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Capítulo I

San Vicente Ferrer

     A historia del cristianismo presenta en cada una de sus páginas la memoria veneranda, no sólo de aquellos hombres respetables, a quienes las calamidades y la corrupción de los siglos que alcanzaron, les conducían a la soledad, para buscar en el silencio la paz del alma, y la tranquilidad de la virtud; sino la de otros también que, superiores a sus contemporáneos, marearon la senda de la civilización, llevando en la mano la cruz, en el corazón la caridad y en los labios las palabras de la sabiduría y de la persuasión. Cada época ha tenido sus héroes; cada desgracia un consolador. Durante los tiempos anárquicos del despotismo militar de Roma, los hombres pensadores del cristianismo y las almas virtuosas y sencillas, llenaron los desiertos de la Siria y de la Tebaida: la lengua romana hacia oír las alabanzas del Señor en el seno de aquellas vastas soledades; y las sombras de Antonio, de Pacomio, de San Juan Clímaco y de otros mil, derramaban torrentes de luz, de caridad y de dulzura en las profundas guaridas a que se habían acogido, mientras el imperio romano, carcomido por la crápula, el vicio y la tiranía exhalaba sus prolongados gemidos entre las acometidas rudas de los bárbaros y los alaridos del pueblo que moría esclavo, pero alegre en la arena de los circos.

     Al caer desplomado ese imperio que había conquistado el mundo y se había apropiado los dioses y los vicios de los pueblos conocidos hasta entonces, el Oriente se sentó para escuchar el fragor, con que el Occidente temblaba al paso de Alarico, de Atila y Teodorico, cuyas hordas arrancaron hasta los cimientos del vasto sepulcro en que yacían las generaciones pasadas, arrojaron al viento sus cenizas y se embriagaron y tendieron sobre sus ruinas. El suelo de Europa fue sulcado por sus carros de batalla; un diluvio de sangre ahogó los restos del mundo antiguo. La fuerza brutal se constituyó en centinela del inmenso osario que acababa de abrir; pero el cristianismo le hizo frente; llamó a los pueblos que no osaban levantar la vista delante de sus dominadores de hierro; y Casiodoro primero, y después San Bernardo y San Bruno enseñaron la soledad de los bosques, como único asilo para pensar, para vivir y para salvar el corazón. Y los pueblos se alegraron; y la edad media, envuelta en tantas sombras, respiró por la palabra de tantos santos, que hablaron el lenguaje de la caridad y de la razón. Domingo de Guzmán y Francisco de Asís alientan con su presencia y con su egemplo a los moradores de los pueblos, fatigados por siglos de combates; y la caridad abre los hospicios; cada dolor halla un consuelo; se multiplican las institución religiosas, a medida que crecen las necesidades. El sacerdote cristiano suple lo que no sabían hacer los reyes; la tiranía no se curaba de los lamentos que arrancaba a sus víctimas, pero la religión abría para ellos numerosos asilos. Luchaba con los poderosas y levantaba a los esclavos. No era esto digno del testamento de Jesucristo? No se cumplía así con los preceptos del Señor? Los reyes amenazaban, peleaban, destruían, pero la religión venia en pos, para reparar los inmensos estragos que su dominación dejaba por todas partes. La religión provocó las cruzadas. así se acallaron los odios eternos de las sangrientas rivalidades monárquicas; se miro a los pueblos como un elemento necesario; el peligro unió al señor con el vasallo; el peligro creó las órdenes militares, consagradas a la defensa del débil; se contuvo el poder gigante de la raza árabe que, si hubiera avanzado en aquella época sobre la Europa, hubiera sido la Europa una vasta región musulmana; se creó el comercio; se dio vida a la industria y a la navegación; en una palabra, principió por las cruzadas la verdadera civilización de Europa. Las cruzadas hicieron dar un gran paso hacia la libertad del espíritu, un gran progreso hacia ideas más amplias y más libres. El Egipto y Constantinopla vinieron a ser las fuentes de nuestros conocimientos: aquel relativamente a las ciencias naturales y exactas, y sobre todo en la medicina, pues prestó a los árabes el tratamiento de ciertas enfermedades y específicos misteriosos; y Constantinopla, por lo que toca a las artes. Algunos cruzados introdujeron en Europa preciosos manuscritos árabes, griegos y siríacos, y con esto comenzó a manifestarse tina fuerte tendencia hacia el estudio, la instrucción y los descubrimientos útiles, se honró el talento, y no se hizo ya un alarde de ignorancia, como de tina noble cualidad; los romances caballerescos de los trovadores dieron nueva vida a la poesía, y hasta los grandes la cultivaron; en suma, las relación es continuas entre los pueblos que siempre habían estado separados, y el mutuo cambio de conocimientos, contribuyeron al desarrollo de las luces y favorecieron la civilización general.

