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Expediente y relación del viaje que hizo Antonio de Espejo

con catorce soldados y un religioso de la orden de San Francisco, llamado fray Agustín Rodríguez; el cual debía de entender en la predicación de aquella gente1



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S. C. R. M.- Antonio de Espejo, vecino de la ciudad de México, dice que él, ha que pasó a la Nueva España, más de veinte y cuatro años, con intento de servir a Vuestra Majestad; como lo ha hecho en todo lo que se ha ofrecido; y últimamente, el año de ochenta y dos, celoso del servicio de Dios Nuestro Señor, y de Vuestra Majestad, entró hacia el Norte, camino del Nuevo México, con la ocasión que refiere en la relación que presenta con este memorial, e invió a Vuestra Majestad con una carta suya, y llevó consigo quince soldados, con sus armas y caballos, y un fraile; todo ello a su costa; y entró por la tierra adentro, más de cuatrocientas y diez leguas de longitud, más de trescientas de latitud, y descobrió y halló la tierra de que llevaba noticia; y en ella hubo todo lo contenido en la relación y pintura de que hace presentación a Vuestra Majestad. Suplica sea servido de mandar, que se vea todo lo susodicho, y se le encargue el dicho descobrimiento, pacificación y población de la dicha tierra; y haciéndole la merced que suele, a conquistadores y pobladores de tierras nuevas, y se obliga a hacer el dicho descobrimiento, pacificación y población a su costa, sin que Vuestra Majestad le dé para ello, cosa alguna; para lo cual dará en México fianzas bastantes. Suplica a Vuestra Majestad, mande tomar resolución en esto, con brevedad; porque ansí conviene al servicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Majestad; por sacar de idolatrar tantos millares de ánimas; y porque en la entrada que ha hecho, deja en las más poblaciones, gratificados y obligados a los más principales, con promesa que volverá luego con mayores regalos; y si estos viniesen a faltar, como podría ser, si el negocio se alarga, por ser algunos dellos, viejos, sería menester, después, nuevo trabajo, para ganar la voluntad a otros; demás desto, él entretiene a su costa los que fueron con él, con esperanza de que Vuestra Majestad se resolverá, brevemente; que hará mucho al caso que estos tales, no falten; porque serán más a propósito para lo que se pretende, que no hombres nuevos y que nunca han visto la tierra.

S. C. R. M.- Antonio de Espejo, vecino de México, suplica a Vuestra Majestad, mande remitir unos memoriales que dio cerca del descobrimiento del Nuevo México, atento que es necesario brevedad, para mejor servir a Vuestra Majestad; porque de la dilación, resultará daño, demás del que recibe con los gastos que en esta corte está haciendo un yerno suyo.

S. C. R. M.- Antonio de Espejo, vecino de la ciudad de México, dice: que ya Vuestra Majestad ha sido informado como él anduvo y descobrió hacia la banda del Norte, un reino grande que llaman Nuevo México; en el dicho reino halló once provincias, y tuvo noticia de muchas más; y con las buenas trazas y modos que tuvo, se conservó entre los indios, dellos, once meses regalando a los caciques y principales con algunas cosas que para el efecto llevó: y porque entendió la calidad de la tierra y el proceder de los indios, le paresce que haciéndole Vuestra Majestad, merced de encargarle la pacificación y población de aquel reino, lo hará de forma que se sirva Dios Nuestro Señor y Vuestra Majestad, y se consiga con ella, lo que se pretende en la manera siguiente.

Primeramente, ha de mandar Vuestra Majestad, que vayan a esta jornada en compañía del dicho Antonio de Espejo, veinte y cuatro frailes de la orden de San Francisco, para que en las provincias que fueren poblando, vayan quedando a administrar los sacramentos; los cuales solamente han de ir a costa de Vuestra Majestad.

Ítem: ha de llevar el dicho Antonio de Espejo, cuatro cientos hombres, los ciento casados con mujeres y hijos, todos hombres expertos en la guerra de buena edad, los cuales ha de juntar en las minas de Zacatecas, que es ochenta leguas de la ciudad de México en el propio camino por donde desea de entrar al dicho Nuevo Reino; y de allí todos juntos han de ir hasta las minas de Santa Bálbola o valle de Sant Bartolomé, que es lo último que está pacífico en la Nueva Vizcaya, hacia la banda del Sur; y la dicha gente ha de llevar cuatro capitanes que los gobierne, y los demás oficiales necesarios.

Ítem: se ha de hacer de la dicha gente, cuatro compañías que han de guardar la orden siguiente.

El dicho Antonio de Espejo con uno de los dichos capitanes y cien soldados, se ha de partir adelante, entrando por la provincia de Conchos, que es la primera; y de allí, derechamente, por la provincia de Pazaguates, hasta llegar a la provincia de Jumanas, que están cinco pueblos congregados en ella, junto al río de Conchos, adonde ha de aguardar otra compañía que ha de ir en su retaguardia, cuatro o seis leguas más atrás, hasta llegar a las lagunas que hace el río del Norte; y a las otras dos compañías, les ha de quedar orden, entren por el río de Vacas arriba, por la misma forma, que llegado a él, se camina derechamente hacia el Nor-Nordeste; y con la última compañía, han de ir cien carros que ha de llevar para la dicha jornada, cargados de bastimento y las mujeres de los casados; porque no se sabe que pueden rodar carros por otra parte sino por ésta; y esta compañía última, ha de ser de los cien hombres casados, las cuales dichas dos compañías, han de ir a parar a un cerro pelado que está junto al dicho río de Vacas, cuarenta leguas de las poblaciones; porque en esta parte hay buena comodidad de pastos y no hay población ninguna adonde el dicho Antonio de Espejo ha de enviar la orden que estas dos compañías han de tener para pasar adelante; que este pasase está hacia el Nordeste y han de ir repartidas en la forma dicha, porque los indios no entiendan que lleva tanta gente y de temor no se huigan a los montes, de manera que no se pueda conseguir lo que se pretende, que es reducirlos a la ley evangélica sin guerra ni daño.

Los dichos soldados han de llevar todos por armas, arcabuces, cantidad de pólvora y munición, cotas, escarcelas, espadas, dagas, alabardas, partesanas, dalles, y finalmente las demás armas que viere son necesarias: ocho piezas pequeñas de artillería para la casa real, fuerte que se hiciere donde más comodidad se hallare donde han de estar de guarnición los cien hombres casados con sus mujeres, hasta tanto que se hagan más fuertes; en los cuales se han de repartir como convenga.

Han de llevar los dichos cien carros, y para ellos, mil bueyes, para que puedan mudar e ir con más comodidad el dicho viaje; de manera que haya para cada carro, diez bueyes.

Ítem: se han de llevar mil yeguas, las quinientas de ellas, ha de llevar el dicho Antonio de Espejo, y los garañones necesarios; y las otras quinientas, han de ir con la compañía que va en su retaguardia.

Ítem: ha de llevar cuatro mil vacas y toros, las dos mil, ha de llevar adelante, y las otras dos mil, la compañía que ha de ir en su retaguardia.

Ítem: ha de llevar ochocientos caballos, los cuales han de llevar las otras dos compañías que han de ir por el río de Vacas.

Ítem: ha de llevar cincuenta cajones de herraje con clavos y herramientas.

Ítem: ha de llevar cincuenta acémilas cargadas de bastimento; porque los carros que han de ir por el río de las Vacas, han de llevar el matalotaje nescesario para todas las cuatro compañías.

Ítem: ha de llevar la cantidad necesaria de bizcocho y harina; ansí mismo, cantidad de maíz para los caballos.

Ítem: ha de llevar cinco mil carneros y ovejas, los cuales han de ir en conserva de las dos compañías que han de ir por el río de las Vacas; porque hay muchos pastos y comidas para ganado.

Ítem: ha de llevar quinientas vacas, hecho cecina.

Ítem: ha de llevar cantidad de barras de hierro, picos, azadas, azadones, clavazones de todas suertes; de todo esto gran cantidad.

Ítem: ha de llevar fuelles y cañones, para desde luego, ir ensayando los metales que se fueren hallando; e ansí mismo, todas las herramientas, mazos y aderezos de ingenio, para el ensayo de los dichos metales y para todos los oficiales que se le mandare.

