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ArribaAbajoCapítulo XIV [XVI de 1594]

Donde se declara a qué diferencia de habilidad pertenece el oficio de rey, y qué señales ha de tener el que tuviere esta manera de ingenio


Cuando Salomón fue eligido por rey y caudillo de un pueblo tan grande y numeroso como Israel, dice el Texto que, para poderlo regir y gobernar, pidió sabiduría del Cielo, y no más. La cual demanda fue tan a gusto de Dios, que en pago de haber acertado tan bien le hizo el más sabio rey del mundo, y no contento con esto, le dio muchas riquezas y gloria encareciendo siempre su gran petición. De donde se infiere claramente que la mayor prudencia y sabiduría que puede haber en el hombre, ésa es el fundamento en que restriba el oficio de rey; la cual conclusión es tan cierta y verdadera, que no es menester gastar tiempo en probarla. Sólo conviene mostrar a qué diferencia de ingenio pertenece el arte de ser rey tal cual la república lo ha menester, y traer las señales con que se ha de conocer el hombre que tuviere tal ingenio y habilidad.

Y, así, es cierto que, como el oficio de rey excede a todas las artes del mundo, de la mesma manera pide la mayor diferencia de ingenio que Naturaleza pueda hacer. Cuál sea ésta, aún no lo hemos dicho hasta aquí, ocupados en repartir a las demás artes sus diferencias y modos. Pero, ya que la tenemos en las manos, es de saber que de nueve temperamentos que hay en la especie humana, sólo uno dice Galeno que hace al hombre prudentísimo, todo lo que naturalmente puede alcanzar; en el cual las primeras calidades están en tal peso y medida, que el calor no excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad, antes se hallan en tanta igualdad y conformes como si realmente no fueran contrarias ni tuvieran oposición natural. De lo cual resulta un instrumento tan acomodado a las obras del ánima racional, que viene el hombre a tener perfecta memoria para las cosas pasadas, y grande imaginativa para ver lo que está por venir, y grande entendimiento para distinguir, inferir, raciocinar, juzgar y eligir.

Las demás diferencias de ingenio que hemos contado, ninguna de ellas tiene entera perfección; porque si el hombre tiene grande entendimiento (por la mucha sequedad), no puede aprender las ciencias que pertenecen a la imaginativa y memoria; y si grande imaginativa (por el mucho calor), queda inhabilitado para las ciencias del entendimiento y memoria; y si grande memoria (por la mucha humidad), ya hemos dicho atrás cuán inhábiles son los memoriosos para todas las ciencias. Sola esta diferencia de ingenio que vamos buscando es la que responde a todas las artes en proporción.

Cuánto daño haga a una ciencia no poderla juntar las demás, notólo Platón diciendo que la perfección de cada una en particular depende de la noticia y conocimiento de todas. Ningún género de letras hay tan disparato para otro, que saberlo muy bien no ayude a su perfección.

Pero ¿qué será que, con haber buscado esta diferencia de ingenio con mucho cuidado, sola una he podido hallar en España? Por donde entiendo que dijo muy bien Galeno que fuera de Grecia ni por sueños hace Naturaleza un hombre templado ni con el ingenio que requieren todas las ciencias. La razón de esto tráela el mesmo Galeno diciendo que Grecia es la región más templada que hay en el mundo, donde el calor del aire no excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad. La cual templanza hace a los hombres prudentísimos y hábiles para todas las ciencias, como parece considerando el gran número de varones ilustres que de ella han salido: Sócrates, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Galeno, Teofrastro, Demóstenes, Homero, Tales milesio, Diógenes cínico, Solón y otros infinitos sabios de quien las historias hacen mención. Cuyas obras hallaremos llenas de todas las ciencias; no como los escritores de otras provincias, que, si escriben medicina o cualquiera otra ciencia, por maravilla llaman las demás letras que les den ayuda y favor: todos son pobres y sin caudal por no tener ingenio para todas las artes.

Pero lo que más espanta de Grecia es que, siendo el ingenio de las mujeres tan repugnante a las letras (como adelante probaremos), hubo tantas griegas y tan señaladas en ciencias, que vinieron a competir con los hombres muy racionales; como se lee de Leoncia, mujer sapientísima, que, siendo Teofrastro el mayor filósofo que hubo en su tiempo, escribió contra él notándole muchos errores en filosofía.

Y si miramos las otras regiones del mundo, apenas ha salido de ellas un ingenio que sea notable. Y es la causa habitar en lugares destemplados; por donde se hacen los hombres feos, torpes de ingenio y de malas costumbres. Y, así, pregunta Aristóteles: cur efferi, et moribus et aspectibus, sunt qui in nimio vel aestu vel frigore colunt? Como si preguntara: «¿por qué los hombres que habitan en lugares muy calientes o muy fríos, los más son feos de rostro y de malas costumbres?». Al cual problema responde muy bien diciendo: «que la buena temperatura no solamente hace buena gracia en el cuerpo, pero aprovecha también al ingenio y habilidad». Y de la manera que los excesos del calor y de la frialdad impiden a Naturaleza que no saque al hombre bien figurado, por la mesma razón se desbarata el armonía del ánima, y le hace torpe de ingenio.

Esto tenían bien entendido los griegos, pues llamaban a todas las naciones del mundo bárbaras, viendo su inhabilidad y poco saber. Y, así, vemos que cuantos nacen y estudian fuera de Grecia, si son filósofos, ninguno llega a Platón y Aristóteles; si médicos, a Hipócrates y Galeno; si oradores, a Demóstenes; si poetas, a Homero. Y, así, en las demás ciencias y artes siempre los griegos han tenido la primacía, sin ninguna contradicción. A lo menos, el problema de Aristóteles se verifica bien en los griegos. Porque realmente son los más hermosos hombres del mundo y de más alto ingenio; sino que han sido desgraciados, oprimidos con armas, sujetos y maltratados por la venida del Turco. Éste hizo desterrar las letras y pasar la Universidad de Atenas a París de Francia, donde ahora está; y así, por no cultivarlos, se pierden ahora tan delicados ingenios como los que arriba contamos. En las demás regiones fuera de Grecia, aunque hay Escuelas y ejercicio de letras, ningún hombre ha salido en ellas muy eminente. Harto piensa el médico que ha hecho si alcanzó con su ingenio a lo que dijo Hipócrates y Galeno; y el filósofo natural no sabe de ciencia por que le parece que entiende a Aristóteles.

Pero con todo eso, no es regla universal que todos los que nacen en Grecia han de ser por fuerza templados y sabios, y los demás destemplados y nescios. Porque de Anacarsis, natural de Escitia, cuenta el mesmo Galeno que fue de admirable ingenio entre los griegos, aunque bárbaro: con el cual riñendo un filósofo natural de Atenas, le dijo: «Anda, para-bárbaro». El Anacarsis le respondió diciendo: patria, mihi dedecori est; tu vero patriae; como si le dijera: «mi patria es afrenta para mí, y tú eres afrenta de tu patria, porque siendo Escitia una región tan destemplada y donde tantos nescios se crían, salí yo sabio, y naciendo tú en Atenas, que es el lugar del ingenio y sabiduría, eres un asno».

De manera que no hay que desesperar de esta temperatura, ni pensar que es caso imposible hallarla fuera de Grecia; mayormente en España, región no muy destemplada. Porque por la mesma razón que yo he hallado una, habrá otras muchas que no han venido a mi noticia ni las he podido examinar. Por donde será bien traer las señales con que se conoce el hombre templado, para que donde le hubiere no se pueda encubrir. Muchas señales ponen los médicos para descubrir esta diferencia de ingenio; pero las más principales y que mejor la dan a entender son las que se siguen.

La primera dice Galeno que es tener el cabello subrufo, que es un color de blanco y rubio mezclado y, pasando de edad en edad, dorándose más. Y está la razón muy clara. Porque la causa material de que se hace el cabello dicen los médicos que es un vapor grueso que se levanta del cocimiento que hace el celebro al tiempo de su nutrición; y cual color tiene este miembro, tal le toman sus excrementos. Si el celebro tiene mucha flema en su composición, sale el cabello blanco; si mucha cólera, azafranado; pero, estando estos dos humores igualmente mezclados, queda el celebro templado en calor, frialdad, humidad y sequedad; y el cabello rubio, participante de ambos extremos. Verdad es que dice Hipócrates que este color, en los hombres que viven debajo del Septentrión (como son ingleses, flamencos y alemanes), nace de estar la blancura quemada por la mucha frialdad, y no por la razón que decimos. Y, así, es menester advertir en esta señal, porque es muy engañosa.

La segunda señal que ha de tener el hombre que alcanzare esta diferencia de ingenio, dice Galeno que es ser bien sacado y airoso, de buena gracia y donaire, de manera que la vista se recree en mirarlo como figura de gran perfección. Y está la razón muy clara. Porque si Naturaleza tiene muchas fuerzas y simiente bien sazonada, siempre hace, de las cosas posibles, la mejor y más perfecta en su género; pero viéndose alcanzada de fuerzas, muchas veces pone su estudio en la formación del celebro, por ser el principal asiento del ánima racional, y procura que la falta quede en las demás partes del cuerpo. Y, así, vemos muchos hombres bastos y feos, pero muy delicados de ingenio.

La cantidad de cuerpo que ha de tener el hombre templado dice Galeno que no está determinada por Naturaleza; porque puede ser grande, pequeño, y de mediana estatura (conforme a la cantidad de simiente templada que hubo al tiempo que se formó). Pero para lo que toca al ingenio, mejor es la moderada estatura, en los hombres templados, que la grande ni pequeña; y si al uno de los dos extremos ha de inclinar, mejor es a pequeño que a grande, porque los muchos huesos y carne probamos atrás, de opinión de Platón y Aristóteles, que hace mucho daño al ingenio. Conforme a esto, suelen los filósofos naturales preguntar cur homines qui brevi sunt corpore, prudentiores magna ex parte sunt quam qui longo? Como si dijera: «¿qué es la causa que, por la mayor parte, los hombres pequeños son más prudentes que los largos?». Para comprobación de lo cual citan a Homero, que dice ser Ulises prudentísimo y pequeño de cuerpo; y, por lo contrario, Ayax, estultísimo y de larga estatura. A esta pregunta responden muy mal diciendo que «recogida el ánima racional en breve espacio, tiene más fuerza para obrar», conforme aquel dicho muy celebrado: virtus unita fortior est se ipsa dispersa; y por lo contrario, estando en un cuerpo largo y espacioso, no tiene virtud bastante para poderlo mover y animar. Pero no es ésta la razón, sino que los hombres largos tienen mucha humidad en su composición, la cual hace las carnes muy dilatables y obedientes a la aumentación que procura hacer siempre el calor natural. Al revés acontece en los pequeños de cuerpo: que por la mucha sequedad no pueden hacer correa sus carnes, ni el calor natural las puede dilatar ni ensanchar, por donde quedan de breve estatura. Y entre las calidades primeras, tenemos probado atrás que ninguna echa tanto a perder las obras del ánima racional como la mucha humidad, ni quien avive tanto al entendimiento como la sequedad.

La tercera señal con que se conoce el hombre templado dice Galeno que es ser virtuoso y de buenas costumbres. Porque ser malo y vicioso dice Platón que nace de tener el hombre alguna calidad destemplada que le irrita a pecar; y si ha de obrar conforme a virtud, ha menester primero negar su inclinación natural. Pero el que fuere puntualmente templado, en tanto que estuviere así, no tiene que hacer esta diligencia, porque las potencias inferiores no le pedirán nada contra razón; y, por tanto, dice Galeno que al hombre que tuviere esta temperatura no le pongamos tasa en lo que ha de comer y beber, porque nunca sale de la cantidad y medida que el arte de la medicina le podría señalar. Y no se contenta Galeno con llamarlos temperantísimos, pero aun las demás pasiones del ánima dice que no es menester moderárselas; porque su enojo, su tristeza, su placer y alegría están siempre medidas con la razón. De donde nace estar siempre sanos y nunca enfermos, que es la cuarta señal. Pero en esto no tiene razón Galeno. Porque es imposible componerse un hombre que sea en todas sus potencias perfecto, como es el cuerpo templado; y que la irascible y concupiscible no salga superior a la razón y la irrite a pecar. Y, así, no conviene dejar a ningún hombre, por templado que sea, que siempre siga su inclinación natural sin irle a la mano y corregirle con la razón.

Esto se deja entender fácilmente considerando el temperamento que ha de tener el celebro para que sea conveniente instrumento de la facultad racional; y el que ha de tener el corazón para que la irascible apetezca gloria, imperio, victoria y ser a todos superior; y el que ha de tener el hígado para cocer los manjares; y el que han de tener los testículos para conservar la especie humana y hacerla que pase adelante. Del celebro hemos dicho muchas veces atrás que ha de tener humidad para la memoria, y sequedad para el entendimiento, y calor para la imaginativa. Pero con todo eso, su natural temperamento es frialdad y humidad; y por razón de la intensión y remisión de estas dos calidades, unas veces lo llamamos caliente, otras frío, otras húmido y otras seco; pero jamás sale de frío y húmido a predominio. El hígado (donde reside la facultad concupiscible) tiene por natural temperamento el calor y humidad a predominio, del cual jamás sale en tanto que vive el hombre; y si alguna vez decimos estar frío, es porque no tiene todos los grados de calor que requieren sus obras. Del corazón (que es el instrumento de la facultad irascible) dice Galeno que es tan caliente de su propria naturaleza, que si, vivo el animal, metiésemos el dedo dentro de sus cavidades, era imposible poderlo sufrir un momento sin abrasarse. Y aunque algunas veces lo llamamos frío, nunca se ha de entender a predominio, porque éste es caso imposible, sino que no tiene tanta intensión de calor como han menester sus obras. En los testículos (donde reside la otra parte de la facultad concupiscible) corre la mesma razón, porque su natural temperamento es calor y sequedad a predominio. Y si alguna vez decimos que el hombre tiene los testículos fríos, no ha de entenderse absolutamente ni a predominio, sino que carece de la intensión de calor que ha menester la facultad generativa.

De aquí se infiere, claramente, que si el hombre está bien compuesto y organizado, ha de tener por fuerza calor excesivo en el corazón, so pena que la facultad irascible quedara muy remisa; y si el hígado no es caliente en exceso, no podrá cocer los alimentos ni hacer sangre para la nutrición; y si los testículos no fuesen más calientes que fríos, quedaba el hombre impotente y sin fuerzas para engendrar. Por donde, siendo estos miembros tan fuertes como decimos, necesariamente se ha de alterar el celebro con el mucho calor, que es una de las calidades que más perturba la razón. Y lo que peor es: que la voluntad, siendo libre, se irrita e inclina a condescender con los apetitos de la porción inferior. A esta cuenta, parece que Naturaleza no puede hacer un hombre que sea perfecto en todas sus potencias, y sacalle inclinado a virtud.

Cuán repugnante sea a la naturaleza del hombre salir inclinado a virtud pruébase claramente considerando la compostura del primer hombre, que, con ser la más perfecta que ha habido en toda la especie humana (después de la de Cristo nuestro redentor) y hecha por las manos de tan grande artífice, con todo eso, si Dios no le infundiera una calidad sobrenatural que le reprimiera la porción inferior, era imposible quedando a los principios de su naturaleza, dejar de ser inclinado a mal. Y que Dios hiciese a Adán de perfecta irascible y concupiscible, bien se deja entender; porque cuando les dijo y mandó crescite et multiplicamini, et replete terram, cierto es que les dio fuerte potencia para engendrar y que no les hizo fríos, pues les mandó que hinchasen la tierra de hombres, la cual obra no se puede hacer sin mucho calor. No menos calor dio a la facultad nutriva, con la cual había de reparar la sustancia perdida y rehacer otra en su lugar; pues le dijo: ecce dedi vobis omnem herbam afferentem semen super terram, et universa ligna quae habent in semetipsis sementem generis sui, ut sint vobis in escam. Porque si Dios les diera el hígado y estómago fríos y con poco calor, cierto es que no pudieran cocer el manjar ni conservarse novecientos y treinta años en el mundo.

También le fortificó el corazón y le dio una facultad irascible acomodada para ser rey y señor y mandar todo el mundo; y le dijo: subiicite terram et dominamini piscibus maris et volatilibus caelis et universis animantibus quae moventur super terram. Y si no le diera mucho calor, no tuviera brío ni autoridad para tener imperio, mando, gloria, majestad y honor. Cuánto daño haga al príncipe tener la irascible remisa, no se puede encarecer; porque por sola esta causa viene a no ser temido, obedecido ni reverenciado de los suyos.

Después de fortificada la irascible y concupiscible, dando a los miembros que hemos dicho tanto calor, pasó a la facultad racional, y le hizo un celebro en tal punto frío y húmido y con tan delicada sustancia, que el ánima pudiese con él discurrir y filosofar y aprovecharse de la ciencia infusa. Porque ya hemos dicho y probado atrás que para dar Dios alguna ciencia sobrenatural a los hombres les dispone primero el ingenio, y los hace capaces con disposiciones naturales (dadas de su mano) para poderla recebir.

Y, así, dice el texto divino: et cor dedit illis excogitandi, et disciplina intellectus replevit illos.

Siendo, pues, la facultad irascible y concupiscible tan poderosa, por el mucho calor, y la racional tan flaca y remisa para resistir, proveyó Dios de una calidad sobrenatural que llaman los teólogos justicia original, con la cual se reprimían los ímpetus de la porción inferior; y la parte racional quedó superior; y el hombre inclinado a virtud. Pero en pecando nuestros primeros padres, perdieron esta calidad, y quedó la irascible y concupiscible en su naturaleza, y superior a la razón por la fortaleza de los tres miembros que dijimos, y el hombre pronus abadolescentia sua ad malum. Adán fue criado en la edad de adolescencia, la cual, según los médicos, es la más templada de todas; y dende aquella edad fue inclinado a mal, si no fue aquel poco de tiempo que estuvo en gracia y con justicia original.

De esta doctrina se infiere, en buena filosofía natural, que si el hombre ha de hacer algún acto de virtud en contradicción de la carne, es imposible poderlo obrar sin auxilio exterior de gracia, por ser las calidades con que obra la potencia inferior de mayor eficacia. Dije «con contradicción de la carne» porque hay muchas virtudes en el hombre que nacen de ser flaca la irascible y concupiscible (como es la castidad en el hombre frío); pero esto antes es impotencia para obrar, que virtud. Por donde, sin que la Iglesia católica nos enseñara que sin auxilio particular de Dios no podemos vencer nuestra naturaleza, nos lo dice la filosofía natural. Y es que la gracia conforta nuestra voluntad. Lo que quiso decir, pues, Galeno fue que el hombre templado excede en virtud a los demás que carecen de esta buena temperatura, porque es menos irritada de la porción inferior.

