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Fingal

Fantasía dramática en cinco actos.

Antonio García Gutiérrez.

PERSONAS



RINO, rey de Caledonia.
FINGAL, su hijo.
BOSMINA.
DUTCARON.
SORGLAN.
Guerreros.
Bardos.
Espíritu I.º
Espíritu 2.º


La época pertenece a la historia antigua de los pueblos celtas. La acción pasa en un bosque inmediato a Selma, cuyos muros se dejan ver a lo lejos. Algunas tumbas esparcidas sin orden, y una de ellas más hacia el proscenio, delante de la cual aparece arrodillada BOSMINA.



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Acto primero



ESCENA I
BOSMINA    ¡Ya no más te veré, querida madre
de Bosmina infeliz! Nunca tu seno
a estrechar volveré; ni más la calma
veré dichosa en tu regazo ledo.
Por siempre te perdí: sola, aquejada
de cruda pena y de dolor acerbo,
sobre la tumba que tus restos guarda,
amargo llanto de ternura vierto.
Aquí en el seno de la huesa fría
te escondes por mi mal: ya no te veo
por la selva vagar. Tu vida oculta
velo espantoso de eternal misterio.
Salud y gloria en el celeste espacio
por siempre goces y descanso eterno:
Salud, querida madre, mientras lloro
sobre esta losa de presagio horrendo.
 
ESCENA II
DICHA, SORGLAN
SORGLAN    Hija de Morna: si en tu mal la suerte
su vida te robó, no en llanto eterno
estén tus ojos sin cesar bañados:
abre a la paz tu desolado pecho.
Ella goza la dicha inalterable,
la gloria inmensa concedida, al bueno,
y en nube celestial sobre ti vaga
de luz cercada y esplendor risueño.
BOSMINA    ¡Ay! Dejadme llorar: el hado impío
me privó del apoyo, del consuelo
que pudo hacer mi dicha: abandonada
en mísera orfandad, ¿a dónde vuelvo
mis ojos tristes que el horror no encuentre?
Dejad que llore mi dolor acerbo.
Sola en la tierra, ignoro todavía,
¡ay!, quién mi padre fue: ¡pudiera al menos
estrecharle en mis brazos; tributarle
de padre el nombre en amoroso acento!
¿Y cuándo, cuándo romperán mis ansias
ese tenaz y misterioso velo
que oculta mi nacer? Mi madre acaso
mil veces intentó de este misterio
el secreto romper; mas la palabra
quedaba helada entre sus labios yertos.
SORGLAN    ¿Nada, nada aclaró?
BOSMINA                                    Cuando la muerte
languidecía con eterno sueño
sus ojos ya eclipsados, «¡Hija mía!»,
dijo con triste voz..., «guárdete el cielo
a ser más venturosa que esta madre,
víctima triste del destino adverso.
No nací en Selma, que en Loclín he visto
de mis mayores el alcázar regio,
y su diadema altiva y poderosa
la frente esclareció de tus abuelos.
¡Ay! ¡Cuántos males tus serenos días
vendrán a envenenar! ¡Cuántos tormentos!
Ven a la tumba, ven; allí se goza
sólo la paz en el eterno sueño.»
Entonces, con sus manos me estrechaba,
cual si quisiera en su afanoso anhelo
arrastrarme al sepulcro... para siempre...
¡Allí!..., exclamaba en dolorido acento...
¡Allí!..., sus ojos espantados brillan.
Vuelve a mirarme con dolor gimiendo;
el rostro torna, y por sus venas frías
rápido corre de la muerte el hielo.
Exánime la vi, pálida, yerta...
Y vivo yo..., ¡infeliz! Y el hado al menos
piadoso a mis pesares, no me arranca
a esta vida execrable que aborrezco.
SORGLAN    Modera tu dolor: quizá la dicha
tiende su mano a tu destino adverso.
Corren tus días por la amarga senda
del llanto y del dolor, desvaneciendo
esa belleza celestial...
BOSMINA                                 ¡Amigo!
¿De qué me sirve recibir del cielo
estos encantos, ¡ay!, cuando me roban
de mi cariño el amoroso objeto?
Yo le amaba, Sorglan, yo le adoraba,
y él, ¡infeliz!, de mi presencia huyendo,
en vez de mis caricias inocentes
buscó la guerra en extranjero suelo.
Mil y mil veces demandé llorosa
mi suspirado amor, y mil corriendo
allí del Morven por la opaca cima,
dominando los mares turbulentos,
esperaba su vuelta; pero en vano:
él desoyó mis angustiados ecos
y nueva pena atribuló mi alma,
dando mi bien y mi esperanza al viento.
SORGLAN    ¿Ves cuán sin causa tu dolor aumentas?
El pronto va a volver.
BOSMINA                                   No lisonjero
halagues mi dolor: sé que no es dado
alivio alguno a mi fatal tormento.
SORGLAN    No lo debes dudar; la infanda guerra
alza iracundo su estandarte fiero
delante de Inistor. Quizá la fama
llevó ligera de la patria el riesgo
a los valientes que en Loclín combaten,
y a libertarla del romano acero
ansiosos corren, y Fingal los sigue,
y viene a mitigar tu llanto acerbo.
BOSMINA ¡Quién sabe!... Acaso en la tremenda lucha...
¡Qué presagio fatídico y funesto!
¡Ay, Sorglan! No me es dado imaginarlo
sin que se llene de terror mi pecho.
¿Qué me queda, por fin..., abandonada?
Di, ¿qué me resta si Fingal ha muerto?
SORGLAN    Tú aumentas tu dolor, con esa imagen,
ilusorio y falaz. ¿Por qué tu pecho
sólo busca el horror?
BOSMINA                                  Porque en él hallo
toda mi dicha, todo mi consuelo.
La tristeza me es dulce, y aquí busco,
en mustia soledad, mi bien supremo.
Aquí lloro la paz que ya he perdido,
y mi antiguo placer demando al cielo.
SORGLAN    ¿Mas qué rumor...?
BOSMINA                                 ¡Sorglan, son los valientes,
los hijos de Inistor!
SORGLAN                               Ellos son, ellos.
Los fuertes, los magnánimos... De gozo
quiere salirse el corazón del pecho.
 