Y de las lagunas referidas que hace el río del Norte, ha de caminar adelante el dicho Antonio de Espejo con su compañía, dejando la otra, cuatro jornadas de a cuatro leguas, más atrás, hasta llegar a diez pueblos que están orilla del dicho río del Norte, antes de llegar a la provincia de Tiguas, a donde ha de dejar cincuenta hombres de su compañía, y las dichas yeguas y vacas; y con los otro cincuenta, entrará en la provincia de Tiguas, y ha de llevar algunas cosas que dar a los indios caciques y a los más principales, porque ansí se lo prometió; y les dirá cómo lleva muchos castillos que ansí llaman a los españoles, como ellos se lo dijeron; y con esto enviará a llamar a los otros cincuenta soldados de su compañía, para que con las yeguas y vacas lleguen a la dicha provincia; y siempre se ha de procurar ir con recato, de manera, que no se haga daño con la cabalgada a las simenteras de los naturales; y desde allí ha de visitar todos los pueblos desta provincia, y procurar que los caciques della, den noticia a la provincia de Magrias, que confina con la de Tiguas, que está hacia el Nordeste, de donde con uno de los soldados, que en él entraron, avisará a las dos compañías que han de estar en la parte referida.

La orden que han de tener en venir allí y aquí, dejará veinte soldados que aguarden a las dichas dos compañías, y él se volverá con los demás, a la provincia de Tiguas, a recibir la compañía que en su retaguardia ha de ir; y desde allí volverá adelante con la mejor orden que pudiere, a la provincia de Quires, y la visitará y verá; y con todos los caciques hará lo mismo; y desde allí irá a la provincia de Acoma, que es una peña alta que está hacia el Nordeste; y en ella, poblados, más de seis mil indios a donde hará hacer un fuerte y casa real, entre la dicha provincia y un río pequeño, donde más comodidad le paresciere; y se pondrán allí los dichos cien hombres casados, y se hará de forma que aunque no sea necesario guerra, estén apercibidos para ello; y a este fuerte han de venir las otras dos compañías.

Y estando así todos juntos, los dichos capitanes, soldados y religiosos, se tratará de la forma que se ha de tener en la población de las dichas provincias; y con el más sano consejo que hubiere, se dará la orden que se ha de tener para la dicha población y pacificación deste reino; y lo mismo para acomodar todo el ganado que llevare; y después de hecho lo referido, pasará adelante con la gente que viere que conviene, dejando la necesaria en cada provincia; todo lo cual hará, guardando la instrucción que se le diere, conforme a la comodidad que para cada cosa hubiere, deseando acertar en lo que toca al servicio de Nuestro Señor y de Vuestra Majestad, para que tan gran número de ánimas se salven, y el demonio no esté tan aposesionado en ellos, como hoy está; pues lo idolatran.

Y de todo lo que se hiciere, irá dando aviso a Vuestra Majestad y su Real Consejo de las indias, por todas las vías posibles, para que Vuestra Majestad ordene lo que más se sirva; y porque lo susodicho ha de hacer a su costa y ha de gastar su hacienda y la de sus deudos, que serán más de cien mil ducados, demás de otros diez mil que gastó en su descobrimiento, y de los trabajos que ha de pasar y ha pasado; sólo suplica a Vuestra Majestad, le haga la merced que pedirá por un memorial, que es mucho menos de lo que Vuestra Majestad promete por sus ordenanzas.

Ilustrísimo Señor. Los inconvenientes que se siguen, de que si seguiese tratar que el negocio de la población del Nuevo México, se remitiese al visorrey de la Nueva España.

Lo primero es de mucha consideración, el ver que como consta por las informaciones e relaciones que a este Real Consejo se han traído, los naturales de aquella tierra están al presente de paz, muy quietos e sosegados; y ansí serán fáciles de atraer al verdadero conoscimiento de Dios Nuestro Señor, y al dominio y obediencia de Su Majestad, si para ello son procurados con dádivas y halagos, sin rompimientos ni guerras, por persona que tenga expiriencia de semejantes jornadas.

Lo otro a que se debe advertir mucho, es, que si al Visorrey se hobiese de hacer esta remisión, y él allá hubiese de proveer persona para el negocio, es imposible que el tal proveído pueda hacer la jornada sin haber de volver a España, por cotas, arcabuces, cueros y otras municiones nescesarias; porque como es notorio y se sabe allá, no lo hay ni bastarían docientos mil ducados para habello de comprar, por costar una cota, ochenta y cien pesos; y un arcabuz, cincuenta y sesenta; y desta manera, todo lo demás en tanto grado, que aun siendo proveído para ello de la real caza, se haría con dificultad; de más de que yendo a la jornada sin navíos con que ir costeando la tierra, y buscando puerto por donde ha de tener correspondencia con Castilla, sería no hacer nada; pues es imposible haberse de proveer la tierra nueva, de las cosas necesarias de Castilla, por la Nueva España, estando distinta della, más de quinientas y seiscientas leguas; y esto las primeras poblaciones que están descobiertas: y a lo que principalmente ha de tener ojo, el capitán que fuere, es buscar puerto en la mar del Norte, por el cual, con facilidad pueda ser proveído de Castilla, de las cosas necesarias a la vivienda e perpetuidad de la tierra.

Hay otro inconveniente y dificultad que no es el menor de los que se pueden decir, y es que de necesidad le es forzoso al capitán que esta jornada se le diere, llevar de Castilla, docientos o trecientos hombres casados con sus mujeres e hijos, a quien haya de repartir e poblar la tierra para la perpetuidad della; porque dado caso que de la Nueva España pueda sacar alguna gente, esta no la hallará, que sean casados, sino solteros; y como de la Nueva España, hay cada año, saca de gente para las islas del Poniente y para los presidios de las Zacatecas, y se reparten a otras partes, no hallará, aunque más diligencia ponga, ciento y cincuenta hombres, que no es bastante número para la jornada; porque conviene llevar de seiscientos hombres para arriba, siendo, como es, la tierra tan larga y tan poblada, y a donde por fuerza se han de ir quedando y repartiendo soldados y vecinos, ansí en las minas que se fueren poblando y descobriendo, como en otras fuerzas que será nescesario dejar proveídas de gente, para pasar adelante; demás de que los soldados de la Nueva España, con el buen pasto que tienen en andando de docientas leguas para arriba, y no hallando su contento, se huyen de dos en dos, y de diez en diez, y dejan al pobre capitán solo, sin ser parte para lo resistir; de lo cual se tiene expiriencia muy clara en el viaje que hicieron a esta propia tierra los capitanes Francisco Vázquez Coronado e Francisco de Ibarra, que se hobieron de volver sin descobrir la tierra por los dejar solos sus soldados y huírseles de noche, el cual inconveniente cesará, llevando el capitán la gente de Castilla, que como van a poblar e buscar donde vivir, y con sus mujeres e hijos, morirán antes que desamparar su capitán, de quien esperan ser ricos y honrados.

Pues si el Visorrey hobiese de proveer el capitán, y él hobiese de venir desde allá, acá, a hacer la gente, y a proveerse de armas y municiones, ya está visto, se haría tarde, mal e nunca, respeto de la brevedad que el negocio requiere. Y porque es bien se advierta e considere esto que digo de la brevedad que se requiere, por las informaciones e relaciones consta, como dentro en esta tierra nueva, están al presente, cuatro indios cristianos, los dos hermanos, naturales de México, que por cierto caso, aportaron a aquella tierra; los cuales tienen puestas unas cruces muy altas a la entrada de los pueblos donde viven; estos cuatro indios son tenidos y respetados en más que los señores de la propia tierra; y la mandan y gobiernan, y mediante estos indios, con el favor divino, se ha de poblar y allanar la tierra, sin guerras ni heridas ningunas, abreviándose la jornada antes que se mueran, por ser como son ya muy viejos, y haber más de cuarenta años que están dentro de la tierra; que esto es cosa que se debría advertir y mirar muy bien.

La tierra es larga y muy poblada, y si a los principios se acierta, los indios son dóciles y fáciles de convertir, por ser gente de buenos entendimientos; y así conviene llevallos con amor, sin los amedrentar, ni espantar; porque si los levantan; costará mucha cantidad de españoles primero que se allanen e reduzcan.

Hasta hoy jamás se ha cometido población de provincias a tercera persona, sino que de este sacro Senado, se da la conduta, después de bien considerado y mirado todo; y veo que siempre sea acertado, y pocas veces sucede lo propio en lo que a otro se encarga; antes resulta dello lo que se ha visto.

Yo, ha, veinte y cinco meses que vine a este negocio, y he gastado cuatro mil ducados; soy hombre de cincuenta años; y si agora hubiese de ocurrir al visorrey de la Nueva España, ha ser proveído, y volver otra vez, como ha de ser forzoso, a buscar la gente para hacer poblar la tierra y a comprar navíos, armas y municiones, y tomar con ellos, tercera vez, a la Nueva España, es de tanto trabajo y se siguen tantos inconvinientes; que podría faltar al mejor tiempo; y aunque hay otros muchos que lo harán, muy mejor que yo, ninguno me hará ventaja en el deseo y voluntad que tengo de servir a Dios y a Su Majestad, ni en la experiencia tan larga de treinta años, que ha, que le sirvo, en aquellas partes.

