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Extraterritorialidad y Transculturación «Recuerdos de viaje» de Eduarda Mansilla (1882)

J. P. Spicer-Escalante





Though often enough accompanied by women, the capitalist vanguardist scripted themselves into a wholly male, heroic world. The genderedness of its construction becomes clear when one examines writings by women travelers of the same period -women the vanguardists were not with.


Mary Louise Pratt, Imperial Eyes                


Desde la publicación de Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation de Mary Louise Pratt, se ha producido una notable y fértil revolución tanto en cuanto a la crítica en torno a la literatura de viajes, como en relación con las cuestiones relacionadas con la representación del sujeto -tanto el metropolitano como el periférico- por medio de los textos que comprenden dicho corpus literario. Un componente fundamental del análisis de Pratt es su énfasis en la huella notable de las ideologías hegemónicas en torno a la representación no sólo del sujeto escritor viajero sino también del otro periférico que habita los espacios liminales de los imperios en general, y de los textos de viaje en particular. El objetivo del análisis de Pratt es, pues, caracterizar e interpelar los principales preceptos operativos de la literatura de viajes europea en la edad del imperio -la conversión religiosa, los gestos culturales civilizadores, la explotación mercantilista/capitalista, entre otros- y descubrir cómo el género de viajes en particular crea un sujeto doméstico/domesticado -un «otro», en fin- que compagina con los gustos del lectorado europeo metropolitano de la época en cuestión (Pratt, 1992: 6).

Sin embargo, más allá de investigar estas inquietudes, es tal vez de mayor interés para los fines del presente estudio el análisis que la autora ofrece en torno a la respuesta literaria de la periferia en relación con la representación de la otredad. Es decir, Pratt enfatiza tanto la cuestión fundamental del proceder de la constitución de la otredad y de la naturaleza ideológica de los modos hegemónicos de la representación como el «contraflujo» de los mismos en Imperial Eyes: la constitución del imperio y sus habitantes -la inversión de la dialéctica poscolonial en realidad, ya que éstos también son «otros» para los habitantes de la colonia- desde la colonia. Este factor introduce, pues, el papel del sujeto, marginado pero activo, en la construcción de la metrópoli y sus habitantes (Pratt, 1992: 6). La identidad particular de este sujeto escritor -especialmente la identidad genérica- es de esencial interés en su investigación. Tanto Pratt como la crítica Sara Mills -quien analiza en Discourses of Difference: An Analysis of Women's Travel Writing and Colonialism el impacto de la visión femenina en la construcción pseudohegemónica de la otredad colonial1- coinciden en su visión de que las hegemonías del centro también obran sobre la producción cultural en relación con el género, y más allá de la construcción colonialista. Ambas autoras hallan una contestación retórico-textual a estas hegemonías en los espacios liminales de la producción cultural en forma de la literatura de viajes. Las indagaciones por parte de estas autoras plantean, por lo tanto, cuestionamientos significativos sobre no sólo la voz particular cuyo gaze se manifiesta en los textos de viaje, sino también la naturaleza particular del contenido de dichos textos. Este marco teórico -producto de las interpelaciones sobre el doble tema de «género» en el análisis de Pratt y Mills en torno a la cuestión de quién escribe y cómo aporta este individuo al amplio corpus de la literatura de viajes- se presta plenamente como herramienta de análisis para el estudio de la literatura de viajes de la mujer hispanoamericana decimonónica. La aplicación de las propuestas de Pratt y Mills a los textos de viaje de viajeras hispanoamericanas del siglo XIX resulta oportuna debido fundamentalmente a la doble naturaleza contestataria del aporte a este corpus literario de la mujer hispanoamericana decimonónica. Dicha naturaleza se manifiesta en términos de la construcción de la identidad de la viajera-escritora y la esencia particular de su creciente contribución al género en cuestión en el período indicado, pues, a partir de mediados del siglo XIX la mujer hispanoamericana ya no es sólo uno de los múltiples sujetos de la escritura de viajes, producto principalmente del gaze masculino europeo. Con el creciente perfil económico del continente hispanoamericano durante el siglo XIX, en particular después de lograr independizarse, los hispanoamericanos viajan cada vez más hacia los centros de poder tanto culturales como económicos. Más aún, viajan mujeres a los centros hegemónicos relevantes en su época: Europa, el destino tradicional para la élite hispanoamericana a lo largo del siglo XIX; y de creciente manera, Estados Unidos, una fuerza hegemónica en ciernes. Estas experiencias cuajan en sus textos de viaje. Y por medio de sus viajes y las obras que los caracterizan, además de la paulatina incorporación de la mujer al mundo editorial en la época, la mujer hispanoamericana decimonónica se torna agente activo de su propio destino, tanto personal como literario. Un ejemplo notable del fenómeno de la viajera-escritora es el caso de la autora argentina Eduarda Mansilla de García cuyos múltiples viajes se describen en Recuerdos de viaje, un travelogue en el que narra las peripecias de su estancia de casi dos años en Estados Unidos entre 1861-1862, publicada posteriormente en 1882. Con la publicación de Recuerdos de viaje Mansilla amerita el título de vanguardista de tanto la escritura de viajes hispanoamericana contestataria en general, como también en la literatura femenina de viajes del continente2.

