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Con la canana llena |
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de municiones, |
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y el morral atestado |
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de provisiones, |
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la escopeta brillante |
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como unas ascuas, |
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el Coral tan alegre |
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como unas Pascuas, |
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la petaca bien llena |
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de cigarrillos |
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y las manos metidas |
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en los bolsillos, |
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salíme ayer al coto |
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muy de mañana, |
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dispuesto a no dejarme |
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tórtola sana, |
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ni perdiz, ni conejo |
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que no matase, |
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ni codorniz, ni liebre |
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que lo contase. |
*** |
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¡Qué mañanita hacía |
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tan deliciosa! |
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¡Qué brisa la del monte |
|
tan olorosa! |
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¡Qué aurora tan radiante!, |
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¡qué algarabía |
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de pájaros cantores |
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la que se oía! |
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Henchía los pulmones |
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un airecillo |
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con aromas de espliegos |
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y de tomillo; |
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flotaban las neblinas |
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en la hondonada, |
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bramaban los becerros |
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en la majada, |
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las alondras corrían |
|
por los caminos, |
|
las urracas chillaban |
|
en los espinos, |
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silbaban los vaqueros, |
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cantaba el cuco |
|
y graznaba el imbécil |
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abejaruco. |
|
Al salir el sol claro |
|
del nuevo día, |
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todo resucitaba, |
|
todo reía. |
|
Esponjaban sus plumas |
|
las tortolillas, |
|
desplegaban el moño |
|
las abubillas, |
|
saltaban los pardillos |
|
junto a la fuente, |
|
se bañaban los tordos |
|
en la corriente, |
|
dormitaba el milano |
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sobre el peñasco, |
|
el lagarto bullía |
|
bajo el carrasco, |
|
y metiendo el piquito |
|
bajo las alas, |
|
se espulgaban las firras |
|
y las zorzalas. |
*** |
|
¡Vaya una mañanita |
|
la tal mañana! |
|
¡Vaya un olor a heno |
|
y a mejorana! |
|
Mi perro retozaba |
|
como un ternero. |
|
¡Es el perro más bruto |
|
del mundo entero! |
|
«Vamos, Coral -le dije-, |
|
basta de bromas |
|
y echemos una mano |
|
por estas lomas. |
|
Si tienes buenos vientos |
|
y me obedeces |
|
yo te he de dar el premio |
|
que te mereces; |
|
pero si eres muy loco, |
|
si eres muy malo, |
|
te daré pocos mimos |
|
y mucho palo. |
|
Cuando caiga una pieza, |
|
vas a buscarla, |
|
y la traes en la boca |
|
sin destrozarla. |
|
No hagas barbaridades |
|
sin ton ni fruto, |
|
mira que tienes pinta |
|
de ser muy bruto, |
|
y si me armas alguna |
|
por ser violento, |
|
te pego una paliza |
|
que te reviento.» |
|
El perro me miraba |
|
como un idiota, |
|
sin menear siquiera |
|
la cabezota; |
|
yo seguí mis sermones, |