Esta jornada no se puede dar a persona que por sí solo tenga caudal para la hacer; y ansí le conviene ayudarse de otro; y este favor es posible, ninguno le tiene tan bien como yo; pues en este negocio, somos más de veinte compañeros, que algunos de ellos tienen a seis mil pesos de renta, y treinta y cuarenta mil pesos de hacienda; y para que cumpliré lo que tengo prometido, daré dello fianza de doscientos mil pesos, en la Audiencia Real de la Nueva España, ante el Virrey della; demás, de que haciéndoseme la merced, primero que parta de Sevilla, constará por testimonio e información, cómo de los cien mil ducados que me ofrezco a gastar en esta jornada, tengo ya gastados, en armas, navíos, municiones, bastimentos, y en la gente que llevo, más de sesenta mil ducados; y si no que se me quite la jornada; y pues yo hago tan gran ventaja, justo es, se tenga atención a mi ofrecimiento, e a que vine con tanto ruego en un navío de aviso, a sólo este negocio, porque quizás quiere Dios le sirva en este particular como persona que sabe también tratar los indios y mirar por su conversión y buen tratamiento.

Copia de la carta que escribió Antonio de Espejo.

Ilustrísimo Señor.- Habrá veinte y cinco días que llegué a estas minas de Santa Bálbola, de esta Gobernación, muy trabajado y fatigado de haber andado demás de un año a esta parte, más de ochocientas leguas, viendo y descobriendo las provincias del Nuevo México, a quien puse por nombre Nueva Andalucía, por haber nacido en tierra de Córdova, en las cuales entré con una piadosa ocasión, como Vuestra Señoría, siendo servido, podrá ver por esa relación que envío de todo mi viaje, de donde espero en Nuestro Señor, han de resultar grandísimos efetos en servicio suyo y de Su Majestad y ensalzamiento de la fe católica; porque demás de las tierras y poblaciones que yo anduve, y la gran suma de pueblos y gente que vi, tuve noticia de otros muchos y mayores, y más ricos, que están adelante; y en las comarcas de los otros, que por ir pocos, e ya gastadas las municiones, no pasamos a delante. Yo quisiera ir a besar las manos a Vuestra Señoría, luego como supe en Santa Bálbola, que Su Majestad había cometido a Vuestra Señoría, la visita de esa Real Audiencia; pero hasta haber pagado mi inocencia, en la que se me impone, que espero en Dios hacerlo con brevedad, no osaré parecer delante de Vuestra Señoría, aunque estoy determinado a enviar persona propia, que en mi nombre, dé noticia a Su Majestad, de mi peregrinación; y a suplicarle me haga merced de encargarme la poblazón y descobrimiento de aquellas tierras, y de las que más descobriere; que no me contentaré hasta llegar a las costas del mar del Sur y del Norte; aunque me tienen embargada parte de mi hacienda, no me faltará la que fuere menester, para hacer la jornada con bastante número de gente, bastimentos, pertrechos y municiones, haciéndome Su Majestad, merced, como de su cristianísima y larga mano se debe esperar; y no me atreviera a escribir a Vuestra Señoría, sino fuera este negocio tan del servicio de Dios y de Su Majestad, y estar Vuestra Señoría en su nombre. Vuestro Señor guarde y prospere muy largos años la Ilustrísima persona y estado de Vuestra Señoría, como todos los servidores deseamos. Del Valle de San Bartolomé de la Nueva Vizcaya a fin de otubre de mill e quinientos ochenta e tres años.

Ilustrísimo Señor; besa las manos de Vuestra Señoría Ilustrísima, su criado, Antonio de Espejo.- Sobre escripto.- Al Ilustrísimo Señor arzobispo de México, visitador general de la Nueva España, mi señor.

Relación del viaje, que yo, Antonio de Espejo, ciudadano de la ciudad de México, natural de la ciudad de Córdoba, hice, con catorce soldados y un religioso de la orden de San Francisco a las provincias del Nuevo México, a quien puse por nombre, la Nueva Andalucía, a contemplación de mi patria, en fin del año de mil e quinientos ochenta e dos.

Para mejor y más fácil inteligencia de esta relación, se ha de advertir, que el año de mil e quinientos e ochenta e uno, teniendo noticia un fraile de la orden de San Francisco, que se llama fray Agustín y Ruiz, que residía en el Valle de San Bartolomé, por ciertos indios Conchos, que se comunicaban en los pazaguates, que hacia la parte del norte había ciertas poblaciones no descubiertas, procuró licencia para entrar en ellas, con intento de predicar a los naturales, la ley evangélica; y habiéndolo alcanzado de su prelado y del virrey Conde de Coruña, y el dicho fraile y otros dos, que se llamaban fray Francisco López y fray Juan de Santa María, con siete u ocho soldados, de que iba por caudillo, Francisco Sánchez Chamuscado, entró por el mes de junio de ochenta y uno, por las dichas poblaciones, hasta llegar a una provincia que llaman de los Tiguas, que está de las minas de Santa Bálbola, en la Gobernación de la Nueva Vizcaya, donde comenzaron su jornada docientas y cincuenta leguas hacia el Norte, a donde los mataron al fray Juan de Santa María; y como vieron que había mucha gente y que para cualquier efeto do paso de guerra, eran pocos, tornáronse los soldados y caudillos a las dichas minas de Santa Bálbola, y de allí a México, que está ciento y sesenta leguas, a dar noticia al dicho Virrey, por el mes de mayo de quinientos e ochenta e dos; y los dichos dos religiosos, que quedaron con el deseo que tenían de la Salvación de las ánimas, no quisieron salirse sino quedarse en la dicha provincia de los Tiguas, por donde antiguamente pasó Francisco Vázquez Coronado, yendo a la conquista y descobrimiento de las ciudades y llanos de Cíbola, pareciéndoles que quedaban siguros entre los naturales de la dicha provincia; y ansí se quedaron con tres muchachos indios y un mestizo, de lo cual recibió notable pena la orden de San Francisco; teniendo para esto, que los indios habían de matar a los dichos dos religiosos, y a los que con ellos quedaron; y con este temor, procuraban y deseaban que hubiese quien entrase en la dicha tierra a sacarlos y favorecerlos, y para este efeto se ofreció de hacer la jornada otro religioso de la misma orden, llamado fray Bernaldino Beltrán, moradores del convento de la Villa de Durango, cabecera de la Nueva Vizcaya, con licencia y permisión de su superior; y como en aquella sazón yo me hallase en aquella Gobernación y tuviese noticia del gusto y piadoso deseo del dicho religioso y de toda la orden, y entendiendo que en ello servía a Nuestro Señor y a Su Majestad, yo me ofrecí acompasar al dicho religioso y gastar parte de mi hacienda en hacerle la costa y en llevar algunos soldados, así por su guarda y defensa como para la de los religiosos a quien iba a traer y socorrer, dándoseme licencia u mandándomelo la justicia real en nombre de Su Majestad; y así, habiendo entendido el santo celo del dicho religioso, y mi intento, el capitán Joan de Onteveros, alcalde mayor por Su Majestad en los pueblos que llaman las Cuatro Ciénegas, que son en la dicha Gobernación de la Nueva Vizcaya a la parte de Oriente, setenta leguas de las dichas minas de Santa Bálbola, a instancia del dicho fray Bernaldino, dio su mandamiento y comisión, para que yo con algunos soldados entrase en la dicha tierra Nueva, para traer y socorrer a los dichos religiosos y gente que en ella quedaron.

