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Exploraciones de fray Francisco Garcés en el suroeste de los Estados Unidos1

José María Bardavío Gracia


Universidad de Zaragoza



Francisco Garcés nació el 12 de abril de 1738 en Morata de Jalón (Zaragoza). A los 16 años ingresó en el convento franciscano de San Carlos de Alpartir, muy cerca de Morata. Para completar estudios de teología fue enviado más tarde al convento de Calatayud. En 1662 obtuvo permiso para pasar a Indias y formarse como misionero en el colegio de la Santa Cruz de Querétaro en Nueva España. La expulsión de los jesuitas en 1767 supuso la ocupación franciscana de las misiones de Sonora; a fray Francisco le fue asignada la situada más al norte y también la más peligrosa, se llamaba San Javier del Bac. Fray Francisco pudo quedarse en Morata bajo la tutela de su tío, capellán de los condes, en donde, con toda seguridad, hubiese disfrutado de un cómodo sacerdocio. Pudo dedicarse a la teología y especializar su vocación en los caminos del pensamiento. Sin embargo, dejó esas vías y pidió permiso para pasar a América. Y ahora lo vemos camino de San Javier, una misión que los jesuitas llamaban el noviciado, ya que ningún misionero aguantaba en ella más de un año. Si Garcés fue enviado a San Javier no fue por casualidad. Los responsables de esta decisión sabían que ponían al mejor en el sitio más difícil. En todo caso, los logros del padre Garcés fueron, sin duda, mucho mayores que las expectativas puestas en él por sus superiores.

Los primeros intentos de ocupar misionalmente Sonora, se realizaron a fines del XVII y supusieron un considerable avance de la frontera hacia el Norte y un interés por extender la influencia española hasta California. Este proyecto y empresa misional descansó en la voluntad de un jesuita, el padre Eusebio Kino que fue también un formidable explorador. Las primeras noticias de su estancia en México son de 1681. Dos años más tarde participó en calidad de cosmógrafo en la expedición de Otondo y Antillón a la Baja California. Pero la falta de recursos y el inesperado nombramiento de Otondo para que se hiciera cargo del galeón de Manila, interrumpió la empresa y así la conquista y conversión de California quedó suspendida.

Pero el padre Kino no se desanimó e inmediatamente pidió al padre provincial que lo era fray Luis del Canto, licencia para venir a estas gentilidades. En 1687 fundó la misión de Nuestra Señora de los Dolores del Banozté o del Cosari. Desde esta base para sus exploraciones inició los trabajos que le llevaron a descubrir el istmo de la península de la Baja California. Los mapas de la época la mostraban como una isla, sin embargo los cosmógrafos que Cortés había enviado desde México a explorar la zona, habían dejado claro que el golfo de California, o Mar de Cortés, estaba cerrado al Norte. Entendiendo la vitalidad de esa aclaración para la consecución del camino entre Sonora y California exploró el territorio: «Llegué hasta cerca de la junta de los ríos Gila y Colorado y los naturales nos dieron unas conchas azules y todavía no se nos ofreció que por aquí había paso por tierra a la California o remate de su mar, y solo en el camino cuando volvíamos de vuelta a Nuestra Señora de los Dolores, se me ofreció que dichas conchas azules serían de la contracosta de la California y mar del Sur y que por donde ellas habían venido de allá, por acá nosotros podíamos pasar allá y ala California».

Las conchas azules eran de la misma naturaleza que las observadas por el propio padre Kino en la expedición de Otondo y Antillón. Deseoso de confirmar sus fundadas suposiciones sobre la existencia del istmo, hizo varias exploraciones siguiendo la costa del golfo de California, «a las sesenta leguas de camino llegué en tres ocasiones y con distintas personas hasta la costa del mar de California... vimos patentemente que ese brazo de mar se iba estrechando pues en esa altura de 33 grados veíamos ya tan distintamente mas de 25 leguas de tierra corrida de la California que no le echábamos más de 15 ó 20 leguas de travesía o anchura a dicho brazo de mar». Y en un viaje posterior, concretamente en 1968, completó el descubrimiento cuando «a 31 grados de altura a las 105 leguas de distancia de Nuestra Señora de los Dolores, rumbo del noroeste, en el muy alto cerro o antiguo volcán de Santa Clara, divisé patentísimamente, con anteojo y sin él, el encerramiento de estas tierras de la Nueva España y de la California y el remate de ese mar de California y el paso por tierra que en 35 grados de altura había».