|
mas de repente |
|
levantó una pataza |
|
tranquilamente, |
|
y ante mis propias barbas |
|
hizo una cosa |
|
poco limpia y muy poco |
|
respetuosa. |
|
Al empezar la mano, |
|
junto al camino, |
|
vi posada una alondra |
|
sobre un espino; |
|
la tiré; cayó muerta |
|
y a escape el perro |
|
la apresó en sus enormes |
|
dientes de hierro. |
|
¡No le duró en la boca |
|
medio minuto! |
|
¡Yo no he visto en mi vida |
|
perro más bruto! |
|
Se tragó el pajarillo |
|
más fácilmente |
|
que se traga una píldora |
|
Pé de la Fuente. |
|
Y mientras yo, furioso, |
|
le reprendía, |
|
me miraba el imbécil |
|
y se lamía. |
|
«¡Tragaldabas, idiota, |
|
-le dije al punto-: |
|
si la hazaña repites, |
|
te descoyunto! |
|
¡Si vuelves a las mismas |
|
hoy mismo mueres! |
|
¡Tragaldabas, idiota! |
|
¡Qué bruto eres!» |
*** |
|
En el mismo momento |
|
de estar hablando |
|
una tórtola cerca |
|
pasó volando. |
|
La tiré como quise, |
|
rompíla un ala |
|
y cayó redondita |
|
como una bala. |
|
Lanzóse encima el perro |
|
medio aturdido, |
|
le llamé quince veces |
|
a grito herido |
|
y no le dio la gana |
|
de respetarme, |
|
ni de dejar la tórtola, |
|
ni de escucharme. |
|
Cuando yo fui corriendo |
|
donde él estaba, |
|
de la tórtola herida |
|
sólo quedaba |
|
una pluma de un ala, |
|
la cabecita, |
|
y dos o tres dedillos |
|
de una patita. |
|
Y el bárbaro del perro |
|
vuelta a mirarme, |
|
y hasta alzó las manazas |
|
para halagarme. |
|
Quise ahogarle allí mismo, |
|
mas tuve calma |
|
y le dije muy serio: |
|
«Coral del alma, |
|
como eres tan brutazo, |
|
tú habrás creído |
|
que has hecho ya dos gracias; |
|
¡pues no, querido! |
|
Has hecho dos gansadas |
|
de las peores |
|
que pueden hacer perros |
|
de cazadores. |
|
¡U obedeces a ciegas |
|
si yo te miro, |
|
o antes de diez minutos |
|
te pego un tiro!» |
*** |
|
Y seguimos cazando |
|
tranquilamente |
|
por la falda suave |
|
de la pendiente. |
|
De pronto, salen juntas |
|
cuatro perdices, |
|
que a poco no se posan |
|
en mis narices; |
|
apunté a la primera, |
|
llamé la llave |
|
y cayó como un trapo |
|
la pobre ave. |
|
El Coral, más ligero |
|
que una centella, |
|
de cuatro o cinco saltos |
|
se echó sobre ella. |
|
Yo ya no me entretuve |
|
con más llamadas |
|
y llegué donde el perro |
|
de tres zancadas. |
|
¡Yo no he visto en mi vida |
|
perro más bruto! |
|
Si llego a entretenerme |
|
medio minuto, |
|
no tengo ni el consuelo |
|
de ver la huella |
|
del cuerpo de la hermosa |
|
perdiz aquella. |
|
¡Gracias a que el muy bruto |
|
se la quería |
|
tragar de un par de golpes |
|
y no podía! |
|
Lo cogí, lleno de ira, |
|
de una orejaza, |
|
le metí la escopeta |
|
por la bocaza, |
|
y así pude arrancarle |
|
de los dientazos |
|
la perdiz destrozada |
|
casi en pedazos. |
|
Pareciéndome aquello |
|
castigo chico, |
|
le pegué diez cachetes |
|
en el hocico, |
|
le puse a las narices |
|
la perdiz muerta |
|
y le dije indignado: |
|
«¡Boca de espuerta! |
|
El buen perro no come |
|
pieza que cobra. |
|
Di: ¿no tienes en casa |
|
pan que te sobra? |
|
|
|
Traga-buches, infame, |
|
mal educado, |
|
¿sabes que mis sermones |
|
te han reformado? |
|
No te mato ahora mismo |
|
de un estacazo |
|
porque soy menos bruto |
|
que tú, brutazo; |
|
mas como mi consejo |
|
no te aproveche, |
|
yo le diré al tío Pincos |
|
que te escabeche. |
|
Si vivir siempre a gusto |
|
conmigo quieres, |
|
medita, Coralito, |
|
lo bruto que eres, |
|
y si es que tu torpeza |
|
no tiene cura |
|
le encargaré al tío Pincos |
|
la sepultura. |
|
Vámonos hoy a casa. |
|
Yo te perdono |
|
y no quiero guardarte |
|
rencor ni encono. |
|
Solamente hoy te impongo |
|
como castigo, |
|
contarle tus hazañas |
|
a un buen amigo |
|
que también tiene un perro |
|
tocayo tuyo, |
|
solo que tú no llegas |
|
a donde el suyo. |
|
¿Quieres saber la causa? |
|
Pues te la digo: |
|
¡Es... que tú eres más bruto |
|
que el de mi amigo!» |
*** |
|
Mal educado estaba el gran Coral, |
|
pero ya no está mal; está muy mal. |
|
Ya no come las piezas que levanta, |
|
pero hace algo peor: me las espanta. |
|
¡A este perro cerril no hay quien lo dome! |
|
La caza que le mates, se la come, |
|
y si piezas de caza no le matas, |
|
se dedica a cazar grillos y ratas. |
*** |
|
Por ver si muda de conducta y traza |
|
llevélo ayer a Peñalniño a caza. |
|
Peñalniño es un cerro alto, gigante, |
