las dos orillas del Atlántico, el Pacífico y el norte y el sur del continente americano en una actitud «mesiánica» de entrega a una causa que sintió incomprendida.

En sus obras, en las diversas disciplinas que cultivó como la literatura, el derecho, la sociología, el periodismo y la pedagogía, queda patente su carácter incansable y utópico, solitario y ambicioso de gloria individual y colectiva que a decir de Argimiro Ruano uno de sus últimos biógrafos, hizo de Hostos «uno de los grandes neuróticos del siglo XIX». Y es que para concebir unas Antillas, soberanas y unidas a una América solidaria y en libertad seguramente era necesaria una cierta dosis de locura.






ArribaAbajoHostos entre las dos orillas: Del antillanismo conciliador a la Confederación antillana (1839-1868)


ArribaAbajoBorinquen, «la isla esclava»1

Borinquen, nombre indígena de Puerto Rico, la isla más oriental y pequeña de las Grandes Antillas, fue conquistada por Ponce de León en 1509 y constituyó un territorio de paso al continente hasta finales del siglo XVIII, cuando las reformas borbónicas propiciaron un crecimiento económico de la isla al realizar cierta liberalización del comercio, el fomento del cultivo intensivo de la caña de azúcar para su masiva comercialización y la repartición de tierras. Ya a principios del siglo XIX podían apreciarse dos estructuras sociales a partir del fruto cultivado: la presencia de esclavos en las llanuras de las costas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar y la figura del agregado en los cafetales del interior serrano.

La ruina de las plantaciones azucareras de Haití y la independencia del continente sudamericano consolidaron la estructura económica de la isla y facilitaron un flujo migratorio de personas y capitales que amplió y modernizó las bases de la agricultura comercial convirtiendo a los hacendados criollos en el grupo hegemónico social y económico y, por tanto, muy pronto aspirantes a un poder político que la situación de dependencia colonial de España impedía. La conflictividad política del siglo XIX puertorriqueño se vertebró en la lucha entre los hacendados y los comerciantes peninsulares, estos últimos estrechamente vinculados con el aparato burocrático-militar; grupos antagónicos a priori que sin embargo, compartían el interés de evitar el ascenso sociopolítico de los restantes sectores: intelectuales de extracción pequeño burguesa que se convertirían en líderes del reformismo colonial y de la independencia, pequeños propietarios, comerciantes menores y artesanos que en su mayoría era un grupo compuesto por blancos y mulatos, campesinos sin tierras, negros esclavos y minifundistas.

Los grupos criollos condensaron sus deseos de reforma del régimen colonial, al que el representante de Puerto Rico en las Cortes de Cádiz calificó de arbitrario y despótico, en lucha contra el grupo de comerciantes peninsulares partidarios de su mantenimiento. Este conflicto contra los privilegios coloniales fue consolidando una conciencia nacional que, sin embargo, subordinó los ideales a sus intereses de clase, no conquistó el apoyo de otros sectores e imposibilitó en gran medida la formación de un poderoso movimiento independentista; el resultado fue que los hacendados optaron por un tibio ideal, la obtención de una autonomía colonial de manera gradual.

Lo que tuvieron de común estos partidarios del régimen autonomista con los asimilistas o defensores de la igualdad de derechos con los peninsulares e incluso con los afines al independentismo, fue el pensamiento liberal en que basaron su toma de posición, doctrina que se adaptaba perfectamente a las necesidades de la débil burguesía criolla, feroz crítica del sistema colonial pero partidaria al mismo tiempo del mantenimiento de las relaciones de producción establecidas que la beneficiaba y cuyos hijos enviados a estudiar a las universidades europeas aprendieron en directo. Eugenio M.ª de Hostos es un ejemplo de cómo parte de este sector criollo evolucionó desde posiciones autonomistas al independentismo más radical bajo el paraguas del liberalismo europeo.

Los vaivenes de la política española afectaron enormemente a Puerto Rico ya que se pasó de una cierta participación de los criollos en el gobierno al ser promulgada la Constitución de 1812, a una vuelta a los principios absolutistas con el regreso de Femando VII. Muy pronto otros factores internos condujeron a la marginación de Cuba y Puerto Rico en el proceso independentista del continente, situación agravada por otros de índole externo como fue la oposición de los Estados Unidos a la independencia de las Antillas en el Congreso de Panamá (1826), prefiriendo su permanencia bajo el control de España, convertida ya en potencia de segundo orden y a la espera del momento propicio para su dominación. La muerte de Femando VII había volcado de nuevo la situación pero la breve etapa del Trienio Liberal en España (1820-1823), coincidente además con el fin de las ludias de independencia de los territorios americanos, constituyó otro elemento de frustración para los cada vez más numerosos partidarios de la conquista de derechos políticos. Se había pasado del intento de asimilar los privilegios de los criollos a los de los peninsulares, a la exigencia de un régimen propio, especial, que respetase la especificidad de las Antillas respecto de la península, pero el gobierno liberal español respondió con medidas de tinte absolutista redoblando el control sobre estos territorios, ofreciendo a los respectivos Capitanes Generales facultades omnímodas de gobierno y negando a la burguesía criolla cualquier tipo de reforma política.

Estas directrices de la nueva relación colonial se pusieron de manifiesto en los primeros años del reinado de Isabel II (1833-1868), con la expulsión de los diputados ultramarinos de las Cortes de 1837 bajo el pretexto de que los territorios de ultramar se debían gobernar por Leyes Especiales. Por estos años vino al mundo Eugenio M.ª de Hostos, cuando se abría una singular etapa en la vida política de la isla en la que se intensificó la rivalidad política entre el reformismo criollo y el conservadurismo peninsular agudizada a medida que se agravaba la condición económica de los hacendados, cada vez más endeudados con los comerciantes prestamistas.

En esta situación y a pesar del intenso control ejercido por el poder colonial, surgió una nueva generación reformista que desplazada del mundo de las haciendas y reubicada en el profesional, intensificó su ideología liberal Hostos no perteneció por edad a la generación de Ramón Emeterio Betances, José Julián Acosta o Segundo Ruiz Belvis, pero como puertorriqueños todos educados en Europa y conocedores a la perfección de las condiciones de Puerto Rico y España, forman parte de este selecto grupo potencialmente revolucionario que luchó por la soberanía de Puerto Rico desde el destierro o el exilio voluntario.




ArribaAbajoHostos en España: «lo que busco es un arma»

La España que recibió al joven de trece años Eugenio M.ª de Hostos, que había cursado estudios en Mayagüez y San Juan de Puerto Rico, se hallaba bajo el reinado de Isabel II en cuyo gobierno de treinta y cinco años -hasta su abdicación en 1868- se desmanteló el Antiguo Régimen, se afianzó el liberalismo y se echaron los cimientos no sólo de la Monarquía constitucional que perduraría hasta 1931, sino también del Estado español contemporáneo.

Durante las décadas centrales del siglo, los años de estancia de Hostos en la península, dos grupos políticos se sucedieron en el poder; el Partido Moderado y el Progresista, el primero durante toda una década hasta 1854 y el segundo el corto bienio hasta 1856, fecha en que el panorama político pasó a estar dominado por la Unión Liberal, la formación sociopolítica de O'Donnell que cubrió los catorce años hasta la revolución de septiembre que obligó a Isabel II a exiliarse en París.

Así pues, cuando en 1869 el propio Hostos abandonaba para siempre la península, había sido testigo de la gestación de la revolución que desalojó a la monarquía y que supondría la irrupción de la democracia en la vida política española durante la breve pero fructífera etapa denominada «Sexenio democrático» (1868-1874), la proclamación en 1873 de la primera república y la posterior restauración de la monarquía en 1875 que heredó muchas de las actitudes y comportamientos políticos de una revolución burguesa incompleta y ambigua, dada la debilidad del grupo social en que se apoyaba.

A mediados del siglo, en 1852, Hostos abandonaba el apacible trópico por ir a estudiar a un instituto de Bilbao, ciudad que en los años cincuenta del siglo pasado era una urbe industrial que explotaba minas de hierro, fábricas de papel, cristal, tejidos, etc. y por cuya ría subían barcos ingleses, franceses y alemanes y donde fermentaba el pensamiento de los liberales en violenta oposición a los tradicionalistas. Como muchos puertorriqueños que habían sido enviados para seguir una carrera de provecho en la metrópoli, Eugenio M.ª de Hostos se matriculó más tarde en la Universidad Central de Madrid para obtener la licenciatura en derecho.

Hostos no llegó a concluir sus estudios universitarios y según Antonio Pedreira, uno de sus más tempranos biógrafos, protestaba del método que seguían los profesores, del plan de los textos y de la tiranía del horario; en sus diarios, Hostos plasmó la angustia y el remordimiento que le producían su falta de voluntad para centrarse en el estudio: «¡Qué enfermedad es la falta de voluntad! ¡Estoy temblando de miedo de no realizar mi propósito! ¿Hasta cuándo seré niño? ¿Hasta cuando seré esclavo?»; y la conciencia del alcance de esta actitud: «En silencio, a solas, sin consultas, sin consejos, sin orden, sin método he educado mi inteligencia y acaso la hubiera hecho deslumbradora sí hubiera seguido cultivándola en la sombra; pero metódica, regularmente, en academias, con profesores, libros, plan, horas y condiciones obligatorias, nada luce, nada supe, nada quise hacer, y a pesar de mí mismo, y luchando con mi amor propio, vencido por él, abandoné el camino más recto y más seguro [...] el punto de apoyo que dan una carrera científica y la posición social que la acompaña».

El porvenir de un licenciado en leyes de la época se encaminaba a la política o a la burocracia y en la España de Isabel II las diferencias entre los que ejercían una u otra actividad eran mínimas ya que provenían, como Hostos, de la clase media acomodada que se permitía enviar a sus hijos a estudiar a Madrid o llegaban ya graduados con una recomendación para abrirse camino en la capital. La arbitrariedad que caracterizaba el acceso, la permanencia y la pérdida del poder político a pesar de lo establecido formalmente en la Constitución, exigía al futuro estadista o gestor el relativo cultivo de una ideología, la habilidad periodística y el dominio de la oratoria a fin de influir en la opinión pública y sobre todo, su inserción en una red de relaciones personales.

Hostos fue abandonando algunos de estos elementos considerados imprescindibles para labrar el único futuro al que aspiraba la minoría intelectual española de la época: primero dejó de asistir a la universidad anteponiendo las ansias de gloria literaria a sus estudios y además, se mostró reacio a formar parte del habitual sistema de clientelas políticas.

Sin embargo, el paso de Hostos por la Universidad Central tuvo una consecuencia muy importante para su formación intelectual y política ya que el krausismo, una de las comentes de pensamiento en boga y acatada por algunos insignes profesores como Julio Sanz y Giner de los Ríos, hizo mella en el joven Hostos, lo que quedará reflejado en su vida y en su obra.

La filosofía liberal alemana de Krause en España se convirtió durante muchos años en la alternativa oficial a toda filosofía católica y pasó a sustentar ideológicamente al progresismo hispánico. Además, el krausismo trascendió lo puramente teórico para convertirse en un estilo de vida, una actitud moral, social y política que podría traducirse en términos de un reformismo liberal y honesto, respetuoso y riguroso científicamente. Aunque el krausismo no era nada sectario y pretendía abrir las inteligencias a la libertad de pensamiento, a la tolerancia, al diálogo, a la verdad y a la razón, también albergaba la seguridad de que era el sistema filosófico más perfecto científicamente y más adecuado a las exigencias concretas españolas. Este complejo de superioridad que en lo político no ayudó mucho a la armonización de la sociedad española, y krausistas fueron entre otros Fernando de Castro, Nicolás Salmerón y Patricio de Azcárate, caló profundamente en la concepción del «hombre completo» de Hostos que aspiraba, desde un moralismo laico, a armonizar sentimientos y actitudes para un mejor servicio a la sociedad.

Hostos desempeñó en su etapa española una intensa actividad periodística, tanto en Madrid como en Barcelona, actividad que fue una constante a lo largo de su vida y en su afán por expresar su opinión sobre la situación política colonial, se dejaba oír en foros como el Ateneo de Madrid, al que era asiduo y en cuyos años de estancia (1854 a 1868) se disfrutó una etapa de gran animación y prestigio. La razón de la vitalidad de esta institución es que a pesar de que en la generalidad del Estado las leyes y los reglamentos mantenían la intolerancia religiosa, la previa censura de la imprenta, la negación del derecho de reunión y la indiscutibilidad del Régimen Monárquico, el Ateneo gozaba de absoluta libertad y en sus cátedras y salones se abordaron todos los problemas morales, políticos, económicos y sociales de la época; «un jueves, una noche de sesión (del Ateneo), era un acontecimiento en todo el Madrid de la inteligencia», opinaba Hostos.

El mayor número de oradores y la vida mayor de los debates estaban por aquel tiempo en la sección de ciencias morales y políticas donde en esta época hicieron su brillante aparición la democracia, el individualismo economista y la filosofía krausista ya mencionada. En el Ateneo, Hostos tuvo la oportunidad de tratar además a personalidades de la época como Segismundo Moret, ministro de Ultramar y Hacienda, Gumersindo Azcárate, catedrático de derecho comparado, Rafael M.ª de Labra y Benito Pérez Galdós, quien ofrecía una breve semblanza de Hostos polemizando en los corrillos del Ateneo madrileño: «Allí analizaba la bárbara trifulca, un antillano llamado Hostos, de ideas muy radicales, talentudo y brioso». Otro contemporáneo lo describía como un «hombre de cuarenta, a pesar de no haber cumplido veinte años; formal, serio, reconcentrado, taciturno con frecuencia, amante de su país y dispuesto siempre con la palabra, la pluma y en caso necesario, con su propia persona a sacrificarse por sus compañeros».