     El alma, pues, de estas célebres y ventajosas espedición es militares, fueron los ministros de la religión. Pedro el Ermitaño y Urbano II; San Bernardo de Claraval y Eugenio III, Urbano III, Gregorio VII, Inocencio III y Honorio III, Gregorio IX y Urbano IV, confunden sus recuerdos con los primeros hombres de aquellos siglos Felipe I de Francia, Godofredo de Bouillon, Esteban de Blois y Huberto de Flandes, Raimundo de Tolosa, Conrado III de Alemania, Nuredino, Soldan de Alepo, Felipe Augusto, Ricardo (Corazón de León), Federico Barbarroja, Guido de Lusiñan, Saladino, Soldan de Egipto, MalekAdel, su hermano; dándolo, dux de Venecia, Tancredo, San Luis y otros cien héroes de la antigua caballería. Así se abría el camino a los grandes cambios políticos que de siglo en siglo debían transformar la existencia social de Europa. En el siglo XII se crea en Francia el establecimiento de los Comunes, por Luis VI; la Inglaterra conquista la Irlanda por los esfuerzos de Enrique II; la Casa de Suabia da comienzo en Alemania a los grandes partidos de Güelfos y Gibelinos; se funda el reino de Portugal por Alfonso Enríquez; el reino de Sicilia por Rogerio. II;. cambia la constitución de Venecia; renace en Italia el derecho público, y se crean las órdenes de los hospitalarios de Jerusalén, de los caballeros de Malta, del Temple y de los Teutónicos. Este impulso sigue su movimiento en el siglo XIII, en que se tiende y afianza el poder real sobre el feudalismo, Y aparece el pueblo en los negocios públicos. Mientras se establece la Inquisición en Francia, publica la Inglaterra su carta magna, firmada por Juan SinTierra, y se levanta en Alemania la liga anseática, y el Aragón conquista la Sicilia. El siglo siguiente perfección a la nacionalidad; el pueblo adquiere mayor importancia en los negocios públicos, y se manifiesta el espíritu de emancipación y de libertad por medio de revueltas o de asociaciones. Castilla y Aragón celebran sus cortes venerandas; Francia reúne, al fin, sus estados generales; Rienzi hace oír en Roma la voz de los antiguos tribunos de la república de los Gracos; y mientras la Europa asiste al gran cisma religioso, los sabios lanzan al mundo el descubrimiento de la brújula y del papel de trapo, el uso de la pólvora, las armas de fuego, los cañones y el viso de las bombas; y en medio de tanto movimiento material e intelectual a la vez, gimió la Europa en el siglo XIII por el hambre y la peste, que diezmó sus pueblos de una manera tan rápida como espantosa.

     Tal era el siglo en que. nació nuestro ilustre paisano San Vicente Ferrer, enviado por la Providencia para representar las antiguas virtudes del cristianismo, y los adelantos de la inteligencia en la senda de la moralidad y de la civilización, y llevar la paz al seno de tantos pueblos, sedientos de reposo y de bienestar.

     Nació este gran bienhechor en Valencia en 23 de Enero de 1350 en la que es ahora capilla, situada en la calle del Mar, esquina a la de la Gloria(1). Fue hijo de Guillem Ferry de Constanza Miguel y Revert.

     Vicente nació en una de las épocas más turbulentas que ofrece nuestra historia patria.

