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Capítulo VII

Principian las fiestas-Paseo por Valencia. -Adornos

     Amaneció, por fin, la deseada aurora del 28 de Junio. Bañaba apenas su áurea luz las cúpulas de nuestros templos, descendiendo débilmente hasta el fondo del intrincado laberinto de nuestras plazas y calles; cuando la inmensa población de vecinos y forasteros comenzó a circular en diferentes direcciones. La masa compacta que afluía a la calle del Mar, se iba engrosando con las oleadas que cada calle contigua arrojaba hacia el mismo punto: medio dormidos unos, bulliciosos otros, y presurosos todos, levantaban a su paso, entre el menudo polvo que se arremolinaba sobre aquella superficie agitada y revuelta, unas veces un murmullo sordo y prolongado como la sucesiva caída de las olas sobre una costa de rocas, y otro un estruendo imponente que solía dominar la vocería de los muchachos, las risotadas estrepitosas de las mozas juguetonas, el terno de algún mal genio, los gritos de los que se llamaban para no perderse en aquellos turbillones, y el ladrido de algún perro o perdido o juguetón, o pisoteado por el atolondrado transeúnte. Veíanse semblantes atezados, fisonomías traviesas, rostros picarescos; y en todos ellos esa lánguida palidez de los que madrugan contra su costumbre, o que habían pasado la noche en la calle. ¿A dónde se dirigía aquella multitud de prisa y con afán? A la calle del Mar, para concurrir a la salva de 500 masclets, que debía dispararse delante de la casa natalicia de San Vicente Ferrer, casi al mismo tiempo que atronaba los oídos el vuelo general de campanas. Plácele a nuestro pueblo ese inmenso ruido de nuestras grandes fiestas; y disputa al estampido de los cañones, a los grandes golpes de música y al estrepitoso vuelo de sus campanas la ventaja en el bullicio, arrojando sus gritos y carcajadas con una alegría, que eléctricamente se trasmite por las apiñadas corrientes de su apretujada muchedumbre. ¡Ay del que dispute o riña en el seno de su alegría omnipotente! ¡Fuera! le gritan cien voces a un mismo tiempo, y nunca falta una agudeza sarcástica, que acaba por sacar la sonrisa en los labios pálidos de los mismos combatientes. ¡Buen pueblo, por vida mía!

     Y todos corríamos, y hablábamos, y vagábamos, y entretanto se dispararon los cohetes; y los que estuvieron cerca oyeron mejor el disparo, y volvieron sobre sus pasos, y las corrientes del pueblo chocaron, y se impelieron, rompiéndose en. cien brazos. Unos contaron 400; otros 300; quién había apuntado 50 menos; éstos decían que eran pocos; otros que estaban completos; algunos aseguraban que habían producido el verdadero estrépito que era de esperar; y casi todos echaron de menos en el fragor de cien cañones disparados a un tiempo. Pero la salva había pasado; el humo de la pólvora se perdía en una atmósfera polvorosa y pesada, cuyo calor aumentaban los primeros rayos de un sol de Junio, bajo un cielo del Mediodía.

     A otra cosa: la multitud se precipitó hacia la calle de la Congregación, por donde se oía el estrépito de las dulzainas de la ciudad y provincia reunidas. Los muchachos aseguraban que serían en número de mil; otros, más moderados, las suponían cincuenta; y fueron pocas, pero bastantes para producir corridas y pisotones, llevando delante y detrás una multitud de niños y mozos que acompañaban con su vocería a la llamada « música del país,» y que recuerda la existencia en otros tiempos de aquella valiente raza árabe-africana, cuya sangre circula aun por nuestras venas, y cuya memoria queda todavía perpetuada en muchas de nuestras costumbres.

     Y las dulzainas, después de romper a la puerta de la casa natalicia del Santo, continuaron la carrera que se les tenía señalada en el programa; y la muchedumbre madrugadora se confundió con la que llegó más tarde; y parte mohína, parte cansada, parte risueña siempre, se desmembró, dispersó y tomó varias y encontradas direcciones. Era aun muy temprano; había mucho de nuevo que ver y admirar; aun no era la hora del desayuno, y las calles estaban pobladas por lindas jóvenes de dentro y fuera de la capital, que eran dignas también de que no se les hiciera el desaire de dejarlas solas en presencia de tantos objetos que estaban ya espuestos al público desde antes de amanecer.

     Estas consideraciones, que millares de personas harían a un mismo tiempo, nosotros también las tuvimos presentes, y así nos resolvimos a dar un paseo por la ciudad, observando, anotando, riendo, criticando y aplaudiendo. El deber de cronistas nos imponía esta deliciosa obligación, y todo lo vimos, y lo vamos a referir todo de la manera, que mejor podamos recordar en estos momentos; porque ¡han sido tan lúgubres los días que han mediado desde que espiró el último grito de júbilo de las fiestas, hasta la hora en que escribimos esto! ¡se han abierto tantos sepulcros! ¡han desaparecido tantos amigos queridos y tantas jóvenes hermosas que en aquellos días eran la alegría de los que estimaban! Pero la historia de este segundo imperio del cólera no pertenece a esta crónica: hemos saludado al paso los féretros que llevaban los restos de los que rieron con nosotros; les hemos deseado un reposo eterno.... ¿qué más podemos desear? Cumplimos como cristianos y como amigos. Sigamos la narración.