|
al cerro de la Cruz muy semejante: |
|
pero está más tendido, es más bajito, |
|
más abundante en caza y más bonito. |
|
¡Hasta estos pedacitos de la sierra |
|
son aquí más bonitos que en tu tierra! |
|
|
|
Pues, como iba diciendo, fuime al cerro |
|
y me llevé los galgos con el perro |
|
a ver si este gandul se enmienda algo |
|
yendo a mi lado y entre galgo y galgo. |
|
¡Como no lo reviente o lo deslome, |
|
a este perro cerril no hay quien lo dome! |
|
¡Y menos mal que ha demostrado, al menos, |
|
que tiene vientos, pero vientos buenos! |
|
Mas es un bruto que, en oliendo caza, |
|
pierde el juicio, el respeto y la cachaza. |
|
|
|
Cuando entramos ayer en cazadero, |
|
cazaba con tal calma y tal salero |
|
que me obligó a pensar subiendo al cerro: |
|
¿Si habré sido yo ingrato con el perro? |
|
¿Si al juzgarle me habré yo equivocado |
|
y le habré injustamente calumniado? |
|
Ese modo de andar, esa cachaza, |
|
esas posturas de excelente traza, |
|
esa dilatación de las narices |
|
que acaso ya ventean las perdices, |
|
ese cuello tendido hacia adelante, |
|
esa mirada vaga, chispeante, |
|
y ese modo de alzar su gran cabeza |
|
buscando el viento de la oculta pieza, |
|
son indicios, al menos, de que el perro |
|
sabe que está cazando en este cerro. |
|
|
|
Si echa una pieza y se la tiro, y cae, |
|
y sabe obedecerme, y me la trae, |
|
-¡me acabé de lucir, Coral querido!- |
|
tendré que confesar que te he ofendido |
|
y que tienes un amo muy ligero, |
|
calumniador, injusto y embustero. |
|
|
|
Así iba yo pensando tristemente |
|
cuando el perro se para y, de repente, |
|
cerro arriba arrancó como un venablo, |
|
¡como alma de ladrón que lleva el diablo! |
|
¿Serán conejos o serán perdices |
|
lo que van venteando sus narices? |
|
-¡Coralito -le dije-, espera un poco! |
|
¡Espérame, Coral, y no seas loco! |
|
¡¡Ven aquí, Coralón, no me impacientes!! |
|
¡¡Coralazo, gandul, así revientes!! |
|
Y gritando y corriendo tras el perro, |
|
por la cuesta más áspera del cerro |
|
se me fueron los pies por un peñasco, |
|
y de cara caí sobre un carrasco. |
|
Sin respirar me levanté ligero, |
|
recogí la escopeta y el sombrero |
|
y rascándome un poco las narices, |
|
de nuevo eché a correr tras las perdices. |
|
¡Todo fue inútil! El gandul del perro, |
|
las echó hacia la cúspide del cerro, |
|
y viéndolas volar quedé parado |
|
con la boca entreabierta y atontado. |
|
Además de quedarme sin perdices, |
|
pude también quedarme sin narices. |
|
Se redujo la cosa a un arañazo, |
|
un pequeño chichón y un buen zarpazo; |
|
pero, aun librando bien, aquel que quiera |
|
saber lo que es caer de esa manera, |
|
¡que se deje rodar por un peñasco |
|
y se caiga de cara en un carrasco! |
*** |
|
El perro regresó triste y arisco |
|
y sentóse a la sombra de un torvisco; |
|
yo no quise ni hablarle de perdices, |
|
ni siquiera enseñarle mis narices, |
|
¡Al que no se hace bueno con sermones, |
|
se le obliga a ser bueno a pescozones! |
|
Le di media docena de primera, |
|
mimé a los galgos para que él lo viera, |
|
fumé un cigarrillo, descansé un poquito |
|
¡y adelante otra vez, que es tardecito! |
*** |
|
Del prado Verdinal, junto a la esquina, |
|
en una carrasquera chiquitina, |
|
de nuevo el perro se quedó parado |
|
y púseme en seguida yo a su lado, |
|
dispuesto a fusilar lo que saliera |
|
de aquella miserable carrasquera. |
|
Yo, por más que miré nada veía, |
|
pero el perro la muestra no rompía; |
|
y ante fijeza tal y tal postura, |
|
me dije para mí: ¡liebre segura! |
|
-¡Entra, Coral! -le dije al verle inerte. |
|
-¡Entra, Coral! -le repetí más fuerte. |
|
-¡Entra, Coral! -grité por vez tercera; |
|
y el perro se lanzó a la carrasquera. |
|
|
|
¡Oh vergüenza! ¡Oh dolor! ¡Oh triste chasco! |
|
En lugar de salir de entre el carrasco |
|
una liebre a saltar de mata en mata, |
|
salió un lagarto de cabeza chata, |
|
lomo verdoso, vivarachos ojos |
|
y blanca panza con puntitos rojos. |
|
|
|
Lo mismo que un ratón que ha visto al gato, |
|
salió azarado el bicharraco chato, |
|
y el perro se lanzó tras él más listo |
|
que el gato hambriento que al ratón ha visto. |
|
A cambio de un mordisco en una mano, |
|
diole el perro un zarpazo soberano, |
|
echóle el diente y el reptil arisco |
|
le atizó en el hocico el gran mordisco. |
|
|
|
Debió ser un mordisco sandunguero |
|
porque el perro gruñó muy lastimero, |
|
