Escena
II
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GETA, DAVO.
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GETA.- (Hablando a uno de la
casa.) Si me viniere a buscar un hombre rubio...
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DAVO.- Aquí está; no pases
más adelante.
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GETA.- ¡Oh! Pues a ti te iba a buscar,
Davo.
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DAVO.- Toma. ¡Cata ahí! Ya viene
contado. La suma cuadra con lo que te debía.
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GETA.- Mucho te quiero, gracias por la
diligencia.
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DAVO.- Especialmente según hoy día
se usa; que habemos venido a tiempos, que si uno paga lo que debe,
le es muy agradecido. Pero ¿de qué estás
triste?
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GETA.- ¿Yo? No sabes tú bien con
qué temor y en qué peligro estoy.
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DAVO.- ¿Y qué es el caso?
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GETA.- Yo te lo diré, con tal que me
tengas el secreto.
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DAVO.- ¡Taday, necio! ¿Habiendo
hecho experiencia de mi fe en el dinero, temes fiar de mí
las palabras? En las cuales ¿qué provecho
sacaré yo de engañarte?
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GETA.- Óyeme, pues.
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DAVO.- Eso yo te lo ofrezco.
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GETA.- ¿Conoces por ventura, Davo, a
Cremes, el hermano mayor de nuestro viejo?
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DAVO.- Mucho.
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GETA.- ¿Y a su hijo Fedro?
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DAVO.- Como a ti.
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GETA.- Ofrecióseles a un tiempo a los dos
viejos un viaje, a Cremes para Lemnos, y a nuestro Demifón
hasta Cilicia, a casa de un huésped suyo muy antiguo, el
cual había inducido al viejo por cartas,
prometiéndole casi montes de oro.
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DAVO.- ¿Teniéndose él tanta
hacienda y tan sobrada?
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GETA.- No hay que tratar de eso, que ya es esa
su condición.
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DAVO.- ¡Oh, rico había yo de
ser!
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GETA.- Los viejos, al partir, dejáronme
como por guarda de sus hijos.
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DAVO.- ¡Oh Geta! Más fácil
te fuera gobernar una provincia.
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GETA.- Por la experiencia lo sé. Y que mi
dios estaba airado contra mí. Al principio quise irles a la
mano. ¿Qué es menester razones? Por querer ser fiel
al viejo, no me quedó costilla sana.
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DAVO.- Ya yo lo pensaba eso, porque grande
tontedad es tirar coces contra el aguijón.
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GETA.- Y así comencé a hacer por
ellos todo lo que querían.
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DAVO.- Hiciste cuerdamente.
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GETA.- El nuestro al principio no hacía
mal ninguno. Pero Fedro luego se halló una mozuela,
tañedora de cítara, y comenzó a
aficionársele mucho. Ésta estaba en poder de un
rufián muy gran bellaco; y los viejos no me habían
dejado orden para que les diese un real. De manera, que no
tenía otro entretenimiento sino el apacentar los ojos,
acompañarla, llevarla a la escuela y traerla. Nosotros, bien
desocupados, ayudábamos en lo que podíamos a Fedro.
Enfrente de la escuela donde la moza aprendía, había
una tienda de un barbero: allí la solíamos aguardar
de ordinario, cuando volvía a casa. Un día, estando
allí sentados, he aquí que entra un muchacho
llorando. Nosotros, maravillados, preguntámosle qué
tenía: «Nunca, dice, en mi vida me ha parecido la
pobreza cosa tan miserable y fuerte como ahora. Acabo de ver
aquí en el barrio una cuitada doncella que está
llorando a su madre, que se le ha muerto. Y ella estaba allí
delante del cuerpo, sin tener conocido ninguno ni pariente que le
ayudase en el enterramiento, fuera de una vejezuela. Moviome a
compasión. Y la moza parece una diosa en -318-
el rostro. ¿Qué es menester palabras? A todos
nos hizo lástima». Dice entonces Antifón:
«¿Queréis que vayamos a verla?» Dice el
otro: «¡Sí, vamos; encamínanos
allá, por tu vida!» Partimos, llegamos,
vémosla. ¡Una doncella hermosa! Y para mayor
testimonio no tenía en su persona aderezo ninguno que le
acrecentase la hermosura. El cabello tendido, los pies descalzos,
ella maltrecha del dolor, llorosa y mal vestida; de suerte que si
de suyo no fuera muy hermosa, todo esto le estragara la hermosura.