Hostos conoció también a otros puertorriqueños como Segundo Ruiz Belvis, separatista y abolicionista con el que colaborara en el periódico La Voz del Siglo y en la Sociedad Abolicionista española donde participaron también otros «trasplantados» boricuas como Joaquín M.ª Sanromá, José J. A costa, Román Baldorioty de Castro y Mariano Quiñones.

Al militar con las fuerzas liberales progresistas de la época, Hostos conoció y admiró hasta la decepción a otras importantes figuras intelectuales y políticas de la España del siglo XIX como Nicolás Salmerón, Francisco Pi y Margall y Emilio Castelar quienes, para acabar con el Antiguo Régimen, protagonizarían la revolución septembrina de 1868.

Hostos se enfrentó a la problemática española con un hondo sentimiento de búsqueda, de indagación en sí mismo, en sus aptitudes por hallar un medio adecuado para ganarse la confianza y la admiración ajenas en medio de la precariedad material en que vivía: «por hoy, confiésome que lo que busco es un arma», escribe en sus diarios. Otro elemento a destacar en su personalidad es la perpetua sensación de desarraigo que ni siquiera los dos viajes esporádicos a su Puerto Rico natal mitigaron; desarraigo no solamente referido a la distancia física de su tierra sino en un orden moral, al sentimiento de lejanía e incomprensión que le inspiraba el resto de la especie humana.

Tras el segundo de estos viajes, en cuyo transcurso escribió «el sol y la tierra tienen en las Antillas la santa costumbre de ser continuamente lo que siempre han sido. Es lo único que no ha sido educado por España» y cada vez más desconfiado y aislado de sus semejantes, decidió verter su nostalgia y ansia reformista en una obra cuyo objetivo, si bien era alcanzar la gloria literaria para hacerse una voz autorizada en los foros de poder, le supuso la toma de conciencia de su particular identidad antillana que otros puertorriqueños como Ramón Emeterio Betances hacía tiempo habían convertido en estandarte de la lucha por la independencia de las Antillas.




ArribaAbajoLa peregrinación de Bayoán, «grito sofocado de independencia»

La soledad y permanente angustia vital de Hostos le llevaron a escribir una obra que diera respuesta tanto a sus preocupaciones éticas como a los problemas sociales y políticos de las Antillas. La primera novela del puertorriqueño, La peregrinación de Bayoán fue leída por entregas por un par de amigos que le visitaban y cuyas alabanzas y promesas de edición, junto a una mayor confianza de Hostos en sí mismo, le hicieron creer que estaba creando una obra sin par, revulsivo del pensamiento político colonial y semilla de su gloria.

En La peregrinación de Bayoán, Hostos ofrece un testimonio poético, profecía y sueño del destino de las Antillas, a través de las peripecias de sus tres protagonistas de nombres tan simbólicos como Bayoán (nombre del primer indígena de Borinquen que dudó de la inmortalidad de los españoles y que representaba a Puerto Rico), Guarionex (Santo Domingo) y Manen (Cuba). Bayoán, personificación de la duda activa y metamorfosis del autor se presenta como juez de España colonial en las Antillas y decide su condena; Hostos explica la razón: «me presentaron a América en el momento de la conquista y maldije al conquistador. Un viaje a mi patria me la presentó dominada y maldije al dominador. Otro viaje posterior me la presentó tiranizada y sentí deseo imperativo de combata al tirano de mi patria».

Desde este sentimiento de injusticia, Bayoán emprenderá una peregrinación que no es sino un viaje de búsqueda y descubrimiento de la propia identidad de su autor, de una identidad americana en medio de una naturaleza antillana que se alza como elemento de trascendencia y metáfora del ser humano. A Hostos le parece ver algo de su patria en cada costa, en cada puente, en cada hombre que encuentra a su paso por las Antillas y se lamenta de la poca armonía entre la naturaleza antillana y el hombre, entre el esplendor de la vegetación y la penuria de los habitantes de Puerto Rico.

La novela se convierte asimismo en un testimonio de los más altos ideales hostosianos donde la vida es lucha, justicia, libertad y búsqueda de la verdad. De esta manifestación de dolor, Hostos extrae una solución política al abogar, dadas sus ideas reformistas, por una amplia autonomía de cada territorio antillano, en principio bajo dominación española, que fuese el paso previo para la federación de Cuba y Puerto Rico con Santo Domingo.

La peregrinación de Bayoán fue publicada en Madrid en 1863, siendo Hostos «dos veces niño; una vez por la edad, otra vez por la exclusiva idealidad en que vivía», según juzgaría diez años después su actitud ingenua de entonces. El posible eco de la obra fue silenciado tanto en la península como en las colonias y ni siquiera apareció mencionada en la prensa que Hostos examinaba diariamente esperando encontrar algún titular alusivo y críticas de todo tipo. El «sofocado grito de independencia» que supuso para Hostos la gestación de su novela, como así la definió en el prólogo de la reimpresión en Chile en 1873, resultaba demasiado estridente para la España de la época y sin embargo para Betances, quien tras leerla escribió el conocido «cuando se quiere una tortilla, hay que romper los huevos; tortillas sin huevos rotos o revolución sin revoltura no se ven», sofocar el grito le parecía clamar en el desierto.

La desilusión sufrida por Hostos le hizo desconfiar todavía más de sus posibilidades y sumirle en una tristeza, a su juicio «hija de la singular pusilanimidad de mi espíritu, osado, resuelto, decisivo cuando está en acción, tímido, asustadizo, mujeril, castelariano cuando va de la pasión al movimiento [...] pues el mal de que padezco es grave: miedo de dignidad, que de todo tiembla y se ampara en la inmovilidad».

Sin embargo, Hostos intentó de nuevo hacerse un nombre en el mundo literario y escribió una singular autobiografía que tituló La tela de araña y presentó en 1864 a un concurso organizado por la Real Academia Española que fue declarado desierto. El manuscrito fue hallado no hace muchos arios en Madrid por Argimiro Ruano, uno de sus últimos biógrafos, quien lo publicó en 1991.




ArribaAbajoLa campaña antillanista en la prensa española, «siete años de inopia»

En el joven Hostos de los primeros años sesenta, polemista y «talentudo» como apuntaba Galdós, subyacía una idea conciliadora con España que «tiranizadora de Puerto Rico y Cuba estaba también tiranizada. Si la metrópoli se libertaba de sus déspotas, ¿no libertaría de su despotismo a las Antillas? Trabajar en España por la libertad, ¿no era trabajar por la libertad de las Antillas?». De este modo, el grito sofocado por Hostos en su novela resonaba en las dos orillas del Atlántico; en 1866 escribía con énfasis que «el interés de las Antillas es (apréndase y no se olvide), el interés de España».

Abrumado Hostos por los acontecimientos políticos, participó en la llamada «noche de San Daniel» en abril de 1865, revuelta de los universitarios contra la suspensión de cátedra a Emilio Castelar por la publicación de un artículo en la prensa, miembro ya del Partido Progresista, con cuya defensa del sistema republicano comulgaba, disculpaba la escasa atención a las Antillas en sus primeras tareas periodísticas ya que «han conmovido tantas cuestiones nuestra política interior, que aún teniendo por tal la de las Provincias de Ultramar, no hemos podido dedicarle ni tiempo ni trabajo».

La prensa liberal de la época constituyó muy pronto su principal tribuna de protesta; además de ejercer el periodismo literario, Hostos fue articulista y colaborador en periódicos como La Nación (de donde fue jefe de redacción), La Voz del Siglo, La América y La Soberanía Nacional entre otros; estuvo en Barcelona como director de El Progreso y fue colaborador de Las Antillas, revista fundada por otros dos puertorriqueños, Manuel Corchado Juarbe y José Coll y Britapaja, cuyo propósito era «el porvenir de las Antillas», bajo la bandera del «progreso y reconciliación». Fueron estos años de sincera entrega de Hostos a la causa republicana, a su juicio beneficiosa para España y los territorios de ultramar, que no le gustaría evocar: «Asústeme con razón el recuerdo de Madrid y espánteme con justicia el de Barcelona».

La eliminación de las trabas arancelarias entre las islas y España, el aumento de las comunicaciones entre Puerto Rico y la península, la abolición de la esclavitud, toda reclamación sistemáticamente desoída en la metrópoli, se fundía en la pluma de Hostos con llamadas de atención sobre las consecuencias de la pasividad de sus gobernantes y la apelación al régimen autonómico de tradición foral español. Muchos de estos artículos de prensa, con títulos como «La cuestión de las Antillas», «Nubarrones», «Los fueros de las provincias vascongadas», «Las capitanías generales», «La táctica del gobierno con los periódicos liberales en las Antillas», «Situación de las Antillas», «Qué se intenta contra las Antillas», «Las comunicaciones de Puerto Rico con España», «Las comunicaciones de Puerto Rico con Europa», etc. pueden consultarse en la recopilación que Eugenio Carlos de Hostos, uno de los hijos de Hostos, publicó en París en 1954 titulada España y América.

En muchos de estos trabajos, Hostos hizo patente su antillanismo puertorriqueño al criticar la poca atención concedida a Puerto Rico y que la cuestión de las Antillas se redujera a «la isla de Cuba, ocupándose tan poco de su noble hermana, Puerto Rico, que sólo se habla de ella por incidente, casi involuntariamente». Las demandas por una sociedad puertorriqueña más justa y libre pasaban por la necesaria promoción del desarrollo intelectual en todas las comarcas proponiendo la creación de escuelas desde parvularios a nuevas cátedras universitarias.

Hostos definió su postura combatiendo la asimilación y defendiendo la prioridad de reformas políticas y leyes especiales, imprescindibles para las «sarcásticamente llamadas provincias de Ultramar», leyes que «organizan, según sus costumbres y necesidades, al pueblo, que unido a otro por el vínculo de la lengua y la política, no puede estarlo por el de las mismas leyes, por ser diverso su carácter, aptitudes, necesidades y costumbres [...] pedir, pues, leyes especiales (insistimos en nuestra consecuencia) es exigir la inmediata transformación política del pueblo para quien se piden».

La retirada de España del intento de intervención en México y en 1865 de Santo Domingo con la consiguiente proclamación de la República Dominicana, puso en la realidad a las autoridades coloniales, obligadas a considerar la cuestión de las reformas económicas, sociales y políticas de Cuba y Puerto Rico. Los defensores de medidas reformistas luchaban además con los intereses de muchos peninsulares dedicados al comercio que defendían el statu quo colonial y no dudando de la necesidad de reformas administrativas y económicas, consideraban «peligrosas las políticas».

El gobierno de Cánovas del Castillo creó, en 1866, una Junta de Información para debatir el contenido de este marco legal de reformas para las Antillas. Hostos mostró rápidamente su desacuerdo al considerar la convocatoria de la Junta como «el medio de locomoción más lento para hacer un viaje rápido»; se quejó del reducido número de delegados llamados para representar a Cuba y Puerto Rico y lamentaba la triste fama de las juntas en España «porque son todo el arma de todos los gobiernos contra todas las reformas». La única reforma válida a su juicio, sería la promulgación de la Constitución en las dos islas, la consideración de Cuba y Puerto Rico en grado de igualdad como partes integrantes de la monarquía, pero «en la península siempre se han escuchado las quejas justificadas y las necesidades de aquellos países como quien oye llover», escribía Hostos en 1866. Del mismo modo abogaba por la libertad de todos los hombres, ciudadanos sometidos y esclavos: «los cubanos y los africanos son hombres. A unos y otros es forzoso dar lo que dio Dios a todos los hombres, la libertad».

Todavía Hostos se refiere a una solución radical en lo que respecta a «transformación social, política, administrativa y económica» pero todo en el marco de soluciones de las Antillas en España, con España; así establece diferencias entre la consecución de la libertad y de la independencia, desea «la fusión verdadera de las islas y la Madre Patria», «salvar la honra de España salvando a Cuba y Puerto Rico» y valora la actuación de españoles peninsulares en los sectores reformistas: «así lo ha demostrado Holguín eligiendo por su representante al catalán Sr. Monnet que como todo el que desea el porvenir de las Antillas, es decidido y reformista».

Sin embargo la desconfianza no dejaba de estar presente y se fundaba sobre todo en la tibieza ancestral de las medidas tomadas por España, casi siempre buenos deseos y aparentes reconocimientos de derechos que ponían aprueba la paciencia de las sociedades antillanas: «Las Antillas han hecho lo que ningún pueblo por otro del cual dependieran: han sufrido todos los abusos, todas las arbitrariedades, todas las injusticias y han callado. Si, después de esto, cuando empieza a hacerse algo en favor de ellas, se ponen obstáculos a la realización de sus esperanzas, la misma mano que les cierra una puerta les abre otra; el camino a que conduce tiene atractivos invitantes; cuídese de que no los conozcan esos pueblos menesterosos de libertad y de justicia», porque, continua Hostos, «si es cierto que esta confianza se alimenta de la paciencia de aquellos nobles pueblos, no es menos cierto que la paciencia se acaba».




ArribaAbajo1868: «bajé de mi ideal, me situé en el mundo»

Betances, el puertorriqueño independentista que había escrito: «América para los americanos, pero las Antillas para los antillanos»; hacía tiempo que veía colmada su paciencia y desde París, Haití, Nueva York o Santo Domingo no vivió como Hostos el Madrid agitado previo a la revolución de 1868 que derrocó a la monarquía, llevó a los republicanos al gobierno e hizo concebir plenas esperanzas a aquellos reformistas cubanos y puertorriqueños que soñaban con la aplicación de la política de igualdad proclamada hasta entonces: «Toda nuestra esperanza, debemos confesarlo, descansa hoy en vosotros, que habéis creado un nuevo orden de cosas en la península [...] Las Antillas españolas, si se consideran como partes integrantes de la metrópoli, están en pleno derecho y colocadas en el círculo de lo justo, de participar en todo y por todo de cuanto en aquélla se promulgue en beneficio de sus hijos», proclamaba Hostos.

