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ArribaAbajoConclusiones

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ArribaAbajoResumen y cronología

La zona excavada es de algo más de mil metros cuadrados, repartidos entre 18 Departamentos, más o menos teóricos, escalonados en la ladera occidental del cerro sin excesivas preocupaciones defensivas, pues las viviendas de las zonas bajas -Departamentos VI, XV y XVIII- se levantan a pocos metros del llano, y ello quizá para defenderse de las inundaciones, abundantemente documentadas a lo largo de la historia.

No hay meseta superior, sino una arista que no admite edificaciones y fue solo utilizada para los enterramientos en sus escarpes orientales. De haber pretendido encastillarse, tenían aquellas gentes a su alcance el inmediato Cabezo de las Cuevas, con amplias mesetas en su extensa cima (Lámina 1). Más lejos lo tenían los eneolíticos de la Casa de Lara y lo utilizaron para sus inhumaciones colectivas (Soler, 1971).

Los muros, en muchos de los casos, mantienen la plataforma de tierras apisonadas que forman el piso de las viviendas situadas a mayor altura. En alguna ocasión, se adosan al muro, empotrados en una espesa capa de barros, escalones de piedra a dos vertientes para ascender hasta las casas vecinas (Dep. XIV, lámina 28 B). Los Departamentos III y IV están enlazados por una serie de escalones formados por poyos de tierras mantenidos por muretes de piedra (Lámina 10).

Las plantas de las viviendas son rectangulares, pero con frecuencia redondean sus ángulos para convertirse en elipsoidales, y forman agrupaciones de casas contiguas con paredes medianiles. Los Departamentos XIV y XVII estaban comunicados por un vano rectangular enmarcado por bloques de buen tamaño (Lámina 27 A). Era una verdadera puerta y no una ventana como la observada en la parte superior de un muro en Fuente Bermeja (Siret, 1890).

Los muros están formados por hiladas superpuestas de piedras de diferentes tamaños, algunas del propio yeso del cabezo; suelen estar bien trabadas con barro, y, en muchos casos, enlucidas con una capa alisada. Las alturas de estos muros oscilan entre 0,40 y 2,10 metros, aunque las más corrientes son de 0,90 a 1,50 metros. Hay algunos de solo 30 centímetros de espesor, que aumenta hasta los 70 y 80 cuando se adosan unos a otros en los ángulos curvos. El de la cota más baja (Dep. XV) que probablemente cerraba el poblado por el O., tenía un metro de espesor, y estaba reforzado en los cimientos interiores por grandes bloques perfectamente escuadrados.

Las techumbres son de troncos, cañas y barro, y estaban sostenidas por postes de madera. Hemos contado hasta 46 de estos postes, que estaban pareados en 15 ocasiones. Solo en una (Dep. XV) había tres postes juntos. Se calzaban con círculos de piedra y, en alguna ocasión, con un bloque rectangular de barro con los extremos rehundidos en media caña para ajustarse a los postes (Dep. XV). También se calzan con las piedras que rellenaban las desigualdades de la roca. Se colocaban en lugares diversos, pero era muy corriente encontrarlos junto a las paredes de más baja cota. Se observó también un muro rectilíneo que se curvaba en semicírculo para formar como el cimiento de una torre (Dep. XI), y una columna circular, de 60 cm. de diámetro, formada con medianas piedras, que terminaba un muro de sentido E.-O. para adosarse a otro N.-S. frente a dos hoyos de postes construidos en la cara opuesta (Figura 15). Grandes piedras verticales se han observado también como reforzando ángulos en los Departamentos XII y XIII.

El poblado, que tuvo una larga vida de más de 250 años, según las fechas extremas de los análisis de que disponemos, parece haber comenzado por las viviendas cercanas a la cima, que suministran más escasos materiales (Departamentos XI I, X, IX, VIII), para ir extendiéndose ladera abajo hasta los Departamentos XV y XVIII, que son los más ricos y se abandonaron a causa de un tremendo incendio, sin posterior retorno de sus ocupantes, como demuestran los abundantes materiales abandonados «in situ». En diversas viviendas (Dep. V, figuras 12 y 24; Dep. IX, figura 14; Dep. XVIII, figura 23), se han observado dos niveles de incendio superpuestos, sin que esto quiera decir que correspondan a culturas distintas, ya que son los mismos los materiales encontrados en todos ellos. La casa pudo haber sido incendiada en varias ocasiones y reconstruida por sus mismos habitantes o por los de las generaciones sucesivas, que elevaban así el suelo de las habitaciones y formaban lechos distintos, hecho ya observado por Siret (1890) en los poblados argáricos. Los exteriores de las viviendas bajas fueron utilizados como vertederos de basuras y huesos de fauna, y es en uno de esos muros bajos en donde se abrió un albollón de desagüe (Dep. XV, lámina 30).

