Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Figuras que desaparecen: Alain

Ricardo Gullón



Retrato Alain





El filósofo francés Alain (Emile Chartier), que acaba de morir, pasados los ochenta años, deja en su país un grupo de discípulos cuyo fervor por la obra del maestro proclama claramente que su enseñanza les fue preciosa. Yo no sé si en España se lee mucho a Alain, pero los lectores que aquí le conocen entran todos en el tipo de los que él consideraba deseables: lectores que buscan en sus libros acaso más un método que una enseñanza; lectores que de él aprendieron la mejor lección, la lección de la libertad y el juicio no sometido a criterios de autoridad, porque tales criterios sólo sirven a quienes perezosamente se amparan en ellos para no ejercitar su facultad crítica, para no pensar por cuenta propia los problemas de toda índole que el mundo propone.

Alain enseña a ver en las cosas la perfección de los detalles y a apreciar esa perfección que muchos no saben distinguir ni menos valorar. Era una cabeza clara y tenía aptitud para establecer entre las ideas y las cosas relaciones iluminadoras, gracias a las cuales se esclarecían mutuamente.

Su curiosidad era grande y no limitada a problemas intelectuales o estéticos, y por eso, siquiera los estudiara con especial interés, se preocupó al mismo tiempo por cuantas cuestiones afectaban al hombre en su esencia y en su existencia. Inventó un tipo de artículo breve, el Propos, en donde con suma concentración de pensamiento y lenguaje aborda asuntos muy diversos. Escribió miles de propos, luego recogidos en libros que o bien se organizan alrededor de un tema único: Balzac, Dickens, la Educación, la Estética, la Economía, la Guerra..., o bien están compuestos, sin atenerse a un marco temático. La mayoría de sus obras son meras recopilaciones de propos, y aun las redactadas de un solo impulso conservan, por la fluida libertad del discurso, el aire de la más jugosa espontaneidad.

Este aspecto de cosa recién pensada y escrita en caliente se logra por la virtud que hace vivir a todas las improvisaciones, por la virtud de una larga observación fiel, que en un momento dado se derrama con el brío del relámpago y en el caso de Alain, con su brevedad también. Su palabra más espontánea tiene detrás el peso de la observación precedente, y sus análisis de problemas o de situaciones vienen cargados con el peso de las ideas que ella aporta.

Sorprende la facilidad con que Alain resuelve los problemas, pero lo que debe sorprendernos no es tanto la soltura con que se desplaza en busca de las soluciones como el vigor con que el pensamiento reacciona al abordar los problemas. Concentrada, como una reserva fabulosa de fuerza disponible para ser empleada en direcciones muy diversas, la meditación de Alain es la clave de la rapidez de su estilo, de esa marcha directamente dirigida a lo esencial que constituye la más notable característica de su pensamiento. Porque cuando empieza a andar está seguro del punto a donde se propone ir, su paso puede ser vivo y él apartar sin vacilación, no diré los obstáculos, sino más aún: los entretenimientos, las digresiones y cuanto fuera susceptible de distraerle.

Cuando Alain se inclina sobre su vida y sobre su alma, el resultado, lejos de una autobiografía al uso, es -y así se llama- una Historia de mis pensamientos. La vida, el pensamiento y la acción están tan íntimamente ligados que en realidad vivir es pensar y obrar, y el hombre -según este compatriota de Descartes- vive porque piensa y actúa. La pasión de juzgar bien, de conocer las cosas en sus dimensiones exactas y los sentimientos en su vibración precisa, exige la atención a los detalles que antes destacábamos y el análisis meticuloso de los fenómenos. En sus libros sobre Balzac o Dickens, o en sus Propos sobre literatura, observaremos que no trata de hacer crítica literaria, de establecer valoraciones respecto a obras o autores, sino de abandonarse al placer de la lectura, anotando sin preocupaciones sistemáticas reflexiones surgidas en el curso de ella.

Técnica arriesgada, pero cuando el lector es Alain y se apoya en una sólida estructura filosófica, en un conjunto de ideas que a modo de filigrana se revela bajo la aparente caprichosidad, de opiniones, dándoles cohesión y vigor, obtiene páginas admirables y libros como ese Con Balzac, que nos permite recorrer el complejísimo universo balzaciano de la mano de un guía que conoce todos los secretos, todas las encrucijadas, y en el momento preciso sabe decir la palabra reveladora. Sus observaciones, si no descubren precisamente lo que acaso estaba a la vista, por lo menos descubren su significación y hacen que lo veamos de distinta manera.

