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ArribaAbajoSelecciones históricas

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ArribaAbajoEstudio histórico sobre los Cañaris

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ArribaAbajoAl lector

El Estudio histórico sobre los Cañaris, que sale a luz en este pequeño volumen, hacía parte de un trabajo más extenso sobre las antiguas naciones indígenas, que poblaban el territorio de nuestra República antes de la venida de los españoles. Por desgracia, circunstancias desfavorables nos han puesto en el caso de no poder dar cima a nuestro trabajo; mas, a fin de estimular por nuestra parte la afición a los estudios históricos, tan olvidados entre nosotros, resolvimos publicar aquella parte que se hallaba ya terminada.

Siete años de permanencia en la provincia del Azuay, frecuentes viajes, emprendidos para visitar y reconocer por nosotros mismos todos los lugares más notables de ella, y un estudio tan prolijo como nos ha sido posible hacer de gran número de obras relativas a la historia de América, tales son las prendas de acierto que puede presentar nuestro escrito; ingenio escaso, falta de medios para adelantar en esta clase de estudios, carencia de muchas obras publicadas por americanistas distinguidos, que no nos ha sido posible haber a las manos, y la natural disposición de la humana inteligencia a ser engañada son, sin duda, causas suficientes para que nuestro escrito salga incompleto y defectuoso. Por esto nos hallamos dispuestos a recibir dócilmente cuantas indicaciones tengan a bien hacernos los sabios, pues en todo no deseamos otra cosa que el acierto. No sostenemos ningún sistema preconcebido; así es que nos hemos limitado a hacer simples conjeturas sobre puntos que no están todavía perfectamente estudiados, y acerca de los cuales una crítica ilustrada permite opinar de diversas maneras.

Quito, agosto 28 de 1878.



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ArribaAbajoCapítulo primero.- De la nación de los Cañaris

Fuentes históricas. Demarcación geográfica. Tribus de los Cañaris.



I

Muy bien podemos decir que, hasta ahora, no se ha escrito una historia completa y exacta del vasto imperio de los Incas, conocido universalmente con el nombre general del Perú. Los antiguos cronistas castellanos hablan solamente de los Incas, últimos soberanos del Perú, y muy poco, y como por incidencia, nos cuentan acerca   -82-   de esa muchedumbre de naciones diversas que, en los dos siglos que precedieron a la conquista, llegaron a formar parte del imperio peruano bajo el cetro de los hijos del Sol. De esta manera la historia y civilización de los Incas son bastante conocidas; al paso que ignoramos casi completamente los usos, creencias y costumbres de las demás naciones, porque los historiadores se han contentado con referir solamente los nombres de ellas. Una de esas naciones, cuyo nombre apenas indican los cronistas castellanos, es la de los Cañaris, antiguos pobladores de la provincia del Azuay en nuestra República.

Garcilaso da algunas pequeñas indicaciones acerca del culto y de la forma de gobierno de los Cañaris; Montesinos cuenta algo de la historia de ellos, cuando refiere las conquistas que llevaron a cabo los Incas en la parte setentrional del continente sudamericano; Cabello Balboa añade un dato más a esa narración; Velasco enumera las tribus que componían el reino de los Cañaris; Cieza de León nos describe los suntuosos edificios de Tomebamba y Oviedo refiere la manera como vino a destruirse la nación, poco tiempo antes de la conquista de los españoles. He ahí los principales, si no los únicos datos que acerca de los Cañaris nos presentan los antiguos historiadores castellanos. Datos de otra naturaleza para la historia de la misma nación ofrece al investigador diligente la arqueología, que, por los restos de las obras del arte, perdonados por el tiempo, rastrea el origen y el estado de cultura y civilización de naciones que han perecido y estaban ya olvidadas completamente. La filología nos proporciona también alguna luz para formar conjeturas fundadas acerca de la relación del origen que existe entre pueblos diversos: como el químico, descomponiendo las sustancias, llega a encontrar los elementos simples que las forman; así el filólogo toma una voz y la analiza, persiguiendo la raíz o el origen de ella al través de las variadas modificaciones que ha recibido del tiempo, del método de vida, y de la índole moral de los pueblos o tribus que se sirvieron de ella para expresar su pensamiento; así se va a encontrar, tal vez, el origen del alemán en el sánscrito,   -83-   lengua sagrada de las antiquísimas naciones de la India Oriental. La craneología, con el estudio comparativo de los cráneos humanos, puede llegar a descubrir las diversas razas que han poblado un continente.

Entre las varias provincias que componen nuestra República, ninguna posee tantos y tan notables monumentos pertenecientes a las antiguas tribus indígenas, como la del Azuay. El famoso palacio, denominado Inga-pirca; los fragmentos de la Vía real de las cordilleras; y los restos de los Tambos o alojamientos atestiguan la grandeza y poderío de los Incas; los vasos, los adornos y otros objetos de oro y de plata, trabajados con exquisito primor y cubiertos algunos de jeroglíficos curiosos, revelan que, en tiempos remotos, existieron en aquella provincia pueblos, de los cuales casi ningún recuerdo ha conservado la historia. ¡Cosa verdaderamente extraña! ¡Que el sepulcro, donde una vez caído el hombre se abisman con él todos sus recuerdos, haya venido a ser el único depositario de los anales de pueblos que perecieron para siempre! Ahora conviene que nos apresuremos a disputar a la codicia, violadora de las tumbas, algunos objetos, más preciosos por su importancia histórica, que por las ricas materias de que están fabricados; aunque es necesario indicar también que, lo que hasta ahora se ha salvado es como nada en comparación de lo que se ha perdido.




II

La provincia del Azuay ocupa una gran extensión de tierra en la parte meridional de la República y se halla limitada al Norte por la provincia del Chimborazo; al Sur, por la de Loja; al Occidente, por la de Guayaquil y al Oriente se extienden los inmensos territorios de Gualaquiza, habitados por tribus salvajes, y por esa parte nuestra República es conterránea con la del Perú. En lo antiguo habitaban esa provincia diversas tribus o parcialidades de la belicosa nación de los Cañaris, que, a mediados   -84-   del siglo XV de nuestra era, fueron conquistados por Túpac-Yupangui, XI Inca del Perú.

Parece que, sin grave error, pudiéramos determinar los límites que tenía la nación al tiempo de la conquista de los Incas, señalando al Norte el nudo del Azuay, que la separaba de los cacicazgos de Alausí y Tiquizambi; al Mediodía se encontraban las tribus de los Paltas; al Oriente la cordillera de los Andes dividía a los Cañaris de los indios salvajes conocidos hasta ahora con el nombre general de Jíbaros; por el Occidente no se le puede señalar términos fijos, pues, parece que el territorio de los Cañaris por aquella parte se extendía hasta las costas del Pacífico, pobladas entonces por los Huancavilcas38.




III

Ahora es de todo punto imposible averiguar cuándo vinieron los primeros pobladores, qué lengua hablaban y cuál haya sido su historia. Los Cañaris principian a figurar en la historia al tiempo de la conquista de los Incas, y desde que aparecen por primera vez ya se presentan como nación formada y aguerrida. El P. Velasco, laborioso investigador de las tradiciones antiguas, nos ha dado la enumeración de las tribus indígenas que componían la antigua nación Cañar. «El reino de Cañar, dice, era grande e igual al de Quito, con veinte y cinco tribus las más de ellas muy numerosas, que son Ayancayes, Azogues, Bambas, Burgayes, Cañaribambas, Chuquipatas, Cinubos, Cumbes, Guapanes, Girones, Gualaseos, Hatun Cañares, Manganes, Molleturos, Pacchas, Pautes, Plateros, Racares, Sayausíes, Siccis, Tadayes, Tomebambas y   -85-   Yunguillas»39. Tal es la enumeración hecha por el P. Velasco; mas una crítica ilustrada no puede dar pleno asentimiento a la narración del historiador de Quito. En efecto, fácil es notar que algunos de los nombres de las tribus indígenas son castellanos, designan lugares o fundaciones españolas; por tanto, o las tribus indígenas, que moraban en aquellos puntos, tuvieron nombres diversos de los que les da el P. Velasco; o es necesario suprimir algunas tribus en la enumeración de las que componían el reino de los Cañaris.

Todas esas tribus, ¿eran de un mismo origen? ¿Pertenecían a razas diferentes, o, por el contrario, eran todas de una misma raza, y hablaban el mismo idioma? ¿Cuáles eran su religión, usos, leyes y costumbres? En el estado actual de las investigaciones históricas es imposible dar respuesta satisfactoria a estas preguntas, y, acaso, no será posible darla en ningún tiempo. Esas que el P. Velasco cuenta como tribus diferentes, ¿lo eran en verdad? ¿Por qué distingue el historiador a los Yunguillas de los Tomebambas? Estudiada concienzuda y detenidamente la historia antigua de América, no podemos menos de convenir en que es necesario borrar algunas páginas de ella, y rehacer otras por completo. Para expresarnos con mayor verdad y exactitud, diremos que no se ha escrito hasta ahora, ni es posible que se escriba todavía la historia de las antiguas tribus indígenas del Ecuador. Esa historia sólo puede ser algún día el fruto sazonado de penosas investigaciones arqueológicas y de estudios profundos. El conocimiento del idioma, para rastrear por ahí el origen de las naciones y el grado de cultura y adelantamiento de ellas; la comparación de sus tradiciones religiosas con las creencias y tradiciones de otros pueblos, en fin, el examen atento de las razas, de sus usos y costumbres, acaso podrán dar más tarde fundamento sólido para conjeturas razonables acerca de la historia antigua de las naciones americanas. El amor de la novedad ha sido parte para que algunos   -86-   escritores admitan y tengan como ciertos, sin maduro discernimiento, hechos y tradiciones de todo punto inverosímiles; de esa manera estudios que, bien dirigidos, habrían contribuido a derramar abundante luz sobre la historia, han servido para hacerla más embrollada y tenebrosa.

Nosotros creemos que no nos apartamos de la verdad asegurando que, en los tiempos que siguieron inmediatamente a la conquista, la provincia del Azuay estaba dividida en dos secciones. La una comprendía la parte setentrional de la provincia, y allí se fundó el asiento de Cañar, que fue la primera población española que hubo en la tierra de los Cañaris; la otra comprendía el extremo meridional de la provincia, llamada, por lo regular, provincia de Tomebamba, y en ella fue después fundada la ciudad de Cuenca. Así es que los antiguos escritores castellanos, cuando hablan de Tomebamba, unas veces se refieren a la ciudad de este nombre, y otras a la provincia; y conviene no confundir jamás lo que nos dicen de la ciudad con lo que nos dicen relativo a la provincia. Parece que ésta comprendía lo que hay entre Déleg, por una parte, y el Jubones, por otra, hasta el punto donde se reúne este último río con el de Minas.

Según Alcedo, aun el mismo río Matadero, que baña la ciudad de Cuenca, por la parte del Sur, se llamaba antiguamente Tomebamba40. Gómara dice, hablando de Tomebamba, «provincia rica de minas y al Quito vecina»; y en otro lugar dice también «Tomebamba, pueblo grande, rico y hermoso, que junto a tres caudales ríos estaba», con lo cual distingue muy bien la provincia de la ciudad41. Y Oviedo se expresa así: «Tomebamba, ques una provincia a la entrada de Quito, donde estaba una hermosa ciudad, ribera de tres ríos»42.





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ArribaAbajoCapítulo segundo.- Dominación de los Incas

Conquista de los Cañaris por los Incas. Guerra entre Huáscar y Ata-Huallpa. Exterminio de la nación. Montesinos y sus relaciones históricas acerca de los Cañaris.



I

La historia de los Cañaris está íntimamente ligada con la historia de los Incas. Túpac-Yupangui, XI Inca del Perú, redujo a su obediencia la nación de los Cañaris; permanecieron éstos sujetos a Huayna-Cápac durante toda la vida de este Inca; y Ata-Huallpa asoló la provincia y exterminó casi por completo la nación, poco tiempo antes de la llegada de Pizarro al Perú.

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Constantes los Incas en el propósito de ensanchar los límites de su imperio, iban transmitiendo a sus hijos con la corona la afición por las conquistas y el anhelo de llevar adelante la obra de reducir a una sola nación esa muchedumbre de tribus diversas, que poblaban el vasto territorio dividido ahora entre las repúblicas de Bolivia, el Perú, el Ecuador y parte de Chile.

A mediados del siglo XV de nuestra era, el Inca Túpac-Yupanqui llegó a los confines de la provincia de Loja, habitada entonces por las tribus de los Zarzas y de los Paltas, las cuales, sin oponer resistencia alguna a las armas del conquistador peruano, se sometieron de buen grado a su obediencia. Los Cañaris se hallaban en guerra ya hacía algún tiempo, con los Syris de Quito y, siguiendo el ejemplo de las tribus comarcanas, se dieron de paz a los Incas. Ayudado por sus nuevos súbditos, los Cañaris, Túpac-Yupanqui triunfó sobre Hualcopo, último soberano de Quito, y sometió a su imperio el pequeño reino de Alausí, el Cacicazgo de Tiquizambi y una gran parte de la provincia del Chimborazo, habitada en aquella época remota por la belicosa nación de los Puruhaes.

La conquista del reino de Quito se llevó a cabo por Huayna-Cápac, el más famoso de los Incas, hijo y sucesor de Túpac-Yupanqui. Con la conquista del reino de Quito se dilataron hasta el río Mayo los límites del vasto imperio del Perú. Huayna-Cápac, al morir, dejó dividido su imperio entre sus dos hijos, Huáscar y Ata-Huallpa: a Huáscar le señaló el imperio del Perú, tal como lo habían poseído sus abuelos; y a Ata-Huallpa, el reino de Quito.




II

La provincia de Tomebamba, en el territorio de los Cañaris, fue según varios autores, el motivo de la guerra civil que estalló entre los dos reales hermanos poco tiempo después de la muerte de su padre. He aquí cómo nos   -89-   refiere Cabello Balboa el motivo y la historia de esas guerras civiles43.

Mientras Ata-Huallpa se encontraba en Tomebamba ocupado en hacer construir edificios magníficos, Urcu-Colla, curaca de los Cañaris, envidioso de la fortuna de Ata-Huallpa, mandó en secreto un emisario al Cuzco con el objeto de indisponer al Inca Huáscar contra su hermano. Sabedor Ata-Huallpa del enojo de su hermano, despachó a la corte, con ricos presentes para Huáscar, a Quillaco, hijo de un Inca noble, antiguo favorito de Huayna-Cápac. Quillaco fue recibido muy descomedidamente por Huáscar, quien hizo dar muerte, en presencia del embajador, a cuatro de sus compañeros. Ata-Huallpa recibió en Tomebamba al mensajero y, disimulando su enojo por el desaire recibido, partió para Quito, resuelto a conservar con las armas la herencia de sus padres. Entre tanto, Huáscar por su parte se preparaba también a la guerra y, como primera medida, confió el mando de su ejército a un general muy valiente, llamado Atoc, el cual vino hasta Tomebamba, para establecer allí el cuartel general de todas sus tropas. Ata-Huallpa, sin pérdida de tiempo, levantó también un numeroso ejército y marchó a contener los avances del general peruano. Avistáronse los dos ejércitos en las llanuras de Mocha y, después de un reñido combate, fueron puestos en fuga los quiteños; apenas supo la derrota de los suyos, organizó Ata-Huallpa un nuevo ejército y acudió él mismo en persona a auxiliar a sus tropas; dioles alcance entre Mulhaló y Llactacunga; trabose allí un segundo combate más sangriento que el primero; Atoc, Urcu-Colla y otros caciques cayeron prisioneros y fueron llevados a Quito, donde Ata-Huallpa los condenó a muerte.