Fijada la peninsularidad de la Baja California y consciente de la extrema pobreza de esas tierras, concibió la idea de fundar misiones en los parajes más fértiles de Sonora y abastecer a través del istmo a las más pobres de California. Luego se estableció en la misión más al Norte, San Javier del Bac, que también él mismo había fundado. Desde allí concibió su tercer gran proyecto: establecer un camino entre Sonora y Nuevo México: «Tratamos del modo que pudiera haber de entrar hasta los Moquis del Nuevo Mexico y hallamos que por via recta y al Norte será muy dificultosa la entrada por cuanto estos pimas estaban encontrados con los apaches que viven de por medio, aunque la distancia y el camino no había de ser más de 60 ó 70 leguas, pues este valle de San Javier del Bac está en 32 grados y medio de altura y los moquis de Zuñi en 36 grados».

En resumen, la obra del padre Kino supuso tres acciones distintas pero perfectamente complementarias al servicio de la expansión hacia el Norte y el mantenimiento de esa expansión mediante vías de comunicación: En primer lugar comprobar la peninsularidad de la Baja California ya que si existía el istmo se podía alcanzar la actual California norteamericana por tierra. En segundo lugar, fundar misiones en las zonas más fértiles de Sonora para lograr abastecer por tierra a las más pobres de la Baja California. En tercer lugar, proyectar un camino que uniera estas misiones por él fundadas con las de Nuevo México. Ésta sería pues la infraestructura de apoyo a la presencia española en lo que, como vemos, se trata del primer y perfecto bosquejo de lo que un siglo más tarde se llamaría última expansión española en América.

Pero toda esta empresa proyectada e iniciada por Kino se detuvo cuando murió. Los indios iniciaron una serie de levantamientos que debilitaron las misiones, incluso alguna se perdió como sucedió con las situadas en la Papaguería, y el plan expansional de Kino quedó postergado y finalmente olvidado. Desde su muerte hasta la llegada del padre Garcés no se había hecho nada y las misiones fundadas por el jesuita -ahora en manos franciscanas-, se hallaban bajo la tensión permanente de los ataques de los indios en una zona de frontera donde el poder real español se disolvía cada vez más y era más teórico que efectivo.

En este estado de cosas llega Garcés a la frontera de Sonora. Y lo que en realidad hace -sin que nosotros sepamos si sabía o no el plan de Kino- es llevar a la práctica lo planificado por su antecesor. Ahora con una tremenda ventaja añadida, la de su oportunidad. Porque al descubrir y practicar efectivamente (no sólo por medio de la vista), la transitoriedad entre las dos provincias en virtud de la existencia del istmo, las misiones de fray Junípero Serra -verdaderamente aisladas en la costa californiana y sin posibilidad de avituallamiento por la simple inexistencia de barcos- iban a ser salvadas por el padre Garcés que, al descubrir el camino entre Sonora y California, las libró de una desaparición segura.

Al valorar la obra del padre Garcés debe tenerse en cuenta la labor exploradora y fundacional de este genial antecesor suyo que fue el padre Kino. Garcés fue su continuador y el que lo llevó hasta sus últimas consecuencias ampliando el proyecto tercero de Kino al unir California con Nuevo México, algo ni tan siquiera soñado por el jesuita. El padre Garcés descubrió un camino para unir Sonora con California (con la California actualmente territorio de los EE.UU.). Este descubrimiento fue trascendental para la época y el eje Norte/Sur de la última expansión española en América. Sin este paso por tierra, las misiones de fray Junípero Serra se hubieran perdido por lo que obvia la insistencia de su importancia. Ese camino descubierto por el padre Garcés permitió su poblamiento, avituallamiento y defensa. Para llegar a California se formaron expediciones tan importantes que historiadores norteamericanos especializados en el tema como es E. H. Bolton, dice de ellas (y en particular, la que se organizó en 1775) «fueron las mejor organizadas y las más importantes de todas las emprendidas en cualquier época hacia California, incluidas las del S. XIX con motivo del descubrimiento de oro en suelo californiano».