     D. Pedro IV (el Ceremonioso) reinaba en Aragón, cuando por una disposición poco meditada de este monarca confió el gobierno general del reino a la infanta Doña Constanza, su hija primogénita, relevando de aquel cargo al infante D. Jaime, y manifestando de este modo que declaraba a la princesa sucesora en los estados de Aragón. Zaragoza se opuso a esta medida del soberano; y Valencia secundó el movimiento, formando aquella célebre coalición, que se conoce en la historia, con el renombre de Guerra de la Unión, que tuvo principio en 1341. Durante el largo período de esta lucha de Valencia con el rey, apareció en 1348 la terrible peste que se denominó Fuego de San Antonio, que causo en nuestro país estragos espantosos. La guerra de la Unión terminó con la entrada del rey D. Pedro en Valencia el día 10 de Diciembre de 1348, y con la sangrienta y cruel egecución de D. Juan Ruiz de Corella, D. Ramón Escorcia, D. Jaime de Romaní y D. Ponce Soler, decapitados en la plaza de la, Seo, o de la Constitución. Al día siguiente de la muerte de estos, fueron arrastrados y ahorcados doce artesanos; y en el mismo día murieron de una manera horrorosa otros seis individuos, a quienes dispuso el rey se diese de beber, fundida y ardiente, la campana que los coaligados tenían en la casa de la ciudad para llamar a sesiones públicas. El letrado Juan Sala, los caballeros Bernardo Redon y Blaseo de Suhera; los doctores Antonio Zapata y Juan Vesach, y los particulares Gonzalo de Roda, Guillem. Destorren, Vicente Solanes y Bernardo Tafino aumentaron las víctimas que las disensiones civiles arrojaron al cadalso. Esta sangre no mancilló por eso el manto de la libertad foral de Valencia: la infanta Doña Constanza fue separada del gobierno: los fueros se salvaron, humillando el amor propio del monarca.

     Tales fueron los acontecimientos que precedieron al nacimiento del gran pacificador de Valencia. El mismo día en que nació fue bautizado en la iglesia parroquial de San Esteban, llamada iglesia de Ntra. Sra. de las Virtudes, durante la permanencia en esta capital del famoso Ruy Diaz de Vivar, apellidado el Cid. Fueron sus padrinos(2) Ramón de Oblites, Jurado en cap o primero de los caballeros; Guillem de Espigol y Domingo Aragonés. Y la madrina fue Doña Ramoneta de Encarrós y de Vilaragut, señora de Rebollet, y de la villa y lugares que, por real privilegio, se denominan la villa y honor de Corbera, nobleascendiente del Excmo. Sr. marqués de Mirasol. Fue bautizado por el cura de la misma iglesia, llamado En-Perot (D. Pedro) Pertusa. A los siete años de su edad recibió ya Vicente las primeras órdenes, entrando pocos años después en la posesión de un beneficio en la iglesia de Santo Tomás Apóstol y capilla de Santa Ana. Estudioso, sencillo, de admirable comprensión y de, una aplicación prodigiosa, se dedicó desde muy niño a los estudios de la gramática, artes y teología, en que se distinguió estraordinariamente, atendidos los adelantos que estas ciencias tenían en aquella época, y al estado de guerra en que se encontraba Valencia en ese mismo tiempo. Era en 1363. D. Pedro I de Castilla, apellidado por unos el Cruel y por otros el Justiciero, declaró la guerra al de Aragón, y con la rapidez del águila invadió las costas de Guardamar, fondeó delante de Valencia y siguió por tierra su campaña hacia Cataluña. Volviendo, empero, sobre sus pasos cayó sobre Teruel, se apoderó de Segorbe y Almenara, y acampó en Murviedro, dominando desde este punto los pueblos de Chiva, Buñol, Macastre, Benaguacil, Liria y diferentes otros pueblos de nuestra huerta. En 24 de Mayo se presentó delante de Valencia y se alojó en el palacio del Real, cuya hermosa fachada de jaspe hizo quitar para trasladarla al alcázar de Sevilla. Mandaba en Valencia D. Pedro Boil, apellidado el caballero Sin-Paz, fundador de la suntuosa aula capitular, situada en los claustros del que fue convento de Santo Domingo. El rey D. Pedro de Aragón refiere en su misma crónica que no pudo contener las lágrimas al leer la descripción que, del estado lamentable de la capital, le hizo su obispo D. Vidal de Blanes.(3) La batalla del Puig que se dio en 29, de Abril, arrojó a los castellanos de nuestro territorio, dejando sangrientas huellas de su paso, pero valiendo a Valencia el título de Leal y el uso de la corona, que le concedió D. Pedro en premio de su bizarría y fidelidad.