flojó los dientes, escurrióse el bicho |
|
y cojo y todo se metió en su nicho. |
|
|
|
A casita, Coral, que el sol se pone |
|
y es posible que el morro se te encone. |
|
Te doy mi enhorabuena más cumplida |
|
por la dulce caricia recibida, |
|
y me alegra en el alma, buen amigo, |
|
de ver, tras tu pecado, tu castigo. |
|
¿Confunden todavía tus narices |
|
los lagartos con liebres y perdices? |
|
|
|
Pues aprende, gandul, que esa es tu ciencia; |
|
aprende a distinguir; y en penitencia, |
|
mientras los dientes del lagarto alabo, |
|
¡te rascas el hocico con el rabo! |
|
Lágrimas tristes que corréis a ríos |
|
por estos ojos míos |
|
que son testigo de mi infausta suerte, |
|
¡corred hasta el sepulcro abandonado |
|
del amigo adorado |
|
que sin piedad me arrebató la muerte! |
|
|
|
¡Depositad sobre su tumba fría |
|
la fúnebre elegía |
|
que le dedica un corazón sensible! |
|
¡Verted por él inconsolable llanto, |
|
y que este humilde canto |
|
le sirva de corona inmarcesible! |
|
|
|
¡Pobre Ciquiel!, de tu olvidada fosa, |
|
yo grabaré en la losa |
|
un cantar que dirá de esta manera: |
|
«Aquí yace un hurón noble y honrado, |
|
que era el Sultán llamado |
|
por los conejos de la sierra entera. |
|
|
|
Músico, pobre, gárrulo y sencillo, |
|
mi pobre Ciquielillo |
|
tocaba el cascabel con cierto arte; |
|
mas le hicieron dejar el instrumento, |
|
y a lo mejor del cuento |
|
se nos fue con la música a otra parte. |
|
|
|
De mi pueblo en la sierra solitaria, |
|
en vez de una plegaria, |
|
resuenan mil canciones a lo lejos, |
|
y es porque, del vivar en el encierro, |
|
te cantan el entierro, |
|
con cruel regocijo los conejos. |
|
|
|
En su morada subterránea y fría |
|
celebran una orgía |
|
en honor de tu muerte, Ciquielillo. |
|
¡Ay de todos si tú resucitaras |
|
y el cascabel sonaras |
|
de repente a la puerta del pasillo! |
|
|
|
¿Oyes qué ruido en el vivar retumba? |
|
¡Álzate de esa tumba |
|
porque están de tu honor haciendo trizas! |
|
Preséntate en la sala de sesiones |
|
y empieza a pescozones |
|
porque están injuriando tus cenizas.» |
|
***
|
|
En más de cuatro vivares, |
|
cuando tu muerte supieron, |
|
los conejos se reunieron |
|
en conclave fraternal, |
|
para celebrar la muerte |
|
de aquel que cuando vivía |
|
clavaba... donde podía |
|
sus colmillos de chacal. |
|
|
|
De un vivar sobre la puerta, |
|
cuando tu muerte supieron, |
|
con las uñas escribieron |
|
este infamante cartel: |
|
«Durante dos o tres meses |
|
en todos estos bibales |
|
se cantarán funerales |
|
por el tísico Ciquiel.» |
|
|
|
En otro vivar del monte |
|
celebraron una orgía, |
|
y al rayar la luz del día |
|
se reunieron en sesión; |
|
y unánimes acordaron |
|
salir de su oscuro encierro |
|
para cantarte el entierro |
|
en solemne procesión. |
|
|
|
¡Qué canallas! ¡Qué guasones! |
|
Todos ser curas querían |
|
y méritos aducían, |
|
de su pretensión en pro: |
|
-¡Yo he escapado cuatro veces! |
|
-Pues de poco usted se queja: |
|
¡A mí me rasgó una oreja! |
|
-Y a mí también me atentó. |
|
|
|
-¿Qué vale eso que tú dices? |
|
Yo, al salir por el pasillo, |
|
me lo encontré de narices |
|
y nos liamos los dos; |
|
y, si me descuido un poco |
|
y no encuentro a la carrera |
|
la puerta de la escalera, |
|
¡me divierto, como hay Dios! |
|
|
|
-¿Y yo, que estaba en el patio |
|
arrancando una retama?... |
|
-¿Y yo, que estaba en la cama |
|
cuando en casa se coló?... |
|
-Pues eso no es nada, hermanos. |
|
¡Yo tengo un ojo vacío |
|
y tengo un labio partío |
|
de dos besos que me dio! |
|
|
|
En fin, allí se increparon |
|
en forma insolente y dura, |
|
y al cabo el cargo de cura |
|
se sometió a votación; |
|
votaron alborotados, |
|
y aquel del ojo vacío, |
|
aquel del labio partío |
|
fue cura en la procesión. |
|
|
|
¡Pobre Ciquiel! ¡Si supieras |
|
cuánto de ti se rieron! |
|
Todos del vivar salieron |
|
ansiosos de retozar; |
|
y al brillar del alba pura |
|
los resplandores rosados, |
|
ya estaban todos formados |
|
a la puerta del vivar. |
|
|
|
Todos en los pies traseros |
|
encabritados andaban, |
|
y con las manos llevaban |
|
insignias de procesión. |
|
Uno con la manga fúnebre, |
|
que era un trozo de retama, |
|
y otro con una gran rama |
|
de tomillo por pendón. |
|
|
|
De una agalla perforada |
|
hicieron un calderete, |
|
y un conejillo vejete |
|
¡qué disparate hizo en él! |
|
Y dos muy tiesos llevaban, |