     No olvidaremos, sin embargo, en presencia de los objetos que vamos a describir, que circulaba en voz baja, y en el seno de la confianza, la horrible noticia de que la epidemia del cólera volvía a arrojar sobre nosotros su soplo de muerte.

     Penetremos en la plaza de Sto. Domingo, y sobre el mismo punto, que fue una ancha y pedregosa rambla en los tiempos de la dominación romana, goda y árabe, se veía levantado el suntuoso altar de gusto asirio, propiedad de la junta de comercio de esta capital. Ocupaba el ángulo derecho del famoso convento de Predicadores, fundado a espensas del ínclito y gran rey D. Jaime I de Aragón, en recompensa de los servicios prestados por el P. Miguel Fabra. La gente afluía a orar en la suntuosa capilla dedicada al Santo; capilla que sirvió para primer refectorio de los Predicadores hasta el año 1460, donde Vicente Ferrer haría sus austeras colaciones, convertido después en mezquino oratorio, mejorado por Jofré de Blanes, albacea del célebre y desventurado trovador Ausiàs March. Se renovó en 1664. y entonces pintó Vicente Salvador los dos grandes lienzos históricos que decoran sus muros. Su última renovación se verificó en 1772, exornado con mármoles del reino, y los frescos. del inmortal Vergara. Al pie del altar yacen los restos de los padres del Santo; también descansan los del gran poeta March.

     El altar asirio tenía delante un estenso tablado, destinado para el sorteo público de las dotes; y al pie dos lienzos, de fondo blanco, donde en caracteres de notable dimensión se leían las siguientes inscripciones, cuya redacción se debió al pobre cronista:

     En lo alto del altar y a la parte derecha:

EN HONOR Y GLORIA

DEL EMINENTE VALENCIANO SAN VICENTE FERRER.

     La de la izquierda decía así:

LA ASOCIACIÓN CREADA

PARA CELEBRAR EL IV SIGLO DE SU CANONIZACIÓN.

     Al pie se leían éstas:

VICENTE FERRER NACIÓ EN 29 DE ENERO DE 1350: ENTRÓ EN LA ORDEN DE PREDICADORES EN 5 DE FEBRERO DE 1367; REGENTÓ CÁTEDRAS EN LÉRIDA, BARCELONA, FRANCIA, ROMA Y VALENCIA: CONSEJERO Y LIMOSNERO MAYOR DEL REY D. JUAN I DE ARAGÓN; LLEVA LA PALABRA DE DIOS POR LOS PUEBLOS DEL MEDIODÍA DE EUROPA, Y LA EUROPA ENTERA ADMIRA SUS VIRTUDES. LOS REYES, LOS PAPAS, LOS PRÍNCIPES LE CONSULTAN, LE COLMAN DE HONORES. MURIÓ EN 5 DE ABRIL DE 1419, Y FUE CANONIZADO EN 29 DE JUNIO DE 1455 POR EL PAPA CALIXTO III, VALENCIANO.

     En otra decía así:

PROMUEVE LA REUNIÓN DE LAS ESCUELAS MAYORES Y ESTUDIO GENERAL EN 1411; RECOGE LOS NIÑOS HUÉRFANOS POBRES Y FUNDA UN HOSPICIO, BAJO LA DIRECCIÓN DE LOS BEGUINES, Y DA ORIGEN AL COLEGIO IMPERIAL DE NIÑOS DE SAN VICENTE FERRER; DECIDE EN CASPE LA ELECCIÓN DE FERNANDO I DE ARAGÓN; CONCLUYE EN ESTE REINO, POR SU CONSEJO, EL CISMA DE OCCIDENTE VALENCIA NO OLVIDA JAMÁS LA MEMORIA DE SU APÓSTOL.

     El palacio del Sr. conde de Cervellon, que recuerda tantos sucesos políticos de este siglo desde la muerte del barón de Albalat, hasta la renuncia que hizo de la regencia de España Doña María Cristina de Borbón, situado enfrente del antiguo convento de Predicadores, ofrecía sus balcones, adornados tan sencilla como elegantemente. Constituían este adorno unos tapices blancos, cruzados por un caprichoso festón de flores artificiales de diferentes colores, que embellecían la graciosa fachada del edificio. Esta decoración mereció los honores del premio, concediendo al Sr. conde una medalla de plata, acuñada para perpetuar la memoria de esta cuarta centuria.

     Desde la plaza de Sto. Domingo, y cruzando el paseo de la Glorieta, se dirigían los curiosos a la calle del Mar, cuya entrada se veía adornada con un gigantesco arco de mirto y arrayan, como los antiguos arcos de triunfo de los romanos. En lo alto del cornisamento se leía la dedicatoria de los vecinos del Santo patrono.

     Abierta la capilla de la casa natalicia del Santo, dejaba ver en sus altares una profusa iluminación, y una concurrencia siempre creciente de fieles que iban a invocar la protección del gran patrono de los valencianos. Encima de la puerta y en un ancho targetón de mármol blanco se grabó, para perpetuar las fiestas, esta inscripción:

CASA-NATALICIA DE SAN VICENTE FERRER.