Tan luego como llegó a Cuzco la noticia de la derrota de su ejército, Huáscar mandó a su hermano Huanca-Auqui a la cabeza de una nueva expedición contra Ata-Huallpa.   -90-   Huanca se fortificó en Tomebamba y esperó allí la acometida del ejército quiteño, el cual no tardó en llegar; los peruanos defendían el puente, por el cual comunicaba la ciudad con la otra parte del valle; varias veces intentaron los quiteños desalojarlos de allí, pero siempre con mal éxito, porque fueron rechazados; retiráronse entonces a las alturas de Molleturo, donde fueron acometidos al día siguiente por los peruanos; mas la fortuna fue aquel día adversa a éstos y, viéndose derrotados por los quiteños, se refugiaron nuevamente en la ciudad.

Parece que los quiteños habían venido entonces al lugar donde después fue fundada la ciudad de Cuenca, y que los peruanos avanzaban desde Tomebamba, deseosos de vengarse de la derrota pasada; mas no podemos conocer ahora en qué punto volvieron a combatir; sólo sabemos que, derrotados segunda vez, los peruanos huyeron con dirección a Tomebamba y que los quiteños fueron persiguiéndolos hasta Puma-pungo, que en la fuga muchos perecieron ahogados en el río, y finalmente que Huanca se retiró a Cusi-Bamba, lugar que, según Balboa, estaba a treinta leguas de distancia de Tomebamba44.

Uno de los puntos más difíciles de la historia antigua de América es la determinación exacta de los lugares en que se verificaron muchos de los más notables acontecimientos, pues la geografía de los cronistas castellanos es muy defectuosa, a lo cual se añade el modo arbitrario con que escriben los nombres americanos de los sitios y lugares; tan arbitrario, que muchas veces es casi imposible adivinar dónde habrán estado los puntos en que los historiadores dicen que tuvieron lugar ciertos acontecimientos. He aquí lo que nos ha sucedido al querer señalar con precisión el punto donde combatieron los dos ejércitos antes de la rendición de Tomebamba.



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III

Vamos ahora a formar, entretejiendo de varios autores, la historia de los últimos acontecimientos que tuvieron lugar en la provincia antes de la llegada de los españoles. Una vez triunfante el Inca Ata-Huallpa, aplicó todo el rigor de las leyes peruanas a los infelices Cañaris y los condenó al exterminio, como a traidores, pues las leyes peruanas imponían la pena de muerte a los que hiciesen armas contra el soberano. «Los Cañaris, enemigos de Ata-Huallpa, gente valerosa, mucha y muy política, de buen talle y proporción, tenían cuidado, porque sabían que era vengativo y cruel, y temiendo de algún gran castigo, y, por lo menos ser hechos yanaconas y adjudicados por perpetuos esclavos de la corona, acordaron de enviarle muchos niños y mozos con ramos en las manos, que humildemente le pidiesen perdón; pero usando de crueldad nunca oída, mandó matar millares y millares de hombres, niños y mancebos, y mandó sacar los corazones, sembrarlos en las chácaras o heredades, por orden, diciendo que quería saber qué fruto daban corazones fingidos y traidores; y hoy día se ven tantos huesos y calaveras que ponen horror; y la representación en la imaginación de tanta impiedad causa tristeza con la vista de aquella osamenta de hombres, que aún se está entera, por ser la tierra arenisca y seca y correr vientos fríos y secos, que la conservan sin putrefacción; y a las vírgenes del templo también mandó matar; y puso guarniciones; y en Tomebamba tomó la borla y se llamó Inca de todo imperio». Así Herrera45.

En la relación que el mismo Ata-Huallpa hizo a Pizarro en Cajamarca sobre el motivo de la guerra que traía contra su hermano Huáscar, se expresó de esta manera: «Salí de Quito, mi tierra, con toda la más gente de   -92-   guerra que pude, y vine a Tomebamba, donde tuve con mi hermano gran batalla, y le maté mil hombres y lo hice volver huyendo con la gente que le quedó. Y aquel pueblo de Tomebamba, que es una buena ciudad de mi hermano, se me puso en defensa, y la asolé y quemé y maté toda la gente, y todos los pueblos de aquella comarca quise asolar y destruir, y, porque quise seguir a mi hermano, lo dejé por entonces de hacer... Y ahora tenía pensado, si no acaeciera mi prisión, de irme a descansar a mi tierra y de camino acabar de asolar todos los pueblos de aquella comarca de Tomebamba que se me puso en defensa, y pensaba poblarla de nuevo de mi gente, y, para poblar el pueblo principal de Tomebamba, que asolé, me envían mis capitanes de la gente del Cuzco, que han sujetado, cuatro mil hombres casados»46.

De tal manera arrasó Ata-Huallpa la provincia de Tomebamba, dice Cabello Balboa, que allí donde antes había pueblos florecientes ahora sólo hay campos abandonados que blanquean con los huesos de los muertos47.




IV

Todos los historiadores antiguos están acordes en atribuir al Inca Túpac-Yupanqui la conquista de los Cañaris; mas uno solo, a saber, el licenciado Montesinos, aunque la atribuye al mismo Inca, se aparta de todos los demás en cuanto al tiempo, pues designa al conquistador de los Cañaris con el sobre nombre de Huiracocha y dice que no fue padre, sino abuelo de Huayna-Cápac. Las relaciones de Montesinos, según nuestro juicio, carecen de verdad histórica y sólo merecen crédito en lo que refiere acerca de los tiempos inmediatos a la conquista, y,   -93-   aun en eso, la discreción del lector debe separar lo cierto de lo que sólo es verosímil. Hecha esta advertencia, que creemos necesaria, pondremos aquí la narración que de lo ocurrido con los Cañaris nos ha dado Montesinos en sus Memorias sobre el Perú antiguo.

Después de referirnos la conquista de la tribu de los Paltas, que moraban en lo que ahora es territorio de Zaraguro, prosigue Montesinos: Advirtieron al Inca sus espías que los Cañaris, habitantes del país, donde está ahora la ciudad de Cuenca, se preparaban para hacerle resistencia, al mando de cierto cacique llamado Dumma, el cual había pedido auxilio a los caciques de Macas, Quinoa y Puma-Llacta. Apresurose el Inca a marchar contra el cacique de los Cañaris antes que llegaran los aliados; mas, a pesar de lo rápido de su marcha, los enemigos habían ocupado ya los puestos más ventajosos y los defendieron con valor. El Inca fue rechazado y tuvo que retroceder hasta Palta, perdiendo mucha gente y una parte de sus bagajes. Los Cañaris, picándole la retaguardia, le persiguieron hasta el punto donde está ahora la ciudad; y de allí enviaron mensajeros a los Paltas, para inducirles a que se aprovecharan de la ocasión para matar al Inca y vengar así la muerte de sus compatriotas. Embarazados las Paltas con semejante propuesta recurrieron a sus hechiceros, pidiéndoles que consultaran sus Huacas; el demonio les respondió que triunfaría el Inca, por lo cual los Paltas le dieron cuenta de la proposición de los Cañaris, y recibieron por ello muchos obsequios y grandes favores.

Sin embargo de esta prueba de fidelidad, el Inca mandó construir una fortaleza, para tenerlos seguros, y aguardó allí los refuerzos que hacía venir de Chile y de los Chirihuanas. Viendo los Cañaris que la obra avanzaba y que llegaban al Inca refuerzos de todas partes, se decidieron a mandarle mensajeros prometiendo sujetarse a su imperio, con tal que les perdonase la resistencia pasada. Vacilante estuvo por largo tiempo el Inca a causa de la conocida mala fe de los Cañaris; pero, al fin, se decidió a mandarles un Gobernador, al cual ordenó que   -94-   tratase bien a los caciques y les exigiese sus hijos en rehenes. El Gobernador fue bien recibido y se celebraron fiestas en honra suya. Dumma y los otros jefes fueron a rendir homenaje al Inca, reconociéndole por hijo del Sol y jurándole fidelidad y, para mayor garantía, Dumma dejó en poder del Inca un hijo y una hija, y otros jefes dejaron también sus hijos. Tan luego como Dumma estuvo de vuelta en su provincia, hizo edificar un hermoso palacio para alojamiento del Inca, y muchas casas a lo largo del río para hospedar en ellas la tropa. Todas estas obras se llevaron a cabo con tanta prontitud, que estaban ya terminadas cuando el Inca llegó a la provincia, en la cual permaneció todo un año. Los Cañaris le obsequiaron celebrando fiestas para honrarle; y tanta gente se le reunió allí que, viéndose a la cabeza de un ejército innumerable, resolvió marchar sobre Quito, para lo cual mandó sus espías adelante. El Inca salió de la provincia con la misma pompa con que había entrado; los Cañaris le acompañaron, precediéndole con guirnaldas de flores y bailando delante de su litera.

Después de referir Montesinos la conquista de Quito y la de la Puná, dice que, cuando Túpac-Yupanqui se preparaba a la conquista de los Chonos, pueblos que moraban en lo que es ahora provincia de Manabí, supo que los Cañaris se habían insurreccionado y dado muerte al Gobernador puesto por el Inca y a las tropas que había dejado en aquella provincia. Vino, pues, contra ellos por el camino que hoy conduce de Guayaquil a Cuenca y habiéndolos vencido en un combate sangriento, ejerció en ellos cruel venganza, mandando matar hasta a los viejos, y poblando la provincia de Mitimaes48.

La relación de Montesinos difiere mucho, como acabamos de ver, de la que hacen todos los demás historiadores; con todo, nos ha parecido necesario ponerla aquí, para completar el estudio que estamos haciendo de la historia   -95-   de los Cañaris, porque, como lo haremos notar después, no deja de ofrecer alguna luz para el conocimiento de los lugares en que estuvieron las principales poblaciones antiguas de los indígenas en la provincia del Azuay.

Muy sensible es que de las obras de Montesinos y de Cabello Balboa no tengamos hasta ahora edición alguna en castellano, (lengua en que escribieron aquellos autores,) y que nos veamos obligados a servirnos de una traducción francesa en la cual, sea dicho de paso, los nombres quichuas de lugares están escritos tan mal, que algunos no se puede saber a qué se refieren, ni de qué hablan, porque no hay tales nombres entre los de los lugares conocidos.





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ArribaAbajoCapítulo tercero.- Historia de los Cañaris

Creencias religiosas. Dioses principales. Varias clases de sepulcros. Lengua. Conjetura acerca de su modo de escribir. Sistema de gobierno. Carácter moral.



I

Vamos a presentar, reunidos en un solo cuadro, los rasgos diversos que de los Cañaris hemos encontrado en escritores tanto antiguos como modernos, a fin de completar nuestra historia de una nación que ha desaparecido enteramente del lugar donde existió hace cuatro siglos.

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Lo primero que conviene saber, tanto respecto de los hombres como respecto de los pueblos, es la idea que tuvieron de Dios y de la vida futura, porque las creencias religiosas hacen la vida de nuestra vida; somos lo que creemos, y, para conocer a un hombre o a un pueblo, basta preguntar qué idea tiene de Dios.

Los Cañaris conservan una tradición antigua acerca de su origen, en la cual no deja de encontrarse un fondo de verdad y una como reminiscencia confusa y lejana de hechos bíblicos, mezclada con fábulas y supersticiones puramente locales. Decían, pues, que en época muy remota había estado poblada toda la provincia del Azuay; pero que todos los habitantes que entonces existían habían perecido en una inundación general que cubrió toda la tierra. En el origen de los tiempos, la raza humana se vio amenazada por una formidable inundación y sólo dos hermanos fueron los únicos que se salvaron en la cumbre de una montaña llamada Huacay-ñan, o camino del llanto en la provincia de Cañaribamba49; las olas de aquel diluvio mugían en torno de los dos hermanos; mas, a medida que se levantaban las aguas, la montaña se iba levantando también sobre ellas, sin que llegara a ser cubierta, por haber alcanzado a tener una altura considerable. Cuando con la disminución de las aguas hubo pasado ya el peligro, los dos hermanos se vieron solos en el mundo; pronto consumieron los pocos víveres que les habían sobrado y, para procurarse otros, los salieron a buscar en los valles vecinos; mas, ¿cuál no sería su sorpresa al encontrar de vuelta a la cabaña que habían edificado, listos y aparejados por manos desconocidas, manjares que ellos no esperaban? Al cabo de algunos días, durante los cuales no había cesado de repetirse la misma escena, deseosos de descubrir aquel misterio se convinieron en que uno de los dos se quedaría oculto en la cabaña, puesto en acecho, para sorprender   -99-   aquel enigma, mientras iría el otro, como de costumbre, a buscar alimento. Como lo habían acordado así lo pusieron por obra; cuando he aquí que el que estaba escondido ve entrar de repente en la cabaña dos papagayos con caras de mujer, los cuales prepararon inmediatamente el maíz y las demás viandas que debían servir para la comida. Así que descubrieron al que estaba oculto, las dos aves alzaron el vuelo para huir; mas no lo hicieron con tanta ligereza que no alcanzase a apoderarse de una de ellas con la cual se desposó y de este matrimonio nacieron seis hijos, tres varones y tres mujeres. Éstos a su vez se desposaron entre ellos y de sus familias tuvo origen la nación de los Cañaris que poblaron la provincia del Azuay y tuvieron siempre por los papagayos grande veneración50.

Se conoce, pues, que los Cañaris tenían tradiciones enteramente distintas de las que conservaban los Incas del Perú, y que pertenecían a una raza diversa y, tal vez, más antigua que la quichua en el continente americano.

El culto y veneración tributado a los papagayos, de que nos habla la leyenda que acabamos de citar, ha recibido un testimonio que lo comprueba en los objetos extraídos de los sepulcros. En efecto, en Huapán, lugarcillo cercano al pueblo de Azogues, al N. E. de Cuenca, se descubrió un sepulcro famoso del cual se sacaron centenares de hachas de cobre con diversas figuras y grabados; y entre ellas muchas tenían la forma de loros o papagayos. Como es bien sabido, las tribus indias acostumbraban reunirse para la guerra, dividiéndose en cuerpos o batallones diversos, cada uno con la insignia, divisa o   -100-   estandarte que representaba la imagen del objeto a quien atribuía el origen de la tribu. Costumbres análogas tenían también otras naciones del antiguo continente.

No deja de causarnos alguna sorpresa el encontrar entre los indios Cañaris el culto y la adoración del papagayo, adorado por los Mayas de Yucatán, en donde era tenida aquella ave como el símbolo del Sol, o de las fuerzas vivificadoras de la naturaleza. Los Mayas adoraban al sol con el nombre de Kinich-Kakmó; que quiere decir Sol con rostro, cuyos rayos son de fuego, creían que a la hora del medio día bajaba a quemar los sacrificios que le ofrecían, como baja volando la guacamaya, con sus plumas pintadas de varios colores51. «Tenían otro templo en otro cerro, que cae a la parte del Norte (dice Cogolludo, hablando de los ídolos venerados en Yucatán), y a éste llamaban Kinich-Kakmó, por llamarse así un ídolo que en él adoraban, que significa Sol con rostro. Decían que sus rayos eran de fuego y bajaba a quemar el sacrificio a mediodía, como baja volando la guacamaya (es ésta una ave a modo de papagayo, mayor de cuerpo, y muy finos colores de plumas). A este ídolo recurrían en tiempo de mortandad, pestes, o enfermedades generales, así hombres como mujeres, y llevaban muchos presentes que ofrecían»52. Las palabras del historiador de Yucatán no necesitan de ningún comentario, y todavía son más claras y terminantes las de otro antiguo cronista americano, el P. Lizana, quien, hablando de la adoración que los Mayas tributaban al Sol, se expresa así: «En cuanto a sus rayos, algunos poetas los llaman cabellos o plumas doradas, en lo cual parece que aluden a lo que estas naturales decían de los rayos del Sol, cuando adoraban las plumas de colores variados de la guacamaya, como también cuando hacen consumir por el fuego sus ofrendas; yo creo, pues, que de esa manera simbolizaban la quema de los bosques y el agotamiento del verdor de los campos ocasionados por el calor de los   -101-   rayos del Sol»53. ¿Los Cañaris, antiguos pobladores de la provincia del Azuay, descendían, tal vez, del mismo origen de los Mayas, esos célebres moradores de Yucatán, venidos también ellos a la América de partes remotas? La serie de nuestro estudio no dejará de presentamos ocasión para robustecer esta conjetura.