Aquí hay que detenerse y meditar un poco. La historia de los Estados Unidos se hizo mediante un movimiento expansivo que se inició en la costa atlántica en el siglo XVII, se dirigió hacia el Oeste en el siglo XVIII y terminó el periplo en el XIX en las costas del Pacífico. La historia de un país que avanza hacia el Oeste mientras se hace a sí mismo. Personas, familias y expediciones de todo tipo que hacían el país mientras se hacían a sí mismas en las nuevas e imprevistas circunstancias que ofrecía esa inmensa frontera móvil. Y la expedición española organizada inmediatamente después del descubrimiento del padre Garcés de 1771, es tenida por los historiadores norteamericanos como la mejor, la más importante, mejor organizada y con mejores resultados finales de todas las expediciones con destino a California. En este caso, los españoles, empleando la expedición como forma de penetración superaron, como reconocen los mismos americanos, el medio característico de hacer historia norteamericana: el grupo de colonos avanzando hacia el lugar desconocido, portando los emblemas de su civilización para hacerlos crecer por medio, sobre todo, de su esperanza en el futuro.

El padre Garcés llegó a San Javier del Bac el 30 de junio de 1768. En su paso hacia la misión se detuvo en el fuerte de Tubac para cumplimentar a su capitán don Juan Bautista de Anza. Pocos días más tarde escribió una carta al gobernador de Sonora, don Juan Pineda, en la que le recuerda que San Javier se encuentra en el último término de su gobierno, es el último pueblo de la cristiandad. Una ojeada a un mapa de la época nos pone al corriente de lo que tal cosa significaba. Limitaba por el Este y Nordeste con la zona de asentamiento apache, la apachería, que mantenía en estado de terror a no sólo los territorios fronterizos de su influencia sino del interior de Sonora. Al Norte se extendían los inmensos territorios de Arizona, totalmente desconocidos, atravesados ligerísimamente por algunos de los componentes de la expedición de Coronado de 1540. Este desconocido norte geográfico representaba también un peligro por las incursiones de pimas rebeldes (eran pimas los indios de San Javier), de gileños y hasta de paganos. Estos últimos ocupaban la zona desértica extendida al oeste de San Javier y aunque sus relaciones con los españoles eran pacíficas, existían pruebas de alianzas ocasionales con los peligrosos seris. Los seris representaban por el Oeste el peligro apache procedente del Este. San Javier fue objeto constante de estos ataques que suponían muertes, ruina de cosechas y robo de reses y caballos. Hay que tener en cuenta este estado de amenaza constante, de guerrilla y de saqueo permanentes, para valorar justamente la personalidad del padre Garcés que durante años sorteó tan tangibles peligros debido, quizá, a su enorme carisma que supo calmar a los indios siempre, amonestarles cuando lo consideró de justicia y jamás sentirse débil ni cuando, como en Oraibe, estuvo muy cerca de la muerte.

Veamos en qué consistía alguno de esos ataques llevado a cabo siete meses después de la llegada del padre Garcés a San Javier. Eran alrededor de las ocho y media de la mañana. Un grupo de apaches se acercó a la misión arrojando flechas y jaras mientras que otro grupo atacó a los pimas que conducían las reses recién sacadas del corral. Los primeros entraron dentro del recinto de la misión que estaba protegida por dos soldados de Tubac. Arrojaron sus armas contra ellos y contra la iglesia donde se habían refugiado los pimas. Cuando comprobaron que el otro grupo había tenido tiempo de robar el ganado, se dieron a la fuga. En esta ocasión no hubo muertos y sólo un pima fue herido en un brazo pero de los trescientos animales de tiro, carga y monta, quedaron treinta vacas, veinte yeguas, unos pocos caballos y tres yuntas de bueyes.

Cinco meses más tarde, estando el padre Garcés y los dos soldados en Tubac, seis apaches llegaron hasta los corrales y con toda impunidad se llevaron las reses que quisieron sin que los pimas hicieran nada para detenerlos y menos para perseguirlos.

