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Acto cuarto



ESCENA I
RINO, SORGLAN
RINO    Aquí yace, Sorglan, aquí descansa
la que en mi pecho inextinguible hoguera
de puro amor prendió: la que en un día
fue todo mi placer y hoy es mi pena.
Buscando lejos de engañosa pompa
la plácida quietud, su tumba yerta
vengo a regar con lágrimas amargas.
Aquí invocando la piedad suprema
por su bien eternal, la dulce sombra
de Morna triste con dolor me vea.
Era mi amor, mi bien... ¡Oh, cuál suspira
aquí la hermosa paz!... ¡Dulce tristeza!
¡Silencio pavoroso! Ven, amigo...
Más que el bullicio y esplendor de Selma
me halaga este recinto pavoroso;
aún más mi triste pecho lisonjea.
Aquí mora sin dolo ni artificio
la cándida verdad: aquí risueña
su luz esparce inalterable y pura,
y el audaz crimen confundido tiembla.
SORGLAN    Volved, señor, el triunfo que os prepara
un pueblo inmenso; de la pompa regia
el grandioso esplendor quizá mitiguen
de tantos males la memoria acerba.
RINO    Esa pompa falaz es a mi pecho
enojosa, Sorglan: huyendo de ella
los muros abandono, y aquí busco
el sólo triunfo que mi afán desea.
Ya sin testigos importunos, puedo
explicar mi dolor: ya no me cerca
de aduladores la enfadosa turba,
testigos de mi llanto y mi flaqueza.
De la amistad en el augusto seno
y de la muerte en la mansión eterna
la dicha buscaré, si acaso es dado
que yo un instante venturoso sea.
Luego del pueblo al cuidadoso anhelo
me prestaré, y entre la pompa regia
ocultaré el pesar que me devora,
que es en el solio, crimen la flaqueza.
SORGLAN    ¡Ah!, cuán en vano lo ocultáis: el llanto,
el acerbo dolor y amarga pena,
es como el fuego que ocultar no es dado.
Todos preguntan, todos se desvelan
en sondear los íntimos arcanos
que causa son de la desgracia vuestra.
RINO    ¡Oh propensión terrible de un monarca!
Un pueblo inmenso en su conducta vela.
Yo desgraciado si seguir quisiese
de sus caprichos la espinosa senda.
Mas... me ha enseñado a despreciar los hombres
la adversidad y mi desgracia mesma.
¿Qué conseguí cuando halagué su orgullo?
Con crudo ceño devastar la tierra
en execranda lid; llevar al seno
de otro pueblo feliz lucha sangrienta.
¡Cuántos maldecirán mi nombre horrible!
El huérfano infeliz, la madre tierna
demandarán la sangre que he vertido,
y al cielo, alzando sus ardientes quejas,
exclamarán de rabia penetrados,
maldición a los hijos de Inisfela.
¡Y tú..., no me abomines, Morna mía!
Si he desolado con audacia ciega
tu patria cara, tu perdón imploro.
¡Oh espíritus del cielo! En faz risueña
mis votos acoged: goce mi amada
en alto solio de la paz eterna
que allá a los justos la virtud concede.
Brille en su frente celestial diadema,
y en la mansión de paz afable ría,
¡ay!, más dichosa que lo fue en la tierra.
SORGLAN    Calmad vuestro dolor... Si vuestros hijos
os sorprenden así...
RINO                               ¡Qué me recuerdas!
Mis hijos... Hoy acabarán mis males
y su insensato amor. Cuando a la tierra
bajen las sombras, con la noche fría
tristes vagando en la callada esfera,
mi hija será de Dutcaron esposa.
SORGLAN ¿Hoy mismo?
RINO                       Sí: su obstinación me fuerza
a usar de tal rigor.
SORGLAN                               ¡Oh, plegue al cielo
que ese rigor su perdición no sea!
RINO ¡Qué! Juzgas tú...
SORGLAN                              Su amor es invencible.
¡Y cuántos males dondequier le cercan
si a Fingal arrancáis de entre sus brazos!
RINO    Él va a partir: la nave ya le espera.
Huya el ingrato del regazo mío,
y no mis ojos con espanto vean
el crimen en su faz, y no maldiga
nunca mi labio su pasión funesta.
¡Cuál fuera mi dolor! Jamás le mire
triste grabar la maldecida huella
del cielo aborrecido y de los hombres.
Nunca, caro Sorglan: que antes fenezca.
¡Oh, si el sepulcro a mis cansados años
por fin abriese la mansión eterna
bajo mis pies helados! ¡Oh, si nunca
fuese yo padre para ver mi afrenta!
Fue necesario al fin, al hijo mío,
hacer patente la verdad funesta.
¡Ay, el cielo, Sorglan, ha decretado
que todo el orbe mis delitos sepa!
 