El culto y la veneración de las guacamayas se encontró también entre los Muiscas de Cundinamarca, pues allí eran sacrificadas al Sol estas aves, en vez de víctimas humanas, para lo cual primero se les enseñaba a hablar. «Sacrificábanlos, dice el P. Zamora, en lugar de hombres, y, para que suplieran por ellos, los enseñaban a hablar en su lengua, y cuando la hablaban muy bien, los juzgaban dignos del sacrificio»54.

Los principales dioses adorados por los Cañaris eran la Luna y los árboles grandes55. El culto del Sol se introdujo, si hemos de creer a Garcilaso, con la conquista y el señorío de los Incas. «Antes de los Incas, dice Garcilaso, adoraban los Cañaris por principal dios a la Luna, y segundariamente a los árboles grandes y las piedras que se diferenciaban de las comunes, particularmente si eran jaspeadas. Con la doctrina de los Incas adoraban al Sol, al cual hicieron templo y casa de escogidas y muchos palacios para los reyes»56. En Tomebamba era adorado especialmente un oso. El concilio limense, cuando habla de la idolatría de los indios, advierte que en cada provincia había un ídolo o huaca común, y en cada pueblo,   -102-   otro particular, a los cuales deben añadirse los conopas o dioses caseros y las pacarinas o sitios de donde creían que habían nacido sus progenitores57.




II

En la manera de sepultarse parece que había alguna diferencia según lo manifiestan las excavaciones hechas en diversos puntos de la provincia. En Chordeleg cada sepulcro contenía gran número de cadáveres dispuestos de la manera siguiente. Cada sepulcro estaba dividido en dos departamentos; el uno, que era, sin duda, el principal, consistía en un hoyo circular de bastantes metros de profundidad; el otro, era una bóveda hecha en el suelo a un lado del hoyo. En esta bóveda se colocan todos los tesoros del difunto, y en medio de ellos su cadáver, unas veces tendido de espaldas, y otras sentado en cuclillas; en el hoyo grande se enterraban los cadáveres de las mujeres y sirvientes del difunto, a las cuales una práctica común en muchas naciones de Asia y América, condenaba a muerte para que vayan a hacer compañía y servir en el otro mundo a sus esposos y señores. Estos cadáveres se encuentran colocados en diversos órdenes o categorías de arriba abajo, siempre en la dirección de los radios de un círculo, con la cabeza en la circunferencia y los pies al centro; cada uno lleva a la cabecera su tesoro propio, y los diversos círculos de muertos están separados entre sí por capas de piedra y barro.

En el valle de Yunguilla, punto donde estuvo la ciudad de Tomebamba, se han encontrado sepulcros enteramente   -103-   distintos de los de Chordeleg. Los sepulcros de Yunguilla son aposentos o celdillas, de forma circular, cavadas en la tierra, con las paredes fabricadas de piedras toscas y un barro muy consistente que hace las veces de mezcla; la profundidad varía, en los más grandes no llega a cuatro metros, y la anchura es, por lo común, en todos de un metro y medio, poco más o menos. Hay en aquel valle algunas llanuras cubiertas de esta clase de sepulcros. El cadáver se encuentra siempre en cuclillas, con la cabeza apoyada sobre las rodillas y las manos cruzadas sobre la nuca, y con los cantarillos y otros objetos de barro muy bien acomodados en derredor.

Cerca del pueblo de Azogues, en el sitio denominado Huapán, se descubrió un sepulcro, notable por sus inmensas proporciones; parecía que allí se hubiera sepultado todo un ejército; la forma era casi la misma que en los sepulcros de Chordeleg, los cadáveres estaban colocados también de la misma manera. Tan grande fue el número de cadáveres que se encontraron en ese sepulcro, y tan crecido el número de hachas de cobre que, pesadas, dieron treinta quintales, con lo cual parece que se confirma la tradición de la mortandad que de los Cañaris vencidos hizo Ata-Huallpa, pues aquel sepulcro no pudo menos de ser el de algún cacique enterrado con todos los que podían llevar armas en su tribu.

Algunas de esas hachas tenían figuras curiosas, grabadas con cierto arte no muy grosero: unas representaban caras humanas de formas grotescas; otras, aves, hojas o animales, tal vez la imagen del objeto de la veneración especial de cada guerrero. De este sepulcro hablamos ya un poco antes58.



  -104-  
III

Si los objetos sacados de los sepulcros manifiestan que la cultura de los Cañaris era distinta de la de los Incas, el examen de la lengua que debieron haber hablado lo revela todavía de una manera más evidente. El sistema adoptado por los Incas para conservar bajo su dependencia los pueblos conquistados y dar unidad moral al imperio compuesto de naciones tan diversas, era en muchos puntos semejante al que siguieron las antiguos Romanos para gobernar el mundo entonces conocido. Uno de los mejores medios practicados, tanto por los Romanos como por los Incas, era la uniformidad en idioma; a todo pueblo conquistado le obligaban a aprender la lengua quichua que era la lengua de los Incas; así la lengua de los señores del Cuzco era, al tiempo de la conquista del Perú por los españoles, hablada en una gran parte del continente sudamericano, desde las orillas del remoto Mauli, al Mediodía, hasta los valles que riega el Mayo al Septentrión. El pueblo conquistador se había impuesto al conquistado, donde quiera, con sus leyes, su religión y su lengua.

Los Cañaris debieron, pues, haber aprendido a hablar la lengua quichua; mas, como sucede siempre, la lengua del pueblo conquistador se enriqueció con muchas voces tomadas de la lengua del pueblo vencido, y así los nombres de ciertos objetos materiales como de los ríos, de los montes, etc., debieron conservarse sin mudanza alguna en el mismo idioma de los Cañaris. He aquí por qué ciertos nombres propios de montes y de ríos, por ejemplo, no tienen significado alguno en lengua quichua; pertenecen sin duda a otros idiomas ya extinguidos y en ellos debieron haber tenido significación propia.

Con la destrucción del imperio de los Incas se fueron arruinando poco a poco todas sus instituciones, y volviendo los pueblos conquistados a sus antiguas costumbres; la lengua quichua cayó en desuso, en algunas provincias   -105-   fue casi olvidada enteramente, y de esa manera, a fines del siglo XVI, cuando apenas se había terminado la conquista, se hablaban en el Perú muchos dialectos diversos de la lengua quichua, y varios idiomas distintos. Garcilaso lo dice terminantemente por estas palabras: «De donde ha nacido, que muchas provincias, que cuando los primeros españoles entraron en Cajamarca sabían esta lengua común como los demás indios, ahora la tienen olvidada del todo, porque acabándose el mando y el imperio de los Incas, no hubo quien se acordase de cosa tan acomodada y necesaria para la predicación del Santo Evangelio...

»Por lo cual todo el término de la ciudad de Trujillo y otras muchas provincias de la jurisdicción de Quito ignoran del todo la lengua general que hablaban»59.

Por lo que respecta a los Cañaris tenemos un documento que prueba evidentemente que, olvidada la lengua del Inca, volvieron a hablar su antiguo idioma nativo en los primeros tiempos que siguieron a la conquista. En el año de 1593, es decir, sesenta años después de conquistado Quito por Benalcázar, celebró en esta ciudad su primer sínodo diocesano el obispo D. fray Luis López de Solís, y en el capítulo tercero de los estatutos que se hicieron entonces para el gobierno de la Diócesis, se mandó escribir catecismos de doctrina cristiana en la lengua de los Cañaris porque no entendían la lengua del Inca; el encargado de escribir ese catecismo fue el presbítero Gabriel de Minaya60.

  -106-  

Qué lengua haya sido ésa es imposible descubrirlo ahora; sólo consta que era distinta de la lengua Quichua y de la Aymará; nuevo dato que confirma nuestra opinión de que los Cañaris tenían un origen muy diverso del de los Incas.

El P. Hervás cuenta en los gobiernos de Atacames, Guayaquil, Cuenca, Macas, Jaén y Quijos, pertenecientes a la antigua audiencia de Quito, ciento diez y siete naciones diversas, todas las cuales tenían antiguamente su idioma propio. Según el mismo autor, en la provincia del Azuay se hablaban los siguientes idiomas diversos: el de los Cañaris, el de los Cañaribambas, el de los Cajas, el de los Chanchanes, el de los Cinubos, el de los Plateros y el de los Jíbaros61.




IV

En los sepulcros de Chordeleg se encontraron ciertos palos labrados, cubiertos de jeroglíficos curiosos; tenían la forma de bastones y estaban vestidos todos ellos de una tela delgada de plata, en la cual se veían reproducidas   -107-   en relieve todas las figuras grabadas en la chonta, madera de que eran todos los bastones. No se encontraron en todos los sepulcros, sino solamente en algunos de ellos, en los que había mayores riquezas; la disposición con que estaban colocados estos bastones en los sepulcros es también muy digna de notarse, porque no se hallaban dispersos ni colocados al acaso, sino con cierto arte y método secreto, distribuidos en grupos o hacecillos, y cada grupo ligado por una cinta de oro, y un grupo separado de otro. Como no se han encontrado hasta ahora, en ningún sepulcro de los descubiertos en la provincia del Azuay, quipos, que era la escritura de los Incas, ni las piedrecillas de diversos colores, que era la manera de escribir de los Syris de Quito, creemos que, tal vez, aquellos bastones serían los libros usados por los Cañaris para conservar la memoria de sus hazañas o de sus hechos de armas y otras tradiciones estimadas entre ellos. Nos ha dado fundamento para hacer esta conjetura el hecho siguiente, referido por Cabello Balboa. «Cuando Huayna-Cápac se sintió próximo a la muerte, dice este escritor, hizo su testamento, según costumbre. Se escogió un bastón largo, o especie de cayado, en el cual se trazaron rayas de diversos colares, por cuyo medio debía tenerse conocimiento de su última voluntad, y, hecho esto, se lo confió a la custodia de un quipocamayoc»62.

Por desgracia esos bastones estaban cubiertos de plata y, después de desollarlos, fueron arrojados al fuego, sin que se haya conservado uno solo.

¿Por qué Huayna-Cápac no escribió, dirémoslo así, su testamento en quipos o cordeles, sino en un bastón por medio de signos? Huayna-Cápac, según Herrera y Cabello Balboa, nació en Tomebamba, mientras la permanencia de la familia real en aquella provincia, y conservó después para con ella todo el amor debido a la tierra natal y la hermoseó con magníficos monumentos; parece, pues, muy verosímil que haya conocido las artes de los Cañaris.

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No es posible dudar que éstos conocieron la escritura o el uso de los jeroglíficos, pues, además de algunos objetos que se encuentran con figuras y caracteres simbólicos, uno de los sepulcros descubiertos en Chordeleg tenía en las paredes rasgos y signos que manifestaban que allí había, no un mero capricho, sino una verdadera expresión del pensamiento. Hasta la forma de ese sepulcro tenía mucho de particular, pues era una grande bóveda o salón cavado en la peña; al frente de la entrada estaba, en una como silla sin espaldar, sentado el esqueleto de un indio, coronado con una diadema de oro el desnudo cráneo, y las paredes, de ambos lados del cadáver, con signos y figuras.

En todas las excavaciones se ha buscado el oro, y eso para fundirlo, y se ha despreciado como cosa ruin todo lo demás.

No fueron solamente los Aztecas de México los que usaron de pinturas simbólicas en vez de escritura; también los indios del Perú usaban de pinturas, aunque éstas, como dice García, eran más groseras y toscas que las que usaban los indios de Nueva España63. Y Acosta dice claramente, hablando de los indios del Perú, que «suplían la falta de letras, parte con pinturas como los de México, aunque las del Perú eran muy groseras y toscas; parte, y lo más, con quipos»64.

Si hemos de creer a Montesinos, en el Perú se conocía la verdadera escritura con caracteres o letras; pero se perdió a consecuencia de guerras y de inmigraciones de tribus bárbaras65. ¡Quién sabe cuántos y cuán preciosos objetos, dignos de ser conservados con religioso esmero, habrán sido destruidos por la famélica ignorancia violadora de las tumbas! El oro es lo único que se ha buscado y, para buscarlo, ahora, como en los días de   -109-   la conquista, nada se ha respetado; la mano del hombre, más inexorable que la del tiempo, ha destruido lo que los siglos habían perdonado.




V

En cuanto a las artes, los Cañaris habían llegado a trabajar con admirable perfección el oro y la plata. Las obras de oro causan admiración por lo delicado de la ejecución; plumas hermosísimas, que en oro remedan lo suave y fino de las plumas de las aves; tejidos primorosos de hilo de oro, recamados de pequeñas laminitas brillantes a manera de lentejuelas; cascabeles, idolillos, y otros objetos encontrados en los sepulcros de Cojitambo y de Chordeleg manifiestan cuán bien conocían los Cañaris el arte de trabajar los metales. No son menos primorosos los objetos de Cerámica y de Alfarería.

Entre la muchedumbre de objetos de oro sacados de las huacas merece especial mención un pájaro, casi un cuarto de metro de altura, parado sobre una plancha redonda, con las alas desplegadas y el pico inclinado en actitud de comer granitos menudos de oro, cosa verdaderamente preciosa.

Había también en barro y en oro vasos trabajados con mucho primor. Los vasos estaban divididos en dos cuerpos, que comunicaban entre sí; en uno de esos cuerpos había una figurita que representaba, por lo regular, una ave o un animal; puesta el agua en el vaso, al escaparse el aire, remedaba con el sonido la voz o chillido del animal figurado en el vaso. Con vasos semejantes se distraía el desgraciado Inca Ata-Huallpa cuando estuvo preso en Cajamarca66.

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Otros representaban racimos de frutas, pescados, etc. El estilo, dirémoslo así, manifestaba las dos clases de civilizaciones de la nación de los Cañaris: la civilización primitiva y la civilización recibida de los Incas. Visto un vaso es muy fácil discernir a cuál de las dos perteneció. Los vasos de los Incas se distinguen por la delicadeza del trabajo y la sencillez de los adornos; los vasos de los Cañaris son toscos, por lo regular pintados de rojo y de blanco y sin artificio en su construcción. «Ese carácter de extremada complicación en los detalles, dice Castelnau, forma el rasgo principal que sirve para distinguir los monumentos aymarás de los Incas. En el Cuzco vi muchos vasos provenientes del primero de estos pueblos y todos ellos estaban siempre cubiertos de adornos semejantes; los monumentos incásicos, al contrario, son siempre muy sencillos; asombran por su masa; pero casi nunca están adornados de esculturas»67.

El dibujo en los diversos grabados que hemos visto es muy grosero e imperfecto; no hay proporciones, ni mucho menos belleza en los objetos, los cuales parecen, a primera vista, toscos ensayos de un principiante.

No dudamos que también mantenían comercio con los pueblos de la costa, por esa muchedumbre y abundancia de conchas marinas, que se han encontrado en casi todos los sepulcros.

También en aquellos tiempos la agricultura estaba, sin duda, muy adelantada, porque se ven señales de haber sido cultivados terrenos que ahora son estériles por falta de riego; terrenos a los cuales hacían fecundos los Cañaris, llevando el agua desde puntos muy lejanos por medio de acequias trabajadas con mucha solidez. Hasta ahora se conservan restos de algunas de ellas en el valle de Yunguilla y en Nulti, cerca de Paccha. En este último lugar todavía los habitantes de la comarca se proveen de agua, que sigue corriendo por una canal subterránea, obra de los antiguos indios.

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Una de las cosas más sorprendentes para los europeos, cuando el descubrimiento de América, fue la perfección a que habían llegado los peruanos y mexicanos en el arte de fundir metales. Aunque conocían el acero no hicieran uso de él para fabricar sus instrumentos, pues poseían el secreto de dar al cobre, ligado con estaño, un temple tan fuerte que les servía para trabajar las más duras piedras y aun, lo que es más notable, para taladrar las esmeraldas, secreto que pereció con ellos.

