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Expedición al Chaco, por el río Bermejo

Adrián Fernández Cornejo



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[Indicaciones de paginación en nota1]



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ArribaAbajo Discurso preliminar a la expedición de Cornejo al Chaco

No es remota la época en que se pensó en hacer navegable el Bermejo, llamado por antonomasia el Río Grande del Chaco. Sus primeros exploradores no tuvieron más objeto que reducir a los indios, para disponerlos a recibir la luz evangélica, y en estas tareas consumieron cerca de dos siglos, sin que los resultados correspondiesen a las esperanzas, ni tampoco a los esfuerzos que se hicieron para alcanzarlos. Mientras que se extendían las conquistas espirituales en el Paraguay, y en el territorio de los Chiquitos y Chiriguanos, se tuvo que abandonar las que se habían iniciado en el interior de ese gran valle, bañado por las aguas del Salado, del Bermejo y del Pilcomayo.

La resistencia de los bárbaros no se limitó a repeler la agresión, sino que invadieron las provincias contiguas; y estos asaltos, que mantenían en continua zozobra a las poblaciones, determinaron a los gobiernos a volver al primer plan, de someter los indios al yugo del cristianismo.

Las provincias de Tucumán y Salta, como las más interesadas en estas empresas, las fomentaron con un tesón incansable. Varios de   —II→   sus caudillos, y sus mismos gobernadores se lanzaron con valentía en medio de ese enjambre de salvajes, para establecer doctrinas en sus guaridas. Los que quisieran tener algún conocimiento de estas tentativas, pueden consultar la obra del señor Arenales2, en que se refieren con más exactitud que en ninguna otra publicada sobre el Chaco.

Pero creemos que ninguna de estas expediciones, hasta la de Arias inclusivamente, tuvo por objeto navegar el Bermejo; y si debemos suponer en el gobernador Campero la mira de hacerlo sondear, porque mandó alistar dos canoas para la campaña de Arrascaeta, el ningún uso que se hizo de ellas nos induce a creer que, o no se acabó de construirlas, o fueron abandonadas poco después de haber salido del astillero.

La expedición de Matorras, importante bajo todos aspectos, fue enteramente terrestre, y el mismo carácter lleva la de Arias, que no se apartó de las huellas de su predecesor, costeando el río hasta La Cangayé3. Es verdad que fue en un barco, de esta reducción a Corrientes; pero esta excursión parcial, hecha sin intención de abrir una comunicación por agua con Salta, no le da derecho a que se le considere como el primer descubridor de la navegación del Bermejo. Esta gloria pertenece incontestablemente a su compatriota Cornejo, que desde el año de 1777 se ofreció a explorarlo a su costa, aunque no pudo efectuarlo antes de 1780.

El mismo doctor don José Antonio Arias reconoce en Cornejo este mérito, cuando al empezar el capítulo XIII de su Descripción corográfica del Chaco, se expresa en los términos siguientes: «Nunca se surcaron los ríos de Jujuy, Tarija y Grande, por esta provincia del Chaco,   —III→   con canoas ni barcos de mediano porte, hasta el presente año de 1780, en que el Coronel don Juan Adrián Cornejo, vecino de Salta, intentó cumplir la promesa, que estos años pasados hizo a la Majestad Católica, de descubrir estos ríos, y conducirse por ellos a su costa, hasta la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes».

Antes de Cornejo no se hablaba sino de reducciones, y sólo después de la solicitud que este jefe elevó al virrey Ceballos, en 24 de diciembre de 1777, se examinó si convenía admitir la propuesta de navegar el Bermejo.

En aquel tiempo hasta los servicios útiles, prestados con desinterés por ciudadanos beneméritos, encontraban dificultades en realizarse. Cornejo tuvo que solicitar como un favor el consentimiento del Virrey para gastar parte de su peculio en este descubrimiento; y cuando lo hubo conseguido, otros incidentes, que no es ahora del caso referir, le arrebataron gran parte de la celebridad a que aspiraba.

Afligido, pero no desalentado, se preparó para una nueva expedición, que no pudo emprender hasta el año de 1790. «La ignorancia, dice un escritor contemporáneo, la envidia, la calumnia y la perfidia, que se complacen en oponer obstáculos a las grandes empresas, hicieron los mayores esfuerzos para contrariar la de Cornejo»4. Casi se resignaba a olvidarla, cuando llegó a Salta el virrey Arredondo, que venía a relevar del mando al marqués de Loreto. Su esposa, doña Josefa Mioño, dama de sentimientos nobles y piadosos, oyó con interés los detalles del primer viaje de Cornejo, y le ofreció toda su cooperación para el segundo. Esta protección inesperada reavivó las esperanzas de este jefe, que a los pocos meses estaba surcando las aguas del Bermejo, y con tal confianza, que no trepidó en asociar sus dos jóvenes hijos a los azares de una navegación desconocida.

  —IV→  

En el acto de embarcarse dirigió a sus compañeros, cuyo número no excedía de 32 individuos, una breve alocución, que merece ser registrada entre los trozos más elocuentes que ha inspirado el entusiasmo. No podemos resistirnos al placer de transcribirla:

«¡SOLDADOS! Lo único que llevamos contigente es la victoria, siendo ciertos los trabajos y evidentes los peligros. Nos arrojamos a un piélago incógnito, a países desconocidos y a las puertas del bárbaro infiel, cuyas huestas son numerosas: donde no habrá más ley que favorezca que la fuerza, ni asilo donde acogernos que el de nuestras armas y valor. Pero debemos premeditar que nuestros gloriosos progenitores nos dejaron grabado en sus escudos, de que blasonamos ser herederos, que son encumbradas las palmas, y que ninguno empuñará sus ramas desde el profundo valle del ocio, etc.».



El día 27 de junio de 1790 este intrépido argonauta zarpa del paraje en donde las aguas del río de Centa se mezclan con las del Bermejo, y el 20 de agosto siguiente, desemboca al río Paraguay, enfrente del fuerte de Curupaytí, dejando abierta esta preciosa puerta al comercio, y a los nuevos establecimientos del Gran Chaco.

Las circunstancias de esta memorable navegación son tan puntualmente relatadas en este diario, que ninguna ha sido desmentida por el señor Soria, en su informe de la última navegación del Bermejo5.

Bajo otro gobierno, los aplausos y la gratitud pública hubieran estallado al rededor de Cornejo, y ahora su nombre brillaría grabado en algún monumento. Pero no eran los tiempos en que los descubrimientos útiles inmortalizaban a sus autores. Cornejo entró ignorado a Buenos Aires, y su diario, puesto en manos del Asesor de   —V→   Guerra, para correr los trámites de un expediente ordinario, fue entregado al polvo de los archivos, sin honrar siquiera con una expresión benévola el mérito del que había demostrado la posibilidad de navegar el Bermejo.

Talvez se hubiera perdido hasta el recuerdo de este viaje, si los editores del Mercurio Peruano no lo hubiesen inserto en su colección, cuyas copias son tan raras en nuestros días, que la reempresión de este documento no debe mirarse como superflua.

Buenos Aires, marzo de 1837.

Pedro de Angelis





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ArribaAbajo Descripción del río Bermejo

El Río Bermejo es el que, naciendo en las serranías de Tarija, pasa por las inmediaciones de esta ciudad, donde toma el nombre de río de Tarija, y con el cual discurre por toda su jurisdicción, en donde le entra el río de las Salinas, y atravesando las cordilleras de los Chiriguanos, sale a los famosos Llanos de Manso, conocidos con el nombre de Gran Chaco Gualamba. A las faldas de estas cordilleras que caen al Chaco, se le une, por la parte del poniente, el río Bermejo y le da su nominación, desde donde le llaman, unos el río de Tarija, y otros el Bermejo. Poco más abajo le entra, de esta misma parte, el río Baritú6, y siguiendo su curso, pasa por las inmediaciones del valle de Centa, y a cuatro leguas de distancia del presidio que allí tenemos, se ven las aguas de su río, llamado de Centa, que asimismo le entra del poniente. A las doce leguas abajo, le entra el río de Santa Cruz, siempre del poniente, y a cuatro y media leguas de distancia de este sitio, yendo con su dirección al sur, se junta con el río grande de Jujuí y Salta, con el nombre de Siancas. A las diez y ocho leguas de estas juntas le entra del norte un río con bastante agua, de que no tenemos noticia en la antigüedad, y no supieron darnos razón nuestros prácticos: y a las 81 leguas le entra, del poniente, el arroyo del Caimán. Desde Jujuí lo llaman comúnmente Río Grande; con este nombre discurre por lo restante del Chaco, hasta las cercanías de su ocaso, que es el río del Paraguay: allí vuelve a recuperar su nombre de Bermejo, y desemboca a dicho río, 24 leguas arriba de la ciudad de Corrientes, con dirección al este.

El principal curso del Bermejo, desde que entra al Chaco,   —4→   es el sudeste, aunque por la llanura del terreno da muchas vueltas casi a todos rumbos, y entra al río Paraguay, con su dirección al este, como se dijo. Es abundantísimo de pesca, y con ella se mantienen los indios que habitan sus márgenes: desde las puntas de Santa Cruz es navegable, aunque se considera que el puerto que sirva de escala para el Perú, será más conveniente sea tres leguas más abajo, donde llaman el Paso de los Indios, de donde hay camino llano, que en distancia de 40 leguas sale al camino real de Potosí, cinco leguas arriba del pueblo de Omaguaca. Desde este sitio no tiene el río embarazo alguno para navegarlo, si no es a las 48 leguas abajo de las reducciones de Cangayé, donde hay algunos pasos estrechos que se hallan notados con prolijidad en el diario, y con su noticia serán de ningún peligro: por mucho que explaye el río no le falta canal, y en ella tres varas de fondo; aunque por lo regular lleva más fondo, y en partes mucha profundidad.

Por todo el Chaco va formando el Bermejo hermosas vegas, particularmente hasta las reducciones, desde donde corre más estrechado de barrancas: afuera se ven hermosos campos, de muy buenos pastos, y algunos montes altos de variedad de arboledas; se conoce que en sus crecientes se derrama a los campos por madrejones7 que tiene, donde forma lagunas que abundan de pescados.

Hállanse las márgenes del Bermejo pobladas de innumerables indios, particularmente de la banda oriental; ya sea porque los terrenos sean mejores y más abundantes de caza, o por considerarse más seguros de nuestras invasiones. Desde las juntas del Río Grande con el Bermejo hasta las inmediaciones de las reducciones, que habrá 216 leguas, está poblada esta banda de indios de la nación Mataguay, sin que haya indio de otra nación, aun de la banda occidental. Desde dichas juntas hasta cerca de la Esquina Grande, que dista de ella 82 leguas, se ven muchas rancherías de ellos: viven estos indios en las márgenes del río, donde los terrenos son altos y no se inundan, o fuera sobre las lagunas y madrejones que, dijimos, deja el río en sus crecientes. Su principal alimento es la pesca, que la hacen, o con líneas, o formando unos corrales en las playas donde tienen sus piedras, o con flechas en que son muy diestros: ayuda a su sustento la variedad de caza que crían aquellos campos y bosques. Es gente poco guerrera, y tienen pocos caballos: su vestimenta es de pieles de animales; son muy aficionados al comercio, y cuanto tienen procuran vender, sin reservar los pellejos con que se visten.