El objetivo del presente estudio es el examen de la construcción de una identidad de autoridad en el diario de viajes de la autora argentina Eduarda Mansilla, Recuerdos de viaje, además de un análisis del contenido contestatario de este travelogue. Como punto de partida, quisiera analizar la intersección del tema de la extraterritorialidad que propone el crítico cultural George Steiner, y el concepto de las zonas de contacto que ofrece Mary Louise Pratt. Después, pretendo analizar la forma en que Eduarda Mansilla manifiesta su extraterritorialidad en su arriba mencionado diario de viajes. Propongo, por medio de este estudio, situar no sólo a esta autora con respecto a su identidad cultural, sino también comentar la posmodernidad de la autora en la creación de una identidad particular para el viajero-escritor en la era de la globalización.


Las zonas de contacto: la transculturación y la extraterritorialidad

El núcleo de la propuesta principal de Pratt en Imperial Eyes es el contacto cultural y su correlativo, la transculturación, término proveniente del profundo análisis de la cultura cubana colonial del antropólogo cubano, Fernando Ortiz, presentado en su Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940). Según Pratt, el término «transculturación» sirve para describir cómo los grupos subordinados o marginales seleccionan e inventan su propia realidad social a partir de la transferencia de elementos culturales de la cultura dominante o metropolitana (Pratt, 1992: 6). Para esta autora, la transculturación es, por ende, un fenómeno que se produce por medio del «contacto» entre agentes metropolitanos y sus subordinados periféricos en las «zonas de contacto», espacios sociales donde los representantes de distintas culturas entran en un contacto forzoso que está sujeto al conflicto y las relaciones hegemónicas asimétricas (Pratt, 1992: 6). No obstante, cabe traer a colación la siguiente pregunta fundamental: ¿cuál es el impacto de lo extraterritorial en esta síntesis cultural?

En Extraterritorial: Papers on Language and the Language (1971), el crítico George Steiner propone la existencia de un cambio de paradigma en la producción literaria a medida en que los autores se tornan plurilingües, abandonando la lengua materna en pro de otras lenguas y, por extensión, otras culturas, lo cual se lleva a cabo por medio del abandono de la tierra de uno. Esto, según el autor, produce un paradigma literario nuevo que manifiesta un descentramiento en el sujeto escritor extraterritorial quien queda «desarraigado» -enraciné- al no sólo viajar a otro país, sino también al profundizar su percepción de la lengua y la cultura de otra localidad (Steiner 1971: 3-4)3. Este desarraigo -producto, en términos de la terminología de Pratt, del ingreso a una zona de contacto nueva, diferente- crea, según Steiner, una situación propicia para el fomento de una nueva sensibilidad en el escritor extraterritorial (Steiner, 1971: 4). Al mismo tiempo, su pleno ingreso a otra cultura le crea un perfil de autoridad cultural, con respecto a su contexto nacional-cultural original, pues traspasa los límites de su propia cultura y se universaliza. Logra así la síntesis cultural que caracteriza a los seres transculturados.

Steiner ubica este fenómeno lingüístico-cultural principalmente como revelación general en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial -Beckett, Nabokov y Borges son tres de los autores principales identificados con este nuevo paradigma, según el autor. Sin embargo, el fenómeno migratorio a nivel mundial que alimenta esta pauta nueva en la literatura se acusa también en la producción cultural a partir del siglo XIX, una época de modernización económica y modernidad cultural que desencadena las grandes olas migratorias intercontinentales entre el viejo mundo y el nuevo mundo, y viceversa. Desde luego, dichas migraciones incluían los viajes culturales de los autores de la época4. La literatura extraterritorial de esta época en particular revela, por ende, el paso del sujeto escritor por medios ajenos pero comprensibles debido a su incipiente pluriculturalidad moderna -no sólo plurilingüismo- creando geotextos dinámicos y vitales que surgen por medio de la experiencia descentrada del sujeto escritor extraterritorial. La literatura de viajes es tal vez el más claro de los ejemplos de la literatura extraterritorial ya que ejemplifica plenamente el tránsito de este sujeto y sus vivencias extraterritoriales por nuevas zonas de contacto culturales con las que intenta entenderse.

