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Capítulo III

Siglo IV de la canonización de San Vicente Ferrer.-Circunstancias difíciles que precedieron a su celebración.

     Una de las circunstancias que quisiéramos poseer en este momento era la de tener el ánimo suficientemente tranquilo y no percibir el tumultuoso rumor de guerra y de convulsiones políticas, que se escucha al rededor de nosotros, para dar comienzo a la relación de las fiestas del cuarto centenar, contestando a una epístola, con que el cronista de las del siglo tercero encabeza su obra voluminosa. Invoca en ella el pacífico historiador la indulgencia de compañerismo del que haya de escribir la festividad secular del siglo diez y nueve, para que éste a su vez la encuentre en el del siglo veinte. Hénos aquí, pues, llamados a cumplir este encargo del R. P. Tomás Soriano, de la Compañía de Jesús; y ciertamente que no esperábamos el caso honroso de representar a tan piadoso y apacible escritor. Por nuestra parte no sólo hemos leído sus memorias con fraternal indulgencia, que desde luego invocamos nosotros con mucho mayor motivo. por nuestra insuficiencia y pequeñez, sino que hemos admirado y envidiado también y deseáramos estender sobre esta memoria el colorido suave de apacible sencillez, que hermosea la obra de nuestro antecesor. Inferiores a él en unción, en virtud y en carácter bonancible, escribimos como se escribe y como se vive en el día; marchando por caminos de hierro; tropezando enlos teatros, en los paseos y en las calles con la sociedad entera, que se lanza fuera del hogar doméstico, para ocuparse de la cosa pública; y gastando con afan la mísera existencia sobre la tierra, para llegar ciegamente al día de mañana, no contentos jamás con el día de hoy, y contando el de ayer, como una época de la más remota antigüedad. Poco favorables son por cierto estas condición es para escribír meditando; y escribir, sobre todo, sobre un asunto alegre y en un país tan bello, tan poético y tan inspirador como el de Valencia.

     Ni aun nos queda el consuelo de esperar que este pobre escrito llegue a las manos del historiador de las fiestas seculares del siglo XX: son tantas las vicisitudes que sufre el nuestro, tan sombría es la perspectiva, que al menos por ahora se presenta, que no podemos asegurar cuáles serán las creencias, las opiniones y las situación polítíca de nuestro sucesor. Cualesquiera que sean, apelamos sin embargo a su buen juicio, y para seguir el egemplo del P. Soriano, nos permitiremos dirigirle tarribien nuestra epístola de confianza, para que conozca al menos las circunstancias difíciles que han precedido a estas últimas fiestas, pero de tal modo que nuestra relación esté conforme en lo posible con lo que la historia política le dará mejor a entender.



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Al historiador de las fiestas seculares del siglo V de la canonización de San Vicente Ferrer.

El cronista del siglo IV

     Mi futuro amigo: Cumplo con el honroso cargo de mi antecesor el. R. P. Tomás Soriano, trasladando su buena memoria a tu cariño (perdóname esta franqueza de hermano); por si no llega a tus manos la obra que escribió, lo cual no seria imposible. De este modo habremos estrechado una estraña amistad de doscientos años, tres personas que no se han conocido; una desde el fondo de su ignorado sepulcro, otra cuyo nacimierito está reservado a los tiempos y otra que se ha encargado de unir lo pasado al porvenir. ¿Quién serás tú, mi respetado amigo? ¿Tu siglo seguirá las huellas del nuestro, y celebrará como nosotros la quinta fiesta secular de San Vicente? ¿Será una nuestra opinión religiosa, una nuestra tendencia política? ¿Qué seréis vosotros entonces? ¿Os llamaréis españoles y valencianos? ¿Conservaréis nuestra fe, y algun respeto a nuestra historia actual? ¿Os pareceremos bárbaros, o impíos, o fanáticos, o destructores, o civilizadores, buenos o malos? ¿Tendréis nuestros mismos u, otros mejores templos? En fin, futuro amigo, ¿seréis más felices o más desgraciados que nosotros? ¿Nos habréis adelantado, en el saber, o estaréis más atrasados que nosotros? He aquí unas preguntas, cuya contestación me es sensible no poder recibir, aunque me llamaran el Matusalén o el Enoch del siglo XIX, y tuviera una barba más luenga y blanca que los viejos magos de los árabes cuentos.