El optimismo de aquéllos que saludaron la revolución española en la concepción de que España era también una nación americana, es patente en el discurso que Hostos pronunció en diciembre de 1868 en el Ateneo de Madrid criticando abiertamente el régimen colonial español, pero planteando la federación como «el modo de realizar la independencia dentro de la dependencia», el lazo federal como «el lazo de la libertad que aún puede unir a las Antillas con España». El revuelo a que dieron lugar sus palabras, en lo que Hostos creía era un foro de libertad y vanguardia del pensamiento político sesentayochista, le sumió en el recelo: «El móvil secreto que de ahí me alejó empezó a funcionar. ¿Qué móviles? La más absurda de las timideces. ¿Tiene alguna razón? Una sencilla: la desconfianza. ¿De los demás o de mí? De todos. En el Ateneo ha empezado esta crisis de carácter que ahora experimento: allí bajé de mi ideal y me situé en el mundo».

Hostos sufrió su particular desilusión debido a la indiferencia si no hostilidad con que los republicanos, muchos de ellos compañeros de lucha y amigos respetados, recibieron sus campañas en favor de la autonomía de las islas una vez que llegaron al poder. Estos «españoles antes que republicanos», como Emilio Castelar le manifestaría en París, donde Hostos pasó un mes tratando a exiliados antillanos como Betances, explican la resistencia de cualquier gobierno a la cesión de autonomía a las Antillas. Como escribió Pérez Galdós «no puede desconocerse que a los diputados autonomistas les ha sido desfavorable su maridaje con los republicanos coaligados. Para que la idea autonómica no inspire recelos en España y podamos pensar en algo que conduzca a la transacción lo primero es que esta idea no se presente aquí asociada a la política de los revolucionarios». El recelo de Hostos -«España ha roto con el ayer [...] pero, ¿se debe confiar en ella?»-, estaba justificado.

En las páginas de su diario vertía Hostos sus sentimientos de amargura y «desconfianza de España, políticamente, para hoy, para mañana y para siempre: desconfianza de sus políticos, muñecos movidos por pasión, no por ideas, perpetuos espejos de sí mismos que allí ven el bien general donde vislumbran el suyo, que de todo dudan si el porvenir de su interés se hace dudoso. Desconfianza de esos hombres que sufriendo en su patria la ignominia o maldiciéndola en la emigración, sólo tienen improperios para el país donde nacieron. Desconfianza de la revolución, porque no será una renovación. Desconfianza segura, perspicaz, circunspecta, tanto más firme cuanto más razonada, éste es el resumen de mi juicio sobre las cosas de ese país al cual he sacrificado mi juventud, en el cual he devorado infecundamente media alma».

Hostos fue abandonando la idea conciliadora de una autonomía bajo dominación española como paso previo para la federación de las dos islas de Cuba y Puerto Rico con Santo Domingo y evolucionó desde el liberalismo al republicanismo revolucionario y de aquí al independentismo, lo que le hizo optar finalmente -si nos valemos del símil gastronómico de Betances- por hacer la tortilla como mandan los cánones, consciente ya de que la renovación antillana era imposible si no se producía antes la segregación total de las islas de España.

En ese año glorioso de 1868 puede decirse que Hostos decidió romper con el ideal republicano español, rompiendo así con los republicanos españoles y con España, quedándose sólo con el ideal. Ideal proporcionado por el triunfo en Cuba del grito de Yara (10 de octubre de 1868) que originó la primera guerra independentista y por la noticia del sin embargo fracasado grito de Lares (23 de septiembre de 1868) en Puerto Rico.

Como articulista, Hostos empezaba a tomar posturas políticas enfrentadas a las de sus compañeros; entre los que elaboraban La Voz del Siglo, por ejemplo, y con ocasión del estallido de la guerra en Cuba, señalaba Hostos: «nos dividimos: los españoles de la redacción querían un término medio entre los cubanos y España; yo quería el triunfo de la revolución». Sin embargo, todavía mostraba cierta confianza en que la revolución trajera la solución autonomista y federativa y se sintió sorprendido cuando los cubanos «empezaron a hablar de separación e independencia. Esa nueva tendencia de los sublevados, muy limitada al principio, parece que se ha extendido». La lucha de la España liberal contra los independentistas cubanos le hace exclamar: «A un extranjero que me preguntaba: "¿Qué hacen la revolución y los revolucionarios españoles en Cuba?"; le contesté: "Fusilan, fusilan, fusilan". Si me preguntara qué hacen en Puerto Rico, le diría: "Deshonran y se deshonran"».

La contradicción entre los fundamentos liberales en la península y la sumisión exigida a las Antillas le hacían incomprensible la revolución republicana: «¿Con qué derecho exige acatamiento una revolución que declara el derecho de emancipación contra el despotismo? Si España se emancipa de un despotismo personal, ¿por qué exige sumisión al despotismo nacional? El derecho de independencia está virtualmente declarado por la revolución»; «[...] Revolucionario en las Antillas como activa y desinteresadamente lo he sido, lo soy y lo seré en la Península; como debe serlo quien sabe que la revolución es el estado permanente de las sociedades, [...]; quiero para ellas (las Antillas) lo que he querido para España. Y así como lo primero que quería para España era dignidad, cuya falta me angustiaba, y más que otra cosa me obligó a emigrar, así lo primero que quiero para Puerto Rico y Cuba es dignidad (porque) sin libertad política no hay dignidad; sin dignidad no hay vida».

Hostos se convirtió así en su obra, en el errante Bayoán de su novela; abandonando la península para siempre, podía identificarse con uno de «aquellos cubanos enviados a España a olvidar a Cuba que volvieron a Cuba maldiciendo a España». En su opinión dejaba atrás «siete años de inopia»: «eso me sucede: desde 1863 acá, algo he hecho y sin embargo sé absolutamente que no he hecho nada. Y es necesario remediarlo: yo tengo que hacer independiente a Puerto Rico porque yo quiero la libertad después de la independencia».




ArribaAbajoEl antillanismo hostosiano: «independizar las Antillas para confederarlas»

El reconocimiento de una identidad geográfica, étnica, histórica etc., común en las tierras insulares de tradición española -sin olvidar que las versiones antillanistas, tanto de Betances como del propio Hostos, incluían a Jamaica y Haití pero que a efectos prácticos son relegadas-, aparece como un componente esencial de las propuestas políticas tanto de tinte reformista como independentista en el Caribe.

La idea de la Confederación Antillana es uno de los grandes proyectos de unidad regional americana del siglo XIX, pero a diferencia de la Gran Colombia bolivariana, la Confederación Peruana, la Confederación Centroamericana, etc., era un proyecto que cuestionaba el colonialismo y se manifestaba en las mismas disputadas fronteras del mundo latino y tuvo más inconvenientes todavía que los otros proyectos dado que éstos últimos eran, al menos, concebidos en sociedades independientes.

Algunos historiadores han apuntado antecedentes a esta idea federativa en varios intelectuales y políticos del XIX antillano, en la consideración, por ejemplo, del diputado cubano en las Cortes de Cádiz José Álvarez de Toledo que en 1811 puso a circular el ideal de la Confederación de las Grandes Antillas, idea recogida por el dominicano José Caballero que aseguraba «la voluntad dominicana de independencia y federación»; Simón Bolívar que aunque no expresó la idea federativa, sí mencionaba siempre el interés común para Cuba y Puerto Rico de lograr la independencia; Antonio Valero de Bernabé, precursor del nacionalismo puertorriqueño y que según Juan Antonio Corretjer «une el pensamiento puertorriqueño al pensamiento federalista hispanoamericano»; Ramón Emeterio Betances, el líder del movimiento independentista antillano ya mencionado, defensor del «pueblo de las Antillas» y decidido antiimperialista quien en los años ochenta junto al dominicano Gregorio Luperón solicitaban al primer ministro inglés Gladstone la unión de Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Jamaica e islas inglesas. El gran proyecto de la Unión Antillana llegaría hasta el siglo XX con la fundación de la Unión Antillana por José de Diego en 1915 y la publicación del artículo de Frantz Fanon (1958) «Las Antillas: ¿Nación de una nación?».

En Hostos cristalizaría todo este pensamiento, convirtiéndose en la más perfecta expresión de la ideología antillana y en su mayor propagador. Hostos señalaba la independencia dada por la naturaleza a las tierras insulares y al mismo tiempo la unión natural de las Antillas mayores, donde existía una geografía e historia comunes en las que basar «el esbozo de una nacionalidad; Cuba, Jamaica, Santo Domingo, Puerto Rico no son sino miembros de un mismo cuerpo, fracciones de un mismo entero, partes de un mismo todo». La inclusión de Haití en el proyecto de Betances se explicaría más por razones de tipo político y práctico inherentes a la temprana independencia del vecino país.

Así pues, la formulación política del reconocimiento de lo antillano en la concepción de Hostos tenía que deberse a que una de las islas se alzara «nación iniciadora de la nacionalidad antillana y del plan de confederación en que han de modelarse, nacioncita (que) llegaría a ser la madre de la gran nacionalidad que algún día mediará entre el norte y el sur del continente».

Esta concepción del bloque antillano como clave del equilibrio en el continente se convierte para Hostos en un peldaño para la construcción del puzzle en que han de articularse las distintas sociedades, sus queridas islas primero para, junto a otros sistemas antillanos, constituir un gran estado nacional a través de la confederación de los pueblos, ideal político que empezaba, por «sustituir el régimen monárquico por el republicano en España; independizar las Antillas para confederarlas con ésta; confederar asimismo el resto de Hispanoamérica e incorporarla a la Confederación de España y las Antillas y una vez confederado todo el mundo español, unirlo a la federación de los Estados Unidos de América, realizando por tal modo, en nombre de la unidad de la especie, la unificación política de las razas que pueblan el Nuevo Mundo: española, inglesa, india y negra».

Como hombre reflexivo más que de acción, la concepción de Hostos de una federación antillana tuvo su origen en lo que denominó «una confederación de ideas», imaginación y naturaleza fusionadas para hacer frente a la lógica imposibilidad en el sistema colonial imperante de una confederación política: «porque soy americano, porque soy colono, porque soy puertorriqueño, por eso soy federalista. Desde mi isla veo a Santo Domingo, veo a Cuba, veo a Jamaica, y pienso en una confederación; miro hacia el norte y palpo la confederación, recorro el semicírculo de islas que ligan y "federan" geográficamente a Puerto Rico con la América Latina y me profetizo una confederación providencial». Otro elemento a tener en cuenta en este planteamiento trascendente de la idea federativa de Hostos, tan distinta de la visión pragmática y concreta del federalismo español de Pi y Margall, es el sueño de que esta confederación de pueblos insulares ayudaría a los continentales de occidente a «completar, extender y sanear la civilización; a complementarla, dando a la rama latina de América la fuerza jurídica que tiene la rama anglosajona, a extenderla, llevándola a Oriente, a sanearla infundiéndole el aliento infantil de pueblos nuevos». En su visión no por utópica menos actual se atrevía Hostos a imaginar una confederación en Europa: «El día en que los intereses políticos se concilien completamente con los comerciales y además de los Estados se hayan confederado las aduanas, la Confederación Europea habrá facilitado el paso a los Estados Unidos de Europa, que podrán algún día llegar a formar el Estado Internacional Europeo».

Si Betances fuera propulsor de la unidad antillana como única defensa «separados seremos destruidos» advertía, el sistema federal o «estado de la unión» en su versión confederada o «unión de estados» se convierte para Hostos, pues, en el remedio para el progreso del mundo antillano al que describió con una amargura y agudeza no exentas de literatura: «Aquí están las Antillas, las tierras más viejas del Nuevo Mundo y todavía no tienen bases ni condiciones ni siquiera aspecto de sociedades organizadas. Hasta en las semilibres, se respira esclavitud. Hasta en las que espejea la civilización la imagen exclusivamente reflejada es la barbarie. Unos cuantos ciudadanos efectivos acá, unos cuantos aspirantes a ciudadanos allá y acullá y una masa inerte de siervos que fueron y de siervos que quisieran ser; esa es la base social. Unos cuantos propietarios de todo entre una muchedumbre de dueños de nada; unos cuantos productores de riqueza entre una multitud de consumidores de aire; unos cuantos trabajadores en medio de una legión de tendidos en la hamaca o en el suelo o en el lodo: esa la base económica. Delegados codiciosos de una metrópoli avarienta en Puerto Rico y Cuba; gobernantes obligados, en Santo Domingo a comprar paz; vendedores de anarquía acá y hacedores de guerra allá, manufactúrelos de conformidad acullá; opinión poca o ninguna; principios indecisos o inciertos de su fuerza; doctrinas, las siempre aplazadas o las siempre aprendidas de memoria; tolerancia, a la indiferencia, sentimiento del derecho, en las casas individuales, noción constructora del deber, en las tinieblas del porvenir lejano: esa la base política».

En este complejo panorama, la idea de Hostos de diferenciar las dos causas por las que lucha, la libertad y la independencia atañían tanto a la situación económica -«las Antillas serán libres cuando sean independientes, porque en la una harán la riqueza y el comercio lo que hará en la otra la regularidad de su estado social»- como a la fuerza de las políticas anexionistas a Estados Unidos existentes en el Caribe. Ya señalaba el escritor Juan Bosch que la «historia de la independencia de las Antillas, es la historia de la anexión a Estados Unidos» y ya Hostos expuso que «anexionar las Antillas es una indignidad y una torpeza; si se teme la fuerza de la anexión, prepárese la federación».