ESCENA III
Dichos, RINO y guerreros que se ven desfilar por el monte. Queda RINO en la escena.
RINO    Suelo donde nací, yo te saludo:
tras largos años a pisarte vuelvo.
Tras largos años que en defensa tuya
sangrientas lides excitar me vieron.
¡Belleza angelical! Así era hermosa
la prenda de mi amor: así en un tiempo
en su amoroso y celestial semblante
brilló la gracia del pacer risueño.
¡Hija querida!... ¿Sí, tu amante padre
a verte tornará...? ¡Qué miro!... ¿Es cierto?...
¡Sorglan!...
SORGLAN                   Mi rey.
RINO                              ¡Bosmina! ¡Amigos míos!
¡Mis hijos, mi placer! ¡Al fin os veo!
Al fin en vuestros brazos estrechado
piadoso atiende a mi querer el cielo.
Gracias os doy, espíritus divinos,
que vuestro brazo sobre mí extendiendo
y escuchando mis súplicas ardientes
hacéis mi dicha en tan feliz momento.
Hoy que la patria mi favor demanda
su grito escucho, y a su ayuda vuelo
en la mano el laurel de la victoria,
pero de sangre y de dolor cubierto
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Cuántos hijos y madres desoladas
hoy llorarán en abandono eterno
la pérdida del padre y del esposo
que allá en los campos de Loclín cayeron!
¡Cuántos que apenas la risueña aurora
vieron de su existir! Cayó el guerrero:
de sus huellas en vez se advierten sólo
tristeza y luto en el hogar desierto.
Hoy otra lucha negra se prepara
quizá de más horror. ¡Y también debo
a la lid conducirlos, a la muerte!
¡Triste deber de ingrato ministerio!
Mas... ¿qué miro? ¡Tus ojos inundados
en lágrimas están!... Tu rostro bello.
ya pálido y marchito... ¿Cuál congoja
puede afligir tu lastimado pecho?
BOSMINA    Negro pesar oprime el alma mía:
dejad que llore con dolor acerbo.
RINO ¿Y Morna?
BOSMINA                  ¡Por piedad!
RINO                                      ¿Lloras? ¿Te agitas?
¿Qué fue de la infeliz? ¡Este misterio,
el sitio, tu pesar!...
BOSMINA                              Allí reposa
y no más se alzará.
RINO                               Su tumba, ¡oh cielos!
BOSMINA    Murió, murió, pero en la huesa fría
aún vive para mí; y este silencio
de muerte precursor, esta tristeza
halaga dulce mi afligido pecho.
Aquí la imploro, y aunque muda y fría
yo la escucho pedir con triste acento
mi llanto y compasión, y yo demando
aquí postrada por su paz al cielo.
SORGLAN    V. dla., señor, de pena enajenada,
sin auxilio, sin gloria y sin consuelo,
huérfana y sola...
RINO                              No, no abandonada
en la tierra estarás. Aquí en mi seno
desahoga tu llanto. Como a un padre
ya me debes mirar: yo serlo quiero.
BOSMINA    Mi padre... Sedlo pues. Pero en el mundo
nadie borrar podrá de mi recuerdo
a mi madre infeliz.
SORGLAN                              Otra esperanza,
Señor, halaga su inocente pecho.
BOSMINA    ¡Quizá cayó en Loclín!
RINO                                        No. Victorioso,
de lauro ornado y de contento lleno,
ya presto tornará... Quizá saluda
ora las playas del nativo suelo.
SORGLAN Y... ¿no sabéis su amor?
RINO                                       ¡Qué osas decirme!...
SORGLAN    No se mancilla vuestro nombre excelso,
vuestro regio esplendor: corre en sus venas
la sangre de Esnivan.
RINO                                   ¿Qué...? ¡Será cierto!...
SORGLAN Su madre misma al expirar...
RINO                                              Acaba.
¡Insensata! ¡Rompió nuestro secreto!
BOSMINA ¿Qué secreto, señor?
RINO                                  ¡Ah, nada, nada!..;
Déjanos solos... Sí... Yo te lo ruego.
 