     Tres años después de estos grandes acontecimientos, recibió Vicente el hábito de la orden de Predicadores en el convento de Santo Domingo, de manos de su prior el P. Fr. Berenguer Gelasio, contando 18 años de edad. Desde los primeros años do su retiro se dedicó a la meditación, al estudio y a la práctica de todas las virtudes, como los antiguos solitarios del Líbano y de la Tebaida, y como no puede apreciarse debidamente en este siglo de positivismo y de existencia maternal. Cuán poco se conoce en el día el encanto de la soledad religiosa! Quién encuentra hoy en el retiro la armonía dulcísima, que sólo era dado percibir a las almas privilegiadas, para quienes el tráfago del mundo es un perpetuo tormento! La sociedad actual exige imperiosamente la sonrisa en todos los labios, el halago en todas las miradas y la dulzura en todas las palabras, aunque sea preciso mentir: y en cambio nos prohíbe la publicidad del dolor y la comunicación de los sentimientos aflictivos. En el gran teatro actual, en que todos somos ya actores o comparsas, el público reclama siempre la alegría del semblante; ni aun queda el consuelo, de que el pobre actor se retire al hogar doméstico a llorar, porque hasta allí le persigue la sociedad. Y es que la vida doméstica se ha trasformado en vida pública; se vive en todas partes menos en el seno de la familia. Por eso no es fácil en el día comprender la calma que el claustro inspiraría al joven Vicente, cuando resuelto a continuar en la vida religiosa, renunció al beneficio en 27 de Abril de 1367, para pronunciar los votos solemnes en 6 de Febrero del siguiente año. Instruido en los estudios de filosofía y teología, apenas profesó, le encargaron la enseñanza de la lógica y filosofía en el convento mismo de Valencia, contando sólo 19 años de edad. Tres años desempeñó con lucimiento esta cátedra, en su propia patria, cuando, por orden de sus superiores, pasó a Lérida a continuar, la misma enseñanza, en Setiembre de 1370. Dos años después se trasladó a Barcelona, para estudiar sagrada escritura; curso que duró tres años, bajo la dirección de Fr. Bernardo Coll y Fr. Bernardo Castellet. En 1375 fue nombrado lector (catedrático) de la asignatura de física, y durante el año que desempeñó esta cátedra escribió un tratado, con el título De las Suposiciones dialécticas y otro de la naturaleza, del Universal. No ha llegado hasta nosotros resto alguno de estas obras; de modo que no podemos formar concepto de la estensión de conocimientos que poseía Vicente en aquella época en que las ciencias físicas se hallaban en su curia. Concluido el curso de física, volvió a Valencia, y apenas comenzó a dedicarse a la predicación recibió la orden de pasar a la universidad de Tolosa para estudiar más ampliamente la teología, y desde allí a París, donde recibió el grado de doctor. La fama de su elocuencia y del influjo que su palabra egercía donde quiera que se presentaba, llamó la atención de la corte de Roma, que le llamó para oírle; pero Vicente no pudo detenerse mucho en aquella capital, por las circunstancias que comenzó a travesar la Europa debidas al denominado gran cisma de Occidente, que principió con la elección del papa Urbano V en 4378 y concluyó en 1418. Durante este largo período de cuarenta años, la anarquía y la guerra civil asolaron la Italia: los concilios y los papas se sucedieron rápidamente hasta que el concilio de Basilea restituyó definitivamente la paz a la Iglesia, eligiendo a Nicolás V. De modo que San Vicente alcanzó en la época de su misión los tiempos más agitados que ha tenido Europa. La corona de Aragón acató constantemente la autoridad de los papas, que, desde Urbano VI se sucedieron en Aviñón, donde habían fijado su residencia, Urbano continuó en Roma, pero Clemente VII se trasladó a Francia. La Alemania, la Hungría, la Inglaterra, con Bohemia, Polonia, Dinamarca, Suecia, Flandes y casi toda la Italia obedecieron a Urbano; Francia, España, Escocia, Nápoles y Chipre se declararon por Clemente, a quien sucedió Pedro de Luna, con el nombre de Benedicto XIII; mientras a la muerte de Urbano eligieron en Roma a Bonifacio IX. Ambos papas se escomulgaron a la vez; Benedicto quiso transigir; pero la muerte de Bonifacio interrumpe los tratos de una avenencia: es elegido Inocencio VII, que vivió poco y le reemplazó Gregorio XII, y cuando todo parecía próximo a conciliarse, varios cardenales eligen un tercero con el nombre de Alejandro V, que muerto poco después en Bolonia da lugar a, la elección de Baltasar Costa, que tomó el nombre de Juan XXIII; de modo que existieron tres pontífices a la vez. El concilio de Constanza primeramente, y el de Basilea después terminaron este gran cisma, que causó grandes estragos en el mundo católico.