|
en los hombros sostenido, |
|
un palo seco y tendido |
|
que simulaba Ciquiel. |
|
|
|
El cura, aquel cura tuerto |
|
que era más feo que Tito, |
|
sólo llevaba un palito |
|
que en hisopo convirtió; |
|
y el libro de los latines, |
|
que llevaba un monaguillo |
|
era un forro de un librillo |
|
que algún cazador perdió. |
|
|
|
En dos hileras muy largas |
|
se fueron acomodando |
|
y el gori-gori cantando, |
|
tendióse el cortejo aquel |
|
hacia un barranco relleno |
|
de estiércol amontonado... |
|
¡Era el sitio destinado |
|
para enterrarte, Ciquiel! |
|
|
|
Dos conejos con las uñas |
|
abrieron tu sepultura |
|
en el montón de basura, |
|
chirriando de dolor; |
|
mas luego que estuvo abierta |
|
y en ella tu efigie echaron, |
|
como locos empezaron |
|
a bailar alrededor. |
|
|
|
¡Qué escándalo!, el cura tuerto |
|
te dio tales hisopazos, |
|
que sobre ti en dos pedazos |
|
roto el hisopo quedó; |
|
y aquel que llevaba... aquello |
|
metido en la caldereta, |
|
hizo al aire una pirueta |
|
y encima de ti lo echó. |
|
|
|
El monaguillo del libro, |
|
que era el de la oreja rota, |
|
hasta hizo horrible chacota |
|
de los latines también; |
|
pues cantaba dando saltos: |
|
«¡Non haberis mas mordiscum! |
|
¡Ciquiélibus moriuni tísiqum! |
|
¡Requiescant in pace, amén!» |
|
|
|
Cansado por fin el cura |
|
de aquella danza maldita, |
|
con alegría inaudita |
|
tierra al palitroque echó; |
|
holló y echó más de nuevo, |
|
para hacer mayor la carga, |
|
y con la uña más larga |
|
este epitafio escribió: |
|
|
|
«Aquí yacen los restos asquerosos |
|
del tísico Ciquiel. |
|
Por mí, que se lo lleven los demonios, |
|
si es que pueden con él. |
|
Murió este bicho repugnante y feo |
|
de tisis pulmonar; |
|
si lo hubieran ahogado al nacedero, |
|
no hubiesen hecho mal. |
|
De dos mordiscos me rasgó este labio |
|
y un ojo me sacó: |
|
¡que muerdan los gusanos en los ojos |
|
del que tanto mordió! |
|
|
|
«¡Que se lo lleven todos los demonios |
|
que viven con Luzbel!, |
|
y que no quede casta en esta tierra |
|
del tísico Ciquiel! |
|
¡Y caiga un rayo en el sepulcro negro |
|
de este ladrón sin par, |
|
no haga el diablo que un día este asesino |
|
vuelva a resucitar!» |
- I - |
|
La tarde está serena, la calma es tanta, |
|
que ni llora el arroyo, ni el ave canta; |
|
la ráfaga de viento, que a veces pasa, |
|
llanuras y sembrados, todo lo abrasa. |
|
|
|
El astro bochornoso que reverbera |
|
convierte las llanuras en una hoguera; |
|
crujen unas con otras las cañas huecas; |
|
las doradas espigas estallan secas, |
|
y en el fondo pardusco de la barranca, |
|
el agua del arroyo su curso estanca. |
*** |
|
Tan pesada es la calma, tal el bochorno, |
|
que la abrasada tierra parece un horno. |
|
|
|
Las alondras reposan en sus solaces, |
|
las codornices duermen bajo sus haces, |
|
los lagartos, que salen de su agujero, |
|
cruzan algunas veces por el sendero; |
|
la perdiz a sus hijos, cauta, reclama |
|
bajo la tibia sombra de la retama, |
|
y uniendo sus cabezas abochornadas |
|
dormitan las ovejas en las cañadas. |
*** |
|
Llega el sol a la cumbre de su apogeo; |
|
duermen algunos bueyes en el rodeo, |
|
y otros van a la oscura charca verdosa |
|
para ahuyentar la mosca que los acosa. |
|
|
|
Trabajan en las eras lentas las reses, |
|
en derredor girando sobre las mieses; |
|
bajo el trillo, que arrastran con lento empuje, |
|
la seca paja estalla, se rompe y cruje; |
|
el ruido de la marcha casi ensordece, |
|
el choque de las mieses casi adormece. |
|
|
|
Al son con que el cambizo lento rechina |
|
responde el de la parva que está vecina; |
|
desparrama el labriego los secos haces, |
|
y en el trillo se duermen ya los rapaces. |
*** |
|
El perro perezoso se entrega al sueño |
|
a la sombra del viejo carro del dueño, |
|
y sacude la mosca que le molesta |
|
turbando impertinente su dulce siesta. |
|
|
|
Forma el trigo tendido redondas fajas |
|
y cantan las chicharras entre las pajas. |
|
Los pájaros se ahogan en el espacio |
|
y hacen de las encinas fresco palacio; |
|
ni canta la culebra, ni rana alguna |
|
asoma la cabeza por la laguna; |
|
en su casa escondidos callan los grillos, |
|
y quedan en los prados secos tronquillos |
|
del pasto saludable, fresco y lozano |
|
que con rudos calores quemó el verano. |
*** |
|
De la Peña del Niño por las laderas |
|
quedan piedras, tomillos y carrasqueras. |
|
|
|