Hasta ahora no se ha llegado a descubrir instrumento alguno de acero; y, no obstante, las obras trabajadas por los Incas y los Aztecas, causan admiración, pues no podemos menos de maravillarnos, considerando que trabajaron obras tan primorosas con instrumentos tan poco a propósito para llevarlas a cabo. Hachas de cobre, tales fueron sus mejores instrumentos.

Sus obras de oro y de plata eran tan admirables que sorprendieron a las plateros de España, Francia e Italia; a tal punto de perfección habían llegado en este arte que fundían en una misma pieza el oro y la plata, combinándolos de tal manera que parecían que buscaban adrede las dificultades para vencerlas. «Para fundir una pieza y hacella de vaciado hacen ventaja a los plateros de España, porque funden un pájaro que se le anda la lengua y la cabeza y las alas, y vacían un mono, u otro monstruo que se le anda la cabeza, lengua, pies y manos, y en las manos pónenle unos trebejuelos que parece que bailan con ellos, y lo que más es que sacan una pieza la mitad de oro y la mitad de plata, y vacían un pece con toda sus escamas, la una de oro y la otra de plata»68. Así nos describe las obras de los mexicanos uno de los primeros misioneros que vinieron a Nueva España. En cuanto a las obras de los peruanos, nos han dado razón de ellas Garcilaso,   -112-   Gómara, Jerez, Zárate y otros antiguos cronistas castellanos que tuvieron ocasión de verlas y admirarlas. Todavía en el siglo XVIII, La Condamine encontró en el Inga-pirca de Cañar unas caras de animales con argollas movibles, suspendidas del hocico, todo de piedra trabajado de una sola pieza69.

Y no eran solamente los aztecas y los peruanos las únicas naciones hábiles en el arte de fundir los metales, pues lo poseyeron también los Muyscas de Cundinamarca y los Toltecas, de quienes parece que lo aprendieron los mexicanos. Que lo supiesen los Cañaris es indudable como lo han manifestado los muchísimos objetos encontrados en los sepulcros de la provincia del Azuay; no se puede decir que lo aprendieron de los Incas, porque la dominación de éstos sólo fue cuando más de sesenta años, desde Tupac-Yupanqui hasta Ata-Huallpa, y es imposible que en tan corto tiempo se haya podido trabajar tanta muchedumbre de objetos como se han encontrado en las huacas. En efecto, el laboreo de las minas y la recolección de oro en los lavaderos del río de Sigsig no pudieron llevarse a cabo sino en un largo espacio de tiempo y con el trabajo asiduo de mucho número de trabajadores. Las huellas que presentan el laboreo de las minas están manifestando que allí pusieron su mano muchas generaciones. Tampoco fue invención de los Incas el arte de fundir los metales; ellos mismos lo aprendieron de otra raza más antigua, como lo da a entender la leyenda relativa al origen de los hijos del Sol, en la cual Manco-Cápac aparece armado ya de una barra de oro. Quizá más tarde el estudio comparativo de las antiguas naciones americanas probará que en tiempos muy remotos una sola raza pobló el continente americano; desde el golfo de California y la península de Yucatán al Norte, hasta las islas de los Aymarás en la laguna de Titicaca, al Mediodía70.



  -113-  
VI

Los cronistas castellanos y los antiguos historiadores están conformes en pintarnos a los Cañaris con unos mismos rasgos morales. Eran valientes, esforzados, belicosos, aguerridos, pero inconstantes y traicioneros. Fueron la causa de la guerra civil entre Huáscar y Ata-Huallpa, y estaban tan prontos a hacer traición que sirvieron a los Incas para la conquista de los Puruhaes y a Benalcázar, para la de Quito. Cieza de León nos los describe de esta manera: «Los Cañaris son de buen cuerpo y de buenos rostros. Traen los cabellos muy largos, y con ellos dada una vuelta la cabeza, de tal manera que con ella y con una corona que se ponen redonda de palo, tan delgado como aro de cedazo, se ve claramente ser Cañaris, porque para ser conocidos traen esa señal. Sus mujeres por el consiguiente se precian de traer los cabellos largos y dar otra vuelta con ellos en la cabeza, de tal manera que son conocidas como sus maridos. Andan vestidos de ropa de lana y de algodón, y en los pies traen ojotas, que son, como   -114-   tengo ya otra vez dicho, a manera de albarcas. Las mujeres son algunas hermosas... y para mucho trabajo, porque ellas son las que cavan las tierras y siembran los campos y cogen las cementeras, y muchos de sus maridos están en sus casas tejiendo e hilando y aderezando sus armas y ropa, y curando sus rostros y haciendo otros oficios afeminados»71.

Garcilaso hace de ellos esta pintura: «La gran provincia llamada Cañari, cabeza de otras muchas, poblada de mucha gente, crecida, belicosa y valiente. Criaban por divisa los cabellos largos, recogíanlos todos en lo alto de la corona, donde los revolvían y los dejaban hechos un ñudo. En la cabeza traían por tocado, los más notables y curiosos, un aro de cedazo de tres dedos de alto. Por medio del aro echaban unas trenzas de diversas colores; los plebeyos y más aína los no curiosos y flojos, hacían en lugar del aro de cedazo otro semejante de una calabaza; y por esto a toda la nación Cañari llaman los demás indios para afrenta Mati-Uma, que quiere decir cabeza de calabaza»72.

La desgraciada raza de los Cañaris ha perdido ya en casi toda la provincia del Azuay los caracteres con que era conocida; en el distrito de Cañar conservan todavía los indios algunas de sus antiguas costumbres; aún traen los cabellos largos y crecidos y reputan como afrenta el cortárselos; todavía llevan su calzado de ozhotas, y se ciñen la cabeza con el mismo cabello o con un hilo. En Yunguilla ha desaparecido completamente la raza india, y en los demás puntos de la provincia ha ido adoptando en su vestido y manera de vivir los usos y costumbres de los blancos.

En cuanto a su manera de gobierno parece que tenía una especie de federación entre los diversos cacicazgos independientes en que estaba dividida la nación. Así lo   -115-   da a entender Garcilaso cuando dice: «Hecha la conquista de los Cañaris, tuvo el gran Túpac-Inca Yupanqui bien en qué entender y ordenar y dar asiento a las muchas y diversas naciones que se contienen debajo del apellido Cañari»73. Y antes había dicho, hablando de la misma nación, que: «Había muchos señores de vasallos, algunos de ellos aliados entre sí. Éstos eran los más pequeños, que se unían para defenderse de los mayores, que como más poderosos querían tiranizar y sujetar a los más flacos»74.

Tenían la poligamia, y en el heredar el señorío observaban la costumbre de que el hijo varón de la mujer principal sucedía al padre en el mando. Cieza de León dice: «Los señores se casan con las mujeres que quieren y más les agrada; y aunque éstas sean muchas, una es la principal. Y antes que se casen hacen gran convite, en el cual, después que han comido y bebido a su voluntad, hacen ciertas cosas a su uso. El hijo de la mujer principal hereda el señorío, aunque el señor tenga otros muchos habidos en las demás mujeres»75.





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ArribaAbajoCapítulo cuarto.- Investigaciones históricas

Chordeleg. Descripción de varios objetos encontrados en las huacas. El plano de Chordeleg. Conjetura acerca del origen de los Cañaris. Raza de los Jíbaros.



I

No tuvo razón Garcilaso cuando pintó como bárbaros a los Cañaris antes de la dominación de los Incas. «Andaban los Cañaris, antes de los Incas, mal vestidos o casi desnudos; ellos y sus mujeres, aunque todos procuraban traer cubiertas siquiera las vergüenzas»76. Así   -118-   se expresa el autor de los Comentarios reales; pero su autoridad no es muy fundada en lo relativo a las cosas de esta parte del imperio de los Incas, pues, aunque es exacto, minucioso y prolijo en lo perteneciente a los usos y costumbres de los señores del Cuzco, respecto de las otras naciones y tribus que componían el vasto imperio del Perú carece de conocimientos exactos y sus noticias, por lo mismo, no son fidedignas. Los objetos que la casualidad sacó a luz, cuando se descubrieron los sepulcros de Chordeleg, manifiestan cuán falso es lo que de los Cañaris refiere el historiador de los Incas.

En el más famoso de aquellos sepulcros descubiertos en Patecte, lugar que se halla al Este de Chordeleg y a muy poca distancia del punto donde está ahora el pueblo, se encontraron algunos objetos preciosísimos por su importancia arqueológica. No dudamos que en manos del anticuario esos objetos vendrán a ser el hilo de oro que guíe sus pasos al través del oscuro laberinto de las naciones ecuatorianas, hasta encontrar solución al difícil problema relativo al origen de ellas.

Cavábase una huaca en busca de tesoros y, una vez descubierta, se encontró en ella un sepulcro, dentro del cual no había más que un solo cadáver, tendido de espaldas en el suelo; en la cabeza tenía una tiara o turbante de oro, a su lado un jarro grande, una hacha y un cuadro, todo de oro. Hallose también junto al cadáver un objeto de madera de chonta, cubierto de una tela delgada de plata, y adornado con varias labores de relieve esculpidas en la madera y en la plata. ¿Quién era aquel cuyo sepulcro acababa de descubrirse? ¿Era un régulo principal? ¿Era, tal vez, un sacerdote? La mente se agita formando diversas conjeturas; empero, una sola cosa puede asegurarse con certidumbre, a saber, que aquel sepulcro debió ser de persona notable y de un grande de la nación.

Varios de los objetos encontrados en ese sepulcro fueron mandados a París, en donde los examinó Mr. Huezey, quien ha publicado después la descripción de ellos.

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He aquí cómo describe el jarro o vaso de oro. «La una es un cono truncado de 32 centímetros de altura, la base tiene por adorno una faja sobresaliente, todo fundido de un modo tosco». Mr. Huezey duda si será esta pieza un vaso o una tiara y con razón, porque carecía casi completamente de datos para juzgar con exactitud.

De la tiara hace el mismo escritor la descripción siguiente.

«La otra compensa lo grosero del trabajo con lo complicado de la forma y los adornos simbólicos que hacen de esta pieza la más curiosa y a la vez la más extraña de las que componen el tesoro venido de Cuenca.

»Es una especie de casco de oro estrecho y achatado. El precio y brillo del metal sólo sirve para hacer resaltar más lo extravagante de la forma, que es de todo en todo digna de la ostentación nativa de un jefe de salvajes. El cabezal hemisférico adornado de una como visera cuadrangular, o más bien de una tapanuca y con dos agujeritos para introducir por ahí cordones, tiene encima un cono hueco de 20 centímetros de altura, que da al conjunto el aspecto de un sombrero de mago. En una edición de las Antigüedades peruanas de Rivero publicada en Lima hay una figura de barro cocido que tiene una cofia semejante; esta pieza sin la visera sería como el tocado de los Reyes de Siam. La impresión que causa el verla es tanto más singular cuanto que la casualidad parece haber reunido en ella elementos diversos tomados de muchos tocados modernos, el lápiz de un Gavarni no lo habría combinado de una manera tan extraña. Parece a la vez casquillo de jockey, kepi y gorro de saltimbanqui. Sin embargo, por más civilizados que seamos no tenemos derecho para burlarnos de ese sentimiento instintivo que en todo tiempo y en todo país ha estimulado a los hombres a agrandar su talla natural por medio de tocados altos, a fin de inspirar así mayor respeto a sus semejantes; mas no podemos dejar de reírnos   -120-   pensando que los peruanos asociaban a un objeto tan extravagante ideas de dignidad, de poder y, tal vez, de religión, si se juzga por los símbolos que le rodean.

»El principal signo de la decoración, repetido simétricamente sobre los cuatro costados del casco, es un disco saliente, sobre el cual se ven trazados en relieve los lineamientos de una cara humana. En los intervalos, cuatro adornos muy confusos, pero tomados ciertamente del reino vegetal, alternan con las máscaras humanas. El estudiante que se entretuviera trazando en las márgenes de su cuaderno de escritura dos ojos, una nariz y una boca, encajándolo todo en un círculo tan regular como pudiera hacerlo, no sacaría un dibujo más original que la imagen laboriosamente grabada sobre el espesor del metal por el artífice peruano. Sin embargo, la repetición de unos mismos signos característicos manifiestan que, no una fantasía pueril, sino el propósito de reproducir un tipo consagrado era quien guiaba la mano inhábil del artista. Se echará de ver, como una singularidad, esa línea doble que remeda las arrugas sobre las cejas, y esa serie de puntitos que señala el lugar de los bigotes. Esa especie de penacho que corona la frente podrá ser un simple adorno; empero, por grande que sea mi reserva en punto a símbolos, no se puede explicar esa boca con caninos agudos y desmesuradamente largos, sino por la intención de hacer más espantosa la figura humana, dándole las terribles quijadas de los animales carnívoros. Éste es un rasgo tanto más digno de ser observado, cuanto que se encuentra en un gran número de figuras trabajadas en América y principalmente en ciertas placas circulares de que hablaré inmediatamente.

»Por lo demás entre los símbolos más populares de nuestro antiguo mundo, se puede señalar una concepción muy semejante, sin que por eso los más decididos partidarios de la comunicación entre los dos continentes puedan imaginar ninguna transmisión posible. La faz de la Gorgona en las obras griegas de estilo primitivo nos presenta una cara de un aspecto casi idéntico y armada de las mismas defensas amenazantes. Los sabios han reconocido   -121-   de común acuerdo en el gorgoneum un espantajo criado por la fantasía de los artistas y nada más; era aquello la faz de la Luna con esa vaga forma de una fisonomía fea que nuestra imaginación cree descubrir en las manchas del disco lunar; al Sol acostumbramos darle una figura parecida. No creo, pues, aventurar demasiado atribuyendo también un carácter sideral a las máscaras circulares del casco encontrado en Chordeleg, reconociendo en él, sea la Luna adorada por los Cañaris o el Sol que adoraban los Incas»77.



La descripción que precede ha sido hecha por un escritor distinguido, el cual, como por desgracia careció de los documentos necesarios y acaso también de la conveniente instrucción en las cosas de América, no pudo indicar el uso a que esa tiara estaba destinada. Según nuestro juicio, aquella tiara estaba hecha para que sirviera a algún sacerdote de ídolos en las fiestas solemnes de la nación; entonces se adornaban con los mejores vestidos que sólo para ese objeto tenían aparejados. He aquí cómo nos describe el modo de vestirse los indios para las fiestas de sus huacas o ídolos un escritor muy autorizado, el P. Arriaga, en su libro sobre la Extirpación de la idolatría en el Perú: «En estos actos se ponen los mejores vestidos de cumbi que tienen, y en las cabezas unas como medias lunas de plata que llaman Chacra-inca, y otras que se llaman Huama y una patenas redondas que llaman Tincurpa, y camisetas con chaperías de plata y unas huaracas con botones de plata y plumas de diversos colores de Guacamayas, y unos alzacuellos de plumas, que llaman Huacras, y en otras partes Tamta, y todos estos ornamentos los guardan para este efecto»78.

Aunque el P. Arriaga no hace mención especial de tocados semejantes a la tiara encontrada en Chordeleg,   -122-   con todo podemos asegurar que aquélla fue adorno religioso empleado en las fiestas de sus ídolos, porque tanto en el mismo sepulcro, como en otros de Chordeleg, se encontraron todos esos adornos de que, según el P. Arriaga, se servían los indios para sus fiestas religiosas.




II

Pudiéramos conjeturar lo que sería Chordeleg en tiempo de los Cañaris, por los objetos que se han encontrado allí en los sepulcros. Parece, pues, que fue un lugar sagrado y, tal vez, el principal adoratorio de la nación, donde se hallaban las sepulturas de sus reyes o sacerdotes. Muchos sepulcros fueron descubiertos ahí y en todos ellos se encontraron objetos destinados al culto, según las costumbres y prácticas generalmente observadas en los indios del Perú. ¿Era Chordeleg una ciudad? ¿Era un lugar sagrado? ¿Era un adoratorio? Nosotros nos inclinamos a creer que fue esto último, por las cosas encontradas en los sepulcros; así es que pudiéramos decir que fue un adoratorio, y el lugar donde se sepultaban los principales o los sacerdotes de la nación.