A pesar del reconocido corpus de literatura de viajes relacionado con Hispanoamérica de siglos anteriores -en los que los viajeros europeos se destacan por su aporte literario- a partir de la independencia de España, los hispanoamericanos empiezan a viajar, llevando el concepto de la zona de contacto hacia el viejo mundo y Norteamérica. Como señala George Schade, «Hispanoamérica, que sirvió de blanco y materia prima de recuerdos de viajes en una multiplicidad de crónicas en prosa y también en verso durante la Colonia, se independiza. Los escritores hispanoamericanos empiezan a viajar y narrar lo que ven en sus andanzas» (Schade, 1984: 83). En la segunda mitad del siglo XIX se distinguen, de hecho, el fenómeno de la extraterritorialdad y la existencia de las obras relacionadas con la experiencia extranacional con notable énfasis debido a la existencia de burguesías nacionales hispanoamericanas capaces de costear frecuentes excursiones al extranjero e interesadas en relación con lo extraterritorial debido a su percepción de que la verdadera cultura se halla en el contexto histórico-cultural del centro, no la periferia. Durante el siglo XIX se divisa, por ende, la expansión del fenómeno de la extraterritorialidad y de la escritura sobre las experiencias extranacionales. Entre los países hispanoamericanos en particular, «Argentina se destaca por su rica y variada producción de libros de viajes en el período que abarca desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado en el siglo XX» (Schade, 1984: 84). Este fenómeno se ve plenamente en la primera generación de escritores argentinos -la generación de 1837- y los de la generación literaria a la que pertenecía la autora -la de 1880- también eran casi todos viajeros. Para las figuras históricas argentinas de renombre de la época finisecular -como Eugenio Cambaceres, Miguel Cané (h.), Lucio Vicente López, Lucio V. Mansilla (hermano de la autora en cuestión) y Eduardo Wilde, los titulares de la generación de 1880- el viaje europeo era de sumo rigor, una expectativa cultural verdaderamente primordial5. Estos próceres finiseculares publican crónicas para reproducir textualmente las vivencias de sus viajes a espacios extraterritoriales -repletos de giros gálicos, italianismos y frases sueltas en inglés como muestra de su naturaleza políglota- para el público lector porteño, ávido de saber los pormenores de sus andanzas extranacionales. Resalta el nombre de Eduarda Mansilla dentro de este contexto debido al hecho de que su crónica de sus viajes en el exterior es una de las primeras de la época finisecular, y la primera de una dama argentina, en particular6.

Sin embargo, ¿cuál es la relevancia de estas andanzas con respecto a la extraterritorialidad? Aunque Steiner enfatiza principalmente la cuestión del latín como interlingua tradicional hasta hace poco entre los miembros de la élite europea (4), es necesario recalcar el dato más relevante en torno a la extraterritorialidad: los autores extraterritoriales son más que meros políglotas; se tornan verdaderos intérpretes socioculturales con respecto a la cultura de las nuevas localidades donde habitan. Es decir, dentro de este contexto, el autor extraterritorial se vuelve un ser transcultural/transculturado, y por su propia elección, no debido a la existencia de una relación hegemónica asimétrica: este autor habita voluntariamente el espacio de la zona de contacto ajena. Y por medio de su texto de viaje, se apodera de cierta manera de la cultura que describe, creando una postura activa, no pasiva. Pero, ¿de qué manera opera sobre la identidad de Eduarda Mansilla la extraterritorialidad? La extraterritorialidad permite a esta autora construir su propia identidad en Recuerdos de viaje por medio de la manifestación de una clara autoridad cultural basada en la experiencia personal.




Europa-Estados Unidos-Argentina: De la autoridad cultural y los imaginarios ajenos

La autoridad cultural que se adscribe Eduarda Mansilla se construye por medio de las vivencias de la autora en tanto Europa y Estados Unidos, como también en la Argentina. Como he señalado anteriormente (Spicer-Escalante, 2006), Mansilla recurre a la causerie -un discurso típicamente utilizado por los escritores-viajeros en su época- para desplegar el contenido cultural que ha adquirido por medio de sus viajes en el extranjero entre Europa, Estados Unidos y la Argentina y así, convertir su travelogue en un proyecto contestatario y contradiscursivo. Logra esto por medio de la selección y recreación de un imaginario europeo-norteamericano desde los márgenes, producto de una zona de contacto ensanchada, pero sin perder sus raíces argentinas.

Hija del general argentino Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Ortiz de Rozas -la hermana menor del caudillo Juan Manuel de Rosas- Mansilla nace en la Buenos Aires en 1838. Desde una edad muy joven era considerada «políglota» por su inclinación hacia el aprendizaje de otras lenguas, manifestación de la cual es la publicación posterior de una de sus primeras obras literarias extensas, la novela escrita en francés y publicada en París, Pablo, ou la vie dans les Pampas que data de 18697. Esta cualidad sirve como anticipo de lo que llega a ser el papel de mediadora cultural que ejerce durante sus extensos viajes al exterior del país, como señalan María Rosa Lojo (2003: 47) y Graciela Batticuore (1996: 365); el francés, de hecho, es su segunda lengua y no le va en zaga al francés el inglés, lengua que también dominaba8. Esta predisposición hacia lo extraterritorial se vuelve realidad cuando se casa con Manuel García, un diplomático argentino destinado a varios países europeos además de Estados Unidos a lo largo de su carrera diplomática.

No obstante, la naturaleza de estos viajes ofrece una primera consideración importante cultural para este análisis. Como bien señala Bonnie Frederick, a diferencia de los viajeros-escritores de su generación, Eduarda «es una nómada, lleva su casa consigo» (Frederick, 1994: 249). Esta disparidad vis-à-vis sus coetáneos subraya la oposición principal entre sus experiencias: mientras sus contemporáneos masculinos viajaban frecuentemente por razones diplomáticas, comerciales o personales, Eduarda era ama de casa y madre; acompañaba a su marido Manuel García a los distintos puestos diplomáticos hasta los últimos años de su vida en que el matrimonio se separa, y Eduarda vuelve a la Argentina. Esta distinción modifica notablemente los parámetros de la experiencia del viaje. Aunque no goza de una libertad absoluta, parecido a la situación discursiva en la que se encontraban las mujeres que Mills estudia en Discourses of Difference, por medio del texto literario Eduarda ocupa su propio lugar en el mundo. Es decir, no se como mera «acompañante» de viaje, sino una viajera y escritora. En fin, es un agente social activo que construye su propio lugar en la historia.