Esta peligrosa realidad que encuentra en San Javier no era nueva, venía, en realidad, de antiguo y ni siquiera el cacareado plan de pacificación de Gálvez, iniciado pocos meses después de estos incidentes contra San Javier, sirvió de mucho. Basta leer la carta del Caballero de Croix, jefe recién nombrado de la Comandancia General de las Provincias Internas al virrey Bucareli, para percatarse de ello. Esta carta está escrita ocho años después de los ataques apaches mencionados, cuando el padre Garcés era ya un personaje famoso de la frontera:

«... no puedo menos que repetir mis instancias en solicitud de auxilios que indispensablemente necesito para precaver la próxima ruina de todas las provincias a mi cargo... La de Sonora se halla muy cerca de perderse enteramente porque declarada ya la sublevación de los seris con vehementes indicios que tomen su ejemplo otros. Continúan las noticias melancólicas de Don Juan Bautista de Anza clamando por el pronto socorro. Finalmente (antes se ha referido a la provincia de Nueva Vizcaya) las de Cohahuila y Texas sufren los mismos e irremediables irrupciones de los enemigos que no detallo para no causar a V. E. la molestia y el dolor que le causará estas noticias tan lastimosas... Son muy preciosos los territorios que S. M. se ha dignado confiarme y ellos están a las puertas de su última desolación. No permita V. E. que veamos esta desgracia. Para la guerra de los indios es a propósito la gente del país, pero todos los oficiales de grado y muchos sujetos inteligentes y de experiencia creen útiles la mezcla y unión de tropas veteranas. Anza es uno de ellos, el padre Garcés es otro».



Las dos conclusiones que se desprenden de esta carta son importantes: la pacificación de Sonora no había dado resultados; el padre Garcés, nueve años después de su llegada a San Javier, era una persona fundamental en temas concernientes a la actitud del Gobierno frente a los indios. En otros documentos hemos constatado también la alta estima que por él sentía el virrey Bucareli, y cómo el rey se conmovió y le felicitó por sus exploraciones y descubrimientos.

El padre Garcés hizo su primer viaje hacia el desconocido norte dos meses después de la llegada a San Javier del Bac. Por lo tanto, y como dijimos antes, no parece que debió impresionarle mucho el estado de pillaje y terror que mantenían en la región las tribus enemigas. Para tener alguna idea de cómo sería recibido, mandó emisarios pimas para hacer saber a los jefes de las tribus que la intención de su visita estaba fundada en el deseo de conocerles y en darles a conocer el mensaje espiritual que representaba. Enterado el oficial de Tubac de estas intenciones, le mandó una carta para disuadirle de su viaje recordándole los peligros que hallaría al Norte. Mientras tanto, habían vuelto a San Javier sus emisarios pimas acompañados de cuatro mensajeros de las tribus indias expresando el deseo de sus jefes de que el padre Garcés fuera a visitarles. Entusiasmado por tan optimistas perspectivas, se puso de inmediato en camino acompañado sólo por un intérprete y los cuatro mensajeros. «Anduvieron hacia el Norte y Noroeste recorriendo 80 leguas, deteniéndose en distintas rancherías de los indios papagos. Les predicaba através del intérprete y citaba a los viejos y principales en lo que ellos llaman "rueda" alrededor del fuego desde que entraba la noche hasta las dos de la madrugada. Les hablaba de los diversos misterios y con gran tenacidad les hacía conocer a Dios y sus soberanos atributos, les decía del Rey nuestro señor, de su grandeza, reynos y guerras. Todo lo admiraban y no sin sagacidad le preguntaban por qué había entrado a aquellas tierras, cómo era el Rey, cómo había pasado el mar, qué era lo que buscaba o si había entrado sólo por ver sus tierras. Asegurábanle también que ellos estaban de buena fe con los españoles y que por su parte no había repugnancia para que se les pusieran nuevas misiones. Advirtió el Padre que cuando respondía a lo que había entrado, informados de su estado e instituto le escuchaban demasiadamente y celebraban mucho la figura de las sandalias, del hábito y de la cuerda. Pidiéndole con demasiada tenacidad que les bautizase a sus hijos, lo que no pudieron conseguir por no haber certeza de que se les fundasen las misiones. Pero el disgusto que tenían con esta repulsa se les mitigaba con decirles que nuestro Rey es muy piadoso y que en sabiendo sus buenas intenciones les enviaría misioneros que les enseñaran y vivieran con ellos».