Allí se encontraron llautos o coronas de diversas clases; una de ellas muy particular, pues tenía la forma de un sombrerillo de oro con dos plumas también de oro delicadamente trabajadas; puesta la corona en la cabeza, las dos plumas debían caer sobre las espaldas a la manera de las ínfulas de la mitra de nuestros obispos; láminas o planchas de oro redondas con dos agujeritos para sujetarlas sobre el pecho; medias lunas, collares, brazaletes y grandes prendedores de oro con cascabeles o sonajas, camisetas con chapitas de oro, en fin todos aquellos adornos que, según el P. Arriaga, acostumbraban tener aparejados los indios para engalanarse con ellos como con vestiduras sagradas, en las fiestas que hacían a sus ídolos.

  -123-  

Entre los varios objetos, que una feliz casualidad sacó a luz, fueron encontrados también en Chordeleg los instrumentos con que los sacerdotes solían convocar al pueblo para sus fiestas religiosas. Los huaqueros, cuando encontraban las cornetas o bocinas que los sacerdotes tocaban en las fiestas de sus dioses, no sabían darse cuenta del objeto que pudieran haber tenido unas como flautas de órgano hechas de una tela delgada de oro o de plata. Precisamente era aquello las bocinas sagradas que entre los indios hacían las veces de nuestras campanas, para congregar al pueblo en sus fiestas religiosas. El P. Arriaga lo dice expresamente: «Ni tampoco se reparaba en que tuviesen varios instrumentos, con que se convocaban para las fiestas de sus huacas, o las festejaban, como son muchas trompetas de cobre, o de plata muy antiguas, y de diferente figura y forma que las nuestras, caracoles grandes que también tocan, que llaman antari y pututa, y otros pincullu, o flauta de hueso y de cañas. Tienen, demás de lo dicho, para estas fiestas de sus huacas, muchas cabezas y cuernos de tarugas, y ciervos, y mates y vasos hechos en la misma mata cuando nacen entre los mismos cuernos y otras muchas aquillas y vasos para beber de plata, madera y barro de diversas figuras»79. Este pasaje parece escrito después de la excavación de una huaca en Chordeleg... ¡Quién lo creyera!...

En los sepulcros o huacas, no sólo de Chordeleg sino de muchos otros puntos del Azuay, se han encontrado las conchas o caracoles grandes (que hasta ahora usan los indios a manera de bocinas y que las llaman Quipa), los cuernos de venado en gran cantidad, y muchedumbre de vasos de oro, de plata, de barro, de todos tamaños y figuras. Los sepulcros de Chordeleg se distinguen de los demás por la abundancia de objetos que contenían y por la riqueza de los materiales de que habían sido fabricados, pues la mayor parte eran de oro o de plata.

Muy oportuno creemos citar aquí una observación presentada con mucha elocuencia por Lorente acerca de   -124-   los sepulcros de las antiguas razas indígenas del Perú. «Algo rastrearon los peruanos, dice, acerca de la vida futura; y se cree que admitían un lugar alto Hanac-Pacha para el descanso de los buenos, y un lugar inferior Hucu-Pacha para el tormento de los malos. Lo cierto es que concebían la existencia de ultratumba como igual a la actual; y por eso solían enterrarse con sus mujeres, vestidos, víveres, instrumentos de trabajo y más o menos riquezas. Más cuidado tuvieron de los sepulcros que de la mansión de los vivos, de suerte que la historia de su civilización está mejor consignada en las huacas que en las tradiciones; su muerte ha sido más elocuente que su vida, y la ciencia puede sacar mucha luz de entre las sombras de sus tumbas»80.

No sólo se han encontrado los objetos enumerados antes, sino otros muchos, entre los cuales merecen llamar la atención las planchas circulares de oro y de plata que solían llevar pendientes sobre el pecho; tienen éstas grabados encima a manera de relieve ciertos signos, tal vez religiosos, tomadas del reino animal. Describiremos una de ellas. En el centro hay un círculo pequeño, formado de puntos sobresalientes; parten de la circunferencia del mismo círculo cuatro líneas también de puntos, que dividen la superficie de la plancha en cuatro espacios semejantes, ocupado cada uno de ellos por la figura de un animal cuadrúpedo de raza felina, trazada groseramente. Las orejas paradas, la boca abierta, en la cual aparece con unos colmillos disformes, y las patas encogidas dan a la figura grotesca del animal el aspecto del tigre o jaguar cuando se ponen en acecho para brincar sobre su presa. Con rayas y puntos se han figurado las manchas de la piel.

Según hicimos notar antes, los Cañaris adoraban un oso; pero el P. Calancha, que es quien nos ha referido esta particularidad, no estuvo bien informado y confundió el jaguar, o mejor dicho el leopardo, animal muy común   -125-   hasta ahora en las montañas del Azuay, con el oso, del cual existe una especie poco abundante y menos temible que el leopardo.

El hacha de oro, encontrada en el mismo sepulcro que la tiara, de que ya hicimos mención, se distinguía de otras piezas de la misma especie, según dice Mr. Huezey, por procedimientos de fabricación más adelantados y por una forma complicada que hacía de esta pieza una de las más raras. Tenía en primer lugar como nuestras hachas modernas un cabo cilíndrico en el cual penetraba el mango; este cabo estaba armado de cinco puntas, que por su figura recuerdan ciertos cascos o morriones en forma de estrella que se han encontrado en los sepulcros del Perú. El extremo de la hacha tenía dos aletas dentadas, en los cuáles se hallaban grabados ciertos signos que parecen letras o caracteres. El todo del objeto no dejaba de tener semejanza con el cetro del Inca, según nos lo describe Garcilaso81.




III

El más notable entre los objetos descubiertos en aquel sepulcro fue uno de madera de chonta, forrado con una tela delgada de plata. El que encontró esa famosa huaca de Patecte desolló la lámina de plata y, por fortuna, guardó la madera; caso raro porque sólo conservaban, y eso para fundirlo, lo que era de oro o de plata, que lo demás se botaba con desprecio como cosa inútil. Cuando lo vimos, al punto comprendimos que era un plano, como los que solían trabajar los indios del Perú en tiempos de los Incas.

Procuraremos describir, tan minuciosamente como nos sea posible, este objeto, a fin de darlo a conocer, porque,   -126-   según creemos, es el único resto que nos ha quedado de un arte o industria que pereció con el pueblo que la practicaba. Es, pues, un cuadrado grueso de madera de chonta; en los dos extremos de la diagonal tiene dos torrecitas correspondientes, formadas en la misma madera, cada una de dos pequeños cuadrados uno mayor y otro menor, superpuestos uno encima de otro; cada uno lleva un borde labrado con dos líneas gruesas, tiradas paralelamente a la dirección de los lados; en el plano, trabajados asimismo de relieve, hay, dispuestos simétricamente, unos cajoncillos a modo de un tablero de esos que sirven para jugar ajedrez, poco más o menos. Hay por todo diez y seis de estas celdillas; catorce son perfectamente cuadradas e iguales entre sí; dos son largas y el medio del plano está como vacío o desocupado. En las caras de las dos torrecitas se ven figurados en la misma madera dos lagartos que están en actitud de toparse hocico con hocico, el uno del un lado y el otro del otro; de estas figuras hay cuatro, dos en cada torrecita; al lado de los lagartos se hallan dos signos de significación enigmática. Los bordes o lados de la pieza tienen también labores, que representan cuadros pequeños formados por adornos que separan unas cabezas coronadas con cierto tocado original y vueltas todas ellas en la misma dirección. Debajo tiene labores de rosas o flores, colocadas con disposición y gracia en medio de cuadrados forma dos de líneas. Tal es este objeto, descrito según su forma material; veamos ahora lo que podía haber significado. Nosotros creemos que fue un plano del plano de Chordeleg.

Chordeleg está en el valle de Gualaceo al Oriente de Cuenca. El río de Gualaceo, que atraviesa todo el valle, se forma de las vertientes de la cordillera oriental; sus aguas cristalinas se deslizan suavemente por un lecho de arena. Las orillas siempre verdes, sombreadas por sauces frondosos; el caudal de las aguas del río que se arrastran en silencio, fecundizando las playas cubiertas de caña de azúcar; las colinas y pendientes que forman verdaderos bosques de árboles frutales, todo contribuye   -127-   a hacer de aquel valle uno de los más pintorescos de la hermosa provincia del Azuay. Chordeleg es ahora una parroquia; hasta hace pocos años era un sitio casi despoblado; se halla en una de aquellas mesetas que, con frecuencia, se encuentran en el declive de la cordillera de los Andes, formadas por ese hacinamiento irregular y grandioso de colinas sobre colinas, de cumbres sobre cumbres, que, principiando en las playas de los ríos, viene a terminar en las nieves perpetuas.

Las dos torrecillas, puestas a los extremos de la diagonal del plano, son dos colinas de poca elevación que quedan una en frente de otra; su posición es poco más o menos de Norte a Sur; la que está al Norte se llama Llaver; la que está al Sur, Zhaurinzhy; la del Norte conserva todavía restos de su forma antigua, pues no hay duda que fue tallada en forma de pirámide y que tuvo dos departamentos, dirémoslo así, uno inferior y otro superior, como se ven en el plano; estos departamentos trabajados en la misma peña, tenían las paredes enlosadas con piedras y barro. Las piedras eran toscas pizarras sin labrar, pero colocadas con mucho arte; para subir de un departamento a otro había en la mitad un terraplén en forma de plano inclinado; de todo esto apenas quedan ahora algunos vestigios, pues, conforme va aumentando la población, la necesidad de cultivar la tierra ha llevado el arado por todas esas partes y las ha destruido; la colina del Sur ya no tiene huella alguna de su antigua forma.

Descifrada la significación de las dos torrecillas por la comparación del terreno con el plano, todavía nos quedaba un descubrimiento más importante que hacer. Aquellos lagartos o cocodrilos grabados en las paredes de entre ambas torrecillas, ¿eran simples adornos caprichosos o, por el contrario, tenían alguna significación? ¿Representaban algo que existiera en el terreno? En una palabra, ¿eran jeroglíficos?... Nosotros creíamos que lo fuesen, y para averiguarlo, trasladándonos a Chordeleg, comparamos las condiciones de aquel lugar con   -128-   las señales del plano y no pudimos menos de concluir que los lagartos eran símbolos que figuraban ríos, la posición que tienen en el plano y la dirección que tomaba la corriente de éstos al bañar las raíces de la colina sobre que estaba Chordeleg. Según la posición de los lagartos, Chordeleg debía estar rodeado de agua por todos cuatro lados; y así está, en efecto. Hay dos ríos, el uno caudaloso, es el de Gualaceo, que en aquel punto se llama río de Santa Bárbara; el otro es un río pequeño que tiene el nombre de Pungu-huayco. El primero, con las vueltas y sinuosidades de su corriente, forma un verdadero ángulo a las faldas del cerrito de Zhaurinzhy, y luego sigue con una dirección casi recta hasta el punto donde se junta con el Pungu-huayco, el cual, bajando por tras el cerrito de Llaver, viene a encontrarse con el de Santa Bárbara al pie de la colina; así que el plano de Chordeleg queda rodeado de agua casi por todas cuatro lados. Esto era, sin duda, lo que quisieron significar los Cañaris cuando pusieron los dos lagartos como topándose hocico con hocico.

Los cuadrados que tiene el plano eran a lo que parece otros tantos sepulcros, pues, examinando el plano y el terreno, coinciden los cuadrados del primero con los puntos donde se han hallado las huacas o sepulcros en el segundo; y aquella parte vacía, en medio, corresponde precisamente a lo que ahora es plaza del pueblo, punto donde, por más excavaciones que se han hecho, no se ha encontrado nada.

Las caras, si bien se observa, se nota que están colocadas de tal manera que a cada cuadrado corresponde una cara, por donde parece que pudiéramos, no sin fundamento, hacer la siguiente conjetura, a saber, que Chordeleg fue un lugar sagrado para los Cañaris y que allí estaban las tumbas de los régulos o sacerdotes de la nación, alrededor de los teocalis o adoratorios de sus principales divinidades.

Decimos teocalis, porque la traza y forma que tenían en lo antiguo las dos colinas de Llaver y Zhaurinzhy eran   -129-   muy semejantes a los templos de los Toltecas en México.

Muy conocidos son, por fortuna, los monumentos de los Toltecas y los han descrito muchos viajeros e historiadores ilustres. Consultemos uno de ellos. He aquí cómo describe Moke los monumentos religiosos o templos de los Toltecas.

«Sus monumentos religiosos se reconocen por su estructura piramidal, que ha sido causa de que los comparen con los que se encuentran en Egipto. Mas esa semejanza, aunque sorprendente, se explica con mucha facilidad, cuando se considera que los antiguos pueblos del Asia setentrional y de la América del Norte han dejado en la superficie de las llanuras un gran número de colinas artificiales (túmulos) que les servían unas de sepulcros y otras de lugares de sacrificios. Los anticuarios de los Estados Unidos han descubierto algunas que todavía conservan altares de piedra o de barro cocido. Los Toltecas no hicieron, pues, otra cosa que conformarse con la práctica casi universal de las naciones de esas comarcas, cuando levantaron allí, para practicar su culto, montecillos artificiales que les servían de templos y que se llamaban teocali o casa de los dioses. Su forma primitiva fue la de grandes terrados, orientados con regularidad, y dispuestos de tal manera que los lados tenían apenas la inclinación necesaria para que pudieran sostenerse. Poco a poco fueran haciéndose piramidales a consecuencia de la estructura progresiva de la base, a medida que la construcción de estos monumentos cesó de ser el esfuerzo grosero de una muchedumbre ignorante, para convertirse en una obra de arte»82.

La fortaleza de Xochicalco, que se atribuye también a los Toltecas, era una montaña entera, tallada de modo   -130-   que cinco terraplenes, que la rodeaban, la dividían en otros tantos departamentos83.

La nación Tolteca pereció después de haber dominado por largo tiempo en México y en la América-Central; mas, cuando multiplicados desastres la obligaron a abandonar el continente setentrional, se dispersó con dirección a las regiones del Mediodía. En efecto, huellas de la existencia de los Toltecas se han encontrado a este lado del Istmo de Panamá y creemos muy probable que llegaron también a establecerse en varios otros puntos de la América meridional. Esta conjetura, que nosotros habíamos llegado a formar mediante los estudios que habíamos hecho sobre las antiguas naciones indígenas que componían el imperio del Perú, se ha robustecido más y más con los documentos que americanistas distinguidos han dado a luz; así es que nuestra opinión hoy día descansa en muy respetables autoridades. Mr. L. Angrand, encontró en las provincias de Huamanga y de Abancay, al Norte del Cuzco, habitadas antiguamente por los Huilcas, muchos monumentos de forma piramidal con varios terrados sobrepuestos, construidos con más o menos diligencia; una de las faces del edificio está ocupada por una escalera que conduce hasta la cumbre. El número de los terrados es tres o cinco y la altura total varía de cinco a treinta metros. Estos edificios están aislados y no hay más que uno solo en cada localidad; pero todos ellos se hallan siempre rodeados de otras construcciones, que servían de habitaciones, y algunas de ellas son muy extensas. «Yo he visto, dice el abate Brasseur, los dibujos de muchos de estos edificios piramidales y son verdaderos teocalis como los de México y la América Central. Estos dibujos y las observaciones que preceden confirman todavía más lo que siempre había creído yo acerca de la propagación de la civilización y   -131-   de la religión de los Toltecas en la América meridional, mucho más allá de las provincias cercanas al Istmo de Panamá, del cual las de Abancay y de Huamanga se hallan distantes más de cuatrocientas leguas al Sur. En apoyo de esta convicción, viene el hecho siguiente, a saber, que antes de la religión y dominación de los Incas, existía en el Perú, según los historiadores de aquella comarca, una religión más antigua que la de los Incas, la cual había sido anunciada por un personaje divino. Con o Contice (probablemente el Conmitl o Huey-Comitl de las tradiciones heroicas de México), que había ido a predicar allá las doctrinas y el conocimiento de un Dios único, desde las altas montañas del setentrión. El tiempo, el nombre del predicador y las circunstancias de su predicación parecen que indican un discípulo de Quetzalcoatl, salido de Cholullán, acaso en la misma época en que salieron los que el profeta envió a la Mixteca y a Mictlán»84.