La quinta propriedad que tienen los de esta temperatura es ser de muy larga vida, porque son muy poderosos para resistir a las causas y achaques con que enferman los hombres. Y esto es lo que quiso decir el real profeta David: dies annorum nostrorum in ipsis septuaginta anni; si autem in potentatibus, octoginta anni, et amplius eorum labor et dolor; como si dijera: «el número de años que ordinariamente viven los hombres allega hasta setenta; y si los potentados viven ochenta, pasando de allí mueren viviendo». Llama potentados a los que son desta temperatura, porque resisten más que todos a las causas que abrevian la vida.

La última señal pone Galeno diciendo que son prudentísimos, de grande memoria para las cosas pasadas, de grande imaginativa para alcanzar lo que está por venir y de grande entendimiento para saber la verdad en todas las cosas. No son malignos, astutos ni cavilosos, porque esto nace de ser vicioso el temperamento.

Tal ingenio como éste, cierto es que no le hizo Naturaleza para estudiar latín, dialéctica, filosofía, medicina, teología ni leyes. Porque, puesto caso que todas estas ciencias las podía fácilmente aprender, pero ninguna de ellas hinche toda su capacidad. Sólo el oficio de rey le responde en proporción, y en sólo regir y gobernar se ha de emplear. Esto se entenderá fácilmente discurriendo por todas las propriedades y señales que de los hombres templados hemos contado, considerando de cada una cuánto convenga al cetro real y cuán impertinente sea a las demás ciencias y artes.

Ser el rey hermoso y agraciado es una de las cosas que más convidan a los súbditos a quererle y amarle. Porque el objeto del amor dice Platón que es la hermosura y buena proporción; y si el rey es feo y mal tallado, es imposible que los suyos le tengan afición, antes se afrentan de que un hombre imperfecto y falto de los bienes de Naturaleza los venga a regir y mandar.

Ser virtuoso y de buenas costumbres bien se deja entender lo que importa. Porque quien ha de ordenar la vida a los súbditos y darles reglas y leyes para vivir conforme a razón, conviene que él haga otro tanto; porque cual es el rey, tales son los grandes, medianos y pequeños. Aliende que por esta vía autorizará más sus mandamientos, y podrá con mejor título castigar a los que no los guardaren.

Tener perfección en todas las potencias que gobiernan al hombre (generativa, nutritiva, irascible y racional) conviene más al rey que a otro artífice ninguno. Porque, como dice Platón, en la república bien ordenada había de haber casamenteros que con arte supiesen conocer las calidades de las personas que se habían de casar, para dar a cada hombre la mujer que le responde en proporción, y a cada mujer su hombre determinado; con la cual diligencia nunca se frustraría el fin principal del matrimonio. Porque vemos por experiencia que una mujer con el primer marido no pudo concebir y casándose con otro, luego tuvo generación; y muchos hombres no tener hijos en la primera mujer y casándose con otra, haberlos luego sin dilación. Mayormente dice Platón que convenía esta arte en los casamientos de los reyes; porque, como importe tanto a la paz y sosiego del reino que su príncipe tenga hijos legítimos en quien suceda el estado, podría acontescer que, casándose el rey a tiento, topase con una mujer estéril, con quien estuviese impedido toda la vida sin esperanza de generación; y muerto sin herederos, luego nacen guerras civiles sobre quién ha de mandar.

Pero esta arte dice Hipócrates que es necesaria a los hombres destemplados, y no para los que tienen el temperamento perfecto que hemos pintado. Éstos no han menester hacer elección de mujeres ni buscar cuál les responde en proporción, porque con cualquiera que se casaren dice Galeno que tendrán luego generación. Pero entiéndese estando la mujer sana y siendo de la edad en que, según orden de Naturaleza, las mujeres suelen empreñarse y parir. De manera que la fecundidad está mejor en el rey que en otro artífice ninguno, por las razones que hemos dicho.

La potencia nutritiva, si es golosa, comedora y bebedora, dice Galeno que nace de no tener el hígado y el estómago la temperatura que conviene a sus obras; por donde se hacen los hombres lujuriosos, enfermos y de muy corta vida. Pero si estos miembros están templados y con la compostura que han de tener, dice el mismo Galeno que no apetecen más cantidad de comida ni bebida de la que es necesaria para sustentar la vida. La cual propriedad es tan importante al rey, que tiene Dios por bienaventurada la tierra que alcanza tal príncipe: beata terra cuius rex nobilis est et cuius principes vescuntur in tempore suo ad reficiendum et non ad luxuriam.

De la facultad irascible, si es intensa y remisa, dice Galeno que es indicio de estar el corazón mal compuesto, y de no tener la temperatura que la perfección de sus obras ha menester. De los cuales dos extremos ha de carecer el rey más que otro artífice ninguno. Porque juntar la iracundia con el mucho poder no es cosa que conviene a los súbditos; ni menos está bien al rey tener la irascible remisa, porque pasando livianamente por las cosas mal hechas y atrevidas en su reino, viene a no ser temido ni reverenciado de los suyos; de lo cual suelen nacer muchos daños en la república, y malos de remediar. Pero siendo el hombre templado, enójase con mucha razón, y es pacífico cuando conviene. La cual propriedad es tan necesaria en el rey como todas las que hemos dicho.

La facultad racional (imaginativa, memoria y entendimiento) cuánto importe sea perfecta en el rey más que en otro ninguno, pruébase claramente. Porque las demás ciencias y artes parece que se pueden alcanzar y poner en práctica con las fuerzas del ingenio humano; pero gobernar un reino, tenerlo en paz y concordia, no solamente es menester que el rey tenga prudencia natural para ello, pero es necesario que Dios asista particularmente con su entendimiento y le ayude a gobernar. Y así lo nota la divina Escritura diciendo: cor regis in manu Domini.

También vivir muchos años y estar siempre sano es propriedad más conveniente al buen rey que a otro artífice ninguno. Porque su industria y trabajo es bien universal para todos; y si no tiene salud para poderlo llevar, queda perdida la república.

Toda esta doctrina que hemos traído se confirmaría claramente si hallásemos, por historia verdadera, que en algún tiempo se hubiese eligido algún hombre famoso por rey y que no le faltase ninguna de estas señales ni condiciones que hemos dicho. Y esto tiene la verdad: que jamás le faltan argumentos con que probarse.

Cuenta la divina Escritura que, estando Dios enojado con Saúl por haber perdonado la vida a Malec, que mandó a Samuel que fuese a Belén y ungiese por rey de Israel a un hijo de Isaí, de ocho que tenía. Y pensando el santo varón que Dios se pagaría de Eliab por ser de larga estatura, le preguntó diciendo así: num coram Domino est Christus eius? A la cual pregunta le fue respondido desta manera: ne respicias vultum eius, nec altitudinem staturae eius, quoniam abieci eum. Nec iuxta intuitum hominis ego iudico: homo enim videt ea quae parent, Dominus autem intuetur cor; como si Dios le dijera: «no mires, Samuel, a la grande estatura de Eliab ni aquel busto que tiene de hombrazo, porque estoy escarmentado en Saúl: vosotros los hombres juzgáis por las señales de fuera, pero yo miro al juicio y prudencia con que se ha de gobernar mi pueblo». Samuel, ya amedrentando de que no sabía elegir, pasó adelante en lo que le era mandado, preguntando siempre a Dios, de uno en uno, cuál quería que ungiese por rey. Y como ninguno le contentase, dijo a Isaí: «¿Tú tienes por ventura más hijos que éstos que tenemos delante?». El cual respondió diciendo que le restaba otro en el ganado, pero era pequeño de cuerpo, pareciéndole que aquello era falta para el cetro real. Pero Samuel, como ya estaba advertido que la grande estatura no era buena señal, hizo que enviase por él. Y es cosa digna de notar que, antes que cuente la divina Escritura cómo lo ungieron por rey, dice de esta manera: erat autem rufus, et pulcher aspectu decoraque facie. Surge, et unge eum, ipse enim est; como si dijera: «era rubio y hermoso para mirar. Levántate, Samuel, y úngele por rey, que ése es el que quiero». De manera que tenía David las dos primeras señales de las que hemos contado: rubio y muy bien sacado, y mediano de cuerpo.

Ser virtuoso y de buenas costumbres, que es la tercera señal, bien se deja entender, pues dijo Dios de él: inveni... virum iuxta cor meum. Que, puesto caso que pecó muchas veces, no por eso perdía el nombre ni hábito de virtuoso. Ni el que es malo por hábito, aunque haga algunas buenas obras morales, no por eso pierde el nombre de malo y vicioso.

Haber vivido sano en todo el discurso de su vida parece que se puede probar. Porque, en su historia, de sólo una enfermedad se hace mención, y ésta era disposición natural de los que viven muchos años: que, por habérsele resuelto el calor natural, no podía calentar en la cama, para cuyo remedio acostaban con él una doncella hermosa que le diera calor. Y, con esto, vivió tantos años, que dice el Texto; et mortuus est in senectute bona, plenus dierum et divitiis et gloria; como si dijera: «murió David en su buena vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria», con haber padecido tantos trabajos en la guerra y hecho tanta penitencia de sus pecados. Y era la razón ser templado y bien compuesto: por donde resistía a las causas que suelen hacer enfermar y abreviar la vida del hombre.

Su gran prudencia y saber notó aquel criado de Saúl cuando dijo: «Señor, yo conozco un gran músico, hijo de Isaí, natural de Belén, animoso para pelear, prudente en sus razones y hermoso para mirar». Por las cuales señales ya dichas, es cierto que David era hombre templado, y que a los tales se les debe el cetro real, porque su ingenio es el mejor que Naturaleza puede hacer.

Pero contra esta doctrina se ofrece una dificultad muy grande. Y es: ¿por qué razón, conociendo Dios todos los ingenios y habilidades de Israel, y sabiendo que hombres templados tienen la prudencia y saber que el oficio de rey ha menester, por qué razón en la primera elección que hizo no buscó un hombre tal? Antes dice el Texto que era Saúl tan largo, que de los hombros arriba excedía a todo el pueblo de Israel; y esta señal no solamente en filosofía natural es mal indicio para el ingenio, pero aun el mesmo Dios, como hemos probado, reprendió a Samuel porque, movido con la larga estatura de Eliab, le quería ungir por rey.

Pero esta duda declara ser verdad lo que dijo Galeno, que fuera de Grecia ni por sueños se halla un hombre templado. Pues, en un pueblo tan grande como Israel no halló Dios uno para elegirlo por rey: sino que fue menester esperar que David creciese y se hiciese mayor. Y entretanto escogió a Saúl, porque dice el Texto que era el mejor de todo Israel; pero realmente él debía tener más bondad que sabiduría, y ésta sola no basta para regir y gobernar. Bonitatem et disciplinam et scientiam doce me, decía el real profeta David viendo que no aprovecha ser el rey bueno y virtuoso si juntamente no tiene prudencia y sabiduría.

Con este ejemplo del rey David parece que habíamos confirmado bastantemente nuestra opinión. Pero también nació otro rey en Israel de quien se dijo: ubi est qui natus est rex iudeorum? Y si probásemos que fue rubio, gentil hombre, mediano de cuerpo, virtuoso, sano, y de gran prudencia y saber, no haría daño a nuestra doctrina. Los evangelistas no se ocuparon en referir la compostura de Cristo nuestro redentor, por no hacer al propósito de lo que trataban. Pero es cosa muy fácil entenderla, supuesto que ser el hombre puntualmente templado es toda la perfección que naturalmente puede tener; y pues el Espíritu Santo le compuso y organizó, cierto es que la causa material de que le formó, ni la destemplanza de Nazaret, no pudieron resistirle ni hacerle errar la obra (como a los otros agentes naturales), antes hizo lo que quiso porque no le faltó poder, saber y voluntad de fabricar un hombre perfectísimo y sin falta ninguna. Mayormente, que su venida, como Él mesmo lo dijo fue a padecer trabajos por el hombre y para enseñarle la verdad; y esta temperatura hemos probado atrás que es el mejor instrumento natural para estas dos cosas.

Y, así, tengo por verdadera aquella relación que Publio Léntulo, procónsul, escribió al Senado romano dende Hierusalén, la cual dice de esta manera:

«Apareció en nuestros tiempos un hombre que ahora vive, de gran virtud, llamado Jesucristo, al cual las gentes nombran profeta de verdad, y sus discípulos dicen que es hijo de Dios. Resucita muertos y sana enfermedades; es hombre de mediana estatura y derecha, y muy para ser visto; tiene tanta reverencia en su rostro, que los que le miran se inclinan a amarle y temerle. Tiene los cabellos de color de avellana bien madura; hasta las orejas son llanos; dende las orejas hasta los hombros son de color de cera, pero relucen más. Tiene en medio de la frente y en la cabeza una crenche a manera de los nazarenos. Tiene la frente llana, pero muy serena; el rostro sin ninguna ruga ni mancha, acompañado de un color moderado; las narices y boca no las puede nadie reprender con razón; la barba tiene espesa y a semejanza de los cabellos, no larga, pero henchida por medio; el mirar tiene muy sencillo y grave; los ojos tiene garzos y claros. Cuando reprende espanta, y cuando amonesta place. Hácese amar; es alegre con gravedad; nunca le han visto reír, llorar sí. Tiene las manos y brazos muy vistosos. En las conversaciones contenta mucho, pero hállase pocas veces en ella, y cuando se halla es muy modesto. En la vista y parecer, es el más hermoso hombre que se puede imaginar».

En esta relación se contienen tres o cuatro señales de hombre templado. La primera es que tenía el cabello y barba de color de avellana bien madura, que bien mirado es un rubio tostado; el cual color mandaba Dios que tuviese la becerra que se había de sacrificar en figura de Cristo. Y cuando entró en el Cielo con aquel triunfo y majestad que se debía a tal Príncipe, dijeron algunos ángeles que no sabían de su encarnación: quis est iste qui venit de Edom, tinctis vestibus de Bosra? Como si preguntaran: «¿quién es éste que viene de la tierra rubia, teñidas las vestiduras de lo mesmo?». Atento al cabello y barba rubia que tenía, y a la sangre con que iba señalado.

También refiere la carta que era el más hermoso hombre que se había visto, que es la segunda señal que han de tener los hombres templados. Y, así, estaba pronosticado en la Escritura divina por señal para conocerle: speciosus forma prae filiis hominum, y en otra parte dice: pulchiores sunt oculi eius vino et dentes eius lacte candidiores. La cual hermosura y buena compostura de cuerpo importaba mucho para que todos se le aficionasen y no tuviese cosa aborrescible; y, así, dice la carta que todos se inclinaban a amarle. También refiere que era mediano de cuerpo; y no porque al Espíritu Santo le faltó materia de qué hacerlo mayor si quisiera; sino que, cargando al ánima racional de muchos huesos y carne, hemos probado atrás (de opinión de Platón y Aristóteles) que hace grande daño al ingenio.

La tercera señal, que es ser virtuoso y de buenas costumbres, también lo afirma la carta; y los judíos, aun con testigos falsos, no le pudieron probar lo contrario, ni responderle cuando les preguntó: quis vestrum arguet me de peccator? Y Josefo, por la fidelidad que debía a su historia, afirma dél que parecía tener otra naturaleza más que de hombre, atento a su bondad y sabiduría.

Sólo el vivir mucho tiempo no se puede verificar de Cristo nuestro redentor, por haber muerto tan mozo; que si le dejaran a su discurso natural, viviera más de ochenta años. Porque quien pudo estar en un desierto cuarenta días con sus noches sin comer ni beber, y no se murió ni enfermó, mejor se defendiera de otras causas más livianas que le podían alterar y ofender. Aunque este hecho está reputado por milagro y cosa que naturalmente no puede acontescer.

Estos dos ejemplos de reyes que hemos traído bastaban para dar a entender que el cetro real se debe a los hombres templados, y que éstos tienen el ingenio y prudencia que este oficio ha menester. Pero hay otro hombre hecho por las proprias manos de Dios con fin que fuese rey y señor de todas las cosas criadas. Y le sacó también rubio, gentil hombre, virtuoso, sano, de muy larga vida y prudentísimo. Y probar esto no hará daño a nuestra opinión.

Platón tiene por cosa imposible que Dios ni Naturaleza puedan hacer un hombre templado en región de mala temperatura; y, así, dice que para hacer Dios al primer hombre muy sabio y templado, que buscó un lugar donde el calor del aire no excediese a la frialdad, ni la humidad a la sequedad. Y la divina Escritura (donde él halló esta sentencia) no dice que Dios crió a Adán dentro en el Paraíso terrenal (que era el lugar templadísimo que dice), sino que después de formado le puso aquí: tulit ergo dominus Deus hominem et posuit eum in paradisum voluptatis ut operaretur et custodiret illum. Porque siendo el poder de Dios infinito y su saber sin medida, y con voluntad de darle toda la perfección natural que en la especie humana podía tener, de creer es que el pedazo de tierra de que le formó, ni la destemplanza del campo damaceno adonde fue criado no le pudieron resistir para que no le sacase templado. La opinión de Platón, Aristóteles y Galeno ha lugar en las obras de Naturaleza, y aun ésta en regiones destempladas acierta algunas veces a engendrar un hombre templado. Pero que Adán tuviese el cabello y barba rubia (que es la primera señal de hombre templado) es cosa muy clara; porque, atento a esta insignia tan notable, le pusieron este nombre Adam, el cual quiere decir, como lo interpreta san Hierónimo, homo rufus.

Ser gentil hombre y muy bien sacado, que es la segunda señal, también no se puede negar, porque, en acabando Dios de criarle, dice el Texto: vidit Deus cuncta quaefecerat, et erant valde bona. Luego es cierto que no salió de las manos de Dios feo y mal tallado; porque Dei perfecta sunt opera. Mayormente, que de los árboles dice el Texto que eran hermosos para mirar: ¡qué haría Adán, habiéndole Dios hecho por fin principal y para que fuese señor y presidente del mundo!

Ser virtuoso, sabio y de buenas costumbres, que es la tercera y sexta señal, se colige de aquellas palabras: faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram. Porque, según los filósofos antiguos, el fundamento en que restriba la semejanza que el hombre tiene con Dios es la virtud y sabiduría; y, por tanto, dice Platón que uno de los mayores contentos que Dios recibe en el cielo es oír loar y engrandecer en la tierra al hombre sabio y virtuoso, porque este tal es vivo retrato suyo. Por lo contrario, se enoja si los nescios y viciosos son estimados y honrados, y es por la desemejanza que entre Dios y ellos se halla.

Haber vivido sano y muy largos días, que es la cuarta y quinta señal, no es dificultoso probarlo; pues tuvo de vida novecientos y treinta años cumplidos.