Por evitar de Febo la ardiente lumbre, |
|
las perdices se suben hacia la cumbre, |
|
y armado de escopeta recorre el cerro |
|
el cazador constante detrás del perro. |
|
|
|
De las húmedas piedras por las rendijas |
|
se ven salir a veces las lagartijas; |
|
el sol despide fuego, fuego la tierra |
|
fuego los pedregales de aquella sierra. |
|
|
|
Sólo se ven en torno zarzas y espinos; |
|
no transita un viviente por los caminos. |
|
|
|
El viento con sus ráfagas lleva ligero |
|
una nube de polvo por el sendero. |
|
|
|
Siegan, unos tras otros los segadores |
|
del sol bajo los rayos abrasadores; |
|
entre espigas y cardos van encorvados, |
|
bajo tantos calores casi agobiados, |
|
y el dueño los vigila bajo una encina |
|
que al árido sembrado crece vecina. |
*** |
|
El caballo corriendo por el atajo, |
|
va a humedecer su boca con el regajo; |
|
el carro con las mieses lento camina |
|
y al lento balanceo cruje y rechina, |
|
y el buey, uncido al yugo, la cola enrosca |
|
ahuyentando indefenso la inquieta mosca. |
*** |
|
¡Largas tardes de agosto!... ¡Tardes de calma!... |
|
¡en vuestras largas horas se duerme el alma!... |
*** |
|
Si quisierais tristezas y soledades, |
|
buscadlas en los tristes campos de Frades. |
|
|
|
No busquéis en él nunca tiernos planteles |
|
ni busquéis en sus campos lindos vergeles; |
|
no busquéis en sus lomas los olivares; |
|
buscad en sus laderas los tomillares. |
|
|
|
No busquéis en sus pobres alrededores |
|
jardines esmaltados de lindas flores; |
|
ni hallaréis en sus cerros los naranjales, |
|
ni veréis en su sierra lindos rosales. |
|
|
|
No hallaréis en sus campos un paraíso, |
|
que la Naturaleza darle no quiso. |
|
Son sus áridos valles pobres plantíos; |
|
son sus pobres cañadas vegas sin ríos. |
|
|
|
Si visitáis sus montes y sus marjales, |
|
veréis viejas encinas y matorrales, |
|
y en vez de frescas bandas de azules violas |
|
veréis entre los trigos las amapolas. |
*** |
|
¡Buscad secos barbechos siempre agostados!... |
|
¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!... |
|
¡Buscad cuando el gran astro lumbre fulgura, |
|
una encina, una piedra y una llanura!... |
|
|
|
En sus tristes y humildes alrededores |
|
jamás cantar se oyeron los ruiseñores. |
|
De sus montes de encinas por los confines, |
|
saltan lindos chivones y colorines. |
|
|
|
Gorjeadores alondras y golondrinas, |
|
de sus pobres casitas son las vecinas, |
|
y habitan sus laderas, montes y lomas, |
|
las dulces tortolillas y las palomas. |
*** |
|
No busquéis en sus sierras fieros torrentes; |
|
buscad sus solitarias y ocultas fuentes; |
|
no busquéis en el monte la catarata |
|
que al bajar al abismo se desbarata; |
|
buscad, en vez del río que se despeña, |
|
el manantial, que fluye de negra peña; |
|
y en vez de la cascada de las alturas, |
|
buscad los arroyuelos de las llanuras. |
*** |
|
¡Buscad secos barbechos, siempre agostados!... |
|
¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!... |
|
¡Buscad, cuando el gran astro lumbre fulgura |
|
una encina, una piedra y una llanura!... |
|
- II - |
|
Hay en medio de Frades rústico huerto, |
|
que parece el oasis de aquel desierto. |
|
|
|
Entoldan sus paseos los emparrados, |
|
con sus brazos frondosos entrelazados; |
|
despliegan las acacias sus anchas copas, |
|
donde los gorriones cantan en tropas. |
|
|
|
Son las tapias del huerto de vieja piedra, |
|
que cubre cuidadosa la verde yedra; |
|
las auras vespertinas y matinales |
|
juegan con los cerezos y los perales; |
|
tapizan sus paseos yerbas silvestres, |
|
y en los rincones crecen flores campestres. |
|
|
|
Los alegres manzanos cuando florecen |
|
dan sombra a las verduras que abajo crecen. |
|
|
|
Si un aroma se aspira dulce y ligero, |
|
es el aroma dulce de algún romero. |
|
|
|
Junto a la vieja tapia crece y vegeta |
|
el junco del pantano con la violeta, |
|
y unen abrazos tiernos y fraternales |
|
las verdes zarzamoras con los rosales. |
|
|
|
El viento se embalsama con los olores |
|
de aquellas coloradas y lindas flores, |
|
y junto a la violeta crece amarilla |
|
exhalando su aroma la manzanilla. |
|
|
|
Hay entre las verduras una fontana, |
|
do el agua para ellas tan clara mana, |
|
que a la vez se reflejan en sus cristales |
|
dos manzanos, tres guindos y tres rosales. |
|
|
|
Y al pie de esta fontana, tan pura y bella |
|
vive el amargo ajenjo con la grosella, |