     Retirado Vicente a Valencia, se ordenó de presbítero, cumplidos ya los 30 años de su edad. Desde entonces dio comienzo a su predicación con aquel éxito asombroso, cuya memoria no se ha perdido todavía; usando el lenguaje sencillo y natural del pueblo con pasmosa facilidad en un tiempo, en que la elocuencia tenia apenas representantes, era escuchado con aplauso y profunda admiración. Seguíanle las gentes, deseosas de aprender; el pueblo, víctima de eternas guerras, de infortunios sin cuento y de un malestar continuo, escuchaba sus palabras, porque hallaba en ellas su consuelo; y le amé, porque calmaba sus dolores. Donde quiera se hablaba de él; y los príncipes solicitaron su amistad y sus consejos. Doña María de Luna, duquesa de Montblanch y de Segorbe, muger del infante D. Martín, hijo del rey D. Pedro IV de Aragón, el conde de Jérica, el duque de Montblanch, senescal de Cataluña y primer condestable de Aragón, le dispensaron su más íntima confianza hasta el punto de que este príncipe le nombrara su albacea en unión con Nicolás de Proxita, señor de Almenara Galceran de Centelles y Jaime Escrivá.

     En medio de los trabajos del púlpito y de las consultas de todas clases a que tenía que satisfacer, el cabildo de Valencia y su Obispo D. Jaime de Aragón(4) le encargaron la cátedra magistral establecida en la iglesia catedral, que desempeñó por espacio de seis años. Deseosa Valencia de premiar los afanes de su ilustre hijo, le concedió un subsidio de 200 florines de oro, para costear el viage. y demás gastos que ocurrieron, con el objeto de recibir el grado de maestro en la universidad de Lérida, fundada por Don Jaime II y con decreto de Bonifacio VIII en 1300 para estudio general de la Corona de Aragón.

     Por este tiempo, se verificó el famoso robo de la judería, que tuvo lugar el día 9 de Julio de 1391, y no el 5 de Agosto, según afirma el P. Mariana. En el lugar que, ocupa hoy el Convento de monjas de San Cristóbal de la calle del Mar, existía desde antiguo un estenso bazar o almacenes de comercio, de la propiedad de diferentes casas de judíos opulentos.(5)

     Sus riquezas, habían escitado ya antes en Castilla la codicia de una buena parte de gente perdida, y este egemplo encontró imitadores en Valencia. Al efecto, y a pesar de las medidas adoptadas por los jurados, se reunieron en la plaza del Mercado algunos grupos. de muchachos, y desde allí se encaminaron a la plaza de la Higuera, hoy de Santa Tecla, gritando y amenazando. Algunos, más atrevidos, penetraron en los almacenes, donde hubieron de perecer a manos de los dueños, que se defendieron lo posible. El asalto fue entonces general, y derribadas las puertas saquearon y destruyeron los bazares, llevándose cuanto contenían, sin que pudiera impedirlo el duque de Montblanch, hermano del rey D. Juan I, que acudió a contener el motín a la cabeza de algunos caballeros.