Recuerdos de viaje narra los sucesos ocasionados durante una estancia de aproximadamente dos años de Mansilla en Estados Unidos a comienzos de la presidencia de Abraham Lincoln; Manuel García ejercía el cargo de cónsul ante el gobierno norteamericano a la sazón. Aunque se ve que la autora pretendía continuar con la narración de los eventos más conmemorables de su estadía en Estados Unidos en un segundo tomo, hasta la actualidad no se ha encontrado tal obra, si es que realmente existió, como promete el colofón de Recuerdos. Lo más notable del tomo que sí existe, no obstante, es la manera en que Mansilla muestra un amplio conocimiento de tres continentes y sus respectivas culturas heterogéneas, lo cual constituye un reto a sus coetáneos ya que ninguna mujer argentina de su época se había osado a poner por escrito semejante conjunto de observaciones. Como he demostrado anteriormente (Spicer-Escalante, 2006), Mansilla recurre a la causerie, la modalidad discursiva que utilizaban los contemporáneos masculinos de Mansilla en sus travelogues. Mansilla utiliza esta modalidad para «tejer» -ironía intencional- su propio imaginario tanto norteamericano como europeo9. En Recuerdos de viaje, la autora se apropia de este discurso aceptado por el público lector, y propone una suerte de «conversación» por medio de su obra con personas de su misma estatura cultural.


De viaje: De Europa a las costas norteamericanas

Mansilla inicia su «charla» en Recuerdos con una detallada descripción -desde lejos de las costas norteamericanas- de las peripecias de la vida de abordo de un barco transatlántico10. La travesía náutica incluye «inconvenientes [...] accidentes naturales de la ruta» (1) que dificultan el viaje -señala Mansilla- tanto en invierno como en verano. Como dicho recorrido es siempre un verdadero desafío para el viajero -que deberá hacer frente a los icebergs y demás peligros (1-3)- la decisión de cuál línea de transporte se torna más bien una cuestión de preferencia cultural. La marcada tendencia de la autora será una preferencia por la cultura francesa, que se asemeja más a su cultura argentina original.

Las opciones principales en la época demuestran una división cultural axiomática muy notable entre la cultura británica y la cultura francesa: o se viaja por la «Compañía Transatlántica Francesa [...] ó [el] Cunard Line» (1). Las diferencias entre ambas compañías marítimas denota un cisma cultural notable entre los ingleses y los franceses, lo cual Mansilla aprovecha al caracterizar la vida de las naves de ambas compañías. Mansilla distingue, como conocedora, que hay notables diferencias entre las empresas marítimas, las cuales denotan las profundas diferencias culturales existentes entre la dispares sociedades británica y francesa. Culta y experimentada como viajera, cualidades que enfatizan la autoridad de su narración, prefiere las naves francesas, pues se come mejor y el trato personal por parte de la tripulación no tiene comparación con las compañías británicas. A bordo de un vapor francés, se vive una calidad de viaje muy particular:

[S]e come admirablemente, detalle de sumo interés, para el viajero que no se marea; y en la buena estación las excepciones son escasas, salvo, durante los dos ó tres primeros días. El servicio es inmejorable, y la sociedad cosmopolita que por esos vapores viaja, parece como impregnada de la amenidad y agrado de las costumbres francesas, reinando además aquel grato laisser aller que crea la vida de abordo.


(2)                


La esplendidez en las naves francesas es, pues, notoria:

Pero, ¡cuánta anchura, cuánta abundancia, para ofrecer a discrecion, hielo, leche, frutas, en la serie de comidas que con diversos nombres se sirven [...]! Qué profusion de vino excelente y grátis; ese vino sabroso que recuerda el suelo de la bella, la rica Francia, tierra favorita de la uva!


(4)                


A diferencia de la suntuosidad de las naves francesas, la vida de abordo de una nave inglesa carece, en cambio, del despliegue epicúreo y del espíritu del laisser aller de las naves contrincantes. Su naturaleza es de un ascetismo muy particular:

En los vapores ingleses, se come mal, es decir, á la inglesa; todo es allí insípido, exento del atractivo de forma y fondo, que tanto realce da á la comida francesa. El vino brilla por su ausencia, eleva la suma de los extra á proporciones colosales é impone al viajero, la enojosa tarea de calcular sus gastos, en esas horas crueles de la vida de abordo...


(2)                


Las distinciones axiomáticas entre franceses e ingleses se extienden a una cuestión de oposición entre el mundo católico y el mundo protestante. Mientras parece decir Mansilla que la buena vida abordo de las naves francesas es una cuestión más bien católica, un protestantismo rígido caracteriza la experiencia en la Cunard Line: «El Domingo, en los paquetes ingleses, hay casi siempre un service, en el gran comedor, pues rara vez falta abordo el clergyman touriste ó inmigrante. En ese dia cae sobre los desdichados pasajeros, la pesada capa del fastidio, que cubre infaliblemente las ciudades protestantes, on sabath day» (2). Esta naturaleza se extiende a cómo llevan a cabo los oficiales ingleses sus tareas marítimas: «[L]a disciplina, propiamente dicha, de la Línea Británica, se efectúa siempre con suma regularidad y reserva. Los pasajeros no tienen contacto alguno con la oficialidad del buque, que parece extraña, á lo que llamaré la parte comercial de la Compañía» (3). La persona que ejemplifica este rigor es el capitán del barco, «un hombre mústio, silencioso, casi siempre vulgar, que al pié de la letra, observa su exclusiva misión de conducir el buque. Los pasajeros no le conocen ni de vista; su asiento en la cabecera de la mesa, permanece siempre vacío» (3).