Y ansí en virtud del dicho mandamiento y comisión, junté catorce soldados cuyos nombres son Joan López de Ibarra, Bernardo de Luna, Diego Pérez de Luján y Gaspar de Luján; Francisco Barrero, Gregorio Hernández y Miguel Sánchez Valenciano y Lázaro Sánchez y Miguel Sánchez Nevado hijos del dicho Miguel Sánchez; y Alonso de Miranda y Pedro Hernández de Almansa y Joan Fernández y Cristóbal Sánchez y Joan de Frías; a los cuales o a la mayor parte socorrí con armas y caballos, municiones y bastimentos y otras cosas necesarias para tan largo y nuevo viaje; y dando principio a nuestra jornada en el Valle de San Bartolomé, que es nueve leguas de las dichas minas de Santa Bálbola, a diez de noviembre de mil e quinientos e ochenta e dos años, con ciento y quince caballos y mulas, y con alguna gente de nuestro servicio, y cantidad de armas, municiones y bastimentos, fuimos caminando, derechos hacia el Norte, y a dos jornadas de a cinco leguas, hallamos mucha cantidad de indios, de nación conchos, en rancherías, y muchos dellos, nos salieron a recibir en cantidad de más de mil, a los caminos por donde íbamos; estos hallamos que se sustentan de conejos, liebres y venados que cazan y hay en mucha cantidad, y de algunas sementeras de maíz y calabazas y melones de Castilla; y sandías, que son como melones de invierno, que siembran, labran y cultivan; y de pescado y mascale, que son pencas de lechuguilla, que es una planta de media vara de alto con unas pencas verdes; las cepas desta planta cuecen y hacen una conserva a manera de carne de membrillo muy dulce, que llaman mascale; andan desnudos, tienen unos jacales de paja por casas, usan por armas, arcos y flechas; tienen caciques a quien obedecen; no les hallamos que tuviesen ídolos ni que hiciesen sacrificios algunos; juntamos dellos los que pudimos, y les pusimos cruces en las rancherías, y se les significó por intérpretes que llevábamos de su lengua, el misterio dellos y alguna cosa de nuestra Santa fe católica; y pasaron con nosotros de sus rancherías a otras seis jornadas, que en ellas habría veinte y cuatro leguas, hacia el Norte; los cuales están poblados de indios desta nación y nos salían a recibir de paz, dándose unos caciques a otros, aviso, como íbamos todos ellos; nos alagaban y a nuestros caballos, tocando a nosotros y a los dichos caballos con las manos, y dándonos algunas cosas de sus bastimentos: y esto con mucho amor.

Acabadas estas seis jornadas, hallamos otra nación de indios que se llama Pazaguate, que tienen sus rancherías y jacales y sustento como los dichos Conchos; hízose con ellos lo que con los dichos de la nación Conchos, los cuales pasaron con nosotros cuatro jornadas, que serán catorce leguas; dándose aviso unos caciques a otros para que nos saliesen a recibir como ellos lo hacían; en parte de estas cuatro jornadas, hallamos muchas barras de plara, y al parecer de los que las entendían, ricas.

Salimos desta nación, y a la primera jornada hallamos otra gente que llaman los tobozos; son esquivos, y así se fueron de todas las partes que estaban poblados, en jacales, por donde pasábamos; porque según se decía, habían llegado allí algunos soldados y llevado algunos dellos por esclavos; y llamamos algunos de los dichos indios, regalándolos, y vinieron al real algunos dellos; y a los caciques dimos algunas cosas, y por intérpretes, a entender, que no veníamos a los hacer cautivos, ni daño ninguno; y con esto se aseguraron e les pusimos cruces en las rancherías, y les sinificamos algunas cosas de la ley de Dios Nuestro Señor; mostraron recibir contento, y con ello algunos dellos, pasaron con nosotros hasta sacarnos de su tierra; susténtanse con lo que los dichos pazaguates; usan de arcos y flechas; andan sin vestiduras; pasamos por esta nación que parecía haber pocos indios, tres jornadas, que habría en ellas, once leguas.

Acabados de salir desta nación, entramos en otra que se llama de los xumarias, que por otro nombre los llamaban los españoles, los patarabueyes, en que parecía había mucha gente y con pueblos formados, grandes, en que vimos cinco pueblos con más de diez mil indios y casas de azutea, bajas, y con buena traza de pueblos; y la gente desta nación está rayada en los rostros; y es gente crecida, tienen maíz y calabazas, y caza de pie y vuelo, y frísoles y pescados de muchas maneras, de dos ríos caudalosos, que es el uno que dicen derechamente del norte y entra en el río de los Conchos, que este será como la mitad de Guadalquibí, y el de Conchos será como Guadalquibí, el cual entra en la mar del Norte; tienen salinas de lagunas de agua salada, que en tiempos del año, se viene a cuajar y a hacer sal como la de la mar; y la primera noche que asentamos en el real junto a un pueblo pequeño de la dicha nación, nos mataron con flechas cinco caballos, y nos hirieron otros tantos con haber vela, y se retiraron a una sierra adonde fuimos por la mañana, seis compañeros, con Pedro Naguatato, natural de su nación, y los hallamos y sosegamos y dejémoslos de paz, y trayéndolos a su propio pueblo; y les dimos a entender lo que a los demás, y que avisasen a los de su nación, no se huyesen ni escondiesen, y nos saliesen a ver; y algunos de los caciques les di cuentas y sombreros y otras cosas para que los trujesen de paz, como lo hicieron; y destos pueblos pasaron con nosotros, dándose aviso unos a otros, como íbamos de paz y no a hacerles daño; y así fueron mucha cantidad dellos con nosotros, a enseñarnos un río del Norte que arriba se ha referido; y por las riberas del dicho río, están poblados indios a esta nación, en espacio de doce jornadas, y algunos dellos tienen casa de azutea, y otros viven en casas de jacales de paja; salieron los caciques a recibirnos cada uno con su gente, sin arcos ni flechas, dándonos de sus comidas, y algunos nos daban gamuzas y cueros de las vacas de Cíbola, muy bien aderezados, que las gamuzas se hacen de cueros de venados también aderezadas como en Flandes, y los cueros son de las vacas corcovadas que llaman de Cíbola, que parecen en el pelo a las vacas de Irlanda, y los cueros destas vacas los aderezan los naturales de la manera de las cintas que se hacen en Flandes, y dellas se sirven para hacer calzado, y otros aderezan de diferentes maneras, con que algunos de los naturales andan encubiertos; estos indios tienen al parecer alguna lumbre de nuestra santa fe católica, porque señalan a Dios Nuestro Señor mirando al cielo, y le llaman Apalito, en su lengua, y que él es a quien conocen por Señor, y les da lo que tienen; venían muchos hombres y mujeres y niños dellas, a que los santiguásemos el dicho religioso y los españoles, y dellos mostraron recibir mucho contento; dijéronnos y diéronnos a entender por intérpretes, que por allí habían pasado tres cristianos y un negro, y por las señas que daban, pareció haber sido Alonso Núñez Cabeza de Vaca, y Dorante, y Castillo Maldonado, y un negro, que todos ellos habían escapado de la armada con que entró Pánfilo de Narváez en la Florida; quedaron de paz y muy sosegados y contentos, y fueron con nosotros el río del Norte arriba; algunos dellos, sirviéndonos y acompañándonos.

Caminando adelante siempre hacia el Norte por el dicho río arriba, nos salieron a recibir mucha cantidad de indios, hombres y mujeres, y muchachos, vestidos y cubiertos de gamuzas, los cuales no supimos de qué nación eran, por falta de intérpretes; y nos trajeron mucha cantidad de cosas, hechas de plumería y de diferentes colores, y unas mantillas de algodón bareteadas de azul y blanco, que son como algunas de las que traen de la China; y nos dieron a entender por señas, que otra nación que confinaba con ellos hacia el Poniente, traían aquellas cosas para resgatar con ellas otras mercadurías que estos tenían, que a lo que pareció y dieron a entender por señas, eran cueros de vacas y de venados aderezados; y enseñándoles metales relucientes que en otras partes suelen tener plata; y otros de la misma calidad que llevamos, nos señalaron hacia el Poniente cinco jornadas; y que ellos nos llevaban donde había grandísima cantidad de aquellos metales y mucha gente desta nación; y estos salieron con nosotros, cuatro jornadas, en que habría veinte y dos leguas.

Habiéndose quedado los dichos indios, y caminando otras cuatro jornadas por el dicho río arriba, hallamos gran cantidad de gente que vive junto a unas lagunas que por medio dellas pasa el dicho río del Norte; y esta gente, que serían más de mil indios e indias, que estaban poblados en sus rancherías y casas de paja, nos salieron a recibir hombres y mujeres y muchachos, y cada uno traía su presente de Mezquitama, que es hecho de una fruta a manera de algarrobas, y pescados de muchas maneras, que hay gran cantidad en aquellas lagunas, y otras cosas de su comida, en tanta cantidad, que se quedaba perdido la mayor parte de ello, porque era mucha cantidad lo que nos daban; y el día y la noche, en tres que allí estuvimos, siempre hacían mitoses y bailes y danzas, a su modo; y al de las mexicanas, diéronnos a entender que había mucha cantidad de gente desta nación apartada de allí, y no supimos qué nación era, por falta de intérpretes; y entrellos hallamos un indio de nación concho, el cual nos dio a entender, señalando hacia el Poniente, que quince jornadas de allí había una laguna muy grande a donde había gran cantidad de poblaciones y casas con muchos altos, y que había indios de la nación concha, poblados allí, y gente vestida y con muchos bastimentos de maíz y gallinas de la tierra, y otros bastimentos en gran cantidad, y se ofreció de nos llevar a ella; y porque nuestra derrota era seguir por bajo del norte a dar socorro a los dichos religiosos y a los que con ellos quedaron, nos fuimos a la dicha laguna; en esta ranchería y paraje hay muy buenas tierras y de muy buen temple, y cerca de donde hay vacas y ganados de aquella tierra, y mucha caza de pie y vuelo, y minas, y muchos montes y pastos, y aguas y salinas de muy rica sal, y otros aprovechamientos.