     Los balcones de esta hermosa calle entre las numerosas banderas que la cruzaban, se ofrecían colgados caprichosa y vistosamente, y la multitud obstruía de continuo el altar que se coloca en la misma calle, en todas las fiestas anuales del Santo, para representar los autos sacramentales, conocidos vulgarmente por Els milacres, (los milagros). El que se representó, escrito espresamente para estas fiestas, se titula, El Diable pres, debido al actual decano de los poetas valencianos D. Pascual Pérez. Las paredes de todos los edificios contiguos se veían decoradas con elegantes tapicerías y grandes cartelones con poesías alusivas.

     El magnífico toldo que cubría este delicioso trozo de la calle permitía al sol inundar suave y dulcemente las fisonomías de la apretujada muchedumbre, puesta en continuo movimiento de las oleadas de los que engrosaban o disminuían aquella masa inquieta y oscilante.

     La lindísima fuente de mármol que adorna la plaza de, la Congregación, construida a espensas de la benemérita y patriótica Sociedad de Amigos del País, estaba graciosamente vestida de festones de flores; pero cuya belleza mayor la formaba la admirable iluminación de gas que la decoraba por las noches. Algo nos reservamos para más adelante cuando hablemos de la iluminación en general.

     Estensas y bien combinadas cuerdas con numerosos faroles de colores cubrían la suntuosa fachada de la iglesia de la Congregación de S. Felipe Neri, hoy parroquia de Sto. Tomás, obra principiada en 1654, y concluida por el célebre matemático y religioso de la orden el P. Vicente Tosca en 1736.

     Era agradable el conjunto de aquellos flotantes globos, de papel de colores, que hacían resaltar las bellezas de las preciosas esculturas de la fachada, sobre la que se destacaba esbelta y ligera la torre coronada de numerosas banderas.

     Continuábase por la calle del Mar, y la vista, se detenía en la sencilla decoración. que presentaba la pared esterior del convento de monjas canongesas de San Agustín, bajo la invocación de San Cristóbal. Se levanta este monumento religioso sobre las ruinas de los antiguos bazares de los judíos, cerrados en 9 de Julio de 1391; se llamó convento desde 1409 y se reedificó en 1791. Consistía el adorno en una tapicería que corría toda la estensión de la fachada con algunos cuadros históricos.

     Más adelante, y cerrando la callo de las Gallinas, se veía una grata formada de mirto, y en ella la estatua del dios Baco. De su pedestal, y cayendo en una taza, manaba por un grifo a propósito abundante cantidad de vino, que se atraía de continuo una multitud de gentes de todas clases, que iban a apagar su sed en esta fuente maravillosa, donde se repartía gratis el celebrado licor. Mil que hubieran aparecido de esta clase, no hubiesen satisfecho tanto gaznate abierto para recibirle, en unos dios en que el calor y la alegría avivaban la sed de la gente de taco, que obstruía este punto de la calle del Mar. Era preciso que un centinela de la Milicia Nacional guardara de un asalto este regalo, que hacía al público su inventor nuestro apreciable amigo D. Manuel Tio. Hubo apretones, codazos, rasguños de ropa, pisotones, ternos y tacos exhalados por bebedores y transeúntes: pero no hubo a las consecuencias que después de probado el mosto describe Quevedo:

               Hubo mientes, como el puño,
Y hubo puños, como el mientes;
Diluvio de sombrerazos,
Granizada de cachetes.

     Se atravesaba, por fin, la multitud que, aun siendo cristiana y católica, iba a brindar por el alegre Baco, y se llegaba jadeando al convento de religiosas de Sta. Tecla, establecidas en este sitio desde el año 1555, según otros desde 1560, o 1568. Ocupa este monasterio el solar de la casa donde nació el beato Nicolás Factor, y parte de la calle donde vino al mundo nuestro inmortal Luis Vives. A espaldas del edificio se hallaba la célebre fábrica de moneda conocida en nuestras memorias, con el nombre de la casa de la Seca. ¡Antiguallas! ¡Ruinas de los tiempos forales! La fachada estaba cubierta de escelentes tapices, donde había colocado el gremio de tundidores un retablo con la Santa Cruz en el mismo sitio que existía antiguamente, y que según tradición fue escogido para esto por el mismo Santo.

     Cerraba la salida de la calle del Mar, entre Sta. Tecla y la plaza de Sta. Catalina, otro arco magnífico de mirto, de igual altura que el de la entrada por la parte de la Glorieta.

     Los vecinos de toda la calle costearon estos adornos siendo clavario del altar de San Vicente D. Manuel José de Riambau, y comisionados de la fiesta D. Juan Díaz de Brito; el conde de Almodóvar; el barón de Sta. Bárbara; D. José-Ballester; D. Manuel Martín; D. Carlos Catalá, y. D. Vicente Bañuls. ¡Bien por estos patricios! Mostraron celo y gusto, y nada dejaron que desear, aun a los valencianos más exigentes.