Desde la Esquina Grande hasta las inmediaciones de las reducciones   —5→   por la banda occidental, habitan los indios de la nación Chunupís8 de la parcialidad de Chinchin. Compondrá esta parcialidad como 400 almas, son indios de mejor trato y muy belicosos: hacen sus mantas con que se visten; se alimentan de la pesca y de la caza, como los Mataguayos.

A las 223 leguas de las mencionadas juntas, y 141 de la Esquina Grande, se halla en la banda occidental la reducción de San Bernardo de Tobas, y a las 26 leguas abajo, siguiendo el curso del río, se halla la reducción de Santiago de Mocobís, llamada vulgarmente de la Cangayé: está situado el primer pueblo como un cuarto de legua distante del río, y el segundo como a media legua.

Desde aquí hasta la desembocadura del Bermejo al río Paraguay, habitan los indios de las naciones Mocobís, los Tobas, que no están sujetos a estas reducciones, y una corta parcialidad de Atalalás: estos indios son de a caballo y belicosos, viven de la caza y tienen ovejas, de que hacen sus mantas. Son de mejor trato que los Mataguayos, pero todas estas naciones juntas no componen con mucho el número de aquellos.

NOTA.- Así en esta descripción como en el diario, las veces que se ofrezca mencionar las bandas del río, las llamamos banda oriental y occidental: la que debe entenderse atendiendo al principal curso del río, que, como se dijo, es sudeste. Aunque, dando este muchas vueltas, como se ha prevenido, quedan a varios rumbos sus bandas; pero causaría confusión para la inteligencia de las noticias, por lo que pareció más conveniente usar de aquellas voces, con esta nota para su inteligencia.


Relación

Por los años de 1730, hallándose la provincia del Tucumán en una tranquila paz por la parte del Chaco, consideré lo conveniente que sería adelantar su conquista: lo que me parecía debía hacerse, avanzando nuestros fuertes sobre las márgenes del Río Bermejo o Grande, donde se encuentran sitios más acomodados.

Este pensamiento, si se verificaba, era de conocidos intereses para la religión y el estado, a más de ampliarse los dominios de nuestro Soberano: porque, avanzando nuestros fuertes sobre dicho río, se cortaba la comunicación de los indios de las reducciones con los bárbaros, y su retirada en caso de sublevación; sobre todo se facilitaba su conversión. Los bárbaros, principalmente los que habitan las riberas de dichos ríos, cederían a nuestras superiores fuerzas, y no   —6→   teniendo donde retirarse por las continuas guerras que sostienen con los del Pilcomayo, se verían precisados a tratar, y aun a recibir nuestra ley. Fuera de esto se facilitaba el pensamiento que en aquel tiempo ocupaba la atención del gobierno de Tucumán, que era el de fundar algunas reducciones sobre este río, como de facto se verificó: y si justamente se hubieran avanzado los fuertes, estuviera floreciente el dominio de la religión en alguna parte, que es el logro en que más se interesa la piedad de nuestro Soberano.

El estado lograba el goce pacífico de los dilatados terrenos que hay entre nuestras fronteras y el Bermejo, y principalmente se facilitaba con este pensamiento la comunicación del Paraguay y Corrientes con las provincias del Tucumán y Perú, teniendo tránsito breve de unas a otras por este río; y que esta provincia, que no tiene más fondo de subsistencia que su yerba, lograría internarla con brevedad y facilidad al Perú, de donde traería al otro la plata, ropa de la tierra, y algunas obras que allí se hacen, y se necesitan.

Todas estas razones bien ponderadas, me pareció muy conforme a mi celo representarlas al superior gobierno de Buenos Aires, al fin de que se tomasen las providencias para establecer un pensamiento en que evidentemente se preveían consecuencias tan útiles: como de facto las representé, siendo virrey el excelentísimo señor don Juan José de Vértiz.

Y reflexionando que el principal medio para facilitar la realización de esta empresa, era investigar si dicho río era navegable, me comprometí a hacer este reconocimiento a mi costa y mención, y sacrificar mis intereses en facilitar este arbitrio, que conceptuaba debía ser el primero y más útil para este establecimiento.

Porque, desde que este río sea navegable, será seguro el tránsito por él, aunque los indios se alzasen e inundasen los terrenos con su multitud: que como ellos no tienen el uso de la navegación, no podrían impedir el aviso a la capital de Buenos Aires, a Corrientes y Santa Fe, ni tampoco que por estas vías fuesen socorridos los fuertes de víveres, pertrechos y gente; y particularmente de la ciudad de Jujuí, de donde aguas abajo se podrían socorrer con prontitud de lo sobredicho; y esta ciudad tiene a la ribera de su Río Grande mucha y buena madera para la construcción de buques, como se dirá adelante.

Vista la representación por aquel superior tribunal, y pesadas   —7→   con la madurez que acostumbra sus razones, halló ser muy del servicio del Soberano, por tanto dignas de que aquel superior gobierno tomase las providencias correspondientes para su establecimiento. Y atento a que las diligencias propias debían ser el descubrimiento y navegación del río a que me comprometía, se libraron las licencias correspondientes, para esta empresa, por el excelentísimo señor Virrey con expresiones muy honoríficas.

Habiendo recibido las licencias mencionadas, acopié los víveres y pertrechos necesarios, y apresté la gente de guerra y mar que conceptué precisa: y dispuesto todo, me encaminé a las fronteras de Jujuí, desde donde debía empezar el descubrimiento. Y habiendo llegado a la mencionada frontera sobre el río de Ledesma, construí un barco y dos canoas para sondear y reconocer el río; y habiendo bajado hasta su desembocadura al Río Grande de Jujuí, seguí mi derrota hasta las cercanías de este con el Río Bermejo o de Tarija, con grandísimos trabajos, por los muchos bancos que embarazaban la navegación a causa de las pocas aguas de aquel año.

Por los inconvenientes expresados, y los que representé al superior gobierno, determiné suspender la prosecución de la empresa hasta el próximo año: y como en este acaecieron las alteraciones de los indios del Perú que también trascendieron a los del Chaco, tuve que retirarme segunda vez de Centa, por no tener quien me auxiliase para llegar a donde tenía mi barco.

A fines del año de 1789, en que enteramente no pensaba en asunto de mi empresa, pasó por Salta el excelentísimo señor don Nicolás de Arredondo, a quien Su Majestad se había dignado elegirle virrey de Buenos Aires. Tuvo este excelentísimo señor noticia de mi plan, y penetrando con su alta comprensión las utilidades de él, halló por digno objeto de su piedad y celo, cuyo efecto es el benigno influjo con que contribuye al bien del estado, el promover y proteger esta empresa: y particularmente la excelentísima señora doña Josefa Mioño Bravo de Hoyos, su esposa, que venía en su consorcio, a quien debió el estado la expresión de que, si faltasen caudales para esta empresa, vendería sus alhajas, cuando no hubiese otros arbitrios para allanar la conquista y conversión de los infieles del Chaco; y creo del ferviente celo de esta excelentísima Heroína logren sus habitadores la gloria de recibir de sus piadosas manos la salud espiritual y civilización. Con este pensamiento me alentaron a que de nuevo empezase la empresa,   —8→   significándome se interesaba en ella su celo, y prometiéndome su protección.

Bien considero con la larga experiencia las dificultades de esta expedición en aquella circunstancia, porque había sido el año de muy pocas aguas, y era mucho aventurarse pretender navegar un río en año tan escaso, sin saber los derrames que tenía. A más de esto era corto el tiempo para que esta navegación se emprendiese en el próximo año; porque, pasados los meses de abril y mayo, decaen mucho las aguas de los ríos de que se forma este, aun en los años regulares de lluvias: en estos meses no se podrían construir las embarcaciones, que deberían ser una de mediano buque y otra pequeña para sondear el río. Sin embargo atropellé con todas, y más cuando a mi propensión al servicio de nuestro Soberano, me estimulaba el deseo de complacer los piadosos designios de los excelentísimos señores, en cuyo alto concepto hallaba aprobado un pensamiento de que había tenido la gloria de ser el autor.

A principios del año 1790 comencé a hacer las prevenciones necesarias para la empresa, dando providencias para que sobre el río de Centa se construyesen las embarcaciones, supliendo con la copia de artífices a la escasez del tiempo; mientras en Salta acopiaba los víveres y municiones, y aprestaba la gente de guerra y mar que conceptué necesaria. Asimismo solicité a don Juan José Acevedo, que tenía conocimiento de mucha parte del Chaco, y entendía los principales idiomas que hablaban los indios que habitan las riberas de este río, por haberse criado con ellos cautivo, para tomar lengua, reconocer su mente, y anoticiarme de los parajes y calidad de terrenos inmediatos al río: y a fines de mayo salí de Salta conduciendo todo lo dicho, para las fronteras de Jujuí, donde llegué a principios de junio. El día 15 de este se concluyó la embarcación, el 16 se echó al agua y se condujo por el río de Centa a las juntas de este con el Bermejo, donde pretendía hacerme a la vela, por tener navegado el Río Grande de Jujuí hasta sus juntas con el Bermejo, como se dijo.

Este día hice la reseña de mi gente, para la distribución de ella y establecimiento del método y precauciones que necesitaba tan peligrosa empresa. Se componía esta de 26 soldados, hombres de valor y experiencia militar, con don Juan José Cornejo, mi teniente, y don Antonio Cornejo, alférez, hijos míos: mi ayudante mayor, don José Lorenzo Doncel de Villena, don José Acevedo, muy práctico y de consejo, por las muchas expediciones que había guiado siempre de baqueano e intérprete; acompañándome en clase de capitán voluntario, el doctor don Lorenzo Villafañe.   —9→   La gente de la tripulación fue escogida por su acreditado valor y pericia, en los que se eligieron para artesanos.

Presentes unos y otros, después de distribuidas mis órdenes, los exhorté a que tomasen con valor esta empresa, con un grave y eficaz razonamiento en que dije:

«Lo único que llevamos contingente es la victoria, siendo ciertos los trabajos y evidentes los peligros. Nos arrojamos a un piélago incógnito, a países desconocidos y a las puertas del impío bárbaro infiel, cuyas huestes son numerosas: donde no habrá más ley que favorezca, que la fuerza, ni asilo donde acogernos que el de nuestras armas y valor. Pero debemos premeditar que nuestros gloriosos progenitores nos dejaron grabados en sus escudos, de que blasonamos ser herederos, que son encumbradas las palmas, y ninguno empuñará sus ramas desde el profundo valle del ocio y retrete del descanso; y sobre todo, lo que más debe esforzarnos es, que no llevamos otro objeto que el aumento de nuestra Religión y el servicio de nuestro Católico Soberano: motivos poderosos en los pechos leales para esperar la divina protección, y con ella nuestra felicidad y acierto».