La existencia de monumentos semejantes está probada también en otros puntos del Perú como en Tiahuanaco, por ejemplo. Uno de los edificios de aquellas célebres ruinas, según Desjardins, recuerda los teocalis de México y principalmente la famosa pirámide de Cholula, descrita por Humboldt; ese edificio tiene el nombre de fortaleza, pero fue evidentemente un templo en cuya cumbre se ofrecían sacrificios.

Las ruinas de Tiahuanaco son muy anteriores a los Incas. Por esto dice muy bien el autor antes citado: «Si queremos buscar semejanza entre los edificios de Tianahuaco y los otros restos de las civilizaciones americanas,   -132-   la encontraremos en Nicaragua y en Yucatán, comarcas habitadas por los Toltecas mucho tiempo antes de la llegada de las tribus de Aztlán al valle de Anáhuac o México». En esas mismas ruinas se descubren huellas del culto simbólico tributado a los papagayos, en los adornos misteriosos de los relieves grabados en los monolitos. Parece, pues, que tenemos razón para repetir aquí, respecto de los Cañaris, lo que de los Panos dice Humboldt: «Como la mayor parte de las tribus que han fijado su habitación en las márgenes de los grandes ríos de la América meridional, los Panos no parecen muy antiguos en el lugar donde se encuentran actualmente. ¿Serán, tal vez, débiles restos de algún pueblo civilizado, que ha vuelto a caer en la barbarie o descienden, tal vez, de los Toltecas que introdujeran en Nueva España el uso de las pinturas jeroglíficas y a quienes, rechazados por otros pueblos, vemos desaparecer, al fin, en las orillas del lago de Nicarahua? He ahí cuestiones interesantísimas para la historia del hombre, cuestiones unidas con otras, cuya importancia no se había conocido suficientemente hasta el día»85.

Creemos que no hay peligro de error, asegurando que la provincia del Azuay fue poblada antiguamente por tribus diversas, que, pasando el tiempo, llegaron a formar una sola nación conocida en la historia con el apellido Cañari. Algunos rasgos de semejanza con los usos y costumbres de los Toltecas dan fundamento para conjeturar que los Cañaris pertenecieron a esa raza célebre, que desapareció de Centro-América y de México, según la cronología más probable, en el siglo XII de nuestra era86.

El jeroglífico del cocodrilo se halla también representado en la fortaleza de Xochicalco; allí cabezas de cocodrilos que echan agua por la boca se ven junto a hombres   -133-   sentados sobre las piernas cruzadas87. El jeroglífico del cocodrilo servía a los indios de Mechoacán para representar uno de los signos de su calendario, que era el cuarto de su semana de trece días. Cuán comunes sean estos animales en ambas Américas nadie hay que lo ignore.

También se encontró en aquel mismo sepulcro de Patecte una plancha grande cuadrada de oro macizo, sobre la cual se hallaba grabada una figura extraña, compuesta de elementos de muy diverso género, entre los cuales se encuentra la serpiente, que tan gran papel desempeña en la cosmogonía americana. Algunos han creído que era la imagen de algún ídolo; nosotros emitiremos después nuestra opinión acerca de este asunto.

De los objetos encontrados en las huacas de Chordeleg unos pertenecen, pues, a la civilización, dirémoslo así, de los Incas; otros, a la de los Cañaris, cuyas obras son distintas de las de los peruanos, por donde debemos necesariamente convenir en que pertenecían a una raza diversa. Los Cañaris eran nación formada y aguerrida cuando la conquistaron los Incas.

Nuestra conjetura acerca de la importancia del plano de Chordeleg podrá parecer, tal vez, infundada; sin embargo, consta que los peruanos acostumbraban fabricar planos muy curiosos no sólo de sus ciudades, sino hasta de provincias enteras. Hablando del estado de la industria de los peruanos al tiempo de la conquista de los españoles, dice Lorente88: «Supieron los peruanos transmitir los conocimientos topográficos con mapas de relieve,   -134-   en los que una imitación fiel ponía de manifiesto las calles y plazas, los arroyos y edificios, los altos y bajos y cuantos detalles interesantes ofrecía la localidad».

A la autoridad de Lorente añadiremos la de Garcilaso, el historiador de los Incas, quien dice que: «De geografía supieron bien pintar y hacer cada nación el modelo y dibujo de sus pueblos y provincias». El autor cuenta que vio el plano del Cuzco y su comarca y asegura que el mejor cosmógrafo del mundo no lo pudiera hacer mejor. Este plano estaba trabajado en barro.

Castellanos refiere que, cuando Benalcázar venía para la conquista de Quito, llegó en Tomebamba y que allí Chaparra, cacique de los Cañaris, le dio un plano de los lugares por donde había de pasar. Castellanos indica al parecer que el plano era en lienzo, como los que solían fabricar los mexicanos; pero no hay prueba alguna de semejante industria entre los peruanos y debió ser un plano trabajado en relieve89. Por todos estos documentos consta que los indios solían trabajar planos y, por lo mismo, no dudamos que el objeto de madera encontrado en Chordeleg era el plano de aquel mismo lugar.

Largo e inútil sería mencionar uno por uno todos los objetos notables que se descubrieron en las tumbas de Chordeleg. Hemos hablado ya de muchos de ellos: llautos o coronas de diversas clases; tupas o prendedores, vasos, conopias, etc., se encontraron en abundancia. Chordeleg, como ya lo indicamos antes, fue, sin duda ninguna, un lugar sagrado; el sepulcro común de los principales de la nación, en torno de un adoratorio famoso. Esta clase de cementerios comunes solían llamarse Machay   -135-   en la lengua del Inca y eran lugares sagrados para los indios.

* * *

Mas, ¿a qué raza pertenecieron los Cañaris? ¿Cuánto tiempo duró su monarquía? ¿De dónde traían su origen? Parece que habían transcurrido ya largos siglos en provincia del Azuay, pues habían localizado en ella las antiguas tradiciones relativas al origen de su raza. Por más esfuerzos que hemos hecho para conseguir cráneos y estudiarlos, con el fin de conocer a cuál de las razas americanas ya clasificadas pertenecieron los Cañaris, no nos ha sido posible encontrarlos, pues el examen de uno o de dos cráneos no basta para hacer deducciones fundadas. ¡Quizá más tarde habrá algún naturalista más afortunado que nosotros, para que pueda hacer con mejores condiciones el estudio que nosotros no hemos podido realizar!

El trabajo de Alcides d'Orbigny sobre la etnografía americana90, aunque sea obra de un sabio, está muy lejos   -136-   de ser completo; las razas indígenas del Ecuador son muy poco conocidas y con temor de equivocarnos apenas podemos indicar la filiación de ellas, sus caracteres distintivos y las relaciones de semejanza que tienen con las demás razas que poblaban este continente al tiempo de la conquista de los españoles. Una cosa podemos asegurar con certidumbre y es que estaba habitado por naciones diversas que hablaban idiomas distintos. En la costa había casi tantas lenguas como pueblos: la provincia del Chimborazo estaba habitada por los Puruhaes, que tenían idioma propio; los Cañaris hablaban lengua distinta de la quichua o peruana; los Quitus tenían también idioma propio; y no dejaría de ser cosa muy notable para el estudio de las razas americanas si llegara a probarse lo que dice el P. Velasco que los Syris hablaban la misma lengua que los Incas, aserción que creemos inexacta91.

En la América meridional se conserva el recuerdo de diversas inmigraciones anteriores a la época de la dominación de los Incas; una raza de hombres blancos y barbados, que levantó los antiquísimos monumentos de Tiahuanaco; la raza terrible de los gigantes que, viniendo del Océano, se detuvieron en Manta y en algunos otros puntos de la costa del Pacífico; la raza guerrera de los Caribes, que desde las Antillas se derramaran al través del continente, dejando huellas de su existencia desde la cordillera oriental de los Andes hasta las márgenes del Orinoco; he ahí esas oleadas, dirémoslo así, de pobladores, que de tiempo en tiempo llegaban de puntos desconocidos al continente sudamericano. ¿A qué raza pertenecían los Cañaris? ¿Cómo vinieron a poblar la provincia del Azuay?...



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IV

En esa provincia ¿existían antes otras razas? ¿Qué razas eran aquéllas? En los Jíbaros, que pueblan las selvas del Oriente, no dejamos de encontrar muchos rasgos de semejanza con los Caribes de las Antillas, y de las playas del Orinoco. Los Jíbaros de Gualaquiza pertenecen a una raza diversa de la de los Cañaris; hablan un idioma propio, en el cual abundan los sonidos guturales; se casan con muchas mujeres y tienen costumbres dignas de llamar la atención. La labranza y cultivo de los campos; las tareas y cuidados domésticos están a cargo de las mujeres; el varón hace sólo el desmonte para siembra y se ocupa en la caza, o en la guerra, o se entretiene en aderezar sus armas; y cuando ninguna de estas ocupaciones reclama su tiempo, se está dentro de casa tendido en su hamaca, departiendo con sus amigos y compañeros. Llegado el tiempo del alumbramiento, la india va al bosque, al punto donde el marido le tiene de antemano aparejada una especie de columpio formado de tres palos, dos clavados en tierra y uno cruzado entre ellos a cierta altura, de tal manera que la india, colgándose con las manos, queda parada en puntillas y en esa actitud da a luz a la criatura. Al instante se dirige al río, lava a su recién nacido, se asea también ella y vuelve a la cabaña, para ocuparse en las faenas domésticas; mientras tanto el varón se está en casa, acostado en cama, dando quejidos y haciendo demostraciones de grave enfermedad.

Los casamientos se celebran con grandes fiestas. Reunida la tribu, bailan todos los varones, cogidos de las manos formando círculo alrededor de un árbol adornado al efecto, según su modo; mientras van dando vueltas a saltos en torno del árbol, cantan un cantar monótono y desgraciado con cierto estribillo, que repiten todos en coro.

No tienen templos ni lugares destinados para adorar allí a Dios, y parece que toda su religión consiste en   -138-   la creencia supersticiosa en el Espíritu del mal, a quien llaman Iguanchi y cuyas dañadas obras les infunden temor. Creen en sueños y agüeros; después de tomar cierta bebida narcótica y excitante se retiran a lo más oculto de los bosques, donde tienen preparado un escondite, que llaman soñadero; allí permanecen mientras les dura el letargo y creen como cierto todo cuanto en aquel tiempo les sugiere la alterada fantasía.

Son fieros en la guerra, pero nunca acometen de frente al enemigo, sino a la traición, procurando sorprenderle; al prisionero siempre le dan muerte y conservan su cabeza como trofeo de victoria. Maravilloso es el modo como disponen estas cabezas para conservarlas secas y duras; pues, por medio de cierto procedimiento secreto, después de extraer por el cuello todos los huesos de la cara y del cráneo, mediante la acción del fuego consiguen reducir tanto las dimensiones naturales, que apenas queda una quinta parte del primer tamaño, pero sin que por eso pierda sus propias facciones. Estas cabezas, por un determinado período de años, son objeto de culto supersticioso; después las arrojan a la corriente de algún río.

Tienen grandes tambores de madera, que llaman tunduli, con los cuales se convocan para la guerra. Estos tambores son cilíndricos, hechos de gruesos troncos de árboles ahuecados; los cuelgan en alto; y golpeándolos en los puntos salientes de las labores, que tienen encima, dan un sonido ronco, pero fuerte y prolongado que se deja oír a largas distancias. Sus armas son la lanza de chonta, que manejan admirablemente; el escudo o la rodela, llamada lindara, el arco y las flechas enarboladas.

Un observador instruido que visitó Gualaquiza hace poco, nos ha dado de los Jíbaros la descripción siguiente:

«El aspecto de todos estos bárbaros, semicivilizados algunos, nada tiene de repulsivo. Su estatura es comúnmente más que mediana; sus miembros perfectamente formados; su fisonomía agradable y muy animada. Están   -139-   dotados de una perspicacia y desembarazo particulares. No se nota en ellos ese aire de taciturnidad, melancolía y encogimiento tan propio de nuestros indios.

»El vestuario de los Jíbaros se compone, para los varones, de una sola prenda, que llaman itipi; es una tela que, atada en las caderas cubre muy bien la parte baja del vientre y la alta de los muslos. El vestida de las mujeres es aún más honesto, pues les oculta enteramente el pecho y les cae hasta las pantorrillas. Aquéllos se pintan el rostro, los brazos, el cuerpo y los muslos, formando labores caprichosas, de color rojo, con la pulpa de achiote, y de color negro, con una preparación del fruto de un árbol llamado sula ozua. Tienen cuidado especial de mantener bien limpio y graciosamente recogida el cabello, y, a veces, completan elegantemente su tocado con una especie de corona o gorra, que hacen de una piel fina y lanuda de rabo de mono.

»La casa en que habitan, llamada par ellos jea, es de forma elíptica más o menos prolongada. Las paredes son de caña o de chonta (madera procedente de varias especies de Palma). La techumbre está sostenida por estas paredes, y por algunas columnas de palos delgados, rectos y fuertes, colocados a distancias simétricas, en la longitud del eje mayor de la elipse. La cubierta es de hojas secas de una especie de Pandanus conocida con la denominación de cambaalga, hojas que colocan con mucho artificio y seguridad. El pavimento de la única pieza que estas habitaciones tienen es de tierra apelmazada, pero muy limpio y regularmente nivelado. A uno de los costados o extremos de la habitación están, arrimadas a la pared, las camas de los varones, formadas por pequeñas tarimas de caña picada, que constituyen un plano, algo inclinado hacia el interior de la pieza, y se levantan a poca altura del suelo. El cuerpo descansa en esta clase de tarima, solamente hasta las caderas; pues las piernas quedan al aire, y los pies reposan sobre un palo, que llaman patachi, sostenido por dos horquillas, en una y otra extremidad. Debajo de este aparato y un poco hacia fuera, cuidan de conservar fuego (que denominan ji), durante la noche.

  -140-  

»Las camas de las mujeres, situadas a otro lado o extremo, son análogas a las de los varones; pero carecen del patachi y tienen dos paredecillas laterales de la misma caña, a modo de cortinas. Lo singular y notable es que cada mujer tiene sobre su lecho dos, tres, o más perros atados, entre los cuales duerme»92.



¿De dónde procede esta raza, tan distinta bajo todo respecto de la de los Cañaris? ¿Con cuál de las razas conocidas tiene semejanza? Examinada la descripción que viajeros e historiadores notables han hecho de los Caribes, no podemos menos de encontrar muchos puntos de semejanza entre ellos y los Jíbaros, que pueblan las selvas orientales de la Provincia del Azuay. Los Caribes, guerreros y orgullosos, desprecian como los Jíbaros a los demás pueblos; no tienen un culto regular y social, sino que adora cada uno el objeto que más hiere su imaginación, y sólo hay una idea común en la cual pudiéramos decir que consiste toda su religión y es en el miedo al espíritu malo, a quien atribuyen todas las desgracias que les suceden. La mujer tiene la misma condición de esclava y está sujeta a los trabajos domésticos y a la labranza del campo; para el varón la guerra, la caza, la pesca. Aun en la idea que tienen del valor hay semejanza entre el Jíbaro y el Caribe, pues ambos asocian siempre la traición al valor y desconocen la generosidad; sanguinarios y crueles, se vengan con alevosía y son incapaces de perdonar una injuria.

El Barón de Humboldt nos describe los Caribes de la manera siguiente: «En ninguna otra parte he visto una raza entera de hombres más altos ni de estatura más colosal... Como tienen el cuerpo pintado de onoto, sus grandes caras de color bronceado y pintorescamente trapeadas, a lo lejos parecen antiguas estatuas de bronce... Cuantos hombres hemos visto de esta misma raza, sea navegando en el Bajo-Orinoco, sea en las misiones del Piritú,   -141-   se diferencian de los demás indios, no solamente por su alta estatura, sino también por la regularidad de sus facciones. Tienen la nariz menos ancha y menos aplastada, los pómulos menos salientes y la fisonomía menos feamente construida. Sus ojos, que son más negros que los de las otras tribus de la Guayana, anuncian inteligencia y aun podría decirse la costumbre de la reflexión»93.

