Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Acto segundo



ESCENA I
BOSMINA, con un ramo de flores, que deja sobre la tumba.
BOSMINA    ¡No os marchitéis, oh flores venturosas!
Ornad la tumba del objeto amado
con dulce placidez. Tributo puro
que previno amoroso mi conato.
¿Quién sufrió como yo? Por todas partes
tristes me cercan confusión y llanto.
¡Madre mía! ¿Por qué me abandonaste?
¿Por qué en triste orfandad y desamparo
dejas sumida a la infeliz Bosmina?
Ven a mi voz, consuela mi quebranto.
 
ESCENA II
Dicha, DUTCARON
DUTCARON    ¡Allí está: gime... de su tierna madre
abandonada la infeliz... En vano
Hora su muerte, que jamás la tumba
el bien le tornará que le ha robado.
¡Qué apacible es su rostro! ¡Cómo brilla
muy más sublime en su apenado llanto!
Hija de Morna...
BOSMINA                             Dutcaron...
DUTCARON                                                   ¿Tú temes?
BOSMINA    ¿Sois vos?... Idos de aquí... No importunando
con vuestras quejas mi afligido pecho
dobléis mi pena y mi tormento amargo.
DUTCARON ¡Ingrata siempre!
BOSMINA                             En tan funesto sitio,
llorosa cumplo mi deber sagrado.
Dejadme, por piedad..., en esa tumba...
allí descansa. ¿En días tan aciagos,
de amor habláis a la infeliz Bosmina?
DUTCARON    Tan respetable sitio no profano.
Puro es mi amor, cual tu virtud es pura;
pero aunque ciego amante te idolatro,
de tu orgullosa obstinación recibo
negras repulsas de mi amor en pago.
BOSMINA    ¿Qué pretendéis en fin?... De mis amores
y de mi corazón ya no me es dado
árbitra disponer. Ya mis promesas
de amor al yugo mi cerviz ataron.
Yo no debo ocultarlo por más tiempo.
¿Qué podéis esperar? Hoy ya tornando
con dulce afán tras de horrorosa lucha,
tal vez saluda los hogares patrios.
DUTCARON    Otro objeto, otro amor..., por eso, ingrata,
por eso desdeñaste mis halagos.
¡Y qué! ¿Un feliz rival ha merecido
gozar la dicha que esperaba en vano?
Un rival... ¡Oh baldón! Y tú infelice...
BOSMINA ¡Ah! ¡Qué extraño furor!...
DUTCARON                                            ¡Yo despreciado!
No más sufrir. Si en días más felices
pude esperar de tu desdén ingrato
la saña mitigar, si yo anhelaba
gozar tu amor en plácido descanso,
mi esperanza voló. Sólo me resta,
en premio de mi afán, eterno llanto.
No..., llanto no... Y a mi pesar..., ¡Bosmina!,
a mi pesar, te admiro y te idolatro.
¿Y he de mirar tranquilo que se goza
un rival insolente y temerario
en las gracias que adoro, y yo suspire
lejos de ti, sus glorias envidiando?
No, no será: primero ha de arrancarme
tu imagen adorada y tus encantos
que aquí fijos están. Antes me vea
yerto en la tumba que me alzó su mano.
Tema, tema mi cólera: el impío
que así tu corazón ha fascinado
no gozará de su maldad el fruto.
BOSMINA ¡Dutcaron! ¡Dutcaron!
DUTCARON                                      ¿Temes acaso
por su vida? ¿El audaz que me provoca
su impuro amor defenderá esforzado?
BOSMINA    Fuerte es su brazo en la tremenda lucha,
fiero y terrible como el negro rayo.
Con dulce afán hoy torna victorioso
en ardua lid, del enemigo campo...
No turbéis su placer... Cuando descubra
las altas rocas de los montes patrios,
lleno de amor y plácida esperanza,
¿podrá pensar que vuestro ardor insano
el exterminio, la aflicción y lloro
le guarda en vez de fraternales brazos?
Tras largos años de la patria lejos,
por su salud su sangre derramando,
debe esperar...
DUTCARON                        ¡Ah, calla! Tus palabras
irritan más mi enojo. Lo he jurado.
¿Quién es el infeliz? No me lo ocultes.
BOSMINA    Nunca su nombre sonará en mi labio.
Amadle como yo..., sí..., y os prometo
fiel gratitud de vuestro amor en pago.
DUTCARON    ¡Fiel gratitud cuando en funesta llama
arde mi pecho y en furor me abraso!
O su muerte o tu amor. Decide luego,
o tiembla mi venganza: demasiado
pesó en mi corazón por largo tiempo
todo el horror de tu desdén ingrato.
 
ESCENA III
BOSMINA    ¡Qué amenazas! ¡Oh Dios! ¿Será posible?
¿Yo le ofrecí mi corazón acaso,
o debo ver mi cuello por ventura
de extraño amor a la coyunda atado?
Alza tu frente, ¡oh madre desgraciada!
Alza tu frente, y la amorosa mano
tiende por fin a la infeliz Bosmina,
y a tu asilo la lleva solitario.
Allí mis ojos en eterna noche
por siempre dormirán; y el negro espanto
que hoy circunda mis ojos, a lo menos
no turbarán en la tumba mi descanso.
¡Hermosa paz, mi bien y mi esperanza!
Tú aquí sentada en el sepulcro helado,
convidas con la calma deliciosa
que triste está mi corazón ansiando.
 