En cambio, en las naves francesas, existe una noción diferente de las relaciones humanas. En fin, ésta es más latina: «En los paquetes franceses, el comandante, que es siempre charmant, homme du monde, preside su mesa, y al terminarse las comidas, ofrece galantemente el brazo á una dama» (4).

Esta caracterización de ambas culturas europeas -la británica y la francesa- resulta eventualmente en una no tan razonada elección por parte de la autora. Mientras «Viajar con los Franceses es más agradable en verano», cruzar el Atlántico «es más seguro en invierno con los Ingleses» (4). Mansilla muestra, sin embargo, una clara preferencia cultural: «[P]ara no ser ingrata ni olvidadiza con una nacion que tanto quiero, diré, que personalmente, yo prefiero hasta naufragar con los Franceses» (4). Es decir, Mansilla opone dos mundos encontrados: la austeridad y frugalidad del protestante versus la abundancia y exuberancia humana del católico. El fallo definitivo de la autora cae, lógicamente, a favor del mundo de sus raíces argentinas, el católico.

En estos extractos particulares de Recuerdos se ve claramente no sólo un manejo cultural de autoridad por parte de Mansilla -además de una naturaleza extraterritorial en la poliglosia que exhibe- sino también una profunda sensibilidad cultural, producto de extensos períodos de tiempo viviendo tanto en Gran Bretaña como en Francia. Esta sensibilidad posibilita una lectura profunda de ambas culturas, más allá de lo absolutamente superficial (comidas, vinos, etc.) y afirma su naturaleza extraterritorial. Las constantes referencias europeas también delatan la curiosa presencia casi constante de Europa en una obra que pretendía ser un tratado sobre Estados Unidos. Esta misma habilidad de manejo cultural se percibe en su recreación de la realidad social durante su estadía en Estados Unidos.




Tierra Firme: Nueva York y Modernidad

Después del paulatino deslizamiento hacia Nueva York, Mansilla nos prepara la escena de su arribo a Estados Unidos donde retrata las circunstancias que rodean su desembarco en la creciente metrópolis estadounidense. Aunque la expectativa del próximo arribo es enorme -«Los semblantes se iluminan, los apetitos se agudizan, las simpatías se acentúan» (7) ante la pronta llegada al puerto de Nueva York- la realidad del desembarco es otra:

La agitación es general, el va y viene de los pasajeros que activan su atavío y de los empleados del buque, que como viajeros que son igualmente, tratan de despachar, con la mayor rapidez posible sus quehaceres, complicados por la llegada, para bajar, á esa tierra tan ansiada por el navegante. Ya viaje éste por gusto, ó por aquel por deber: la tierra es la esperanza de todos.


(8)                


El ajetreo del arribo desemboca en la babilónica confusión de lenguas y frustración comunicativa en las que la autora misma participa:

Diverse lingue orribili favelle. Recordé al Dante, sin poderlo remediar, cuando [...] me encontré a cierta altura del muelle, delante de un muro humano, que vociferaba palabras desconocidas, como una legión de condenados. Eran seres groseros, feos, mal antrazados, con enormes látigos, que blandian desapiadados, furiosos, sobre las indefensas cabezas de los viajeros, cuyo paso impedian.


(10)                


Mansilla articula su frustración ante este nuevo infierno babilónico al señalar sus propios sentimientos al respecto: «De repente, una alma, un viajero, caía en poder de alguno de esos demonios, y en el instante éste enmudecia, conduciéndole en misterioso silencio, sólo Dios sabe donde. El calor, el polvo, el vocinglerio infernal, me tenian fuera de mí» (10). Al seguir al cochero neoyorquino quien había de llevar a Mansilla y sus hijos al hotel donde se hospedaba, la autora se da cuenta -irónicamente- de sus limitaciones lingüísticas:

Ha llegado el momento de hacer aquí una confesion penosa, que hará derramar lágrimas, [...] al digno don Antonio Zinny, mi maestro, á quien su discípula favorita, debia en ese entónces todo el inglés que sabia. Y este resultó tan poco, que con gran vergüenza y asombro mío, el intérprete natural de la familia, la niña políglota, como me llamaron un dia algunos aduladores de mis años tempranos, no entendia jota de lo que [...] repetian los hombres mal entrazados y el laconico expresivo empleado.


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Aunque su «turbación» era «visible», Mansilla logra entenderse con los cocheros; resueltos, pues, los asuntos del traslado de bagaje y del transporte local, Mansilla vuelca su mirada hacia la ciudad de Nueva York, y halla notables paralelos con Londres, un necesario contexto para la lectura de su estadía en la ciudad:

Si en vez de llegar a Nueva York de dia claro, [...] me hubieran desembarcado dormida [...] al despertar, de seguro habria exclamado: «Estoy en Londres!» Idéntica arquitectura, igual fisonomía en las calles, en las tiendas, en los transeuntes, que parecen todos apurados; y lo están en realidad. [...] El cosmopolitismo hállase más acentuado en Nueva York; pero la raza sajona descuella allí sobre las demás é imprime á la metrópoli norte americana, todo el carácter de una ciudad inglesa.