Y, así, puedo ya concluir que el hombre que fuere rubio, gentil hombre, mediano de cuerpo, virtuoso, sano y de vida muy larga, que éste necesariamente es prudentísimo, y que tiene el ingenio que pide el cetro real.

También hemos descubierto, de camino, la forma como se puede juntar grande entendimiento con mucha imaginativa y memoria. Aunque hay otro, sin ser el hombre templado; pero hace Naturaleza en esta manera tan pocos, que no he hallado más que dos en cuantos ingenios he examinado. Cómo pueda ser juntarse grande entendimiento con mucha imaginativa y memoria, no siendo el hombre templado, es fácil de entender supuesta la opinión de algunos médicos que afirman estar la imaginativa en la parte delantera del celebro y la memoria en la postrera y el entendimiento en la de en medio. Y lo mesmo se puede decir en nuestra imaginación. Pero es obra de grande acierto que, siendo el celebro tamaño como un grano de pimienta al tiempo que Naturaleza le forma, y que haga el un ventrículo de simiente y caliente y el otro de muy húmida y el de en medio de muy seca. Pero, en fin, no es caso imposible.




ArribaAbajoCapítulo XV [XVII-XXII de 1594]

Donde se trae la manera cómo los padres han de engendrar los hijos sabios y del ingenio que requieren las letras. Es capítulo notable


Cosa es digna de grande admiración que, siendo Naturaleza tal cual todos sabemos, prudente, mañosa, de grande artificio, saber y poder, y el hombre una obra en quien ella tanto se esmera, y para uno que hace sabio y prudente cría infinitos faltos de ingenio. Del cual efeto buscando su razón y causas naturales, he hallado por mi cuenta que los padres no se llegan al acto de la generación con el orden y concierto que Naturaleza estableció, ni saben las condiciones que se han de guardar para que sus hijos salgan prudentes y sabios. Porque por la mesma razón que en cualquier región, templada o destemplada, naciera un hombre muy ingenioso, saldrán otros cien mil, guardando siempre aquel mesmo orden de causas. Si esto pudiésemos remediar con arte, habríamos hecho a la república el mayor beneficio que se le podría hacer.

Pero la dificultad que tiene esta materia es no poderse tratar con términos tan galanos y honestos como pide la vergüenza natural que tienen los hombres; y por la mesma razón que dejáremos de decir y notar alguna diligencia o contemplación necesaria, es cierto que va todo perdido. En tanto, que es opinión de muchos filósofos graves que los hombres sabios engendran ordinariamente hijos muy nescios porque en el acto carnal se abstienen, por la honestidad, de algunas diligencias que son importantes para que el hijo saque la sabiduría del padre.

Desta vergüenza natural que tienen los ojos cuando se les ponen delante los instrumentos de la generación, y ofenderse los oídos cuando suenan sus nombres, han procurado algunos filósofos antiguos buscar su razón natural, espantados de ver que hubiese Naturaleza hecho aquellas partes con tanta diligencia y cuidado y para un fin tan importante como es hacer inmortal el linaje humano, y que cuanto un hombre es más sabio y prudente, tanto más se desgracia cuando las mira y las oye nombrar. La vergüenza y honestidad dice Aristóteles que es propria pasión del entendimiento; y cualquiera que no se ofendiere con los nombres y actos de la generación es cierto que carece de esta potencia, como diríamos que no tiene tacto el que, puesta la mano en el fuego, no se quema. Con este indicio descubrió Catón el Mayor que Manilio, varón ilustre, era falto de entendimiento, porque le informaron que besaba a su mujer en presencia de una hija suya que tenía; por la cual razón, le removió del lugar senatorio y no se pudo acabar con el que lo admitiese en el número de los senadores.

Desta contemplación hizo Aristóteles un problema preguntando: cur homines rem agere veneream cupientes, confiteri se cupere maxime pudet; bibendi aut edenti aut aliquid eiusmodi faciendi desiderio cum teneantur, confaeri non pudet? Como si dijera: «¿qué es la razón que si un hombre tiene deseo del acto carnal, ha vergüenza de manifestarlo, y si le da gana de comer, o beber, o de cualquier cosa de este género, no tiene empacho de manifestarlo?». Al cual problema responde muy mal diciendo: an quod rerum plurimarum cupiditates necessariae sunt, et nonnullae, nisi expleantur, interimunt; rei autem venereae libido superfluit, et abundantiae index est; como si dijera: «que hay apetito de muchas cosas que son necesarias a la vida del hombre, y algunas tan importantes, que, si no se pusiesen por obra, le matarían; pero el apetito del acto venéreo antes es indicio de abundancia, que de falta». Pero, realmente, el problema es falso, y la respuesta, también. Porque no solamente ha el hombre vergüenza de manifestar el deseo que tiene de allegarse a mujer, pero también de comer y beber y dormir; y si le da gana de expeler algún excremento, no lo osa decir ni hacer sino con empacho y vergüenza, y con esto se va al lugar más secreto donde nadie lo vea. Y vemos hombres tan vergonzosos, que, tiniendo grande apetito de orinar, no lo pueden hacer si alguno los está mirando, y dejándolos solos, luego la vejiga da la urina. Y éstos son apetitos de expeler lo que está demasiado en el cuerpo; y si no se pusiese por obra, vernía el hombre a morir, y muy más presto que por no comer ni beber; y si alguno lo dice o hace en presencia de otro, dice Hipócrates que no está en su libre juicio.

La mesma proporción dice Galeno que tiene la simiente con los vasos seminarios que la urina con la vejiga. Porque de la manera que la mucha urina irrita la vejiga para que la echen de allí, así la mucha simiente molesta los vasos seminarios. Y pensar Aristóteles que el hombre y la mujer no vienen a enfermar y morir por retención de simiente es contra la opinión de todos los médicos, mayormente de Galeno, el cual dice y afirma que muchas mujeres, quedando mozas y viudas, vinieron a perder el sentido y movimiento, el pulso y la respiración, y tras ello la vida. Y el mesmo Aristóteles cuenta muchas enfermedades que padecen los hombres continentes por la mesma razón.

La verdadera respuesta del problema no se puede dar en filosofía natural, porque no es de su jurisdicción. Y, así, es menester pasar a otra ciencia superior, que llaman metafísica. En la cual, dice Aristóteles que el ánima racional es la más ínfima de todas las inteligencias; y por ser de la misma naturaleza genérica que tienen los ángeles, está corrida de verse metida en un cuerpo que tiene comunidad con los brutos animales. Y, así, nota la divina Escritura (como cosa que contenía misterio) que, estando el primer hombre desnudo, no tenía vergüenza; pero viéndose así, luego se cubrió. En el cual tiempo conoció que por su culpa había perdido la inmortalidad, y que su cuerpo era alterable y corruptible, y que aquellos instrumentos y partes se le habían dado porque necesariamente había de morir y dejar otro en su lugar; y que para conservar aquel poco de tiempo que tenía de vida, había menester comer y beber y echar de sí tan malos y hediondos excrementos. Y crecióle más la vergüenza viendo que los ángeles, con quien él frisaba, eran inmortales y que no habían menester comer ni beber ni dormir para conservar la vida, ni tenían instrumentos para engendrarse los unos a los otros, antes fueron criados todos juntos, de ninguna materia y sin miedo de corromperse. De todo lo cual salen naturalmente instruidos los ojos y oídos; y así le pesa al ánima racional y se avergüenza que le traigan a la memoria las cosas que dieron al hombre por ser mortal y corruptible. Y que ésta sea la conveniente respuesta parece claramente. Porque, para contentar Dios al ánima después del juicio universal y darle entera gloria, ha de hacer que su cuerpo tenga propiedades de ángel, dándole sutilidad, agilidad, inmortalidad y resplandor. Por la cual razón, no tendrán necesidad de comer ni de beber como los brutos animales. Y estando en el Cielo de esta manera, no ternán vergüenza de verse en carnes, como ahora no la tienen Cristo nuestro redentor ni su Madre, antes gloria accidental en ver que ha cesado ya el uso de aquellas partes que solían ofender el oído y la vista.

Tomando, pues, en cuenta esta honestidad natural del oído, procuré salvar los términos duros y ásperos de esta materia y rodear por algunas maneras blandas de hablar; y donde no se pudiere excusar, habráme de perdonar el honesto lector. Porque reducir a arte perfecta la manera que se ha de tener para que los hombres salgan de ingenio muy delicado es una de las cosas que la república más ha menester. Aliende que por la mesma razón nacerán virtuosos, gentiles hombres, sanos y de muy larga vida.

En cuatro partes principales me pareció repartir la materia de este capítulo, para dar claridad a lo que se ha de decir y que el lector no se confunda. La primera es mostrar las calidades y temperamento natural que el hombre y la mujer han de tener para poder engendrar. La segunda, qué diligencias han de hacer los padres para que sus hijos nazcan varones y no hembras. La tercera, cómo saldrán sabios y no nescios. La cuarta, cómo se han de criar, después de nacidos, para conservarles el ingenio.


ArribaAbajo[Parte I] [XVII de 1594]

Viniendo, pues, al primer punto, ya hemos dicho de Platón que en la república bien ordenada había de haber casamenteros que con arte supiesen conocer las calidades de las personas que se habían de casar, y dar a cada hombre la mujer que le responde en proporción, y a cada mujer su hombre determinado. En la cual materia comenzaron Hipócrates y Galeno a trabajar, y dieron algunos preceptos y reglas para conocer qué mujer es fecunda y cuál no puede parir, y qué hombre es inhábil para engendrar y cuál potente y prolífico. Pero de todo dijeron muy poco y no con tanta distinción como convenía, a lo menos al propósito que yo lo he menester. Por donde será necesario comenzar el arte dende sus principios y darle brevemente el orden y concierto que ha menester, para sacar en limpio de qué junta de padres salen los hijos sabios y de cuál nescios y torpes.

Para lo cual es menester saber primero cierta filosofía particular que, aunque es a los peritos del arte muy patente y verdadera, pero el vulgo está en ella muy descuidado, y depende de su conocimiento todo lo que acerca del primer punto se ha de decir. Y es que el hombre, aunque nos parece de la compostura que vemos, no difiere de la mujer, según dice Galeno, más que en tener los miembros genitales fuera del cuerpo. Porque si hacemos anatomía de una doncella hallaremos que tiene dentro de sí dos testículos, dos vasos seminarios, y el útero con la mesma compostura que el miembro viril sin faltarle ninguna deligneación.

Y de tal manera es esto verdad, que si acabando Naturaleza de fabricar un hombre perfecto, le quisiese convertir en mujer, no tenía otro trabajo más que tornarle adentro los instrumentos de la generación; y, si hecha mujer, quisiese volverla en varón, con arrojarle el útero y los testículos fuera, no había más que hacer. Esto muchas veces le ha acontecido a Naturaleza, así estando la criatura en el cuerpo como fuera; de lo cual están llenas las historias, sino que algunos han pensado que era fabuloso viendo que los poetas lo traían entre las manos. Pero realmente pasa así: que muchas veces ha hecho Naturaleza una hembra y lo ha sido uno y dos meses en el vientre de su madre, y sobreviniéndoles a los miembros genitales copia de calor por alguna ocasión, salir afuera y quedar hecho varón. A quien esta transmutación le acontesciere en el vientre de su madre, se conoce después claramente en ciertos movimientos que tiene, indecentes al sexo viril: mujeriles, mariosos, la voz blanda y melosa; son los tales inclinados a hacer obras de mujeres, y caen ordinariamente en el pecado nefando. Por lo contrario, muchas veces tiene Naturaleza hecho un varón, con sus miembros genitales afuera, y sobreviniendo frialdad, se los vuelve adentro; y queda hecha hembra. Conócese después de nacida en que tiene el aire de varón, así en la habla como en todos sus movimientos y obras. Esto parece que es dificultoso probarlo; pero, considerando lo que muchos historiadores auténticos afirman, es muy fácil de creer. Y que se hayan vuelto mujeres en hombres después de nacidas, ya no se espanta el vulgo de oírlo; porque fuera de lo que cuentan por verdad muchos antiguos, es cosa que ha acontecido en España muy pocos años ha. Y lo que muestra la experiencia no admite disputas ni argumentos.

Pues qué sea la razón y causa de engendrarse los miembros genitales dentro o fuera, o salir hembra y no varón, es cosa muy clara sabiendo que el calor dilata y ensancha todas las cosas, y el frío las detiene y encoge. Y, así, es en conclusión de todos los filósofos y médicos que si la simiente es fría y húmida, que se hace hembra y no varón, y siendo caliente y seca, se engendrará varón y no hembra. De donde se infiere claramente que no hay hombre que se pueda llamar frío respecto de la mujer, ni mujer caliente respecto del hombre.

La mujer, para ser fecunda, dice Aristóteles que ha de ser fría y húmida; porque, si no lo fuese, era imposible venirle la regla ni tener leche para sustentar nueve meses la criatura en el vientre y dos años después de nacida: toda se le gastara y consumiera. La mesma proporción dicen todos los filósofos y médicos que tiene el útero con la simiente viril, que tiene la tierra con el trigo o cualquiera otra semilla. Y vemos que si la tierra no está fría y húmida, los labradores no osan sembrar, ni se traba la simiente; y entre las tierras, aquellas son más fecundas y abundosas en fructificar que tienen más frialdad y humidad, como parece por experiencia considerando los lugares del Norte (Inglaterra, Flandes y Alemania), cuya abundancia en todos los frutos espanta a los que no saben la razón y causa. Y en tales tierras como éstas, ninguna mujer, casándose, jamás dejó de parir, ni saben allá qué cosa es ser estéril: todas son fecundas y prolíficas por la mucha frialdad y humidad. Pero aunque sea verdad que ha de ser fría y húmida la mujer para poder concebir, pero tanto podría ser que ahogase la simiente, como vemos que se pierden los panes con el mucho llover, y no pueden medrar haciendo mucho frío. Por donde se entiende que estas dos calidades han de tener cierta moderación, de la cual, subiendo o bajando, se pierde la fecundidad.

Hipócrates tiene por fecunda la mujer cuyo vientre es templado de tal manera, que el calor no exceda a la frialdad, ni la humidad a la sequedad; y, así, dice que las mujeres que tienen los vientres fríos no conciben, ni las que los tienen muy húmidos, ni muy calientes y secos. Y por la mesma razón que la mujer y sus miembros genitales fuesen templados, era imposible poder concebir, ni menos ser mujer; porque si la simiente de que se formó al principio fuera templada, salieran los miembros afuera y quedara hecha varón; y con esto le creciera la barba y no le viniera la regla, antes fuera el más perfecto varón que Naturaleza puede hacer. Tampoco puede ser el útero, ni la mujer, caliente a predominio; porque, si la simiente de que se engendró tuviera esta temperatura, saliera varón y no hembra. Ello es cierto sin falta ninguna, que las dos calidades que hacen fecunda la mujer son frialdad y humidad. Porque la naturaleza del hombre ha menester mucho nutrimento para poderse engendrar y conservar. Y, así, vemos que a ninguna hembra de cuantas hay entre los brutos animales le viene su costumbre como a la mujer. Por donde fue necesario hacerla toda ella fría y húmida, y en tal punto, que criase mucha sangre flemática y no la pudiese gastar ni consumir. Dije sangre flemática porque ésta es acomodada a la generación de la leche; de la cual dice Galeno, e Hipócrates, que se mantiene la criatura todo el tiempo que está en el vientre. Y si fuera templada, criara mucha sangre inepta a la generación de la leche; y toda la resolviera como lo hace el hombre templado, y así no sobrara nada para mantener la criatura. Por donde tengo por cierto, y es imposible, ninguna mujer ser templada ni caliente: todas son frías y húmidas. Y si no, denme los médicos la razón por que a ninguna mujer le nace la barba y a todas les viene la regla, estando sanas; o por qué causa, siendo la simiente de que se hizo templada o caliente, salió hembra y no varón.

Pero aunque es verdad que todas son frías y húmidas, pero no todas están en un mesmo grado de frialdad y humidad: unas están en el primero, otras en el segundo y otras en el tercero. Y en cualquiera dellos se puede empreñar si el hombre le responde en la proporción de calor que adelante diremos. Con qué señales se hayan de conocer estos tres grados de frialdad y humidad en la mujer, y saber cuál está en el primero, y cuál en el segundo, y cuál en el tercero, ningún filósofo ni médico lo ha dicho hasta aquí. Pero considerando los efectos que hacen estas calidades en las mujeres, podremos partirlos por razón de la intensión, y así será fácil entenderlo. Lo primero, por el ingenio y habilidad de la mujer; lo segundo, por las costumbres y condición; lo tercero, por la voz gruesa o delgada; lo cuarto, por las carnes muchas o pocas; lo quinto, por el color; lo sexto, por el vello; lo séptimo, por la hermosura o fealdad.

Cuanto a lo primero, es de saber que, aunque es verdad (y así lo dejamos probado atrás) que el ingenio y habilidad de la mujer sigue el temperamento del celebro y no de otro miembro ninguno, pero es tanta fuerza y vigor el útero y sus testículos para alterar todo el cuerpo, que si éstos son calientes y secos, o fríos y húmidos, o de otra cualquier temperatura, las demás partes dice Galeno que llevan el mismo tenor. Pero el miembro que más asido está de las alteraciones del útero, dicen todos los médicos que es el celebro, aunque no hallan razón en qué fundar tanta correspondencia. Verdad es que, por experiencia, prueba Galeno que, castrando una puerca, luego se amansa y engorda y hace la carne tierna y sabrosa, y con los testículos, es de comer como carne de perro. Por donde se entiende que el útero y sus testículos son de grande eficacia para comunicar a todas las demás partes del cuerpo su temperamento; mayormente al celebro, por ser frío y húmido como ellos, entre los cuales (por la semejanza) es fácil el tránsito.

Y si nos acordamos que la frialdad y humidad son las calidades que echan a perder la parte racional, y sus contrarios, calor y sequedad, la perfeccionan y aumentan, hallaremos que la mujer que mostrare mucho ingenio y habilidad, terná frialdad y humidad en el primer grado; y si fuere muy boba, es indicio de estar en el tercero; de los cuales dos extremos participando, arguye el segundo grado. Porque pensar que la mujer puede ser caliente y seca, ni tener el ingenio y habilidad que sigue a estas dos calidades, es muy grande error; porque si la simiente de que se formó fuera caliente y seca a predominio, saliera varón y no hembra; y por ser fría y húmida, nació hembra y no varón.