     Con igual entusiasmo los vecinos de la plaza de santa Catalina, que contribuían de antiguo con sus limosnas para culto público de la Virgen del Rosario, adornaron con esquisita elegancia la fachada de la casa que se levanta enfrente de la calle de Zaragoza; y colocaron, bajo rico dosel, la imagen de San Vicente y la de la Virgen, venerada hoy en la iglesia parroquial de Sta. Catalina. El altar ocupaba el mismo punto donde existía en otros tiempos un retablo de la citada Virgen que, según tradición, fue colocado donde estaba durante la vida del ilustre Patrono de Valencia.

     Desde esta plaza se descubría la elegante y querida torre del Miguelete, coronada de banderas, ostentando una de ellas sobre fondo blanco los atributos que distinguen a nuestro Apóstol. La espaciosa y lindísima calle de Zaragoza, colgada vistosamente y adornada con pinturas de la propiedad de sus vecinos, ofrecía un aspecto lindísimo; y mientras servia de paseo a nuestra brillante juventud, circulaba por ella la apresurada muchedumbre que se dirigía a la plaza de la Constitución, donde se hallaban situados los históricos carros, llamados las rocas.

     Grato era el panorama que presentaba esta plaza, célebre en nuestros anales. La Real cofradía de Ntra. Señora de los Desamparados, tan bienhechora de la humanidad por su noble instituto caritativo, había exornado la pared esterior de la suntuosa capilla con magníficas colgaduras de ropa de seda, y un lujoso pabellón en el centro, que servia de dosel a la venerada imagen titular, y a sus lados la de San Vicente Ferrer y otro santo valenciano.

     Enfrente se veían las gigantescas rocas; y la vieja casa de la Ciudad, ostentando la bandera nacional sobre aquellos muros, hoy medio demolidos, que encierran la historia patria de seis siglos, y los tesoros de las artes y del buen gusto del siglo XV y XVI. El palacio del antiguo Consejo de Valencia se derrumba; ¿cómo se reemplazará?... Pasemos adelante; no hay tiempo para ocuparse de las ruinas de los tiempos forales, que hallamos a cada paso. Son días de fiestas: ¡adelante!.

     Crucemos la calle de Caballeros y lleguemos al Tròs-Alt. ¡Magnífica perspectiva! En la esquina de la nueva calle del Moro Zeit, y casi en el mismo punto que ocupaba parte de la iglesia del antiguo monasterio de la Puridad, hoy convertido en las espaciosas calles de la Conquista, del Rey D. Jaime y del Moro Zeit, se levantaba el altar de San Vicente, destinado, desde inmemorial, para la celebración de los milacres (milagros), con un vistoso toldo que se prolongaba por toda la calle de la Bolsería, a espensas de sus mismos vecinos. Había ricas colgaduras, y buenas pinturas y retratos, abundancia de iluminación, y se representó un auto sacramental, en idioma valenciano, corno todos los milacres, escrito espresarnente, con el título de Els bandos de Valensia, o la paraula de Sen Visènt Ferrer, por el cronista que esto vio y escribió. Leíanse en grandes targetones poesías alusivas, y era bello detenerse en estos grandes centros de alegría y pasatiempo; pero la gente empujaba, y, arrebatados por su corriente, llegamos al otro altar del Santo, levantado en el Mercado, antiguo cementerio morisco, junto a la estensa y sólida galería de la iglesia de los Santos Juanes. El altar era de un gusto admirable, al par que de una sencillez arquitectónica de la mejor armonía, obra de la sociedad de artistas valencianos, bajo la dirección de D. Luis Tellez; era grandioso, esbelto, rico y magestuoso; su elevado tablado le sirve de base, y sobre él un noble basamento en el principio y pie de los elegantes machones que sostienen el templete que termina después de sus cornisamentos por un tronco de pirámide: los machones además de sus retornos y otros trabajos contienen altas ventanas de arco con trasparentes en el primer cuerpo, y sobre sus arquitraves otras elípticas con trasparentes también: el arco elevado del centro y continuación de los postes con el sostén del cornisamento, sobre el cual se elevan pequeñas pirámides que terminan los graves; la pirámide del centro, también , etrasflorada con trasparentes. Los relieves en los planos y frisos sobre mármoles son todos alegóricos al Santo, y entre los adornos, que son dorados, también, figuran las armas de la casa de San Vicente, y se hallan colocadas sobre la llave del arco: dos fachadas laterales, bien ordenadas, siguen la decoración y cierran la obra, y por ellas se da paso a la representación de los milacres. Representóse un milagro, escrito por un joven, y hasta entonces desconocido poeta, llamado D. Eduardo Escalante. Es una obra de escelente poesía, y está escrito con soltura y gala, y con una facilidad asombrosa, atendida las circunstancias del autor, joven artesano, de tanta humildad como talento.

     La vista recorría a un tiempo la esbelta fachada de la casa-lonja con sus molduras, sus escudos, sus adornos afiligranados, sus bellas ventanas ojivas, y los viejos, pero riquísimos tapices, que en todas las grandes solemnidades decoran los sólidos muros; la estensión de la hermosísima plaza del Mercado que destaca la graciosa fuente monumental, adornada en estos días con lujo admirable, de flores, de luces y fuegos de agua; la entrada del mercado cubierto; las colgaduras y toldos de las casas de este vasto perímetro, y venía a detenerse en la pintoresca fachada de la iglesia de San Juan. Los balcones de su estensa galería estaban cubiertos de lienzos, pintados con finura y capricho: en el remate de cada pilastra había un grande jarro de alabastro mármol, que sirvieron de noche para las flámulas de la iluminación: en los intermedios se colocaron catorce cuadros, que representaban las siete virtudes y los siete pecados contrarios, corriendo por la parte superior de éstos una guirnalda o festón de hojas y flores naturales.