Los hogares, difíciles de distinguir de las manchas de incendio en muchas ocasiones, no faltan en ninguno de los departamentos estudiados. En algunas viviendas   —148→   se observaron dos (Deps. I, IV, XIII y XV), y hasta tres en el Dep. VII. En varios casos se trata de un simple espacio circular de tierras calcinadas (Deps. XIV y XV); en otros, de una bolsada de carbones y cenizas que rellenan una depresión de tierras compactas (Dep. XIII), o una concavidad de la roca rodeada de pequeñas piedras (Deps. VII y X). Algunas veces se trata de una simple losa junto a un muro (Dep. VII), que a veces se complementa con otra piedra en un lado y una placa de barro cocido puesta de canto en el lado opuesto (Dep. IV). En una ocasión, era la losa de canto la que cerraba un semicírculo de piedras pequeñas (Dep. V). Abundan los que consistían en un hoyo de unos 30 centímetros de diámetro en el centro de un lecho de piedras (Deps. II, IV y XVIII). El más elaborado es el que hemos descrito como «Construcción adosada al muro O. del departamento XVIII», en el que la losa de base, que sostenía una vasija entre carbones y cenizas, se hallaba al pie de una chimenea semicircular (Vid. pág. 88).

Hay compartimientos internos, alguno de tres metros cuadrados, como el descrito en el departamento VII (Pág. 41), cuyo contenido no nos permite deducir el uso a que se le destinaba.

Los enterramientos son numerosos y variados; los hay en urna tumbada sobre un lecho de piedras pequeñas (Dep. XVIII); en urna plantada, con la boca tapada con una gran losa y depositada en el interior de un túmulo de piedras en un rincón de la casa (Dep. XIII); en el mismo rincón, pero bajo la losa volada que iniciaba la pared del túmulo; el esqueleto se hallaba sobre los fragmentos de una tinaja; dentro de un rectángulo formado por los muros del rincón de una vivienda y completado con alineaciones de piedras (Dep. IV); doble, en covacha natural con entrada de chimenea (Dep. II); en cueva natural, con la boca tapada con grandes losas y dos enterramientos, uno de ellos en rectángulo de piedras como el ya citado (Dep. X); en fosa circular, con cinco enterramientos sucesivos: uno, en el fondo, con el cadáver encogido; otro, encima, con el cráneo chamuscado y colocado sobre una capa de tierras blancas muy compactas; y dos, en la capa superior, con los cráneos protegidos en el interior de cistas rudimentarias formadas por grandes piedras. Se halaba esta fosa en la ladera N., en zona sin excavar.

Todos estos enterramientos están en el interior del poblado, del que se ha excavado una mínima parte y desconocemos su real extensión. Pero también se han utilizado las cuevas que se abren en los escarpes de la cima. Dos de ellas eran de enterramientos colectivos, repetidamente removidos, pero había una de singular interés: la que hemos denominado «Cueva Oriental n.º 1», con ritos diversos: enterramiento infantil en cista, oculta en un rincón por la construcción de un túmulo que encerraba un esqueleto adulto, y otro enterramiento de segundo grado en lo alto del túmulo, con el cráneo protegido en el interior de una seudo-cista de losas verticales.

Por lo que respecta a la economía, los 33.500 huesos de fauna analizados, que no son todos los recogidos, pone claramente de manifiesto que la domesticación de la cabra, la oveja, el buey y el cerdo debe ser anterior a la del caballo, que en la economía de poblaciones ya asentadas desempeña un papel muy limitado, ya que el buey tenía que ser muy superior como animal de tiro. Los habitantes del Cabezo eran esencialmente pastores y ganaderos, que tendrían sus corralones en la suave pendiente amesetada de la vertiente oriental. En sus andanzas cinegéticas perseguirían cualquier tipo de animales que pudieran atrapar, como parecen demostrar los numerosos huesos de mamíferos salvajes y pájaros que aparecen en el yacimiento.