Los ideales de la democracia estadounidense se proyectan en su obra sin que esto signifique que tuviera Hostos la más remota idea anexionista; además, precisamente su visión elevada del sistema político norteamericano y del estado de derecho, le impedía desconfiar de los Estados Unidos y sí de muchos de sus compatriotas resueltos a hacerse «desaparecer» en la anexión.

En definitiva, la Federación Antillana era en primer término un recurso político para combinar varios pueblos pequeños y débiles, colocados en el centro de poderosísimos intereses imperiales y que solamente podían subsistir mediante su unión, asegurando la independencia de la más débil y colonizada de las cuatro naciones: la tierra de Hostos, Puerto Rico.

El primer paso para evitar posturas anexionistas y antiracistas y contribuir a su soñada federación era la solidaridad del resto de las repúblicas americanas con la lucha que habían iniciado los cubanos contra España. A América guió entonces Hostos sus pasos abandonando para siempre España y Europa en el otoño de 1869 (embarcando en Francia para Nueva York) con sólo un equipaje de ideas y deseos de acción, a la búsqueda también de la solidaridad de los países americanos independientes: «¿De qué manera se debe emplear los recursos para convencer a todo el mundo, en Cuba y fuera de ella, de que la revolución de la isla es la revolución de las Antillas, la idea armada que desaloja de América a los españoles y sustituye con una Confederación de las Antillas al despotismo que las abruma y las separa?».






ArribaAbajoPeregrino de la libertad. De la revolución política a la revolución educativa (1869-1879)


ArribaAbajoNueva York y el exilio antillano, «ha faltado el olvido de sí mismos»

Atraído por la noticia de que en Nueva York se preparaba una expedición para libertar Puerto Rico, Hostos tomó la decisión de viajar a América, viaje que sería definitivo, tras una breve estancia en París donde tuvo ocasión de conocer a muchos cubanos emigrados que le parecieron «refugiados del placer que buscaban en esta ciudad lo que habían perdido en La Habana».

Con este espíritu crítico que nunca abandonó, desembarcó en Nueva York donde pasaría todo 1870 persistiendo en una lucha ideal, la suya, que para Betances, allí residente, todavía parecía perseverar en la ilusión de hacer la tortilla sin romper los huevos. No fue fácil la relación de Hostos con Betances y algunos de sus seguidores exageraron la rivalidad de sus puntos de vista: «Todavía no se han juntado tres españoles de España europea o de España americana sin que de la junta haya salido la discordia. Estos satánicos hijos de la ignorancia y del despotismo, para sentirse hombres necesitan dividir», lamenta Hostos.

La realidad es que Hostos se enfrentaba por segunda vez a hombres que en principio consideraba compañeros por un mismo ideal pero que en la práctica sintieron desconfianza y recelo hacia el recién llegado que parecía tener todas las claves políticas de las Antillas. Para Hostos referirse a ellos era hablar «de las burlas que hacen a todo pensamiento firme, del escepticismo mordente con que juzgan mi idea de la Confederación de las Antillas: el pueblo no me conoce, los conservadores me temen, la juventud me cree rival de Betances...».

En Nueva York trabajó en la redacción del órgano de la Junta Revolucionaria Cubana, el periódico La Revolución donde escribió artículos como «Emigración cubana en Cartagena», «La situación de tas Antillas» y «Carta a Enrique Piñeiro» y de cuya efectividad dudaba Hostos: «la revolución no tiene ideas y no es posible que el periódico ordene lo que no existe, dirija lo que no hay, y exprese lo que no se encuentra. Aquí yo no sé qué hace la junta, cuanto hace fracasa, expediciones, corsarios, tentativas diplomáticas, todo hueco... Si voy de los cubanos a los puertorriqueños, encuentro los mismos vicios aumentados por la desesperación de una impotencia absoluta». Incluso esta desazón le hacía volver los ojos a España, de cuyo régimen despótico en las Antillas abominaba pero pueblo al que no podía odiar: «Más de una vez pienso en España con un sentimiento que jamás había experimentado, pero cuando reflexiono que todo lo posible de mi parte ha sido hecho por dirigir a aquel pueblo hacia sus fines convenientes, me vuelvo con ánimo tranquilo hacia la revolución, único medio de salvarlo todo, patria e individuos, presente y porvenir».

Hostos colaboró en otros periódicos neoyorkinos tales como El Demócrata con la publicación de «Mensaje a Colombia»; en Las Novedades y hay que destacar la fundación por Hostos del periódico La Voz de Puerto Rico, cuyos seis primeros números fueron todos de su pluma y que reapareció a su vuelta a Nueva York en 1874.

Pero la incesante tarea periodística y su participación en el club de artesanos de la ciudad, la sociedad de instrucción y la sociedad de auxilios a los cubanos, no mitigaba ni su impaciencia por hacer algo verdaderamente útil para las Antillas, ni la angustia vital que le embargaba: «Trabajo como nadie en el periódico y me parece poco y es realmente poco; y como no veo fructificar el trabajo, porque la prensa no se ocupa de nosotros para nada y sólo serviremos de pasto a la pasión de los ociosos o de los apasionados, más de una vez me digo que valdría cien mil veces más el estar combatiendo con el fusil o con el sable que perdiendo el tiempo con la pluma».

El combate más importante que hubo de librar Hostos en Nueva York fue contra el brote anexionista que se percibía en el gobierno y la opinión pública norteamericana e incluso entre las filas del movimiento cubano. Quizás porque como bien señalaba Betances «los cubanos no han querido ver en el mundo más que a los americanos. Es lo que los pierde».

El antianexionismo es, pues, un principio básico del antillanismo hostosiano basado en la idea de confederación y que además en su lucha contra aquéllos convencidos de la imposibilidad de que las Antillas pudieran gobernarse por sí mismas, quería demostrar que el campo de batalla, tras la firma del pacto del Zanjón en Cuba en 1878, estaba en el campo educativo, en la formación de nuevas generaciones que hicieran suyo el mensaje de Betances, «las Antillas para los antillanos» y que la obtención de la independencia conllevara la libertad.

Hostos proclamaba en una carta que dirigió al Diario Cubano de Nueva York su ideal antillano, lo arduo de esta meta si «no se cura a tiempo de dos vicios que ha inoculado en nuestra raza el despotismo»: «del primero, producto necesario de aquel funesto principio de autoridad que además de nuestra libertad, ahogaba en nosotros la dignidad humana, se origina la falsa idea de libertad. Del segundo, engendro maldito del gobierno personal, se produce aquella costumbre de encomendar a otros lo que debemos hacer por nosotros mismos. El primero engendra anarquía, el segundo procrea dictadores». Su conclusión es clara: «si yo quiero la independencia absoluta de las Antillas es porque quiero probar a nuestros detractores que las Antillas pueden ser libres».

El resto del exilio antillano que fue conociendo poco a poco le decepcionó profundamente por su carencia de ideas y de coordinación, dividido y receloso. Si la emigración de Nueva York era una ruina, la de Nueva Orleans se había fatigado o había perdido la fe y la de Puerto Plata no obedecía a planes eficaces: en 1874 exclamaba: «hace seis años que empezó el martirio de Cuba. ¿Ha faltado el dinero? centenares de cubanos poderosos hubieran podido ofrecer a su patria una parte de los bienes que deben, Han faltado otras cosas importantes en la revolución como el dinero. Ha faltado fervor; ha faltado oportunidad en los donativos patrióticos; ha faltado elevación del alma; ha faltado el olvido de sí mismos, que es por donde empiezan y concluyen las revoluciones, que es el arma con que se asegura la victoria».

A esto se unían los fracasos de las diversas tentativas expedicionarias y diplomáticas que acrecentaban la sensación de inutilidad: «No somos revolucionarios los que de la misma grandeza de nuestras aspiraciones no sabemos sacar otro fruto que la estúpida virtud de la paciencia. No somos revolucionarios los que, a pesar de las congojas diarias, tenemos paciencia para ver, con los brazos cruzados, en tanto que chorrea sangre en el corazón, pasando inútilmente los días en que el más leve de los sacrificios aceptados con resignación imbécil, bastaría para hacer poderosa la impotente inercia en que nos desesperamos y debilitamos».

Hostos solamente salvaba a una porción de cubanos refugiados en Cayo Hueso, gentes de más modesta condición que intentaron sin cesar miserables expediciones guerreras a Cuba, los únicos que a su juicio conservaban el sentido del deber y el de una cubanía inmune a intoxicaciones anexionistas, Hostos concluía de manera categórica: «infinitamente más digna hubiera sido una emigración de fanáticos que una emigración de indiferentes. Infinitamente más noble una emigración de utopistas que una emigración de egoístas».

Desilusionado y abatido, si bien nunca derrotado corno señala Manuel Maldonado-Denis, Eugenio M.ª de Hostos decidió emprender la aventura de encontrarse con la América que sólo conocía en los libros, de continuar la búsqueda de «un corazón amigo, un espíritu hermano, una voluntad concorde» y en octubre de 1870 a bordo del Arizona emprendía un viaje al sur, peregrinación de conocimiento y propaganda que duraría tres años.




ArribaAbajoLas repúblicas americanas, «Mi viaje al sur»

En su peregrinaje por las Américas y a la búsqueda de sí mismo, viajarán los ideales de libertad, armonía y plenitud que pretende para el hombre y la sociedad. Puede decirse que hasta 1868, Hostos vive una época inocentemente antillanista; desde esa fecha vive del independentismo y se alimenta de aquel antillanismo juvenil que será su fuerza moral en la búsqueda de apoyo y solidaridad para con la revolución cubana en las repúblicas americanas. Como señala Argimiro Ruano, Hostos pasó del «partido revolucionario peninsular al individualismo revolucionario independentista antillano» y éste fue todo su equipaje en un periplo americano que dará lugar a una colección de apuntes y vivencias publicadas en uno de los volúmenes de las Obras Completas con el título Mi viaje al Sur.

En Cartagena de Indias, Panamá, el Callao, Lima, Valparaíso, Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo y Brasil, Hostos será periodista, pedagogo, escritor, crítico literario, sociólogo y sobre todo despertador de conciencias en pro de la independencia de las Antillas: «mi tema favorito: demostrar la posibilidad de hacer inmensos beneficios a la América Latina haciéndola contribuir a la independencia de las Antillas».

Para su sorpresa, Hostos se enfrentó con una realidad social en las estrenadas repúblicas que le recordaba al sistema colonial aún vigente en Cuba y Puerto Rico. Además, la presencia del negro en Colombia y Brasil, del indio en Perú y Chile y la numerosa inmigración europea en Argentina, como muestra de la diversidad humana y cultural de las nuevas sociedades, le obligaron a realizar un esfuerzo integrador que moldeó su pensamiento y actividad pedagógica posterior. El viaje americano fue para Hostos, un continuo ejercicio de reinterpretación del pasado y el presente de América en una toma de conciencia de pérdida del paraíso a la vez que sentimiento de desamparo y soledad, sensación que embargaba su alma: «No sé cuántos años han pasado desde que le cogí miedo al mundo en que vivo completamente solo y a la desesperación que me invade el corazón cuando me siento fuera del mundo real».

Las comparaciones con las tierras del Caribe son continuas en los escritos de Hostos durante su viaje al sur; Cartagena es vista como una reproducción exacta de Puerto Rico y Hostos, aunque caballero burgués, se siente esclavo ante los hombres libres. La disociación que padecía respecto de su identidad social hace que Hostos se identifique con la capa social que representa y de la que proviene en tanto persona educada, bien vestida y de buenos modales pero es capaz de saltar las barreras sociales al declarar que no importa la raza o el origen de las personas en la sociedad libre que propugna. También Hostos descubre la influencia negativa que a su juicio ejercía la Iglesia en América y reflexiona sobre el peso de la religión en el contexto social así como, en lo político, la ineficacia de las constituciones basadas en el liberalismo europeo carentes de contenido americano:

«El grito de nuestra raza al salir de su letargo en 1810 fue: "¡Antes muerta que esclava!". Cesó la esclavitud del cuerpo; aún persevera la esclavitud del espíritu. ¿Quién creerá en la emancipación moral de una sociedad independiente que aún conserva todas las malas costumbres de la dependencia, que aún se alimenta de los mismos errores, que aún vive de las idolatrías, que es todavía tan fanática, tan exclusivamente católica?».

El análisis de la realidad no le inhibe de actuar en pro de la causa que le ha llevado lejos de Europa y de Estados Unidos:

«He venido a la América Latina con el fin de trabajar por una idea. Todo lo que de ella me separa, me separa del objeto de mi vida»; así pues, en Lima trabajó en la prensa local publicando artículos en El Nacional, El Peruano, La Sociedad, El Correo del Perú y fundó el diario La Patria, donde defendió la doctrina liberal y al inmigrante chino explotado por la usura y el latifundista. Constituyó una sociedad de auxilio para Cuba, la Sociedad de Amantes del Saber, institución destinada a la enseñanza primaria y secundaria en la que dio varias conferencias. Del mismo modo, en Chile no dejó de propagar la batalla que Cuba libraba y con el apoyo de varias personalidades chilenas como Benjamín Vicuña Mackena, creó otra sociedad de auxilio para Cuba que como ocurrió con la mayoría de estos intentos solidarios, fue poco eficaz.

La estancia de Hostos en Chile fue la más larga de su viaje y pudo llevar a cabo otras actividades, además de participar en la segunda edición de su novela La peregrinación de Bayoán; escribió varios ensayos literarios como el dedicado al poeta cubano Plácido, otro sobre Hamlet, que fue publicado con éxito en la prensa, y dio varias conferencias sobre la importancia de la educación de la mujer (colección que dio lugar al libro La enseñanza científica de la mujer) y acerca de la situación del movimiento artístico chileno («Memoria de la exposición de artes e industrias», premiada con medalla de oro).

