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Las hazanas de «coral»

A mi compañero de

caza don J. de la F. A.

                                         ArribaAbajoCon la canana llena
     de municiones,
y el morral atestado
     de provisiones,
la escopeta brillante
     como unas ascuas,
el Coral tan alegre
     como unas Pascuas,
la petaca bien llena
     de cigarrillos
y las manos metidas
     en los bolsillos,
salíme ayer al coto
     muy de mañana,
dispuesto a no dejarme
     tórtola sana,
ni perdiz, ni conejo
     que no matase,
ni codorniz, ni liebre
     que lo contase.

***

   ¡Qué mañanita hacía
     tan deliciosa!
¡Qué brisa la del monte
     tan olorosa!
¡Qué aurora tan radiante!,
     ¡qué algarabía
de pájaros cantores
     la que se oía!
Henchía los pulmones
     un airecillo
con aromas de espliegos
     y de tomillo;
flotaban las neblinas
     en la hondonada,
bramaban los becerros
     en la majada,
las alondras corrían
     por los caminos,
las urracas chillaban
     en los espinos,
silbaban los vaqueros,
     cantaba el cuco
y graznaba el imbécil
     abejaruco.
Al salir el sol claro
     del nuevo día,
todo resucitaba,
     todo reía.
Esponjaban sus plumas
     las tortolillas,
desplegaban el moño
     las abubillas,
saltaban los pardillos
     junto a la fuente,
se bañaban los tordos
     en la corriente,
dormitaba el milano
     sobre el peñasco,
el lagarto bullía
     bajo el carrasco,
y metiendo el piquito
     bajo las alas,
se espulgaban las firras
     y las zorzalas.

***

   ¡Vaya una mañanita
     la tal mañana!
¡Vaya un olor a heno
     y a mejorana!
Mi perro retozaba
     como un ternero.
¡Es el perro más bruto
     del mundo entero!
«Vamos, Coral -le dije-,
     basta de bromas
y echemos una mano
     por estas lomas.
Si tienes buenos vientos
     y me obedeces
yo te he de dar el premio
     que te mereces;
pero si eres muy loco,
     si eres muy malo,
te daré pocos mimos
     y mucho palo.
Cuando caiga una pieza,
     vas a buscarla,
y la traes en la boca
     sin destrozarla.
No hagas barbaridades
     sin ton ni fruto,
mira que tienes pinta
     de ser muy bruto,
y si me armas alguna
     por ser violento,
te pego una paliza
     que te reviento.»
El perro me miraba
     como un idiota,
sin menear siquiera
     la cabezota;
yo seguí mis sermones,
     mas de repente
levantó una pataza
     tranquilamente,
y ante mis propias barbas
     hizo una cosa
poco limpia y muy poco
     respetuosa.
Al empezar la mano,
     junto al camino,
vi posada una alondra
     sobre un espino;
la tiré; cayó muerta
     y a escape el perro
la apresó en sus enormes
     dientes de hierro.
¡No le duró en la boca
     medio minuto!
¡Yo no he visto en mi vida
     perro más bruto!
Se tragó el pajarillo
     más fácilmente
que se traga una píldora
      de la Fuente.
Y mientras yo, furioso,
     le reprendía,
me miraba el imbécil
     y se lamía.
«¡Tragaldabas, idiota,
     -le dije al punto-:
si la hazaña repites,
     te descoyunto!
¡Si vuelves a las mismas
     hoy mismo mueres!
¡Tragaldabas, idiota!
     ¡Qué bruto eres!»

***

   En el mismo momento
     de estar hablando
una tórtola cerca
     pasó volando.
La tiré como quise,
     rompíla un ala
y cayó redondita
     como una bala.
Lanzóse encima el perro
     medio aturdido,
le llamé quince veces
     a grito herido
y no le dio la gana
     de respetarme,
ni de dejar la tórtola,
     ni de escucharme.
Cuando yo fui corriendo
     donde él estaba,
de la tórtola herida
     sólo quedaba
una pluma de un ala,
     la cabecita,
y dos o tres dedillos
     de una patita.
Y el bárbaro del perro
     vuelta a mirarme,
y hasta alzó las manazas
     para halagarme.
Quise ahogarle allí mismo,
     mas tuve calma
y le dije muy serio:
     «Coral del alma,
como eres tan brutazo,
     tú habrás creído
que has hecho ya dos gracias;
     ¡pues no, querido!
Has hecho dos gansadas
     de las peores
que pueden hacer perros
     de cazadores.
¡U obedeces a ciegas
     si yo te miro,
o antes de diez minutos
     te pego un tiro!»

***

   Y seguimos cazando
     tranquilamente
por la falda suave
     de la pendiente.
De pronto, salen juntas
     cuatro perdices,
que a poco no se posan
     en mis narices;
apunté a la primera,
     llamé la llave
y cayó como un trapo
     la pobre ave.
El Coral, más ligero
     que una centella,
de cuatro o cinco saltos
     se echó sobre ella.
Yo ya no me entretuve
     con más llamadas
y llegué donde el perro
     de tres zancadas.
¡Yo no he visto en mi vida
     perro más bruto!
Si llego a entretenerme
     medio minuto,
no tengo ni el consuelo
     de ver la huella
del cuerpo de la hermosa
     perdiz aquella.
¡Gracias a que el muy bruto
     se la quería
tragar de un par de golpes
     y no podía!
Lo cogí, lleno de ira,
     de una orejaza,
le metí la escopeta
     por la bocaza,
y así pude arrancarle
     de los dientazos
la perdiz destrozada
     casi en pedazos.
Pareciéndome aquello
     castigo chico,
le pegué diez cachetes
     en el hocico,
le puse a las narices
     la perdiz muerta
y le dije indignado:
     «¡Boca de espuerta!
El buen perro no come
     pieza que cobra.
Di: ¿no tienes en casa
     pan que te sobra?
 