Estos Caribes, según lo ha hecho notar el mismo Barón de Humboldt, poblaron una gran parte de la América meridional hacia el Oriente de la gran cordillera de los Andes. «Al Oeste, dice Humboldt, al otro lado de los Andes, nada parece ligar la historia de México con la de Cundinamarca y del Perú; pero en las llanuras del Este una nación belicosa, largo tiempo dominante, ofrece en sus facciones y constitución física vestigios de un origen extranjero. Los Caribes conservan tradiciones que parecen indicar algunas comunicaciones antiguas entre las dos Américas. Fenómeno semejante merece atención particular, cualquiera que sea el grado de embrutecimiento y de barbarie en que, a fines del siglo XV, hayan encontrado los europeos a los pueblos montañeses del Nuevo Continente. Si es verdad que la mayor parte de los salvajes, como parece que lo prueban sus lenguas, mitos cosmogónicos y una inmensidad de otros indicios, no son más que razas degradadas, reliquias o restos escapados de un naufragio común, es sumamente importante examinar los caminos por donde estos restos han sido trasportados de uno a otro hemisferio»94.

No deja de ser curioso encontrar entre los Jíbaros de Gualaquiza, casi con el mismo nombre que entre los primitivos moradores de la América central, el uso del tambor, llamado tunduli por los Jíbaros, y tundul por los discípulos y adoradores de Votan, aquel famoso legislador,   -142-   adorado como un dios en la península yucateca. «Votan, dice Brasseur, era conocido entre los Tzendales con el título de Señor del tambor sagrado, que probablemente traía su origen de una especie de tambor de madera, hueco, llamado tunkul en la lengua yucateca, teponaztli en el idioma mexicano. Este instrumento tenía una grande importancia en las ceremonias religiosas de las naciones cuya historia estamos escribiendo». Tunkul, en la lengua yucateca, quiere decir música sagrada.

Mas no por eso intentamos establecer ningún sistema, ni dar a las cosas mayor importancia de la que merecen; solamente hacemos notar analogías que no deben pasar desadvertidas para quien estudia la historia de los pueblos americanos.

Los Jíbaros han sido hasta ahora muy poco estudiados y se conoce solamente la pequeña tribu que habita en Gualaquiza, la cual, por sus relaciones con los blancos, ha venido a modificar notablemente sus caracteres primitivos. Quizá después, estudiada mejor esa raza, se podrá confirmar nuestra presunción o probar que hemos estado engañados.

En apoyo de nuestra presunción acerca de la raza a que pertenecen los Jíbaros de Gualaquiza aduciremos la autoridad de un naturalista célebre, Alcides d'Orbigny, que ha estudiado prolijamente las razas indígenas de la América meridional. Este autor ha demostrado que los Guaranís de la América del Sur son los mismos Caribes de Tierra firme y de las Antillas, y manifiesta con observaciones profundas el camino seguido por las diversas inmigraciones de Guaranís desde las orillas del Plata hasta el Orinoco y desde las faldas de la Cordillera oriental de los Andes hasta las Antillas. «Se ve, pues, dice D'Orbigny, que la nación de que estamos tratando se extendió desde las riberas del Plata hasta las Antillas, es decir,   -143-   desde el grado 31º de latitud Sur hasta el 23º grado de latitud Norte, o en un espacio inmenso de 1.140 leguas marinas de Norte a Sur. Actualmente habita de Este a Oeste, desde las costas del Brasil hasta el pie de los Andes bolivianos, entre el 37º y el 65º grados de longitud occidental del meridiano de París o 560 leguas marinas»95.

Poblaron, pues, en lo antiguo dos razas distintas la provincia del Azuay: la raza de los Cañaris y la raza de los Jíbaros, entre las cuales creemos que hubo perpetua guerra, como lo dan a entender las fortificaciones que existen más allá del Sigsig en la cordillera oriental de los Andes; apenas se conservan algunos vestigios de esta clase de obras.

¿Cuál de estas razas dominó a la otra? ¿Por dónde vino la raza de los Cañaris a poblar la provincia del Azuay? Nada podemos saber ahora, ni hay fundamento para conjetura alguna. Sin embargo, seguiremos indicando las relaciones de semejanza que hemos encontrado entre los Cañaris y algunas otras naciones del Nuevo Continente.

Solían los Cañaris buscar para sus pueblos los valles más abrigados y las orillas de los grandes ríos; así es que las señales de mayor población se encuentran en Yunguilla, Gualaceo y Paute, valles pintorescos de clima caliente y regados por ríos caudalosos; también se encontraron sepulcros o huacas ricas en Cojitambo sobre el valle de Chuquipata. Este método de vida, dirémoslo así, nos hace pensar en la antigua nación de los Toltecas, los cuales escogían, para poblar, lugares de clima abrigado y las orillas de los ríos caudalosos.

  -144-  

Se ha creído generalmente que los peruanos y las demás naciones de la América meridional no usaban de ninguna clase de moneda para sus negocios y transacciones mercantiles; los mexicanos y los yucatecos tenían su moneda particular, que consistía en las almendras del cacao empleadas como dinero por los aztecas, y en ciertas conchitas de que hacían uso los Mayas de la península de Yucatán. El P. Cogolludo dice: «La moneda de que usaban era campanillas y cascabeles de cobre, que tenían el valor según la grandeza, y unas conchas coloradas, que se traían de fuera de esta tierra, de que hacían sartas a modo de rosarios. También servían de moneda los granos del cacao, y de éstos usaban más en sus contrataciones, y de algunas piedras de valor y hachuelas de cobre traídas de Nueva España, que trocaban por otras cosas, como en todas partes sucede»96. Y el P. Landa habla también de las conchas coloradas que servían a los indios de Yucatán a la vez de moneda y de joyas97. En los sepulcros de Chordeleg se encontraron en gran abundancia esas conchas coloradas pequeñas y también las piedrecillas de diversos tamaños, figuras y colores. En uno de los sepulcros fueron hallados además cascabeles pequeños de oro, fabricados de una manera muy particular, pues parecían tamborcillos de oro de figura perfectamente cilíndrica. Ni será fuera de propósito hacer notar, por último, que el culto de Pachacamac fue muy antiguo entre las naciones de la costa del Pacífico, vecinas a la línea equinoccial; el templo de aquel dios estaba edificado en una eminencia artificial y junto a él se hallaba el lugar que servía de sepultura común a los régulos de la comarca, quienes acostumbraban sepultarse con todas sus riquezas98. Los Cañaris, ¿tenían, tal vez, los mismos usos y costumbres que los Mayas de Yucatán? ¿De dónde provienen semejanzas tan notables? ¿Podrán explicarse por una simple casualidad?... Dejaremos   -145-   al tiempo y a la ciencia histórica la respuesta a estas cuestiones; por nuestra parte nos contentamos con haber recogido datos que acaso habrían pasado olvidados por completo.

La dominación de los Toltecas en la América central y México duró por más de cuatro siglos. Según el sentir de algunos historiadores, la época de la destrucción de la nación tolteca coincide con la presencia repentina de los Caribes en la América del Norte; así es que, si la venida de los Toltecas a la América del Sur se admite como cierta, la nación Cañari debió haber contado más de tres siglos de existencia cuando fue destruida por Ata-Huallpa. Los vestigios de poblaciones, que se encuentran principalmente cuanto más nos aproximamos a la costa, son una prueba, así del camino seguido por las inmigraciones, como también de lo muy poblada que estuvo la provincia en otros tiempos. En el camino que conduce del Jubones a la costa de Machala y golfo de Jambelí se han encontrado señales de antiguas habitaciones de indígenas; también en el camino que va de Cuenca a Guayaquil, por el río de Naranjal, llamado antiguamente Zhuiya. Parece que los Cañaris, y después también los Incas, se dirigían a la costa por el camino de Machala y salían al mar por enfrente de la isla de la Puná, ahora desierta y en aquella época habitada por una nación belicosa que hablaba su idioma propio, distinto del quichua, que practicaba sacrificios sangrientos de víctimas humanas y devoraba a sus prisioneros de guerra.

La existencia de la raza náhuatl en la América del Sur se va comprobando a medida que se estudian más las antigüedades de los pueblos que componían el imperio del Perú bajo el cetro de los Incas. Así como se han llegado a descubrir tantos puntos de semejanza entre algunas prácticas religiosas, usos y costumbres de los habitantes de Yucatán y de Nicaragua y las creencias religiosas y método de vida de varios pueblos de la América meridional, así también el tiempo venidero indemnizará a la ciencia sus penosas vigilias, revelándole secretos que hasta ahora tiene escondidos en el abismo de lo   -146-   pasado. Entre tanto, diremos nosotros también lo que Mr. Viollet-Le-Duc: «El nuevo mundo, es, en efecto, nuevo comparado con el Asia y con la vieja Europa, es decir, que el hombre civilizado, o mejor dicho, civilizador fue a establecerse sobre ese continente mucho tiempo después de los primeros siglos históricos de nuestro hemisferio; sin embargo, todas las investigaciones hechas recientemente nos inducen a creer que una civilización avanzada dominaba en aquellas comarcas largo tiempo antes de la era cristiana»99.

Empero, la falta de datos suficientes para descubrir la verdad dejará, acaso para siempre, sepultados en las tinieblas de lo pasado el origen, el carácter, el estado de civilización de los primeros pobladores de América y el tiempo en que fueron llegando a nuestro continente las diversas inmigraciones, cuya venida ha conservado la tradición de todos los pueblos. Los Aztecas conservaban la memoria de los Toltecas y otras naciones, que habían vivido en el país de Anáhuac antes que ellos; las imponentes ruinas de Yucatán, de Palenque y de Tiahuanaco revelan la existencia de una raza activa y poderosa, que desapareció, sin que sepamos cómo ni cuándo, de las comarcas donde dejara huellas tan sorprendentes de su grandeza; los tiempos han ido amontonando sombras sobre su memoria, al paso que la naturaleza iba cubriendo con bosques seculares sus monumentos.

Ciertas palabras fenicias, algunas prácticas religiosas semejantes a las de los hebreos y cartagineses, varias leyes y costumbres análogas a las de otros pueblos asiáticos parecieron fundamentos seguros para señalar el origen de los americanos en los famosos viajes de los navegantes de Tiro, en las dilatadas expediciones de los marinos de Cartago y en las grandes inmigraciones de los pueblos de las llanuras del Tibet y del Mogol. La ciencia, entre tanto, ha guardado silencio, dejando a la erudición sistemática fabricar conjeturas ingeniosas, pero   -147-   destituidas de fundamento sólido; mientras que los filósofos incrédulos del siglo pasado, desoyendo el testimonio de la historia y la voz de la tradición, resolvieron magistralmente la dificultad, decidiendo desde lo alto de su superficialidad científica que las razas americanas eran tan nativas del suelo americano, como las lianas que entrelazan unos con otros los árboles en las selvas del Nuevo Continente. «Pero suponer una raza indígena y propiamente americana, dice César Cantú, es incompatible no sólo con las tradiciones bíblicas, sino también con el hecho de que las tribus del Nuevo Mundo no tenían un tipo común. Al que insista en preguntarme de dónde vinieron los americanos, le preguntaré yo: en un mundo que hace tantos siglos se está estudiando, ¿de dónde provinieron los Godos, los Celtas y los Oscos? ¿Por qué el vascuence se habla entre idiomas europeos radicalmente diversos? Hay problemas que no pueden dilucidarse sino por un solo libro»100.





  -[148]-     -149-  

ArribaAbajoCapítulo quinto.- Sitio y ruinas de Tomebamba

Investigaciones sobre el punto donde estuvo la ciudad de Tomebamba. El valle de Yunguilla. Ruinas que allí se encuentran. Etimología del nombre Tomebamba.



I

Ya indicamos antes que los antiguos cronistas castellanos, cuando hablan de Tomebamba, unas veces se refieren a la provincia y otras a la ciudad del mismo nombre, circunstancia que es necesario tener presente, para no confundir lo relativo a la una con lo relativo a la otra.   -150-   De esta confusión ha nacido, tal vez, el que no se acierte a señalar el punto verdadero donde estuvo edificada la ciudad, pues unos creen que estuvo edificada en donde existe ahora la ciudad de Cuenca; otros piensan que estuvo más al Oriente, en el sitio que se llama Huatana; pero ni la descripción de la ciudad de Tomebamba, que hacen los historiadores antiguos, ni las ruinas o vestigios que han debido conservarse, indican que haya estado Tomebamba donde se halla Cuenca.

El acta de la fundación de Cuenca dice que, después de haber recorrido personalmente Gil Ramírez Dávalos toda la provincia buscando sitio a propósito donde edificar la ciudad, escogió al fin la llanura denominada Paucar-Bamba como la mejor y más cómoda, y que allí trazó la nueva ciudad, a la cual puso el nombre de Cuenca en honra del Marqués de Cañete, entonces Virrey del Perú, por cuya orden se edificaba la nueva ciudad. Mas no se halla en el acta mención alguna de Tomebamba como el sitio escogido para edificar allí a Cuenca; antes, por el contrario, cuando se señalan los términos de la nueva ciudad, se le dan por límites hacia el Sur el río y el camino que va a Tomebamba101.

Sin embargo, muy bien podemos asegurar que en el sitio donde fue edificada Cuenca hubo algún palacio de los Incas, porque en muchos edificios de la ciudad se encuentran piedras labradas como las que empleaban los Incas en sus edificios; y no es creíble que las hayan ido a traer de muy lejos. Cerca de la ciudad, hacia el Sudeste, se ven todavía restos de un puente a la orilla del río Matadero; a la falda de la colina, donde está la iglesia de Turi, se encuentran huellas del gran camino de los Incas o de la Vía real de las cordilleras, y sobre el río de Yanuncay están los restos de un antiguo puente de los Incas, donde se ha fabricado el puente que pone en comunicación   -151-   la ciudad de Cuenca con los pueblos de Paccha, el Valle, Quinjeo, etc. Y todavía aquel puente conserva el nombre de Inga-Chaca o puente del Inca. El P. Velasco habla de estos restos de edificios de los Incas en las cercanías de Cuenca102.

Consultada la historia acerca de este punto, ofrece datos suficientes para hacer fundadas conjeturas sobre la época en que se fabricaron estos edificios. En efecto, Cabello Balboa dice: «Púsose (Ata-Huallpa) a construir en Tomebamba palacios suntuosos para su hermano (Huáscar), y otros no menos magníficos para él mismo»103. El P. Velasco dice también, hablando de Ata-Huallpa: «Expiraba ya el año 1529, cuarto de su reinado, sin que en seis meses que se hallaban en la provincia de Cañar hubiese habido el menor reclamo o contradicción de parte de su hermano Huáscar. Persuadiose a que, haciéndose cargo de la razón, no pensaba en inquietarlo sobre el asunto. Púsose por eso a fabricar un nuevo palacio, según su gusto y genio en Tomebamba; y la noticia de esta empresa fue la que irritó y enfureció a la ambiciosa Rava-Ocllo hasta hacer por fuerza partícipe a su hijo Huáscar»104. Cieza de León confirma la narración de Velasco diciendo, después de describir los edificios de Tomebamba: «Y cierto oí a muchos indios entendidos y antiguos que sobre hacer unos palacios en estos aposentos fue harta parte para haber las diferencias que hubo entre Huáscar y Atabaliba»105. En el hermoso valle de Paucar-Bamba, donde está edificada Cuenca, hubo pues, sin duda, algún palacio de los Incas, tal vez el levantado por Ata-Huallpa; pero no fue allí donde estuvo la populosa ciudad de Tomebamba. ¿Dónde estuvo edificada esta ciudad?