Fedro, que estaba enamorado de la tañedora, no dijo
más de «No es fea la mujer»; pero
Antifón...
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DAVO.- Ya, ya; aficionósele.
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GETA.- ¿Sabes qué tanto? Mira en
qué vino a parar. El día siguiente vase derecho a la
vieja, y ruégale que se la deje gozar. Ella le responde que
no había lugar y que no era justo que él tal
intentase, porque la doncella era ciudadana de Atenas, honrada;
hija de buenos padres; que si él holgaba de casarse con
ella, lo podía hacer legítimamente, pero que de otra
manera no había lugar. Nuestro mancebo no sabía
qué hacerse. Por una parte deseaba casarse con ella; por
otra temía la vuelta de su padre.
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DAVO.- Y el padre, cuando volviera, ¿no
le diera licencia...?
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GETA.- ¿Él le había de ciar
por mujer una moza sin dote y sin prosapia? Nunca él tal
hiciera.
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DAVO.- ¿Y, pues, en qué
paró el negocio?
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GETA.- ¿En qué? Hay aquí un
truhán que se llama Formión, hombre atrevido que los
dioses confundan.
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DAVO.- ¿Qué hizo éste?
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GETA.- Le dio este consejo que te diré:
«Hay una ley que manda que las huérfanas se casen con
los parientes más cercanos, y esta misma ley les manda a
ellos que las tomen por mujeres. Yo diré que tú eres
su pariente y te haré sobre ello proceso. Fingireme amigo
del padre de la moza; iremos a juicio: quién fue su
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padre y quién su madre, y por qué vía
es tu parienta; yo me lo urdiré todo como mejor me
pareciere, y no contradiciéndome tú nada,
tendré sentencia en favor. Vendrá tu padre, me
armará procesos. ¿Y a mí qué...? Con
todo eso, ella quedará por nuestra».
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DAVO.- ¡Donoso atrevimiento!
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GETA.- Persuadióselo, hízose
así, fuimos a juicio, condenáronnos, casose.
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DAVO.- ¿Qué me dices?
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GETA.- Esto que oyes.
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DAVO.- ¡Oh, pobre Geta! ¿y
qué ha de ser de ti?
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GETA.- No sé en verdad. Esto sólo
sé: que lo que la fortuna nos diere lo tomaremos con
paciencia.
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DAVO.- Bien me parece. ¡Ah! Eso es de
hombre de valor.
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GETA.- Toda mi esperanza cuelga de
mí.
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DAVO.- ¡Muy bien!
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GETA.- Sino que eche algún rogador que
interceda por mí diciendo: «Perdónale por esta
vez; que si más de aquí adelante te ofendiere, no te
rogaré más por él». Y menos mal, si no
añada tras de esto: «Cuando yo me haya ido de
aquí, mátale, si quieres».
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DAVO.- Y al otro ayo que ha la tañedora,
¿cómo le va?
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GETA.- Así, medianamente.
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DAVO.- No debe de tener mucho que darle.
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GETA.- Ni aun nada, sino esperanzas vanas.
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DAVO.- ¿Su padre ha vuelto ya, o no?
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GETA.- Aún no.
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DAVO.- Y a vuestro viejo, ¿para
cuándo le aguardáis?
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GETA.- No tengo nueva cierta; aunque ahora me
han dicho que ha venido una carta suya, y que está en poder
de los diezmeros. Voy a pedirla.
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DAVO.- Y pues, Geta, ¿mandas otra
cosa?
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GETA.- ¡Que te vaya bien!
(Llamando a un siervo de la casa.)
¡Hola, mozo! ¿No sale aquí ninguno?
(A un siervo.) Toma, da esto a
Dorcia.
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(Vanse.)
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Escena
III
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ANTIFÓN,
FEDRO.
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ANTIFÓN.- ¡Qué! ¿es
posible, Fedro, que haya yo venido a tanto mal, que a mi padre, que
no se desvela en otra cosa sino en mirar por mí, le haya de
temer cuando de su venida me acuerdo? Porque si yo hubiese sido
discreto, aguardara su venida como fuera razón.