Recibieron todos con mucho agrado la exhortación, y me significaron su más pronta resolución a despreciar los peligros. Les demostré toda complacencia de ello, y los mandé retirar hasta el otro día siguiente, 17 de junio, que caminé con toda la gente y pertrechos a las juntas de los ríos, donde me mantuve hasta el 27, aprestando la embarcación grande, mientras se concluía una canoa de doce varas.




Descripción del Valle de Centa, y conveniencias de su sitio para una población española

Con motivo de haber escogido el Presidio de Centa como de plaza de armas, y las juntas de su río con el Bermejo o Tarija para principio de mi navegación y descubrimiento, no parece ser ajeno de este lugar hacer una descripción de este valle, y demostrar las conveniencias que tiene para formar un pueblo de españoles. Hállase situado en la vertiente del río de Tarija que caen hacia el Chaco, entre dichas vertientes y el Bermejo o de Tarija: su temperamento es ardiente, pero las vecinas serranías nevadas lo refrescan. Báñalo un río, que naciendo de las vertientes del valle de Omaguaca que caen al Chaco, pasa por   —10→   medio del valle, de donde toma la denominación de río de Centa: forma en todo el valle hermosas vegas y así en las vertientes. Están pobladas sus márgenes de grandes montañas, con variedad de árboles, así frutales como útiles para maderas; y sus aguas se pueden conducir por acequias a regar dilatados terrenos, porque es abundante: asimismo abunda mucho de pescados de diversas especies, y se crían tan hermosos, que aseguran los comandantes y curas doctrineros de allí, que se sacan róbalos de cuatro arrobas.

En el centro de este valle está fundado un fuerte, titulado, Nuestra Señora de las Angustias de Centa, y una reducción de indios Mataguayos, cuya capilla y habitación para los doctrineros está contigua del fuerte. El terreno es aparente para toda especie de plantío y sembrado, porque tienen su huerta, donde cosechan con abundancia cuanto quieren sembrar, y mantienen variedad de árboles frutales, como naranjos, limones, duraznos, higueras, parrones, etc.: y particularmente se da muy viciosa caña de azúcar y el tabaco. Para esta huerta y el presidio han sacado de este río una acequia, y con facilidad y del mismo modo pueden sacar para todo el valle.

Para la cría de ganados hay campos, y las hermosas vegas del río y montes, donde se encuentra mucha variedad de árboles muy hermosos: como son, cedros, nogales, pacarás, lapachos, quinaquina, hurundey, árboles de mora, quebracho, guayadí, palo blanco, mucha variedad de sebiles, espinillo, mato arrayán, algarrobo, chañar, tipa o sangre de drago, pacayes, que dan la fruta de este nombre, y otros muchos árboles frutales que no se conocen: advirtiéndose mucho monte que ocupa dilatadas distancias de una y otra banda. Hay también la planta de añil que se ve silvestre, y que cultivado sería superior, y muchas raíces que comen los indios, y otras de que usan para sus enfermedades, por lo que son dignas de registrarse con atención, y tienen mucha miel de colmena.

Para el comercio es un lugar muy aparente, porque de este valle sale el camino para el Perú, y se junta con el camino real de Potosí, cinco leguas arriba de Omaguaca, y este sitio dista solo del valle 30 leguas, y por este podrían sacar las mieses a la Puna y minerales de Chichas: particularmente sus mieses y ganados, que venderían con aprecio por carecer mucho de estas especies, y ocurren a Jujuí y Salta por ellas, estando más distantes. Para abajo tienen el río, por donde pueden conducir sus efectos hasta la capital de Buenos Aires, formando el puerto para su navegación abajo de las juntas de Santa Cruz, en el sitio que llaman el Paso de los Indios, desde donde hay camino llano al fuerte en que pueden rodar carretas,   —11→   y distará 10 ó 12 leguas del fuerte. De este sitio no hay embarazo alguno para navegar, y, como se dijo, sobre el río de Centa hay maderas correspondientes para la construcción de buques.

Y particularmente sería conveniente esta población para adelantar la conquista; porque de este valle, suponemos por conjetura muy fundada, que Tarija no dista ni 50 leguas río arriba, en igual distancia suponemos a las cordilleras de los Chiriguanos que caen hacia el Bermejo, las que son habitadas de muchos pueblos numerosos de indios: porque, según los prácticos que han entrado a comerciar con estos indios, así de la parte de Tarija, como de la de Santa Cruz de la Sierra, son pueblos numerosos los que hay en las cordilleras dichas, que se hallan comenzando por las inmediaciones a Santa Cruz. Dista 33 leguas el primero, que es Piray, la Florida, Cabeza, Abapó, Mazaví, Igmirí, Tacurú, Asero9, Pilipilí, Saypurú. Aquí tienen los Cruceños un fuerte; hay alumbre y alcaparrosa: síguense los pueblos de infieles, Piritu, Obao10, Parapití, hasta donde vienen los Cruceños a comprar cera, algodón, hilado, pieles curadas, teñidas de azul con añil morado, con hojas de árboles; siguen Macharatí11, Sararí, Guacayá, Coebo12, Ingre, Pilcomayo13. Aquí hay muchos pueblos, Caiza, Chimeo, Guacacangrí, Abatirí, Abiutirí14, Imbiazá, Caraparí, Sapaterá15, Cuevas Grandes, Cuevas Chicas, Iguacacangrí; este pueblo lo arrasó el coronel de Tarija, Mendoza, y se encontraron paredes altas, y un cubo con umbralada, y en ella un secreto que decía: «Cubo Santo Domingo». Se hallaron porrones, hortigueras, y hay tradición que fue poblada por los jesuitas.

A estos pueblos se podría entrar por Bermejo arriba, con mucha facilidad, desde Centa; pues no hay tropiezo alguno, y se facilitaría su subyugación, uniéndose con las fuerzas de Tarija que tiene sus fronteras hacia aquella parte: y si se consiguiera el sujetarlos, a más de quitarle un poderoso enemigo a Tarija y Santa Cruz, lograríamos se hiciese allí una cristiandad florida que tributase almas al Cielo, y al Rey Nuestro Señor una renta considerable, y serían útiles a sí mismos y al comercio; pues estos pueblos se sustentan de sus sementeras, y se visten, recogen algodón, cera, maíz, porotos, ají, añil, que tienen silvestre, y otros frutos. Hay cascarilla, aunque no la aprovechan, de todo lo que dan noticia los Cruceños y Tarijeños, que dijimos comercian con ellos.

Todas las comodidades dichas gozaría el pueblo que se fundase en Centa, las que son tan notorias que las conveniencias de sitio fueron conocidas desde las primeras conquistas: pues el coronista mayor del S. M. de las Indias, Antonio de Herrera, en su Historia general, Década 365 y 107, dice: «En las vertientes de las sierras del valle de Tarija, y del   —12→   valle de Omaguaca, en los llanos que bajan hacia el Paraguay, y junto al río Bermejo, estaría bien otra población, y gozaría de llanos y de sierras, etc.». Y no se puede dudar que, aunque la descripción está hecha con la corta noticia de aquel tiempo, no sea precisamente de nuestro valle. Tampoco carecerían sus pobladores del beneficio de tener minerales inmediatos, porque en las sierras de Cosquina, que no distan sino 30 y tantas leguas de él, sabemos hay minerales de plata y oro. Con lo que no le falta a nuestro valle ninguna de las buenas calidades que hacen apreciable un terreno para ser poblado, pues tiene los tres objetos políticos, esto es, minas ricas, tierras fértiles y gentes numerosas, que hacen la opulencia del estado: por lo que dicho valle por sí está recomendado para su población.





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Arriba Diario

Del viaje fluvial que el Coronel de milicias y regimiento de la Viña, don Juan Adrián Fernández Cornejo, vecino de Salta, emprendió a sus expensas, navegando el río Bermejo, que atraviesa la dilatada provincia del Gran Chaco, y concluye en el río Paraguay: cuya expedición ejecutó con solo 26 individuos de tripulación y bajo de su mando, por orden del Superior Gobierno de Buenos Aires



Día 27 de junio de 1790

Teniendo todo aprestado, nos embarcamos en las juntas del río de Centa con el Bermejo, con la gente de que hemos hecho mención; a las 2 de la tarde nos hicimos a la vela, y a corta distancia del puerto dio la embarcación sobre un tronco oculto en el agua, el que, según se reconoció después, tenía una punta aguda, y tan recia, que dando en el costado de la embarcación, le hizo un agujero considerable, sin embargo de ser gruesa la tabla, y comenzó a hacer agua: de forma que, con haber tomado las providencias más prontas y oportunas para ocurrir al peligro casi se anegó e inutilizó mucho bastimento, pudriéndose de solo bizcocho más de 40 arrobas. Desde este día se encargó de la formación del diario a don José Antonio Cornejo y Corte.

En este sitio nos demoramos dos días en reparar la embarcación, y seguimos el camino con mucha dificultad, de modo que en distancia de 12 leguas que hay desde las mencionadas juntas hasta las de Santa Cruz, gastamos 11 días: porque, desde media legua abajo del puerto, entra el río cortando unas lomerías altas, las que causan muchas caídas correnteras, que en parte tienen peñones grandes de tosca en el cauce del río; y particularmente a las 8 leguas, donde hay tantos peñones que se hace intransitable, y fue menester bajar tirada la embarcación. Pero es tan violenta la corriente, que no nos valió este arbitrio; porque, rompiéndose los cordeles, quedó nuestra embarcación al arbitrio de su ímpetu, conque dio   —14→   contra un peñón. Y aunque no se rompió por su fortaleza, se anegó segunda vez, y se inutilizaron muchos bastimentos, se perdieron muchos muebles, y veinte y tantas arrobas de bizcocho: de modo que, a no haber sido tan copiosa la provisión de víveres, y que parte de ellos iban en una canoa de 12 varas, no hubiéramos podido seguir la empresa. A más de esto, se ve el río lleno de raigones, que era preciso, para no peligrar en ellos, llevar la embarcación casi a brazos. Por este motivo gastamos tanto tiempo en tan corta distancia, de la que tomamos con esta generalidad, porque a más de no ser navegable el río, son inútiles sus riberas, porque la lomería que se dijo, es muy montuosa, de forma que ni los indios la penetran, y solo se ven huellas de tigres, antas: hasta salir a las mencionadas juntas de Santa Cruz, donde con gravísimos trabajos aportamos el día 7 de julio, habiendo gastado 11 días en superar los tropiezos que se han dicho. El día 8 llegamos al Paso de los Indios, que a tres leguas abajo de dichas juntas, el que se reconoció y se halló ser adecuado para el puerto. De este sitio, que es donde empiezan los planos, y de donde salimos el día 9, se dará razón individual.