Caminando el propio río arriba, fuimos por él desde el paraje de las lagunas de suso referidas, sin hallar ninguna gente, quince jornadas, por donde había mezquitales y tunales y montañas de pinales con piñas y piñones como los de Castilla, y salinas y cedros, al cabo de las cuales habríamos andado ochenta leguas, y allí hallamos una ranchería de poca gente, y en ella cantidad de jacales de paja y muchos cueros de venado también aderezados como los que traen de Flandes y cantidad de sal blanca y muy buena, y tasajos de venado y otras cosas de bastimentos; y los dichos indios nos recibieron bien, y salieron con nosotros, y nos llevaron dos jornadas, como doce leguas de allí, a las poblaciones, siempre siguiendo el dicho río del Norte; y desde que entramos en él, siempre fuimos siguiendo el río arriba, llevando una sierra de la una parte del río, y otra de la otra, las cuales están sin arboledas en todo el camino, hasta llegar cerca de las poblaciones que llaman del Nuevo México, aunque por las riberas del río hay gran cantidad de alamedas, y por partes, cuatro leguas en ancho, de los dichos álamos blancos, en la rivera deste río; y desde que entramos un él, no nos apartamos hasta llegar a las dichas provincias que llaman del Nuevo México; y en las riberas del dicho río, en muchas partes del camino, hallamos muchos parrales y nogales de Castilla.

Ya que estábamos en las dichas poblaciones, prosiguiendo el dicho río arriba, en dos días, hallamos diez pueblo poblados, riberas de este dicho río y de una y de otra banda junto a él, demás destos pueblos, que parecían desviados, en que pasando por ellos parecía haber más de doce mil ánimas, hombres y mujeres y niños; pasando por esta provincia, nos salieron a recibir de cada pueblo la gente dél, y nos llevaban a ellos y nos daban cantidad de gallina de la tierra, y maíz y frísol y tortillas y otras maneras de pan que hacen con más curiosidad que la gente mexicana; muelen en piedras muy crecidas y muelen maíz crudo, cinco o seis mujeres juntas en un molino, y desta harina hacen muchas diferencias de pan; tienen casas de dos y tres y cuatro altos y con muchos aposentos en cada casa, y en, muchas casas dellas, tienen sus estufas para tiempo de invierno; y en las plazas de los pueblos, en cada una dellas, tienen dos estufas que son unas casas hechas debajo de la tierra, muy abrigadas y cercadas de poyos, dentro dellas para asentarse; y asimismo tienen a la puerta de cada estufa una escalera para abajar, y gran cantidad de leña de comunidad, para que allí se recojan los forasteros, en esta provincia se visten algunos de los naturales, de mantas de algodón y cueros de las vacas, y de gamuzas aderezadas; y las mantas de algodón las traen puestas al uso mexicano, eceto que debajo de partes vergonzosas traen unos paños de algodón pintados, y algunos dellos traen camisas, y las mujeres traen naguas de algodón y muchas dellas bordadas con hilo de colores, y encima una manta como la traen los indios mexicanos, y atada con un paño de manos como toalla labrada, y se lo atan por la cintura con sus borlas, y las naguas son que sirven de faldas de camisa a raíz de las carnes, y esto cada una lo trae con la más ventaja que puede; y todos, así hombres como mujeres, andan calzados con zapatos y botas, las suelas de cuero de vacas, y lo de encima de cuero de venado aderezado; las mujeres traen el cabello muy peinado y bien puesto y con sus moldes que traen en la cabeza uno de una parte y otro de otra, a donde ponen el cabello con curiosidad sin traer nengún tocado en la cabeza; tienen en cada pueblo sus caciques conforme a la gente que hay en cada pueblo; así hay los caciques, y dichos caciques tienen sus tequitatos que son como alguaciles que ejecutan en el pueblo lo que estos caciques mandan, ni más ni menos que la gente mexicana; y en pidiendo los españoles a los caciques de los pueblos cualquier cosa, llaman ellos a los tequitatos y los tequitatos publican por el pueblo, a voces, lo que piden; y luego acuden con lo que se les manda, con mucha brevedad; tienen todas las pinturas de sus casas y otras cosas que tienen para bailar y danzar, así en la música como en lo demás, muy al natural de los mexicanos; beben pinole tostado, que es maíz tostado y molido y echado en agua, no se sabe que tengan otra bebida ni con que se emborrachen; tienen en cada uno destos pueblos una casa donde llevan de comer al demonio, y tienen ídolos de piedra pequeños donde idolatran; y como los españoles tienen cruces en los caminos, ellos tienen enmedio de un pueblo a otro, en medio del camino, unos cuizillos a manera de humilladeros hecho de piedras donde ponen palos pintados y plumas, diciendo, va allí a reposar el demonio y a hablar con ellos; tienen sementeras de maíz, frísol y calabaza, y piciere, que es una yerba muy sana; y de todo esto hay sementeras de riego y de temporal con muy buenas sacas de agua y que lo labran como los mexicanos; y cada uno en su sementera tiene un portal con cuatro pilares donde le llevan de comer a medio día y para la siesta, porque de ordinario están en sus sementeras desde la mañana hasta la noche a uso de Castilla; en esta provincia alcanzan muchos montes de pilares que dan piñones como los de Castilla, y muchas salinas de una parte y de otra del río, hay más de una legua y más de cada banda de arenales, natural tierra para coger mucho maíz; tienen por armas arcos y flechas, macanas y chimales, que las flechas son de varas tostadas y las puntas dellas de pedernal esquinadas, que con ellas fácilmente pasan una cota; y los chimales; son de cueros de vacas como adargas, y las macanas son un palo de media vara de largo, y al cabo del, muy gordo, con que se defienden en estando dentro de sus casas; no se entendió tuviesen guerra con ninguna provincia; diéronnos aquí noticia de otra provincia que está en el propio río arriba, por la propia orden.

Salimos desta provincia después de cuatro días que en ellas estuvimos, y a media legua del distrito della, hallamos otra provincia que se llama de los Tiguas, que son diez y seis pueblos que el uno dellos se llama Puala, que es adonde hallamos haber muerto los indios desta provincia a fray Francisco López y fray Agustín Ruiz y a tres muchachos y un mestizo que íbamos a favorecer y traer, a donde hallamos relación muy verdadera; que estuvo en esta provincia Francisco Vázquez Coronado y le mataron en ella nueve soldados y cuarenta caballos, y que por este respeto había asolado la gente de un pueblo desta provincia, y destos nos dieron razón los naturales destos pueblos por señas que entendimos; esta gente entendiendo que íbamos allí por haber muerto a los frailes, a castigarles, antes que allegásemos a la provincia, se fueron a una sierra que está dos leguas del río, y procuramos traerlos de paz, haciendo para ello muchas diligencias, y no se quisieron venir; hallamos en sus casas gran cantidad de maíz, frísol y calabaza, y muchas gallinas de la tierra, e muchos metales de diferentes colores; y algunos pueblos desta provincia y las casas dellos, mayores que los de la provincia que habíamos pasado, y las sementeras y dispusición de la tierra, pareció ser todo uno; no pudimos saber que tanta gente era ésta, por se haber huido.

Pues como hubiésemos llegado a esta provincia de los tiguas, y hallado muertos a los dichos religiosos, y al mestizo e indios que con ellos quedaron, en cuya busca habíamos ido, tuvimos algún movimiento de volvernos a la Nueva Vizcaya de donde habíamos salido; pero como allí nos dieron los indios noticia de otra provincia a la parte de Oriente, diciendo que estaba cerca, y pareciéndome que toda aquella tierra está muy poblada, y que cuanto más entrábamos en ella, hallábamos mayores poblaciones, y que nos recibían de paz, consideré que era buena ocasión la que se me ofrecía para servir a Su Majestad, viendo y descobriendo aquellas tierras tan nuevas y apartadas para dar noticia dellas a Su Majestad, sin que Su Majestad hiciese costas ni gastos en su descobrimiento; y así me determiné de pasar adelante todo el tiempo que las fuerzas me bastasen; y habiéndolo comunicado con el dicho religioso y soldados, y conformándose con mi determinación, continuamos nuestra jornada y descobrimiento por la orden que hasta allí habíamos traído.