     No soy tan egoista, amigo mío, que llegue a serme indiferente la suerte tuya y la de tus contemporáneos; pero ya que no me será dado saber, ni aun presumir cuál sea vuestra fortuna, te referiré sin embargo la nuestra, para que te rías, si es mejor que la de vuestro tiempo, o nos tengas compasión, si sois más bienaventurados.

     Para que sepas desde luego quién soy, te diré que en ninguna parte me puedes conocer mejor que leyendo, si llegan hasta ahí, mis pésimas obras en prosa y verso, con que he ayudado a desacreditar la literatura de la época actual; que he sido revolucionario, y conspirador y periodista, y he sido todo lo que quieras, menos cosa buena. Merezco los muchos enemigos que tengo; porque no soy digno de aspirar al aprecio y menos a la consideración de mis contemporáneos. Lo único en que no cedo a nadie, es en el amor a Valencia, cuyas glorias, ya en verso ya en prosa, he contado, en multitud de escritos; y mi sentimiento es ver actualmente a nuestra bella capital aherrojada en su existencia material al impulso que le quiere imprimir la villa de Madrid, cuya dominación absoluta y muchas veces, corruptora va devorando silenciosamente la vida de los demás pueblos de la península.. Pero estas son cuentas que en estos momentos se están liquidando; y la historia te dirá el resultado.

     Sepas, empero, lo que conviene saber por ahora, ya que, conociéndome, debes tener confianza en mi narración imparcial. Entremos en materia.

     En otra parte de este escrito hallarás trazada a grandes rasgos la historia de los sucesos principales, que ha atravesado hasta el día nuestra patria; pero es preciso que con respecto al año 1854 y la mitad del presente 1855, época de la festividad centenaria, tengas una idea más completa, para que comprendas cuán difícil se presentaba la celebración de fiestas, y cuantas dificultades ha sido necesario superar para que llegaran a realizarse.

     Leerás también en la historia del reinado de Doña Isabel II, entre innumerables vicisitudes políticas, el terrible drama que principió en Julio de 1854. Fue precisa una revolución sangrienta para derribar el arraigado poder, de que disponían los anteriores consejeros de la corona. Se derramó sangre de valientes en los campos de Vicálvaro; sangre también de hermanos en las calles de Madrid; la madre de la Reina huía temblando de las iras del pueblo, levantado en masa contra ella, para buscar un asilo en país estrangero; la España se fraccionó en provincias, y se conmovió hasta sus más profundos cimientos, de cuya convulsión no se ha librado todavia en los momentos en que te escribo. El erario se había encontrado exhausto, y la terrible epidemia del cólera empezaba a devastar diferentes zonas de la Península.

     Como debes suponer, no fue Valencia la que menos parte tomó en estos acontecimientos. Murmuró, se indignó, se levantó y se armó: pero se habia apenas establecido el nuevo gobierno, y escasamente habia trascurrido un mes, desde que se oyó en Manzanares el primer grito de la revolución, cuando la epidemia, a que nosotros hemos dado el nombre de cólera-morbo-asiático, principió a fines de Agosto a mostrar su lívida megilla bajo el hermoso azul de este cielo tan puro y trasparente. De día en día fue redoblando sus golpes destructores; y hubieras temblado al contemplar la precipitada emigración de numerosas familias, que huían del vasto cementerio que se abría a sus pies. Veíanse donde quiera casas y habitaciones cerradas; las calles desiertas; la atmósfera nebulosa, y derramando un calor sofocante; los facultativos corriendo en varias direcciones; los eclesiásticos llevando misteriosamente los sacramentos a los lechos de los moribundos; vigilantes y activas las autoridades; hogueras durante las noches para desinfectar el aire; literas o parihuelas cerradas conduciendo a los hospitales a los pobres enfermos; y sobre todo esto era mucho más terrible el espectáculo de centenares de jornaleros y artesanos sin trabajo, hambrientos, ociosos, avergonzados, pero resignados y pacíficos recoger la limosna diaria, con, que la caridad pública y los esfuerzos de autoridades y celosos patricios procuraban socorrerles. Marcábase en todos los semblantes un terror ostensible, que nada bastaba a ocultar; y no faltó un amago de trastorno político y religioso a la vez por la imprudencia de un sacerdote poco cauto, que se presentó amenazando con las iras del Señor, como un antiguo profeta, sin calcular los peligros que su imprevisión podía ocasionar, y sin estudiar la diferencia de los tiempos y de las circunstancias.

     En el mes de Noviembre respiró Valencia, y acabó de contar el año 1854, sino tranquila, reposada al menos de los golpes con que durante cuatro meses habia sentido maltratado su corazón.