   Traga-buches, infame,
     mal educado,
¿sabes que mis sermones
     te han reformado?
No te mato ahora mismo
     de un estacazo
porque soy menos bruto
     que tú, brutazo;
mas como mi consejo
     no te aproveche,
yo le diré al tío Pincos
     que te escabeche.
Si vivir siempre a gusto
     conmigo quieres,
medita, Coralito,
     lo bruto que eres,
y si es que tu torpeza
     no tiene cura
le encargaré al tío Pincos
     la sepultura.
Vámonos hoy a casa.
     Yo te perdono
y no quiero guardarte
     rencor ni encono.
Solamente hoy te impongo
     como castigo,
contarle tus hazañas
     a un buen amigo
que también tiene un perro
     tocayo tuyo,
solo que tú no llegas
     a donde el suyo.
¿Quieres saber la causa?
     Pues te la digo:
¡Es... que tú eres más bruto
     que el de mi amigo!»

***

   Mal educado estaba el gran Coral,
pero ya no está mal; está muy mal.
Ya no come las piezas que levanta,
pero hace algo peor: me las espanta.
¡A este perro cerril no hay quien lo dome!
La caza que le mates, se la come,
y si piezas de caza no le matas,
se dedica a cazar grillos y ratas.

***

   Por ver si muda de conducta y traza
llevélo ayer a Peñalniño a caza.
Peñalniño es un cerro alto, gigante,
al cerro de la Cruz muy semejante:
pero está más tendido, es más bajito,
más abundante en caza y más bonito.
¡Hasta estos pedacitos de la sierra
son aquí más bonitos que en tu tierra!
 
   Pues, como iba diciendo, fuime al cerro
y me llevé los galgos con el perro
a ver si este gandul se enmienda algo
yendo a mi lado y entre galgo y galgo.
¡Como no lo reviente o lo deslome,
a este perro cerril no hay quien lo dome!
¡Y menos mal que ha demostrado, al menos,
que tiene vientos, pero vientos buenos!
Mas es un bruto que, en oliendo caza,
pierde el juicio, el respeto y la cachaza.
 
   Cuando entramos ayer en cazadero,
cazaba con tal calma y tal salero
que me obligó a pensar subiendo al cerro:
¿Si habré sido yo ingrato con el perro?
¿Si al juzgarle me habré yo equivocado
y le habré injustamente calumniado?
Ese modo de andar, esa cachaza,
esas posturas de excelente traza,
esa dilatación de las narices
que acaso ya ventean las perdices,
ese cuello tendido hacia adelante,
esa mirada vaga, chispeante,
y ese modo de alzar su gran cabeza
buscando el viento de la oculta pieza,
son indicios, al menos, de que el perro
sabe que está cazando en este cerro.
 
   Si echa una pieza y se la tiro, y cae,
y sabe obedecerme, y me la trae,
-¡me acabé de lucir, Coral querido!-
tendré que confesar que te he ofendido
y que tienes un amo muy ligero,
calumniador, injusto y embustero.
 
   Así iba yo pensando tristemente
cuando el perro se para y, de repente,
cerro arriba arrancó como un venablo,
¡como alma de ladrón que lleva el diablo!
¿Serán conejos o serán perdices
lo que van venteando sus narices?
-¡Coralito -le dije-, espera un poco!
¡Espérame, Coral, y no seas loco!
¡¡Ven aquí, Coralón, no me impacientes!!
¡¡Coralazo, gandul, así revientes!!
Y gritando y corriendo tras el perro,
por la cuesta más áspera del cerro
se me fueron los pies por un peñasco,
y de cara caí sobre un carrasco.
Sin respirar me levanté ligero,
recogí la escopeta y el sombrero
y rascándome un poco las narices,
de nuevo eché a correr tras las perdices.
¡Todo fue inútil! El gandul del perro,
las echó hacia la cúspide del cerro,
y viéndolas volar quedé parado
con la boca entreabierta y atontado.
Además de quedarme sin perdices,
pude también quedarme sin narices.
Se redujo la cosa a un arañazo,
un pequeño chichón y un buen zarpazo;
pero, aun librando bien, aquel que quiera
saber lo que es caer de esa manera,
¡que se deje rodar por un peñasco
y se caiga de cara en un carrasco!

***

   El perro regresó triste y arisco
y sentóse a la sombra de un torvisco;
yo no quise ni hablarle de perdices,
ni siquiera enseñarle mis narices,
¡Al que no se hace bueno con sermones,
se le obliga a ser bueno a pescozones!
   Le di media docena de primera,
mimé a los galgos para que él lo viera,
fumé un cigarrillo, descansé un poquito
¡y adelante otra vez, que es tardecito!

***

   Del prado Verdinal, junto a la esquina,
en una carrasquera chiquitina,
de nuevo el perro se quedó parado
y púseme en seguida yo a su lado,
dispuesto a fusilar lo que saliera
de aquella miserable carrasquera.
Yo, por más que miré nada veía,
pero el perro la muestra no rompía;
y ante fijeza tal y tal postura,
me dije para mí: ¡liebre segura!
-¡Entra, Coral! -le dije al verle inerte.
-¡Entra, Coral! -le repetí más fuerte.
-¡Entra, Coral! -grité por vez tercera;
y el perro se lanzó a la carrasquera.
 
   ¡Oh vergüenza! ¡Oh dolor! ¡Oh triste chasco!
En lugar de salir de entre el carrasco
una liebre a saltar de mata en mata,
salió un lagarto de cabeza chata,
lomo verdoso, vivarachos ojos
y blanca panza con puntitos rojos.
   Lo mismo que un ratón que ha visto al gato,
salió azarado el bicharraco chato,
y el perro se lanzó tras él más listo
que el gato hambriento que al ratón ha visto.
A cambio de un mordisco en una mano,
diole el perro un zarpazo soberano,
echóle el diente y el reptil arisco
le atizó en el hocico el gran mordisco.
   Debió ser un mordisco sandunguero
porque el perro gruñó muy lastimero,
flojó los dientes, escurrióse el bicho
y cojo y todo se metió en su nicho.
 