ESCENA II
Dichos, DUTCARON
SORGLAN ¡Dutcaron!
RINO                    Le esperaba. Ven, amigo.
El respeto depón: no me rodea
de la engañosa pompa el brillo vano.
DUTCARON    ¿Qué pretendéis, en fin? De mi sorpresa
aún no vuelvo, señor. Este misterio...
RINO    Sólo tu bien mi corazón desea.
Tu angustia consolar, y el eco triste
hoy acallar de tus dolientes quejas
es mi anhelo.
DUTCARON                       Señor...
RINO                                      Sé tus amores
y tu mísero afán. Sola en la tierra,
huérfana y triste llorará Bosmina
el fin aciago de su madre tierna.
Tú su amparo serás.
DUTCARON                                  ¡Oh, si algún día
hacer mi dicha con su amor pudiera!
Sí, señor... Esto es sólo mi deseo.
¡Y cuántas veces con mortal querella
fatigaba los vientos en el Morven,
o allá en la margen del ondoso Lena!
Pero en vano, señor, que siempre ingrata
mis ayes desdeñó; y en tanta pena,
ya la esperanza de mi bien futuro
se disipó como engañosa niebla.
RINO    Desde hoy acabe tu angustiado llanto.
Mitiga tu dolor. Que tuya sea,
antes que de la noche el negro velo
pálido enlute la callada esfera.
DUTCARON Premio es debido a mi afanar. ¡Oh padre!
Que así desde hoy te llamará mi lengua.
Tú diste nuevo ser a un desdichado
que hoy su fortuna a contemplar no acierta.
Dejad que a vuestros pies...
RINO                                              Alza: dichoso
goces por siempre tu pasión risueña.
Sé feliz en los brazos de Bosmina.
Marchemos ya, Sorglan... Vamos a Selma
a cumplir con mi ingrato ministerio,
a seguir otra vez por la ardua senda
que el hado me mostró. ¡Pluguiese al cielo
arrancar de mis sienes la diadema!
 
ESCENA III
DUTCARON    Ya soy feliz. En vano de la ingrata
el eterno desdén y la aspereza
hieren mi corazón; y va a ser mía,
a pesar de su orgullo, la altanera
¡Bosmina ingrata! Ya lucir se mira
con luz opaca la inflamada tea,
triste, execrable a tu alma desdeñosa,
como a mis ojos refulgente y bella.
 
ESCENA IV
DICHO, FINGAL
DUTCARON    Pero Fingal... Ven, ven: de mi contento
partícipe serás. No hay en la tierra
más dichoso mortal. Cuando Bosmina
de amor atada a la coyunda estrecha...
FINGAL ¿Bosmina dices?...
DUTCARON                                Sí..., la hija de Morna.
Ahora mismo tu padre me lo ordena
sabiendo mi pasión, y va a ser mía.
¡Pero qué turbación! Cuando debieras
tu corazón llenar...
FINGAL                                ¡Ah!, calla, calla.
No me atormentes más: no de mi pena
redobles, ¡ay!, el punzador tormento.
Ese placer que a ti te lisonjea,
ese es todo mi mal.
DUTCARON                                 ¿Qué dices?
FINGAL                                                      Basta
Basta..., mi angustia, mi dolor respeta.
 