La verdad desta doctrina parece claramente considerando el ingenio de la primera mujer que hubo en el mundo: que con haberla hecho Dios con sus proprias manos, y tan acertada y perfecta en su sexo, es conclusión averiguada que sabía mucho menos que Adán. Lo cual entendido por el demonio, la fue a tentar; y no osó ponerse a razones con el varón, temiendo su mucho ingenio y sabiduría. Pues decir que por su culpa le quitaron a Eva todo aquel saber que le faltaba para igualar con Adán, ninguno lo puede afirmar, porque aún no había pecado. Luego la razón de tener la primera mujer no tanto ingenio le nació de haberla hecho Dios fría y húmida, que es el temperamento necesario para ser fecunda y paridera, y el que contradice al saber; y si la sacara templada como Adán, fuera sapientísima, pero no pudiera parir ni venirle la regla si no fuera por vía sobrenatural.

En esta naturaleza se fundó san Pablo cuando dijo: mulier in silentio discat cum omni subiectione; docere autem mulieri non permitto neque dominari in virum, sed esse in silentio; como si dijera: «no quiero que la mujer enseñe, sino que calle y aprenda y esté sujeta a su marido». Pero esto se entiende no tiniendo la mujer espíritu ni otra gracia más que su disposición natural; pero, si alcanza algún don gratuito, bien puede enseñar y hablar. Pues sabemos que, estando el pueblo de Israel oprimido y cercado por los asirios, envió a llamar Judit, mujer sepientísima, a los sacerdotes de Cabrey y Carmi, y los riñó diciendo: «¿Dónde se sufre que diga Ocías que si dentro de cinco días no le viene socorro, que ha de entregar el pueblo de Israel a los asirios? ¿Vosotros no veis que estas palabras provocan a Dios a ira y no a misericordia? ¿Qué cosa es que pongan los hombres término limitado a la misericordia de Dios y que señalen a su antojo el día en que les puede socorrer y librar?». Y en acabándolos de reñir, les mostró de qué manera habían de aplacar a Dios y alcanzar de Él lo que pedían. También Débora, mujer no menos sabia, enseñaba al pueblo de Israel la manera como habían de dar gracias a Dios por la grande victoria que contra sus enemigos habían alcanzado. Pero, quedando la mujer en su disposición natural, todo género de letras y sabiduría es repugnante a su ingenio. Por donde la Iglesia católica con gran razón tiene prohibido que ninguna mujer pueda predicar ni confesar ni enseñar; porque su sexo no admite prudencia ni disciplina.

También por las costumbres de la mujer y por su condición se descubre en qué grado de frialdad y humidad está su temperamento. Porque si con el ingenio agudo es arisca, áspera y desabrida, está en el primer grado de frialdad y humidad. Siendo verdad (lo que atrás dejamos probado) que la mala condición anda siempre asida de la buena imaginativa, ninguna cosa pasa por alto la que tiene este punto de frialdad y humidad; todo lo nota y riñe, y así no se puede sufrir. Suelen ser las tales de buena conversación, y no se espantan de ver hombres, ni tienen por mal criado al que les dice un requiebro. Por lo contrario, ser la mujer de buena condición, el no darle pena ninguna cosa, el reírse de cualquier ocasión, el pasar por todo y dormir muy bien, descubre el tercer grado de frialdad y humidad. Porque la mucha blandura en el ánimo anda ordinariamente acompañada del poco saber. La que participare de estos dos extremos estará en el segundo grado.

La voz abultada, gruesa y áspera, dice Galeno que es indicio de mucho calor y sequedad; y también lo probamos atrás de opinión de Aristóteles. Por donde entenderemos que si la mujer tuviere la voz como hombre, que es fría y húmida en el primer grado; y si muy delicada, está en el tercero; y participando de ambos extremos, terná una voz natural de mujer y estará en el segundo grado. Cuánto dependa la habla del temperamento de los testículos lo probaremos luego, tratando de las señales del hombre.

También las muchas carnes en la mujer es argumento de mucha frialdad y humidad, porque la pringue y grosura dicen los médicos que se engendra en los animales por esta razón. Y por lo contrario, ser enjuta y seca es indicio de poca frialdad y humidad. Y tener moderadas carnes, ni pocas ni muchas, es evidente señal que la mujer está en el segundo grado de frialdad y humidad. También la blandura y aspereza de ellas muestra los grados destas dos calidades: la mucha humidad pone las carnes blandas; y la poca, ásperas y duras; y la moderada, las hace de buena manera.

El color del rostro y de las demás partes del cuerpo descubre también la intensión y remisión destas dos calidades. Ser la mujer muy blanca, dice Galeno, que es indicio de mucha frialdad y humidad; y por lo contrario, la que es morena y verdinegra está en el primer grado de frialdad y humidad; de los cuales dos extremos se hace el segundo grado, y conócese en que juntamente es blanda y colorada.

Tener mucho vello y un poco de barba es evidente señal para conocer el primer grado de frialdad y humidad. Porque, sabida la generación de los pelos y barba, todos los médicos dicen que es de calor y sequedad; y si son negros, arguye mucho calor y sequedad. La contraria temperatura se colige siendo la mujer muy lampiña, sin bozo ni vello. La que está en el segundo grado de frialdad y humidad tiene un poco de vello, pero rubio y dorado.

La fealdad y hermosura ayudan también a conocer los grados que la mujer tiene de frialdad y humidad. En el primer grado, por maravilla sale la mujer hermosa; porque, estando seca la simiente de que se formó, fue impedimento para que no saliese bien figurada. El barro ha de tener humidad conviniente para que el ollero lo pueda formar y hacer de él lo que quisiere, y estando duro y seco, saca los vasos feos y mal tallados. También por la mucha frialdad y humidad dice Aristóteles que hace Naturaleza las mujeres feas, porque si la simiente es fría y muy aguanosa, no se puede bien figurar por no tener consistencia; como del barro muy blando vemos que se hacen los vasos mal figurados. En el segundo grado de frialdad y humidad, sale la mujer muy hermosa, por haberse hecho de materia bien sazonada y obediente a Naturaleza. La cual señal, sólo por sí, es evidente argumento de ser la mujer fecunda; porque es cierto que Naturaleza la acertó a hacer, y de creer es que le daría el temperamento y compostura que era necesaria para parir. Y, así, a casi todos los hombres responde en proporción y todos la apetecen. Ninguna potencia hay en el hombre que no tenga indicios y señales para descubrir la bondad o malicia de su objeto. El estómago conoce los alimentos por el gusto, por el olfato y por la vista; y, así, dice la divina Escritura que Eva puso los ojos en el árbol vedado y le pareció que era suave para comer. La facultad generativa tiene por indicio de fecundidad la hermosura de la mujer; y, en siendo fea, la aborresce, entendiendo por este indicio que Naturaleza la erró y que no le daría el temperamento que era conveniente para parir.




ArribaAbajo[XVIII de 1594]

Con qué señales se conoce en qué grado de calor y sequedad está cada hombre


El hombre no tiene tan limitado su temperamento como la mujer; porque puede ser caliente y seco (y esta temperatura piensa Aristóteles, y Galeno, que es la que más conviene a este sexo), y caliente y húmido, y templado. Pero frío y húmido, y frío y seco, no se puede admitir (estando el hombre sano y sin ninguna lesión); porque por la mesma razón que no hay mujer caliente y seca, ni caliente y húmida, ni templada, así no hay hombres fríos y húmidos, ni fríos y secos en comparación de las mujeres, si no es de la manera que luego diré.

El hombre caliente y seco, y caliente y húmido, y templado, tiene los mesmos tres grados en su temperamento que la mujer en la frialdad y humidad; y, así, es menester tener indicios para conocer qué hombre en qué grado está, para darle la mujer que le responde en proporción. Y, por tanto, es de saber que de los mesmos principios que coligimos el temperamento de la mujer y el grado que tenía de frialdad y humidad, de esos propios nos habemos de aprovechar para entender qué hombre es caliente y seco, y en qué grado.

Y porque dijimos que del ingenio y costumbres del hombre se colige el temperamento de los testículos, es menester advertir en una cosa notable que dice Galeno; y es que, para dar a entender la gran virtud que tienen los testículos del hombre en dar firmeza y temperamento a todas las partes del cuerpo, afirma que son más principales que el corazón. Y da la razón diciendo que este miembro es principio de vivir y no más; pero los testículos son principio de vivir bien y sin achaques.

Cuánto daño haga al hombre privarle de estas partes, aunque pequeñas, no serán menester muchas razones para probarlo. Pues vemos por experiencia que luego se le cae el vello y la barba; y la voz gruesa y abultada se le vuelve delgada; y con esto pierde las fuerzas y el calor natural, y queda de peor condición y más mísera que si fuera mujer. Pero lo que más conviene notar es que, si antes que capasen al hombre, tenía mucho ingenio y habilidad, después de cortados los testículos lo viene a perder como si en el mismo celebro hubiera recebido alguna notable lesión. Lo cual es evidente argumento que los testículos dan y quitan el temperamento a todas las partes del cuerpo. Y si no, consideremos, como yo muchas veces lo he hecho, que de mil capones que se dan a letras ninguno sale con ellas; y en la música, que es su profesión ordinaria, se echa más claro de ver cuán rudos son; y es la causa que la música es obra de la imaginativa, y esta potencia pide mucho calor, y ellos son fríos y húmidos. Luego cierto está que por el ingenio y habilidad sacaremos el temperamento de los testículos. Y, por tanto, el hombre que se mostrare agudo en las obras de la imaginativa terná calor y sequedad en el tercer grado; y si el hombre no supiere mucho, es señal que con el calor se ha juntado humidad, la cual echa siempre a perder la parte racional; y confirmarse ha más si tiene mucha memoria.

Las costumbres ordinarias de los hombres calientes y secos en el tercer grado son ánimo, soberbia, liberalidad, desvergüenza, y hollarse con muy buena gracia y donaire; y en caso de mujeres, no tienen rienda ni moderación. Los calientes y húmidos son alegres, risueños, amigos de pasatiempos; son sencillos de condición y muy afables; son vergonzosos y no mucho dados a mujeres.

La voz y habla descubre mucho el temperamento de los testículos: la que fuere abultada y un poco áspera es indicio de ser el hombre caliente y seco en el tercer grado, y si es blanda y amorosa y muy delicada es señal de poco calor y mucha humidad, como parece en los hombres capados. El hombre que con el calor juntare humidad la terná abultada, pero blanda y sonora.

El hombre que es caliente y seco en el tercer grado tiene muy pocas carnes, duras y ásperas, hechas de nervios y murecillos, y las venas muy anchas; y por el contrario, tener muchas carnes, lisas y blandas, es indicio de haber humidad, por razón de la cual el calor natural todo lo dilata y ensancha.

También el color del cuero, si es moreno, tostado, verdinegro y cenizoso, es indicio de estar el hombre en el tercer grado de calor y sequedad; y si tiene las carnes blancas y coloradas, arguye poco calor y más humidad.

El vello y la barba es la señal en que más se ha de mirar, porque estas dos cosas andan muy asidas del temperamento de los testículos. Y si el vello es mucho, negro y grueso, especialmente desde los muslos hasta el ombligo, es indicio infalible de tener los testículos mucho calor y sequedad; y si tiene algunas cerdas en los hombros, se confirman mucho más. Pero cuando el cabello y la barba y el vello es castaño, blando, delicado y no mucho, no arguye tanto calor ni sequedad en los testículos.

Los hombres muy calientes y secos por maravilla aciertan a salir muy hermosos, antes feos y mal tallados; porque el calor y la sequedad, como dice Aristóteles de los de Etiopía, hace torcer las facciones del rostro, y así salen de mala figura. Por lo contrario, ser bien sacado y gracioso arguye moderado calor y humidad, por la cual razón está la materia obediente a lo que Naturaleza quiere hacer; y así es cierto que la mucha hermosura en el hombre no arguye mucho calor.

De las señales del hombre templado hemos tratado bien por extenso en el capítulo pasado; por donde no será necesario tornarlas a referir. Sólo conviene notar que, así como los médicos ponen en cada grado de calor tres escalones de intensión, de la mesma manera en el hombre templado se ha de poner latitud y anchura de otros tres; y el que estuviere en el tercero hacia frialdad y humidad, se reputará ya por frío y húmido, porque cuando un grado demedia, a otro semeja. Y que esto sea verdad, parece claramente; porque las señales que trae Galeno para conocer el hombre frío y húmido son las mesmas del hombre templado un poco más remisas; y así es sabio, de buena manera, virtuoso; tiene clara habla, melosa; es blanco, de buenas carnes y blandas, y sin vello, y si alguno tiene es poco y dorado. Son los tales muy rubios, y hermosos de rostro. Pero su simiente dice Galeno que es aguanosa e inhábil para engendrar. Éstos no son muy amigos de las mujeres, ni las mujeres de ellos.




ArribaAbajo[XIX de 1594]

Qué mujer con qué hombre se ha de casar para que pueda concebir


En la mujer que no pare estando casada, manda hacer Hipócrates dos diligencias para conocer si es por falta suya o porque la simiente de su marido es inhábil para engendrar. La primera es sahumarse con encienso o estoraque, ciñiéndose bien la ropa y que las sayas arrastren por el suelo, de manera que ningún vapor ni humo pueda salir; y si dende a un rato sintiese el sabor del encienso en la boca, es cierta señal que no es por falta suya el no parir, pues el humo halló los caminos del útero abiertos, por donde penetró hasta las narices y la boca. La otra es tomar una cabeza de ajos mondada hasta lo vivo y ponerla dentro del útero al tiempo que la mujer se quiere dormir; y si otro día sintiere en la boca el sabor de los ajos, ella es fecunda sin falta ninguna. Pero estas dos pruebas, puesto caso que hiciesen el efecto que dice Hipócrates, que es penetrar el vapor por la parte de dentro hasta la boca, no arguye esterilidad absoluta del marido ni fecundidad entera de la mujer, sino mala correspondencia de ambos a dos. Y, así, tan estéril es ella para él como él para ella; lo cual vemos cada día por experiencia, que, casándose él con otra, viene a tener hijos. Y lo que más espanta a los que no saben esta filosofía natural es que, apartándose dos con título de impotencia, y casándose él con otra y ella con otro, han venido ambos a tener generación. Y es la causa que hay hombres cuya facultad generativa es inhábil y no alterable para una mujer, y para otra es potente y prolífica; como lo vemos por experiencia en el estómago, que para un alimento tiene el hombre grande apetito, y para otro, aunque sea mejor, está como muerto.

Cuál sea la correspondencia que han de tener el hombre y la mujer para que haya generación, dícelo Hipócrates de esta manera: nisi calidum frigido et siccum humido, modo et aequabilitate respondeat nihil generabitur; como si dijera: «si no se juntaren dos simientes en el útero de la mujer, la una caliente y la otra fría, o la una húmida y la otra seca, en igual grado de intensión, ninguna cosa se engendrará». Porque una obra tan maravillosa como es la formación del hombre, ha menester una templanza, donde el calor no exceda a la frialdad, ni la humidad a la sequedad; por donde, siendo la simiente del varón caliente y también la de la mujer, no se hará generación.

Supuesta esta doctrina, concertemos ahora, por vía de ejemplo, a la mujer fría y húmida en el primer grado, cuyas señales dijimos que eran ser avisada, de mala condición, con voz abultada, de pocas carnes, verdinegra, vellosa y fea. Ésta se empreñará fácilmente de un hombre nescio, bien acondicionado, que tuviere la voz blanda y melosa, muchas carnes, blancas y blandas, con poco vello, y fuere rubio y hermoso de rostro. Ésta también se puede casar con un hombre templado, cuya simiente dijimos, de opinión de Galeno, que es fecundísima y correspondiente a cualquier mujer; entiéndese estando sana, y de edad conviniente. Pero, con todo eso, es muy mala de empreñar; y si concibe, dice Hipócrates que dentro de dos meses viene a mover, por no tener sangre con que mantenerse a ella y a la criatura nueve meses. Aunque esto se puede remediar fácilmente bañándose la mujer muchas veces antes que se allegue al acto de la generación; y ha de ser el baño de agua dulce y caliente, del cual dice Hipócrates que hace la verdadera temperatura de la mujer relajándose las carnes y humedeciéndolas (que es la templanza que ha de tener la tierra para que el grano de trigo eche raíces y se trabe); y hace otro efecto mayor, que es aumentar la gana de comer; y prohíbe la resolución y hace que el calor natural sea en mayor cantidad; por donde se adquiere gran copia de sangre flemática con que pueda mantener nueve meses la criatura.

De la mujer que es fría y húmida en el tercer grado son sus señales ser boba, bien acondicionada; tiene la voz muy delicada; muchas carnes, blandas y blancas; no tiene vello ni bozo, ni es muy hermosa. Ésta se ha de casar con un hombre caliente y seco en el tercer grado, porque su simiente es de tanta furia y hervor, que ha menester caer en un lugar de mucha frialdad y humidad para que prenda y eche raíces: ésta tiene la calidad de los berros, que si no es dentro en el agua no pueden nacer. Y si tuviere menos calor y sequedad, no sería más caer en este útero tan frío y húmido, que sembrar trigo en una laguna. Tal mujer como ésta, aconseja Hipócrates, que la adelgacen y gasten las carnes y pringue antes que se case. Pero entonces no conviene juntarla con hombre tan caliente y seco, porque no hará buena templanza ni se empreñará.

La mujer que fuere fría y húmida en el segundo grado tiene moderación en la señales que hemos dicho, salvo en la hermosura, que es por extremo. Y, así, es evidente indicio de ser fecunda y paridera salir de buena gracia y donaire. Ésta responde en proporción a casi todos los hombres: primeramente al caliente y seco en el segundo grado, y después al templado, y tras él al caliente y húmido.

De todas estas combinaciones y juntas de hombres y mujeres que hemos dicho pueden salir los hijos sabios, pero de la primera son más ordinarios. Porque, puesto caso que la simiente del varón inclina a frialdad y humidad, pero la continua sequedad de la madre y darle tan poco alimento corrige y enmienda la falta del padre.

Por no haber salido a luz esta manera de filosofar, no han podido todos los filósofos naturales responder a este problema que dice: cur plerique stulti liberos prudentissimos procrearunt? Como si dijera: «¿qué es la causa que los más de los hombres nescios engendran hijos sapientísimos?». A lo cual responden que los hombres nescios se aplican muy de veras en el acto carnal y no se distraen a otra ninguna contemplación; lo contrario de lo cual hacen los hombres muy sabios, que aun en el acto carnal se ponen a imaginar cosas ajenas de lo que están haciendo, por donde debilitan la simiente y hacen los hijos faltos, así en las potencias racionales como en las naturales. Pero esta respuesta es de hombres que saben poca filosofía natural. En las demás juntas, es menester aguardar que la mujer se enjugue y deseque con la perfecta edad, y no casarla muchacha. Porque en esto está salir los hijos necios y de poco saber: la simiente de los padres muy mozos es humidísima por haber poco que nacieron; y haciéndose el hombre de materia que tiene humidad excesiva, por fuerza ha de salir torpe de ingenio.