Día 9 de julio

Este día salimos navegando al sud, y por espacio de cinco y media leguas que anduvimos, va el río, dando vuelta al sud, sudoeste y poniente: sus riberas son de cañaverales y sauzales; hasta una legua tiene alguna piedra menuda en el cauce; de allí adelante no tiene piedra alguna, sino una arena muy menuda. A la legua y media, viniendo el río al poniente, se junta con el Río Grande de Jujuí, que viene del norte y toma su nombre por todo el Chaco: no tiene barrancas de alguna altura. Aquí paramos temprano, para poner cubierta de cueros a la embarcación.




Día 10

Este día salimos navegando al sudeste, y por el espacio de cuatro leguas da el río pocas vueltas al sud y sudeste: sus riberas son de cañaverales, sauzales, y mucha maciega. A la legua y cuarto de donde salimos, se ven unas barrancas de mediana altura al poniente, que corren por algún espacio, y sobre ellas montes altos de algarrobales y de variedad de árboles, que se conoce ser terreno alto donde no alcanzan los bañados. Preguntado el práctico, dijo, que en aquel sitio se llegaba el río a los campos de San Francisco, que no se bañan y son muy   —15→   grandes y buenos. A las tres y media leguas se forma un pequeño brazo del río a la banda occidental, y vuelve a entrar media legua abajo, y en esta distancia forma el Río Grande explayados, donde arribamos este día: y se previene que, aunque en parte explaya mucho el río, nunca deja de llevar canal de tres varas de sonda.




Día 11

Este día salimos al sudeste, y por el espacio de siete y media leguas que navegamos, va el río dando vueltas al sud, sudeste y este, aunque su mayor curso es al sudeste y sud: sus riberas son de cañaverales, sauzales y mucha maciega. A distancia de legua y media del sitio donde salimos, se ven barrancas de mediana altura a la banda occidental, que corre como un cuarto de legua, y encima montes altos de variedad de árboles: se conoce ser terrenos altos que no se ven. Los mandé reconocer, y preguntado al práctico, dijo: que aquel terreno se llamaba el Algarrobal; que era de grandes campañas para afuera; que no la bañaba el río; que había muchos algarrobales, y con este motivo paraban los indios en él. A las siete leguas vuelve el río a allegarse a unas barrancas bajas a la banda occidental, y encima se ven montes espesos y variedad de árboles.




Día 12

Este día salimos al sudeste, y por el espacio de ocho leguas que navegamos, da el río muchas vueltas al sur, sudeste y este hasta el norte, aunque raras veces a estos rumbos: hasta las tres leguas van las riberas de cañaverales, sauzales y mucha maciega; adelante se ven algunos campos para afuera. A las dos y media leguas se llega el río a unas barrancas bajas que se ven al poniente, y encima algún monte: se conoce ser terreno que no se baña, y aparecen campos afuera. A las tres y media leguas del sitio donde salimos, viniendo el río al este, le entra un río de la banda oriental, que viene del norte con bastante agua: no supieron los prácticos darnos razón alguna. Desde estas juntas veíamos muchas humaredas de una y otra banda, y se conocía los muchos indios que habitaban por aquí: porque como las riberas del río se bañan, tienen sus rancherías sobre las lagunas que hay afuera.



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Día 13

Este día salimos nuevamente al sud, y por el espacio de seis y media leguas que navegamos, da el río muchas vueltas, casi a todos rumbos, aunque principalmente va al sud y sudeste: sus riberas son de sauzales; se ve que el terreno no es de tantos bañados; a las dos y media leguas se ven barrancas bajas al poniente, arriba montes de algarrobales, y al naciente se ven espaciosos campos. A las tres leguas del sitio donde salimos, viniendo el río al sud, se forma un brazo a la banda oriental que corre al sudeste, y al dividirse este brazo, que es angosto como de doce varas, forma un remolino que, por mucho que esforzamos los remos, nos detuvo un cuarto de hora sin poder salir de él. Por este brazo va la mayor parte del agua, quedando con muy poca el cauce principal, por lo que nos vimos precisados a seguir por él, aunque lleva mucha corriente, y va ceñido de barrancas de mediana altura, cubiertas de montes. A pocas cuadras de la entrada, en una vuelta que da al sud, se ven dos algarrobales sobre la barranca oriental, ladeados hacia el río, muy peligrosos: en muchos de ellos topó la cubierta de la embarcación y se maltrató; pero no tuvimos otra avería, aunque debe conceptuarse mucho peligro, si no se viene con toda precaución, por el poco gobierno que trae la embarcación, así por la mucha corriente, como por lo angosto del río. A la legua sale este brazo al cauce principal, de donde se aparta a las seis y media leguas, que fue el sitio donde arribamos este día. Se ven barrancas bajas al poniente que corren por algunas cuadras, y encima montes de algarrobales y cañaverales. En este día vimos muchos humos.




Día 14

Este día salimos navegando al este, y por espacio de ocho leguas que anduvimos, va dando vueltas el río al sud, sudeste, este y norte: sus riberas siempre de sauzales y poca maciega; a distancia de una legua se ven barrancas a la banda oriental, y afuera campos con algarrobales ralos que corren como media legua. A esta distancia se abre un pequeño brazo a la banda oriental, y entra al cuarto de legua; a las cuatro leguas se divide otro brazo, a la banda del poniente, que vuelve a entrar una legua abajo: en esta distancia se llega el río a unas barrancas a la banda oriental, y se ven campos hermosos con algarrobales. A la legua de donde se junta este segundo brazo, se llega el río a una barranca al poniente, que corre como media legua afuera, y se ven algarrobales ralos. En todo este día vimos muchas sendas de indios que   —17→   bajan al río, y en él muchos pescadores, continuando los humos afuera.




Día 15

Este día salimos al sudeste, y por espacio de ocho leguas que navegamos, siguió el río dando vueltas al sudsudoeste y sudeste: se conoce ser el terreno más alto; las riberas son de sauzales, maciega y alguna caña; afuera se ven espaciosos campos; de una banda y otra vimos muchas humaredas, en la ribera del río multitud de indios de la nación Mataguay, los que nos recibieron con sumisión y cariño. Mandó el señor Coronel darles tabaco y algunas cosillas, que ellos apreciaron mucho, y ellos nos dieron pescados, y nos vendieron un carnero. Lo que más nos divirtió este día fue que, habiendo arribado a una orilla donde había multitud de indios, un viejo, que estaba a la banda contraria, tomó un palo seco de un árbol que llaman pájaro bobo, y echándolo al agua, hizo que se agarrasen en él dos chicos como de cuatro años, y así los pasó el río.




Día 16

Este día salimos navegando al sudeste, y por el espacio de diez leguas que anduvimos, da el río muchas vueltas casi a todos rumbos: las riberas son de sauzales y maciegales; y en varias partes hace grandes explayados, donde en corta distancia da muchas vueltas. Afuera se ven grandes campañas, y cintas de montes que a trechos llegan hasta el río: vimos muchos humos de una banda y otra, multitud de indios de Mataguayos que salen a una y otra ribera, y por ella nos seguían todo el día. Por varias veces mandó el señor Coronel arribar y repartirles tabaco, y con este corto obsequio nos recibían con demostraciones de cariño, y se llegaban a nosotros con toda satisfacción; nos regalaban pescados de diferentes especies de que abunda este río, y nos acompañaban por las riberas todo el día.




Día 17

Este día salimos navegando al sudeste, y en el espacio de nueve leguas que navegamos, sigue el río dando vueltas casi a todos rumbos, y se reconoce que en sus crecientes se derrama a una banda y otra. Por los   —18→   muchos madrejones que se ven afuera, aparecen hermosos campos con cintas de montes y suelo firme, que a trechos llegan hasta las riberas del río. A las nueve leguas, que fue el sitio donde arribamos, se ven barrancas altas a la banda oriental, y sobre ellas montes altos que corren por algún espacio; vimos muchas humaredas, y multitud de indios Mataguayos que nos acompañaban sin intermisión: nos traían carneros a vender.




Día 18

Este día salimos navegando al sud, y en la distancia de 11 leguas da el río algunas vueltas, aunque hasta las cinco leguas corre con poca variedad al sudeste, y en esta distancia se divide el río en dos brazos. Tomamos el de la banda oriental, por parecernos que llevaba más agua: a media legua se vuelven a juntar, y desde allí da vueltas casi a todos los rumbos, hasta el sitio donde arribamos. Las riberas del río, hasta donde se dijo que se parten, son maciegales y sauzales altos: de allí en adelante se ven más limpias las riberas, y afuera grandes campañas de una banda y otra, y mayores a la banda oriental. En estos campos hay algunas cintas de montes que llegan hasta el río, y como los terrenos son altos, vimos a la ribera muchas rancherías de indios, de una banda y otra, que salían a encontrarnos, trayendo a vendernos pescados, carneros y cuanto tenían, sin reservar los cueros con que se cubrían y ollas, llegándose con satisfacción a nosotros hasta las chinas y chiquitos.




Día 19

Este día salimos navegando al sud, y por espacio de dos y media leguas que solamente navegamos, a causa de un terrible sud, corre el río sin notable variación al sud: sigue el terreno alto, y en esta corta distancia vimos muchas rancherías que estaban sobre el río, y que los indios no hacían demostración de alborotarse al vernos, si no era para bajar a la playa. Mandó el señor Coronel arribar algunas veces y regalarlos, teniendo particular cuidado que la gente los tratase con cariño.




Día 20

Este día salimos navegando al sud, y en el espacio de diez leguas   —19→   da el río pocas vueltas al sud, sudeste y este. A las dos y media leguas del sitio donde salimos, se ven unas barrancas de greda salitrosa a la banda occidental. Contra estas, dijo el práctico, desembocaba el arroyo del Caimán que es salado, aunque ahora por la penuria del año se vio seco: continúan por él las barrancas, y arriba de ellas hay algunos montes ralos y campos vistosos, llenos de palmares; y siguiendo el curso del río, a poco menos de una legua de este sitio, se ven unas barrancas altas a la banda occidental, de greda colorada salitrosa, que corren por alguna distancia, y contra ellas vuelve el río al este, formando una esquina.

Este sitio es conocido por los nuestros con el nombre de Esquina Grande, y es donde primero llega a este río el camino que viene del Fuerte de San Fernando del Río del Valle, de la jurisdicción de Salta: sobre estas barrancas hay montes altos y grandes de palo santo, y viñal la mayor parte. En este sitio mandó arribar el señor Coronel, y reconoció los montes y dicho camino: y se halla la Esquina Grande a las 82 leguas de las juntas del Río Grande de Jujuí con el Bermejo, y 50 leguas del presidio dicho de San Fernando. Desde donde salimos hasta este sitio, viene el río formando vegas de maciegales, y afuera se ven campos hermosos, y en esta distancia no encontramos indio alguno a la banda occidental. Enfrente de la Esquina se ven campos, y algunas cintas de montes que llegan hasta la orilla del río, con variedad de árboles útiles para maderas.