ESCENA IV

Dicha. FINGAL, por el monte, dice los primeros versos antes de bajar. Vendrá seguido de algunos guerreros, que a una señal suya marcharán por la derecha.

FINGAL    Al fin te vuelvo a ver, ¡oh patria mía!,
suelo de paz donde mis verdes años
en plácida quietud y regocijo
viera correr cual fugitivo rayo.
Al fin te vuelvo a ver... ¡Pero Bosmina!
BOSMINA Él es, él es Fingal...
FINGAL (A los soldados.) Mi bien... Marchaos...
¿Y es verdad?... ¿Y es verdad?... ¿Y yo dichoso
ora te estrecho en mis amantes brazos?
BOSMINA No extrañes mi dolor.
FINGAL                                    Ya a mis oídos
llegó la causa de tu amargo llanto.
Al fin te veo: al fin a mis pesares
el término llegó tan deseado.
¡Cuántas veces en medio de las lides,
en medio de la muerte y sus estragos!
Fingal ansió este día: al contemplarme
lejos de ti, privado de tus brazos,
se marchitó el laurel de mis victorias,
se oscureció la pompa de mis lauros!
BOSMINA    ¡Ay! Que tu padre inexorable intenta
separarme de ti. Yo lo he notado...
Al hablarle Sorglan de mi cariño,
fue repelido, y... le rogaba en vano.
FINGAL    Mi padre, es cierto, a mi querer se opone:
mas nadie, nadie del objeto amado
me podrá separar. Lance la guerra
segunda vez su fulminante rayo,
que en muelle paz reposará tu amante
lejos por siempre de la pompa y lauros.
Pompa ficticia, lauros que los hombres
con sangre, ruina y destrucción compraron.
¡Ay, lejos de mis ojos! Mayor dicha,
mayor felicidad entre tus brazos
me reservaba amor, y yo te juro
nunca jamás volver a abandonarlos.
Oigan los cielos mi alto juramento,
y el rayo eterno con furor vibrando,
si olvidare tu amor me hundan por siempre
allá en el seno del sepulcro helado.
Vague en la tierra, si perjuro fuese,
de asombro lleno, de aflicción y espanto,
y huyan de mí los hombres y me nieguen
con odio eterno su piedad y amparo.
¿Tras de tanto anhelar yo fuera impío?
Mil veces en la margen reposando
del undoso Gormal, odiaba el sueño
en tu memoria absorto, enajenado.
Si con estruendo rápido la muerte
veloz corría en el confuso campo,
en medio de la lucha tu memoria
era todo mi bien. Ella mi brazo
teñido en sangre al triunfo dirigía.
¡Cuántas veces tornar al suelo patrio
ansió mi corazón! En la ribera
absorto vi los mares dilatados
que en días para siempre dolorosos
de mi prenda de amor me separaron.
Allí está, me decía, allí demanda
por su amante infeliz, y pide en vano:
quizá no tornará. Tal vez descubra
la parda nube en el oscuro ocaso
allá de Cromla en la empinada cima,
y fascinada, mi ligera nao
la juzgue con placer; pero deshecha
cual pronta luz en el espacio vano,
la agradable ilusión se desvanece,
el corazón desmaya atribulado
y torna a su pesar. Por fin nos llama
la cruda guerra al suelo que anhelando
estuve en mi dolor: amenazada
la patria nuestra del feroz romano,
¡oh!, con cuánto placer a libertarla
Fingal corrió por disfrutar tu lado.
BOSMINA    El cielo cada vez más implacable,
más duro cada vez, por largos años
se obstinó en perseguirnos; pero nada
puede ya ser bastante a separarnos.
Nada.
FINGAL             ¡Bosmina!
BOSMINA                                De la dura suerte
la incertidumbre odiosa he superado;
pero mi corazón, ¡cuánto ha sufrido!
Yo mil veces temí: funesto llanto
a tu incierta fortuna dirigía,
a mis amores y a tu fin aciago.
Cuántas veces en sueños te ofreciste
a mis ojos herido y expirando,
la palidez pintada en tu semblante.
¡Bosmina!, me dijiste atribulado:
yo a tus caricias preferí la muerte...
¿Por qué tu seno abandoné insensato?
FINGAL Ya no debes temer.
BOSMINA                                  ¡Pluguiese al cielo!
Hoy más que nunca con mi horror batallo:
ni aquí seguro estás.
FINGAL                                  Pero qué causa...
Di..., ¿quién osará?...
BOSMINA                                     De tu dicha, acaso
hay alguno envidioso y te amenaza.
Teme, Fingal...
FINGAL                           ¿Quién es el temerario?
Di... ¿Quién osado mi furor provoca?...
Yo lo quiero saber.
BOSMINA                              Es en tu daño.
¡Yo tu muerte causar! Por mis amores...
Pero tu padre... ¡Adiós!...
FINGAL                                          Oye...
BOSMINA                                                      Es en vano.
FINGAL    Yo lo sabré: su temerario orgullo
pronto verás ante mis pies postrado.
 
