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Fiestas que en el siglo IV de la canonización de San Vicente Ferrer se celebraron en Valencia

Vicente Boix



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Introducción

     Vamos a dar comienzo a la relación de las fiestas, con que Valencia ha celebrado el siglo cuarto de la canonización de su ilustre hijo, y especial patrono SAN VICENTE FERRER. Poco interés inspirará sin duda la lectura de esta obra en medio de los multiplicados y graves acontecimientos que llaman de continuo la atención, no sólo de los hombres pensadores sino de todas las clases también que forman la generación actual. Pero el honroso oficio de Cronista nos impone el deber de conservar la memoria de estas fiestas; y la posteridad no desdeñará tal vez ocuparse de ellas, siquiera para tener una idea de lo que hemos sido, y de lo que somos, en medio de las grandes catástrofes que estamos presenciando. Esta relación indica el carácter de nuestras costumbres actuales; y su estudio no dejará de escitar al menos la curiosidad de nuestros venideros. ¿Serán ellos más felices que nosotros? ¿Su condición social será mejor que la nuestra? Difícil es fijar la solución a estas cuestiones; pero cualquiera que sea su existencia política, no podrán menos de reconocer que nuestra generación, sacudida cien veces por tantos y tan contrarios movimientos, ha servido de periodo de transición entre la inalterable raza española del siglo diez y ocho, y la que dará su nombre al siglo veinte. La nuestra, que ha visto a los reyes arrojar sus coronas por las ventanas de sus palacios, para huir avergonzados entre los silbidos de la muchedumbre; que ha visto alzarse y caer al hombre más colosal de cuantos ofrece la historia del mundo y, dispersando al aire todas las antiguas monarquías de Europa, grabar en los muros de los viejos e inaccesibles alcázares de las más grandes familias de la tierra, el nombre nuevo de Napoleón el Grande; que ha oído en todas partes, en los cónclaves de los cardenales, en los consejos de los gobiernos, en.las tribunas de los parlamentos, en los clubs del revolucionario, y en la prensa, y en las plazas públicas y en el hogar doméstico, la confusión de las ideas de todos los tiempos, la anarquía de los principios, y la historia invertida de todas las épocas y de todos los pueblos, sin poder fijar por eso la verdad que busca, y el bienestar que necesita; y que, atraída en fin por tantos gritos que llaman su atención hacia mil puntos a la vez, no sabe distinguir al que la ofrece desnuda la razón; nuestra generación, repetimos, que esto ha presenciado, y que sufre tanto, no deja de ser digna de respeto por sus hechos y por sus infortunios. Su mismo saber la ha dañado; y lleva sus lágrimas en la megilla a través de los admirables progresos que ha debido a sus mismos descubrimientos, científicos.

     Valencia, cuya importante figura se destaca también en el gran cuadro histórico de España durante el tiempo que contamos del siglo XIX, ha pasado por la mismas vicisitudes que han agitado a los demás pueblos europeos; y ha derramado a torrentes su sangre, sus lágrimas y sus tesoros. Se dispertó en 1808 al grito de una guerra universal; luchó con las huestes del primer guerrero de los tiempos modernos; escuchó el paso silencioso de sus hijos que marchaban prisioneros a Francia; vio con júbilo la fuga del águila francesa en 1814; tembló al escuchar las palabras de su rey Fernando VII, que debía olvidar los sufrimientos y hollar las grandes huesas en que yacían millares de sus defensores, para abrir el año 1820; rodeó el cadalso de la Rosa, Calatrava, Rongel y Bertran de Lis, y asistió después a la última agonía del general. Elio, arrojado a las tablas del patíbulo; escuchó el desorden reaccionario de 1823; vio con horror establecido el tribunal de la fe, recuerdo vergonzante de la inquisición; arrastró una vida anómala y violenta por espacio de diez años, para armarse en 1854 sobre el sepulcro de su monarca D. Fernando; vigiló, luchó, sufrió y prodigo sangre y riquezas durante la guerra civil, entre los sangrientos combate del áspero maestrazgo, y las escenas no menos sangrientas de las represalias que conmovieron la vida interior de la capital; vio alejarse con indiferencia en 1840 a una reina que huía de los cantares de un pueblo; se revolvió en 1843; zozobró en 1848, y calló hasta 1854, en que el grito de la revolución lanzado desde el Manzanares, vino precediendo al soplo destructor de una terrible epidemia.

     ¿Y Valencia ha podido celebrar tranquila y alegre estas fiestas seculares? Así es en verdad: París se divierte y los hijos de Francia mueren a millares lejos de su pais sobre los horribles campos de Crimea. Valencia ha tenido sus fiestas. ¿No habia llorado bastante? ¿No le quedaba que llorar? Mucha parte de sus flores se agostaron en seguida por el aliento mortífero de la epidemia, que sentada sobre los sepulcros de las víctimas del año anterior, esperaba que se apagase la última voz de las fiestas para dejar escuchar los gemidos de los apestados, repitiendo sus golpes, no fatigada todavía de su aparición en 1834 y su resurrección en 1854.

     Y tranquila, reposada, risueña y casi feliz, Valencia ha obsequiado a su patrono, sin volver la vista atrás y sin levantar el velo del porvenir; entre las ruinas de ayer y los temores de mañana; sin lamentar una desgracia; sin escuchar un insulto; sin presenciar un crimen en una población, que la afluencia de forasteros aumentó de una manera asombrosa. Contemos, pues, lo que ha sucedido; así honraremos la memoria de los que han intervenido en este gran suceso secular; y daremos a conocer a la posteridad lo que vale nuestra Valencia, lo mismo en el campo de la política, de la guerra y de la industria, que en el del gusto y la civilización abierto en sus festivas y célebres solemnidades cívicas y religiosas.

     Nosotros, que hemos escrito la historia de sus vicisitudes y desgracias, cumplimos también una parte de nuestra misión, formando la de sus alegrías. ¡Ojala no tuviéramos que lamentar ya más sobre ruinas! ¡ojalá pudiéramos entonar en adelante otros y otros cánticos de júbilo en loor de nuestra bella Valencia! Mientras tales son nuestros deseos y nuestros votos sinceros, procuremos cerrar los oídos al espantoso rumor que se escucha en todos los ángulos del mundo; y distrayendo un momento la atención de cuanto se prepara en todas partes, reservado sólo hasta ahora a los designios de la Providencia, recordemos los obsequios que Valencia ha dirigido a su adorado hijo SAN VICENTE FERRER en el siglo cuarto de su canonización.

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