Reconocido el sitio de la Esquina, salimos de ella a las 11 del día, y a la legua y media se llega el río a unas barrancas que se ven a la banda occidental, y sobre ellas montes espesos de vinal y palo santo, donde vimos unos indios que luego que avistaron nos saludaron, haciéndonos reverencia y quitándose los sombreros, y nos fueron siguiendo por la ribera. Poco más adelante se nos presentaron a la margen del río más de 200 almas, entre indios, chinas y chicos, de la nación Chunupí, sin armas algunas; y habiendo mandado arribar el señor Coronel, nos recibieron con muchas demostraciones de alegría y festejo; y habiéndoles dado a entender por el intérprete que no pretendía hostilizarlos, y dicho lo que convino supiesen de las superiores determinaciones, los regaló: conque quedaron muy contentos, haciendo muchas demostraciones de que querían nuestro trato y amistad. A las cinco leguas de la Esquina, encontramos una numerosa ranchería de la nación Mataguaya, de más de 200 almas, que nos recibieron con toda sumisión y venimos una legua más abajo. Desde la Esquina no tiene mayor variación el río en sus rumbos: va formando vegas que en partes son anchas, y a trechos se llega a terrenos altos, y regularmente más a la banda oriental, donde se ven campos y cintas de montes de vinal y palo santo. Las vegas que forma el río que   —20→   son de grandes bajíos, en donde hay mucho apio, se conoce ser muy aparentes para sembrados cuando se retiran los bañados, y los indios los siembran, aunque muy poco por su natural flojedad.




Día 21

Este día salimos navegando, y sin notable variedad corre el río a este rumbo por la distancia de diez leguas que navegamos: en todo este espacio va el río formando vegas y bajíos de una y otra banda, y algunas veces se llega a suelo firme, y más de continuo a la banda oriental, donde siempre se ven grandes campañas con algarrobales, palmares y algunas listas de montes espesos con variedad de árboles; cuando se llega a la banda occidental, se ven barrancas y arriba montes espesos. A las dos y media leguas de donde salimos, se ve a la banda occidental, en un bajío del río, un vistoso palmar que parece alameda. En cinco leguas no vimos indios algunos, solo unos pocos de la nación Mataguaya por el este, y más adelante una numerosísima ranchería de ellos, que nos fueron siguiendo mucho trecho, siempre a la banda oriental: a poca distancia de esta ranchería aparecieron algunos indios de la banda occidental, y se reconoció ser el indio Chinchin con algunos de los suyos. Este es un famoso indio que en otro tiempo fue el objeto de cuidado de la frontera del Río del Valle, y aun puso en movimiento sus armas hasta que se docilizó, y hoy lo suponíamos neutral. Es de nación Malvalá, y tiene a su arbitrio la nación Chunupí que le obedece. Se nos presentó sin armas, y habiendo mandado arribar el señor Coronel, nos recibió con demostraciones de mucha sumisión; y le pidió al señor Coronel que le permitiese embarcarse, que deseaba hablarle, y se le permitió. Desde allí se fue con nosotros hasta su ranchería que distaba dos leguas: en este tiempo le dijo al señor Coronel, por medio del intérprete, «que sentía mucho que el señor Comandante del Río del Valle sospechase de su fidelidad; que no maquinaba cosa alguna, ni robaba; que eran imposturas de los indios Mataguayos, sus enemigos, a fin de discordarlo con el español». Le protestó su más sincero deseo de complacerlo, y el señor Coronel le mostró satisfacerse con sus descargos, y le dijo se los escribiría al comandante, y él se comprometió a mandar la carta. Se conoce un gran entendimiento en este indio: nos dio noticia de todo el Chaco, hasta de los movimientos de nuestras armas en todas las fronteras. El señor Coronel lo impuso, por medio del intérprete, de todo lo que convenía supiese de la superior determinación, con lo que se ratificó en el propósito de su amistad: y habiendo llegado cerca de su ranchería, en la ribera donde estaba su chusma esperándonos, y nos recibió con mucho agasajo, les regaló el señor Coronel,   —21→   y quedaron muy contentos; de allí se fue el indio por tierra a donde arribamos aquel día, y pasó la noche; al día siguiente que caminamos, se volvió con cartas para el comandante.




Día 22

Este día salimos navegando al sudeste hasta dos leguas, por donde corre el río sin mayor variación en esta distancia: se llega a unas barrancas altas que se ven a la banda oriental, cubiertas de un monte alto muy espeso; contra estas da vuelta el río al sud, formando un recodo que lo dominan las espesuras. Aquí nos tenían puesta una emboscada los indios Mataguayos, y llegando nosotros nos acometieron con mucho denuedo, despidiéndonos un nublado de flechas, abrigados de las ventajas del sitio: pues ellos nos tenían descubiertos en el río, sin que pudiésemos distinguirlos entre los troncos y espesuras, presentándosenos prontamente una guerra contra enemigos invisibles. Veníamos muy ajenos de este ataque, por la sumisión con que se nos habían presentado los indios de esta nación; pero como nuestro Coronel tenía tomadas todas las providencias de precaución, y la gente bien disciplinada, se les hizo una vigorosa resistencia. Mandó hacer un fuego activo hacia el bosque, de modo que, más por fuerza que de su grado, los desalojamos de este sitio, y salieron al lado de abajo donde estaba una gran ranchería, y contra ella muchos indios de a caballo que pasaban de 200. Entonces mandó el señor Coronel arribar en aquella ribera donde estaba la ranchería, y avivar el fuego contra estos, hasta que dejando los ranchos, huyeron desordenados, y ganaron los montes sin haber recibido el más mínimo daño.

Mostraron los nuestros en esta acción mucho valor y pericia militar, y se hallaban con tal ardimiento, que querían seguir en alcance de los indios; pero no lo permitió el señor Coronel. En este sitio mandó poner en la embarcación algunos parapetos, que parecieron convenientes para el mejor resguardo de los remadores; porque luego que cesó nuestro fuego, fueron saliendo los indios en alguna distancia, se presentaron como en número de 300, y suponían seguirían con sus insultos. Hecha prevención, seguimos nuestra derrota, y a distancia de un cuarto de legua se llegó a la playa un indio desarmado, que le dijo al señor Coronel, que la mayor parte de los indios no tenían culpa alguna; que los muchachos habían hecho aquel arrojo. Bien se hizo cargo que aquella rústica excusa era efecto de las malas resultas de su empresa, porque en la acción les habíamos muerto algunos y heridos muchísimos, y nos constaba que todos se empeñaban en ofendernos; sin embargo de todo, después de   —22→   haberle increpado el acto contra quien, pudiendo, no los hostilizaba, le dijo, que si no seguían con sus insultos, los perdonaría y no les haría mal, y los despidió; pero no cesó la indiada de seguirnos a lo lejos.

A poca distancia se llegó a la playa de la banda occidental el indio Chinchin, que esta mañana se había despedido de nosotros, y vuelto a su ranchería, tuvo noticia de las intenciones de los Mataguayos; y volviendo a participarnos, oyó el estruendo de las armas, y apresurando el paso, nos alcanzó en esta distancia. Le significó al señor Coronel, sentía la mala comportación de los Mataguayos, y elogió nuestra conducta, y le dio algunas instrucciones contra la flecha, que aunque rudas, las agradeció mucho nuestro Coronel, por ser hijas de una buena voluntad, y lo despidió: con cuyo motivo escribió lo acaecido. Entretanto de esto pasaron los indios, que dijimos estaban juntos para abajo, y ganando una espesura que dominaba al río, nos hicieron segundo ataque, despidiéndonos un granizo de flechas que no nos hicieron daño alguno; y sin demorarnos más que en una descarga, pasamos de allí con mucho trabajo por un terrible sud que nos impedía la navegación, por lo que tuvieron lugar los indios de desamparar este sitio y ganar otra espesura de donde nos atajaron tercera vez con mucho denuedo, y nos flecharon un remero en un brazo que le bandearon de parte a parte. Con lo que mandó el señor Coronel hacer un fuego activo, y aunque estaban cubiertos de los troncos, logramos matar dos y herir muchos, con que desmayaron y ganaron las espesuras, y después que pasamos salieron de ella y nos seguían. Pero lo que más los amilanó fue el ver la impavidez con que, en una playa poco distante del punto del último combate, y sita a la misma banda donde mandó arribar el señor Coronel, salió la gente, y a vista de ellos nos pusimos a tomar la refacción de aquel día, por no haberlo podido hacer antes por los continuos combates: lo que ellos tomaron por acción en que les significábamos lo poco en que apreciaba nuestro valor sus esfuerzos, según todos nos informaron. Al día siguiente, poco más abajo, arribamos en una playa o banco de arena que formaba el río en medio, habiendo navegado solo una legua del sitio del primer combate: así por la continua guerra, como por el viento contrario que se dijo. Mandó el señor Coronel fortificar el sitio, y nos mantuvimos toda la noche sobre las armas, y oíamos los lamentos y lloros de los indios, que lo hacen con una especie de canto fúnebre, que con el silencio de la noche resonaban mucho. Los indios nos seguían a lo lejos, y visto que arribamos y nos fortificamos, pasaron abajo, a una espesura que dominaba el río y se veía a alguna distancia; pero no hicieron cosa alguna esta noche.



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Día 23

Este día salimos navegando al este, esperando de los indios nos asaltasen de aquella espesura que dijimos, habían ganado. Con este cuidado se apareció un indio, que soltando las armas a nuestra vista, se llegó a la playa: este era enviado de una ranchería inmediata, y nos dijo, que su pueblo deseaba hablar con nosotros, y que lo haría por una india Toba, casada allí. Con esto arribamos cerca de la ranchería, donde vino la india, y dijo al señor Coronel, que aquellos indios no habían intervenido en la guerra, aunque vinieron a convidarlos; que habían tenido muy a mal las operaciones de los de su nación; que ya se hallaban arrepentidos de su arrojo, y que, sin habernos ellos ofendido, les habíamos muerto muchos y lastimado la mayor parte de la gente. Que los muertos eran siete: cinco en el primer combate y dos en el último; y de los heridos era mucho el número, y que, según le decían los indios, lo que más los había amilanado, fue, que a vista de su campo habíamos comido el día antes. Todo lo que, dijo que sabía por relación de ellos, por lo que los indios de su ranchería deseaban supiésemos: ellos no habían concurrido y deseaban nuestra amistad. El señor Coronel les significó que los creía, y les dijo, que desde luego los admitía a nuestra amistad, con el gravamen de que no se le presentasen con armas, para saber los que eran amigos. Que él no pretendía hostilizarlos, ni era esa la mente superior, sino el de procurarles todo su bien; que solo les había ofendido por la justa precisión de defenderse; y así que, si ellos se portaban bien, los trataría como amigos, pero que si querían ofenderle, le sobraba el valor a su gente para acabarlos. Con esto se fue muy contento, y vino toda la chusma a la playa, y los acarició y regaló. Seguimos caminando por espacio de nueve leguas desde donde salimos, y en varias partes nos salieron multitud de indios de esta nación, siempre de la banda oriental, pero desarmados y con mucha sumisión, trayéndonos carneros, conejos y carne de corzuela que les compramos. En toda esta distancia da el río muchas vueltas, formando bajíos muy grandes, y a la ribera, sauzales: llegando a trechos a una y otra banda a suelo firme, donde se ven barrancas coloradas salitrosas, y muchos montes altos. Arribamos a una playa, a la que sin embargo de la quietud de los indios, mandó fortificar el señor Coronel.