     Sobre el plano y en el centro de la gran fachada se levantaba un magestuoso altar, formado de un grande y vistoso pabellón de ropa nueva de seda, con franjas y adornos de plata, en donde se colocó sobre un esplendente trono de nubes plateadas la imagen del Santo Patrono, a cuyos pies habla dos ángeles de escultura, sosteniendo las insignias arzobispales y cardenalicias, y sobre la cabeza un grupo de ángeles también de escultura, con coronas y colgantes de flores. A los dos estremos de la mesa del altar las hermosas imágenes, de estatura natural, de San Esteban y San Vicente Mártir; en la parte superior del pabellón otros dos ángeles que sostenían una grande y magnífica corona de flores; y toda esta decoración se veía aumentada con otros adornos, arañas de cristal, canastillos y ramos de flores, en una estensión de 48 palmos de altura, sobre 24 de latitud. Lo restante del plano de la frontera se hallaba cubierto de ropas, cuadros y festones y guirnaldas de hojas y flores naturales. La iluminación consistía en 1622 luces, armoniosamente colocadas. Así mostró el reverendo clero su entusiasmo por el gran patricio valenciano, que se hizo notable además por la cruz parroquial que llevó en la procesión, y cuya descripción dejamos para otro lugar. Compitiendo con el clero su junta de fábrica, iluminó la torre con 312 luces entre bolas y faroles y colocó cinco banderas, una grande blanca con los emblemas del santo, y que fue colocada tres días antes de San Pedro, siendo la primera que flojó al viento, anunciando la gran festividad; y cuatro más pequeñas en ángulos, de color encarnado y caña, con las insignias de la Parroquia.

     El conjunto de toda esta decoración, la primera de su clase que ofreció Valencia en estos días, mereció los honores del premio de una medalla de plata; y eran dignos el clero y la junta de fábrica de que se les concediera tamaña distinción. La plaza del Mercado se embellecía con este adorno estraordinario; y nada faltó por las noches para presentarla, como veremos, bajo un punto de vista tan animado y poético, como los sueños de las Mil y una noches.

     Desde la plaza del Mercado cruzamos la calle de San Fernando, antiguo cementerio parroquial de San Martín, y en la plaza de Cajeros nos detuvimos a contemplar un sencillo adorno de serios y elegantes tapices, que formaban un altar modesto, pero de mucho gusto, que decoraba un balcón de la casa del Sr. conde de Ripalda, a cuyas espensas se había colocado.

     Desde allí, y atravesando la calle de San Vicente y plazuela de San Gregorio, entramos en la calle de la Sangre. Ocupando la entrada de la de Renglons, se elevaba un vistoso altar de mirto, en cuyo casilicio en forma de fresca gruta, se veía la magnífica imagen de San Gerónimo, de bellísima escultura y al natural, patrón del colegio del arte mayor de la seda, cuyo gremio hizo otras demostraciones públicas, como veremos más adelante. Algunos jarros contenían diversas fórmulas, y colgando delante del Santo elegantes arañas de cristal. Este altar era sencillo, pero de un gusto sorprendente.

     Desde la calle de la Sangre se distinguía ya la torre del telégrafo, adornada con lindísimos faroles de colores y hermosos trasparentes, cuya iluminación en aquella altura debía ofrecer desde lejos un efecto maravilloso.

     La calle de las Barcas, y a la entrada de la plaza del Teatro principal, se levantaba un lujoso arco, vestido de ropas de seda, adornado con versos,(14)

producción del apreciable actor D. Ramón Medel, y encima una pequeña imagen de San Vicente.

     Los balcones del teatro se veían adornados con colgaduras de seda y arañas de cristal, haciendo Tesaltar la sencilla y hermosa fachada del coliseo.

     Cruzábase la ancha plaza de las Barcas, embellecida con sus espaciosas aceras y arbolado, y en la pared del colegio de Sto. Tomás se notaba un altar de vastas dimensiones con la imagen del Santo, completamente iluminado.

     La puerta del gran patio de las monjas de Sta. Catalina de Sena se veía vestida de mirto y arrayan, formando un arco gracioso asaz, con un trasparente encima, macetas con hortensias, y de una sencillez digna de las venerables religiosas que habitan aquella antigua morada monacal.