Desde 1765 se estaba organizando una campaña de pacificación al mando de don José de Gálvez recién llegado desde España en calidad de visitador de los tribunales de Justicia y Hacienda. Entre otros cargos debía de investigar una acusación de malversación de fondos. Además debía ejecutar la Real Orden de Extrañamiento de los Jesuitas. Durante estas tareas se fue percatando de la difícil situación de las provincias del norte aquejadas por los continuos ataques de indios externos (apaches) y de levantamientos de los que vivían en el interior (especialmente seris). El particular enlace natural que representaba Sonora, la provincia más al noroeste en relación con las misiones de fray Junípero Serra en proceso de fundación, y el peligro de que esta rica y estratégica provincia se perdiera, le hicieron concebir un plan de pacificación para terminar con tan angustiosa situación. En 1766 se crearon varias compañías volantes que debían cubrir los sectores sometidos a hostilidades. El ataque a San Javier de 1769 al que nos referíamos antes, hizo que una de esas compañías organizara una batida por las cercanías de San Javier. Pero los ataques apaches se habían extendido por todas las misiones y presidios del norte. «En este mismo del 69 habían hostigado los apaches con sus continuas invasiones, muertes y robos a todos los presidios y misiones por lo que se les fue a dar una campaña a sus propias tierras y llevando por capellán al padre Garcés».

Gálvez estaba en la Baja California para desde allí iniciar el ataque definitivo desde el Oeste hacia el Este. Antes envió emisarios ofreciendo el perdón, pero sólo un pequeño grupo de subaipuris atendió la oferta por lo que el 23 de julio se inició la ofensiva. Pronto se obtuvo un sonado triunfo al hacer prisionero a Chirante un importante jefe seri; el capitán López de Cuellas del presidio de Janos derrotó a los apaches; Anza hostigó los focos de resistencia de los pimas altos y luego se dirigió a Cerro Prieto y en el Cajón de Nopalera derrotó a los seris, pero muchos tuvieron tiempo de huir y refugiarse en la isla de Tiburón en el mar de Cortés. Estos triunfos aunque importantes no fueron definitivos ya que a primeros de octubre Gálvez estaba reunido con sus oficiales tratando de un nuevo y definitivo ataque contra Cerro Prieto. Sin embargo una extraña enfermedad parece aquejó al visitador Gálvez por lo que la campaña fue suspendida.

Mientras sucedían estos acontecimientos el padre Garcés, que había actuado como capellán en una de las compañías volantes, había confeccionado un proyecto de misiones a la vista de las experiencias obtenidas en su viaje de 1768 y en éste de 1769. Este plan fue enviado al presidio de Horcasitas donde se encontraba Gálvez sufriendo los efectos de su enfermedad.

Al año siguiente -finalizada definitivamente la pacificación- un brote de sarampión localizado al norte de su misión le movió a visitar los poblados indios del río Gila que ya conocía desde su visita en el 68. La excelente acogida con la que fue dispensado le inspiró el adentrarse aguas abajo hasta la confluencia con el río Colorado regiones jamás visitadas por europeos con la posible excepción de Kino. En esta ocasión prescindió del intérprete puesto que había aprendido a hablar el pima; recorrió 90 leguas.