   A casita, Coral, que el sol se pone
y es posible que el morro se te encone.
Te doy mi enhorabuena más cumplida
por la dulce caricia recibida,
y me alegra en el alma, buen amigo,
de ver, tras tu pecado, tu castigo.
¿Confunden todavía tus narices
los lagartos con liebres y perdices?
 
   Pues aprende, gandul, que esa es tu ciencia;
aprende a distinguir; y en penitencia,
mientras los dientes del lagarto alabo,
¡te rascas el hocico con el rabo!



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A la muerte de mi hurón

(Elegía improvisada..., y así saldrá ella)

A mi muy querido amigo Ignacio Toledano,

compañero de excursiones «Ciquielunas».

                                         ArribaAbajoLágrimas tristes que corréis a ríos
     por estos ojos míos
que son testigo de mi infausta suerte,
¡corred hasta el sepulcro abandonado
     del amigo adorado
que sin piedad me arrebató la muerte!
 
   ¡Depositad sobre su tumba fría
     la fúnebre elegía
que le dedica un corazón sensible!
¡Verted por él inconsolable llanto,
     y que este humilde canto
le sirva de corona inmarcesible!
 
   ¡Pobre Ciquiel!, de tu olvidada fosa,
     yo grabaré en la losa
un cantar que dirá de esta manera:
«Aquí yace un hurón noble y honrado,
     que era el Sultán llamado
por los conejos de la sierra entera.
 
   Músico, pobre, gárrulo y sencillo,
     mi pobre Ciquielillo
tocaba el cascabel con cierto arte;
mas le hicieron dejar el instrumento,
     y a lo mejor del cuento
se nos fue con la música a otra parte.
 
   De mi pueblo en la sierra solitaria,
     en vez de una plegaria,
resuenan mil canciones a lo lejos,
y es porque, del vivar en el encierro,
     te cantan el entierro,
con cruel regocijo los conejos.
 
   En su morada subterránea y fría
     celebran una orgía
en honor de tu muerte, Ciquielillo.
¡Ay de todos si tú resucitaras
     y el cascabel sonaras
de repente a la puerta del pasillo!
 
   ¿Oyes qué ruido en el vivar retumba?
     ¡Álzate de esa tumba
porque están de tu honor haciendo trizas!
Preséntate en la sala de sesiones
     y empieza a pescozones
porque están injuriando tus cenizas.»
***
   En más de cuatro vivares,
cuando tu muerte supieron,
los conejos se reunieron
en conclave fraternal,
para celebrar la muerte
de aquel que cuando vivía
clavaba... donde podía
sus colmillos de chacal.
 
   De un vivar sobre la puerta,
cuando tu muerte supieron,
con las uñas escribieron
este infamante cartel:
«Durante dos o tres meses
en todos estos bibales
se cantarán funerales
por el tísico Ciquiel.»
 
   En otro vivar del monte
celebraron una orgía,
y al rayar la luz del día
se reunieron en sesión;
y unánimes acordaron
salir de su oscuro encierro
para cantarte el entierro
en solemne procesión.
 
   ¡Qué canallas! ¡Qué guasones!
Todos ser curas querían
y méritos aducían,
de su pretensión en pro:
-¡Yo he escapado cuatro veces!
-Pues de poco usted se queja:
¡A mí me rasgó una oreja!
-Y a mí también me atentó.
 
   -¿Qué vale eso que tú dices?
Yo, al salir por el pasillo,
me lo encontré de narices
y nos liamos los dos;
y, si me descuido un poco
y no encuentro a la carrera
la puerta de la escalera,
¡me divierto, como hay Dios!
 
   -¿Y yo, que estaba en el patio
arrancando una retama?...
-¿Y yo, que estaba en la cama
cuando en casa se coló?...
-Pues eso no es nada, hermanos.
¡Yo tengo un ojo vacío
y tengo un labio partío
de dos besos que me dio!
 
   En fin, allí se increparon
en forma insolente y dura,
y al cabo el cargo de cura
se sometió a votación;
votaron alborotados,
y aquel del ojo vacío,
aquel del labio partío
fue cura en la procesión.
 
   ¡Pobre Ciquiel! ¡Si supieras
cuánto de ti se rieron!
Todos del vivar salieron
ansiosos de retozar;
y al brillar del alba pura
los resplandores rosados,
ya estaban todos formados
a la puerta del vivar.
 
   Todos en los pies traseros
encabritados andaban,
y con las manos llevaban
insignias de procesión.
Uno con la manga fúnebre,
que era un trozo de retama,
y otro con una gran rama
de tomillo por pendón.
 
   De una agalla perforada
hicieron un calderete,
y un conejillo vejete
¡qué disparate hizo en él!
Y dos muy tiesos llevaban,
en los hombros sostenido,
un palo seco y tendido
que simulaba Ciquiel.
 
   El cura, aquel cura tuerto
que era más feo que Tito,
sólo llevaba un palito
que en hisopo convirtió;
y el libro de los latines,
que llevaba un monaguillo
era un forro de un librillo
que algún cazador perdió.
 
   En dos hileras muy largas
se fueron acomodando
y el gori-gori cantando,
tendióse el cortejo aquel
hacia un barranco relleno
de estiércol amontonado...
¡Era el sitio destinado
para enterrarte, Ciquiel!
 
   Dos conejos con las uñas
abrieron tu sepultura
en el montón de basura,
chirriando de dolor;
mas luego que estuvo abierta
y en ella tu efigie echaron,
como locos empezaron
a bailar alrededor.
 
   ¡Qué escándalo!, el cura tuerto
te dio tales hisopazos,
que sobre ti en dos pedazos
roto el hisopo quedó;
y aquel que llevaba... aquello
metido en la caldereta,
hizo al aire una pirueta
y encima de ti lo echó.
 
   El monaguillo del libro,
que era el de la oreja rota,
hasta hizo horrible chacota
de los latines también;
pues cantaba dando saltos:
«¡Non haberis mas mordiscum!
¡Ciquiélibus moriuni tísiqum!
¡Requiescant in pace, amén!»
 