|
y de igual modo vive, crece y se hermana |
|
la colorida fresa con la romana. |
*** |
|
En esas mañanitas del mes de mayo, |
|
antes que el sol nos mande su ardiente rayo, |
|
de aromas y armonías hay un concierto |
|
dentro de aquel silvestre y alegre huerto. |
|
|
|
Cuando la luz asoma por las colinas, |
|
ya cantan en los guindos las golondrinas, |
|
y antes que el sol derrame luz sobre el suelo, |
|
ya las pardas alondras suben al cielo. |
|
|
|
Hay cerca de aquel huerto viejos cercados |
|
y viejas encinitas y viejos prados, |
|
y entre estas encinitas, casi cubierta, |
|
canta la tortolilla cuando despierta. |
|
|
|
En los rojos tejados de aquella aldea |
|
el tordo se despluma, silba y gorjea, |
|
y chillando a su lado sobre el alero |
|
el gorrión inquieto salta ligero. |
|
|
|
Se revuelcan y charlan en los corrales |
|
las alegres gallinas con los pardales; |
|
despierta la paloma madrugadora |
|
cuando el astro naciente las lomas dora, |
|
y dejando en parejas los palomares, |
|
por el cielo del huerto cruzan a pares. |
|
|
|
Los cargados manzanos abren sus flores; |
|
la humilde manzanilla despide olores, |
|
y olores dan la rosa y la romana, |
|
que vegeta en la orilla de la fontana. |
|
|
|
En las ramas nudosas de los manzanos |
|
depositan sus larvas pardos gusanos; |
|
las constantes arañas tejen sus redes |
|
en las húmedas grietas de las paredes, |
|
y trepan las hormigas por su sendero |
|
que suele ser el tronco de un limonero. |
|
|
|
Previsora, constante, madrugadora, |
|
inteligente, sabia, trabajadora, |
|
en busca de sus flores sola se aleja |
|
y su oscura colmena deja la abeja. |
*** |
|
Insectos, flores y aves en dulce salva |
|
saludan con sus ruidos la luz del alba, |
|
que asoma sonrosada, bella y riente, |
|
recostada en las lomas del Claro Oriente. |
|
- III - |
|
Mes de agosto ardoroso, serena tarde; |
|
arde el sol en el cielo; la tierra arde. |
|
|
|
Todo, todo, en la aldea reposa inerme... |
|
el hombre, el ave, el bruto, todo se duerme... |
|
y cuando el mundo vivo parece muerto |
|
yo, que soy el que velo, me voy al huerto. |
|
|
|
Allí, bajo la sombra de un emparrado, |
|
de marillentas hojas entrelazado, |
|
hago lecho mullido del verde suelo |
|
y mis cansados ojos fijo en el cielo. |
|
|
|
Mis párpados se entornan pausadamente; |
|
confuso mar de ideas turba mi mente... |
|
mi pensamiento flota, vago..., perdido..., |
|
y, cerrando mis ojos, ¡quedo dormido!... |
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
En las tardes de agosto, tardes de calma, |
|
en cuyas largas horas se duerme el alma, |
|
después que me embriaga dulce beleño |
|
y me quedo dormido..., ¿sabes qué sueño? |
|
|
|
Sueño que voy cruzando por un desierto, |
|
un mar sin fin de arenas, un mar sin puerto. |
|
|
|
Lágrimas de agonía vierten mis ojos |
|
porque mis pies heridos pisan abrojos. |
|
|
|
En medio del desierto sueño que existe |
|
un albergue que sirve de alivio al triste; |
|
un oasis bendito, do el peregrino |
|
alivia las fatigas de su camino. |
|
|
|
Es el rey del oasis un niño alado, |
|
que aquel edén hermoso vigila armado. |
|
|
|
En una aguda flecha guarda amoroso |
|
un licor sonrosado, dulce y sabroso. |
|
|
|
Cuando a algún peregrino la sed abrasa |
|
y cerca del oasis llorando pasa, |
|
a recibirle sale solo y armado, |
|
con una de su flechas el niño alado. |
|
|
|
Y el arma punzadora lanza certero |
|
al corazón marchito de aquel viajero |
|
que, entrando del oasis bajo el ramaje |
|
refresca los ardores de su viaje. |
|
|
|
Y mientras a la sombra duerme y descansa |
|
a sus pies una fuente resuena mansa. |
|
|
|
El niño de las alas su sueño vela; |
|
su espíritu cansado soñando vuela, |
|
y el licor de la flecha del niño alado |
|
su corazón ardiente tiene embriagado. |
|
|
|
Y, mientras a la sombra yace dormido, |
|
viene con sus acordes a herir su oído |
|
un coro de angelitos que, en derredor |
|
del lecho del viajero, dicen: «¡Amor!...» |
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
Y yo sigo soñando..., sigo soñando |
|
con otros peregrinos que van llegando |
|
al oasis bendito de aquel paraje, |
|
mitad de su penoso, largo viaje. |
|
|
|
En medio del desierto, solo, afligido, |
|
fatigado, lloroso, triste, perdido, |
|
el último de todos voy caminando, |
|
¡siempre pisando abrojos!..., ¡siempre llorando!... |
|
|
|
Lanzado en el desierto por mi destino |