Día 24

Este día salimos navegando al sud, y en la distancia de once leguas   —24→   que navegamos, da el río muchas vueltas al sudeste, sud y este, formando grandes bajíos, con sauzales muy altos, y llegándose continuamente a terrenos altos y firmes, donde forma barrancas de mediana altura de greda colorada, salitrosa. A las seis y media leguas se ve a esa banda una hermosa campaña con un palmar grande: a las nueve leguas se llega a suelo firme a la banda occidental, formando barrancas de greda colorada, salitrosa, y arriba se ven montes espesos de variedad de árboles y mucho palo santo; a las diez y media leguas vuelve a llegarse el río a la misma banda, a suelo firme, con las mismas barrancas y montes altos, que continúan hasta el sitio donde arribamos. En todo este día vimos muchos indios Mataguayos a la banda oriental, y particularmente se nos presentó una ranchería con mucha sumisión, trayéndonos a la playa mucho pescado, conejos y carneros. Mandó arribar el señor Coronel, y que se les comprase y pagase lo que quisiesen: y a más de esto les repartió algún tabaco, con que los despidió muy contentos. En el sitio donde arribamos se nos presentaron algunos indios de la nación Chunupí, a la banda occidental: los recibió el señor Coronel con cariño, porque estos se nos mostraban muy oficiosos, y regalándoles, los despidió contentos.




Día 25

Este día salimos navegando al sud, y en el espacio de diez leguas que navegamos, da el río muchas vueltas al sud, sudeste y este, formando grandes bajíos y ensenadas contra los montes; a media legua del sitio donde salimos, se llega el río a unas barrancas de greda colorada, salitrosa, y se ven a la banda occidental y arriba, montes altos de variedad de árboles y mucho palo santo: particularmente se ve un árbol de este palo de desmedida altura, que elevándose sobre la barranca se avista de mucha distancia. Contra estas barrancas vuelve el río al sudeste, y a distancia de dos leguas se nos presentó una multitud de indios Mataguayos a la banda oriental, en una ranchería que se componía de más de 400 almas, que se nos presentaron con toda sumisión. Mandó arribar el señor Coronel a repartirles tabaco. A las cuatro y media leguas de donde dijimos, se ve el palo santo alto: forma el río una laguna contra un monte alto a la banda occidental. En este sitio se halla la encrucijada llamada Macomita16, en donde el camino, que hemos dicho viene de la Esquina Grande para abajo, se aparta una senda llamada de Macomita17, por donde los indios, en tiempo de aguas, salen a Pitos, que es un piquete del fuerte del Río del Valle, puesto para atajar esta salida; y dista esta encrucijada 44 leguas de la Esquina Grande.

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Es cosa digna de notar, que desde la Esquina Grande no se ve un Mataguayo de la banda occidental, ni tampoco indio de otra nación en la oriental. En el sitio donde arribamos, se nos presentaron unos pocos indios de la nación Chunupí, llamados Ocoles, que se quedaron a dormir en nuestro campamento, y observamos con gran consuelo, que habiéndose puesto a rezar el rosario la tropa, se llegaron todos con mucha reverencia, y con los brazos cruzados se estuvieron hasta que se acabó.




Día 26

Este día salimos navegando al sudeste, y en el espacio de doce y media leguas da el río muchas vueltas al sud, sudeste y este: va más recogido, siempre con algunas barrancas, llegándose a menudo a una y otra banda, y suelo firme y alto, donde forma barrancas de mediana altura con montes altos. Arriba, a la banda oriental, se ve el monte más alto y de mayor variedad que a la occidental, cuyo monte se compone casi todo de vinal y palo santo. Este día no vimos indio alguno, ni vestigios que habitasen por allí.




Día 27

Este día salimos navegando al este, y por espacio de doce y media leguas sigue el río dando sus vueltas al sud, sudeste y este: continúan los terrenos algo altos, y se llega con continuación el río a los montes, formando cortos bajíos. En todo este día no vimos indio alguno, solo algunos vestigios de pescados, que indicaban haberlo habitado algún tiempo: los montes que se vieron este día son de mucho algarrobal.




Día 28

Este día salimos navegando al este, y por espacio de diez leguas que navegamos, sigue el río dando vueltas al sud, sudeste y este, formando cortos bajíos: continúa el terreno alto, y se llega el río con continuación a los montes a una y otra banda; estos no parecen tan espesos; se ven algunos descampados y muchos algarrobales. A las siete leguas del sitio donde salimos, se halla a la banda occidental, a distancia de un cuarto de legua del río, una laguna grande que forma el río en sus crecientes, con algún monte   —26→   ralo y bajo en sus inmediaciones, y para afuera grandes escampados. Este sitio es conocido por los nuestros con el nombre de Tren del señor Espinosa, y dista treinta y siete leguas de la Encrucijada de Macomita, y ochenta y una de la Esquina Grande. No encontramos este día indio alguno: solo vimos algunas rancherías viejas.




Día 29

Este día salimos navegando al este, y por espacio de doce y media leguas sigue el río dando sus vueltas al sud, sudeste y este, hasta el nordeste, formando cortas vegas limpias, y llegándose con continuación a suelo firme, donde forma barrancas de alguna altura: afuera se ven montes altos de algarrobales y campo de una banda y otra. A las cuatro leguas que navegamos, encontramos una corta ranchería de Mataguayos a la banda oriental, que nos recibieron con sumisión y nos vendieron unos carneros.




Día 30

Este día salimos navegando al sudeste, y por el espacio de doce y media leguas que caminamos, sigue el río dando muchas vueltas al sud, sudeste y este, formando pequeñas vegas limpias, y llegándose con continuación al suelo firme a una banda y a otra, donde se ven hermosos campos con vistosos palmares, y poco monte ralo. En todo el día no vimos indio alguno, solo algunas rancherías viejas a la banda oriental. En el sitio donde arribamos, se nos presentaron sin armas algunos indios de la nación Toba, a la banda oriental, y dijeron ser de la reducción de San Bernardo, y andaban cazando. Los conoció el intérprete, y dijo, que el indio que mandaba aquella parcialidad se llamaba José Antonio, y tenía pocos a su devoción, que aunque estaba agregado a aquella reducción, tenía poca subsistencia en ella.




Día 31

Este día salimos navegando al sudeste, y por espacio de doce y media leguas que navegamos, sigue el río dando muchas vueltas al sud, sudeste y este. Hasta siete y media leguas va estrechado de barrancas   —27→   altas de greda colorada salitrosa, y arriba monte espeso con cortos descampados. Afuera se ven algunos campos: de allí adelante forma algunas vegas con sauzales, pero siempre se llega, ya a un lado ya a otro, a las barrancas y montes. En todo este día no vimos indio alguno.




Día 1.º de agosto

Este día salimos navegando al sud, y por el espacio de diez leguas que navegamos, da el río muchas vueltas al sud, sudeste y este: se esparce algo en su cauce, formando barrancas altas de greda colorada; afuera se ven espaciosos campos de muchos pastos, y algunas cintas de montes de algarrobales ralos que a trechos se llegan a las barrancas, y sobre estas se ven más montes que afuera. A la legua de haber caminado, encontramos una numerosa ranchería de indios Mataguayos a la banda occidental, que sería como 150 indios. Mandó el señor Coronel que se arribase, y les repartió algunas cosillas y tabaco con que quedaron contentos. A las siete y media leguas encontramos una corta ranchería de Tobas a la misma banda, que dijeron ser de la reducción de San Bernardo, que por cazar se habían retirado de ella; a los que los mandó regalar.




Día 2

Este día salimos navegando al sudeste, y por espacio de diez leguas sigue el río dando muchas vueltas al sud, sudeste y este; va siempre con barrancas altas y pocas vegas de sauzales, por donde se conoce sale el río en sus crecientes: a una banda y a otra se ven hermosos campos, particularmente a la oriental, con algunas cintas de montes que llegan a las barrancas. A las cuatro leguas de haber caminado, encontramos una ranchería corta de Tobas a la banda occidental, que nos dijeron ser de la reducción de San Bernardo, que por cazar se habían retirado de ella: los mandó regalar el señor Coronel, y pasamos. Poco más adelante se nos presentó el indio Naledoti, alcalde de la reducción de San Bernardo, que nos recibió con muchas demostraciones de obsequio; y diciendo el señor Coronel que quería ver la reducción, dijo lo esperaría en la playa, con lo que se despidió, y poco antes de llegar a las dereceras de la reducción salió a la playa, acompañado de otros indios, y nos guió hasta las dereceras de ella, en donde arribamos este día. El señor Coronel, acompañado de los oficiales y alguna gente, pasó a ver la reducción, guiándonos el indio alcalde y otros, que muy oficiosos nos daban   —28→   sus caballos para ir, porque dista del río como un cuarto de legua. Hállase esta reducción a las 223 leguas de las juntas del Río Grande con el Bermejo, y 141 leguas de la Esquina Grande a la banda occidental, un cuarto de legua distante del río: su situación es sobre una laguna que forma el río en aquella distancia, y cerca de otros bajíos que se inundan en las crecientes del río hasta cerca de la capilla, la que está sin techo y con las paredes casi consumidas de las lluvias. Se compondrá el pueblo de 14 a 15 ranchos que se ven en las inmediaciones de la capilla que fue, y en todo él no se ve edificio útil, sino un pequeño rancho de paja que nos dijeron los indios ser la habitación del padre cura doctrinero, que en la sazón se hallaba en Corrientes. Preguntó el señor Coronel al alcalde por el cacique de aquel pueblo, llamado Napognarí, y dijo, se había retirada a los montes a cazar. Visitó el señor Coronel al teniente cacique llamado Kerayrí18, que lo recibió con mucha sumisión y agrado: con lo que se retiró a la playa con su gente, donde se vino el teniente y alcalde con todos los indios, y le hicieron varias representaciones.




Día 3

Este día salimos navegando al este, y por el espacio de doce leguas que navegamos, da el río muchas vueltas a este rumbo, al sud y sudeste, pero por mayor al este: va siempre ceñido de barrancas altas y algunas vegas, por donde se conoce sale el río en las crecientes. A la banda oriental se ven grandes campañas y montes ralos de algarrobales; a la banda occidental, como hasta las seis leguas, se ven pocos campos y grandes montes, con algarrobales y variedad de árboles; adelante se ven campos hasta el sitio donde arribamos, donde no se ven sino algunos montes redondos de algarrobales: este día no vimos indio alguno.