En su siguiente escala, Argentina, fue muy festejado por la prensa, la sociedad y el gobierno, publicó sus puntos de vista en varios periódicos de Buenos Aires como El Argentino, La Nación, La Presa, La República y La Tribuna, fundó también la Sociedad Pro Independencia de Cuba y fue nombrado miembro honorario de la Sociedad Fraternal bolivariana. Sin embargo, Hostos desconfiado y acomplejado por la incomprensión que suscitaba, consideraba la acogida de los argentinos «más brillante que cordial, en parte un poco de curiosidad mezclada con vanidad y un poco de interés personal mezclado con pretensión nacional. Es como si se hubieran dicho: veamos lo que es este hombre tan festejado por los periódicos de Chile y probémosle que somos cien veces más fáciles en nuestra hospitalidad que nuestros vecinos». Entre algunas bondades, Hostos percibía poco interés real en la cuestión cubana y con excepción de Perú y Colombia, sus ataques salpicaron al resto de repúblicas americanas, los «Estados desunidos». En Argentina escribe: «desde el presidente de la República hasta el presidente de la Sociedad Independencia de Cuba, todo el mundo se complace en demostrarme la inutilidad de mi viaje, haciéndome ver cuánto les interesa conservar la amistad de los españoles, cuán olvidados están Cuba y todo lo que se relaciona con la América. La gente está completamente europeizada».

En general, Hostos culpaba a la permanencia del influjo español de la estrechez de miras de la América Latina y de la poca atención prestada a su causa: «Aquí los inmigrantes españoles, allí el comercio de carne con España, allá las reminiscencias españolas, acullá la herencia política, diplomática y social de España, en todas partes la misma anteposición de pequeños o grandes intereses ha impedido hacer lo que importaba». En el rechazo a las ideas prevalecientes, Hostos preconiza a José Martí en su idea del derecho y la necesidad de unas Antillas independientes como factores de equilibrio de todo el continente, noción impregnada de la mejor tradición bolivariana; Bolívar, único a quien Hostos gustaba emular ya que, escribió, para él «el tiempo no fue una venda y a través de la niebla del futuro describió que el núcleo vital del continente estaba en el Mar de las Antillas».

Precisamente de ese mar y de esas tierras llegó una noticia que puso fin al periplo americano de Hostos: el fusilamiento del grupo de expedicionarios del vapor Virginius que iban a unirse a las filas independentistas cubanas. Antes de iniciar el regreso a Nueva York, Hostos escribió en Buenos Aires un artículo al redactor de El Argentino manifestando su profunda indignación y esperando que toda la sociedad argentina tomara una postura radical contra la injusticia cometida por los españoles en Cuba.

Hostos vivía otro momento de profunda crisis; por una parte le fue ofrecida una cátedra a su elección (filosofía o literatura moderna) en la Universidad bonaerense que rechazó aunque le regocijaba el reconocimiento público a su pensamiento, pero la noticia de los sucesos en Cuba renuevan la sensación de insatisfacción y «la convicción renovada en estos días de dolores secretos, de que no podré continuar mi obra sin un cambio, que no sé como va a operarse, si las circunstancias no vienen a decidirme a una acción un poco más violenta».

La decisión de convertirse «en un mártir o un héroe» es su razón para regresar a Nueva York a trabajar desde más cerca por el éxito de la revolución cubana, continuar su batalla propagandística y unirse a alguna expedición de apoyo a la isla: «Heme aquí otra vez, cuatro años después de mi primer estadía en Nueva York, en la misma situación en que me encontraba entonces; tan descontento, tan aislado, tan desprovisto de recursos y de esperanzas. Felizmente esto va a acabar pronto. Del todo decidido a tirarme de cabeza en el combate».




ArribaAbajoLa lucha por Cuba, «mi oficio de propagandista»

«La revolución va cada vez mejor en Cuba. Mientras más detesto a los ineptos de la emigración, más quiero y admiro a los héroes de los campos de batalla», escribe en 1874.

El puertorriqueño Hostos no llegó a pisar nunca tierra cubana y tampoco conoció a José Martí, pero le hacen merecedor de la atención de todos los cubanos de ayer y de hoy su personal cruzada solidaria por la lucha independentista de Cuba, su relación con algunos de sus protagonistas (Máximo Gómez y Francisco Vicente Aguilera), la incansable labor propagandista que realizó en el resto de América y sus estudios sobre la historia y los mitos literarios de la isla.

Desde el ensayo dedicado al poeta Plácido hasta el breve recuerdo a la memoria de Aguilera, Hostos escribe acerca de los hombres de la revolución; Carlos Manuel de Céspedes, Máximo Gómez, Antonio Maceo y Silverio del Prado; analiza el problema de Cuba desde diversos puntos de vista: su peso en Latinoamérica, la situación interna de Cuba y Puerto Rico, la amenaza de los Estados Unidos, estrategias bélicas inmediatas y estrategias económicas de futuro; critica ferozmente a los españoles a la vez que recoge maneras de sentir alternativas (el caso de cierta prensa antibelicista y figuras como Pi y Margall y Francisco Díaz Quintero que abogaban por la pacificación, etc.) y agradece la ayuda de los italianos y argentinos, siempre dispuestos a apoyar la causa de las Antillas; por último, y en escritos de 1902 un año antes de su muerte, Hostos muestra cierta desconfianza en el futuro de una república, la de Cuba, que había nacido mediatizada pero se deja llevar por la esperanza en el efecto civilizador que supone el sistema político norteamericano.

Profundizando en el pensamiento y obra de Eugenio M.ª de Hostos sobre Cuba, hay que decir que en su peculiar visión de los hombres y de sí mismo, Hostos se identifica con muchas de las cualidades que atribuye a las figuras que analiza y ensalza.

Hostos es Plácido, el poeta ajusticiado por su implicación en una revuelta de esclavos en la isla en 1842, en el común descubrimiento de un deber, en la lucha por la libertad y la justicia dejando atrás la creencia en las bondades del sistema colonial, elementos que a su vez asimila al estado de Cuba, ya que dice, «no podríamos leer sin invencibles repulsiones de estómago las páginas consagradas por Plácido a enaltecer la indignidad [...] la peor de las situaciones en que puede estar un pueblo esclavo: contento con su amo».

Hostos será Carlos Manuel de Céspedes, primer presidente de Cuba, que como él fue enviado a estudiar a Europa y «viajó, vio, deseó y volvió más cubano que había ido», y al que aprecia sobre todo en lo que hace grandes a los hombres, en lo que hizo grande a Céspedes: su utilidad a la humanidad, Se fundirá en los deseos de acción de Francisco V. Aguilera y en el patriotismo del general Silverio del Prado «verdadero cubano en la época de la revolución que tantos falsos cubanos malparió». Hostos será Maceo y Gómez en su dimensión de soldados y ciudadanos ejemplares.

La imagen de España como encamación del mal, del infierno, de todos los horrores posibles está muy presente en los escritos de Hostos durante la guerra; los españoles «enfermos de españolismo», dice, tienen «sentimientos antihumanos e intenciones depravadas y nosotros representamos los sentimientos más humanos y las más virtuosas intenciones». Pero hay un sólo pecado que no han cometido los españoles según Hostos «¡no han podido hacer hijos españoles! Se mezclaron con los indios y salieron cubanos; con los negros y salieron cubanos, con las mulatas y salieron cubanos, con extranjeros y salieron cubanos, los mandaron a España a olvidar a Cuba y volvieron a Cuba maldiciendo a España». Después del Zanjón (1878) y «otros zanjones en pequeño», con el estallido de la lucha armada en 1895, Hostos suaviza esta visión de una España atroz al concebir la utilidad de un acercamiento en beneficio de la civilización, único medio de conseguir además el apoyo de las repúblicas americanas: «Haciendo honor a las altas cualidades del pueblo español y piadosa omisión de sus defectos históricos, la América Latina, los gobiernos de la América Latina, sus legisladores sobre todo, pueden rectificar el rumbo que antes la llevaba a la independencia de Cuba y Puerto Rico sin ninguna necesidad de pensar o de temer que van a dañar a España, sino, al contrario, a sabiendas y con altísimo designio y generosísimo deseo de ser útiles a la par a Cuba y a España, a España y Cuba».

El juicio que le merece a Hostos la política de la primera República española es similar al de José Martí para ese mismo momento histórico, que la República española mediante su política antillana de libertadora se convertía en liberticida. Para combatirla, Hostos llega a Nueva York en la primavera de 1874, con la intención de activar su colaboración con los antillanos de la emigración. Cansado de todos ellos, es en los cubanos revolucionarios de la manigua insurrecta, durante la guerra del 68, donde encuentra Hostos al pueblo de Cuba, que por ser tal pueblo o genio colectivo, dio a la revolución el carácter «decididamente popular e igualitario», mientras por el contrario, en los emigrados de Nueva York, sólo encuentra «una fracción del pueblo cubano que quería imponerse al pueblo entero».

Un año más tarde, en 1875, tiene Hostos la oportunidad de unirse a la expedición que estaba preparando el cubano Francisco Vicente Aguilera y escribe: «Han venido a preguntarme si estoy dispuesto a emprender otra vez la aventura. He dicho que sí. Voy preparándome para salir pasado mañana. Será una locura, pero es preferible ser un loco a vivir entre esta gente».

La expedición, compuesta por cuatro revolucionarios y seis marineros, partió del puerto de Boston en el vapor Charles Miller pero se frustró a los seis días por las adversas condiciones meteorológicas y la infiltración de agentes enemigos que traicionaron el plan: «¡Qué barco para una aventura! -se lamentaba Hostos- No quiero hacer comentarios. Solamente quiero expresar mi intención: no emprenderé aventuras de que yo mismo no sea el director. El ridículo es demasiado grave cuando es el resultado de una tentativa heroica».

Sin embargo, su colaboración con los cubanos de la emigración continuará con la codirección junto al escritor cubano Enrique Piñeiro del periódico El Mundo Nuevo-La América Ilustrada, donde describirá la situación de Cuba como un problema latinoamericano que afecta directa o indirectamente a todo el continente. La estrategia que Hostos propone pasa por plantear los elementos que tienen Cuba y las demás Antillas centrales para alcanzar y conservar la independencia, el modo de salvar los obstáculos que se oponen y las bases en que debe reconstituirse la sociedad cubana y el resto de sociedades del archipiélago.

La lucha por la independencia de Cuba llevará a Hostos, en esta estrenada etapa de madurez política, a pisar las Antillas en lo que fue su primer viaje a Santo Domingo en la primavera de 1875, para establecerse en la ciudad de Puerto Plata donde, como escribiría más tarde «ignoraba que allí había yo de conquistar algunos de los mejores amigos de mi vida».




ArribaAbajoPrimera estancia dominicana, «La Educadora»

Hostos gozó de una de las etapas más fructíferas de su vida personal y profesional en la República Dominicana donde vivió durante nueve años en la década de los ochenta del siglo pasado. Su primer contacto con la entonces única Antilla libre se realiza en 1875 cuando decide viajar a Quisqueya para encontrarse con Emeterio Betances, Federico Henríquez y Carvajal, Segundo Imbert, el general Gregorio Luperón, etc., por citar a algunos de los más ilustres antillanos que se concentraban en la ciudad dominicana de Puerto Plata y conspiraban por la liberación de Puerto Rico y Cuba.

La parte hispana de lo que en origen fue la isla Española, tuvo durante el siglo XIX una evolución política que difería enormemente de la historia de Cuba y Puerto Rico: cesión a Francia a fines del XVIII, independencia en 1821, invasión y gobierno haitiano durante dos décadas hasta 1844, guerra continua con Haití, anexión a España en 1861, restauración de la soberanía dominicana en 1865 y sucesión de distintos gobiernos, entre ellos los dictatoriales y anexionistas a Estados Unidos de Buenaventura Báez que tuvo que abandonar el país en I 874, circunstancia que facilitó la llegada de revolucionarios antillanos.

El regreso de Báez al poder en 1876 obligó al exilio a los antillanos defensores de la independencia de Cuba y Puerto Rico que se habían refugiado en Santo Domingo; entre ellos se encontraban algunos de los que fueron amigos y compañeros de Hostos en las tareas propagandistas que como él mismo, se vieron obligados a dejar el Caribe y volver a Nueva York.

A su llegada a Puerto Plata, Hostos fue nombrado socio de honor del Club Cubano y comisionado ante los gobiernos de Venezuela y Colombia. Pronto le absorbieron las tareas periodísticas y fundó Las tres Américas para la defensa de los revolucionarios cubanos y puertorriqueños y también otros periódicos dedicados a las Antillas con títulos tan elocuentes como: Las dos Antillas, Las tres Antillas, Los Antillanos, destinados a presentar los derechos e intereses de la emigración de Cuba y Puerto Rico, en realidad la misma publicación que variaba de nombre al ser suprimida por el gobierno.

A pesar de la actividad desplegada, crecía en Hostos la desconfianza hacia todo ser humano -«yo mismo soy un constante motivo de miedo para mí mismo», escribió- sentimiento que avanzó paralelo a su actitud solidaria y que asentó su fe en el hombre completo y mestizo. De esta noción arrancaría su labor educativa, el cambio de «la espada por la toga» en la creencia de que «la enseñanza redimiría a América» y la fundación en 1876, en Puerto Plata, de la sociedad-escuela La Educadora con el objetivo de dar a conocer las ideas del derecho individual y público, el conocimiento de las constituciones dominicana, norteamericana, latinoamericanas y los principios económicos sociales; en resumen, educar al pueblo. En el acto de instalación de La Educadora, Hostos pronunció un discurso en un local perteneciente al general Gregorio Luperón donde funcionaba la sociedad patriótica «Liga de la Paz», rama de la fundada en Santiago de los Caballeros por Manuel J. de Peña y Reinoso en 1875 y en cuya renovación directiva en 1876, resultaron elegidos Luperón como presidente y Hostos fue nombrado vocal.