     San Vicente acudió al consuelo de los judíos, a quienes redujo al cristianismo, continuando después su misión a Cataluña, adonde se dirigió, siguiendo como consejero y limosnero mayor al rey D. Juan. Muerto este príncipe en 1395, le sucedió el pacífico monarca D. Martín, pudiendo por esta circunstancia pasar el Santo a desempeñar el cargo que le confió el papa Benedicto XIII, que le llamó a Aviñón, elegido para confesor suyo. Dos años permaneció Vicente en aquella corte, sin que se pudiera conseguir de su humildad que admitiera los obispados de Lérida y de Valencia que se ofrecían con instancia.

     Ni su permanencia en la corte de un soberano, ni su trato con los reyes, cambiaron jamás la vida frugal que siguió constantemente. No comía carnes jamás; no desayunaba hasta después de medio día; comía sólo de un plato, aun en las mesas de los magnates; le leían, durante la comida, alguna lección de escritura; ayunaba todos los días, escepto el domingo, y su colación favorita era una lechuga: dormía vestido, teniendo por almohada una piedra o un egemplar de la Biblia,(6) y no escedía de cinco horas su descanso; por espacio de veintidós años caminó siempre a pie, recorriendo, en su misión apartadas distancias, y sólo admitió una cabalgadura humilde a los 58 años de edad, por no permitirle otra con una lacra que, se le abrió en una pierna. Cantaba la misa, acompañada de órgano y capilla de músicos, y en seguida predicaba. Era de mediana estatura, pero de hermoso talle; de voz clara, sonora y vibrante, y una mirada penetrante e inteligente; afable, tranquilo en su trato, su semblante revelaba siempre la suavidad de su espíritu. Encaneció muy pronto y quedó calvo. en su ancianidad.

     En 1399 dio principio el Santo a la predicación, que continuó sin interrupción hasta 1419 en que murió. La voz civilizadora y cristiana de Vicente precedió a las grandes trasformación es que cambiaron la faz de Europa en el siglo XV. En 1410 se descubre la pintura al óleo; y desde aquella fecha en adelante aparece la imprenta, la brújula, el grabada en cobre, la primera manufactura de seda, la primera operación del cálculo, el uso del álgebra y los grandes descubrimientos del Cabo de Buena Esperanza y la América. Durante el período de esta misión el cisma dividía la iglesia de Occidente: Juana d'Arc, llamada la doncella de Orleans, arrojaba de Francia a los ingleses; la Gran Bretaña se preparaba para la sangrienta guerra de las dos Rosas; los Husitas derramaban en Alemania la semilla, que debía reaparecer bajo la mano de Lutero; la corte de D. Juan II de Castilla aplaudía a su gran trovador Juan de Mena, en tanto que se aprestaba el patíbulo para el mayor favorito de aquellos tiempos D. Álvaro de Luna; y D. Martín de Aragón dejaba vacante y sin sucesión el trono de Jaime I. Vicente salió de Aviñón en compañía de Fr. Pedro de Moya, Fr. Jofré de Blanes, Fr. Juan de Alcoy y Fr. Pedro Cerdan. Recorrió la Cataluña, la Provenza, el Delfinado; predica en Marsella, cruza el Monferrato, y los ducados de Milán, Ferrara, Mántua, Módena y Parma, Cremona Mirandula, Bérgamo y Brescia. Se hizo oír en Génova y Pádua, y se detuvo cinco meses en la Saboya. Desde Saboya pasó a Francia, predicando en Chambery, Lyon, el ducado de Lorena, el Artois, y, desde Saint Omer regresó a Niza, donde se hallaba Benedictino XIII, y predicó la cuaresma en 1405 en Clermont. Pasó otra vez a Génova, y en este punto recibió la invitación del rey Enrique IV para pasar a la Gran Bretaña, dirigiéndose desde allí a Escocia, a instancias de Roberto III de la casa de Stuart, y últimamente a Irlanda.