ESCENA V
FINGAL    ¿Quién mi brazo contuvo? ¿Por qué airado
no abrí su corazón? ¡Verdad funesta,
que hoy arrancando el engañoso velo
negros abismos entrever me dejas!
Mas... tuya no será: yo te lo juro
por esa tumba que mi amor respeta,
por ese cielo donde triste vagan
las sombras que ya fueron en la tierra.
Ella es mi hermana... Sí... De amor impuro
arde en mi pecho inextinguible hoguera
que no puedo calmar. Pero aún ignora
esta triste verdad... Mi hermana... es ella.
 
ESCENA VI
DICHO, BOSMINA
FINGAL    Bosmina...
BOSMINA                       Amigo... Nuestro mal es cierto.
FINGAL ¿Qué me dices?
BOSMINA                             Fingal, tu padre ordena
que Bosmina a otros lazos estrechada
tu amor por siempre y tus caricias pierda.
FINGAL    Lo sé, lo sé. ¿Pero podrás acaso
mi cariño olvidar?
BOSMINA                               ¿Qué es lo que intentas?
¿Cuál deseo es el tuyo? En largos años
de triste llanto y de fatal ausencia
nunca olvidé que es tuya el alma mía.
Siempre tu imagen en mi pecho impresa
fue el ídolo feliz a quien Bosmina
sus dulces votos dedicaba tierna.
Tuya soy.
FINGAL                   ¡Eres mía! Si pretendes
enlazarte a Fingal, huye de Selma.
BOSMINA ¿Yo... de mi patria... huir...?
FINGAL                                              No hay otro medio:
o abandonarme a mi horrorosa pena
o dejar este suelo desdichado
donde la suerte nuestro mal intenta.
¿Y después de tan gratas esperanzas,
después de tanto amor, veré deshechas
cual humo vano nuestras dichas todas?
Jamás, jamás: aun mi pasión penetra
en medio de tan bárbaros rigores
un rayo hermoso de esperanza cierta.
Sigue a los mares a tu caro amante,
a tu caro Fingal: ven a otras selvas,
do gozaremos nuestra unión dichosa
en dulce afán y placidez eterna.
¿Dudas? ¿Vacilas? ¿En tu pecho amante
la llama celestial, pura y suprema
de aquel sincero amor, no arde incesante?
BOSMINA    No se ha apagado su inexhausta hoguera:
cada vez más activa y deliciosa
mi pecho agita con dulzura extrema.
Pero... ¿debo partir? Estrechos nudos
a este suelo querido me sujetan.
Mi madre exige el doloroso llanto
de triste compasión: mi madre tierna
que en esa tumba helada y horrorosa
ayer cayó para calmar mi pena.
FINGAL    Al lado de Fingal, dulce tributo
también la prestarás. En pura ofrenda
consagrarán nuestros amantes pechos
himnos de paz a su memoria eterna.
BOSMINA    ¡Ah! No acongojes la infeliz Bosmina.
Aquí debo quedar: así lo ordena
mi desdicha fatal en este día,
y mi inocente corazón lacera.
FINGAL    ¿Quieres mi muerte? ¿Quieres que a tus ojos
me acabe mi dolor?... ¿Hay en la tierra
ni bien ni dicha que a Fingal halaguen
sino tu amor y tu pasión sincera?
Después, la muerte sólo es agradable
a tu amante infeliz: en tu presencia,
a tu lado gozar le es dado sólo
la triste vida que sin ti detesta.
Pero tú no me amaste... Tú, inhumana,
me juraste un amor que no alimentas,
y al crédulo Fingal has fascinado.
¡Ingrata! ¡Ingrata! Si mi fin deseas,
no más puñal que tu rigor me basta
para acabar tan mísera existencia.
¡Me abandonas, cruel! ¿Y tú me amabas?
¿Y tú el objeto de mis ansias eras?...
¿Tú..., tú la más ingrata? No, Bosmina,
no me amaste jamás, y aun me detestas.