Hostos desplazó así, el centro de su actividad libertadora desde el núcleo político de la sociedad hacia el centro íntimo y personal del individuo humano consciente de que «el bien colectivo resulta del progreso del ser en el Ser mismo». A semejanza de Hamlet, Hostos gesta la revolución en su alma y anhela el equilibrio entre la razón y el sentimiento que a su juicio hacen al hombre completo.




ArribaAbajoHacia el hombre completo: pedagogía y política

La estancia de Hostos en la República Dominicana fue breve ya que el regreso al poder de Buenaventura Báez obligó de nuevo al exilio a los refugiados antillanos. Regresó a Nueva York en 1876 donde continuó sus tareas periodísticas con la publicación de siete artículos en el semanario de la emigración cubana La Voz de la Patria, que constituyeron un corpus político, el denominado Programa de la Liga de los Independientes, de fondo bolivariano y en opinión del historiador puertorriqueño Maldonado-Denis «el más acabado y precioso proyecto histórico para la liberación de las Antillas que se articula durante el siglo XIX».

El José Martí de Nuestra América los conoció en profundidad y desde México dedicó unas reflexiones con el título significativo de «Catecismo democrático» a estas propuestas de Hostos del establecimiento en las Antillas de un régimen político asentado en los principios de la libertad, la autoridad de las leyes, la igualdad, la separación de poderes, la nacionalidad y la expansión: «el objeto de la Liga es trabajar material, intelectual y moralmente en favor de la independencia absoluta de Cuba y Puerto Rico hasta conseguir su total separación de España y su indiscutible existencia como naciones soberanas». Hostos concluiría años más tarde que su programa sirvió a Martí como base para la fundación del Partido Revolucionario Cubano en 1892 y para el Manifiesto de Montecristi en 1895.

En este contexto bolivariano no es de extrañar que Hostos decida viajar a Venezuela, país al que consideraba la cuna de América y que en sus sueños concebía como un primer paso de la incorporación de Puerto Rico al concierto de pueblos que el libertador definió como la América Meridional. En la prensa venezolana vierte sus angustias y publica en La Opinión Nacional un artículo muy expresivo de su estado de ánimo titulado «Clamores de Patriota»: «Es verdad que ya estoy fatigado del desierto y del clamor. Es verdad que no he venido aquí a clamar. Es verdad que ya ha pasado la hora del clamor. Es verdad que ni Cuba desangrada, ni Puerto Rico desesperado necesitan ya de misioneros de plumas ineficaces. Es verdad que, para el patriota completo, hijo de Borinquen o de Cuba por el nacimiento cubano o borincano por la idea, esclavo de ambas patrias por el deber, religionario de ambas por la fe del deber, la misión está ya reducida a saber esperar hoy para saber morir mañana, a saber ser para saber no ser, a mortificarse para sacrificarse, a ser calumniado para ser más calumniado, a ser detestado para ser más detestado».

Decidido a dejar el clamor y la acción revolucionaria, Hostos se dedica en Venezuela a la enseñanza; en la ciudad de su llegada, Puerto Cabello, Hostos fue rector del Colegio Nacional; en Nueva Esparta ejerció como director del Instituto Comercial y en Caracas trabajó como profesor del Colegio Soteldo. Allí decidió casarse al conocer a la joven cubana, hija de emigrados, Belinda Otilia de Ayala.

Quizás lo más importante de esta etapa venezolana de Hostos, que coincidió con el difícil momento de la dictadura de Guzmán Blanco en el país, sea su atención a la sociología al sentar las bases para la creación de un Instituto de Ciencias Sociales y esbozar su esquema teórico de funcionamiento. El mismo discurso de incorporación al Instituto que Hostos pronunció en junio de 1877 y que apareció en la prensa tres días después, dedicado a la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió, refleja la visión orgánica de la sociedad que tiene Hostos -común en el discurso sociológico del siglo XIX-, y la necesidad del conocimiento científico para entender cómo se articula.

A principios del verano de 1878, Hostos y su esposa emprendieron un viaje al Caribe y avistaron la isla de Puerto Rico para desembarcar, sin embargo, en Saint Thomas donde fueron informados de la firma del pacto del Zanjón que ponía fin a la guerra independentista cubana, acuerdo que Hostos criticó duramente pero aprovechando la amnistía decretada por los españoles, hizo una breve visita a su padre enfermo en su Mayagüez natal.

Puede señalarse este reencuentro con su tierra como el final de la primera etapa americana de Hostos, fase caracterizada por la lucha en pro de la libertad política de las Antillas y por el aprendizaje directo de la realidad americana. El círculo que comenzó con La peregrinación de Bayoán y el anhelo de gloria literaria, avanzó con la toma de postura política revolucionaria en la península y su decepción ante la reacción del gobierno republicano y se prolongó con el retorno a América vía Nueva York, culminó con la reunión familiar en Mayagüez después de haber dado la vuelta por Panamá, Colombia, Perú, Chile, Argentina, Brasil, Santo Domingo y Venezuela.

Cuando en marzo de 1879 embarcaba de nuevo rumbo a Santo Domingo para vivir por fin las Antillas, Hostos no había renunciado al apostolado político: «aceptaré el llamamiento que a ese país me hacen los dominicanos. Entre ellos trabajaré, como siempre lo hice, por Puerto Rico, por Cuba, por las Antillas confederadas, por la civilización americana, pero no, de ningún modo, por la absorción de nuestras islas», pero su vida crecerá en otra dimensión y en la isla dominicana como más tarde en Chile, será sobre todo, el maestro, el reformador de la enseñanza, de la formación de otras generaciones en los principios que postula.






ArribaAbajoLa madurez científica (1879-1897)


ArribaAbajo«Nueve años en Quisqueya»

La llegada de Hostos a Santo Domingo en la primavera de 1879 es saludada por el periódico El Eco de la Opinión y por viejos amigos que ostentan entonces los más altos cargos políticos del país como Gregorio Luperón, presidente de la República y Segundo Imbert, ministro y a quien Hostos acompáñala en un viaje de estudio por la zona del Cibao.

Pocos meses después nacía su primer hijo de los cuatro que vinieron en suelo dominicano y en 1880 abría el libro de inscripción de la Escuela Normal de Santo Domingo, centro de enseñanza que estableció en la planta baja de su propia casa: «la instalación de la Escuela Normal se hizo como se hacen las cosas de conciencia, sin ruido ni discurso. Se abrieron las puertas y se empezó a trabajar. Eso fue todo», escribe Hostos. Desde este centro de educación cívica y alma mater del antillanismo, Hostos combatió los moldes pedagógicos del escolasticismo y puso en práctica las más modernas técnicas pedagógicas inculcando el aprendizaje a través de la razón y no de la memoria; de este modo, al dogmatismo representado por el padre Billini, rector del Colegio de San Luis Gonzaga de Santo Domingo y uno de sus primeros críticos, opondrá Hostos el método científico de investigación positivista.

Un año más tarde se fundaba la Escuela Normal de Santiago de los Caballeros con la asistencia del entonces presidente Femando Arturo de Merino y Hostos publicaba por encargo del gobierno dominicano el opúsculo Los frutos de la Normal, una exposición de pedagogía práctico-científica destinada a los maestros normalistas, cuyo primer grupo de seis discípulos de Hostos fue investido en 1884. En la ceremonia de graduación, Hostos pronunció un discurso publicado con el título de Apología de la verdad y calificado por Antonio Caso como la más alta página filosófica de la América española, en el que agradecía a los rectores de la sociedad dominicana la colaboración prestada para la culminación de la obra: Contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie y destinada a devolver la salud a la República con la medicina de la conciencia y la razón.

Lo más interesante del proyecto educativo de Hostos es el intento de modelar a los futuros ciudadanos de su soñada Confederación de las Antillas: «Al querer formar hombres completos no lo quería solamente por formarlos [...], lo quería también por dar nuevos auxiliares a mi idea, nuevos corazones a mi ensueño, nuevas esperanzas a mi propósito de formar una patria entera con los fragmentos de patria que tenemos los lujos de estos suelos».

En la investidura del segundo grupo de cuatro profesores normalistas en 1886, Hostos pronunció otro discurso en el que la idea dominante era la importancia de la moral sobre el conocimiento científico y la constitución del bien como «fin de la verdad». Hostos sentaba las bases de estudio de una ciencia nueva, la moral social, rama de la sociología cuyo objeto es la aplicación de leyes morales, que él mismo determina, para regir la producción y conservación del bien social.

Entre esos bienes se encuentra la fundación de una escuela nocturna para la clase obrera en 1888 y, en oposición a los prejuicios patriarcales de la época, la defensa por Hostos de la necesidad de educar integralmente a la mujer. De su inspiración nació el instituto de señoritas dirigido por Salomé Ureña que en 1887 celebraba la graduación de las seis primeras maestras normalistas y como en similares acontecimientos, Hostos pronunció el discurso de rigor que es todo un exponente de su concepción moral de la educación, de alegato en favor del trabajo de la mujer fuera del hogar y de aliento para salvar los obstáculos que la sociedad les pondrá en su camino: «Sois las primeras representantes de vuestro sexo que venís en vuestra patria a reclamar de la sociedad el derecho de serle útil fuera del hogar y venís preparadas por esfuerzos de la razón hacia lo verdadero [...] vais a ser formadoras de la razón sana y completa, [...] educadoras de la conciencia para doctrinarla en la doctrina de la equidad y la justicia, la doctrina de la tolerancia y la benevolencia, del derecho y la libertad... Lo que hay, de lo que vais a enseñar a lo que antes enseñaban, es abismo».

Las enseñanzas de Hostos participan de la filosofía aprendida en España, el krausismo y también beben de los postulados positivistas en boga. En la aparente contradicción entre el idealismo krausista y el dogmatismo de las tesis comptianas nace el pensamiento hostosiano; por una parte, investigador de la verdad, y, por otra, soñador de un proyecto revolucionario en unas sociedades distintas a las europeas, donde el escolasticismo, como parte de la ideología del despotismo colonial imperante, era un lastre. El racionalismo positivista sirvió a Hostos como instrumento de análisis de países donde, por ejemplo, aún pervivían relaciones de producción basadas en la esclavitud, el caso de Puerto Rico y Cuba. El conservadurismo inherente a la práctica del positivismo en Europa y en algunos países americanos como México, cedió lugar a elementos democráticos y progresistas en territorios que aún tenían pendiente la consecución de su soberanía, como las Antillas.

La ideología de Hostos es inseparable de la vertiente moral y científica de su quehacer intelectual y pedagógico. En Santo Domingo dictó cátedras de derecho constitucional, internacional y penal, además de la cátedra de economía política que él inaugura, en el Instituto Profesional. Las clases de sociología, basadas en que «el hombre es un ser individual y a la vez un ser social; pero la sociabilidad del hombre es vital como lo es su individualidad»; formarán parte del Tratado de sociología que será publicado en el transcurso de su estancia en Santo Domingo, así como verán la luz sus Lecciones de derecho constitucional y ya a punto de abandonar tierra dominicana, en 1888 se publicó Moral social. Otros títulos en los que Hostos impuso su ciencia, ética, sabiduría o sentimiento son: Tratado de lógica, Ciencia de la pedagogía, Geografía política e histórica, Prolegómenos de sociología, Prolegómenos de sicología, Tratado de moral, Lecciones de astronomía, Manejo de globos y mapas, Geografía evolutiva, Gramática general, incluso comedias y cuentos dedicados a su hijo.

Hostos colaboró también en la prensa de la capital, publicando artículos como «Inmigración y colonización» y «Centro de inmigración y colonias agrícolas» donde abogará por la fundación de colonias agrícolas bajo el auspicio del estado y la creación de granjas relacionadas con su proyecto de enseñanza. Otros artículos de su pluma están referidos a figuras de la historia dominicana como «Duarte y Sánchez como ejemplos de patriotismo», «Gregorio Riva como ejemplo del deber de fomento», al futuro del país en su contexto antillano; «Lo que algún día será una gran nacionalidad», etc., trabajos que vieron la luz en periódicos como la Revista Científica, Literaria y de Conocimientos útiles, El Eco de la Opinión, El Mensajero, El Quisqueyano, La Actualidad, La Lucha Activa, El Aviador Comercial, El Propagador y El Teléfono.

Muchas de las ideas recogidas en la prensa surgían de los viajes que realizó Hostos por los pueblos de la isla: en 1882 recorrió el interior de la República pasando por San Cristóbal, Baní, Calderas, Sabana Buey, Palmar de Ocoa y Azúa y años más tarde pasará unas vacaciones en Villa Rivas, Vega, Moca y Puerto Plata, escribiendo artículos como «Baní como ejemplo del deber de contribución», «Sud y Norte; Norte y Sud» y «La provincia de Santiago de los Caballeros como ejemplo de adhesión».

La popularidad y el prestigio de Hostos es patente en los numerosos nombramientos que le fueron otorgados por diversas instituciones dominicanas y extranjeras: miembro honorario de la Sociedad Filarmónica, de la Sociedad La Esperanza de Monte Cristi, del Club del Comercio, de la Sociedad Amigos del Deber, de la Sociedad Iberoamericana, correspondiente del Ateneo de Lima, del Congreso Jurídico Internacional de Lisboa, de la Sociedad de Estudios de Santo Domingo y de la sociedad Unión Samanesa. Otros acontecimientos en los que participó con enorme agrado fueron los recibimientos a insignes independentistas de la guerra de Cuba como Antonio Maceo y Máximo Gómez a quienes Hostos dará la bienvenida en nombre de la juventud de la capital y a los que dedicará varios escritos años después: «Máximo Gómez y la revolución de Cuba», «Quién era Maceo» y «La noticia de la muerte de Antonio Maceo».