Día 4

Este día salimos navegando al este, y por espacio de nueve leguas que navegamos, da el río muchas vueltas, particularmente al este: va formando muchas vegas, que se conoce ser bañados; y algunas veces que se llega al suelo firme, forma grandes barrancas, aunque siempre lleva algunos. Afuera, se ven grandes campañas, mayormente a la banda oriental, con algunos montes redondos de algarrobales, los que regularmente se ven sobre las esquinas que forma el río en sus vueltas. A las ocho leguas se nos presentaron veinte individuos Mataguayos de la banda oriental,   —29→   y nos dijeron tenían su ranchería afuera; poco más abajo salieron otros indios Tobas de la misma banda, que dijeron ser de la reducción de San Bernardo, y el práctico dijo los conocía; que se llegaban algunas veces, pero que no eran subsistentes, y solo venían a ellas cuando convenía a sus intereses: su cacique se llamaba Aniquirí19.




Día 5

Este día salimos navegando al este, y por el espacio de cinco leguas que navegamos, da el río ingentísimas vueltas al sud, sudeste y este, formando algunas vegas que se conoce bañarse; las barrancas son las más altas que hasta aquí hemos visto en este río, de greda colorada; por lo regular tienen algún monte arriba de algarrobal: para afuera se ven campos hermosos. A las tres leguas nos encontró un chasque del señor Arcediano que se hallaba en la Cangayé, con carta para el señor Coronel, en que le prevenía el puerto donde debíamos arribar para que se vieran. Desde allí caminamos dos leguas hasta el sitio asignado, que está enfrente de la reducción de Santiago de Mocobíes, llamada vulgarmente la Cangayé, donde arribamos a las doce y media del día.

A la una llegó a aquel sitio el señor Arcediano, doctor don Lorenzo Suárez de Cantillán, que hace muchos años habita estos remotos países, de apóstol del Chaco. Nos causó sumo consuelo y una interior ternura ver a este señor, que en una avanzada edad, lo tenía su ferviente celo con tanta actividad que, según nos informaron los indios, desde San Bernardo aquí ocurría con suma vigilancia a todas las necesidades espirituales de los conversos de una y otra reducción, que distan unas quince leguas por tierra, y por lo común están desamparadas de sus curas, por las continuas salidas que hacen afuera a remediarse de lo preciso para subsistir; y en estos casos, el apostólico doctor Suárez acude a los reducidos como una pilastra en que Dios, por su misericordia, afianza en el Chaco la palabra de su Unigénito: «Super hanc petram, etc., ego rogari propter te, ut20 non deficiat fides tua». Edificamos ver cómo brotaba en su semblante risueño aquella interior paz que es el tesoro de los justos, con un exterior tan humilde y parco, que apenas era el suficiente para demostrarnos su sacrosanto carácter; y para informarnos de su dignidad era preciso valernos de otro sentido que de la vista, porque esta no hallaba en él más que un verdadero modelo del gran Pablo, llamado por antonomasia Apóstol de las gentes.

Fue indecible el júbilo y veneración con que lo recibió nuestro   —30→   Coronel; mandó poner la gente sobre las armas, para que, luego que desmontase del caballo, lo saludasen con festiva salva, como se hizo, saliendo él con sus oficiales a recibirlo a la playa: de allí lo condujo a bordo, donde estuvo casi toda la tarde. Venía el señor Arcediano acompañado de todos los indios de la reducción, que lo veneran como a oráculo, y a nuestra gente se demostraban muy apasionados: a las 5 de la tarde se regresó el señor Arcediano a su reducción.




Día 6

Este día nos mantuvimos en este sitio. A las seis de la mañana pasó el señor Coronel acompañado de sus oficiales, y la mayor parte de la gente a la reducción, en caballos que le mandó el señor Arcediano, porque dista de la playa como media legua. En ella lo esperaba el señor Arcediano con misa, que la celebró con asistencia de nuestro Coronel y su gente, y pasados los sagrados oficios, conferenciaron algunas cosas conducentes al mayor servicio de ambas Majestades: y determinaron que el cacique Lachitiquí de esta reducción acompañase al señor Coronel, juntamente con el cacique de los Tobas de San Bernardo, Napognarí, porque estos son emparentados con las naciones que habitan las márgenes del río desde este sitio hasta su desembocadura al del Paraguay, y podía influir su presencia para contener a estos, o a lo menos para que les constase a los caciques la injusta adversión de sus parientes, y a ellos la lealtad y buenos oficios de estos. Y dispuesto todo, se regresó el señor Coronel a la playa, donde el señor Arcediano le mandó algún refresco para su gente.

Se hallará esta reducción veintiséis leguas abajo de la de San Bernardo, siguiendo el curso del río, y distante de él media legua a la banda occidental. Está situada sobre un madrejón, que viene de los campos afuera hasta entrar al río. Son terrenos bajos y se inundan con las crecientes del río; llegando los bañados en años lluviosos hasta el cementerio de la capilla, según nos informaron los indios, mostrándonos el bordo que tenían hecho para resguardar dicha capilla, que se conoce ha padecido la injuria del tiempo, lo mismo que la de San Bernardo, pero está reedificada por el señor Arcediano. Este pueblo tiene más gente, y su ranchería está con mejor disposición.



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Día 7

Este día vino el cacique Toba; dijo haberse enfermado, por lo que con solo este nos hicimos a la vela, y navegamos este día diez leguas, y arribamos a un sitio que nos dijo el cacique se llamaba el Chañaral; en él tienen sus rancherías a la banda occidental los Atalalás, su cacique se llama Estevan, hijo del indio Colompotop21, que está en la reducción de Macapillo22, en la jurisdicción de Salta. Vino este a visitarnos con la mayor parte de su gente y chusma; los regaló el señor Coronel, con lo que se fueron muy contentos: se compondrá esta ranchería como de 250 almas. También vinieron a este sitio algunos Tobas, que dijeron ser de una pequeña ranchería que estaba un poco más abajo. En todo el espacio mencionado da el río muchas vueltas al sud, sudeste y este, y mayormente al este, y forma grandes vegas: las barrancas son bajas, y afuera se ven grandes campañas, y pocos montes de algarrobales ralos.




Día 8

Este día salimos navegando al este, y por el espacio de doce y media leguas que navegamos este día, sigue el río dando muchas vueltas a los rumbos del sud, sudeste y este hasta el nordeste, formando grandes vegas limpias de montes con solo hermosos pastos: afuera se ven grandes campañas de una y otra banda con pocos montes de algarrobos redondos. Este día no vimos indio alguno, solo vimos muchos vestigios, como fueron pasos grandes, hollados de muchas haciendas, y una grande ranchería desamparada que se veía sobre una barranca a la banda oriental. Preguntado el cacique nos dijo, que aquella margen la habitaban muchos Mataguayos, coligados con algunos Tobas que no eran de la reducción, y ahora se habían retirado a los montes afuera a cazar y melear, que la ranchería mencionada era de Mataguayos, y los varios pasos que se veían, eran donde ellos pasaban de una a otra banda.




Día 9

Este día salimos navegando al sud, y por espacio de diez leguas que navegamos, da el río muchas vueltas a los rumbos dichos. Va muy recogido, formando barrancas altas; afuera son campos de muchos pastos, y solo se ve uno u otro monte redondo de algarrobos, particularmente en   —32→   las esquinas que forma el río en sus vueltas. A las dos y media leguas del sitio donde salimos, se ve una palma sola a la banda oriental en un campo limpio cerca de la barranca, y otra se ve poco más abajo de la misma banda. A las cinco y media leguas se ven dos boquerones anchos como cauces viejos, que entran al río de la banda oriental, sin aguas. En todo este día, no vimos indio alguno, ni vestigios.




Día 10

Este día salimos navegando al sud, y por espacio de doce y media leguas que navegamos, va el río dando muchas vueltas al sud, sudeste y este: corre angosto y ceñido de barrancas altas. Afuera se ven campos y cintas de montes altos de algarrobos, que raras veces se llegan al río, solo a poca distancia del sitio donde salimos se llega una cinta de monte alto a la barranca de la banda occidental, y corre sobre ella como una legua. Nos dijo el cacique, que el sitio donde arribamos era en las dereceras del Zapallarcito. Este día encontramos mucha tronquería, que nos dificultaba la navegación, y no vimos indio alguno ni vestigios de haberlos por allí.




Día 11

Este día salimos navegando al sudeste, y por el espacio de doce y media leguas que navegamos, da el río muchas vueltas al sud, sudeste y este, hasta el nordeste: va siempre estrechado de barrancas muy altas hasta las cinco y media leguas; se ven campos de una y otra banda de hermosos pastos, y cintas de montes altos de algarrobales, que a trechos se llegan al río, y va el río angosto, y con alguna más corriente. Desde esta distancia se estrechan más las barrancas y se elevan: se ven sobre ellos montes altos de variedad de arboleda que hasta aquí no se ve sobre este río, y así emboscado hasta una y media legua. Desde aquí hasta el sitio donde arribamos abren los montes y no se ven sobre este río, y así emboscados hasta una y media leguas: desde aquí hasta el sitio donde arribamos abren los montes algo más a la banda oriental, donde se ven retazos grandes de campo. Por la banda occidental sigue el monte, pero no tan espeso: en estos montes últimos vimos tres calidades de monos; en todo este día no vimos indio alguno. A la legua de camino del sitio donde salimos, se ve una senda que cae al río de la banda occidental, y se conoce que es paso; se preguntó al cacique, y nos dijo, que aquella   —33→   senda venía del Zapallarcito, que es un paraje donde hay una laguna permanente, y viene de afuera con abundancia de pescado, que es de terrenos altos y buenos, y distará del río poco más de media legua, y dos de la ciudad destruida de la Concepción: es el sitio donde pedía su reducción el cacique Amelcoy, y era paradero de indios, que por este río pasaban a la banda oriental. Tres leguas más adelante se ve otra bajada que cae al río de la misma banda, la que dijo el cacique ser de los mismos indios: poco más abajo se ven vestigios de rancherías viejas.




Día 12

Este día salimos navegando al este, y por el espacio de doce y media leguas que navegamos, da el río muchas vueltas al sud, sudeste este y norte. Hasta una legua del sitio donde salimos, corren los montes a la banda occidental, para adelante siguen campos hermosos de una y otra banda, con cintas de montes altos que a trechos llegan a las barrancas, las que no son tan altas. En todo este día no vimos indio alguno, solo algunos vestigios como rancherías despobladas, y sendas que no estaban holladas.