     Volviendo atrás, y dirigiéndose hacia la plaza de las Comedias, se notaba esta plaza y la calle de la Cullereta vistosamente engalanadas. En el centro de la plaza se elevaba un altar, costeado por los vecinos, adornado de ricas telas de seda y raso, con franjas de plata y oro; en el centro una hermosa imagen de Vicente, primorosamente vestida, teniendo a la derecha la de San Cristóbal y a la izquierda la de San Sebastián. Cubría este adorno y el tablado, que se levantó para la música, además de raros tapices, un toldo de buen gusto. En la entrada de la calle de la Cullereta y la salida de la plaza de las Comedias se construyeron dos arcos de ropas de seda con franjas vistosísimas. Los balcones de todas las casas se veían lujosamente colgados, presentando una agradable perspectiva; siendo de notar una especie de farol, de singular invención, que pendiente sobre el centro de la plaza, se abrió al paso de la procesión, y se desprendió de su seno multitud de versos y pajarillos entre la sorpresa, la admiración y los vivas de la muchedumbre que asistió a aquel espectáculo. En los días anteriores dejaban también desprender los mismos objetos de las cavidades del farol, con gran contentamiento de los transeúntes y curiosos. Esta plaza ofrecía uno de los puntos de vista más sorprendentes de la carrera de la procesión; mereciendo sus vecinos los aplausos de las personas entendidas.

     Dentro mismo de la carrera se hallaba comprendido el arco del Cid, que une el torreón de los templarios a la iglesia del convento de caballeros de Ntra. Sra. de Montesa. Este arco de tan notable anchura se hallaba todo completamente vestido de mirto, formando una espaciosa gruta tan fresca, como sencilla y poética. El gremio de roperos que lo adornó, añadió además grandes festones de flores, que se destacaban maravillosamente sobre el estenso tapiz verde que cubría aquellos muros de piedra, y numerosos vasos de colores, colocados convenientemente. Este adorno, que atraía la atención, recordaba, por el punto donde se hallaba, el famoso torreón donde enarbolaron los moros de Valencia la célebre enseña de paz ante el poder bizarro de Jaime el Conquistador en 1238. ¿Dónde están los caballeros templarios que tomaron posesión de aquella torre veneranda? La historia conserva sus hechos; los que saben sentir y admirar, los guardan en la memoria.

     Antes de penetrar en la iglesia de San Esteban, término de la procesión, cruzamos la calle del Gobernador viejo para admirar de paso la suntuosa tapicería que adornaba la frontera del palacio del Excmo. Sr. marqués de la Romana, cuya familia posee preciosos objetos de esta clase, escelentes pinturas y escogida biblioteca.

     Penetremos, por fin, en la antigua iglesia de nuestra Sra. de las Virtudes, llamarla hoy de San Esteban, que tiene la honra de conservar la pila en que el Santo recibió el agua bautismal; y de haber sido un tiempo gobernada por el ilustrado cronista Gaspar Escolano. Esta iglesia, pues, debió distinguirse, y lo consiguió. Después de ausiliar a la gran asociación con una cuestación especial, practicó otra particular, reuniéndose para ello las personas más notables, que se dividieron en dos secciones; llamada una comisión de recursos, y la otra comisión de fiestas. Componían la primera el cura-ecónomo D. Vicente Hernández, el Excmo. Sr. marqués de la Romana; D. Miguel Casto Cabellos; D. José María Mayans; D. Gaspar Dotres; D. Vicente. Frígola; los presbíteros, D. Vicente Lloret; D. Francisco Morell; D. Juan Arguedas, y D. Francisco Miralles; D. José Lerena; D. Francisco Sauri; D. Bernardo Morera; D. José Lopez y Benito; D. Nicolás Mayans; D. Manuel de Riambau; D. Juan Díaz de Brito y D. Vicente López. La segunda comisión estaba formada de los Señores, citado cura-ecónomo, D. José Luis Montagut, canónigo magistral; D. José Ortiz, canónigo doctoral; Sr. marqués de la Romana; D. Miguel Casto Cabellos; D. Vicente Frígola; D. Tomás Caro y Alvarez de Toledo; D. José Lerena; D. Bernardo Morera; D. Bartolomé Leocadio Poveda; D. José de Lafiguera; Don Narciso Inglés; D. Julián Carbonell; D. Vicente Ferrer; D. Juan Díaz de Brito; D. Manuel de Riambau D. Mariano Antonio Manglano, y D. Vicente Pueyo.

     El adorno de las fachadas estuvo dirigido por el pintor D. José Vicente Pérez. En la que sale por los pies de la iglesia y a espaldas de la pila del Santo, y en medio de los retratos de medio cuerpo, que representaban los hijos de la misma pila, se leía lo siguiente:

LAS VIRTUDES Y EL EGEMPLO DE VICENTE FERRER SE PERPETUARON POR MUCHOS TIEMPOS EN LA NUMEROSA Y DISTINGUIDA FAMILIA QUE TUVO LA GLORIA DE ESTAR UNIDA AL SANTO EN LA TIERRA, POR LOS LAZOS DE PARENTESCO, Y CUYOS RETRATOS SE CONSERVAN PARA MEMORIA.

     Las dos inscripciones siguientes se colocaron entre los cuadros en la parte de la plaza del Cementerio de San Esteban:

A LA GLORIA DEL GRAN SANTO, DEL ILUSTRADO PATRICIO SAN VICENTE FERRER, NACIDO Y BAUTIZADO EN ESTA PARROQUIA EN 23 DE ENERO DE 1350, REINANDO, EN CASTILLA PEDRO I EL JUSTICIERO; EN ARAGÓN D. PEDRO IV EL CEREMONIOSO; SIENDO OBISPO DE ESTA DIÓCESIS, D. HUGO DE FENOLLET, Y CURA DE LA MISMA IGLESIA D. PEDRO PERTUSA: EL CLERO Y FELIGRESES DE LA PARROQUIA, EN PRUEBA DE RELIGIOSIDAD, DE CARIÑO Y DE GRATITUD.