En este paraje dicho, tuvimos noticia como el dicho, otra provincia que por la parte de Oriente está dos jornadas desta provincia, que se llama de los Maguas; y dejando el real en la provincia me partí para ella con dos compañeros donde llegué en dos días, en la cual hallé once pueblos, y en ellos, gran cantidad de gente que me parece habría más de cuarenta mil ánimas entre hombres y mujeres y niños; aquí no alcanzan río, ni tienen arroyos que corren y fuentes de que se sirven; tienen mucho maíz y gallinas de la tierra, y bastimentos y otras cosas como en la provincia dicha antes desta, en mucha abundancia; esta provincia confina con las vacas que llaman de Cíbola, y andan vestidos de los cueros de las dichas vacas, y de mantas de algodón y gamuzas, y gobiérnanse como las provincias dichas de atrás; tienen ídolos en que adoran como los demás referidos, y dispusición de minas en la serranía de esta provincia; porque caminando hacia ella, hallamos mucha artimonia, que es una quemazón de metales de plata, por el camino donde íbamos, y donde se suele de ordinario hallar en estas quemazones, metales ricos de plata, donde quiera que las hay; y en esta provincia hallamos metales en las casas de los indios; y hallamos, que aquí habían muerto uno de los religiosos que entraron con Francisco Sánchez Chamuscado, que se llamaba fray Joan de Santa María, el cual había entrado en compañía de los demás religiosos y del dicho Francisco Sánchez Chamuscado, y soldados, el cual mataron antes que el dicho Francisco Sánchez Chamuscado saliese a la tierra, de paz, y los trujimos de paz, sin tratarles nada destas muertes; diéronnos de comer, y habiendo visto la dispusición de la tierra, nos salimos della; es tierra de muchos montes de pinales con piñas con piñones de Castilla, y salinas; y nos volvimos al real y río del Norte, de donde habíamos salido.

Llegados al real, tuvimos noticia de otra provincia que se llama de los Quires, el río del Norte, arriba, una jornada, como seis leguas, de allí donde teníamos el real; y con todo él, fuimos a la provincia de los Quires; y antes que llegásemos a ella, una legua, nos salieron a recibir mucha cantidad de indios, de paz, y nos rogaron fuésemos a sus pueblos; y así fuimos, donde nos recibieron muy bien y nos dieron algunas mantas de algodón e muchas gallinas y maíz y de todo lo demás que tenían; la cual provincia, tiene cinco pueblos, donde hay mucha cantidad de gente, que nos pareció, habría quince mil ánimas, y el sustento y vestidos como los referidos, en la provincia antes desta; son idólatras, tienen muchas sementeras de maíz y otras cosas; aquí hallamos una urraca en una jaula al natural como las de Castilla, y hallamos girasoles como los de la China, pintados con el sol y la luna y las estrellas; aquí se tomó el altura y nos hallamos en treinta y siete grados y medio, derechamente, debajo del Norte, y tuvimos noticia hacia el Poniente, de otra provincia que está a dos jornadas de aquí.

Salimos de la dicha provincia, y a dos jornadas que son catorce leguas, hallamos otra provincia que llaman los Punames, que son cinco pueblos, que la cabecera se dice, Sia; y es un pueblo muy grande que yo anduve con mis compañeros, en que había ocho plazas con mejoradas casas de las referidas atrás, y las más dellas encaladas y pintadas de colores y pinturas, al uso mexicano; el cual dicho pueblo, está poblado junto a un río mediano que viene del Norte, y entra en el dicho río del Norte; y junto a una sierra, en esta provincia, a lo que pareció, hay cantidad de gente, más de veinte mil ánimas; aquí nos dieron mantas de algodón y muchos bastimentos de maíz y gallinas de la tierra, y pan de harina de maíz, con mucha curiosidad, así en el aderezo de las viandas como en todo lo demás; es gente más curiosa que las de las demás provincias que hasta aquí hemos visto, vestidos, y gobierno como los demás; aquí tuvimos noticia que había otra provincia hacia el Norueste, y ordenamos de ir a ella; y en este pueblo nos dijeron, había minas allí cerca en la sierra, y nos mostraron metales ricos dellas.

Habiendo andado una jornada hacia el Norueste, como seis leguas, hallamos una provincia con siete pueblos que se llama la provincia de los Emeges, donde hay gran cantidad de gente, que al parecer, serán como treinta mil ánimas; y en uno destos pueblos, porque los naturales significaron era muy grande y estaba en la serranía, el padre fray Bernaldino Beltrán y algunos de los soldados, les pareció que era poca fuerza la que llevábamos para tan gran pueblo; y así no le vimos, por no dividirnos en dos partes; es gente como la de atrás, y con tanto bastimento, traje y gobierno; tienen ídolos, arcos y flechas y las demás armas de las provincias de suso referidas.

Salimos de la provincia dicha, hacia el poniente, tres jornadas, como quince leguas, y hallamos un pueblo que se llama, Acoma, donde nos pareció, habría más de seis mil ánimas; el cual está asentado sobre una peña alta que tiene más de cincuenta estados en alto, y en la propia peña tiene hecha una escalera por donde suben y bajan al pueblo, que es cosa muy fuerte; y tienen cisternas de agua arriba, y muchos bastimentos encerrados dentro del pueblo; aquí nos dieron muchas mantas y gamuzas y pedazos de antas de los cueros de las vacas de Cíbola, aderezados como los aderezan en Flandes, y muchos bastimentos de maíz y gallinas; esta gente tiene sus sementeras dos leguas del dicho pueblo, en un río mediano donde atajan el agua para regar como riegan las sementeras, con muchos repartimientos de agua; junto a este río, en una ciénega, cerca de las dichas sementeras, hallamos muchos rosales de Castilla, que tienen muchas rosas, y también hallamos cebollas de Castilla que se crían en la tierra sin sembrallas ni beneficiallas; tienen las serranías de por allí cerca, dispusición de minas y riquezas, al parecer, las cuales, nos fuimos a ver por ser la gente de allí, mucha y belicosa; los serranos acuden a servir a los de las poblaciones, y los de las poblaciones les llaman a estos, querechos; tratan y contratan con los de las poblaciones llevándoles sal y caza, venados, conejos y liebres y gamuzas aderezadas y otros géneros de cosas, a trueque de mantas de algodón y otras cosas con que les satisfacen la paga el gobierno; y lo demás es como las de las demás provincias; hiciéronnos un mitote y baile muy solemne, saliendo la gente muy galana y haciendo muchos juegos de manos; algunos dellos, artificios con víboras vivas, que era cosa de ver lo uno y lo otro; de manera que nos regalaron mucho con bastimento, y todo lo demás que ellos tenían; y con esto después de tres días, nos salimos desta dicha provincia.