   Cansado por fin el cura
de aquella danza maldita,
con alegría inaudita
tierra al palitroque echó;
holló y echó más de nuevo,
para hacer mayor la carga,
y con la uña más larga
este epitafio escribió:
 
   «Aquí yacen los restos asquerosos
     del tísico Ciquiel.
Por mí, que se lo lleven los demonios,
     si es que pueden con él.
Murió este bicho repugnante y feo
     de tisis pulmonar;
si lo hubieran ahogado al nacedero,
     no hubiesen hecho mal.
De dos mordiscos me rasgó este labio
     y un ojo me sacó:
¡que muerdan los gusanos en los ojos
     del que tanto mordió!
 
   «¡Que se lo lleven todos los demonios
     que viven con Luzbel!,
y que no quede casta en esta tierra
     del tísico Ciquiel!
¡Y caiga un rayo en el sepulcro negro
     de este ladrón sin par,
no haga el diablo que un día este asesino
     vuelva a resucitar!»


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Mañanas y tardes

Sueños

                                                                   ¡Gloria al Señor que puso
mi pobre cuna
donde hay estas estrellas,
y hay esta luna,
y hay estas flores,
y hay estas dulces auras,
y hay estas noches!
(Antonio de Trueba)


- I -

                                         ArribaAbajoLa tarde está serena, la calma es tanta,
que ni llora el arroyo, ni el ave canta;
la ráfaga de viento, que a veces pasa,
llanuras y sembrados, todo lo abrasa.
 
   El astro bochornoso que reverbera
convierte las llanuras en una hoguera;
crujen unas con otras las cañas huecas;
las doradas espigas estallan secas,
y en el fondo pardusco de la barranca,
el agua del arroyo su curso estanca.

***

   Tan pesada es la calma, tal el bochorno,
que la abrasada tierra parece un horno.
 
   Las alondras reposan en sus solaces,
las codornices duermen bajo sus haces,
los lagartos, que salen de su agujero,
cruzan algunas veces por el sendero;
la perdiz a sus hijos, cauta, reclama
bajo la tibia sombra de la retama,
y uniendo sus cabezas abochornadas
dormitan las ovejas en las cañadas.

***

   Llega el sol a la cumbre de su apogeo;
duermen algunos bueyes en el rodeo,
y otros van a la oscura charca verdosa
para ahuyentar la mosca que los acosa.
 
   Trabajan en las eras lentas las reses,
en derredor girando sobre las mieses;
bajo el trillo, que arrastran con lento empuje,
la seca paja estalla, se rompe y cruje;
el ruido de la marcha casi ensordece,
el choque de las mieses casi adormece.
 
   Al son con que el cambizo lento rechina
responde el de la parva que está vecina;
desparrama el labriego los secos haces,
y en el trillo se duermen ya los rapaces.

***

   El perro perezoso se entrega al sueño
a la sombra del viejo carro del dueño,
y sacude la mosca que le molesta
turbando impertinente su dulce siesta.
 
   Forma el trigo tendido redondas fajas
y cantan las chicharras entre las pajas.
Los pájaros se ahogan en el espacio
y hacen de las encinas fresco palacio;
ni canta la culebra, ni rana alguna
asoma la cabeza por la laguna;
en su casa escondidos callan los grillos,
y quedan en los prados secos tronquillos
del pasto saludable, fresco y lozano
que con rudos calores quemó el verano.

***

   De la Peña del Niño por las laderas
quedan piedras, tomillos y carrasqueras.
 
   Por evitar de Febo la ardiente lumbre,
las perdices se suben hacia la cumbre,
y armado de escopeta recorre el cerro
el cazador constante detrás del perro.
 
   De las húmedas piedras por las rendijas
se ven salir a veces las lagartijas;
el sol despide fuego, fuego la tierra
fuego los pedregales de aquella sierra.
 
   Sólo se ven en torno zarzas y espinos;
no transita un viviente por los caminos.
 
   El viento con sus ráfagas lleva ligero
una nube de polvo por el sendero.
 
   Siegan, unos tras otros los segadores
del sol bajo los rayos abrasadores;
entre espigas y cardos van encorvados,
bajo tantos calores casi agobiados,
y el dueño los vigila bajo una encina
que al árido sembrado crece vecina.

***

   El caballo corriendo por el atajo,
va a humedecer su boca con el regajo;
el carro con las mieses lento camina
y al lento balanceo cruje y rechina,
y el buey, uncido al yugo, la cola enrosca
ahuyentando indefenso la inquieta mosca.

***

   ¡Largas tardes de agosto!... ¡Tardes de calma!...
¡en vuestras largas horas se duerme el alma!...

***

   Si quisierais tristezas y soledades,
buscadlas en los tristes campos de Frades.
 
   No busquéis en él nunca tiernos planteles
ni busquéis en sus campos lindos vergeles;
no busquéis en sus lomas los olivares;
buscad en sus laderas los tomillares.
 
   No busquéis en sus pobres alrededores
jardines esmaltados de lindas flores;
ni hallaréis en sus cerros los naranjales,
ni veréis en su sierra lindos rosales.
 
   No hallaréis en sus campos un paraíso,
que la Naturaleza darle no quiso.
Son sus áridos valles pobres plantíos;
son sus pobres cañadas vegas sin ríos.
 
   Si visitáis sus montes y sus marjales,
veréis viejas encinas y matorrales,
y en vez de frescas bandas de azules violas
veréis entre los trigos las amapolas.

***

   ¡Buscad secos barbechos siempre agostados!...
¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!...
¡Buscad cuando el gran astro lumbre fulgura,
una encina, una piedra y una llanura!...
 
   En sus tristes y humildes alrededores
jamás cantar se oyeron los ruiseñores.
De sus montes de encinas por los confines,
saltan lindos chivones y colorines.
 
   Gorjeadores alondras y golondrinas,
de sus pobres casitas son las vecinas,
y habitan sus laderas, montes y lomas,
las dulces tortolillas y las palomas.