     La otra inscripción decía así:

EL CLERO Y FELIGRESES DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN ESTEBAN A SU ILUSTRE HIJO VICENTE FERRER, AMADO POR SU PUEBLO, QUE, EN LAS GUERRAS, PESTES Y CALAMIDADES PÚBLICAS Y PRIVADA, ENCUENTRA LA ESPERANZA Y LA SALUD EN SU PROTECCIÓN: SEA ENSEÑANZA PARA LOS SIGLOS VENIDEROS LA PIEDAD, QUE EL SANTO HA CONSERVADO DE SIGLO EN SIGLO EN EL PUEBLO DE VALENCIA.

     En la fachada de la plaza de las Moscas se cubrieron las paredes de mirto, formando vistosos templetes, dentro de los cuales había magníficos jarrones de adorno.

     En el arco de la puerta, y cubriendo un viejo y casi perdido lienzo, se pintó la siguiente inscripción:

BRILLA POR SU PALABRA EL CRISTIANISMO: JUDÍOS, MAHOMETANOS, HEREGES, PECADORES ESCUCHAN, APRENDEN Y VUELVEN DIOS: LOS PRÍNCIPES Y LOS PUEBLOS LE RESPETAN: SU JUSTICIA CONCEDE LA CORONA A FERNANDO I DE ARAGÓN: SU CELO SALVA A LOS NIÑOS HUÉRFANOS, BAJO EL AMPARO DE LA CARIDAD: SU INGENIO PROPAGA LAS LUCES, LAS CIENCIAS Y LA CIVILIZACIÓN, CONTRUYENDO LA CREACIÓN DE ESTA UNIVERSIDAD: MURIÓ VICENTE EN EL SEÑOR EN 5 DE ABRIL DE 1419.(15)

     Cubría todo el ámbito de la entrada un elegante toldo de colores, con franjas de plata y oro, formando un bellísimo atrio desde la plaza hasta el arco de la puerta. Las flámulas destinadas para la iluminación imitaban a jarros de bronce: la torre estaba decorada con una gran bandera, con las palabras célebres del Santo Apóstol: Timete Deum, y las campanas, hermosamente plateadas, a espensas del Sr. canónigo D. José Ortiz y Pérez. La iglesia estaba magníficamente adornada con multitud de arañas de cristal, nuevas y de esquisito gusto, colocadas bajo la dirección del adornista Vicente Puchades, premiado por esta obra y la del altar mayor, donde se veía un suntuoso pabellón de telas de seda, recamadas de oro y plata. Elevábase, entre fondo de plata, la imagen del Santa; y los intercolumnios laterales, las de San Luis Bertran y del Beato Nicolás Factor. Mil doscientas luces inundaron de claridad el templo al paso de la procesión general. Esta decoración interior fue sorprendente, admirable: la parroquia ha perpetuado con razón la memoria de estas fiestas, acuñando una medalla, que esplicaremos en su lugar y con infinitas obras de caridad, de que daremos noticia en otra parte.

     No concluiremos esta ligera descripción sin dejar consignado el hecho siguiente. El día 26 de Junio se hallaban diversos operarios trabajando en el adorno del templo; uno de ellos, llamado Juan Báguena y Fenollosa se hallaba precisamente sobre la cornisa de la iglesia y encima de la que se destaca sobre el arco de la capilla, en que está la pila de San Vicente. De repente, pues, y sin que precediera incidente alguno, se desprende un gran trozo de la cornisa bajo los pies del operario. La masa de escombros se precipitó con fragor y al caer rompió un ángulo de una de las gradas de mármol, que dan subida a la capilla. ¿Y el operario? Admiraos: cayó en toda su longitud, de espaldas a la pared; pero se quedó apoyado sobre ambos codos en los dos estremos del trozo de cornisa, que se acababa de demoler. Un grito de terror sucedió a esta caída, veíasele pálido, vacilante, tembloroso, suspenso entre la bóveda y el pavimento, y recelando que su peso derribara los puntos en que se apoyaba. Acudió otro operario, llamado Rafael González; y a pesar de la dificultad de sostener el peso de aquel cuerpo, casi exánime y con peligro de rodar los dos, hizo un esfuerzo supremo y le levantó y le dejó desmayado sobre la cornisa. ¡Dios sólo sabe lo que el infeliz caído debió sufrir! Esto sucedió a la vista de muchos testigos: nosotros examinamos los escombros; medimos la altura. ¡Allí intervino la Providencia! Vicente salvó al desgraciado.

     En la plaza del Cementerio y bajo un toldo conveniente se hallaba la grande escena, que representa el bautizo del Santo, conocida con el nombre de Los Bultos, a cargo del colegio de escribanos.