Se han documentado en diversos departamentos el trigo, la cebada, las bellotas, unas pequeñas simientes que parecen mijo, piñas y piñones. Son también abundantes las cuerdas de esparto, cestos, cañas vegetales, troncos y las improntas de hojas en el barro. Pero todo ello queda oscurecido ante la presencia de una ingente cantidad de huesos de fauna, lo que hace deducir que la agricultura y la recolección eran actividades secundarias para aquellos habitantes del poblado, esencialmente pastores y ganaderos, con una potente y desarrollada artesanía subsidiaria del hueso y el complemento de una industria metalúrgica que había adquirido ya un importante desarrollo.

En cuanto a los materiales, han sido ya estudiados detalladamente en los capítulos correspondientes, pero hay dos conjuntos que merecen especial atención: las cerámicas «excisas» y el «Tesorillo».

Desde que Pérez de Barradas (1936) bautizó a estas cerámicas con el nombre que aún conservan, no han cesado las discusiones acerca de su procedencia y difusión. No vamos a detenernos aquí en esta larga historia, cuyos hitos principales pueden señalarse en los trabajos de Almagro (1939), Martínez Santa-Olalla (1940 y 1947); Vilaseca (1941), Maluquer (1946, 1958, 1960), Castillo (1947 y 1953), Pericot (1950 y 1958), Beltrán (1956 y 1960) y Pla Ballester (1957), la mayor parte de los cuales coincide en afirmar la procedencia transpirenaica de estas cerámicas. Desde entonces, los conceptos «cerámica excisa» y «Edad del Hierro» quedaron poco menos que inseparables.

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Pero los hallazgos de esta especie alfarera, que al principio habían quedado limitados a la Meseta y al valle del Ebro, rebasaron aquellos límites y se fueron extendiendo hasta llegar a la Isleta del Campello, en Alicante (Figueras Pacheco, 1950), o a Salobreña, en Granada (Martínez Santa-Olalla 1947). Una bibliografía prácticamente exhaustiva sobre este tema puede consultarse en el trabajo de Molina y Arteaga publicado en 1976.

Ya en 1952, habíamos dado a conocer unos tiestos del Cabezo Redondo en los que se había empleado la técnica de la excisión. El título de aquel artículo respondía perfectamente al estado de la cuestión en aquellos momentos: «El yacimiento posthallstáttico del Peñón del Rey. Una intrusión céltica en plena zona ibérica». Dos años después, en otro artículo titulado «Cerámica ornada de la Edad del Bronce. Dos interesantes vasijas del Cabezo Redondo», recogíamos las opiniones de Pericot (1950) y Almagro (1952), de que la cerámica excisa no era más que una derivación de la campaniforme, y nos hacíamos eco de la tesis de Alberto del Castillo (1953), de que tal derivación pudo producirse ya en la Península mucho antes de las invasiones centroeuropeas.

Habían surgido entonces opiniones diversas acerca de la propia técnica de la excisión. Para Esteve Gálvez (1944), algunos fragmentos del Castellet de Borriol estaban decorados por el procedimiento de la seudo-excisión, que para él derivaba indudablemente del trabajo de gubia aplicado a recipientes de madera. Se obtiene con ello un efecto decorativo que recuerda la «técnica negativa del vaso campaniforme». De la misma opinión era Jordá (1958), para quien hay una gran resonancia oriental en toda la cerámica del Bronce Inicial Hispánico, y no era imposible que la técnica de la decoración campaniforme fuera un trasunto de la decoración en madera. Pero, sin duda alguna -piensa Jordá-, aquellas poblaciones semisedentarias, con gran preponderancia de pastores, tendrían, a no dudar, vasos de madera en los cuales hubieran practicado alguna decoración.