El éxito de la organización educativa de Hostos en Santo Domingo atravesaba fronteras y desde Chile, donde su recuerdo se mantenía vivo, era reiteradamente invitado a colaborar en la instrucción pública del país, oferta que Hostos declinó hasta que la llegada al poder de Ulises Heureaux en 1887 dificultó sus actividades y decidió continuar sus lecciones de libertad y ética en otras latitudes. En diciembre de 1888 partía la familia Hostos hacia Valparaíso, lugar y año también de la publicación de Azul de Rubén Darío.




ArribaAbajoChile, «vivir es subir la cordillera de los Andes»

En Chile, país al que había representado en el Congreso Histórico de Colón realizado en Santo Domingo, Hostos siente la felicidad de encontrarse en su segunda patria y a pesar de la desaparición de algunos de sus amigos de entonces, todavía se recordaba su estancia en los años setenta. La República chilena estaba presidida por José Manuel Balmaceda, quien defendía una política opuesta a los potentes intereses económicos fundados en la entrada masiva de capital extranjero para la explotación del salitre, principal sostenedor de la riqueza del país, lo que conllevó pugnas políticas insalvables que terminarían por derrocarle en 1891.

Paralelamente, el gobierno de Balmaceda era partidario de mejorar el sistema educativo y modernizar la enseñanza. Hostos, saludado por la prensa local como «hombre de distinguida inteligencia y reconocida ilustración que ocupa un puesto respetable entre los literatos americanos», respondía a la llamada del ministro Julio Bañados Espinosa y fue nombrado, incluso antes de pisar tierra chilena, rector del liceo de Chillan que estaba destinado a convertirse en el principal establecimiento educacional de la zona centro sur del país. Nadie mejor que Hostos para elevar el nivel del colegio hasta las alturas pedagógicas que requerían la ciudadanía y las autoridades de la instrucción secundaria.

Hostos se entregó a la formación de su alumnado con la misma pasión con que había trabajado en Santo Domingo, colaboró en la elaboración de los programas de enseñanza media, particularmente en los de castellano e historia y geografía y a nivel estatal tuvieron mucha importancia sus intervenciones en debates educacionales en los que manifestaba su pensamiento en relación con el papel del estado en las complejas estructuras de la educación que se reformaba. Escribió Reforma de la enseñanza en Chile y Reforma del plan de estudios de la Facultad de Leyes en Santiago de Chile, fue nombrado presidente honorario de la Academia Carrasco Albano de Chillan y colaboró con Valentín Letelier y el propio ministro Bañados Espinosa en el libro La reforma de la enseñanza del derecho.

Aunque solamente permaneció en Chillan un año, aprovechó toda oportunidad para exponer sus ideas educacionales y morales; en el discurso pronunciado en el acto de entrega de premios del colegio durante la celebración de las Fiestas Patrias de Chile, no podía evitar el regocijo que le producía la participación de los jóvenes, la aparición en público de la bandera dominicana e incluso la representación teatral de hermanamiento de las Antillas entre sí y con la América continental que hicieron sus propios hijos, pero manifestaba también pesar porque estando el país en guerra con el vecino Perú, el patriotismo de los jóvenes se alimentara de gloria militar y prevaleciera sobre el patriotismo cívico.

Con tristeza, se recibe en Chillan la noticia del nombramiento de Hostos como rector del Liceo «Miguel Luis Amunátegui», importante establecimiento capitalino creado con un doble propósito, recordar el nombre del historiador chileno y honrar al patriota puertorriqueño nombrándolo su primer rector. A Hostos le tocó implantar un nuevo sistema de enseñanza, el llamado concéntrico, muy discutido por entonces, y que añadido a sus métodos de trabajo basados en la libertad y relativa disciplina del alumnado, le llevaron a chocar con la rigidez de los profesores alemanes contratados por las Escuelas Normales y el Instituto Pedagógico de Santiago.

El cambio de gobierno en 1891 no varió sus funciones docentes ni su cargo en el Liceo y prosiguió su carrera profesional como profesor de derecho constitucional en la Universidad de Chile, la publicación de varios textos como Crisis constitucional de Chile, un estudio sobre Manuel Antonio Matta y ensayos sobre la historia de la lengua castellana y la historia de la civilización antigua; la dirección de los Congresos Pedagógico y Científico celebrados en Santiago, del Ateneo de la ciudad, del Centro de Profesores de Chile, cofundador de la Societé Scientifique du Chili y con galardones y reconocimientos como el primer premio en el certamen Várela del Club del Progreso de Santiago por su trabajo Descentralización administrativa y sus nombramientos como miembro honorario de la Academia literaria Diego Barros Arana, de la titulada «La Ilustración» e hijo adoptivo del ayuntamiento de Santiago.

Dedicó esfuerzos y tiempo a las tareas periodísticas, tanto en la prensa de Chillan (El Comercio), Talca (Los Tiempos) y Concepción (El Sur), como en la de Santiago donde publicó numerosos trabajos en La Revista del Progreso, El Americano, La Flecha, La Tarde y en los Anales de la Universidad de Chile y las Actes de la Société Scientifique du Chili.

A pesar de los éxitos alcanzados y del nacimiento de sus últimos dos lujos en tierras de Chile, Hostos comenzó a sentir cierto desánimo por el hostil ambiente político, algunas críticas emitidas por el clero y en definitiva, una enorme nostalgia por las Antillas; «si mi patria política era la isla afortunada en que nací, mi patria geográfica estaba en todas las Antillas, sus hermanas ante la geología y la desgracia y estaba también en la libertad, su redentora».

Con gran entusiasmo acogió Hostos la noticia de la fundación del Partido Revolucionario Cubano en 1892 liderado por José Martí, quien desde el órgano propagandístico de la revolución Patria aludía en varios artículos a Hostos como el «Profundísimo orador de Puerto Rico». En el titulado «¡Vengo a darte Patria!, Puerto Rico y Cuba» testimoniaba la reunión de quince hombres que «con alma de hermano se unieron en un salón de Raymond a hablar de la fe común, del cariño cada día más apretado entre las dos Antillas»; en referencia a Hostos se manifestaba que fue «menos seguido de lo que debió en los tiempos confusos en que la revolución de Cuba iba como al garete, entre la guerra poco ayudada de afuera en el interior y el parlamento indeciso que imperaba entre los cubanos de la emigración». En el artículo «Tres antillanos», Martí se expresaba en tercera persona sobre las tres figuras a su juicio fundamentales en la liberación de las Antillas apuntando a Betances, Hostos y a él mismo, porque ninguno de los tres «descansan en la obra de contribuir al rescate, equilibrio y bienestar de nuestra América».

Las similitudes de Hostos y Martí residen en la visión recelosa de ambos respecto del poderío norteamericano, aunque Hostos no lo verá con la claridad de Martí, su manifiesto anticolonialismo contra el sistema instaurado por España pero no así aversión contra el pueblo español y el carácter moralista y pedagogo que imprimieron a su lucha política. Sin embargo, en este último aspecto mantenían ciertas diferencias ya que si bien Martí fue siempre independentista y revolucionaria radical y concibió un órgano de obtención del poder como fue el Partido Revolucionario Cubano, Hostos se inclinaría por hallar instrumentos educadores y formadores de ciudadanos dispuestos al cambio político.

En este sentido cabe señalar las diferencias que se habían producido en el seno de las sociedades cubana y puertorriqueña desde 1868 en que los cubanos emprendieron una lucha tenaz, interrumpida diez años más tarde pero reiniciada con la fuerza del liderazgo de Martí en 1895. El resultado fue, como bien señaló Betances, que mientras Martí estaba organizando clubes y suscripciones «desgraciadamente para Cuba y Puerto Rico, ni los puertorriqueños dieron muestras de espíritu revolucionario independentista, conformes unos con la dominación española y anhelosos otros únicamente de la autonomía, ni la Delegación Cubana de Nueva York ni el Consejo de Gobierno volvieron a preocuparse de las finalidades antillanas y americanistas de Martí, abandonando por completo la lucha por la independencia de Puerto Rico».

El historiador Carlos Rama insiste finalmente en la marcada conciencia latinoamericanista que late tanto en Martí, como en Betances y Hostos, calidad que a su juicio, ningún antillano la tuvo en la medida de estas tres figuras y razón por la cual fueron prácticamente los únicos entre los voceros de sus pueblos que advirtieron el hecho de que las posesiones españolas del Caribe eran usadas regularmente como bases de la agresión a la integridad de los nuevos estados latinoamericanos.




ArribaAbajoLa guerra de Cuba: «Independencia antecedente necesario de la libertad»

Con el inicio de la guerra en Cuba en 1895, Hostos escribe: «Cuba está frente a España no ya desde febrero de 1895 sino desde octubre de 1868, [...] el intervalo entre 1879 y 1895 ha sido una verdadera tregua de guerra»; y volverá por sus fueros revolucionarios con el cargo de Agente de la Junta del Partido Revolucionario de Cuba y Puerto Rico de Nueva York en Santiago, su labor como socio correspondiente del Centro Propagandista Cubano Martí de Caracas, y convertirá nuevamente la tribuna periodística en azote contra el colonialismo español y el peligro que representaba para el porvenir de las Antillas la presencia expansionista de los Estados Unidos. Además de trabajar como director de la Sociedad Unión Americana (pro Cuba) en Santiago, formó junto a otros siete cubanos, el denominado «Círculo Revolucionario Cubano» que emprendió una labor propagandista de la revolución en la prensa que tuvo muchos obstáculos. En un discurso pronunciado en el salón de la Unión Americana de Santiago de Chile se duele con «gritos y lágrimas de desesperación por la América Latina y sus gobiernos, que están perdiendo la ocasión más propicia que jamás se presentó de hacer uno, fuerte y poderoso al continente».

En 1896 ante la idea de una expedición a Puerto Rico comandada por el comandante Enrique Loynaz del Castillo, Hostos se negó a participar por varias razones (dinero, etc.) y «la falta de conocimiento bastante en los miembros de este Consejo sobre la opinión actual del pueblo puertorriqueño», que para Betances estaba muy clara cuando en 1894 lo definió como «un país imposible para nosotros».

En el otoño de 1897 Hostos retoma la pluma para ensalzar la nueva lucha independentista cubana en treinta y dos cartas públicas dirigidas al senador Guillermo Matta sobre el derecho de Cuba a su independencia, la independencia de Cuba como primera etapa en la vía de la edificación de la Confederación antillana y la exigencia de solidaridad al resto de las repúblicas americanas. Tienen mucho interés porque Hostos madura su juicio sobre la situación de las Antillas y ofrece elementos diversos para su análisis, aún desde la lejanía y el conocimiento de la realidad a través de la prensa y el telégrafo, en su opinión artefacto convertido en arma psicológica de los españoles contra los independentistas: «Todos los días, según su costumbre de chismógrafo, el telégrafo nos dirá lo que plazca hacernos creer a los que lo mueven, todo lo veremos en los despachos telegráficos; pero no veremos resuelto el problema de Cuba».

Pero las preocupaciones de Hostos seguían siendo de índole general; ya había dirigido Hostos otra carta al general Gregorio Luperón, expulso entonces en Saint Thomas, incitándole a dirigir «el movimiento de las Antillas que Cuba ha vuelto a iniciar» y señalando que si la independencia de Cuba sobrevenía sin que Santo Domingo estuviera libre de la dictadura que todavía padecía, Puerto Rico seguiría esclava y la soñada confederación se tomaba un sueño imposible.

Resuelto a continuar su apostolado por la independencia de las Antillas, Hostos renuncia en 1898 al rectorado del Liceo Amunátegui y al desempeño de sus cátedras y tareas periodísticas y decide viajar a Nueva York con la solicitud del gobierno chileno para estudiar los Institutos de Psicología Experimental en los Estados Unidos. En este nuevo peregrinaje recala en Caracas para sentirse más cerca del lugar de la acción y dónde dejará impresas sus ideas en dos periódicos El Pregonero y El Propagandista.

En Estados Unidos, la opinión pública era cada vez más favorable a la intervención en el Caribe, condición que se concretó con la llegada a la Casa Blanca del presidente Mckinley en 1897, -representante del grupo más expansionista del Congreso- y se consumó con la voladura del acorazado Maine -accidente todavía no aclarado- durante su visita al puerto de La Habana y con la exigencia al gobierno español de que renunciara en el plazo de tres días a sus derechos de soberanía en Cuba. La guerra emprendida se saldaría con anexiones e independencias nominales de las últimas colonias españolas a favor de los Estados Unidos tanto en América como en Asia.






ArribaAbajoEl laberinto imposible (1898-1903)


ArribaAbajoPuerto Rico y la Liga de patriotas: «Civilización o muerte»

La lucha tenaz que mantuvieron los cubanos en su territorio durante diez años, de 1868 a 1878, dieron a Cuba una conciencia de su identidad muy marcada mientras los puertorriqueños, a excepción de su vanguardia revolucionaria que vivía expatriada, quedaron rezagados. Así, la fuerza de las circunstancias obligaron a renunciar a la idea subyacente en Betances y Hostos, de que Puerto Rico abanderara la Federación Antillana como medio de asegurar la independencia de la tierra más débil y colonizada del Caribe español ya que el movimiento separatista era de escaso calado en la población del interior de la isla y agravado como se ha visto por el exilio de sus principales activistas.