(13)                


Esta suerte de caracterización -salvo en algunas excepciones, como cuando discurre sobre el Sur de Estados Unidos y los motivos de la Guerra de Secesión de aquel país (capítulos VI-X)- atraviesa e impregna el travelogue de Mansilla11. Al igual que con la comparación de las naves europeas, surge un cotejo que desemboca en una cuestión cultural formada por el culto religioso que sirve de raíz cultural a las distintas comunidades étnicas. Al igual que en el contexto de la arquitectura de la Reforma en comparación con la de la Contrarreforma, la estética es un componente relevante para la autora. «Para comprender lo bello, es forzoso tener en nosotros un ideal de belleza, y cuánto más elevado es éste, mayor es nuestro goce» (12), señala Mansilla al contemplar los edificios neoyorquinos. Mansilla aplica este ideal estético a la arquitectura eclesiástica de Nueva York y emerge, más una vez el cisma cultural que divide al latino del sajón: «Las iglesias, no producen en Nueva York el mismo efecto que en las ciudades europeas, aún de menor importancia. Por lo general, son poco bellas, modernísimas y con el sello de construccion de ayer, que les quita gran parte de su encanto, no sólo arqueológico, sino estético» (15). En comparación con las iglesias protestantes -aquí el componente temporal se asoma, pues éstas son «modernísimas»- la nueva catedral católica de Nueva York es: «[B]ella y lujosísima. Toda de mármol blanco, tallada con gran primor, recuerda un tanto la Santa Sofía de Constantinopla, atrae las miradas del viajero desde luego, lo deslumbra de léjos por su blancura nítida y su corte admirable» (15). En comparación, el estilo de las iglesias protestantes en Nueva York carece de estética al igual que de calor humano, una notable declaración de la autora respecto al protestantismo: «Las churches de Nueva York, de un gótico desnudo, sin galas, son escuálidas, frias, como el culto á que están dedicadas, y desde luego me fueron antipáticas» (16).

Como anexo sociocultural a la disyuntiva estética que la autora percibe en la arquitectura de las iglesias protestante y católica de Nueva York -metáforas culturales de las culturas anglosajona y latina- Mansilla utiliza el cotejo religioso como manifestación de su propia ambivalencia ante Nueva York y Estados Unidos. Mansilla percibe que en Estados Unidos «Todo es [...] obra del presente, nuevo, novísimo, y exento de ese encanto misterioso que el tiempo imprime á las piedras, á los edificios, á las cosas» (15). El impacto en el viajero es notable: «La historia de ese país, como sus monumentos, es toda de ayer, de ahí la pobreza relativa que impresiona desagradablemente al viajero que llega de Europa, si bien comprende toda la riqueza y poderío que esa parte del Nuevo Mundo encierra» (15). En fin, para Mansilla, el viajero «Halla mucho que le sorprende; pero poco que le seduzca» (15).

Sin embargo, lo que sí atrae es el bullicio que se siente por las calles de la ciudad, el cual seduce a la autora: «La animacion es portentosa, y cuando se entra á Broadway, la grande arteria de la suntuosa ciudad, aquel nombre de calle ancha» (14). Para Mansilla tal avenida es donde «bulle el pueblo más vivaz de la tierra» (16). La notable actividad señala una obvia distinción en términos de temporalidad. O sea, más allá de su vivida descripción de la agitación callejera y la abundancia de carros, coches, ómnibus y «tramways» (14), Mansilla hace una lectura cultural profunda al echar su mirada sobre su entorno neoyorquino. Allí percibe la existencia de la apremiante modernidad la cual caracteriza por medio de su continua referencia al lema moderno «Time is money» que utiliza a guisa de estribillo por distintos capítulos de su travelogue. Mansilla también demuestra el arribo de la modernidad a tierras norteamericanas en su descripción del comercio neoyorquino:

Abundan tiendas, especialmente las suntuosas, emporios como llaman los Newyorkeses á esas lujosísimas construcciones [...] que ocupa una manzana de las nuestras, ostenta mármoles como palacio florentino y reune las novedades de toda Europa, desde medias de Escocia [...] hasta las maravillas inéditas de Worth y Laferriere.


(18-19)                


Curiosamente, aunque tiene un notable dejo utilitario, esta modernidad se caracteriza por la abundancia latina más que la presunta austeridad sajona, como en el caso de las líneas de transporte marítimas ya notadas. Como en el caso de la vida de a bordo de las naves europeas, Mansilla muestra una notable sensibilidad ante la sociedad norteamericana y su composición étnico-cultural. Más de una vez esta afectividad, adquirida por medio de una estancia extendida en el país, permite una lectura más penetrante de la cultura de Estados Unidos, más allá de lo trivial. Su manejo del inglés, pese a las protestas señaladas, también afirma su naturaleza extraterritorial. El participante implícito de la charla de esta obra podrá, pues, corroborar su discernimiento cultural a través de las descripciones detalladas y referencias a la vida cotidiana del estadounidense. Sus ambivalentes alusiones a la modernidad también sirven para comentar la realidad social argentina por medio de su experiencia en Estados Unidos.