Los tenían, en efecto, porque nosotros hemos encontrado fragmentos de cuencos de madera en el Cabezo Redondo (Lámina 80, 1 a 3), y un fragmento carbonizado atravesado por una perforación de 3 milímetros (Figura 53, 8). Cabe pensar en la aparición futura de algún trozo ornado a punta de cuchillo. Porque, también para Maluquer (1946), la técnica empleada en las decoraciones cerámicas que se da en las cuevas de Bor, Llorá, Seriñá, Cartañá, y en los poblados de Castellet de Tivisa o de San Miguel de Sorba, supone la existencia de la talla en madera, que debió tener un gran desarrollo entre las poblaciones pastoras de las zonas montañosas, como puede contemplarse en el Museo de Industria y Artes Populares de Barcelona en multitud de útiles caseros o de labor. Nada impide suponer, pues, que los habitantes del Cabezo Redondo, esencialmente pastores, pudieran haber decorado de ese modo algunas de sus vasijas. De momento, hemos de dejarlo en mera suposición.

De lo que no creemos pueda dudarse, si examinamos los cientos de vasijas que presentamos en este trabajo, es que no hay nada ni ligeramente comparable con el horizonte de Cogotas, ni siquiera en los pocos fragmentos excisos que han motivado la asimilación. Y es muy de señalar que el Cabezo Redondo se halla a menos de cuatro kilómetros del Puntal de los Carniceros, poblado de altura a la entrada del valle de Benejama que ha dado magníficos ejemplares de cerámica de Boquique, pero asociados a campaniformes y no a excisos, que es una de las más acusadas características del horizonte de Cogotas. No hay ni un solo ejemplar de esta técnica en el Cabezo; ni tampoco ningún vaso excisa de Cogotas que pueda compararse en su galbo con el de los pequeños vasos del Redondo. Ya observó Maluquer (1960) que, «en la utilización de las fuentes arqueológicas vemos a menudo conceder igual valor a un hallazgo fortuito que a un yacimiento entero, y ese es el principal defecto de todas las síntesis de elementos individuales, como "campaniforme", "cerámica excisa", etc.».

Para Molina y Arteaga (1976) nos encontramos ante un fenómeno indígena, «eminentemente relacionado con la problemática del Bronce Tardío y Final de la Península»; no haría falta esperar a que las excisas centroeuropeas hubieran sido «empujadas» hacia la Península como quieren los criterios tradicionales, puesto que también aquí podrían haber existido en cierta manera independientes. Piensan estos autores, al referirse a los vasos excisos del Cabezo Redondo, que aparecieron junto a temas incisos y puntillados que, según ellos, indican fuertes relaciones con grupos del horizonte Cogotas, pero añaden que, así por la falta de Boquique como por la forma de los vasos, poco típica en las poblaciones de la Meseta, hace pensar en la posibilidad de que estos vasos hayan sido fabricados por artesanos indígenas del poblado, influidos sin embargo por los temas y técnicas que utilizaron los grupos vecinos de Cogotas. Cabe pensar -añaden- en la posibilidad de que estos materiales decorados pudieran proceder de un establecimiento del Bronce Final superpuesto al poblado argárico, aunque hacen inviable esta posibilidad las circunstancias de aparición del vaso del Departamento VII, asociado -dicen- a materiales   —150→   del Argar Tardío. Nosotros no hemos logrado identificar materiales de esa etapa en el Departamento VII.

Fernández Posse (1986) ha profundizado recientemente en el estudio de la cultura de Cogotas I y de las cerámicas excisas, reconociendo que falta mucho todavía para que sus problemas puedan darse por resueltos, «como en cierto modo es lógico en una cultura que, tras mantenerse tantos años en la Edad del Hierro, y en parte dependiente de estímulos extrapeninsulares, está ahora situada en la Edad del Bronce y sea considerada indígena».

Para esta autora algunos materiales de Cogotas I, líticos y óseos, muestran un claro entronque en horizontes anteriores a la Edad del Bronce, como los dientes de hoz, los punzones de hueso, algunas pesas de telar y algún botón con perforación en V. La antigüedad que atestigua como cultura, confirmada por el C-14, permite afirmar una clara inserción de Cogotas I en la secuencia del Bronce Peninsular, una continuidad cultural y una raigambre indígena.