  -152-  
II

Nosotros creemos que Tomebamba estuvo edificada en el valle de Yunguilla, así porque se encuentran todavía en aquel punto muchas ruinas de vastos edificios, como también porque sólo a aquel valle conviene la descripción que del lugar donde estuvo Tomebamba nos han dejado los antiguos historiadores castellanos. Todos ellos nos dicen, hablando de Tomebamba, que estaba edificada a la ribera de tres ríos caudalosos y, según Balboa, no había más que un solo puente por donde se podía entrar en la ciudad. Estas señales convienen muy bien al valle de Yunguilla, donde existen ruinas de una antigua población de los indios106.

  -153-  

Es el valle de Yunguilla uno de los más hermosos de la provincia del Azuay; se halla al Sudoeste y como a una jornada de Cuenca; le riegan varios ríos, el Naranjos y el Minas, pequeños, que bajan de la cordillera setentrional, donde estuvo en tiempos remotos el pueblo de Cañaribamba, del cual ahora ya no quedan ni vestigios; el Mandur, también pequeño, el Jubones y el Uchucay, caudalosos, bajan de la cordillera opuesta, y el Rircay corre por el fondo del valle de Oriente a Occidente. A la entrada del valle, cuando se va de Cuenca por el camino de Tarqui y Jirón, las cordilleras se presentan tan próximas una a otra que parece imposible que allí haya existido jamás población ninguna considerable; pero, conforme se va siguiendo hacia Occidente, el valle se ensancha mucho de modo que en las márgenes del Jubones las playas son dilatadas y ofrecen campo para una ciudad populosa; allí precisamente se hallan las ruinas de Tomebamba, en el espacio comprendido entre los ríos Jubones, Uchucay y Rircay. Los restos de habitaciones se encuentran a la orilla derecha del Rircay, desde un sitio llamado Lacay, hasta donde el río Minas entra en el Jubones, que serán más de dos leguas; en toda esa extensión se ven de trecho en trecho, a la orilla del río, cimientos de antiguas casas de los indios; al frente, es decir, en la orilla izquierda, hay ruinas de habitaciones y casas en Sulupali, en las playas altas de Jubones y en las del Uchucay. Parece, pues, que la ciudad estaba edificada a la orilla de los ríos en las playas elevadas. El Jubones corre paralelo al Uchucay; ambos desembocan en el Rircay, y, formando un río caudaloso, siguen hasta encontrar al Minas, en el punto donde termina el valle. Las cordilleras están allí tan unidas que no forman sino una sola, y el río se abre paso por ellas rompiéndolas y corriendo por un cauce tan estrecho y profundo, que causa   -154-   horror el mirarlo. Acaso en siglos remotos todo lo que ahora es valle sería fondo de un gran lago, que derramó sus aguas por la abertura que hizo en la cordillera alguno de esos cataclismos, tan frecuentes en el continente americano.

En el punto donde el río Minas se junta con el Jubones, existen todavía los cimientos de un antiguo puente de los indios, llamado hasta ahora Huasca-Chaca, o puente de cuerdas. Allí mismo, en una llanura o plaza, dirémoslo así, que forma la corriente del Jubones, hay otras ruinas, notables por lo raro del plan con que ha sido construido el edificio. Tenía éste la forma de un cuadrilátero; el un lado, que parece haber sido el del frente, mide como dos cuadras de largo; los otros dos lados menores tendrán, poco más o menos, una cuadra; todo este gran espacio está dividido en pequeñas calles o departamentos, de los cuales hemos contado once. Al frente tiene seis casas distribuidas con cierta simetría y orden caprichoso.

Edificios en todo semejantes a éste se hallan al otro lado del río Minas, en las playas del Jubones y en las del Uchucay; pero esas ruinas tienen mucha mayor extensión que la del edificio de Minas, aunque en la forma son del todo semejantes. ¿Qué fueron estos edificios? ¿Fueron templos? ¿Serían cuarteles militares?... Montesinos dice que Dumma, régulo de los Cañaris, edificó, a lo largo del río, muchas casas para alojar en ellas las tropas del Inca Túpac-Yupanqui. ¿Son, tal vez, las ruinas de aquellos alojamientos lo que hemos encontrado a las orillas solitarias del caudaloso Jubones?... O ¿eran, acaso, templos como ese que Garcilaso nos describe del dios Viracocha? «El templo tenía ciento y veinte pies de hueco en largo, dice Garcilaso, y ochenta en ancho. Era de cantería pulida, de piedra hermosamente labrada, como es toda la que labran aquellos indios. Tenía cuatro puertas a las cuatro partes principales del cielo; las tres estaban cerradas, que no eran sino portadas para ornamento de las paredes. La puerta que miraba al Oriente, servía de entrada y salida del templo; estaba en medio   -155-   del hastial y porque no supieron aquellos indios hacer bóveda, para hacer soberado encima de ella hicieron paredes de la misma cantería que sirviesen de vigas, porque durasen más que si fuesen de madera; pusiéronlas a trechos, dejando siete pies de hueco entre pared y pared, y las paredes tenían tres pies de macizo. Eran doce los callejones que estas paredes hacían. Cerráronlos por lo alto en lugar de tablas con losas de a diez pies en largo y media vara de alto, labradas a todas seis haces. Entrando por la puerta del templo, volvían a mano derecha del templo, luego volvían a mano izquierda por el segundo callejón hasta la otra pared. De allí volvían otra vez sobre mano derecha por el tercer callejón, y de esta manera (como van los espacios de los renglones de esta plana), iba ganando todo el hueco del templo de callejón en callejón, hasta el postrero que era el doceno, donde había una escalera para subir al soberado del templo»107.

Notable es la semejanza entre las ruinas de Yunguilla y el templo del dios Viracocha, descrito por Garcilaso; sin embargo, no nos atreveremos jamás a asegurar a qué objeto estuvieron destinados aquellos edificios, pues apenas hay fundamento para una débil conjetura. También se hallan ruinas de otra clase en aquel valle; unas son de casas, más o menos grandes, otras son restos de una antigua calzada que corre en una dirección paralela a la corriente del río Jubones, y otras, en fin, parecen vestigios de un templo del Sol. Estas últimas se hallan a la orilla del Jubones, cerca del punto en que este río se junta con el Rircay; tienen la forma de un inmenso paralelogramo con dos órdenes de muros, el uno interior y el otro exterior; entre los dos hay un espacio de algunos pies de anchura, el cual parece que formaba una como galería alrededor del templo. Contiguo a la puerta hay un aposento pequeño, casi cuadrado.

En un sitio, denominado Lacay, existía un montecillo de arena sobre la playa del río; ocurriósele a cierto   -156-   individuo, aficionado a hacer excavaciones, practicar una en aquel punto y, deshaciendo el monte de arena, descubrió una casa que allí había estado enterrada, bajo de esa colina artificial. Hay también restos de grandes acequias o canales, construidos para conducir el agua desde largas distancias y hacer fecundos los sitios, ahora yermos por falta de riego.

Citaremos aquí las palabras de Cabello Balboa, por las cuales parece algo fundada nuestra conjetura acerca del objeto que tenían aquellos edificios, cuyas ruinas se encuentran en Yunguilla. Después de describir Balboa los edificios que Huayna-Cápac mandó levantar en Tomebamba, dice que el Inca salió de la ciudad y, tomando el camino de la cordillera con dirección a Quito, pronto se halló en tierra fría, circunstancia que conviene muy bien al valle de Yunguilla. En efecto, desde las playas del Jubones se puede tomar el camino que, subiendo por el cerro escarpado de Alpapana, conduce en pocas horas a la cordillera fría y ventosa de Nabón.

«El viaje de Huayna-Cápac, desde el Cuzco hasta Tumibamba, no presenta circunstancia alguna notable -dice Balboa-. Acampó junto a los ríos que riegan aquel valle. La admirable posición de la ciudad y más que eso el cariño que todo hombre tiene naturalmente a su país natal le decidieron a hacer de ella la capital del bajo Perú. Antes dijimos ya que Huayna-Cápac había nacido en Tomebamba, cuando por la primera vez llegó allí Topa-Inga.

»Hizo, pues, Huayna-Cápac construir en Tomebamba edificios suntuosos y echó los cimientos de un palacio llamado Mullucancha, en el cual depósito una estatua de oro finísimo, que representaba a su madre mama-Ragua Oello. En el vientre de esta estatua mandó poner las pares que arrojó su madre cuando lo dio a luz, porque era costumbre guardar aquel objeto, cuando una princesa paría hijo varón. Hizo también guardar en el mismo palacio gran cantidad de oro y de plata. Las paredes interiores de este edificio estaban adornadas con una porción   -157-   de obras de taracea de mullo, especie de concha de mar, de que se fabrican collares; su color es muy semejante al del más hermoso coral; aunque las hay también de diferentes clases. Las murallas fueron enriquecidas con muchas planchas de plata y de oro trabajadas a martillo. Los muros exteriores tenían por adorno clavos de cristal. El aposento en que se colocó la estatua de Mama-Oello estaba enteramente cubierto de planchas de oro. Este palacio fue llamado Tumi-Bamba Pachamanca. En las cercanías de la ciudad fueron establecidas todas las naciones que le habían acompañado y los Cañaris quedaron especialmente encargados del servicio del palacio.

»Junto a este edificio el Inca levantó templos al Sol, a Ticci-Viracocha-Pachacámac y al Rayo, por el modelo de los que existían en Cuzco; para su servicio les adjudicó terrenos, rebaños y yanaconas. Sobre la plaza hizo levantar otro edificio que llamó Uzno o Chinquín-Pillaca, donde se ofrecían sacrificios al Sol108 y a sus diversas faces, derramando chicha en honra suya»109.



Por las palabras que acabamos de citar, se conoce que Huayna-Cápac hizo levantar en Tomebamba cinco edificios, dos palacios y tres templos; uno al Sol, otro a la Luna y el tercero a Ticci-Viracocha según el modelo de los que existían en el Cuzco. Del templo de Viracocha nos ha dado Garcilaso una descripción circunstanciada, como ya lo hemos visto.

Los cronistas castellanos dan a Tomebamba el calificativo de populosa, y debió serlo indudablemente una ciudad cuyas ruinas aparecen todavía en la extensión de casi dos leguas. Como el terreno es frágil y arenisco los derrumbamientos son considerables y allí, donde antes   -158-   había grandes edificios, ahora es cauce del río y pronto se dirá de la que un día fue populosa Tomebamba: Etiam periere ruinae.

En cuanto a la magnificencia de estos edificios creemos que hay mucha exageración en las descripciones de los escritores castellanos. No hay, en verdad, señales de magnificencia, ni de hermosura; todos ellos, según aparece de los escombros que aún quedan, han sido fabricados con piedras toscas, las cuales se emplearon en la construcción, sin pulir, por eso se las encuentra con la nativa rudeza que tenían en el álveo del río próximo, de donde, sin duda ninguna, fueron sacadas.

No hay ni un punto de comparación entre el primor de la fábrica del Inga-pirca en Cañar y la rústica sencillez de los edificios de Yunguilla. Viendo los restos de ellos, involuntariamente nos acordábamos de la descripción que del modo de fabricar sus casas los Cañaris nos ha dejado Cieza de León en su Crónica del Perú con estas breves palabras: «Las casas que tienen los naturales Cañares, son pequeñas, hechas de piedra, la cobertura de paja»110.

Ricos serían, sin duda, aquellos edificios por los adornos de oro y de plata que en ellas habían amontonado los Incas; pero no suntuosos, ni magníficos. Los historiadores nos hablan del Templo del Sol, del Monasterio de las Vírgenes y del Palacio de Mullocancha levantado por Huayna-Cápac para hermosear Tomebamba, la ciudad que le vio nacer: ¿dónde estaban esos edificios? ¿Ruinas suyas, serán, tal vez, las que nosotros hemos visitado?... ¡Nada podemos asegurar con certidumbre!... Sin embargo, Tomebamba era la primera ciudad de los Incas en estas partes de su imperio; en ella estuvo Huayna-Cápac cuando le dieron la primera noticia de la aparición de los españoles en las costas del Perú; allí fue donde los indios de Túmbez trajeron a presentar a Ata-Huallpa esos dos infelices españoles, Rodrigo Sánchez y Juan Martín,   -159-   a quienes, por condenados a muerte, había dejado Pizarro abandonados en la costa al volverse a Panamá; y la familia formada por Huayna-Cápac tomó el apellido de Tomebamba, como para conservar el recuerdo del lugar donde había nacido este príncipe.




III

En cuanto a la etimología del nombre de Tomebamba, Montesinos dice que significa llanura del cuchillo, porque la deriva de: Tumi, cuchillo en lengua quichua, y bamba o pampa, llanura o llano, y la historia de este nombre la refiere del modo siguiente. Cuando el Inca Viracocha volvía de las costas de Túmbez para la sierra, llegó al lugar donde está Cuenca, que entonces se llamaba Tumi-pampa o llanura del cuchillo y diósele este nombre, porque allí los Cañaris presentaron batalla al Inca y, habiéndolos vencido, los degolló a todos sin perdonar ni aun a los viejos y pobló la provincia de Mitimaes, a fin de que no quedara desierta, porque transportó al Cuzco a todos los jóvenes111. Como se ve la narración carece de verosimilitud y la deducción del significado del nombre Tumi-pampa es más ingeniosa que exacta.

Para nosotros el nombre de la ciudad no fue Tome-Bamba, como decimos ahora, ni Tomepumpa, como pronunciaba Oviedo, ni Tuxipumpa, como escribe Zárate, etc., etc.; sino Sumag-pampa, como todavía se llaman ahora las playas del Jubones, donde se hallan las ruinas de la ciudad. Sumag-pampa quiere decir llanura linda, llanura hermosa, y, en efecto, lindas y hermosas son aquellas llanuras, que bañan las aguas de tres ríos. Nada acostumbrados los oídos de los españoles a la pronunciación de la lengua quichua oían muy mal todas las palabras y las desnaturalizaban. ¿Quién creyera que Atabaliba fuese el mismo nombre que Ata-Huallpa? ¿Que Illescas fuese Quilliscacha?... Y, sin embargo, restablecida   -160-   la verdadera pronunciación de una palabra, muchas veces se descubre toda una historia; ni parecerá extraño que los españoles variaran la pronunciación de las palabras americanas, si recordamos que lo mismo hicieron con los nombres árabes, para acomodarlos a la pronunciación de las palabras americanas.

La historia vuelve a hacer mención de Tomebamba al tiempo de la conquista de los españoles. Cuando Benalcázar venía para la conquista de Quito, descansó con su pequeño ejército ocho días en Tomebamba, celebró alianza con los Cañaris, obtuvo un refuerzo de trescientos hombres de la misma gente y, después de haber reconocido y admirado los edificios construidos por los Incas, se encaminó a Riobamba, guiado por indios que conocían esos caminos112. Blasco Núñez Vela llegó también en Tomebamba y es la última vez que se hace mención de la ciudad. Hoy, no sólo ha desaparecido el pequeño pueblo que existía a fines del siglo pasado, como lo indica el P. Velasco, en el mismo sitio y con el mismo nombre que la ciudad de los Incas, sino hasta el mismo pueblo de Cañaribamba. Los indios se han acabado, devorados por la asoladora industria de la destilación de aguardiente; existían en el siglo pasado algunas familias descendientes de los antiguos caciques de Tomebamba, Zanitama, Manu, Paccu-rucu y Quito, y ahora no hay ni memoria de ellas. Los pocos habitantes de Yunguilla han ido de fuera y cultivan la caña de azúcar, luchando con las calenturas intermitentes, que han venido a ser el azote de aquel lugar. Acaso en tiempo de los Incas era muy sano aquel valle; cielo límpido y azul, aire purísimo, temperamento abrigado, tierra generosa y fecunda, circunstancias eran para conservar allí numerosa población; ahora los pantanos artificiales junto a cada habitación, los miasmas pútridos que exhalan materias corrompidas, el desaseo en las que se llaman casas y no son más que tristes cabañas de juncos abiertas a todos vientos, hacen de aquel valle tan hermoso un lugar mortífero.





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