     Saliendo fuera de la carrera de la procesión visitamos la iglesia parroquial de San Pedro Mártir y San Nicolás Obispo, de la que fue rector el Papa Calixto III, que canonizó a San Vicente. La fachada esterior se adornó para memoria con la siguiente inscripción:

LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN PEDRO MÁRTIR Y SAN NICOLÁS OBISPO A CALIXTO III, PONT. MÁX., ANTES ALFONSO DE BORJA; VALENCIANO, RECTOR DE ESTA IGLESIA EN 1420, OBISPO DE VALENCIA EN 1429, CARDENAL DE LA SANTA IGLESIA ROMANA EN 1444, Y SUMO PONTÍFICE EN 1455: EN EL CUARTO CENTENAR DE SAN VICENTE FERRER, A QUIEN CANONIZÓ EN 29 DE JUNIO DE 1455. AÑO 1855.(16)

     Se ha perpetuado además esta cuarta festividad secular con un cuadro, pintado por D. Vicente Castelló, representando al papa Calixto en el acto de entregar la bula de la canonización a los peticionarios valencianos.

     La fachada de la casa-hospicio de nuestra Sra. de la Misericordia se hallaba adornada con un vistoso lienzo de mirto, con dos arcos pequeños laterales que cerraban las salidas de los dos callejones contiguos. Algunos vasos de colores completaban esta decoración, digna de un establecimiento modelo por su caridad, su disciplina, su aseo y su escelente régimen administrativo. Sencillo, pero lindo, era el adorno de la contigua parroquia de San Miguel. Su clero no pudo hacer más.

     Los doce devotos de San Vicente del Palau adornaron la fachada de la casa-confitería de la plaza del Arzobispo, esquina a la calle del Palau, colocando entre ricas telas de seda y raso la imagen del Santo, en memoria de haber sido éste uno de los puntos que con frecuencia escogía el Apóstol valenciano para dirigir sus instrucciones al pueblo que le seguía.

     La gigantesca imagen de San Cristóbal, colocada sobre un carretón de artillería en el centro de la calle de la Corona, donde está su ermita, dejaba admirar bajo un toldo, formando una capilla, las estensas proporciones de su escultura, iluminadas por la noche con algunos faroles. Su ropage era nuevo, y estaba vestido con propiedad y buen gusto en los colores.

     El colegio de Niños huérfanos de San Vicente Ferrer, recuerdo el más bello de la ilustrada caridad del Santo, ofrecía la novedad de su nueva iglesia, que era el más digno de los objetos de ornato religioso, y después decorada la fachada del nuevo templo y la de la puerta principal del colegio, con elegantes dibujos de mirto, con vasos de colores. En el centro de la plaza había una columna. trasparente y giratoria de lindísimo efecto por su iluminación, que atraía por las noches una numerosa concurrencia, deseosa de gozar de aquel espectáculo y de la música.

     El colegio de cereros y confiteros adornó la fachada de su casa-colegio, situada en la calle de San Vicente, estramuros, con ricas colgaduras y abundante iluminación.

     La fachada del huerto de Ensèndra tenía también su adorno especial que mereció ser visitado y admirado.

     Tales fueron en globo los adornos públicos y particulares que pudimos observar en diferentes puntos. En todos ellos notamos en general una sencillez elegante; y donde quiera fue de ver la afluencia de gentes que en unas tardes apacibles, bajo un cielo azul, y respirando un aire tibio y perfumado iban de espectáculo en espectáculo, admirando no sólo los objetos que se esponían al público, sino la rapidez con que se habían egecutado.

     Si desde el centro de las plazas y calles subíais a la alto de una azotea, sorprendían vuestra vista las caprichosas banderas que flotaban en lo más elevado de las torres parroquiales, meciéndose sobre sus cruces de hierro, ora pegadas a los mástiles, ora cerniéndose por el soplo de una brisa y ora ondeando ligeras al impulso de una ráfaga más fuerte arrojada desde la superficie del vecino mar. Descollaba sobre tantas torres, parecidas a los minaretos del Oriente, el coloso del Miguelete, cuyo ancho cuerpo, sin cabeza, se destacaba sobre el fondo azul del horizonte, como el genio gigante que recuerda la historia patria. Cuelga de su cintura la ciudad, y aquellos días estaba hermoso con las banderas que ostentaba en la elevada región de su altura. De noche, sobre todo, era mágico el espectáculo de esas moles de piedra, cubiertas de sombras, hasta los arcos de las campanas, y que escondiendo invisibles sus cabezas en el seno de la oscuridad, mostraban, como suspendidas en el aire, numerosas luces de colores cuyo brillo ocultaba con frecuencia la tela de las banderas, como velos perdidos de un genio misterioso. Durante el vuelo de las campanas, veíanse éstas girar sobre sí mismas a través de la iluminación interior de las torres, como las caprichosas figuras de un sueño de fantasmas, sujetas a una mano invisible, que las hacia arrojar al viento esos sonidos, ya melancólicos, ya alegres, ya agudos, ya sonoros; pero siempre gratos.

     ¿Os parece que en esta descripción entra una buena parte de poesía? Así parece; pero cuantos lo vieron, se esplicarían mejor, si todos hubieran estudiado, más que nosotros, el lenguaje de los trovadores.

     Falta deciros, que por la noche y hora de las nueve, se disparó en la Alameda vieja una doble cuerda de fuegos artificiales, con gran número de cohetes voladores o borrachos, satisfaciendo así la afición de la multitud de personas, para quienes este espectáculo tenía un irresistible atractivo. La gente gozó y la halló bien hubo espectáculos para todos.

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