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FEDRO.- ¿Por qué dices eso?
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ANTIFÓN.- ¿Por qué lo digo,
me preguntas, siendo mi cómplice en un hecho de tanto
atrevimiento? ¡Pluguiera a los dioses que nunca
Formión diera en la cuenta de aconsejarme esto, ni me
empujara, aprovechando mi pasión, a una cosa como
ésta, que es el principio de mi mal! No hubiera yo gozado de
ella; diérame esto pena por algunos días, pero no me
trajera atormentada el alma este cuidado a la continua...
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FEDRO.- ¡Bah!
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ANTIFÓN.- ...mirando cuán presto
ha de venir quien me prive de esta mujer.
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FEDRO.- Otros se afligen porque no alcanzan lo
que aman, y tú estás congojado porque lo tienes. El
amor, Antifón, te colma tus deseos. Porque realmente que
esta tu vida, es vida de apetecer y de envidiar; así los
dioses me amen, como a trueque de gozar yo otro tanto de quien bien
quiero, tomaría por partido la muerte. Considera tú
lo demás; qué es lo que yo saco de esta
privación, y qué lo que tú de esa abundancia.
Dejo aparte el haber tú alcanzado, sin gasto ninguno, una
mujer libre, ahidalgada, y el tener, como tú lo deseabas,
una mujer muy bien reputada: realmente eres dichoso, si no te falta
una cosa, que es entendimiento, que sepa llevar esto con buen modo.
¿Qué harías tú, si las hubieses con un
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rufián como aquel con quien yo las he? Allí lo
verías. Casi todos somos de esta condición: siempre
lo nuestro nos parece lo peor.
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ANTIFÓN.- Mas tú, por el
contrario, Fedro, me pareces muy dichoso, pues tienes aún
entera libertad, para determinar lo que más quieras:
tenerla, quererla o despedirla. Pero yo cuitado he venido a tal
punto, que ni hallo manera para despedirla, ni menos para
conservarla. -Pero, ¿qué es esto? ¿Es Geta
éste que veo venir para acá? El mismo es.
¡Triste de mí, que temo las nuevas que éste me
traerá!
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Escena
IV
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GETA, ANTIFÓN, FEDRO.
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GETA.- (Sin ver a los
otros.) Perdido eres, Geta, si no te apercibes
presto de algún buen consejo, según te pillan ahora
descuidado unos tan grandes males. Ni sé cómo me
libre, ni cómo salga de ellos. Porque nuestro atrevimiento
no puede ya encubrirse mucho tiempo, y si todo esto no se mira
bien, dará al través conmigo o con mi amo.
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ANTIFÓN.- (A FEDRO.) ¿De
qué viene aquél tan alterado?
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GETA.- Además, sólo tengo un punto
de tiempo para arreglar el negocio. Mi amo ha vuelto ya.
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ANTIFÓN.- (A FEDRO.)
¿Qué desventura es ésa?
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GETA.- Y cuando él venga a saberlo,
¿qué remedio tendré para mitigarle su
cólera? Si le hablo, más le encenderé. Si
callo, más le embraveceré. Si me disculpo, no
haré nada. ¡Ay, triste! ¡Por mí tiemblo y
por Antifón se me desgarra el alma! Él me da
lástima, de él tengo yo ahora congoja, él es
el que me detiene ahora. Porque, si no fuera por él, yo me
pusiera fácilmente en cobro, y le diera su pago a la
cólera del viejo. Yo apañara uno u otro, y tomara las
de Villadiego.
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ANTIFÓN.- (A FEDRO.)
¿Qué huida o hurto prepara éste?
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GETA.- Pero ¿dónde hallaría
yo a Antifón? ¿ó por dónde
echaría a buscarle?
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FEDRO.- A ti te nombra.
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ANTIFÓN.- Alguna mala nueva me debe
éste de traer.
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FEDRO.- ¡Bah! ¿Estás en tu
seso?
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GETA.- Voyme a casa, que allí está
de ordinario.
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FEDRO.- Llamemos al hombre.
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ANTIFÓN.- ¡Alto ahí!
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GETA.- (Sin
verte.) ¡Eh! Con harto señorío
me llamas, quien quiera que tú seas.