     Concluida esta vasta peregrinación volvió a Valencia en 1406, donde, se detuvo algún tiempo, trasladándose en seguida al reino árabe de Granada, Sevilla, Écija, Toledo, Guadalajara, Vizcaya, Guipúzcoa, Galicia, y por Cataluña pasó a Perpiñán, para predicar a los padres del concilio que Benedicto XIII había convocado. Llamado por el rey D. Martín volvió a Barcelona, y después de una larga misión regresa a su país, donde en 1410 promovió la creación de esta universidad,(7) dando primer impulso a una de las escuelas más célebres de Europa.

     Vicente, que pasaba del estudio a la cátedra; de la oración al consejo; del claustro a los palacios y que se multiplicaba, digámoslo así, para acudir a las necesidades de las familias, y a la paz de los Pueblos, llevó a cabo también el grande, humanitario, y evangélico pensamiento de recoger los niños pobres que vagaban por la capital, huérfanos unos de padres cristianos y otros de mahometanos. La población de Valencia era numerosísima; porque además de la masa cristiana existían muchas, familias judías, numerosos esclavos africanos, y barrios enteros de musulmanes, que poblaban además la mayor parte de los lugares de la huerta.

     Escitando la caridad pública Vicente confió al principio los pobres huérfanos al cuidado de algunas piadosas mugeres, y a unos ermitaños o solitarios, llamados Beguines, que tenían su establecimiento junto al convento (hoy presidio) de San Agustín. Tal fue el principio del colegio imperial de Niños huérfanos de San Vicente Ferrer.

     Un año antes, esto es, en 1409, dio comienzo a la fundación del hospital general el P. Fr. Gilaberto Jofré, secretario que fue del Santo, religioso de la orden de Mercedarios y una de los ascendientes más ilustres de la casa de los condes de Alcudia. Así comunicaba el Santo a cuantos le oían y admiraban de cerca ese espíritu de caridad y de progreso, que se nota en sus escritos y sus acciones.

     Entretanto no descansaba el Santo en sus tareas de predicación; recorrió todo el antiguo reino de Valencia de villa en villa, y de aldea en aldea, recibiendo felicitación es de reyes, príncipes, obispos y cuerpos populares; y al penetrar otra vez en Castilla, salieron a recibirle de orden del rey, el adelantado D. Alonso Tenorio y D. Juan Hurtado de Mendoza, predicando con aplauso del monarca. Esta doctrina, les dijo en un sermón a los grandes, se dirige a vosotros, los de la corte del rey y de la reina, que por conservar la gracia de estos príncipes, obráis varias vejación es e injurias: y por eso mismo quiere Dios, que estos soberanos os aborrezcan.

     Hallábase en Salamanca, cuando en 1410 murió el rey Martín sin dejar sucesión a la corona, concluyendo en él la línea directa de los reyes naturales de Aragón, que había comenzado en 809 por Iñigo Arista, electo rey de Pamplona y de Sobrarbe, cuyo hijo García Iñiguez, casando con Doña Urraca, nieta y heredera de Galindo Aznar, conde de Aragón, unió su estado a la corona de Sobrarbe: su tercer nieto Ramiro I tomó el título de rey en 1034.

     Presentáronse al momento varios pretendientes, y Valencia, poco unida en esta cuestión, se dividió en dos partidos contrarios dirigidos por D. Pedro de Vilaragut y Don Bernaldo de Centelles. El primero, a quien representaba D. Berenguer Arnau de Bellera, apoyaba las pretensiones del conde de Urgel, y el segundo al infante D. Fernando de Castilla. Centelles, con sus parciales, abandonó la capital y se estableció en Paterna y allí formó la reunión o Parlamento de fuera; mientras Vilaragut y Bellera se fijaron en el palacio del real, y después en Vinaroz, y se llamó Parlamento de dentro. La suerte de las armas condujo más adelante al de fuera a la villa de Traiguera en 1411.