Y hemos de referirnos ahora a un hecho al que no se le ha prestado la debida atención. Decía Maluquer (1958) que el problema de la cerámica excisa en la Península no se hallaba resuelto. «La gran riqueza de las decoraciones excisas en cerámicas de la Meseta (Areneros de Madrid, Numancia, Cogotas, Sanchorreja, Berrueco, etc.) la existencia en ella de temas excisas como la doble hacha, de claro abolengo mediterráneo; el gran desarrollo del tema de metopas y la coexistencia, juntamente con las excisiones, de la llamada técnica de Boquique, obliga a plantear el problema de la cerámica excisa española con bases muy distintas a las de hace sólo unos años».

Abundando en este criterio, Pellicer (1985) opina que el itinerario propuesto para la cerámica excisa, que procedente del SO. francés (donde no existe) penetraba por Roncesvalles, siguiendo la vía de los ríos Agra y Zadorra, en cuya desembocadura atravesaba el Ebro para proseguir hacia la Meseta y el Bajo Aragón, habría que considerarlo ahora en sentido contrario.

Recordemos a este respecto que, tanto en el Cabezo Redondo como en la Isleta del Campello, «instalación del Bronce Valenciano con fuerte matización argárica, que bien pudo ser completamente argárica», en opinión de su excavador Llobregat, han aparecido hachas dobles de piedra que este último autor denomina, más por comodidad que por convencimiento, «brazaletes de arquero», aunque los considera como objetos suntuarios. El perfil del ejemplar del Redondo es el de las hachas argáricas, tipo II de Blance (1971), del que existen moldes y ejemplares de bronce en el mismo Cabezo. Lo interesante es que el «hacha doble» es uno de los temas profusamente empleado por los ceramistas de las Cogotas para adornar sus vasijas (Arteaga y Molina, 1976), figura 4, tabla 2, números 53 a 59. Es lícito, pues, suponer que un tema tan mediterráneo como el del «labrys» o doble hacha llegara desde la costa y el valle del Vinalopó hasta la Meseta, y no al revés. El tema perdura hasta lo ibérico, como demuestra el «toro» de Villajoyosa, expuesto en el Museo de Alicante, que lleva también incrustada en la frente una doble hacha (Llobregat, 1974).

Debemos recordar asimismo que la influencia llamémosle «céltica» ha llegado, efectivamente, a la comarca de Villena, pero no al Cabezo Redondo, que terminó su vida en el Bronce Pleno, sino a la necrópolis de incineración del Peñón del Rey, que está ya en plena zona de lo ibérico.

Y surge aquí el problema de aclarar cuándo nace el poblado del Cabezo Redondo y cuáles el momento de su extinción. Para nosotros, y en eso estamos plenamente de acuerdo con Hernández Pérez (1985b), el Cabezo comienza a poblarse en el Eneolítico, cuando los habitantes del llano -Casa de Lara, Arenal de la Virgen, La Macolla-, se enriscan de nuevo, como ya lo habían estado sus antepasados mesolíticos y neolíticos -La Huesa Tacaña, Cueva del Lagrimal-; y así parecen probarlo sus puntas de sílex y hueso, su botón con perforación en V, sus cerámicas rayadas, incisas, puntilladas e incrustadas y los vestigios de enterramientos colectivos. Pronto recibió las influencias del SE., probablemente a través de la cuenca del Segura, aunque no hay que descartar el altiplano de Jumilla-Yecla, en donde hay multitud de yacimientos que están todavía por estudiar, (Molina, 1986); Molina Grande y Molina García (1973); Nieto y Martín (1983). Para Navarro Mederos (1982) Villena debió estar al principio inscrita en la misma cultura del Bronce Valenciano, hasta que comenzaría a tener estrechos contactos con el círculo argárico durante el Argar B a través del pasillo Jumilla-Yecla, los cuales van a provocar a mediados del II milenio a. de C. cambios culturales en el Cabezo Redondo y otros poblados de la zona que reciben fuertemente el impacto argárico. Este yacimiento «pudo haber sido, en la segunda mitad del segundo milenio, un importante centro cuya influencia debió en parte recibirse en el valle medio del Vinalopó».