***

   No busquéis en sus sierras fieros torrentes;
buscad sus solitarias y ocultas fuentes;
no busquéis en el monte la catarata
que al bajar al abismo se desbarata;
buscad, en vez del río que se despeña,
el manantial, que fluye de negra peña;
y en vez de la cascada de las alturas,
buscad los arroyuelos de las llanuras.

***

   ¡Buscad secos barbechos, siempre agostados!...
¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!...
¡Buscad, cuando el gran astro lumbre fulgura
una encina, una piedra y una llanura!...
 

- II -

   Hay en medio de Frades rústico huerto,
que parece el oasis de aquel desierto.
 
   Entoldan sus paseos los emparrados,
con sus brazos frondosos entrelazados;
despliegan las acacias sus anchas copas,
donde los gorriones cantan en tropas.
 
   Son las tapias del huerto de vieja piedra,
que cubre cuidadosa la verde yedra;
las auras vespertinas y matinales
juegan con los cerezos y los perales;
tapizan sus paseos yerbas silvestres,
y en los rincones crecen flores campestres.
 
   Los alegres manzanos cuando florecen
dan sombra a las verduras que abajo crecen.
 
   Si un aroma se aspira dulce y ligero,
es el aroma dulce de algún romero.
 
   Junto a la vieja tapia crece y vegeta
el junco del pantano con la violeta,
y unen abrazos tiernos y fraternales
las verdes zarzamoras con los rosales.
 
   El viento se embalsama con los olores
de aquellas coloradas y lindas flores,
y junto a la violeta crece amarilla
exhalando su aroma la manzanilla.
 
   Hay entre las verduras una fontana,
do el agua para ellas tan clara mana,
que a la vez se reflejan en sus cristales
dos manzanos, tres guindos y tres rosales.
 
   Y al pie de esta fontana, tan pura y bella
vive el amargo ajenjo con la grosella,
y de igual modo vive, crece y se hermana
la colorida fresa con la romana.

***

   En esas mañanitas del mes de mayo,
antes que el sol nos mande su ardiente rayo,
de aromas y armonías hay un concierto
dentro de aquel silvestre y alegre huerto.
 
   Cuando la luz asoma por las colinas,
ya cantan en los guindos las golondrinas,
y antes que el sol derrame luz sobre el suelo,
ya las pardas alondras suben al cielo.
 
   Hay cerca de aquel huerto viejos cercados
y viejas encinitas y viejos prados,
y entre estas encinitas, casi cubierta,
canta la tortolilla cuando despierta.
 
   En los rojos tejados de aquella aldea
el tordo se despluma, silba y gorjea,
y chillando a su lado sobre el alero
el gorrión inquieto salta ligero.
 
   Se revuelcan y charlan en los corrales
las alegres gallinas con los pardales;
despierta la paloma madrugadora
cuando el astro naciente las lomas dora,
y dejando en parejas los palomares,
por el cielo del huerto cruzan a pares.
 
   Los cargados manzanos abren sus flores;
la humilde manzanilla despide olores,
y olores dan la rosa y la romana,
que vegeta en la orilla de la fontana.
 
   En las ramas nudosas de los manzanos
depositan sus larvas pardos gusanos;
las constantes arañas tejen sus redes
en las húmedas grietas de las paredes,
y trepan las hormigas por su sendero
que suele ser el tronco de un limonero.
 
   Previsora, constante, madrugadora,
inteligente, sabia, trabajadora,
en busca de sus flores sola se aleja
y su oscura colmena deja la abeja.

***

   Insectos, flores y aves en dulce salva
saludan con sus ruidos la luz del alba,
que asoma sonrosada, bella y riente,
recostada en las lomas del Claro Oriente.
 

- III -

   Mes de agosto ardoroso, serena tarde;
arde el sol en el cielo; la tierra arde.
 
   Todo, todo, en la aldea reposa inerme...
el hombre, el ave, el bruto, todo se duerme...
y cuando el mundo vivo parece muerto
yo, que soy el que velo, me voy al huerto.
 
   Allí, bajo la sombra de un emparrado,
de marillentas hojas entrelazado,
hago lecho mullido del verde suelo
y mis cansados ojos fijo en el cielo.
 
   Mis párpados se entornan pausadamente;
confuso mar de ideas turba mi mente...
mi pensamiento flota, vago..., perdido...,
y, cerrando mis ojos, ¡quedo dormido!...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   En las tardes de agosto, tardes de calma,
en cuyas largas horas se duerme el alma,
después que me embriaga dulce beleño
y me quedo dormido..., ¿sabes qué sueño?
 
   Sueño que voy cruzando por un desierto,
un mar sin fin de arenas, un mar sin puerto.
 
   Lágrimas de agonía vierten mis ojos
porque mis pies heridos pisan abrojos.
 
   En medio del desierto sueño que existe
un albergue que sirve de alivio al triste;
un oasis bendito, do el peregrino
alivia las fatigas de su camino.
 
   Es el rey del oasis un niño alado,
que aquel edén hermoso vigila armado.
 
   En una aguda flecha guarda amoroso
un licor sonrosado, dulce y sabroso.
 
   Cuando a algún peregrino la sed abrasa
y cerca del oasis llorando pasa,
a recibirle sale solo y armado,
con una de su flechas el niño alado.
 
   Y el arma punzadora lanza certero
al corazón marchito de aquel viajero
que, entrando del oasis bajo el ramaje
refresca los ardores de su viaje.
 
   Y mientras a la sombra duerme y descansa
a sus pies una fuente resuena mansa.
 
   El niño de las alas su sueño vela;
su espíritu cansado soñando vuela,
y el licor de la flecha del niño alado
su corazón ardiente tiene embriagado.
 
   Y, mientras a la sombra yace dormido,
viene con sus acordes a herir su oído
un coro de angelitos que, en derredor
del lecho del viajero, dicen: «¡Amor!...»
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Y yo sigo soñando..., sigo soñando
con otros peregrinos que van llegando
al oasis bendito de aquel paraje,
mitad de su penoso, largo viaje.
 
   En medio del desierto, solo, afligido,
fatigado, lloroso, triste, perdido,
el último de todos voy caminando,
¡siempre pisando abrojos!..., ¡siempre llorando!...
 