     Los representantes de los diferentes partidos que se formaron en los estados de Aragón se reunieron varias veces, sin poder llegar a un arreglo amistoso; y entonces fue cuando se creyó necesaria la intervención de Vicente Ferrer. El Santo consiguió de pronto que se, entendieran al fin los dos Parlamentos, de Valencia, y en Enero de 1419 se acordó que se eligiesen nueve jueces, tres por cada reino, los cuales deberian hallarse en la villa de Caspe en 29 de Marzo; y los estados aceptaron este acuerdo. Los jueces elegidos fueron D. Pedro Zagarriga, arzobispo de Tarragona, Domingo Ram, obispo de Huesca, Bonifacio Ferrer, gran dom de la cartuja, Guillem de Valseca, doctor en leyes, Vicente Ferrer, Berenguer de Bardaji, señor del lugar de Zaidí, Francisco Aranda, lego o donado del monasterio de Porta-Cli, Bernardo de Gualbes, doctor en ambos derechos, y Pedro Bertran, doctor en decretos. Llegado el día de la gran conferencia, y después de examinados los derechos que cada uno de los pretendientes alegaba para la adquisición de la corona, proclamaron los jueces al infante de Castilla D. Fernando, denominado de Antequera. Escluidas las hembras se presentaron como candidatos Luis, conde de Guisa, D. Alonso de Aragón, duque de Gandía, el conde de Urgel, D. Jaime de Aragón, D. Juan II de Castilla, D. Fadrique de Sicilia, y el que fue proclamado, D. Fernando de Antequera.

     Después de haber terminado Vicente esta cuestión de tanta importancia para la corona Aragonesa, se dirigió a Lérida, y de allí regresó a Valencia, donde fue recibido con la misma pompa que se dispensaba a los monarcas. En la historia antigua de nuestro país no se conoce otro personage, fuera de los príncipes, a quien más haya aplaudido el pueblo valenciano.

     En 1413 salió el Santo de Valencia en dirección a Mallorca, para no ver más a su querida patria. De aquella isla se trasladó a Tortosa, siguiendo durante dos años una correspondencia íntima con el rey Fernando. Predicó luego en Zaragoza, Calatayud, Daroca y Morella, donde conferenció con el rey y con Benedicto XIII sobre los medios de terminar el cisma. En Cataluña y Perpiñán recibió nuevas cartas del rey, y Vicente declaró la obediencia al concilio de Constanza, reconociendo en 1415 por nula la autoridad de Benedicto XIII.

     Vicente continuó su misión por el Langüedoc, la Borgoña, Bretaña y Normandía, llegando a Vannes a últimos de Febrero de 1417. Hizo su entrada pública el día 5 de Marzo, recibiéndole en procesión el obispo Mauricio de la Notte, al frente de su cabildo, con asistencia de Juan VI, duque le Bretaña. En Vannes enfermó por fin; los príncipes, los eclesiásticos y el pueblo todo sintió esta calamidad. Pero el sacerdote del Señor, el gran ministro del Evangelio, el bienhechor de la humanidad, el reformador de las costumbres y el padre de la patria, tranquilo, risueño, humilde, lleno de fe, de caridad, de unción y de bendición es murió en el Señor entre tres y cuatro de la tarde del día 5 de Abril de 1419, a la edad de 69 años, dos meses y trece días.

     Cuántos monumentos ha levantado la adulación o la cobardía a hombres, no solamente inferiores al Santo de Valencia, sino manchados también con sangre del pobre o con las lágrimas de los pueblos! No puede contarse Vicente, entre los más insignes bienhechores de la humanidad, aun considerándole fuera del circulo de su vida ascética y penitente y de la altísima esfera de su oración y sus prodigios? Qué circunstancia faltó a su útil y benéfica existencia, para ser reputado entre los más distinguidos personages que han honrado la virtud? Es estraño por consiguiente que en cada pueblo, en cada templo y en cada hogar distingáis la imagen de este Santo tutelar a quien invoca el Pobre, el rico, el grande, el pequeño, la madre, el huérfano y el desgraciado? Permitid donde quiera los retratos de los grandes destructores de los pueblos, llamados conquistadores; pero dejad también que la desgracia, la gratitud, el amor o la aflicción invoquen en el silencio la memoria de esos pacíficos héroes, a quienes sólo ha faltado para ser grandes, según la vanidad humana, un monte de huesos destrozados para escabel, un vasto sepulcro por, trono, y los alaridos de mil pueblos degollados, por ecos de sus victorias.

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