ArribaAbajo[Parte II] [XX de 1594]

Qué diligencias se han de hacer para que salgan varones y no hembras


Los padres que quisiesen gozar de hijos sabios y que tengan habilidad para letras han de procurar que nazcan varones; porque las hembras, por razón de la frialdad y humidad de su sexo, no pueden alcanzar ingenio profundo. Sólo vemos que hablan con alguna apariencia de habilidad en materias livianas y fáciles, con términos comunes y muy estudiados; pero, metidas en letras, no pueden aprender más que un poco latín, y esto por ser obra de la memoria. De la cual rudeza no tienen ellas la culpa; sino que la frialdad y humidad que las hizo hembras, esas mesmas calidades hemos probado atrás que contradicen al ingenio y habilidad.

Considerando Salomón la gran falta que hay de hombres prudentes, y cómo ninguna mujer nace con ingenio y saber, dijo de esta manera: virum unum de mille reperi, mulierem ex omnibus non inveni; como si dijera: «entre mil varones hallé uno que fuese prudente, pero de todas las mujeres ninguna me ocurrió con sabiduría». Por tanto, se debe huir deste sexo y procurar que el hijo nazca varón, pues en él solo se halla el ingenio que requieren las letras. Para lo cual, es menester considerar primero qué instrumentos ordenó Naturaleza en el cuerpo humano a este propósito, y qué orden de causas se han de guardar para que se pueda conseguir el fin que llevamos.

Y, así, es de saber que entre muchos excrementos y humores que hay en el cuerpo humano, de sólo uno dice Galeno que se aprovecha Naturaleza para hacer que el linaje de los hombres no se acabe. Éste es cierto excremento que se llama suero o sangre serosa, cuya generación se hace en el hígado y venas, al tiempo que los cuatro humores (sangre, flema, cólera y melancolía) alcanzan la forma y sustancia que han de tener. De tal licor como éste usa Naturaleza para desleír el alimento y hacerle que pase por las venas y caminos angostos para llevar el sustento a todas las partes del cuerpo. Cuya obra acabada, proveyó la mesma Naturaleza de dos riñones cuyo oficio no fuese otro más que traer a sí este suero y echarlo por sus caminos a la vejiga y de allí fuera del cuerpo, y esto para librar al hombre de la ofensa que tal excremento le podía causar. Pero, viendo que tenía ciertas calidades convenientes a la generación, proveyó de dos venas que llevasen parte de él a los testículos y vasos seminarios, con algún poco de sangre de la cual se hiciese la simiente tal cual convenía a la especie humana. Y, así, plantó una vena en el riñón derecho, y de ella mesma se hace el vaso seminario derecho. La otra vena sale del riñón izquierdo y se remata en el testículo izquierdo, y de manera se hace el vaso seminario izquierdo.

Qué calidades tenga este excremento, por las cuales sea conveniente a la generación de la simiente, dice el mesmo Galeno que son cierta acrimonia y mordacidad que nace de ser salado, con las cuales irrita los vasos seminarios y mueve al animal para que procure la generación y no se descuide; por donde los hombres muy lujuriosos se llaman en lengua latina salaces, que quiere decir hombres que tienen mucha sal en la simiente.

Con esto, hizo Naturaleza otra cosa digna de gran consideración; y es que al riñón derecho y al testículo derecho les dio mucho calor y sequedad, y al riñón izquierdo y al testículo izquierdo mucha frialdad y humidad. Por donde la simiente que se labra en el testículo derecho sale caliente y seca, y la del testículo izquierdo fría y húmida.

Qué pretenda Naturaleza con esta variedad de temperamento, así en los riñones como en los testículos y vasos seminarios, es cosa muy clara sabiendo por historias muy verdaderas que al principio del mundo, y muchos años después, parían siempre las mujeres dos hijos de un vientre, y el uno nacía varón y el otro hembra; cuyo fin era que para cada hombre hubiese su mujer y para cada mujer su varón, para aumentar presto la especie humana. Por tanto, proveyó que el riñón derecho diese materia caliente y seca al testículo derecho, y que éste, con su gran calor y sequedad, hiciese la simiente caliente y seca para la generación del varón. Lo contrario de esto ordenó para la formación de la hembra, que el riñón izquierdo enviase el suero frío y húmido al testículo izquierdo, y que éste, con su frialdad y humidad, hiciese la simiente fría y húmida, de la cual forzosamente se ha de engendrar hembra y no varón.

Pero, después que la tierra se ha llenado de hombres, parece que se ha desbaratado este orden y concierto de naturaleza y desdoblado la generación; y lo que peor es, que para un varón que se engendra nacen ordinariamente seis o siete mujeres. Por donde se entiende, o que Naturaleza está ya cansada, o que hay algún error de por medio que le estorba el obrar como quería. Cuál sea éste, un poco adelante lo diremos, trayendo las condiciones que se han de guardar para que sin errar el hijo nazca varón.

Y, así, digo que se han de hacer seis diligencias con mucho cuidado si los padres quieren conseguir este fin. Una de las cuales es comer alimentos calientes y secos; la segunda, procurar que se cuezgan bien en el estómago; la tercera, hacer mucho ejercicio; la cuarta, no llegarse al acto de la generación hasta que la simiente esté cocida y bien sazonada; la quinta, tener cuenta con su mujer cuatro o cinco días antes que le venga la regla; la sexta, procurar que la simiente caiga en el lado derecho del útero. Las cuales guardadas como diremos, es imposible engendrarse mujer.

Cuanto a la primera condición, es de saber que, puesto caso que el buen estómago cuece y altera el manjar y le desnuda de las cualidades que antes tenía, pero jamás le priva totalmente de ellas. Porque si comemos lechugas, cuyas calidades son frialdad y humidad, la sangre que de ellas se engendrase será fría y húmida, y el suero frío y húmido, y la simiente fría y húmida; y si es miel, cuyas cualidades son calor y sequedad, la sangre que de ella se hiciere será caliente y seca, y el suero caliente y seco, y la simiente caliente y seca; porque es imposible, dice Galeno, dejar de saber los humores al modo de sustancia y calidades que el manjar tenía antes que se comiese. Luego, si es verdad que el sexo viril consiste en que la simiente sea caliente y seca al tiempo de la formación, cierto es que conviene usar los padres de manjares calientes y secos para hacer el hijo varón.

Verdad es que hay un peligro muy grande en esta manera de generación; y es que, siendo la simiente muy caliente y seca, hemos dicho muchas veces atrás que por fuerza se ha de engendrar un varón maligno, astuto, caviloso y con inclinación a muchos vicios y males. Y tales hombres como éstos, si no se van a la mano, son peligrosos en la república; y, por tanto, sería mejor que no se formasen. Pero, con todo eso, no faltarán padres que digan «nazca mi hijo varón y sea ladrón»; porque melior est iniquitas viri quam mulier bene faciens. Aunque esto se puede remediar fácilmente usando de alimentos templados y que declinen un poco a calor y sequedad, o por la preparación o añadiéndoles algunas especias. Estos dice Galeno que son gallinas, perdices, tórtolas, francolines, palomas, zorzales, mérulas y cabrito; los cuales dice Hipócrates que se han de comer asados para calentar y desecar la simiente. El pan con que se comiere ha de ser candial, hecho de la flor de la harina, masado con sal y anís; porque el rubial es frío y húmido, como adelante probaremos, y para el ingenio muy perjudicial. La bebida ha de ser vino blanco, aguado en la proporción que el estómago lo aprobare; y el agua con que se ha de templar, conviene que sea dulce y muy delicada.

La segunda diligencia que dijimos era comer estos manjares en tan moderada cantidad, que el estómago los pudiese vencer. Porque, aunque los alimentos sean calientes y secos de su propia naturaleza, se hacen fríos y húmidos si el calor natural no los puede cocer; por donde, aunque los padres coman miel y beban vino blanco, harán la simiente fría de estos manjares, y de ella se engendrará hembra y no varón.

Por esta razón, la mayor parte de la gente noble y rica padece este trabajo de tener muchas más hijas que los hombres; porque comen y beben lo que su estómago no puede gastar, y aunque los manjares sean calientes y secos, cargados de especias, azúcar y miel, por ser en mucha cuantidad los encrudecen y no los pueden vencer. Pero la crudeza que más daño hace a la generación es la del vino, porque este licor, por ser tan vaporable y sutil, hace que él y los demás alimentos vayan crudos a los vasos seminarios y que la simiente irrite falsamente al hombre sin estar cocida y sazonada. Y, por tanto, loa Platón una ley que halló en la república de los cartaginenses por la cual prohibían que el hombre casado, ni su mujer, no bebiesen vino el día que se pensaban llegar al acto de la generación, entendiendo que este licor hacía mucho daño a la salud corporal del niño y que era bastante causa para que saliese vicioso y de malas costumbres. Pero si se bebe con moderación, de ningún manjar se hace tan buena simiente (para el fin que llevamos) como del vino blanco, especialmente para dar ingenio y habilidad, que es lo que más pretendemos.

La tercera diligencia que dijimos era hacer ejercicio más que moderado; porque éste gasta y consume la demasiada humidad de la simiente, y la calienta y deseca. Por esta razón se hace el hombre fecundísimo y potente para engendrar; y por lo contrario, el holgar y no ejercitar las carnes es una de las cosas que más enfría y humedece la simiente. Por donde la gente rica y holgada cargan de más hijas que los pobres trabajadores.

Y, así, cuenta Hipócrates que los hombres principales de Escitia eran muy muy afeminados, mujeriles, mariosos, inclinados a hacer obras de mujeres como son barrer, fregar y amasar. Y, con esto, eran impotentes para engendrar; y si algún hijo varón les nacía, o salía eunuco o hermafrodita. De lo cual corridos y afrentados, determinaron hacer a Dios grandes sacrificios y ofrecerle muchos dones, suplicándole que no los tratase así, o que les remediase aquella falta, pues podría. Pero Hipócrates se burlaba de ellos, diciendo que ningún efeto acontesce que no sea maravilloso y divino si por aquella vía se ha de considerar; porque, reduciendo cualquiera de ellos en sus causas naturales, últimamente venimos a parar en Dios, en cuya virtud obran todos los agentes del mundo; pero hay efetos que inmediatamente se han de reducir a Dios (que son aquellos que van fuera de la orden natural) y otros mediatamente, contando primero las causas intermedias que están ordenadas para aquel fin. La región que los escitas habitaban dice Hipócrates que está debajo del Septentrión, fría y húmida sobremanera, donde, por las muchas nieblas, por maravilla se descubre el sol. Andan los hombres ricos siempre a caballo, no hacen ejercicio ninguno, comen y beben más de lo que su calor natural puede gastar; todo lo cual hace la simiente fría y húmida. Y por esta razón, engendraban muchas hembras. Y si algún varón les nacía, salía de la condición que habemos dicho. «El remedio (les dijo Hipócrates) sabed que no es hacer a Dios sacrificios y no más, sino juntamente con esto andar a pie, comer poco y beber menos, y no estar siempre holgando. Y, para que lo entendáis claramente, tened cuenta con la gente pobre de esta región y con vuestros proprios esclavos, los cuales, no solamente no hacen a Dios sacrificios ni le ofrecen dones por no tener de qué, pero blasfeman su nombre bendito y le dicen infinitas injurias porque les dio tan baja fortuna. Y, con ser tan malos y blasfemos, son potentísimos para engendrar; y de sus hijos, los más salen varones y robustos, no mariosos, eunucos ni hermafroditas como los vuestros. Y es la causa que comen poco, y hacen mucho ejercicio, y no andan a caballo como vosotros, por las cuales razones hacen la simiente caliente y seca, y de esta tal se engendrará varón y no hembra».

Esta filosofía no entendió Faraón, ni los de su Consejo; pues dijo de esta manera: venite, sapienter opprimamus eum ne forte multiplicetur, et si ingruerit contra nos bellum, addatur inimicis nostris. Y el remedio que tomó para prohibir que el pueblo de Israel no creciese tanto, o a lo menos que no naciesen muchos varones que era lo que él más temía, fue oprimirle con muchos trabajos corporales, y darles a comer puerros, ajos y cebollas; con el cual remedio le iba tan mal, que dice el Texto divino: quantoque opprimebant eos tanto magis multiplicabantur et crescebant. Y tornándole a parecer que éste era el mejor remedio que se podía hallar, les vino a doblar el trabajo corporal; y aprovechábale tan poco, como si para matar un gran fuego echara en él mucho aceite o manteca. Pero si él supiera filosofía natural, o alguno de los de su Consejo, les había de dar a comer pan de cebada, lechugas, melones, calabazas y pepinos, y tenerlos en grande ociosidad bien comidos y bebidos, y no dejarlos trabajar. Porque desta manera hicieran la simiente fría y húmida, y della se engendraran más hembras que varones, y en poco tiempo les abreviara la vida si quisiera. Pero dándoles a comer mucha carne cocida con muchos ajos, puerros y cebollas, y haciéndoles trabajar de aquella manera, hacían la simiente caliente y seca, con las cuales dos calidades se irritaban más a la generación y siempre engendraban varones.

En confirmación de esta verdad, hace Aristóteles un problema preguntando: cur genitura in somnis iis profluere solet qui aut labore lassescunt aut tabe consummuntur? Como si dijera: «¿qué es la causa que los trabajadores y los hécticos padecen durmiendo muchas poluciones?». Al cual problema, cierto, no sabe responder, porque dice muchas cosas y ninguna de ellas da en el blanco. La razón es que el trabajo corporal y la calentura héctica calientan y desecan la simiente, y estas dos calidades la hacen acre y mordaz; y como en el sueño se fortifican todas las obras naturales, acontesce lo que dice el problema. Cuán fecunda y mordaz sea la simiente caliente y seca, nótalo Galeno diciendo: et fecundissima est, ac celeriter ab initio protinus ad coitum excitat animal: petulca est et ad libidinem prona.

La cuarta condición era no llegar al acto de la generación hasta que la simiente esté reposada, cocida y bien sazonada. Porque, aunque hayan precedido las tres diligencias pasadas, aún no sabemos si ha venido a la perfección que ha de tener; mayormente, que conviene usar primero, siete u ocho días arreo, de los manjares que dijimos, para que haya lugar que los testículos gasten en su nutrición la simiente que hasta allí se había hecho de otros alimentos, y suceda lo que vamos calificando.

Las mesmas diligencias se han de hacer con la simiente humana, para que sea fecunda y prolífica, que hacen los hortelanos con las semillas que quieren guardar: que esperan que se maduren y se enjuguen y desequen, porque si las quitan del árbol antes que tengan la sazón y punto que conviene, echándolas otro año en la tierra no pueden fructificar. Por esta razón, tengo notado que en los lugares donde se usa mucho el acto carnal, hay menos generación que donde hay más continencia; y las mujeres públicas, por no aguardar que su simiente se cueza y madure, jamás se hacen preñadas. Luego, conviene aguardar algunos días que la simiente se repose, se cueza y madure y tenga buena razón; porque antes gana por esta vía calor y sequedad y buena sustancia, que la pierde. Pero ¿cómo sabremos que la simiente está tal cual conviene, pues es cosa que tanto importa? Esto se deja entender fácilmente: habiendo días que el hombre no tuvo cuenta con su mujer, y por la continua irritación y gran deseo que tiene del acto carnal; todo lo cual nace de estar ya la simiente fecunda y prolífica.

La quinta condición fue llegarse el hombre al acto carnal seis o siete días antes que a la mujer la venga la regla, porque el varón ha menester luego mucho alimento para nutrirse. Y es la razón que el calor y sequedad de su temperamento gasta y consume, no solamente la buena sangre de la madre, pero también los excrementos; y, así, dice Hipócrates «que la mujer que ha concebido varón está de buen color y hermosa»; y es que el niño con su mucho calor le come todos aquellos excrementos que suelen afear el rostro y llenarlo de paño. Y por ser tan voraz, es bien que haya aquella represa de sangre con que se pueda nutrir. Lo cual muestra claramente la experiencia: que por maravilla se engendra varón que no sea a los postreros días del mes.

Al revés acontesce siendo el preñado de hembra, que, por la mucha frialdad y humidad de su sexo, come muy poco y hace muchos excrementos. Y, así, la mujer que ha concebido hembra está fea y pañosa, y se le antojan mil suciedades, y en el parto ha de gastar doblados días en mundificarse, que si pariera varón. En la cual naturaleza se fundó Dios cuando mandó a Moisén: «que la mujer que pariese varón fuese sanguinolenta una semana y no entrase en el templo hasta pasados treinta y tres días, y pariendo hembra fuese inmunda dos semanas y no entrase en el templo hasta que se cumpliesen sesenta y seis días»; de manera que dobló el tiempo de la purgación siendo el parto de hembra. Y es la causa que, en nueve meses que estuvo en el vientre, por la mucha frialdad y humidad de su temperamento, hizo doblados excrementos que el varón y de muy maligna sustancia y calidades; y, así, nota Hipócrates por cosa muy peligrosa detenerse la purgación a la mujer que ha parido hembra.

Todo esto he dicho a propósito de que conviene mucho aguardar a los postreros días del mes, para que la simiente halle mucho alimento que comer; porque, si el acto de la generación se hace luego en acabando la purgación, por falta de sangre no asirá. Pero han de estar advertidos los padres que, si no se juntan ambas simientes (la del varón y la de la hembra) en un mesmo tiempo, ninguna generación (dice Galeno) se hará, aunque la del marido sea muy prolífica. La razón desto daremos después a otro propósito. Y, así, es cierto que todas las diligencias que hemos contado las ha de hacer también la mujer, so pena que su simiente, mal labrada, desbaratará la generación. Por donde conviene que el uno al otro se vayan aguardando para que en un mesmo acto se junten ambas simientes. Y esto importa mucho la primera vez, porque el testículo derecho y su vaso seminario, dice Galeno que se irrita primero y da la simiente antes que el izquierdo; y si de la primera vez no se hace la generación, en la segunda está ya el peligro en la mano de engendrarse hembra y no varón. Conócense estas dos simientes: lo uno en el calor y frialdad; y lo otro en la cantidad, de ser mucha o poca; y lo tercero en salir presto o tarde. La simiente del testículo derecho sale hirviendo, y tan caliente, que abrasa el útero de la mujer, no es mucha la cantidad y desciende presto. Por el contrario, la simiente del izquierdo sale más templada, mucha en cantidad, y por ser fría y gruesa tarda mucho en salir.