De la Argentina implícita: la patria detrás de Europa y Estados Unidos

El viajero extraterritorial, a pesar de sus vivencias, nunca abandona -por más que escriba en otro idioma- sus raíces culturales plenamente. Como Señala Steiner en Extraterritorial, los escritores extraterritoriales se adaptan a su nuevo medio, pero frecuentemente, y a pesar de su sensibilidad, quedan rezagos nacionales en sus obras (4). Tal es el caso de Eduarda Mansilla respecto a la Argentina, pues el espectro de su patria acompaña a la autora en su escritura de Recuerdos de viaje, y sirve de blanco implícito para gran parte de su crítica sociocultural. Aunque abundan los ejemplos de la presencia tácita de la Argentina de Mansilla en Recuerdos, quisiera enfocar la intersección entre la modernidad y el papel de la mujer en particular aquí. Debido a la situación laboral de la mujer en la Argentina en la época en que se publica Recuerdos (1882, aunque se escribe con anterioridad), esta temática en particular es de interés para la autora en su examen del papel de la mujer en Estados Unidos durante la época en que vive en el país12. En cierto sentido Mansilla lamenta la situación de la mujer en su país natal, aunque por medio de su texto, crea un modelo a seguir por medio de su reconocimiento de cómo logra superarse la mujer estadounidense en la época.

Como he señalado anteriormente, para la autora, Estados Unidos es la tierra de promisión en relación con la modernidad. Esta modernidad se extiende a la cuestión de la mujer. Mansilla inicia su tratamiento de esta temática por medio de una declaración fuerte y transgresora: «La mujer americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo, y parece poseer gran dosis de self reliance (confianza en sí mismo)» (70). De hecho, la autora se sorprende por lo abierta que es la sociedad estadounidense en términos de los derechos de la mujer, y hasta parece tener pruritos puritanos en cuanto a ciertas actividades sociales de la mujer norteamericana, como por ejemplo el uso del tabaco (71), sus intereses sartoriales (76-77), y su supuesto abuso del maquillaje (76-77). Su categoría de autoridad en este caso es indiscutible, pues como mujer Mansilla tenía acceso a los espacios privados donde los viajeros-escritores masculinos simplemente no podían entrar13. No obstante, el tratamiento del tema laboral es lo que realmente concierne a la autora; el hilo de la cuestión atraviesa, de hecho, varios capítulos de Recuerdos.

Ante todo, es importante notar que Mansilla parece sorprenderse ante la industriosidad del ciudadano norteamericano en general, más allá de la cuestión de género. Esta predisposición hacia el trabajo crea una naturaleza desprendida en el hombre norteamericano quien consiente a su esposa e hijas:

Debajo de la corteza un tanto rústica de esos padres de familia, de esos maridos, que pasan el dia entero, ocupados en ganar el dinero para el hogar, down town (la parte comercial de la ciudad), hállase bondad y finuras infinitas. El Yankee es generoso como pocos; y sus mujeres, sus hijas, no tienen sino manifestar un deseo para que sea satisfecho. [...] Verdaderas máquinas de trabajo, aquellos hombres, al parecer tan interesados, gastan cuanto ganan, para contentar á los suyos.


(72)                


Para la autora, este fenómeno pone a la mujer en una posición ventajosa, pues «La mujer, en la Unión Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella» (72). Pero, y a pesar de esta problemática que se elabora en la obra de Mansilla -parece encerrar a la mujer en una situación donde su vida se reduce a la del «ángel del hogar» tradicional, que nada de transgresora tiene- Mansilla agrega que la mujer estadounidense también tiene ciertas salidas laborales; una de las cuales es el periodismo. El tema es oportuno para la autora ya que en 1882 muchas de sus compañeras de oficio luchaban por publicar sus obras e integrarse a la generación de 1880 completamente dominada por hombres14. Aunque Mansilla observa que en Estados Unidos «Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos é indirectos» (72), también nota que a través del periodismo, «[V]éseles ocupando de frente un puesto que nada de anti-femenino. Los periódicos en los Estados Unidos, el país más rico en publicaciones de ese género, cuentan con una falanje que representa para ellos el elemento ameno» (72). Este conjunto de mujeres «son las encargadas de los artículos de los Domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debe servir de alimento intelectual á los habitantes de la Unión» (72). Más allá de «esa literatura sencilla y sana», sin embargo, la autora también aclara que «Son ellas también las que, por lo general, traducen del alemán, del italiano y aún del francés, los primeros capítulos de los nuevos libros» (72). En su aspiración laboral, ellas son «las que dan cuenta cabal y exacta de las fiestas, cuyos detalles finísimos y acabados llevan el sello del connaisseur [...] y á fe que lo hacen concienzuda y científicamente» (72-73). Este tesón en el trabajo, también asegura que «las mujeres tienen un medio honrado é intelectual para ganar su vida; y si se emancipan así de la cruel servidumbre de la aguja, servidumbre terrible desde la invención de las máquinas de coser» (73). La referencia a la aguja vis-à-vis la pluma -el oportuno título de la compilación de Bonnie Frederick sobre las escritoras del 80 en la Argentina, La Pluma y la aguja (1993)- afirma el traspaso temporal señalado anteriormente que indica que los países civilizados son los modernos que le ofrecen la oportunidad de superación a la mujer por medio de la posibilidad de cultivar una carrera.