ESCENA V
FINGAL, RINO
FINGAL Padre mío...
RINO                      Fingal. Al fin tus ansias
de tu pesar el término encontraron;
tras larga lucha, el cielo nos concede
tornar a ver nuestros hogares patrios.
FINGAL    Salud a los espíritus... Piadosos
tender quisieron su celeste brazo
sobre las huestes de Inisfel, que ansiosas
ora saludan los nativos campos.
Este del hijo las caricias tiernas
disfruta alegre entre sus juegos gratos,
aquél de amor concibe las delicias
de su querida en el regazo blando.
¡Ay! Yo también. Apenas presuroso
salto en las playas y la cumbre salvo
del árido Morven, me ofrece el cielo
la dulce vista del objeto amado.
¡Cuán bella, más que nunca, se ostentaba
sobre esa tumba de fatal presagio,
abatida, llorosa, y de su madre
la dulce vida al cielo demandando!
RINO    La has visto. ¿Y en tu pecho aún se alimenta
ese funesto amor?
FINGAL                                Yo la idolatro.
   ¿Y quién sin adorarla contemplara
su dulce risa, su apacible encanto?
¿Funesto amor decís?
RINO                                     ¡Oh! ¡Si pudieras
el fondo ver de tan terrible arcano!
Temblaras con horror. Pero el destino
guarda tu suerte en su abismoso caos,
donde nunca, a pesar de sus deseos,
las miradas del hombre penetraron.
Yo... soy quizá de tan fatal misterio...
No... Nunca sepas más. Sabe que el hado
te guarda negro horror, y que en tus días
eterna maldición está pesando.
¡Maldición, maldición!... ¡Oh! Nunca llegue
el momento fatal en que irritado
rasgue ya el cielo el velo misterioso,
¡ay!, con tu error tu paz arrebatando.
FINGAL    Rómpase ya: de la inconstante suerte
los males con valor he superado,
y antes que tan cruel incertidumbre,
quiero el horror de mi destino aciago.
RINO    ¡Teme, teme, infeliz!... Teme la lucha
que el cielo adverso te prepara acaso;
yo velaré sobre tu suerte infausta,
y... yo feliz, si puede mi conato
salvar tus días del fatal abismo
a que un culpable amor te está arrastrando.
FINGAL    ¡Conque hasta el cielo mismo se conjura
contra mi amor, y el plácido descanso
robándome en la noche, me intimida,
con negro horror mis males anunciando!
RINO ¡Fingal!
FINGAL               Escucha, ¡oh padre!, y compadece
a este infeliz en su mortal quebranto.
El mundo estaba en calma: de las sombras
sólo el gemido se escuchaba acaso,
y con vuelo sonante se ofrecían
ante mis ojos, sin cesar girando.
De mis abuelos los ilustres hechos
el arpa celebraba de mis bardos,
y con dulce clamor se difundía
en la callada selva el eco grato.
De repente un gemido doloroso
hiere mi oído: con horror pasmado
alzo la vista atónito, y me ciega
vivo esplendor de misterioso rayo.
Una belleza celestial brillaba
hermosa cual la luz: su seno casto
era cual nieve del Gormal, empero
marchito el rostro y del dolor sellado.
Su faz entonces con pavor contemplo,
y era mi madre, ¡ay Dios!, que en su conato,
por salvar de Fingal los tristes días,
así abandona su eternal descanso.
Y lo abandona por mi amor..., ¡oh padre!
Centelleaban sus ojos como el astro
que a la noche preside, mas su brillo
triste eclipsaba con amargo llanto.
Gime, suspira, y hacia mí extendiendo
llena de horror sus tremebundas manos,
¡hijo!, ..., me dice, en sepulcral gemido,
y expira el eco entre sus yertos labios.
Giraba triste en derredor, sus ojos
en mí con ansia y con dolor fijando,
cual si de algún peligro pretendiese
salvar al hijo a sus amores caro.
Mas... súbito sus ojos centellean,
y un grito agudo con furor lanzando,
muerte..., me dice, y muerte repitiendo
huye deshecha en el espacio vano.
RINO    Ya lo ves: ese anuncio misterioso
quizá es preludio de tu fin aciago,
y el cielo aún, de tu error compadecido,
quiere salvar tus inocentes años.
FINGAL Padre mío...
RINO                       Fingal, no así te aflijas.
No te abatas así... Tu tierno llanto
baja a mi corazón cual fuego ardiente,
mis dichas con dolor acibarando.
Al cielo teme: con tremendo ceño
ora ya vibra el iracundo rayo
que suena en derredor: con ruego humilde
quizá desarmes su potente brazo.
Al hombre miserable en su flaqueza
sólo implorarle con temor le es dado
y la frente humillar.
FINGAL                                Padre...
RINO                                              Hijo mío...
Deja este sitio, ven.
FINGAL                                 ¡A Selma!... ¡Vamos!
FIN DEL ACTO SEGUNDO

Arriba