La última condición fue procurar que ambas simientes, la del marido y la de la mujer, caigan en el lado derecho del útero. Porque en aquel lugar dice Hipócrates que se hacen los varones, y en el izquierdo las hembras. La razón trae Galeno diciendo que el lado derecho del útero es muy caliente por la vecindad que tiene con el hígado y con el riñón derecho y con el vaso seminario derecho, de los cuales miembros hemos dicho y probado que son calidísimos. Y pues toda la razón de salir el hijo varón consiste en que haya mucho calor al tiempo de la formación, cierto es que importa mucho poner la simiente en este lugar. Lo cual hará la mujer fácilmente recostándose sobre el lado derecho después de pasado el acto de la generación, la cabeza baja y los pies puestos en alto. Pero ha de estar un día o dos en la cama; porque el útero no luego abraza la simiente, hasta pasadas algunas horas.

Las señales con que se conocerá si la mujer queda preñada o no, son a todos muy manifiestas y claras. Porque si, puesta en pie, cayere luego la simiente, es cierto (dice Galeno) que no ha concebido. Aunque en esto hay una cosa que considerar: que no toda la simiente es fecunda y prolífica. Porque hay una parte de ella que es muy aguanosa, cuyo oficio es adelgazar la simiente principal para que pueda pasar por los caminos angostos; y ésta expele Naturaleza y se queda con la parte prolífica cuando ha concebido. Conócese en que es como agua y poca en cantidad. El ponerse luego en pie la mujer, pasado el acto de la generación, es muy peligroso; y, así, aconseja Aristóteles que haga primero evacuación de los excrementos y urina, porque no haya ocasión de levantarse.

La segunda señal en que se conoce es que luego a otro día siente la mujer el vientre vacío, especialmente en derredor del ombligo. Y es la razón que el útero, cuando desea concebir, está muy ancho y dilatado, porque realmente padece la mesma hinchazón y tumiscencia que el miembro viril, y estando de esta manera ocupa mucho lugar; pero en el punto que concibe dice Hipócrates que luego se encoge y se hace un ovillo para recoger la simiente y no dejarla salir, y así deja muchos lugares vacíos. Lo cual explican las mujeres diciendo «que no les han quedado tripas», según se han puesto cenceñas.

Juntamente con esto, aborrescen luego el acto carnal y las blanduras del marido, por tener ya el útero lo que quería. Pero la señal más cierta dice Hipócrates que es no acudirles la regla, y crecerles los pechos, y tener hastío de los manjares.




ArribaAbajo[Parte III] [XXI de 1594]

Qué diligencias se han de hacer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios


Si no se sabe primero la razón y causa de donde proviene engendrarse un hombre de grande ingenio y habilidad, es imposible poderse hacer arte para ello, porque de juntar y ordenar sus principios y causas se viene a conseguir este fin, y no de otra manera.

Los astrólogos tienen entendido que por nacer el muchacho debajo de tal influencia de estrellas viene a ser discreto, ingenioso, de buenas o malas costumbres, dichosos, y con otras condiciones y propriedades que vemos y consideramos cada día en los hombres. Lo cual, si fuera verdad, no era posible constituirse arte ninguna; porque esto fuera caso fortuito y no puesto en elección de los hombres. Los filósofos naturales, como son Hipócrates, Platón, Aristóteles y Galeno, tienen entendido que al tiempo de la formación recibe el hombre las costumbres del ánima, y no al punto que viene a nacer. Porque entonces alteran las estrellas superficialmente al niño, dándole calor, frialdad, humidad y sequedad, pero no sustancia en que restriben toda la vida, como lo hacen los cuatro elementos, fuego, tierra, aire y agua; los cuales no solamente dan al compuesto calor, frialdad, humidad y sequedad, pero también sustancia que le guarde y conserve estas mesmas calidades todo el discurso de la vida. Y, así, lo que más importa en la generación de los niños es procurar que los elementos de que se componen tengan las calidades que se requieren para el ingenio; porque éstos, en el peso y medida que entraren en la composición, en esa mesma han de durar para siempre en el mixto; y no las alteraciones del cielo.

Qué elementos sean éstos y de qué manera entren en el útero de la mujer a formar la criatura dice Galeno que son los mesmos que componen las demás cosas naturales; pero que la tierra viene disimulada en los manjares sólidos que comemos (como son el pan, la carne, los pescados y frutas); el agua en los licores que bebemos; el aire y fuego dice que andan mezclados por orden de naturaleza y que entran en el cuerpo por el pulso y la respiración. De estos cuatro elementos, mezclados y cocidos con nuestro calor natural, se hacen los dos principios necesarios de la generación del niño, que son simiente y sangre menstrua. Pero de los que más caudal se ha de hacer, para el fin que llevamos, es de los manjares sólidos que comemos; porque éstos encierran en sí todos los cuatro elementos, y de éstos toma la simiente más corpulencia y calidades que del agua que bebemos y del fuego y aire que respiramos.

Y, así, dijo Galeno que los padres que quieren engendrar hijos sabios, que leyesen tres libros que escribió de alimentorum facultatibus, que allí hallarían manjares con que lo pudiesen hacer; y no hizo mención de las aguas ni de los demás elementos, como materiales de poco momento. Pero no tuvo razón, porque el agua altera mucho más el cuerpo que el aire, y muy poco menos que los manjares sólidos que comemos; y para lo que toca a la generación de la simiente es tan importante como todos juntos los demás elementos. La razón es (como lo dice el mesmo Galeno) que los testículos traen de las venas para su nutrición la parte serosa de la sangre, y la mayor parte del suero la reciben las venas del agua que bebemos. Y que el agua haga mayor alteración en el cuerpo que el aire, pruébalo Aristóteles preguntando «qué es la causa que mudar las aguas hace en la salud tanta alteración, y si respiramos aires contrarios no lo sentimos tanto». A lo cual responde que el agua da alimento al cuerpo, y el aire no. Pero no tuvo razón en responder de esta manera; porque el aire, en opinión de Hipócrates, también da alimento y sustancia como el agua. Y, así, buscó Aristóteles otra respuesta mejor diciendo que ningún lugar ni región tiene aire propio. Porque el que está hoy en Flandes, corriendo Cierzo, en dos o tres días pasa en África; y el que está en África, corriendo Mediodía, lo vuelve al Septentrión; y el que está hoy en Jerusalén, corriendo Levante, lo echa en las Indias de Poniente. Lo cual no puede acontescer en las aguas por no salir de un mesmo territorio, y así cada pueblo tiene su agua particular conforme al minero de tierra de donde nace y por donde pasa. Y, estando el hombre acostumbrado a una manera de agua, bebiendo otra se altera más que con nuevos manjares ni aires. De suerte que los padres que quisieren engendrar hijos muy sabios han de beber aguas delicadas, dulces y de buen temperamento, so pena que errarán la generación.

Del Ábrego dice Aristóteles que nos guardemos al tiempo de la generación, porque es grueso y humedece mucho la simiente, y hace que se engendre hembra y no varón. Pero el Poniente nunca acaba de loarle y ponerle nombres y epítetos honrosos; llámale «templado», «empreñador de la tierra» y «que viene de los Campos Elíseos». Pero, aunque es verdad que importa mucho respirar aires muy delicados y de buen temperamento, y beber aguas tales, pero mucho más hace al caso usar de manjares sutiles y de la temperatura que requiere el ingenio; porque destos se engendra la sangre, y de la sangre la simiente, y de la simiente la criatura. Y si los alimentos son delicados y de buen temperamento, tal se hace la sangre, y de tal sangre, tal simiente, y de tal simiente, tal celebro. Y siendo este miembro templado y compuesto de sustancia sutil y delicada, el ingenio dice Galeno que será tal; porque nuestra ánima racional, aunque es incorruptible, anda siempre asida de las disposiciones del celebro, las cuales, si no son tales cuales son menester para discurrir y filosofar, dice y hace mil disparates.

Los manjares, pues, que los padres han de comer para engendrar hijos de grande entendimiento (que es el ingenio más ordinario en España) son, lo primero, el pan candial, hecho de la flor de la harina y masado con sal: éste es frío y seco, y de partes sutiles y muy delicadas. Otro se hace (dice Galeno) de trigo rubial o trujillo, el cual, aunque mantiene mucho y hace a los hombres membrudos y de muchas fuerzas corporales, pero por ser húmido y de partes muy gruesas echa a perder el entendimiento. Dije masado con sal, porque ningún alimento de cuantos usan los hombres hace tan buen entendimiento como este mineral. Él es frío y con la mayor sequedad que hay en las cosas; y si nos acordamos de la sentencia de Heráclito, dijo de esta manera: splendor siccus, animus sapientissimus; por la cual nos quiso dar a entender que la sequedad del cuerpo hace al ánima sapientísima. Y pues la sal tiene tanta sequedad y es tan apropriada para el ingenio, con razón la divina Escritura la llama con este nombre de «prudencia» y «sabiduría».

Las perdices y francolines tienen las mesma sustancia y temperamento que el pan candial, el cabrito y el vino moscatel; de los cuales manjares usando los padres (de la manera que atrás dejamos notado) harán los hijos de grande entendimiento.

Y si quisieren tener algún hijo de grande memoria, coman, ocho o nueve días antes de que se lleguen al acto de la generación, truchas, salmones, lampreas, besugos y anguilas; de los cuales manjares harán la simiente húmida y muy glutinosa. Estas dos calidades dijimos atrás que hacían la memoria fácil para recebir, y muy tenaz para conservar la figura mucho tiempo.

De palomas, cabrito, ajos, cebollas, puerros, rábanos, pimienta, vinagre, vino blanco, miel, y de todo género de especias, se hace la simiente caliente y seca y de partes muy delicadas. El hijo que de estos alimentos se engendrase será de grande imaginativa; pero falto de entendimiento, por el mucho calor, y falto de memoria, por la mucha sequedad. Éstos suelen ser muy perjudiciales a la república, porque el calor los inclina a muchos vicios y males, y les da ingenio y ánimo para poderlo ejecutar; aunque, si se van a la mano, más servicios recibe de la imaginativa de éstos que del entendimiento y memoria.

Las gallinas, capones, ternera, carnero castrado de España, son de moderada sustancia; porque ni son manjares delicados ni gruesos. Dije carnero castrado de España, porque Galeno, sin hacer distinción, dice que es de mala y gruesa sustancia; y no tiene razón. Porque, puesto caso que en Italia, donde él escribió, es la más ruin carne de todas, pero en esta nuestra región, por la bondad de los pastos, se ha de contar entre los manjares de moderada sustancia. Los hijos que destos alimentos se engendraren tendrán razonable entendimiento, razonable memoria y razonable imaginativa; por donde no ahondarán mucho en las ciencias ni inventarán cosa de nuevo. De éstos dijimos atrás que eran blandos y fáciles de imprimir en ellos todas las reglas y consideraciones del arte, claras, oscuras, fáciles y dificultosas; pero la doctrina, el argumento, la respuesta, la duda y distinción, todo se lo han de dar hecho y levantado.

De vaca, macho, tocino, migas, pan trujillo, queso, aceitunas, vino tinto y agua salobre, se hará una simiente gruesa y de mal temperamento. El hijo que desta se engendrare terná tantas fuerzas como un toro, pero será furioso y de ingenio bestial. De aquí proviene que entre los hombres del campo por maravilla salen hijos agudos ni con habilidad para las letras: todos nacen torpes y rudos por haberse hecho de alimentos de gruesa sustancia. Lo cual acontece al revés entre los ciudadanos, cuyos hijos vemos que tienen más ingenio y habilidad.

Pero si los padres quisiesen de veras engendrar un hijo gentil hombre, sabio y de buenas costumbres, han de comer, seis días antes de la generación, mucha leche de cabras; porque este alimento, en opinión de todos los médicos, es el mejor y más delicado de cuantos usan los hombres; entiéndese, estando sanos y que les responda en proporción. Pero dice Galeno que se ha de comer cocida con miel, sin la cual es peligrosa y fácil de corromper. La razón dello es que la leche no tiene más que tres elementos en su composición: queso, suero y manteca. El queso responde a la tierra, el suero al agua, y la manteca al aire. El fuego que mezclaba los demás elementos y los conservaba en la mixtión, en saliendo de las tetas, se exhaló, por ser muy delicado. Pero añadiéndole un poco de miel, que es caliente y seca como el fuego, queda la leche con cuatro elementos, los cuales mezclados y cocidos con la obra de nuestro calor natural, se hace una simiente muy delicada y de buen temperamento. El hijo que de ella se engendrare será, por lo menos, de grande entendimiento, y no falto de memoria ni de imaginativa.

Por no estar Aristóteles en esta doctrina, no respondió a un problema que hace preguntando: «¿qué es la causa que los hijos de los brutos animales (por la mayor parte) sacan las propriedades y condiciones de sus padres, y los hijos del hombre no?». Lo cual vemos por experiencia ser así; porque de padres sabios salen hijos muy nescios, y de padres nescios, hijos muy avisados; y de padres virtuosos, hijos malos y viciosos; y de padres viciosos, hijos virtuosos; y de padres feos, hijos hermosos; y de padres hermosos, hijos feos; y de padres blancos, hijos morenos; y de padres morenos, hijos blancos y colorados. Y entre los hijos de un mesmo padre y de una mesma madre, uno sale nescio y otro avisado, uno feo y otro hermoso, uno de buena condición y otro de mala, uno virtuoso y otro vicioso. Y si a una buena yegua de casta le echan un caballo tal, el potro que nace parece a sus padres, así en la figura y color como en las costumbres del ánimo.

A este problema respondió Aristóteles muy mal, diciendo que el hombre tiene varias imaginaciones en el acto carnal, y que de aquí proviene salir sus hijos tan desbaratados; pero los brutos animales, como no se distraen al tiempo de engendrar, ni tienen tan fuerte imaginativa como el hombre, sacan siempre los hijos de una mesma manera y semejantes a sí. Esta respuesta ha contentado siempre a los filósofos vulgares, y en su confirmación traen la historia de Jacob; la cual refiere que, poniendo ciertas varas pintadas en los abrevaderos de los ganados, salieron los corderos manchados. Pero poco les aprovecha acogerse a sagrado, porque esta historia cuenta un hecho milagroso que Dios hizo para encerrar en él algún sacramento, y la respuesta de Aristóteles es un gran disparate; y si no, prueben los pastores ahora a hacer este ensayo y verán que no es cosa natural.

También se cuenta por ahí que una señora parió un hijo más moreno de lo que convenía por estar imaginando en un rostro negro que estaba en un guadamecil, lo cual tengo por gran burla; y si por ventura fue verdad que lo parió, yo digo que el padre que lo engendró tenía el mesmo color que la figura del guadamecil.

Y para que conste más de veras cuán mala filosofía es la que trae Aristóteles y los que lo siguen es menester saber por cosa notoria que la obra del engendrar pertenece al ánima vegetativa, y no a la sensitiva ni racional; porque el caballo engendra sin la racional, y la planta sin la sensitiva. Y si miramos un árbol cargado de fruta, hallaremos en él mayor variedad que en los hijos de los hombres: una manzana verde y otra colorada, una pequeña y otra grande, una redonda y otra mal figurada, una sana y otra podrida, una dulce y otra amarga; y si cotejamos la fruta de este año con la del pasado, es la una de la otra muy diferente y contraria. Lo cual no se puede atribuir a la variedad de la imaginativa, pues las plantas carecen desta potencia.

El error de Aristóteles es muy notorio en su propria doctrina. Porque él dice que la simiente del varón es la que hace la generación, y no la de la mujer; y en el acto carnal no hay otra obra de varón más que derramar la simiente sin forma ni figura, como el labrador echa el trigo en la tierra. Y así como el grano de trigo no luego echa raíces, ni forma las hojas y caña hasta pasados algunos días, de la mesma manera dice Galeno que no luego en cayendo la simiente viril en el útero está ya formada la criatura, antes dice que son menester treinta y cuarenta días para acabarse. Lo cual siendo así, ¿qué hace al caso estar el padre imaginando varias cosas en el acto carnal, si no se comienza la formación hasta pasados algunos días? Mayormente que quien hace la formación no es el ánima del padre ni de la madre, sino otra tercera que está en la mesma simiente; y ésta, por ser vegetativa y no más, no es capaz de imaginativa: sólo sigue los movimientos naturales del temperamento y no hace otra cosa. Para mí, no es más que los hijos del hombre nazcan de tantas figuras por la varia imaginación de los padres, que decir que los trigos unos nacen grandes y otros pequeños porque el labrador, cuando los sembraba, estaba divertido en varias imaginaciones.

Desta mala opinión de Aristóteles infieren algunos curiosos que los hijos del adúltero parecen al marido de la mujer adúltera, no siendo suyos. Y es su razón manifiesta; porque en el acto carnal están los adúlteros imaginando en el marido, con temor no venga y los halle en el hurto. Por el mesmo argumento infieren que los hijos del marido sacan el rostro del adúltero, aunque no sean suyos; porque la mujer adúltera, estando en el acto carnal con su marido, siempre está contemplando en la figura de su amigo. Y los que confiesan que la otra mujer parió un hijo negro por estar imaginando en la figura negra del guadamecil, también han de admitir lo que estos curiosos han dicho y probado, porque todo tiene la mesma cuenta y razón. Ello para mí es gran burla y mentira, pero muy bien se infiere de la mala opinión de Aristóteles.

Mejor respondió Hipócrates al problema diciendo que los escitas todos tienen unas mesmas costumbres y figura de rostro; y dando la razón de esta similitud, dice que todos comen unos mesmos manjares, y beben unas mesmas aguas, y andan de una mesma manera vestidos, y guardan un mesmo orden de vivir. Los brutos animales, por esta mesma razón, engendran los hijos a su semejanza y a su figura particular, porque siempre usan de un mesmo pasto y hacen la simiente uniforme. Por lo contrario, el hombre, por comer diversos manjares cada día, hace diferente simiente, así en sustancia como en temperamento. Lo cual aprueban los filósofos naturales respondiendo a un problema que dice: «¿qué es la causa que los excrementos de los brutos animales no tienen tan mal olor como los del hombre?». Y dicen que los brutos animales usan siempre de unos mesmos alimentos y hacen mucho ejercicio; y el hombre come tantos manjares y de tan varia sustancia, que no los puede vencer, por donde se vienen a corromper. La simiente humana y brutal tienen la mesma cuenta y razón, por ser ambas excrementos de la tercera concocción. La variedad de manjares de que usa el hombre no se puede negar, ni tampoco dejar de confesar que de cada alimento se haga simiente diferente y particular. Y, así, es cierto que el día que come el hombre vaca o morcilla hace la simiente gruesa y de mal temperamento, por donde el hijo que de ella se engendrare saldrá feo, nescio, negro y de mala condición; y si comiere una pechuga de capón o gallina, hará la simiente blanca, delicada y de buen temperamento; por donde el hijo que de ella se engendrare será gentil hombre, sabio y de condición muy afable.

