|
Te fuiste para siempre. Quedé en el mundo sola. |
|
Mis lágrimas corrieron un año y otro año... |
|
Gritáronme de arriba «¡Anda!», y anduve errante, |
|
y al fin me vi de nuevo en nuestro hogar de antaño. |
|
|
Tu espíritu amoroso flotaba en todas partes. |
|
Cantaba con las ayes, perfumaba en las flores. |
|
Con el véspero triste me enviaba tu sudario |
|
y envuelta en él soñaba nuestros dulces amores. |
|
|
En el portal extenso contigo me veía |
|
paseando alegremente cual buenos compañeros. |
|
Ya el sol se recataba tras la cercana loma, |
|
y aún tardarían mucho en brillar los luceros. |
|
|
Bañábannos a un tiempo los cuerpos y las almas |
|
la brisa, que era suave como un rozar de plumas, |
|
la luz, que era soberbia cual luz de paraíso, |
|
la dicha, que era clara como un cielo sin brumas. |
|
|
Sin ser nuestro retiro agreste por completo, |
|
de sepulcral silencio ni soledades vastas, |
|
libertad nos brindaba ante el inmenso espacio |
|
para coloquios tiernos, para expansiones castas. |
|
|
Y de pronto te dije con juvenil locura, |
|
estrechando en mi mano tu mano grande y fuerte, |
|
como de hombre a hombre, cual de Oreste a Pílades, |
|
«¡Compañeros y amigos hasta la misma muerte!» |
|
|
Irradió tu semblante con íntimo contento, |
|
de igualdad y de fuerza oyendo mis alardes... |
|
Tras el charlar festivo mi grande amor sentías... |
|
¡Oh, qué tardes aquellas, qué dulcísimas tardes! |
|
|
Así iba recorriendo con un deleite extraño, |
|
nonada por nonada, nuestra existencia aquella. |
|
La flor que me trajiste como hallazgo y en triunfo |
|
otra vez contemplaba como la flor más bella. |
|
|
Y así me iba engañando, viviendo en otros tiempos, |
|
destruyendo el presente, minuto por minuto. |
|
Aún paladear creía, como ninguno grato, |
|
el que tú me llevabas del vergel dulce fruto. |
|
|
Vibraban en el aire unidas nuestras voces, |
|
unidas nuestras sombras poblaban el recinto, |
|
y sin ayer el tiempo, sin hoy y sin mañana, |
|
deslizábase eterno, inmutable, indistinto. |
|
|
Mi espíritu fue entonces subiendo a ti por grado. |
|
La soledad austera llevome hasta tu altura. |
|
Viví entonces contigo, sin verte, sin oírte, |
|
sin los torpes sentidos, con el alma ¡que es pura! |
|
|
Y «Aquí -te prometía- en este cielo nuestro, |
|
vivirán nuestras almas mientras tu amante viva.» |
|
El mundo no entendía mi cándido delirio, |
|
y yo escuchaba al mundo serena y compasiva. |
|
|
Y cuando reposaba tranquila en aquel sueño, |
|
en nuestro umbral sagrado oí la voz infanda. |
|
Tocaron en mi cuerpo las manos criminales |
|
y el rencoroso arcángel gritó de nuevo «¡Anda!» |
|
La Habana, 1901 |
|
¡La Bandera en el Morro! ¿No es un sueño? |
|
¡La Bandera en Palacio! ¿No es delirio? |
|
¿Cesó del corazón el cruel martirio? |
|
¿Realizose por fin el arduo empeño? |
|
|
¡Muestra tu rostro juvenil, risueño, |
|
Enciende, ¡oh Cuba!, de tu Pascua el cirio, |
|
Que surge tu bandera como un lirio, |
|
Único en los colores y el diseño! |
|
|
Sus anchos pliegues al espacio libran |
|
Los mástiles que altivos se levantan; |
|
Los niños la conocen y la adoran. |
|
|
¡Y sólo al verla nuestros cuerpos vibran! |
|
¡Y sólo al verla nuestros labios cantan! |
|
¡Y sólo al verla nuestros ojos lloran! |
|
La Habana, 1902 |