La historiadora puertorriqueña Astrid Cubano ha aludido al laberinto puertorriqueño, una estructura económica y social en vías de cambio como consecuencia del aumento de la producción cafetalera en detrimento del azúcar y un marco político protagonizado por el enfrentamiento criollo-peninsular que favoreció la alianza continua con España, la «esterilidad funcional» de los partidos políticos (fundación en 1870 del Partido Conservador y el Partido Liberal Reformista de cuya escisión nació en 1887 el Partido Autonomista) y en definitiva, la precariedad del movimiento separatista.

En este ambiente se producía en 1897, la concesión a Puerto Rico por parte de España de la «casi natimuerta» Carta Autonómica y el 25 de junio de 1898 la invasión de Puerto Rico por las tropas norteamericanas, acontecimiento que Hostos tardaría en captar en todo su significado. Respecto a los Estados Unidos, Hostos toma una posición teñida de desconfianza y beligerancia, por una parte, y de admiración por otra. Ya en la década de los sesenta, a la par de Betances, descubría la nueva amenaza que intranquilizó cuarenta años atrás a Bolívar y denominaba «creencia infantil» a la idea propugnada por Estados Unidos de que las Antillas «empezando por Cuba, y sobre todo Cuba», tendrán el destino que ellos quieran. Diez años más tarde, en la época más apasionada y revolucionaría de Hostos y a propósito de un posible pacto de Céspedes con España (que recibiría 60-70 millones de pesos fuertes), con Washington como mediador, Hostos manifestará que «no tenemos el derecho de tener confianza en el Gobierno de los Estados Unidos (ya que) tiene intereses contrarios a los nuestros [...] criterio que es radicalmente contrario al que debiera tener para juzgamos y auxiliamos una federación, una democracia y una república cuya organización territorial hemos imitado, cuya forma de gobierno hemos querido realizar».

En ese año de 1898 «herido de muerte en mi ideal, vi caída a la patria», Hostos concibió el «plan de salvación»: la Liga de Patriotas Puertorriqueños, un intento para «vencer la legión de obstáculos que opone la tradición española a la verdadera civilización» y escapar del laberinto boricua mediante la fundación de círculos de discusión a lo largo de la isla para la formación de su juventud, cuyo «objeto político es poco en comparación con el propósito social».

En su primer manifiesto público sobre los propósitos de la liga en Nueva York, de la que Hostos es nombrado presidente y secretario Roberto H. Todd, se señalan los dos fines de su constitución: «uno, inmediato, que es el poner a nuestra Madre Isla en condiciones de derecho; otro, mediato, que es el poner en actividad los medios que necesitan para educar a un pueblo en la práctica de las libertades que han de servir a su vida, privada y pública, industrial y colectiva, económica y política, moral y material».

Según el estatuto de constitución de la liga, ésta iniciaría su andadura con la fundación en cada localidad de una escuela nocturna, un instituto municipal, conferencias dominicales, un diario de cultura general, escuelas rurales, cajas de ahorro, gimnasios e incluso tiros al blanco. Otras actividades se encaminarían a la búsqueda de los medios para «edificar viviendas higiénicas para los trabajadores», establecer diversiones populares y una «sociedad de coros nacionales que dulcifiquen las costumbres».

Tras casi veinte años de ausencia, regresaba Hostos a su Madre Isla con el fin de poner en acción a sus habitantes. En su diario de viaje dice experimentar «una alegría conturbada por una tristeza llena de indignación»: «pensaba en lo noble que hubiera sido verla libre por su esfuerzo y en lo triste y abrumador y vergonzoso que es verla salir de dueño en dueño sin jamás serlo de sí misma y pasar de soberanía en soberanía sin jamás usar de la suya».

La primera liga fue instaurada en Ponce con no demasiado éxito; en una carta a Federico Henríquez Carvajal señalaba Hostos que «la tarea de la liga de patriotas, que trascenderá con el tiempo en Quisqueya y Cuba, cuesta imponderablemente en Borinquen; pero va...». Como ha escrito el puertorriqueño Eugenio Astol: «Nuestro pueblo no estaba preparado para realizar una acción política unánime en defensa de su personalidad y su derecho». Pero hay que recalcar que los estatutos de la liga pretendían la toma de conciencia por parte del pueblo, no la toma del poder como el Partido Revolucionario Cubano de Martí, y estos propósitos educadores y cívicos muestran claramente el idealismo hostosiano: «claro está que la liga de patriotas no es un partido ni puede ser partido, no quiere ser partido. No por eso deja de tener una política, pero absolutamente subordinada a su propósito social que es el formar un pueblo. Maldito, si a quien tiene tal propósito, se le puede ocurrir hacer política».

Hostos educador, civilizador y modernizador, confiará en la labor redentora de los Estados Unidos y renueva desde su tierra puertorriqueña el idealismo confederativo que ya expresara también en 1870; «al acordarme de que hay en América una nación grande y poderosa, a la cual nos ligan importantísimas relaciones de comercio y grandes simpatías por sus sabias instituciones que han de servimos de norma para formar las nuestras [...] no será dudoso ni extraño que después de haberse constituido la nación independiente, formemos más tarde o más temprano, una parte integrante de tan poderosos estados [...] porque los pueblos de América, es decir, todo el continente, Sur y Norte, Costafirme e Islas, están llamados a formar una sola nación y a ser la admiración del mundo».

Tras la firma del Tratado de París de 1898 por el que Cuba obtenía una independencia mediatizada, Puerto Rico pasaba a los Estados Unidos que impusieron un gobierno militar (1898-1900) y más tarde una Carta Orgánica aprobada por el Congreso Norteamericano mediante la cual el poder legislativo se ejercía desde Washington (ley Foraker de 1900).

En la visión que tendrá Hostos del nuevo orden de cosas hay que tener en cuenta, como en otras ocasiones, que el Hostos intelectual y moralista opacará al Hostos político y revolucionario. Así realizará en un principio continuas alabanzas al presidente McKinley en la idea de que el panorama «establecido en nuestra madre Isla por la Ley Foraker o "Ley de gobierno civil para Puerto Rico", es un orden viejo y nuevo a la vez; viejo, en cuanto conserva fundamentos de coloniaje; nuevo, en cuanto efectivamente contiene de régimen civil a la americana. Lo que se debe hacer es ayudar al régimen civil a acabar de arrojar de la Isla al régimen colonial».

Hostos defiende, en última instancia, la modernización de Puerto Rico, proyecto sinónimo de americanización; «conviene que se americanicen los pueblos de origen latino (para) desarrollar los principios e instituciones jurídicamente americanas que han hecho de la federación de pueblos que se llama Estados Unidos de América, la fuerza social y efectiva del mundo porque tiene los más hondos basamentos de derecho» y ejercer «nuestros derechos de ciudadanos accidentales de la Unión Americana para salir del pasado ibérico y entrar en el porvenir americano, única también es la vía; no hay más que un camino para sanar y es el curarse». Estas ideas las vierte en numerosos artículos en la prensa de la isla: El Combate, Estrella Solitaria, La Nueva Era de Ponce, El Demócrata de Cayey, América, El Imparcial, La Nueva Bandera, El Amigo de! Obrero, El Porvenir de Borinquen de Mayagüez y por supuesto de San Juan La correspondencia de Puerto Rico.




ArribaAbajoEl «hermano menor»: Plebiscito y modernización

El proyecto de la liga, concebido para defender la dignidad de Puerto Rico, aglutinó a «patriotas (que, dice Hostos) no tienen que avergonzarse de ningún móvil indigno: Partidarios de la anexión los unos, conocedores de la necesidad de independencia los otros, desde el primer momento vieron todos que su deber los llamaba a salvar la dignidad de la patria». Para salvar ese honor y, después de tan altos designios, se apelará a la voluntad de ese «nuestro país imposible para nosotros» que expresaría con amargura Betances quien moriría con la convicción de no querer «la colonia ni con España ni con los Estados Unidos».

La liga de Hostos, entonces, define su objetivo político basado en el derecho al plebiscito: «para ser o no ser ciudadanos americanos y para seguir siendo o dejar de ser ciudadanos de nuestra patria geográfica e histórica; buscar y seguir el ejemplo del pueblo americano, para dejar de ser representantes del pasado y ser hombres de nuestro tiempo y sociedad del porvenir, esos son los deberes de nuestra historia en este instante. Para cumplirlos se ha fundado la liga; para tratar de hacerlos efectivos, vuelvo yo a mi patria».

Hostos integra en su defensa del «plebiscito como política» la crítica a la falta de ética de Estados Unidos ya que «a la cesión no debió seguir una transferencia de dominio, sino una consulta de la voluntad de Puerto Rico» porque «una anexión forzada es una agresión criminal», y defiende la solicitud de un gobierno temporal de los Estados Unidos «no por el prurito de constituir nación, sino por devoción profunda a la civilización»; «cuando hayamos conseguido el plebiscito, acataremos la anexión si esa es la voluntad de Puerto Rico; y si su voluntad es otra, daremos a la federación del Norte el mejor de cuantos homenajes pueda recibir un pueblo de justicia pidiéndole un protectorado temporal de 20 años que para mayor gloria suya y honra nuestra, no será un protectorado de fuerza y poder, sino un mentorado de libertades y progresos».

Hostos no había estado antes tan cerca del pueblo puertorriqueño, al reconocer las debilidades de su Madre Isla y la fuerza del anexionismo utiliza un discurso que delata que la realidad le está superando: «ahora desde que conozco de cerca al Puerto Rico real y sé que está mucho más sembrado de egoístas que la patria ideal», concluye Hostos, la independencia que era honroso arrancársela a España y derramar sangre ya «no es obra de fuerza sino obra de derecho», conflicto que se salvará «a la americana, business-like, a la yankee, a la sabia». De este modo la pregunta que dominaba sus desvelos: «¿Había algún modo de salvar a la vez el porvenir y la dignidad de Puerto Rico?», se convierte en una disyuntiva de difícil solución y en su respuesta parece desistir del ideal de independencia que persiguió durante tantos años porque «a esa independencia no hay ya cómo ir». Todavía en el último otoño del siglo XIX, consumadas tantas cosas en las Antillas, Hostos muestra la resignación esperanzada de quien confía sin embargo en la facción antiexpansionista, moderna y civilizadora de la vida americana. La política norteamericana en Puerto Rico «an iron hand in a velvet globe» en palabras de uno de sus cónsules, fue comprendida por Hostos ya tarde, cuando en calidad de comisionado por la isla junto a Julio J. Herma, Manuel Zeno Gandía y Rafael del Valle, se reunió con el presidente norteamericano que «expresó el deseo del Gobierno de poseer Puerto Rico como una parte ya integrante de la Unión».

La trampa del gigante de la modernización estaba tendida porque se aceptaba de antemano la evidente intervención norteamericana y la exigencia puertorriqueña se reducía al plebiscito para confirmar la aceptación del gobierno temporal y la fijación del tiempo de duración: «lo que pediremos al Congreso de los Estados Unidos -señalan los miembros de la Comisión- será, no que nos ponga en aptitud de federamos o de independizarnos, sino de hacer constar en el plebiscito y por medio del plebiscito, las personalidades de nuestra patria». Las declaraciones en la prensa traslucen otros elementos inherentes al nuevo orden de cosas: «Por supuesto, (los puertorriqueños) esperan ser tratados como si fuésemos un hermano menor que debe ir a la escuela a aprender y que debe respetar al hermano mayor hasta que cuando hayamos crecido y hayamos sido educados en el gobierno propio podamos llegar a ser parte del pueblo americano y no permanecer por siempre sus subordinados».

Dos años más tarde, el inicio de vida independiente en Cuba es vista por Hostos «como hora de sombría meditación más que hora de esperanzas luminosas» a lo que hay que añadir que «sobre las responsabilidades propias de la independencia nacional, ha impuesto el tiempo la responsabilidad de civilizarse pronto, so pena de ser civilizado por extraños». Esta «obra dudosa que empiezan hoy los cubanos a llevar a cabo» y caracterizada por la mediatización norteamericana puede tener también un efecto benefactor: «con los cuatro años de limpieza que les han impuesto los yankees, limpiándoles sus ciudades a fuerza de trenes de limpieza y limpiándoles el cerebro a fuerza de reformas escolares, lícito es temer por Cuba un poco menos de lo que hay que temer por el resto de continente y del archipiélago hispanoamericano».




ArribaAbajoSanto Domingo, fin del peregrinaje

Al regreso a Puerto Rico, convencido Hostos de que los nuevos amos no abrigaban propósitos de liberación, recibió una invitación por parte del presidente dominicano Horacio Vázquez para reanudar en Santo Domingo su labor pedagógica que fuera interrumpida años atrás por la dictadura de Ulises Heureaux. Así abandonó para siempre su Madre Isla y en enero de 1900 pisaba de nuevo tierra dominicana donde fue nombrado inspector general de enseñanza pública dedicándose con ahínco a su apostolado pedagógico, viajando por el país y fundando a lo largo y ancho del territorio (La Vega, Moca, Santiago, Puerto Plata, etc.) escuelas de maestros, escuelas graduadas y complementarias, escuelas de agricultura práctica, de comercio y colonias agrícolas.

Continuó también sus tareas periodísticas con publicaciones en diarios de Santo Domingo, Puerto Plata, Santiago de los Caballeros y Montecristi y ofreció numerosas conferencias recibiendo el cargo de Director General de Enseñanza y siendo distinguido con nombramientos honorarios del Ateneo de Santo Domingo, las sociedades La Progresista y Los Amantes del Saber de La Vega e incluso por parte del Ateneo de México.

Hostos murió en el verano de 1903 y fue enterrado en Santo Domingo según sus deseos de no descansar en tierra puertorriqueña mientras siguiera siendo colonia.





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