     Durante este tiempo Inglaterra y Francia se hallaban ya empeñadas en la lucha de gigantes que sostienen en las regiones de oriente contra los hijos de Rurick, procurando destruir el estenso pedestal de granito, que parece sostener al imperio moscovita. El antiguo ponto Euxino, o mar Negro, ha ido devorando a millares a las intrépidas la república romana ha procurado y casi ha conseguido ya doblegar al oriente. Los alaridos de muerte que allá en aquellas regiones lanzan los combatientes conmueven a todo el mundo; los ecos de sus cañones hacen retemblar a todos los pueblos y a todos los tronos, porque todos ignoran su porvenir.

     El año 1855 se presentó a Valencia cubierto con el mismo manto negro que le había legado el anterior: el ayuntamiento se quedó de súbito privado de los recursos, que le rendían los productos de las puertas. En tu tiempo, futuro amigo mío, acaso no existirán murallas que encierren a los ciudadanos como en un redil, y no sabrás tal vez el sistema de contribución que regía en nuestros tiempos, para tener la libertad de llevar a los mercados y al hogar doméstico lo que producían los campos y lo que conducía el mar a nuestras playas. Pero sepas, que sin esta contribución, nuestros antepasados construyeron inmensos palacios públicos y suntuosas catedrales. Pero, en fin, a falta de otros medios la autoridad municipal sacaba de éste los que eran suficientes para cubrir con sobras todas las obligaciones.

     ¿Cómo podía atender a la celebración de fiestas, cuando debía crecidas sumas a los que le habían facilitado recursos, para asegurar la subsistencia de los pobres en la epidemia anterior; y cuando le era indispensable añadir a su presupuesto, otro no menos grave del sostenimiento de sus ciudadanos armados? Lamentábase, además, la carestía en los víveres, la pérdida de la cosecha de seda, que amenazaba hundir otra vez en la miseria a millares de operarios; el temor de la reaparición de la epidemia; el aspecto político que se presentaba y sigue sombrío en toda Europa; y, en fin, donde quiera que volvíamos los ojos, no veíamos más que un malestar profundo, y más adelante un porvenir mucho más encapotado. Los particulares no se hallaban en mejor situación para responder al llamamiento de unas fiestas, cuando tantos motivos tenían para llorar. Se habían aumentado los tributos; se les exigía un anticipo voluntario o forzoso, pero que bajo cualquier concepto de los dos, era otro impuesto también; y ya ves que todo conspiraba para que los representantes del siglo XIX dejáramos olvidada la memoria de San Vicente Ferrer.

     A pesar, pues, de tanto cúmulo de dificultades, las fiestas se han celebrado, sin embargo, si no con la prodigalidad de oro y de riquezas que ostentaran los del siglo pasado, con el lujo, al menos, que un buen gusto ha revestido de cierto aparato y esplendidéz, como vas a leer en seguida.

     Te he dado noticia de las situaciones que hemos atravesado: si eres tú más desgraciado, te parecerán pocos nuestros males; y si eres más feliz, no comprenderás la estensión de nuestras amarguras. Dejaré, empero, detalladas todas estas fiestas seculares, para que nos escedais en pompa, si sois ricos; pero no os olvideis de socorrer a los pobres, que han sido nuestro objeto más sagrado.

     He cumplido con el encargo del P. Tornás Soriano; así tendrás memoria de él: no te recomiendo la mía, porque no vale tanto; pero bueno será que digas algo a tu sucesor del siglo XXI, si las cosas siguen el orden político y religioso que tienen en el día. Quisiera conocer, entre la multitud de niños que tropiezan conmigo en todas partes, al que debe ser tu abuelo; en este caso le haría algunas advertencias, que suplicaria las trasmitiese hasta su nieto; pero privado del don de conocimiento, que San Vicente tuvo al encontrará Calixto III envuelto en pañales, me veo en la triste necesidad de callar cosas, que no sentirías saber, para que fuera más íntima nuestra amistad.

     Adiós, pues, futuro historiador. No te deseo nuestros males, pero sí la tranquilidad y el orden que yo he observado en las pasadas fiestas; y si, como yo, recorres la capital mirando, anotando, y solazándote también, recuerda que nada existirá de este pobre escritor, que pide al cielo conceda a tu siglo la paz, de que no ha disfrutado el nuestro. Compadece nuestras desgracias; y sin afanarte por buscar mi sepulcro, honra con un recuerdo la fraternidad de tu muerto amigo

VICENTE BOIX.

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