De donde colijo que ningún hijo nace que no saque las calidades y temperamento del manjar que sus padres comieron un día antes que lo engendrasen. Y si cada uno quisiere saber de qué manjar se formó, no tiene más que hacer de considerar con qué alimento tiene su estómago más familiaridad y aquél es sin falta ninguna.

También preguntan los filósofos naturales: «¿qué es la razón que los hijos de los hombres sabios ordinariamente salen nescios y faltos de ingenio?». Al cual problema responden muy mal diciendo que los hombres sabios son muy honestos y vergonzosos, por la cual razón se abstienen en el acto carnal de algunas diligencias que son necesarias para que el hijo salga con la perfección que ha de tener. Y pruébanlo con los padres torpes y nescios, que, por poner todas sus fuerzas y conato al tiempo de engendrar, salen todos sus hijos ingeniosos y sabios. Pero ésta es respuesta de hombres que saben poca filosofía natural. Verdad es que para responder como conviene es menester presuponer y probar algunas cosas primero; una de las cuales es que la facultad racional es contraria de la irascible y concupiscible, de tal manera que si un hombre es muy sabio, no puede ser animoso, de grandes fuerzas corporales, gran comedor ni potente para engendrar; porque las disposiciones naturales que son necesarias para que la facultad racional pueda obrar son totalmente contrarias de las que pide la irascible y concupiscible.

El ánimo y valentía natural dice Aristóteles, y así es verdad, que consiste en calor; y la prudencia y sabiduría, en frialdad y sequedad. Y así lo vemos claramente por experiencia: que los muy animosos son faltos de razones, tienen pocas palabras, no sufren burlas y se corren muy presto, para cuyo remedio ponen luego mano a la espada por no tener otra respuesta que dar. Pero los que alcanzan ingenio tienen muchas razones y agudas respuestas Y motes, con los cuales se entretienen por no venir a las manos. Desta manera de ingenio notó Salustio a Cicerón, diciéndole que tenía mucha lengua y los pies muy ligeros; lo cual tuvo razón, porque tanta sabiduría no podía parar sino en cobardía para las armas. De donde tuvo origen una manera de motejar que dice «es valiente como un Cicerón y sabio como un Héctor», para notar a un hombre de nescio y cobarde.

No menos contradice la facultad animal al entendimiento. Porque, en siendo un hombre de muchas fuerzas corporales, no puede tener delicado ingenio; y es la razón que la fuerza de los brazos y las piernas nace de ser el celebro duro y terrestre. Y aunque es verdad que por la frialdad y sequedad de la tierra podía tener buen entendimiento, pero por ser de gruesa sustancia lo echa a perder. Y hace otro daño de camino: que por la frialdad se pierde el ánimo y valentía; y, así, algunos hombres de grandes fuerzas los hemos visto ser muy cobardes.

La contrariedad que tiene el ánima vegetativa con la racional es más notoria que todas. Porque sus obras, que son nutrir y engendrar, se hacen mejor con calor y humidad, que con calidades contrarias; lo cual muestra claramente la experiencia considerando cuán fuerte es en la edad de los niños y cuán floja y remisa en la vejez. Y en la puericia no puede obrar el ánima racional, y en la postrera edad, donde no hay calor ni humidad, hace maravillosamente sus obras. De manera que cuanto un hombre fuere más poderoso para engendrar y cocer mucho manjar, tanto pierde de la facultad racional.

A esto alude lo que dice Platón, que no hay humor en el hombre que tanto desbarate la facultad racional como la simiente fecunda; sólo dice que ayuda al arte de metrificar. Lo cual vemos por experiencia cada día: que en comenzando un hombre a tratar amores, luego se torna poeta; y si antes era sucio y desaliñado, luego se ofende con las rugas de las calzas y con los pelillos de la capa. Y es la razón que estas obras pertenecen a la imaginativa, la cual crece y sube de punto con el mucho calor que ha causado la pasión del amor. Y que el amor sea alteración caliente vese claramente por el ánimo y valentía que causa en el enamorado, y porque le quita la gana de comer y no le deja dormir. Si en estas señales advirtiese la república, desterraría de las Universidades los estudiantes valientes y amigos de armas, a los enamorados, a los poetas y a los muy polidos y aseados; porque para ningún género de letras tienen ingenio ni habilidad. Desta regla saca Aristóteles los melancólicos por adustión, cuya simiente, aunque es fecunda, no quita el ingenio.

Finalmente, todas las facultades que gobiernan al hombre, si son muy fuertes, desbaratan la facultad racional. Y de aquí nace que, en siendo un hombre muy sabio, luego es cobarde, de pocas fuerzas corporales, ruin comedor y no potente para engendrar. Y es la causa que las calidades que le hacen sabio, que son frialdad y sequedad, esas mesmas debilitan las otras potencias; como parece en los hombres viejos, que, si no es para consejo y prudencia, no tienen fuerza ni valor para más.

Supuesta esta doctrina, es opinión de Galeno que para que haya efecto la generación de cualquier animal perfecto son necesarias dos simientes, una que sea el agente y formador, y la otra que sirva de alimento. Porque una cosa tan delicada como es la genitura no luego puede vencer un manjar tan grueso como es la sangre hasta que el efecto sea mayor; y que la simiente sea el verdadero alimento de los miembros seminales es cosa muy recebida de Hipócrates, Platón y Galeno; porque, según su opinión, si la sangre no se convierte en simiente, es imposible que los nervios, las venas y arterias se puedan mantener. Y, así, dice Galeno que la diferencia que va de las venas a los testículos es que los testículos hacen de presto mucha simiente, y las venas poca y a espacio. De manera que proveyó Naturaleza de alimento tan semejante, que con liviana alteración y sin hacer excrementos pudiese mantener a la otra simiente; lo cual no pudiera acontescer si su nutrición se hubiera de hacer de la sangre. La mesma provisión dice Galeno que hizo Naturaleza en la generación del hombres que para formar el pollo y las demás aves que salen de los huevos; en los cuales vemos que hay dos sustancias, clara y yema, la una de que se haga el pollo y la otra de que se mantenga todo el tiempo que durare la formación. Por la mesma razón son necesarias dos simientes en la generación del hombre, la una de que se haga la criatura y la otra de que mantenga todo el tiempo que durare su formación.

Pero dice Hipócrates una cosa digna de gran consideración; y es «que no está determinado por Naturaleza cuál de las dos simientes ha de ser el agente y formador, ni cuál ha de servir de alimento». Porque muchas veces la simiente de la mujer es de mayor eficacia que la del varón; y cuando acontesce así, hace ella la generación y la del marido sirve de alimento. Otras veces la del varón es más potente y prolífica, y la de la mujer no hace más que nutrir. Esta doctrina no alcanzó Aristóteles, ni pudo entender de qué servía la simiente de la mujer; y, así dijo de ella mil disparates: «que era como un poco de agua sin virtud ni fuerzas para engendrar». Lo cual si fuera así, era imposible que la mujer consintiera la conversación del varón, ni jamás le apeteciera, antes huyera del acto carnal por ser ella tan honesta y la obra tan sucia y torpe; por donde en pocos días se acabara la especie humana y el mundo quedara privado del más hermoso animal de cuantos Naturaleza crió.

Y así pregunta Aristóteles qué es la razón que el acto carnal es la cosa más sabrosa de cuantas ordenó Naturaleza para recreación de los animales. Al cual problema responde que, como Naturaleza procurase tanto la perpetuidad de los hombres, puso tanta delectación en aquellas obras porque, movidos con tal interés, se llegasen de buena gana al acto de la generación; y si faltaran tales estímulos no hubiera hombre ni mujer que se quisiera casar, no interesando más la mujer de traer nueve meses el hijo en el vientre con tanta pesadumbre y dolores, y al tiempo de parirlo ponerse en riesgo de perder la vida; por donde fuera necesario que la república forzara a las mujeres a que se casasen, con miedo no se acabase la generación humana.

Pero como Naturaleza hace las cosas con suavidad, dio a la mujer todos los instrumentos que eran necesarios para hacer simiente irritadora y prolífica, con la cual apeteciese al varón y se holgase con su conversación. Y siendo de las calidades que dice Aristóteles, antes le aborresciera y huyera de él, que le amara. Esto prueba Galeno ejemplificando con los brutos animales; y, así, dice que si una puerca está castrada jamás apetece el verraco ni le consiente cuando se le llega. Lo mesmo pasa claramente en una mujer cuyo temperamento es más frío de lo que conviene: que si le pedimos que se case, no hay cosa más aborrescible a sus oídos. Y al varón frío acontece otro tanto, todo por carecer de simiente fecunda.

También si la simiente de la mujer fuera de la manera que dice Aristóteles, no podía se proprio alimento. Porque para alcanzar las calidades últimas de nutrimento actual se requiere total semejanza con el que se ha de nutrir. Y si ella no viniera ya labrada y asimilada, después no se podía adquirir, porque la simiente del varón carece de instrumentos y oficinas (como son el estómagos, el hígado y los testículos) donde la pudiese cocer y asimilar. Por donde proveyó Naturaleza que hubiese dos simientes en la generación del animal; las cuales mezcladas, la que fuese más potente hiciese la formación y la otra sirviese de mantenimiento. Y que esto sea verdad parece claramente ser así; porque si un negro empreña una mujer blanca, y un hombre blanco a una mujer negra, de ambas maneras sale la criatura mulata.

Desta doctrina se colige ser verdad lo que muchas historias auténticas afirman: que un perro, tiniendo cuenta con una mujer, la empreñó; y lo mesmo hizo un oso con una doncella que halló sola en el campo; y de un jimio que tuvo dos hijos en otra mujer; y de otra que andándose paseando por la ribera del mar, salió un pescado del agua y la empreñó. Lo que se le hace dificultoso al vulgo es cómo pudo acontescer parir estas mujeres hombres perfectos y con uso de la razón, siendo los padres que los engendraron animales. A esto se responde que la simiente de cualquiera mujer de aquéllas era el agente y formador de la criatura, por ser más potente, y así la figuraba con los accidentes de la especie humana; y la simiente del bruto animal, por no tener tanta fuerza, servía de alimento y no más. Y que la simiente de estas bestias irracionales pudiese dar alimento a la simiente humana, es cosa que se deja entender. Porque si cualquiera mujer de aquéllas comiera un pedazo de oso o de perro, cocido o asado, se sustentara con él, aunque no tan bien como si comiera carnero o perdices. Lo mesmo acontece a la simiente humana, que su verdadero nutrimento en la formación de la criatura es otra simiente humana; pero, faltando ésta, bien puede suplir sus veces la simiente brutal. Pero lo que notan aquellas historias es que los niños que nacieron de estos tales ayuntamientos daban muestra, en sus costumbres y condiciones, no haber sido natural su generación.

De todo lo dicho (aunque nos hemos algo tardado) podremos ya sacar respuesta para el problema principal. Y es que los hijos de los hombres sabios casi siempre se hacen de la simiente de sus madres, porque la de los padres, por las razones que hemos dicho, es infecunda para engendrar y no sirve en la generación más que de alimento. Y el hombre que se hace de simiente de mujer no puede ser ingenioso ni tener habilidad por la mucha frialdad y humidad de este sexo. Por donde es cierto que, en saliendo el hijo discreto y avisado, es indicio infalible de haberse hecho de la simiente de su padre; y si es torpe y nescio se colige haberse formado de la simiente de su madre. A lo cual aludió el sabio diciendo: filius sapiens laetificat patrem, filius vero stultus maestitia est matris suae.

También puede acontescer (por alguna ocasión) que la simiente del hombre sabio sea el agente y formador, y la de su mujer sirva de alimento. Pero el hijo que de ella se engendrare saldrá de poco saber; porque, puesto caso que la frialdad y sequedad son dos calidades que ha menester el entendimiento, pero han de tener cierta medida y cantidad; de la cual pasando, antes hace daño que aprovecho, como parece en los hombres muy viejos que por la mucha frialdad y sequedad los vemos caducar y decir mil disparates. Pues pongamos caso que al hombre sabio le restaban de vivir diez años de conveniente frialdad y sequedad para caducar. Si de la simiente deste se engendrase un hijo, sería hasta los diez años de grande habilidad por gozar de la frialdad y sequedad conveniente de su padre, pero a los once comenzaría luego a caducar por haber pasado del punto que estas dos calidades han de tener. Lo cual vemos cada día por experiencia en los hijos habidos en la vejez: que, siendo niños, son muy avisados, y después son hombres muy nescios y de muy corta vida; y es la razón que se hicieron de simiente fría y seca, la cual había pasado ya la mitad del curso de la vida.

También si el padre es sabio en la obras de la imaginativa, y sea casado por su mucho calor y sequedad con mujer fría y húmida en el tercer grado, el hijo de que esta junta se engendrare será nescísimo si se forma de la simiente de su padre, por haber estado en un vientre tan frío y húmido y haberse mantenido de sangre tan destemplada.

Al revés acontesce siendo el padre nescio, cuya simiente ordinariamente tiene calor y humidad demasiada. El hijo que de ella se engendrase será bobillo hasta quince anos por alcanzar parte de la humidad superflua del padre, pero gastada con el discurso de la edad de consistencia donde la simiente del hombre nescio está más templada y con menos humidad. Ayúdale también al ingenio haber andado nueve meses en un vientre de tan poca frialdad y humanidad como es el de la mujer fría y húmida en el primer grado, donde padeció tanta hambre y penuria de alimento.

Todo esto acontesce ordinariamente por las razones que hemos dicho. Pero hay cierto linaje de hombres cuyos miembros genitales son de tanta fuerza y vigor, que desnudan totalmente a los miembros de sus buenas calidades y los convierten en su mala y gruesa sustancia; por donde todos los hijos que engendran, aunque hayan comido manjares delicados, salen rudos y torpes. Otros hay, por lo contrario, que usando de alimentos gruesos y de mal temperamento, son tan poderosos en vencerlos que, comiendo macho y tocino, hacen hijos de ingenio muy delicado. Y, así, es cierto que hay linaje de hombres nescios y casta de hombres sabios. Y otros que ordinariamente nacen locos y faltos de juicio.

Algunas dudas se ofrecen a los que tratan de entender muy de raíz esta materia, la respuesta de las cuales es muy fácil en la doctrina pasada. La primera es: ¿de dónde nace que los hijos bastardos parecen ordinariamente a sus padres, y de cien legítimos los noventa sacan la figura y costumbres de las madres? La segunda: ¿por qué los hijos bastardos salen ordinariamente gentiles hombres, animosos y muy avisados? La tercera: ¿qué es la causa que si una mala mujer se empreña, aunque tome bebidas ponzoñosas para mover y se sangre muchas veces, jamás echa la criatura; y si la mujer casada está preñada de su marido, con livianas causas viene a mover?

A la primera duda responde Platón diciendo que ninguno es malo de su propia y agradable voluntad, sin ser irritado primero del vicio de su temperamento; y pone ejemplo en los hombres lujuriosos, los cuales, por tener mucha simiente fecunda, padecen grandes ilusiones y muchos dolores, por donde, molestados de aquella pasión, buscan mujeres para echarla de sí. Destos dice Galeno que tienen los instrumentos de la generación muy calientes y secos, por la cual razón hacen la simiente mordacísima y poderosa para engendrar. Luego, el hombre que va a buscar la mujer que no es suya, ya va lleno de aquella simiente fecunda, cocida y bien sazonada; de la cual forzosamente se ha de hacer la generación, porque, en paridad, siempre la simiente del varón es de mayor eficacia; y si el hijo se hace de la simiente del padre, forzosamente le ha de parecer.

Al revés acontesce en los hijos legítimos, que, por tener hombres casado la mujer siempre al lado, nunca aguardan a madurar la simiente ni que se haga prolífica, antes con liviana irritación la echa de sí, haciendo gran violencia y conmoción; y como las mujeres están quietas en el acto carnal, nunca sus vasos seminarios dan la simiente, sino cuando está cocida y bien sazonada y hay mucha en cantidad. Por donde las mujeres casadas hacen siempre la generación y la simiente de sus maridos sirve de alimento. Pero algunas veces vienen ambas simientes a tener igual perfección, y pelean de tal manera que ni la una ni la otra salen con la formación, antes se figura el hijo que ni parece al padre ni a la madre. Otras veces parece que se conciertan y parten la similitud: la simiente del padre hace las narices y ojos, y la de la madre la boca y la frente. Y, lo que más es de admirar, que ha acontecido muchas veces sacar el hijo la una oreja del padre y la otra de la madre, y partir los ojos también. Pero si la simiente del padre vence del todo, saca el hijo su figura y costumbres; y cuando la simiente de la madre es más poderosa, corre la mesma razón. Por donde el padre que quisiere que su hijo se haga de su propia simiente, se ha de ausentar algunos días de su mujer y aguardar que se cueza y madure, y entonces es cierto que él hará la generación y la simiente de su mujer servirá de alimento.

La segunda duda tiene por lo dicho poca dificultad. Porque los hijos bastardos ordinariamente se hacen de simiente caliente y seca, y de esta temperatura hemos probado muchas veces atrás que nace el ánimo y valentía y la buena imaginativa, a la cual pertenece la prudencia de este siglo. Y por estar la simiente cocida y bien sazonada, hace Naturaleza de ella todo lo que quiere, y los pinta con un pincel.

A la tercera duda, se responde que el preñado de las malas mujeres casi siempre se hace de la simiente del varón, y como es enjuta y muy prolífica trábase en el útero con fuertes raíces. Pero el preñado de las casadas, como se hace de su propia simiente, deslízase la criatura con gran facilidad, por ser húmida y aguanosa, o como dice Hipócrates: plena mucoris.




ArribaAbajo[Parte IV] [XXII de 1594]

Qué diligencias se han de hacer para conservar el ingenio a los niños después de estar formados y nacidos


Es tan alterable la materia de que el hombre está compuesto y tan sujeta a corrupción, que, en el punto que se comienza a formar, en ese mesmo se viene a deshacer y alterar sin poderlo resistir; por donde se dijo: nos nati continuo desinimus esse. Y, así, proveyó Naturaleza que hubiese en el cuerpo humano cuatro facultades naturales, tractriz, retentriz, concotriz y expultriz; las cuales, cociendo y alterando los alimentos que comemos, vuelven a reparar la sustancia perdida, sucediendo otra en su lugar. De donde se entiende que aprovechara poco haberse hecho el hijo de simiente delicada si no se tuviera cuenta con los manjares que le habían de suceder; porque, acabada la formación, no le ha quedado a la criatura ninguna parte de la sustancia seminal de que al principio se compuso. Verdad es que la simiente primera, si fue bien cocida y sazonada, es de tanta fuerza y vigor, que cociendo y alterando los manjares los hace venir, aunque sean malos y gruesos, a su buen temperamento y sustancia; pero tanto se podría usar de alimentos contrarios, que viniese a perder la criatura las buenas calidades que recibió de la simiente de que se hizo.