Para De la Torre (1978), en un momento relativamente temprano se inicia la difusión de la cultura argárica hacia el interior desde su foco originario   —151→   en la costa almeriense, extendiéndose por las altiplanicies granadinas y la cuenca del Segura. El límite occidental estaría entre las provincias de Granada y Jaén, para llegar por el este a la zona de Villena y al valle del Vinalopó. Entre los elementos que confluirían en la formación del grupo argárico estarían los que integran el llamado por algunos autores «horizonte de reflujo»: botones con perforación en V y, en especial, los brazales de arquero, elemento característico del Argar y que también se aduce como típico del Bronce Valenciano. Para este autor, la inhumación individual dentro del poblado sería definitiva para considerar como argárico cualquier yacimiento.

Pero han surgido nuevos hechos, y con ellos nuevas teorías que complican la cuestión, como la «Cultura de las Motillas» o el «Bronce Manchego», hasta el punto de que, en un trabajo relativamente reciente (Nieto y Sánchez Meseguer, 1980), se duda incluso del carácter argárico de los enterramientos en urna de nuestro yacimiento, que tienen exacta réplica en sepulturas del «Cerro de la Encantada» (Granátula, Ciudad Real).

No todo esto es nuevo. Si los yacimientos de Callosa de Segura y Orihuela nunca han dejado de ser considerados como argáricos, no sucede lo mismo con el Cabezo Redondo, que algunos, sin excesivos elementos de juicio, siguen considerando como del Bronce Valenciano, no obstante su potencia, riqueza y complejidad. Y ello a pesar de que Tarradell, que en 1963 creó el Bronce Valenciano, llevando las fronteras de lo argárico hasta el río Segura, seis años después, con más amplios conocimientos de la arqueología villenense, no dudó en extender aquella frontera hasta el río Vinalopó, para incluir en su demarcación precisamente el Cabezo Redondo, al que calificó como «netamente argárico y prototipo de los de la comarca villenense», que tienen, indudablemente, una acusada personalidad. Es lo que nosotros veníamos propugnando desde tiempo atrás (Soler, 1953).

En cuanto a la fecha del asentamiento, habría de remontarse al principio del segundo milenio, porque el vecino poblado de Terlinques (Soler y Fernández Moscoso, 1970), que se halla a menos de cuatro kilómetros del Redondo, ha sido fechado en 1850 a de C., lo que encaja bien con los 2340 de Los Millares, los 1980 de la Ereta del Pedregal y los 1865 de Serra Grossa. Terlinques, que ha dado una de las fechas más altas para la Edad de Bronce, ha suministrado objetos de oro y plata, en lo que viene a sumarse a los del Cabezo de la Escoba, Puntal de los Carniceros, Peñón de la Zorra, Cabezo del Molinico, Las Peñicas y el propio Cabezo Redondo. Es una larga historia de orfebrería prehistórica que desemboca en los impresionantes conjuntos del «Tesorillo» y del «Tesoro de Villena», para los que se han querido buscar lejanas y extrañas procedencias.

Según el dictamen del Dr. Hartmann, el oro de los tesoros villenenses procede de arenas fluviales y se remonta a la Edad del Bronce, porque ha sido trabajado en estado natural, en contraste con el de unos pendientes ibéricos del Puntal de Salinas, que se presenta con aleación de cobre. Por Villena solo discurre el Vinalopó, «posible río aurífero según la toponimia», en opinión de la Dra. María Jesús Rubiera (1985), que justifica con el topónimo ilicitano «Orihula», situado en las cercanías del Hondón de Elche, y que está en paralelismo con su homónimo «Orihuela». Ambos parecen referirse al étimo latino «aurios», oro, con el diminutivo «ola», etimología que todavía estaba vigente en época árabe. Es esta una sugestiva hipótesis que habría de ser justificada con datos más firmes.