La curiosidad de Alain es inagotable y se orienta hacia lo concreto. Este racionalista nunca pierde de vista la realidad y su espíritu se nutre de alimentos terrestres. El hombre constituye el centro de sus observaciones y por consiguiente el de sus meditaciones, pues su entendimiento trabaja estimulado por los sentidos y para no sentirse desbordado por ellos ha de funcionar a pleno rendimiento, sobre la marcha y casi a marchas forzadas.

Esto explica la falta de sistema a que antes aludí y también la poca importancia que Alain atribuye al sistema cuando alguna vez lo erige. En el prólogo al Sistema de las Bellas Artes advierte que «no hay ningún inconveniente en tomar lo que sigue como una recopilación de artículos breves sobre las Bellas Artes y de tomarlos como ocasión para reflexionar sobre el tema sin atenerse al orden sistemático». Le importaba poner en movimiento el mecanismo de la reflexión, enfrentando al lector con las obras mismas o, mejor dicho, incitándole a que se enfrentara con ellas para observar cómo se ligan entre sí por oposiciones y diferencias. Su Sistema es un libro precioso y de mí sé decir que en pocos hallé tan útiles enseñanzas. Junto con las Veinte lecciones sobre las Bellas Artes constituye el mejor análisis contemporáneo de los fenómenos de la creación artística, a propósito de la imaginación creadora, como de la poesía, la música o la pintura, ¡qué riqueza y novedad en la anotación, en la sugerencia, en el hallazgo!

Si entre las artes Alain siente cierta preferencia por la arquitectura, la explicación es sencilla. Como buen racionalista, quiere reducir «los caprichos de la imaginación» y atenerse a lo sólido, a lo apoyado en la tierra. Las columnas griegas, dice, tuvieron felices proporciones porque no hicieron sino reemplazar a los troncos de los árboles. Y «esos techos puntiagudos que tanto admiramos en las viejas mansiones fueron dispuestos obedeciendo a necesidades impuestas por el viento, la lluvia y los materiales». Las líneas surgidas de esa necesidad le parecen las más bellas, porque a sus ojos el gran artista es, ante todo, un buen artesano.

Racionalismo y buen sentido. El hombre y las cosas hechas a su medida le atraen. En cambio, las vastas simas de lo oscuro, de lo turbio, de lo instintivo sepultada bajo siete capas de niebla, le causan irreprimible antipatía. Es curioso notar que, entre Kant y Goethe, éste le parece superior, «por las pasiones y las locuras de juventud» y «por la función», por haber sido ministro de un pequeño Estado «y sabido desempeñar seriamente trabajos menudos, aunque quedara muy por encima de ellos». El aspecto humano del personaje determina una predilección inimaginable si no supiéramos cuán decisivo se le antojaba el contacto con la naturaleza y con la vida en sus aspectos más cotidianos.

En los soñadores notaba «la falta de eficacia y de contacto con la tierra». Son gente que sólo conoce su persona y sus sueños. Prefería a los otros, los que llamaba «fuertes», anclados en el mundo y «cuyos pensamientos son frutos de la tierra». Por eso el verdadero poeta se le aparecía como poeta de «circunstancias», es decir, aprehendido por una situación cósmica que obliga a cantar. Alain miraba con desconfianza el ensueño e incluso creía que la reflexión «adelgaza las ideas». La invención, sea de un canto, de una curva, de un volumen, no nace «por el pensamiento contemplando o meditando, sino por la agitación del cuerpo humano que el más ligero roce pone en movimiento». De ese movimiento brota el imaginar, los cambios y, por consiguiente, las formas, el grito. La inspiración -y en esto su dictamen coincide con el de ilustres artistas- es movimiento, nace del movimiento y no de la reflexión. La imaginación tiene a sus ojos algo de excesivo y concluso que no resulta bello; la fuerza necesita purificarse.

La personalidad de Alain debía de ser muy fuerte cuando marcó con tanta fuerza a discípulos que distan mucho de no tenerla. Su ascendencia campesina influyó de seguro en su filosofía y aun en su radicalismo político. Para lectores extranjeros que no llegaron a conocerle, la imagen válida se forma necesariamente a través de sus libros, y esta imagen es la de un espíritu ávido, comprensivo y razonador que se situaba ante el mundo lleno de curiosidad y con el resuelto designio de comprenderlo y de hacerlo comprender. En sus obras encontramos ideas fecundas, que chocan con algunas de las hasta ahora recibidas y que en el asentimiento o en la contradicción engendran estímulos que pueden ser raíz de otras ideas, caminos abiertos al conocimiento del hombre.





Indice