ESCENA IV
Dichos, menos BOSMINA
RINO    No me es dado acceder: tú bien lo sabes
cuál es mi corazón, cuál mi deseo,
y cuál amo a los dos; pero Bosmina...
No, yo sus males mitigar no puedo.
SORGLAN ¿Cuál motivo, señor?
RINO                                   El hijo mío,
mil y mil veces con amante ruego
mi piedad imploró; pero ignoraba
todo el horror de tan fatal misterio.
Sus angustiadas súplicas, sus quejas
tal vez llenaron mi afligido pecho
de congoja mortal, y no podía
sus negros males mitigar al menos.
Mil veces le encontré pálido, mustio,
en la margen del Loda turbulento
al peso de sus ansias agobiado:
y mil y mil los montes recorriendo,
con espantosos ayes, sus congojas,
sus negras ansias explicaba al viento.
SORGLAN ¿No hay un medio, señor?
RINO                                          No... Su destino
es horrible quizá... Su mal es cierto.
No es tiempo de ocultarlo: en largos años
guardé en mi pecho tan fatal misterio
por su amor, por su bien. Ora que yace
de la tumba en el lóbrego silencio
para siempre jamás, debo explicarte
todo el horror de mi destino adverso.
Ha largos años que la infanda guerra
alzó en Loclín el estandarte fiero,
de Inistor amagando las riberas.
Fiera y terrible cual la voz del trueno,
la voz de destrucción salva los mares
y a la lid se aperciben mis guerreros.
Vencí las huestes de Esnivan: persigo
hasta Loclín sus miserables restos,
que allá llevaron llanto y exterminio
si acá la guerra y el furor trajeron.
Allí la bella Morna residía,
la hija de Esnivan. ¡Yo quedé ciego
al contemplar sus gracias! ¡Si la vieses
bañada en llanto, triste y sin consuelo,
por su padre y su patria demandando
la dulce paz con ayes lastimeros!
Sublime y bella me robó la calma:
yo la paz la otorgué. De Morna empero
probé la gratitud, y sus caricias,
su dulce amor, mi recompensa fueron.
Ven -la dije- a mi patria: allí te esperan
la ventura, el amor: un lazo eterno
me estrechaba a la tierna Eviralina,
pero nada miré. Mi error funesto
condujo a Morna al hondo precipicio,
y huyó por siempre del hogar paterno.
Así ha vivido dilatados años,
mi seducción y engaños maldiciendo,
y arrastrando a la tumba silenciosa
su deshonor y eterno vilipendio.
SORGLAN ¿Y Bosmina?...
RINO                         Es el fruto desgraciado
de un insensato amor.
SORGLAN                                    Nunca pudieron
saber los de Loclín...
RINO                                   Nunca. Mi amada,
en su penar hasta la luz huyendo,
de su padre burló la vigilancia.
¿Cómo tornar de su familia al seno,
tras del funesto crimen, y cubierta
de oprobio y deshonor? ¿Donde el desprecio
o la muerte quizá le guardaría
el fiero orgullo de Esnivan soberbio?
Tú lo sabes: los valles solitarios
fieles testigos de su llanto fueron:
la triste soledad, más apacible
era a sus ojos que el rumor del pueblo.
Así escondió su vergonzosa afrenta...
SORGLAN Mas no pueden saber...
RINO                                      Sorglan, muy presto.
Yo la arranqué del seno venturoso
donde sus días plácidos corrieron,
donde la paz, la dicha inalterable,
¡ay!, halagaron su inocente pecho.
De su dulce virtud desposeída
cubrí de flores el abismo horrendo
donde sus ojos, de terror pasmados,
el negro engaño, pero tarde, vieron.
SORGLAN    Pero el pueblo quizá vuestra presencia
anhelando estará. Tras tanto tiempo,
tras de seis años de gloriosa lucha,
os espera, señor.
RINO                              Dignos son ellos
de otro rey más feliz...
SORGLAN                                      Cese el quebranto,
cese vuestro dolor...
RINO                                   Sorglan..., marchemos.
FIN DEL ACTO PRIMERO

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