   Lanzado en el desierto por mi destino
no llego al fin querido de mi camino,
y el corazón se ahoga casi abrasado
sin el licor sabroso del niño alado.

***

   En medio del oasis y en él gozando
a ti, Casto querido, te vi cantando.
 
   De un árbol oloroso bajo la sombra
y apoyado a tu lado sobre la alfombra,
vi un ser, que dulcemente te sonreía
y oí distintamente que te decía:
 
   «Tú cruzaste un desierto para buscarme
y entraste en este oasis para adorarme.
Si el resto del desierto juntos cruzamos
y al fin de la jornada juntos llegamos,
viviremos felices, sin duras penas,
¡aun yendo del desierto por las arenas!»
 
   Y tú, que lo escuchabas, de allí saliste
y aceptando el apoyo que le ofreciste,
os vi llenos de gozo, cruzando luego
aquel desierto inmenso lleno de fuego...

***

   Rendido de cansancio, lleno de pena,
y con mis pies hollando la ardiente arena,
os perdieron mis ojos..., ¡que se cerraban
sin llegar al oasis que divisaban!
 
   Y tendido entre espinas, sin esperanza
de hallar jamás el puerto de mi bonanza,
exclamaba llorando: «¡Dios mío!... ¡No puedo!...
Estoy aquí tan solo, que... ¡¡tengo miedo!!...»
 
   Quemaba con sus rayos el sol de estío
y el corazón sentía yerto de frío.
 
   Cubrió mis turbios ojos un negro velo,
alcéme amedrentado del duro suelo,
y al extender mi vista por el desierto...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡desperté en mi silvestre y alegre huerto!
 

- IV -

   En las dulces mañanas del mes de mayo,
cuando el sol nos envía su primer rayo,
voy al huerto a sentarme, porque en el huerto
hay de aromas y ruidos dulce concierto.

***

   Recostado en la alfombra del verde suelo
y siempre con mi vista fija en el cielo,
percibo en torno mío ricos aromas
que me manda el tomillo desde sus lomas.
 
   Mis párpados se entornan... ¡Estoy despierto
y sueño nuevamente con el desierto!
 
   Sueño que voy andando..., que voy andando
y que al hermoso oasis estoy llegando,
y lo veo tan cerca, que me convida
a vivir una dulce y alegre vida...
 
   Y tanto me aproximo que te diviso
vagando entre el follaje del paraíso.
 
   Al ser que te acompaña le ofreces flores,
flores que en vez de aromas vierten amores.
 
   Al tender tu mirada por el desierto,
me viste caminando con paso incierto,
y no lloraste viendo mi gran quebranto,
porque en aquel oasis no existe el llanto.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Antes de la dorada y hermosa puerta
de la mansión aquella, que estaba abierta,
había un gran abismo, profundo, hondo...,
sin medida, sin término, sin luz, sin fondo.
 
   Al ponerme a la orilla tímidamente,
un vértigo espantoso turbó mi mente;
y casi loco, débil y suspendido
sobre aquel precipicio, perdí el sentido....
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Al recobrarlos luego, te vi a mi lado
dentro ya del oasis del niño alado,
y supe que, alargando tu diestra mano,
me salvaste la vida como a un hermano.
 
   Al verme ya en aquella mansión querida,
sentí mi pobre alma de amor herida,
y el licor misterioso del niño alado
mi corazón tenía casi embriagado.
 
   Y vi, en el paraíso de las delicias,
un ser que me halagaba con su caricias,
y al pronunciar mi nombre sus labios rojos,
desperté de mi sueño... y abrí los ojos.
 

- V -

   En las tardes de agosto, tardes de calma,
en cuyas largas horas se duerme el alma,
mis penas y mis ansias doy al olvido
y a la sombra de un árbol sueño dormido.
 
   Sueño con el desierto y el paraíso,
que en las tardes de agosto nunca diviso,
y, aunque esparce sus rayos el sol de estío,
el corazón me queda yerto de frío.
 

- VI -

   Pero, ¡ay!, en las mañanas del mes de mayo,
cuando el sol nos envía su claro rayo,
solo y meditabundo me voy al huerto
y a la sombra de un árbol sueño despierto.
 
   Sueño con el desierto y el paraíso,
que en estas mañanitas cerca diviso,
y aunque a mi lado fría la brisa pasa,
mi corazón sensible..., ¡ay!..., ¡se me abrasa!



ArribaAbajo

Suspiros

                                         ArribaAbajoSolo, triste, perdido sin sosiego
del mar del mundo en las inquietas olas,
sin apagar de mi dolor el fuego
vuelvo de nuevo a lamentarme a solas.
 
   Ha tiempo ya que entre celajes de oro
hermoso edén en mi ilusión soñé.
¿Quién mi ilusión arrebató?... Lo ignoro.
¿Quién goza en mi martirio?... No lo sé.
 
   Yo sólo sé que mitigar deseo
este pesar que arrebató mi calma;
la causa de mi pena no la veo,
y, sin embargo, me desgarra el alma
 
   Tal vez será que el alma se lamente
en fuerza de sufrir, ya sin motivo;
pero mi pobre corazón no miente
y me hace ver las penas en que vivo.
 
   Nadie comprende porque a nadie importa,
las tristes penas de mi vida amarga;
vida que en dicha y en placer es corta
y en desventuras y en sufrir, muy larga.
¿Quién causó mi placer? Un sueño necio.
¿Con quién soñó mi alma? Con un bien.
¿Quién causó mis angustias? Su desprecio.
¿Quién mató mis ensueños? Su desdén.
 
   En medio de mi pena y desconcierto
no tengo nunca un cariñoso amigo
que me enjugue las lágrimas que vierto
y se venga a llorar también conmigo.
 
   Aunque lo quiera y aunque así lo anhele,
no ha podido encontrar el alma mía
ningún amigo fiel que me consuele
cuando yo le contase mi agonía.
 
   Siempre sufriendo mi crüel martirio
turbado veo mi soñado edén,
y la niña que amaba con delirio
ha pagado mi amor con un desdén.
 