Al principio de la década de los 70 algunos grupos de cazadores y comerciantes rusos habían pasado al Pacífico norte invadiendo territorios de la Corona de España. Los rusos sólo buscaban pieles y en su lucrativa actividad se iban internando hacia el Sur siguiendo la costa; en sus inmediaciones construían algunos efímeros refugios y almacenes. Pero hasta que no se supo de las auténticas intenciones de la flota rusa en el Pacífico se creó una auténtica psicosis de peligro en el gobierno del virreinato de Nueva España. Bucareli notificó a Madrid la noticia y la inquietud de todos, y Madrid destacó en San Petersburgo a sus diplomáticos para averiguar los motivos y las intenciones de esos barcos en territorio español. En Madrid se guarda la copiosa documentación de primera mano sobre el tema. Mientras se aclaraba el incidente, se ordenó en México que zarparan varios barcos y que bordeando la costa hacia el Norte, emplazaran grandes cruces y señales que avisaran a extraños sobre la propiedad real de esas costas. De paso, las iniciativas franciscanas de ampliar las misiones hacia el Norte, y en concreto las aspiraciones de fray Junípero, fueron vistas de repente como excelentes y cualquier iniciativa cuya meta fuera el Norte se valoró con simpatía e interés en México y en Madrid. Esta extraña dimensión de la realidad histórica de finales del XVIII, tuvo una repercusión directa en la última expansión española en América: Expansión y fundación de misiones en California, exploraciones navales por la costa del Pacífico, y en lo que al padre Garcés se refiere exploraciones por Arizona y Sur de Nevada, Nuevo México y área interior de California. Él fue pionero y protagonista fundamental en esta actividad de explorar el Norte y tierra adentro.

El viaje de 1771 es fundamental ya que a consecuencia del mismo quedó abierta para siempre la comunicación entre Sonora y California. Las dificultades que se le ofrecieron al tomar contacto con la realidad geográfica se refieren fundamentalmente al carácter desértico que presentan extensas áreas entre los paralelos 33 al 36. Los viajes anteriores le habían llevado hasta el río Gila y sabía que debía conocer muy bien esa región y a sus habitantes antes de pensar en dirigirse a California. Sabía que controlando el cruce natural de caminos que era la confluencia de Gila con el Colorado (lugar donde existían los únicos vados seguros), el primer e importante paso hacia California estaba asegurado. Sin la solución pacífica del camino, camino por el que transitarían indefensas familias de colonos sin apenas protección, el descubrimiento del camino a California resultaba bastante inútil. Esta labor de pacificación que el padre Garcés consigue para la zona del camino que está a punto de abrir y luego, en el año 1775, a lo largo y hacia arriba de la cuenca del Colorado, es de enorme importancia. Sus consecuencias inmediatas fueron que durante unos años el tránsito de los colonos españoles fundadores de California, se hiciera sin ningún tipo de problemas. Y es, precisamente el año de la muerte del padre Garcés cuando estos problemas se inician con las matanzas de españoles en la junta del Colorado y Gila controlada ahora por los pimas.

Pero aunque el padre Kino había descubierto in situ el istmo de la península de la Baja California dando así razón a los cosmógrafos de Cortés, muchos mapas de épocas muy diferentes insistían en la insularidad de la Baja California. Hemos consultado un documento del Archivo de Indias donde en 1770 todavía se dudaba de la existencia del istmo. Así que el padre Garcés no debía de estar seguro, a raíz de los muchos rumbos alternativos que toma para intentar llegar a California, de si el istmo existía o no existía. Pero la cuestión descansaba sobre todo en cómo salvar los terribles desiertos que se anteponían al objetivo final: los desiertos de la Paguería, de Colorado y de Yuma. No era tanto el problema de la distancia sino el de conseguir sortear agua indispensable para el tránsito de personas y animales.

Salió de San Javier el 8 de agosto de 1771 y le costó dos meses casi exactos conseguir encontrar el camino y la localización de aguajes. La aventura fue indescriptible ya que todo era nuevo y los indios no siempre amistosos. No hay duda de que una fe inquebrantable le proporcionaba al padre Garcés un atractivo y un carisma que le salvaron muchas veces de la muerte. Es imposible recoger aquí las incidencias de su diario donde se señala día a día las peripecias sorteadas.

Como hemos señalado repetidas veces, este descubrimiento conmovió a todos y muy especialmente a Bucareli que se dispuso a organizar con todo cuidado y detalle, una expedición que fuera -diríamos hoy- una potente bomba de oxígeno para las jóvenes y endebles misiones de fray Junípero. Las expediciones de 1774 y especialmente la de 1755 fueron tan perfectamente diseñadas que hasta las horquillas para sujetar el pelo de los soldados fueron tenidas en cuenta e inventariadas. Todo fue meticulosamente pensado y organizado y así las misiones y presidios de California se multiplicaron de inmediato a raíz del trascendental descubrimiento de fray Francisco Garcés.





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