Porque otro de los puntos discutidos es el de la cronología del «Tesorillo», aparecido en la ladera oriental del Cabezo. Fuera de nuestras comarcas, en el yacimiento de Cuesta del Negro, de Purullena (Granada), apareció una joya de oro que los excavadores del yacimiento (Molina y Pareja, 1975), describen así: «colgante de oro de forma cónica y prolongación superior cerrada, con dos orificios cerca del extremo». La única diferencia con el aparecido en el enterramiento infantil de la «Cueva Oriental n.º 1» (Lámina 16, A) es esa de tener el tubo cerrado por el extremo. Del mismo tipo, con puntos en relieve alrededor de la boca, son los diez ejemplares que aparecieron en el «Tesorillo» (Lámina 106). El de Purullena surgió en el Estrato V/S., acompañado por tiestos con decoración incisa y puntillada similares al de nuestra figura 108, 1, además de gran cantidad de lo que llaman «fuentes», sin carena indicada y con el borde vertical o, a veces, algo inclinado hacia el interior. Son, como se ve, los «cuencos carenados», una de las piezas más típicas de nuestro yacimiento. Digno de señalarse es el hecho de que el Estrato V/S. de Purullena, superpuesto al IV/S. en que apareció el colgante, ha sido fechado en 1185 a. de C., y suponiendo que el colgante o botón de Purullena y los del «Tesorillo» sean coetáneos, lo que es más que probable, tienen que ser anteriores a esa fecha, con lo que nos aproximamos al 1.200 como final del Cabezo Redondo, que aún estaba vigente en 1350, fecha proporcionada por el Departamento XV.

Dijimos ya que, a nuestro parecer, las viviendas del poblado comenzaron a edificarse en las zonas altas de la ladera occidental, cerca de la cima, porque   —152→   los departamentos emplazados en aquella zona suministran materiales no tan abundantes y variados como los de las zonas bajas. Estos últimos (Departamentos VI, XV y XVIII), sufrieron los efectos de un violento incendio que hizo abandonarlos a sus habitantes. Corresponden, pues, a la fase final del yacimiento, que es la de 1350 a. de C., suministrada por uno de los postes de sustentación del XV. Y parecen corroborar estos supuestos el análisis de un tronco de madera que calzaba la hilada inferior del muro oriental del Departamento VII, contiguo al XV ladera arriba, que ha dado la fecha de 1650 a. de C., la misma obtenida para el Argar II de Fuente Álamo, al que corresponden, entre otras cosas, los botones con perforación en V, los brazaletes de arquero y los adornos de oro (Schubart y Arteaga, 1983).

Conjugando todos los datos expuestos, vemos que la evolución de la Edad del Bronce en estos parajes dura medio milenio cuando menos, desde 1850 hasta 1370, y no es difícil percatarse de que el yacimiento de Terlinques, que es el que ha proporcionado la fecha más alta, no podemos asegurar que sea el más antiguo de la comarca, aunque el Cabezo Redondo sí parece ser el más moderno, por lo menos en su etapa final.

Habrá posibilidad de aclarar estas y otras cuestiones cuando se excaven los veinte yacimientos de la Edad del Bronce extendidos por ese nudo estratégico que tiene al Cabezo Redondo como centro de irradiación. Yacimiento este que ha sufrido violentos ataques y destrucciones durante muchos años, pero que aún nos tiene reservados, no es aventurado predecirlo, un cúmulo de datos del mayor interés.

Los que ahora presentamos fueron obtenidos hace mucho tiempo, en unas excavaciones de urgencia simultaneadas con el disparo de barrenos por los canteros y con muy escasos medios a nuestro alcance. Y no queremos dejar de testimoniar aquí nuestro afecto y gratitud para aquellos obreros que nos acompañaron alternativamente durante las dos campañas: Juan Sánchez Sansano y Martín Pérez González como capataces, con José Calabuig Fuentes, Francisco Gil Domene, Andrés Martínez García, Juan Sánchez Martínez, Ramón Hernández García, José Ugeda Lillo y Emilio Casanova.

Ya en el trascurso de aquellos trabajos, pudimos contemplar, sin poder evitarlo, cómo se arrasaban los Departamentos III, IV, VI y gran parte de los señala dos como I, XI y XV. Todo ello, sumado a la acción depredadora de los grupos clandestinos, ha hecho desaparecer muchos vestigios de aquellos trabajos, que hoy solo pueden contemplarse en los documentos gráficos que nos han quedado, y que hemos podido dar a conocer ahora gracias al mecenazgo del Instituto de Estudios «Juan Gil-Albert», de la Diputación Provincial de Alicante, y al Ayuntamiento de Villena.

En la redacción de índices de esta compleja obra, confrontación de referencias y corrección de pruebas, nos ha sido de inestimable ayuda la colaboración de María Dolores Vargas, María Teresa Flor y Laura Hernández.

Para todos ellos, personas y entidades, nuestro más profundo agradecimiento.