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ANTIFÓN.- ¡Geta!
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GETA.-
(Viéndole.) El mismo que iba a buscar es.
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ANTIFÓN.- Dime, por tu vida, qué
nuevas me traes. Y dímelo, si puedes, en una palabra.
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GETA.- Si haré.
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ANTIFÓN.- Habla.
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GETA.- Ahora mismo, en el puerto...
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ANTIFÓN.- A mi pa...
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GETA.- Entendiste.
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ANTIFÓN.- ¡Muerto soy!
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FEDRO.- ¡Ah!...
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ANTIFÓN.- ¿Qué
haré?
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FEDRO.- (A GETA.)
¿Qué es lo que dices?
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GETA.- Que he visto al padre de éste y
tío tuyo.
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ANTIFÓN.- ¡Oh, pobre de mí,
y qué remedio hallaría yo ahora para este mal tan
repentino! Porque si tan grande es mi desventura, Fania mía,
que me han de apartar de ti, ¿para qué quiero la
vida?
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GETA.- Y pues eso así es, Antifón,
tanto con mayor diligencia conviene que te mires en ello. Que a los
valientes favorece la fortuna.
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ANTIFÓN.- No estoy en mí.
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GETA.- Pues ahora, más que nunca, es
menester que lo estés, Antifón. Porque, si tu padre
te siente temeroso, tendrá por cierto que eres culpable.
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FEDRO.- Eso es verdad.
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ANTIFÓN.- No puedo dominarme.
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GETA.- ¿Qué sería, si
hubieras de hacer ahora otra cosa más difícil?
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ANTIFÓN.- Pues ésta no puedo,
menos pudiera aquélla.
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GETA.- Todo esto es palique, Fedro.
Vámonos, que no hay para qué detenernos más
aquí ¿Qué, es menester aquí gastar el
tiempo en balde? Yo me voy.
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FEDRO.- Y yo también.
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ANTIFÓN.- (Afectando el
aspecto de un hombre tranquilo.) Escucha. ¿Y
si me presento así, será bastante...?
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GETA.- ¡Coplas!
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ANTIFÓN.- Miradme al rostro: ¡Ea!
¿estará bien así?
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GETA.- No.
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ANTIFÓN.- ¿Y así?
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GETA.- Casi, casi.
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ANTIFÓN.- ¿Y así?
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GETA.- Así está bien. ¡Ea!
Conserva ese semblante y procura tenérselas tiesas y
volverle razón por razón; de manera que no te
confunda con sus furiosas palabras, por más airado que
venga.
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ANTIFÓN.- Ya.
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GETA.- ...Que te hicieron fuerza contra tu
voluntad..., que la ley..., que la sentencia del juez...,
¿estás? -Pero ¿qué viejo es ése
que veo al cabo de la plaza?
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ANTIFÓN.- (Viendo a su
padre.) ¡El mismo es! No tengo ánimo
para mirarle cara a cara.
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GETA.- ¡Ah! ¿qué haces?
¿dó vas, Antifón? Aguarda, aguarda digo.
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ANTIFÓN.- Yo me conozco a mí, y
conozco mi yerro. A vosotros os dejo encomendada a Fania y mi vida.
(Vase huyendo.)
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FEDRO.- ¿Qué va a pasar
aquí, Geta?
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GETA.- Que tú tendrás
riñas, y yo, si no me engaño, pagarlas he colgado.
Pero, cumple que nosotros hagamos lo mismo que a
Antifón poco ha le aconsejábamos.
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FEDRO.- No me digas cumple, sino
mándame lo que tengo de hacer.
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GETA.- ¿No te acuerdas de la
plática que tuviste días pasados, al emprender el
caso, para haberos de librar de culpa? ¿Que aquella causa
era justa, fácil, de buen defender y muy buena?
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FEDRO.- Ya me acuerdo.
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GETA.- Pues de aquella misma tenemos ahora
necesidad, o de otra mejor y más sagaz, si posible
fuere.
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FEDRO.- Yo lo procuraré con
diligencia.
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GETA.- Pues empréndelo tú el
primero ahora, que yo estaré aquí de reserva y como
emboscado, para si te fuere mal.
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FEDRO.- En buen hora.
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