Día 13

Este día salimos navegando al sud, y por el espacio de diez leguas que navegamos, va dando el río muchas vueltas al sudeste, este y norte, aunque con más continuación al este y norte: hasta una legua se elevan más las barrancas, y de allí va rebajando algo. Hasta la distancia de siete y media leguas, se ven campos sobre las barrancas, con cintas de montes que cada vez se van viendo mayores; de allí adelante, hasta el sitio donde paramos, va emboscado el río entre montes altos, de una y otra banda, aunque a la banda oriental se ven mayores. Este día no vimos indio alguno, ni vestigios que los hubiese por allí.




Día 14

Este día salimos navegando al sudeste, y por el espacio de doce y media leguas que navegamos, va el río dando muchas vueltas al sudeste, este y nordeste y con más continuación al este y nordeste; hasta media legua   —34→   va el río, emboscado con barrancas altas. Desde allí se van divisando campos cada vez mayores, de modo que a las tres leguas son raras las cintas de montes que se ven sobre las barrancas; las que rebajan mucho desde esta distancia hasta el sitio donde arribamos, a la legua y cuarto, donde salimos. Viniendo el río al este en un recodo donde vuelve al sudeste, le entra un pequeño arroyo del norte, que trae como una acequia regular de agua, con bastante corriente. Preguntado el cacique Lachitiquí, nos dijo: que del norte venía un zanjón de agua, y no muy distante del río formaba una laguna grande, y de allí venía aquel arroyo, pero que no sabía el origen del zanjón. A las siete y media leguas se ve una senda que cae y pasa el río: dijo el cacique ser el paso de los Guaycurues, y esta va hollada de pocos días. Este día no vimos indio alguno, solo vimos grandes humaredas de una banda y otra.




Día 15

Este día salimos navegando al este, y por el espacio de siete leguas que navegamos, va el río dando vueltas al sudeste, este y nordeste: corre ceñido de barrancas, y afuera los campos son muy espaciosos. Sobre las barrancas, hacia la vega del río, se ven sauces altos y ceibos; a las dos leguas se ve el río con mucha corriente, y cuanto más abajo es mayor; a las cinco y media leguas cae con mucha violencia por uno como banco que se forma; el cauce de greda colorada fuerte, y atraviesa de una banda a otra: fue preciso descargar para superar este banco, creyendo fuese de tosca, y gastamos tres horas para verificarlo; poco más abajo se explaya el río, y se ve un paso de los indios, hollado de mucha hacienda. A distancia de tres cuartos de legua de este banco, entra el río a una angostura, porque en medio del cauce, que es de greda firme, con la continuación del curso ha formado una canal angosta como de 20 varas, muy profunda, que va caracoleando y formando segunda barranca muy escarpada, de una greda fuerte azuleja: por esta canal corre como un cuarto de legua, y en esta distancia sale a todo el cauce, formando varios peñones altos y gruesos de esta greda. Por el cauce corre como medio cuarto de legua, y vuelve a recogerse a otra canal de la misma naturaleza de la primera, donde entra formando una caída, como de una vara de altura, por donde se descuelga: por esta segunda canal corre medio cuarto de legua, y en ella paramos por ser tarde. Estos embarazos, que los superamos con grande facilidad, se considera que los causa la escasez de aguas; porque trayendo más agua el río, encubrirá todas estas corrientes creadas, y no habrá tales embarazos, aunque se necesitara de estas noticias para tomar estas canales, que en esa circunstancia serán las más seguras.   —35→   En este día no vimos más indio que siete Tobas que se nos presentaron por la banda oriental, y le aseguraron al cacique no tenían los indios ánimo de ofendernos.




Día 16

Este día salimos navegando al este, y por el espacio de cinco y media leguas que navegamos, va dando vueltas al sudeste este y nordeste. Hasta una legua se ve algún monte sobre las barrancas que son muy altas y campos afuera. En adelante siguen campos: la canal que dijimos, donde paramos el día antes a medio cuarto de legua, sale a desparramarse a todo el cauce, dejando un gran peñón en medio; así corre como ocho cuadras, y a esta distancia se ve en medio del cauce un gran promontorio de greda, que divide el río en dos brazos. Por el brazo de la banda occidental va poco, y se conoce que solo en creciente correrá este brazo, y en este caso será peligroso, porque desde poco después de donde se dividen, levanta el promontorio hacia aquel brazo, y según su situación, caerán sus aguas con violencia y será peligroso; por lo que convendrá siempre tomar el de la banda oriental que no tiene embarazo alguno. Este promontorio de greda corre como un cuarto de legua, y de ella sigue muy angosto y estrechado de altísimas barrancas por espacio de una legua, donde el río vuelve al sud, y en todo el espacio en donde se ven estos embarazos, así de los que se da noticia este día, como de los que dimos el día antes, corre el río al este y nordeste: desde que vuelve al sud, va ensanchando el río, aunque con barrancas altas. A la legua y media de este sitio se nos presentaron diez y seis indios Mocobís de la banda oriental, que nos recibieron con agrado, y aseguraron a nuestro cacique de la quietud de los indios: y desde allí seguimos hasta que arribamos, superando algunas caídas correntosas, que suponemos las causa la escasez de agua.




Día 17

Este día salimos navegando al sudeste, y por espacio de ocho leguas que navegamos, va el río dando muchas vueltas al sud, sudeste y este, estrechado de barrancas muy altas. Poco más abajo donde salimos, comienza a verse monte de una y otra banda sobre ellas, y sigue por todo el espacio que navegamos. A las dos leguas se ve un paso en un rebajo de las barrancas. A las cuatro y media leguas, viniendo el río al   —36→   sud se abre a la banda oriental un pequeño cauce que corta una punta de tierra con algún monte sobre ella, que tendrá como dos cuadras; en esta distancia vuelve al cauce principal que va a la banda occidental; y donde se abre este brazo forma el río a esa banda un recodo donde va manso, con barrancas muy altas y montes altos arriba: se conoce que solo en tiempo de mucha creciente llevará agua este brazo, porque donde abre tiene, desde la agua al plan del brazo, como cuatro varas de altura. Al cuarto de legua de este sitio, viniendo el río al sud, entra de la banda oriental un cauce antiguo, grande, que se conoce correría el río por allí en algún tiempo: ahora estará su plan desde la agua en seis varas de altura. A las cinco leguas de donde salimos se ve otro paso en un rebajo de las barrancas. A las ocho leguas se ve un madrejón que sale al occidente, y es su plan muy alto respecto del río; en esta misma distancia se abre otro madrejón al oriente, en un recodo que forma el río: este es muy angosto, y va alguna agua por él. En este sitio tiene el río muchísima tronquería, y tuvimos la desgracia de que nuestra embarcación dio sobre uno que estaba oculto, y le hizo un agujero en el costado; pero no tuvimos avería de consideración, y con este motivo arribamos en este sitio a repararla. En todo este día no vimos indio alguno.




Día 18

Este día salimos navegando al sud, y por espacio de doce y media leguas que navegamos, va el río dando muchas vueltas al sudeste, este y sud, aunque con más continuación: va ceñido de barrancas altas con algún monte bajo sobre ellas, de muchos cardones, hasta la distancia de cuatro y media leguas; desde allí siguen las barrancas, y se ven campos hasta una legua. En esta distancia se ve un palmar a la banda oriental; y poco más abajo empiezan a bajar las barrancas con algún monte arriba, hasta el sitio donde arribamos. A la legua y cuarto del sitio donde salimos, viniendo el río al sud, se divide en dos brazos, y al cuarto de legua más abajo, se junta. Por el de la banda oriental va toda la agua, y es más ancho: a la media legua de estas juntas vuelve el río a dividirse en dos brazos, y se junta poco más de un cuarto de legua abajo. En esta segunda división toda la agua va por la banda occidental, por donde se deberá tomar, por ser más ancho. Media legua más abajo de las juntas de esta segunda división se ve un gran banco de greda, en medio del río, que correrá río abajo, como cuadra y media, por el brazo de la banda occidental: será seguro el paso por ser más ancho. A las cuatro y media leguas del sitio donde salimos, yendo el río al sudeste, le entra de la banda oriental un gran cauce, con alguna agua que viene del   —37→   nordeste. Preguntado el cacique de este río, no supo darnos razón, ni se puede decir entra aquí aquel brazo estrecho, de que se dio noticia el día antes, que sale de esta banda; porque es tan grande este cauce que compite con el del río: solo que se junte con algún zanjón que venga de afuera. En todo este día no vimos indio alguno.




Día 19

Este día salimos navegando al sud, y por espacio de seis leguas que solo navegamos por un terrible sud, va el río dando muchas vueltas al sudeste este y sud, y siempre con más continuación al sud: van rebajando las barrancas y sigue el monte hasta una legua. De allí se divisan los campos hasta la distancia de una legua, donde entra el río atravesando unas grandes campañas, pobladas de vistosos palmares de una y otra banda, y así corre hasta cerca del sitio donde arribamos: allí se ven montes. A poco más de una legua del sitio donde salimos, se ve un boquerón que sale de la banda oriental, por donde se conoce se derrama el río en sus crecientes. En todo este día no vimos indio alguno.




Día 20

Este día salimos navegando al sudeste, y por espacio de once leguas que navegamos, da el río muchas vueltas al sud, sudeste y este, aunque con mayor continuación al sud. A poco más de una y media legua del sitio donde salimos, se ven algunos campos sobre las barrancas, que rebajando continúan dichos campos por una legua. De allí se vuelven a ver montes y algunas palmas. A ocho leguas se ven a la ribera algunos sauzales, y el árbol que llaman pájaro bobo. En esta distancia le entra de la banda oriental un corto arroyuelo; a las nueve y media leguas se ven algunos carrizales contra el monte que viene hasta la orilla del río, y alguna caña maciza, y siguen estos carrizales hasta la desembocadura del río al del Paraguay, donde sale a las once leguas del sitio, de donde salimos, con dirección al este. Llegamos a este sitio a las 5 de la tarde, viernes 20 de agosto de 1790 años, en que quedó concluida y perfeccionada esta expedición fluvial; quedando abierta esta preciosa puerta al comercio y nuevos establecimientos del Gran Chaco, desembocando el Bermejo más abajo de Ñembucú, etc.

Las utilidades que resultan de este establecimiento, descubrimiento,   —38→   a más de las que se han apuntado en el exordio de este diario, constan en la historia geográfica del Gran Chaco, que escribió el año pasado de 1780 el doctor don José Antonio Arias Hidalgo, de orden superior, a la que nos remitimos, y debe hallarse en la secretaria de este Superior Gobierno.

Queda concluida esta carrera, a Dios gracias, sin novedad en los sujetos de la tripulación, y estos tan aparejados a emprender mayores empresas, que es indecible su ardimiento, muy propio de los vecinos de Salta y sus naturales, que en todas edades ejecutaron empresas dignas de eterna memoria. Y para que en todos tiempos conste, la firmamos en este paraje de las juntas del río Bermejo y Paraguay. Puerto del Gran Chaco, en 20 de agosto de 1790.

Adrián Cornejo. Juan José Cornejo de la Corte. José Antonio Cornejo de la Corte.







 
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