Y, así, dijo Platón que una de la cosas que más echaba a perder el ingenio del hombre y sus buenas costumbres era la mala educación en el comer y beber. Por tanto, aconseja que a los niños les demos alimentos y bebidas delicadas y de buen temperamento, para, cuando mayores, sepan reprobar lo malo y eligir lo bueno. La razón desto está muy clara. Porque si el celebro se hizo al principio de simiente delicada, y este miembro se va cada día gastando y consumiendo y se ha de reparar con los manjares que comemos, cierto es que, si éstos son gruesos y de mala templanza, que, usando mucho días de ellos, se ha de hacer el celebro de su mesma naturaleza. Y, así, no basta que el niño se haya hecho de buena simiente, sino que los alimentos que comiere después de formado y nacido tengan las mesmas calidades. Cuáles sean éstas no será dificultoso averiguarlo, supuesto que los griegos fueron los hombres más discretos que ha habido en el mundo, y que, buscando alimentos y comidas para hacer a sus hijos ingeniosos y sabios, cierto es que toparían con los mejores y más apropriados; porque si el ingenio sutil y delicado consiste que el celebro esté compuesto de partes sutiles y de buena templanza, el alimento que tuviere sobre los demás estas dos calidades será del que conviene usar para conseguir el fin que llevamos.

De la leche de cabras cocida con miel dijo Galeno que en opinión de todos los médicos griegos era el mejor alimento de cuantos comen los hombres; porque, fuera de tener la sustancia muy moderada, el calor en ella no excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad. Por donde dijimos pocos renglones atrás que los padres que de veras quisiesen engendrar un hijo sabio, gentil hombre y de buenas costumbres, que comiesen, seis o siete días antes de la generación, mucha leche de cabras cocida con miel. Pero, puesto caso que este alimento es tan bueno como dice Galeno, mucho más hace al ingenio ser de partes sutiles el manjar que de moderada sustancia; porque, cuanto más se adelgaza la materia en la nutrición del celebro, tanto se hace el ingenio más perspicaz. Por donde los griegos sacaban el queso y suero a la leche (que son los dos elementos gruesos de su composición) y dejaban la parte butirosa, que es de naturaleza de aire. Esta daban a comer a los niños, mezclada con miel, con intento de hacerlos ingeniosos y sabios. Y que esto sea verdad, parece claramente por lo que cuenta Homero. Fuera deste alimento, comerán los niños sopas hechas de pan candial, de agua muy delicada, con miel y un poco de sal. Pero, en lugar de aceite (por ser muy malo y nocivo al entendimiento), echarán manteca de leche de cabras, cuyo temperamento y sustancia es apropriado para el ingenio.

Pero en este regimiento hay un inconveniente muy grande. Y es que, usando los niños de manjares tan delicados, no ternán mucha fuerza para resistir a las injurias del aire, ni se podrán defender de los demás achaques que los suelen hacer enfermar. Y, así, por sacarlos sabios, se criarán con poca salud y no vivirán muchos años.

Esta dificultad nos pide cómo se podrán criar los niños ingeniosos y sabios, y que esta arte no contradiga a su salud. Lo cual será fácil concertar si los padres se atrevieren a poner en práctica algunas reglas y preceptos que aquí diré. Y porque la gente regalada está engañada en criar sus hijos, y ella es la que trata siempre de esta materia, quiéroles primero dar la razón y causa por qué a sus hijos, aunque tengan ayos y maestros y trabajen con mucho cuidado en las letras, se les pegan tan mal las ciencias, y cómo se podrá remediar sin que por ello abrevien la vida ni menoscaben su salud.

Ocho cosas dice Hipócrates que humedecen las carnes del hombres y las engordan. La primera es el holgar y vivir en grande ociosidad; la segunda, dormir mucho; la tercera, acostarse en cama blanda; la cuarta, el buen comer y beber; la quinta, estar muy abrigados y bien vestidos; la sexta, andar siempre a caballo; la séptima, hacer su voluntad; la octava, ocuparse en juegos y pasatiempos y cosas que les den contento y placer. Todo lo cual es tan manifiesta verdad, que, aunque no lo hubiera dicho Hipócrates, ninguno lo pudiera negar.

Sólo se podría dudar si la gente regalada guarda siempre esta manera de vivir; pero si es verdad que lo hace, bien podemos inferir que su simiente es humidísima y que los hijos que della se engendraren han de salir por fuerza con humidad superflua y demasiada; la cual es menester gastar y consumir, lo uno porque esta calidad echa a perder las obras del ánima racional, y lo otro (dicen los médicos) que hace vivir al hombre pocos días y con falta de salud. Según esto, el buen ingenio y la firme sanidad corporal ambas piden un mesma calidad, que es la sequedad; por donde los preceptos y reglas que trujimos para hacer los niños sabios, esos mesmos servirán para darles mucha salud y que vivan largo tiempo.

Conviene, pues, luego en naciendo el hijo de padres holgados (atento que sus carnes tiene más frialdad y humidad de la que conviene a la puericia), lavarlo con agua salada caliente; la cual, en opinión de todos los médicos, deseca y enjuga las carnes, y pone firmes los nervios, y hace al niño robusto y varonil, y por la humidad superflua del celebro le hace ingenioso y le libra de muchas enfermedades capitales. Por lo contrario, siendo el baño de agua dulce y caliente, por cuanto humedece las carnes, dice Hipócrates que hace cinco daños: carnis effaeminationem, nervorum imbecillitatem, mentis torporem, profluvia sanguinis, animi deffectionem; como dijera: «el agua dulce y caliente hace al hombre mujeril, con flaqueza de nervios, nescio, aparejado para flujo de sangre y desmayos». Pero si el niño sale con demasiada sequedad del vientre de su madre, conviene mucho lavarle con agua caliente dulce; y, así, dice Hipócrates: infantes diu sunt calide lavandi, quo minus tentent convulsiones, ipsique crecant et melioris coloris fiant; por la cual sentencia mandaba lavar con agua caliente muchas veces a los niños, porque no se vengan a espasmar y crezcan con más facilidad y se hagan de buen color. Esto cierto es que se entiende de los niños que salen secos del vientre de sus madres y a los cuales conviene enmendarles su mala temperatura aplicándoles las calidades contrarias.

Los alemanes, dice Galeno, tenían por costumbre lavar sus niños en el río luego en naciendo, pareciéndoles que, así como el hierro que sale ardiendo de la fragua se hace más fuerte metiéndolo en el agua fría, de la mesma manera, sacando al niño ardiendo del vientre de su madre, se hacía de mayor fuerza y vigor lavándolo con agua tan fría. Esto condena Galeno por gran bestialidad, y tiene mucha razón; porque, puesto caso que por esta vía se haría el cuero duro y cerrado y no fácil de alterar de las injurias del aire, pero ofenderseía de los excrementos que se engendran dentro del cuerpo, por no estar patente y abierto por donde poder exhalar y salir. Mejor remedio y más seguro es lavar a los niños que tienen humidad superflua con agua caliente y salada; porque, gastándoles humidad demasiada, quedan muy propincuos a la salud, y cerrándoles las vías del cuero no se ofenden con cualquiera ocasión, ni los excrementos de dentro quedan tan cerrados que no les resten caminos abiertos por donde salir. Y Naturaleza es tan poderosa, que si le han quitado una vía pública busca otra acomodada, y si todos le faltan, sabe hacer caminos de nuevo por donde expeler lo que le daña. Y, así, de dos extremos, más conviene a la salud tener duro y algo cerrado el cuero que blando y abierto.

Lo segundo que conviene es que en naciendo el niño le hagamos amigo con los vientos y con las alteraciones del aire y no le tengamos siempre en abrigo, porque se hará flojo, mujeril, nescio, de pocas fuerzas, y en tres días se morirá. Ninguna cosa dice Hipócrates que tanto debilita las carnes como estar siempre en lugares tépidos, guardados del frío y calor. Ni hay mayor remedio para la salud que hacer el cuerpo a todos los vientos, calientes, fríos, húmidos y secos; y, así, pregunta Aristóteles qué es la causa que los que viven en las galeras están más sanos y tienen mejor color, que los que viven en tierra paludosa. Y crece más la dificultad considerando la mala vida que pasan, durmiendo en el suelo vestidos, al sereno, al sol, al frío y al agua, comiendo y bebiendo tan mal. Los mesmo se podrá preguntar de los pastores, cuya sanidad es la más firme que tienen los hombres. Y es la causa que han hecho ya amistad con todas las calidades del aire, y no se espanta Naturaleza de nada. Por el contrario, vemos claramente que, tratando un hombre de regalarse y procurar que no le dé el sol, el frío, el sereno ni el viento, en tres días es acabado, por el cual se podría decir: qui diligit animam suam in hoc mundo perdet eam. Porque de las alteraciones del aire nadie se puede guardar; y, así, es mejor acostumbrarse a todo, para que el hombre se pueda descuidar y no viva siempre con recato. El error de la gente vulgar está en pensar que el niño nace tan tierno y delicado, que no sufrirá pasar del vientre de su madre (donde hay tanto calor) a la región del aire frío sin que le haga mucho daño. Y, realmente, están engañados, porque con ser Alemania tan fría, metían los niños hirviendo en el río; y con ser un hecho tan bestial, no se les hacía de mal ni se morían.

Lo tercero que conviene es buscar un ama moza, de temperamento caliente o seca, o (según nuestra doctrina) fría y húmida en el primer grado, criada a mala ventura, acostumbrada a dormir en el suelo, a poco comer y mal vestida, hecha a andar al sereno, al frío y al calor. Esta tal hará la leche muy firme y usada a las alteraciones del aire, de la cual manteniéndose muchos días los miembros del niño, vernán a tener mucha firmeza. Y si es discreta y avisada, le hará mucho provecho al ingenio; porque la leche de ésta es muy enjuta, caliente y seca, con las cuales dos calidades se corregirá la mucha frialdad y humidad que el niño sacó del vientre de su madre. Cuánto importe a las fuerzas de la criatura mamar leche ejercitada, pruébase claramente en los caballos, que, siendo hijos de yeguas trabajadas en arar y trillar, salen muy grandes corredores y duran mucho en el trabajo; y si las madres están siempre holgando y paciendo en el prado, a la primera carrera no se pueden tener. El orden, pues, que se ha de tener con el ama es traerla a casa cuatro o cinco meses antes del parto y darle a comer los mesmos manjares de que usa la preñada; para que tenga lugar de gastar la sangre y los demás humores que ella tenía hechos de los malos alimentos que antes había comido, y para que el niño, luego en naciendo, mame la mesma leche de que se mantuvo en el vientre de su madre, a lo menos hecha de los mesmos manjares.

Lo cuarto es no acostumbrar el niño a dormir en cama blanda, ni traerlo muy arropado, ni darle mucho a comer; porque todas estas tres cosas dice Hipócrates que enjugan y desecan las carnes, y las contrarias las engordan y ensanchan. Y haciendo esto, se criará el niño de grande ingenio y vivirá muchos días por razón de la sequedad. Y de lo contrario, verná a ponerse hermoso, gordo, lleno de sangre, y bobo; el cual hábito llama Hipócrates atlético, y lo tiene por muy peligroso.

Con esta mesma receta y orden de vivir se crió el hombre más sabio que ha habido en el mundo, que fue Cristo nuestro redentor, en cuanto hombre; salvo que por nacer fuera de Nazaret, por ventura no tuvo su madre a mano agua salada con que lavarlo. Pero ello era costumbre judaica y de toda el Asia, introducida por algunos médicos sabios para dar salud a los niños; y, así, dice el profeta: Et quanto nata es in die ortus tui, non est praecisus umbilicus tuus, et aqua non es lota in salutem, nec sale salita, nec involuta pannis. Pero, en lo demás, luego en naciendo comenzó a hacer amistad con el frío y con las otras alteraciones del aire. Y su primera cama fue en el suelo y mal vestido, como si quisiera guardar la receta de Hipócrates. A pocos días caminaron con él a Egipto, lugar de mucho calor, donde estuvo todo el tiempo que Herodes vivió. Andando su madre de esta manera, cierto es que le daría la leche bien ejercitada y hecha a las alteraciones del aire.

Lo que le daba a comer fue el manjar que los griegos hallaron para dar ingenio y sabiduría a sus hijos. Éste dijimos atrás que era la parte butirosa de la leche comida con miel. Y, así, dijo Isaías: Butyrum et mel comedet, ut sciat reprobare malum et eligere bonum. Por las cuales palabras parece que quiso el profeta dar a entender que, aunque era Dios verdadero, había de ser juntamente hombre perfecto, y que para adquirir sabiduría natural había de hacer las mesmas diligencias que los otros hijos de los hombres. Aunque esto parece dificultoso de entender, y aun es disparate pensar que, porque Cristo nuestro redentor comiese manteca y miel siendo niño, había de saber reprobar lo malo y eligir lo bueno cuando mayor, siendo Dios como era, de infinita sabiduría y habiéndole dado en cuanto hombre toda la ciencia infusa que podía recibir según su capacidad natural. Por donde es cierto que sabía tanto en el vientre de su madre como cuando había treinta y tres años, sin comer manteca ni miel, ni aprovecharse de otros medios naturales que requiere la sabiduría humana.

Pero, con todo eso, hace gran fuerza que el profeta haya señalado el mesmo manjar que los troyanos y griegos acostumbraban dar a sus hijos para hacerlos ingeniosos y sabios, y que diga ut sciat reprobare malum et eligere bonum... para entender que, por razón de aquellos alimentos, adquiriese Cristo nuestro redentor (en cuanto hombre) más sabiduría adquisita de la que alcanzara si usara de otros manjares contrarios; o es menester explicar aquella partícula ut para saber qué es lo que quiso decir hablando por tales términos.

Y, así, hemos de suponer que en Cristo nuestro redentor había dos naturalezas, como es verdad y así nos lo muestra la fe: la una divina, en cuanto era Dios verdadero; y la otra humana, compuesta de ánima racional y cuerpo elementado, dispuesto y organizado como lo tienen los otros hijos de los hombres.

Cuanto a la primera naturaleza, no hay que tratar de la sabiduría de Cristo nuestro redentor, porque era infinita, sin aumento ni disminución, ni depender de otra cosa ninguna más de que, por ser de Dios, era tan sabio en el vientre de su madre como lo era siendo de treinta y tres años, y lo era ab aeterno.

Pero, en lo que toca a la segunda naturaleza, es de saber que el ánima de Cristo, dende el punto que Dios la crió, fue bienaventurada y gloriosa, como lo está el día de hoy; y pues gozaba de Dios y de su sabiduría, cierto es que no ternía ignorancia de nada, sino que tuvo tanta ciencia infusa, cuanta cabía en su capacidad natural. Pero, con esto, es cierto que, así como la gloria no se comunicaba a los instrumentos del cuerpo (por la razón de la redención del género humano), tampoco la sabiduría infusa, por no estar el celebro dispuesto ni organizado con la calidades y sustancia que son necesarias para que el ánima con tal instrumento pudiese discurrir y filosofar. Porque si nos acordamos de lo que en el principio desta obra dijimos, las gracias gratis datas que Dios reparte entre los hombres piden ordinariamente que el instrumento con que se han de ejercitar y el sujeto en que se han de recebir tengan las calidades naturales que cada don ha menester. Y es la causa ser el ánima racional acto del cuerpo, y no obrar sin aprovecharse de sus instrumentos corporales.

El celebro de Cristo nuestro redentor (siendo niño y recién nacido) tenía mucha humidad, porque en tal edad es así conveniente y cosa natural; pero, por ser tanta en cantidad, no podía su ánima racional discurrir naturalmente ni filosofar con tal instrumento; y, así, la ciencia infusa no pasaba a la memoria corporal ni a la imaginativa ni al entendimiento por ser estas tres potencias orgánicas (como ya lo dejamos probado) y no estar con la perfección que habían de tener. Pero, yéndose el celebro desecando con el tiempo y con la mayor edad, iba el ánima racional manifestando cada día más la sabiduría infusa que tenía y comunicándola a sus potencias corporales.

Y, fuera desta ciencia sobrenatural, tenía otra que se toma de las cosa que oyen los niños, de lo que ven, de lo que huelen, gustan y palpan; y ésta, es cierto, la adquiría Cristo nuestro redentor como los otros hijos de los hombres. Y así como para ver bien las cosas tenía necesidad de buenos ojos y para oír los sonidos de buenos oídos, por la mesma razón tenía necesidad de buen celebro para juzgar entre lo bueno y lo malo. Y, así, es cierto que por comer aquellos manjares tan delicados se iba organizando cada día mejor su cabeza y adquiriendo más sabiduría; de tal manera, que si Dios le quitara la ciencia infusa tres veces en el discurso de su vida para ver lo que había adquirido, halláramos que de diez años sabía más que de cinco, y de vientre más que de diez, y de treinta y tres más que de veinte.

Y que esta doctrina sea verdadera y católica, pruébalo el Texto evangélico a la letra diciendo: Et Jesus proficiebat sapientia et aetate et gratia apud Deum et homines. De muchos sentidos católicos que la Escritura divina puede recebir, yo siempre tengo por mejor el que mete la letra que el que quita a los términos y vocablos su natural significación.

Qué calidades sean las que ha de tener el celebro y qué sustancia, ya dijimos, de opinión de Heráclito, que la sequedad hacía al ánima sapientísima; y de sentencia de Galeno probamos que, estando el celebro compuesto de sustancia muy delicada, hace el ingenio sutil. La sequedad iba adquiriendo Cristo nuestro redentor con la edad, porque dende que nacemos hasta que morimos nos vamos desecando y enjugando las carnes, y sabiendo más. Las partes sutiles y delicadas del celebro se le iban rehaciendo comiendo aquellos manjares que dijo el profeta Isaías; porque si cada momento se había menester nutrir y reparar la sustancia que se exhalaba, y esto se había de hacer con manjares y no con otra materia ninguna, cierto es que si comiera siempre vaca o tocino que en pocos días hiciera un celebro grueso y de mal temperamento, con el cual no pudiera su ánima racional reprobar lo malo y eligir lo bueno si no fuera por vía de milagro y usando de su divinidad. Pero, llevándolo Dios por los medios naturales, mandó que usase de aquellos manjares tan delicados, de los cuales manteniéndose el celebro, se haría un instrumento tan bien organizado, que, aun sin usar de la ciencia ni infusa, pudiera naturalmente reprobar lo malo y eligir lo bueno, como los otros hijos de los hombres.




 
 
LAUDETUR CHRISTUS IN AETERNUM
 
 




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