Fuimos caminando cuatro jornadas; veinte y cuatro leguas hacia el poniente, donde hallamos al cabo dellas, una provincia, que son seis pueblos, que la provincia llaman Zuni, y por otro nombre Cíbola, en la cual hay mucha cantidad de indios, que pareció había más de veinte mil indios, donde supimos haber estado Francisco Vázquez Coronado, y algunos capitanes de los que llevó consigo; y en esta provincia hallamos puestas junto a los pueblos, cruces; y aquí hallamos tres indios cristianos que se dijeron llamar Andrés de Cuyacan y Gaspar de México y Antón de Guadalajara, que dijeron haber entrado con el dicho gobernador Francisco Vázquez, y reformándolos en la lengua mexicana que ya casi la tenían olvidada; destos supimos que había llegado allí el dicho Francisco Vázquez Coronado y sus capitanes, y que habían entrado allí don Pedro de Tobar, teniendo noticia de una laguna grande, donde decían estos naturales, hay muchas poblaciones; y nos dijeron había en aquella tierra, oro, y que eran gente vestida, y que traían brazaletes y orejeras de oro, y que estaban sesenta jornadas, y que la gente del dicho Coronado, había ido doce jornadas, adelante, desta provincia, y que de allí se habían vuelto, por no haber hallado agua, y se les había acabado el agua que llevaban, y nos dieron señas muy conocidas de aquella alaguna y riquezas que poseen los indios que en ella viven, y aunque yo, y algunos de mis compañeros, quisimos ir a esta laguna, otros no quisieron acudir a ello; en esta provincia hallamos gran cantidad de lino de Castilla, que parece se cría en los campos sin sembrallo, y nos dieron mucha noticia de lo que había en estas provincias, donde está la dicha alaguna grande, y de como habían dado aquí al dicho Francisco Vázquez Coronado y a su gente, muchos metales, y que no los habían beneficiado por no tener aderezo para ello; y en esta provincia de Cíbola, en un pueblo que llaman Aquico, el dicho padre fray Bernaldino y Miguel Sánchez Valenciano y su mujer Casilda de Amaya, y Lázaro Sánchez y Miguel Sánchez Nebado, sus hijos, y Gregorio Hernández y Cristóbal Sánchez, e Joan de Frías, que iban en nuestra compañía, dijeron que se querían volver a la Nueva Vizcaya, a donde habíamos salido; porque habían hallado, que Francisco Vázquez Coronado no había hallado oro ni plata, y se había vuelto; que también ellos se querían volver como lo hicieron. Las costumbres y ritos son como los de las provincias que dejamos atrás, y tienen mucha caza, y vístense de mantas de algodón y de otras que parecen anjeo; aquí tuvimos noticia de otra provincia que está hacia el poniente, cuatro jornadas, de a siete leguas; al fin dellas, hallamos una provincia que se llama Mohoce, con cinco pueblos, en que a nuestro parecer, hay más de cincuenta mil ánimas; y antes que llagásemos a ella, nos enviaban a decir que no fuésemos allá; sino que nos matarían; yo con nueve compañeros que quedaron conmigo, que son Joan López de Ibarra, Bernarda de Luna, Diego Pérez de Luján y Gaspar de Luján, Franco Barreto y Pedro Hernández de Almansa, Alonso de Miranda y Gregorio Hernández y Joan Fernández, fuimos a la dicha provincia de Mohoce, y llevamos ciento y cincuenta indios de la provincia donde salimos, e los dichos tres indios mexicanos; y a una legua, antes que llegásemos a la dicha provincia, nos salieron a recibir más de dos mil indios cargados de bastimento; y les dimos algunas joyas, que llevábamos, de poco precio, y con ellas a entender, que no íbamos a hacerles daño, y que los caballos que llevábamos, lo podrían matar, porque eran malos; que hiciesen un fuerte donde los metiésemos, y ansí lo hicieron y vinieron mucha cantidad de indios a recibirnos, y con ellos los caciques de un pueblo desta provincia, que se llama Aguato; y nos hicieron gran recibimiento, echando mucha harina de maíz por donde habíamos de pasar, para que la pisásemos; y todos muy alegres nos rogaron que fuésemos a ver el dicho pueblo de Aguato, a donde yo regalé a los principales, dándoles algunas cosas que llevaba para este efeto; y en este pueblo los principales del, despacharon luego aviso a los demás pueblos desta provincia, de los cuales vinieron los principales con gran cantidad de gente, rogándonos que fuésemos a ver, y visitar sus pueblos, que les daríamos mucho contento en ella, y si lo hicimos; y visto el buen baratamiento y dádivas que les di a los principales y tequetatos, entrellos juntaron de la dicha provincia más de cuatro mil mantas de algodón pintadas y blancas, y paños de manos con su borla a los cabos, y otras muchas cosas y metales azules y verdes, que usan dellos para pintar estas mantas, y así nos dieron todo lo referido, y les parecía que era todo poco lo que hacían, preguntando si estábamos contentos; el sustento de estos, es como el demás de las provincias referidas, eceto que aquí no hallamos aves de la tierra; aquí nos dijeron, un cacique y otros indios, como tenían noticia de la dicha alaguna donde está la riqueza de oro, y lo declaraban, ni más ni menos, que lo habían declarado los de la provincia antes desta; en seis días que aquí estuvimos, visitamos los pueblos de la provincia, y por entender que estos indios nos hacían amistad, dejé con ellos, en sus pueblos, cinco compañeros, para que se volviesen a la provincia de Zuni, con el bagaje; y con otros cuatro, que llevé conmigo, caminé derecho hacia el poniente, cuarenta y cinco leguas; en descobrimiento de unas minas ricas que allí me dieron noticia; había con guías, que en la dicha provincia me dieron; para ir a ella, y las hallé; y por mis manos della saqué metales, que dicen los que lo entienden, son muy ricos, y que tienen mucha plata; es lo más dello, sierras a donde están las minas, y camino para ir a ellas; hay algunos pueblos de indios, serranos, los cuales nos salieron a recibir en algunas partes; con cruces pequeñas en las cabezas, y nos daban de lo que tenían para su sustento, y yo les regalaba con algunas cosas que les daba; y a donde estaban las minas, la dispusición de la tierra, es buena; hay ríos, ciénagas y montes, y a la orilla de los ríos; mucha cantidad de uvas de Castilla; y nogales e lino e jarabes, y maqueis y tunales; y los indios de aquella tierra hacen sementeras de maíz; tienen buenas casas; dijéronnos por señas, que detrás de aquellas serranías, que no podimos entender bien que tanto estaba de allí, corría un río muy grande, que según las señas que daban, era de ancho, de más de ocho leguas, y que corría hacia la mar del Norte; y que en las riberas deste río, de una parte y de otra, hay muy grandes poblaciones, y que pasaban el río con canoas; y que en comparación de aquellas provincias y poblaciones del río, no son nada las provincias donde al presente estábamos, e que había en aquella tierra, muchas uvas y nueces, y morales; y deste paraje volvimos a donde había enviado los compañeros, que es sesenta leguas, poco más o menos de las dichas minas a Zuni, procurando volver por diferente camino, para mejor ver y entender la dispusición de la tierra; y hallé camino más llano que el por donde había ido a las dichas minas.

Llegado que fui a la provincia de Zuni, hallé en ella, los dichos cinco compañeros que allí dejé, y al dicho padre fray Bernaldino, que aún no se hubiese vuelto con los compañeros; a todos los cuales, los indios de aquella provincia, habían dado lo que para su sustento habían menester; y con todos nosotros se holgaron mucho, y a mí y mis compañeros nos salieron a recibir los caciques, y nos dieron muchos bastimentos e indios para guías y cargas; y cuando dellos nos despedimos, hicieron muchos ofrecimientos, diciendo que volviésemos allá otra vez, y que llevásemos muchos castillos; porque así llaman a los españoles; y que por esta causa sombraban mucho maíz, aquel año, para dalles de comer a todos; y desde esta provincia, se volvió el dicho padre fray Bernaldino, y las personas que con él habían quedado, y con ellos, Gregorio Hernández, que habían andado conmigo; he sido alférez, aunque les requerí no lo hiciesen, y se quedasen a buscar minas y otros aprovechamientos en servicio de Su Majestad.

Habiéndose ido el dicho fray Bernaldino con sus compañeros, yo, con ocho soldados volví con determinación de ir corriendo el río Norte arriba, por donde habíamos entrado; y después de haber andado diez jornadas, como sesenta leguas, a la provincia de los Quires, de allí caminamos hacia Oriente dos jornadas de a seis leguas, donde hallamos una provincia de indios que se llaman los ubates, con cinco pueblos, donde los indios nos recibieron de paz y nos dieron muchos bastimentos, gallinas de la tierra y otras cosas; y de allí fuimos a descobrir unas ruinas, de que tuvimos noticia, las cuales hallamos dentro de dos días, andando de una parte a otra, y sacamos metales relucientes, y volvimos a la poblazón donde habíamos salido; la gente destos pueblos, es cantidad, y nos pareció habría, como veinte mil ánimas; vístense de mantas de algodón pintadas y blancas, y gamuzas y cueros de vacas de Cíbola, aderezados; gobiérnanse por la orden que los demás de aquellas provincias comarcanas; no alcanzan río, sírvense de fuentes y ciénegas, tienen muchos montes de pinales, cedros y salinas; tienen las casas de tres, y cuatro y cinco altos.

En estos pueblos, teniendo noticia que a una jornada de la dicha provincia, había otra, fuimos a ella, que son tres pueblos muy grandes, que nos pareció, tendrían, más de cuarenta mil ánimas, que se llama la provincia de los Tamos; aquí no nos quisieron dar de comer, ni admitirnos; por lo cual y porque algunos de mis compañeros estaban enfermos, y que la gente era mucha, y no nos podríamos sustentar; y al principio de julio de ochenta y tres años, tomamos un indio deste dicho pueblo, para guía, y nos sacó por otro camino del que habíamos llevado; cuando fuimos entrando, y media legua de un pueblo de la dicha provincia, llamado Ciquique, hallamos un río, al cual nombré de las Vacas, respeto que caminando por él, seis jornadas, como treinta leguas, hallamos gran cantidad de vacas de aquella tierra; y caminando por el dicho río, ciento y veinte leguas, hacia la parte de Oriente, al cabo de las cuales hallamos tres indios que andaban a caza, y eran de nación Jumana; de los cuales, por lengua de los intérpretes que traíamos, supimos que estábamos doce jornadas del río de Conchas, que no pareció serían poco más de cuarenta leguas; y atravesamos al dicho río de Conchas, con muchos aguajes de arroyos y ciénagas que por allí había, donde hallamos a muchos indios jumanas de nación, y nos traía mucho pescado de muchas maneras; y tunas y otras frutas, y nos daban cueros de las vacas de Cíbola, y gamuzas; y de allí salimos al Valle de Ban Bartolomé, de donde al principio había salido, yo, y el dicho fray Bernaldino Beltrán y los demás compañeros de suso referidos y hallamos que el dicho padre fray Bernaldino, con sus compañeros; había llegado muchos días había, a la dicha provincia de San Bartolomé, e ídose a la Villa de Guadiana.