En su defensa del papel de la mujer en el medio laboral, Mansilla muestra, pues, no sólo su conocimiento de ese medio en su propio país y en Estados Unidos, sino también provee una apertura para que la mujer en todo país «civilizado» tenga acceso a una carrera profesional más allá de la sastrería. En una profesión como el periodismo, la mujer puede superarse y prosperar tanto económicamente como profesionalmente. Dadas las circunstancias de sus coetáneas argentinas, Mansilla muestra una obvia posición de vanguardia no sólo por la mera publicación de Recuerdos, sino que también hace un llamado a la consideración de que la mujer no sólo es capaz, sino que se merece la oportunidad de prosperar intelectualmente.




Transculturación y Extraterritorialidad: Eduarda Mansilla y Recuerdos de viaje

Como vengo señalando, Eduarda Mansilla en Recuerdos de viaje ocupa un lugar de vanguardia no sólo dentro de los límites cronológicos de su generación, sino también en relación con la escritura de viajes en la Argentina decimonónica. Esta posición, la logra por medio de su extensa experiencia extraterritorial y resulta en la publicación de este travelogue, que sirve de medio apto para tanto la manifestación de una voz femenina autónoma como para una respuesta notable al androcentrismo hegemónico que caracteriza los textos de viaje dentro del contexto hispanoamericano decimonónico. El interlocutor que participa de la viva relación en Recuerdos -que ejemplifica la causerie finisecular hispanoamericana- podrá, pues, percibir que se halla ante una autoridad cultural en Recuerdos. Esta manifestación de autoridad cultural, compuesta por una mujer en la época en cuestión, resulta ser tanto un hito histórico-literario como una plena manifestación contestataria poscolonial, en realidad.

Queda, sin embargo, una importante y necesaria inquietud que resolver. ¿Dónde, entonces, situamos a la autora en términos de su identidad cultural? Debido a su extraterritorialidad, surge en Eduarda Mansilla una sensibilidad cultural que la convierte en un ser en realidad plurilingüe y pluricultural. Esta realidad permite, en verdad, la construcción de una identidad transcultural en el caso de Mansilla ya que el escritor extraterritorial -hombre o mujer- profundiza su noción de la cultura ajena sin perder sus propias raíces culturales. En la forma en que Mansilla «construye» textualmente Europa y Estados Unidos en su obra, sin perder de vista sus propias raíces argentinas, se autoconstruye como agente social histórica en una época en que la mujer escritora apenas sobresalía en muchos casos. Es decir, no es una mera «exploratriz social» en busca de una vivencia de aventura (Pratt, 1992: 155-164), pues sus viajes permiten una extraterritorialidad que expande su visión del mundo y de las culturas ajenas, lo cual permite la creación de una agencia histórica a la par de sus coetáneos masculinos.

En este sentido, Mansilla anticipa no sólo la modernidad finisecular en los textos de viaje, sino una incipiente posmodernidad globalizada más cercana a nuestra contemporaneidad -y antes que Beckett, Nabokov o Borges, sin olvidarnos de escritores como Bruce Chatwin y Paul Theroux, más allá de otros de su índole. En fin, el texto de Mansilla convierte la literatura de viajes en un ejercicio de sacerdocio cultural; y su pluriculturalidad y transculturación sirven de armazón identitaria para la subjetividad posmoderna globalizada.










Bibliografía

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  • Frederick, Bonnie. Introducción. La pluma y la aguja: las escritoras de la Generación del 80. Buenos Aires: Feminaria Editora, 1993.
  • ——. «El viajero y la nómada: los recuerdos de viaje de Eduarda y Lucio Mansilla», en: Lea Fletcher, compiladora. Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires: Feminaria Editora, 1994.
  • Lojo, María Rosa. «Eduarda Mansilla». Cuadernos Hispanoamericanos 639, 2003, págs. 47-59.
  • Mansilla, Eduarda. Recuerdos de viaje. J. P. Spicer-Escalante, ed. Buenos Aires: Stockcero, 2006.
  • Mills, Sara. Discourses of Difference: An Analysis of Women's Travel Writing and Colonialism. Londres: Routledge, 1991.
  • Pratt, Mary Louise. Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. Londres: Routledge, 1992.
  • Schade, George. «Los viajeros argentinos del ochenta». Texto crítico 10:28, 1984, págs. 82-103.
  • Spicer-Escalante, J. P. «Ricardo Güiraldes's Américas: Reappropriation and Reacculturation in Xaimaca (1923)», Studies in Travel Writing 7, 2003, págs. 9-28.
  • ——. «En su 'calidad de viajera distinguida': La constitución de una voz femenina del viaje en Recuerdos de viaje (1882) de Eduarda Mansilla», en Eduarda Mansilla, Recuerdos de viaje. J. P. Spicer-Escalante, editor. Buenos Aires: Stockcero, 2006.
  • Steiner, George. Extraterritorial: Papers on Language and the Language Revolution. Nueva York: Atheneum, 1971.
  • Viñas, David. Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires: EUDEBA, 1972.


 
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