   Su mirada de angélico candor
no quiso mi pesar calmar jamás.
¿Y con qué le he pagado?... ¡Con mi amor!
¿Y cuál es mi venganza?... ¡Amarla más!...


ArribaAbajo

¡Patria mía!

...porque has de saber, amigo
mío, que todos los años, en
                                                                  el verano, hago un cantar
para mi pueblo.
Y te mando este -el cantar-
porque algo te corresponde de él.
Si te extraña de que en el
siglo que corre haya todavía
hombres que se ocupen en cosas
tan inocentes, satisfaré y haré
desaparecer tu extrañeza,
natural en un chico fin de siècle,
contestándote que aún quedan
en el mundo hombres honrados.
(J. M.ª G. y G.)
15 septiembre 1892


- I -

                                         ArribaAbajoRodando en la corriente del mundo vano
como rueda una arena sola y perdida
me encontré con un hombre, llamélo hermano
y te lo di por hijo, patria querida.
 
   Pasado luengo tiempo, te abandonaba,
y en unión de aquel hombre yo visitaba
la tierra en que se asientan sus pobres lares...
¡y canté aquella patria que se me daba!...
¡Maldita sea la lira con que cantaba,
y malditos los ecos de sus cantares!
 
   Yo no tengo más patria que esta aldeíta,
donde está todo el fuego de mi cariño;
el corazón sin ella se me marchita,
pero pensando en ella se vuelve niño.
 
   ¡Patria mía querida, que con tu aliento
haces quejar de nuevo con voz vibrante
la fibra más doliente del sentimiento
que se oculta en el pecho de un hijo amante!...,
no llores, si aquel hombre de quien te hablaba
no ha venido a abrazarte y a conocerte;
no admitas aquel hijo que yo te daba,
si en un lejano día viniese a verte.
 
   No amargues con tu llanto mi pobre vida,
porque aquí estoy yo solo para adorarte;
duérmete y no me llores, porque, dormida,
me tendrás a tu lado para cantarte,
      ¡patria querida!
 
   Porque tú me adoraste con ardimiento,
porque tú me has amado con fe constante,
porque tú bendeciste mi nacimiento,
y no puedo olvidarme que, siempre amante,
de tu brisa amorosa con el aliento
     tú me arrullabas,
  cuando dormía
  sobre mi cuna,
  y me besabas
  cuando reía
  sin pena alguna,
  con la alegría
  de la ignorancia,
  que el alma mía
  ya no ha gozado
  desde la infancia
  ni un solo día...
 

- II -

   Mi patria es la aldeíta donde he nacido,
donde tengo los padres que me criaron,
donde existen aún caliente mi pobre nido,
donde alientan los seres que me mimaron,
donde viven las almas que me han querido,
donde vuelan las auras que me arrullaron.
 
   Si no fueron ingratos ni olvidadizos
los hijos que a tus pechos se amamantaron,
no llores tú desprecios de advenedizos,
que de pisar tu suelo se desdeñaron,
porque no eres la cuna de los hechizos
donde ellos se mecieron y se criaron.
 
   Pero tú eres la virgen ruda y bravía
que escondes el tesoro de tu pureza,
más clara que los rayos del mediodía,
que tuestan tu morena gentil cabeza.
Eres la campesina que sólo ansía
ver sin hambre a tus hijos y sin tristeza;
por eso les regalas pan y alegría;
y si algún hijo indigno de tu terneza
por buscar más placeres se te extravía,
le dices: «Come, canta, trabaja y reza,
y no busques la senda que te hundiría
de ignorados abismos por la aspereza.»
 
   No llores, pues, si un hombre te quiso un día
menospreciar acaso por tu rudeza,
  ¡no, patria mía!,
que si no eres del mundo la maravilla
ni eres de la hermosura supremo exceso,
eres la madre tierna, ruda y sencilla,
que a tus hijos veneras con embeleso;
y yo, sólo por eso, te quiero tanto,
que hasta llamarte madre mi amor me lleva,
y sólo tu recuerdo bendito y santo
me hace bueno, me arrastra, y hasta me eleva
          desde el pantano
  sucio y liviano
  de las pasiones,
  donde revuelcan
  encenagados
  los corazones
  desesperados
  sus ilusiones...,
  hasta la cumbre
  de paz y calma
  de las virtudes,
  en cuya lumbre
  se inunda el alma
  de resplandores,
  se dignifica
  con la agonía de los dolores;
  se purifica
  con la alegría de los amores.
 

- III -

   ¡Verdes lomas cubiertas de matorrales,
laderas guarnecidas de robledales,
nidal de negros cuervos y ruiseñores,
praderas salpicadas de manantiales,
archivo de recuerdos encantadores!...
 
   ¡Patria mía, que enciendes mis ideales,
que conservas la historia de mis mayores!...,
tú siempre has sido y eres la dulce idea
que ilumina mis sueños de resplandores,
que a mi espíritu enfermo cura y recrea,
que endulza de mi vida los amargores.
 
   Porque haya habido un hombre que ingrato sea,
no quiero que te aflijas, ni que lo llores,
  ¡plácida aldea!,
que si a ese hombre le ha dado cuna ostentosa
aquella tierra hermosa, cuya presea
borda de rubias perlas la mar furiosa
que con salvaje arrullo la galantea,
tú, más casta que ella, más candorosa,
la sencillez severa que te hermosea
guardas, como la virgen más pudorosa,
en el arco de montes que te rodea.
 
   No llores el desprecio del hijo ingrato
de la altiva sultana, rica y liviana,
que es la más lujuriosa de las mujeres;
porque si él es el hijo de la sultana
que emborracha sus hijos con los placeres,
yo soy el hijo amante de la aldeana
que alimenta sus hijos con pan moreno,
y les dice, cual madre pobre y cristiana:
«Come, canta, trabaja, reza y sé bueno.
          Tus desventuras
  sufre con calma
  noble y sincera;
  ¡y ama, si el alma
  te lo pidiera!
  Que el alma buena
  se purifica
  con la crudeza de los dolores;
  se dignifica
  con la pureza de los amores.»
 