BOSMINA    ¿Yo aborrecerte?... ¡Por piedad!... ¡Ah! ¡Nunca!
Siempre en mi pecho la inflamada tea
del delicioso amor ardió inexhausta:
pero me oprime obligación severa,
y cerca de esta tumba dolorosa
con vínculos estrechos me sujeta.
¿Pérfida pude ser? ¡Oh, cuál me ultrajas!
Pérfida nunca fue tu amante tierna.
Demasiado te quise.
FINGAL                                   ¿Pues qué aguardas?
Sígueme... Ven, donde el amor te espera.
BOSMINA    ¡Qué hacer!... Tu labio vence mis temores.
Yo seguiré tus amorosas huellas,
y donde quiera que la planta guíes,
ésa será de mi elección la senda.
¿Mas qué dolor funesto, impetuoso,
de mi sensible pecho se apodera?
Huyamos ya de aquí: suelo de espanto
es ya para Bosmina, que desea
gloria inefable hallar en tu cariño.
Contigo partiré: la tumba yerta
donde yacen los restos de mi madre
aun quiero saludar por vez postrera.
¡Adiós, madre infeliz!... De ti me alejo
para siempre jamás... Ausencia eterna
que Bosmina, culpable ante tus ojos,
por seguir otro amor, infiel desea.
Morna querida, ¿si tu vaga sombra
de mí se ofenderá? ¿Si en noche inmensa
de amargura y dolor irá a sumirte
de tu Bosmina la fatal ausencia?
Recibe el postrer llanto de tu hija.
ESPÍRITU 2.º ¡Hija!
BOSMINA             ¿Lo escuchas? Mi pasión reprueba...
A su lado me llama cuando parto,
y a su sepulcro helado me encadena.
FINGAL Y qué..., ¿el acento de tu voz tan sólo
al devolverle la espantosa huesa
tus sobresaltos y temores causa?
BOSMINA Sí, era su voz..., de Morna... Morna tierna...
Madre del corazón... ¿Y yo te dejo?
FINGAL ¡Ah, por piedad, partamos!
BOSMINA                                             ¿Estas eran
las pruebas del amor que yo en un tiempo
falaz la daba con mentida lengua?
Ella me observará, Fingal querido,
vagando triste en la callada esfera,
y viéndome partir..., «¡Ingrata, ingrata!»,
entre sollozos me dirá en su pena:
e ingrata sólo pronunciar le es dado.
Pocas horas habrá que con fiereza
la parca horrible me robó mi madre,
y ya abandono su mansión postrera.
Es ella... Mira... Con sañuda frente
en la tumba levanta su cabeza.
Y me llama... ¡Qué horror! Vuelo a sus brazos
y vuelve a hundirse en su morada eterna.
FINGAL    No más dolor, Bosmina. Ya la noche
tiende en el cielo su espantosa niebla.
Saludemos los restos de tu madre,
besemos ya su veneranda huesa,
y pidámosle en ella cariñosos
perdón y bendición.
BOSMINA                                  ¡Ay! ¡Así sea!
¡Perdón y bendición!... ¡Siempre me amaste
y no me olvidarás en tu clemencia!
¡Protege mi cariño desgraciado:
tú eres feliz: en la mansión risueña
de la gloria eternal plácida ríes;
el astro de la noche te rodea
con su rayo de plata! ¡Oh madre mía!
Por siempre goza de la paz suprema.
(Vanse.)
ESPÍRITU 1.º    ¡Ay! ¡Genios de las tumbas!
¡En alas de los vientos
la atmósfera cruzad!
   Con trémulos gemidos
de lúgubres acentos,
los aires agitad.
   ¡Volad!... Del hijo mío
los negros pensamientos
piadosos disipad.
ESPÍRITU 2.º    ¡Ay, sombras tenebrosas
que con opaco velo
vestís el aire!... ¡Oíd!...
   Mis lúgubres canciones
por el callado cielo
mil veces repetid.
   ¡Volad, que la hija mía
conozca mi desvelo!...
¡Id, negras sombras, id!
FIN DEL ACTO CUARTO

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