Todo lo de suso referido, vide por mis ojos y es cierto, porque a todo me hallé presente; y salí con algunos compañeros y aun con uno solo, algunas veces, del real, para ver y entender la dispusición de aquella tierra, y dar noticia de todo ello a Su Majestad; para que provea lo que conviniere es el descobrimiento y pacificación de aquellas provincias, y en servicio de dios nuestro Señor y aumento de su Sancta fe católica; y para que aquellas gentes, bárbaras, vengan en conocimiento della; y en ello, yo y mis compañeros pusimos la diligencia, a nos pusible, y que se requiere en esta relación y en los autos y diligencias que en la jornada herimos, de que consta por testimonio, con la autoridad que allá pudimos; y no todo lo que pasó se puede escribir, ni yo dar relación dello, por escripto, porque sería mucha prolijidad; porque las tierras y provincias que en esta jornada emduvimos, fueran muchas y largas, y vía reta, anduvimos, hasta llegar al principio de las provincias donde llegamos. Desde el valle de San Bartolomé, hay más de docientas y cincuenta leguas, demás de que anduvimos por el camino que volvimos, ducientas leguas; demás de que anduvimos en descobrimiento de las dichas provincias, y por ellas, de unas partes a otras más de cincuenta leguas y por tierras ásperas, y llanas, y lagunas, y ciénegas, y ríos, con muchos peligros y trabajos; y hallamos muchas diferencias de lenguas entre los naturales de aquellas provincias, y diferentes trajes y modos; y de lo que vimos, y de lo que doy relación, es lo menos que se entiende que hay en aquellas provincias; porque, andando por ellas, tuvimos noticia e información de donde anduvimos, había grandes poblaciones y tierras muy fértiles, y minas de plata y noticia de oro, y gente de más pulicia; porque vimos y tratamos, y tuvimos noticia de grandes poblaciones, que por ser pocos, yo y mis compañeros, y algunos no atreverse a ir adelante, no descobrimos más de lo que refiero; y aun hacer esto, se nos ha tenido a demasiado atrevimiento, el cual tuvimos entendido que en ello servíamos a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad; y para que dello se tuviese alguna lumbre, ya que nos vimos en la ocasión, no perdella; y con los modos a nos posibles, procuramos verlo y entenderlo todo, informándonos de la verdad por nosotros y por intérpretes donde los había, donde no, por señas y señalándonos los indios de aquellas provincias con rayas que hacían en el suelo, y con las manos las jornadas que había de unas provincias a otras, y los pueblos que había en cada provincia; e por los mejores modos que pudimos para entenderlo, todas aquellas provincias son de gente crecida y más varonil que la mexicana, y demás que no se entendió haber enfermedades entrellos, y las indias más blancas que las mexicanas, y gente de buen entendimiento y pulicia, y con buena traza de pueblos y casas concertadas, y que se entiende dellas, que cualquier cosa de pulicia la aprenderán con brevedad; y en aquellas provincias, en la mayor parte dellas, hay mucha caza de pie y vuelo, conejos y liebres, y venados y vacas de aquella tierra, y patos y ansares, y guillas y faisanes y otras aves; buenas montañas de todo género de arboledas, salinas y ríos con mucha diversidad de pescados; y en las mayores partes fiesta tierra, pueden rodar carretas y carros; y hay pastos muy buenos para los ganados, y tierras para hacer heredades, huertas e sementeras de temporal y de regadío; muchas minas ricas, de las cuales traje metales para ensayarlos y ver la ley que tienen; y un indio de la provincia de los Tamos, y una india de la provincia de Mahoce, para que si en servicio de Su Majestad se hubiere de hacer y volver al descubrimiento y población de aquellas provincias, den alguna lumbre dellas, y del camino por donde se ha de ir; y para ello aprendan la lengua mexicana y otras lenguas; y en todo me refiero a los autos y diligencias que sobre ello se hicieron por donde más claro parecerá la intención y voluntad con que en la dicha jornada, yo y mis compañeros, servimos a Su Majestad, y las ocasiones justas que para ello hubo; y para dar noticia a Su Majestad en cuyo servicio deseo gastar mi vida y hacienda, hice esta relación en las minas de Santa Bálbola, de la Gobernación de la Nueva Vizcaya, al fin del mes de otubre de mil y quinientos y ochenta y tres años; habiendo dejado al Valle de San Bartolomé, que es de la dicha juridición, a veinte de setiembre del dicho año, que este día acabamos de llegar de la dicha jornada.- Antonio de Espejo.

Sepan cuantos esta carta vieren, como yo Antonio de Espejo, vecino de la ciudad de México desta Nueva España, estante al presente en este pueblo de San Salvador; otorgo y conozco por esta carta, que doy e otorgo todo mi poder cumplido, cuan bastante de derecho se requiere a Pedro González de Mendoza, mi yerno, que está de partida para los reinos de Castilla, y a Joan García Bonilla, escribano de Su Majestad, que reside en Corte de Su Majestad, y a Diego de Salas Barbadillo, solicitador en la dicha Corte; a todos tres y a cada uno, insolidum, especialmente, para que por mí y en mi nombre, y representando mi propia persona, puedan parescer y parezcan ante la Majestad Real del Rey don Felipe Nuestro Señor, y en su Real Consejo de Indias y ante otros señores de otros Consejos, y pedir y suplicar a Su Majestad, sea servido hacerme merced de medar la conquista y pacificación y gobernación de las provincias del Nuevo México, que por otro nombre se llama el Nuevo Reino de Andalucía, y conducta; las cuales provincias yo he descubierto y tomado posesión dellas, en nombre de Su Majestad y para su Real Corona, y puedan asentar, capitular y concertar con Su Majestad, en mi nombre, todas aquellas cosas y casos que convinieren y fueron necesarias para la dicha conquista y pacificación, aunque sean cosas que especialmente requieran mi presencia, y más especial poder; las cuales capitulaciones y asiento, siendo por ellos, fechas y capituladas por la forma y manera que por ellos fueren asentados o cualquier dellos, yo desde luego las aceto y consiento, y obligo mi persona y bienes para la guarda y cumplimiento dellos, como si en este poder fueran insertadas; y en razón de las dichas capitulaciones y asientos, puedan hacer todo aquello que convenga y sea necesario y yo haría, siendo presente, y en razón de alcanzar y pedir, se me haga la dicha merced o otras cualesquier que Su Majestad fuere servido de me hacer, y en remuneración de los servicios que a Su Majestad he hecho, en las dichas provincias a mi costa y misión, puedan presentar cualesquier peticiones, testimonios e informaciones, que para ello llevan, y hacer otras de nuevo, y hacer todos los demás autos y diligencias que convengan y sean necesarias; judicial y extrajudicialmente, y que yo haría siendo presente; para todo lo cual y para cada una cosa y parte dello, les doy y otorgo este dicho poder, con libre y general administración, y con la revelación y obligación; que de derecho se requiere; y para el cumplimiento de lo que dicho es, obligo mi persona y bienes, habidos y por haber, que es fecho y otorgado este dicho poder en el dicho pueblo de San Salvador de la Nueva España, a veinte y tres días del mes de abril de mil y quinientos y ochenta y cuatro años. Y el otorgante, que yo el escribano doy fe, que conozco, lo firmó de su nombre. Testigos: Alonso Hernández Pulido y Lázaro de Calcada y Joan de Garay, estantes en este dicho pueblo.- Antonio de Espejo.- Ante mí.- Fernán Sánchez Castillejo, escribano de Su Majestad.- Hay una rúbrica.

E yo el dicho Fernán Sánchez Castillejo, escribano de Su Majestad, fui presente e fice mi signo.- Hay un signo.- En testimonio de verdad.- Hernán Sánchez Castillejo.- Entre dos rúbricas.- Sin derechos.

Los escribanos que aquí firmamos, certificamos y damos fe, que Fernán Sánchez Castillejo, de cuya mano va firmada y signada esta escritura de poder, es escribano de Su Majestad, y a las escripturas y autos que ante él han pasado y pasan, se ha dado y da entera fe y crédito en juicio y fuera del. Fecho en México a veinte y seis días del mes de abril de mil y quinientos y ochenta y cuatro años.- Diego de Santa María, escribano de Su Majestad, con su rúbrica.- Miguel de Monteverde, escribano de Su Majestad, con su rúbrica.- Hernando de León, escribano de Su Majestad; con su rúbrica.- Nicolás Morales, escribano de Su Majestad; con su rúbrica.- Joan de Haro, escribano de Su Majestad; con su rúbrica.





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