- IV -

   Tú, patria mía, no tienes de azahar un velo,
ni mares que te arrullen enamorados,
ni montañas que escalen el mismo cielo,
ni bosques con vergeles entrelazados.
 
   Lucir tampoco puedes en tu garganta
de nácares y perlas rica presea;
y aunque tú estás guardada de gente tanta
como a la gran sultana siempre babea,
ni la brisa marina tu frente orea
ni puede, aunque quisieras, gozar tu planta
las frescas humedades de la marea.
 
   En tu suelo al viajero tampoco encanta
la luz de inmenso faro que cabrillea,
alumbrando al navío que se adelanta
y en noche borrascosa se balancea
sobre un mar encrespado que al hombre espanta,
y que a la luz siniestra que lo platea,
y a impulsos de la fuerza que lo levanta,
se agita, fosforece y amarillea,
duerme, ruge, suspira, murmura y canta.
 
   Tú no eres la sultana que se recrea
en la misma belleza que la agiganta,
    ¡rústica aldea!...
Pero eres la aldeana trabajadora
que, al trabajo rendido y a las fatigas,
reclinas tu cabeza de labradora
sobre un haz de maduras, rubias espigas,
que este sol de Castilla calcina y dora.
 
   Tú eres la esposa rústica, la madre sana
más casta, más salvaje que la sultana.
Si para ti no arrastran del mar las olas
aderezos de nácar, de maleagrina,
ni gárrulos concentos de barcarolas,
tienes, en cambio, campos de mies cetrina,
donde tú te abrillantas y te arrebolas
bajo esta meridiana luz argentina
que, al vibrar de mil flores en las corolas,
tiñe a trozos tu manto de purpurina,
que Dios ha recamado con orla fina
de claveles azules y de amapolas...
 
   Y todo ser que bulle, murmura o trina,
ruge, canta o se mueve sobre tu suelo,
es la voz de un concierto que sube al cielo;
la esencia inmaculada de aquella idea
que siempre de ti ausente canto y evoco,
    ¡gárrula aldea,
  nido de un loco!...
Si son en ti dichosos tus moradores,
no te aflijas por nada, por nada llores,
  que yo te adoro;
¡pero guarda la vida de mis mayores,
  como un tesoro
  constantemente!...,
porque, si yo te quiero como un demente
y te llamo en mi ausencia con hondos gritos
  desgarradores,
¡es porque están contigo seres benditos
que son el amor santo de mis amores!...
 

- V -

   Tu sol arde en el cielo como una hoguera;
sacude, patria mía, la cabellera
de tus viejas encinas y tus sembrados,
y mándame por ellos la brisa lenta
que agite mis pulmones congestionados
y humedezca mi boca que arde sedienta;
que sacuda mis miembros aletargados
y refresque mi frente calenturienta...
 
   Ha mediado la tarde y el sol abrasa;
la espiga suelta el grano, chasca y se tuesta;
si corre el aura, escalda por donde pasa;
todo ser animado duerme la siesta...
 
   ¡Cántame alguna estrofa pesada y larga,
como las que cantabas cuando era niño...;
arrúllame este sueño, que me aletarga,
con un cuento de amores, en que el cariño
me transporte a otra vida menos amarga!...
 
   ¡Oh cuéntame una historia!..., mas no una historia
de esas que el alma queman al escucharlas;
que labran hondos huecos en la memoria,
y que espantan y hieren al recordarlas.
 
   Cuéntame historias largas de trovadores,
de bardos, de poetas y de mujeres...,
inyecta en mi cerebro sueños de amores,
y que, siquiera en sueños, tenga placeres...
 
   ¡Pero no! Si lo hicieras, ¡me matarías!
Haz que ningún recuerdo mi alma taladre.
Cuéntame lo que quieras de aquellos días
en que sólo soñaba yo con mi madre.
 
   Emborráchame el alma con regodeos
y apariciones místicas de la pureza...,
y déjame este cuerpo sin los deseos
del ensueño letárgico de la pereza...
 
   Duérmete tú conmigo desde esta loma
donde ni un ser se mueve ni el aura bulle,
y tráeme de tus montes una paloma
que, oculta en esta encina, mi siesta arrulle.
 
   Cántame los idilios con que regalas
al hijo extraviado que te visita,
y haz de tu amor de madre, con ambas alas,
un dosel en que apoye mi sien marchita...
 
   ¡Gracias, patria amorosa, gracias mil veces!
¡Dios conserve y bendiga tus moradores!
¡Dios de tus pobres hijos oiga las preces!
¡Dios les dé pan, virtudes, glorias y amores!
 
   ¡Dios aleje la muerte de tu morada!
¡Dios te dé a manos llenas dichas benditas!
¡Dios alegre tu cielo con su mirada!
¡Dios bendiga tus campos y tus casitas!

***

   Tú has combatido siempre mis agonías
con fuerzas misteriosas y celestiales;
por eso hoy, gastado, como otros días,
vengo a buscar de nuevo fuerzas vitales...
¡Que se van extinguiendo mis energías!
¡Que se van apagando mis ideales!...
 
   Úngeme de esa esencia tan misteriosa
que sacude la anemia de mi impotencia,
y a mi ser da una fuerza bien poderosa
para esta lucha horrible de la existencia.
 
   Satura tú mi sangre con esa esencia,
y no llores por nada, patria amorosa;
  canta y reposa,
  ¡gárrula aldea!,
  duerme la siesta
  sobre esta cuesta
  que el sol caldea,
  la luz platea
  y el aura tuesta...
Y si es que, mientras lenta la tarde pasa,
no puedes regalarme brisa más fría,
¡bésame en esta frente, que se me abrasa,
y ampara esta cabeza, que se extravía!...
  Pero si tú me quieres,
  si tú me llamas,
¡nuestro cariño bendito sea!
  Pero si no me adoras,
  si no me amas,
¡¡¡dame a mi padre!!! y ¡¡adiós, aldea!!

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