|
no llego al fin querido de mi camino, |
|
y el corazón se ahoga casi abrasado |
|
sin el licor sabroso del niño alado. |
*** |
|
En medio del oasis y en él gozando |
|
a ti, Casto querido, te vi cantando. |
|
|
|
De un árbol oloroso bajo la sombra |
|
y apoyado a tu lado sobre la alfombra, |
|
vi un ser, que dulcemente te sonreía |
|
y oí distintamente que te decía: |
|
|
|
«Tú cruzaste un desierto para buscarme |
|
y entraste en este oasis para adorarme. |
|
Si el resto del desierto juntos cruzamos |
|
y al fin de la jornada juntos llegamos, |
|
viviremos felices, sin duras penas, |
|
¡aun yendo del desierto por las arenas!» |
|
|
|
Y tú, que lo escuchabas, de allí saliste |
|
y aceptando el apoyo que le ofreciste, |
|
os vi llenos de gozo, cruzando luego |
|
aquel desierto inmenso lleno de fuego... |
*** |
|
Rendido de cansancio, lleno de pena, |
|
y con mis pies hollando la ardiente arena, |
|
os perdieron mis ojos..., ¡que se cerraban |
|
sin llegar al oasis que divisaban! |
|
|
|
Y tendido entre espinas, sin esperanza |
|
de hallar jamás el puerto de mi bonanza, |
|
exclamaba llorando: «¡Dios mío!... ¡No puedo!... |
|
Estoy aquí tan solo, que... ¡¡tengo miedo!!...» |
|
|
|
Quemaba con sus rayos el sol de estío |
|
y el corazón sentía yerto de frío. |
|
|
|
Cubrió mis turbios ojos un negro velo, |
|
alcéme amedrentado del duro suelo, |
|
y al extender mi vista por el desierto... |
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
¡desperté en mi silvestre y alegre huerto! |
|
- IV - |
|
En las dulces mañanas del mes de mayo, |
|
cuando el sol nos envía su primer rayo, |
|
voy al huerto a sentarme, porque en el huerto |
|
hay de aromas y ruidos dulce concierto. |
*** |
|
Recostado en la alfombra del verde suelo |
|
y siempre con mi vista fija en el cielo, |
|
percibo en torno mío ricos aromas |
|
que me manda el tomillo desde sus lomas. |
|
|
|
Mis párpados se entornan... ¡Estoy despierto |
|
y sueño nuevamente con el desierto! |
|
|
|
Sueño que voy andando..., que voy andando |
|
y que al hermoso oasis estoy llegando, |
|
y lo veo tan cerca, que me convida |
|
a vivir una dulce y alegre vida... |
|
|
|
Y tanto me aproximo que te diviso |
|
vagando entre el follaje del paraíso. |
|
|
|
Al ser que te acompaña le ofreces flores, |
|
flores que en vez de aromas vierten amores. |
|
|
|
Al tender tu mirada por el desierto, |
|
me viste caminando con paso incierto, |
|
y no lloraste viendo mi gran quebranto, |
|
porque en aquel oasis no existe el llanto. |
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
Antes de la dorada y hermosa puerta |
|
de la mansión aquella, que estaba abierta, |
|
había un gran abismo, profundo, hondo..., |
|
sin medida, sin término, sin luz, sin fondo. |
|
|
|
Al ponerme a la orilla tímidamente, |
|
un vértigo espantoso turbó mi mente; |
|
y casi loco, débil y suspendido |
|
sobre aquel precipicio, perdí el sentido.... |
|
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . |
|
Al recobrarlos luego, te vi a mi lado |
|
dentro ya del oasis del niño alado, |
|
y supe que, alargando tu diestra mano, |
|
me salvaste la vida como a un hermano. |
|
|
|
Al verme ya en aquella mansión querida, |
|
sentí mi pobre alma de amor herida, |
|
y el licor misterioso del niño alado |
|
mi corazón tenía casi embriagado. |
|
|
|
Y vi, en el paraíso de las delicias, |
|
un ser que me halagaba con su caricias, |
|
y al pronunciar mi nombre sus labios rojos, |
|
desperté de mi sueño... y abrí los ojos. |
|
- V - |
|
En las tardes de agosto, tardes de calma, |
|
en cuyas largas horas se duerme el alma, |
|
mis penas y mis ansias doy al olvido |
|
y a la sombra de un árbol sueño dormido. |
|
|
|
Sueño con el desierto y el paraíso, |
|
que en las tardes de agosto nunca diviso, |
|
y, aunque esparce sus rayos el sol de estío, |
|
el corazón me queda yerto de frío. |
|
- VI - |
|
Pero, ¡ay!, en las mañanas del mes de mayo, |
|
cuando el sol nos envía su claro rayo, |
|
solo y meditabundo me voy al huerto |
|
y a la sombra de un árbol sueño despierto. |
|
|
|
Sueño con el desierto y el paraíso, |
|
que en estas mañanitas cerca diviso, |
|
y aunque a mi lado fría la brisa pasa, |
|
mi corazón sensible..., ¡ay!..., ¡se me abrasa! |
- I - |
|
Rodando en la corriente del mundo vano |
|
como rueda una arena sola y perdida |
|
me encontré con un hombre, llamélo hermano |
|
y te lo di por hijo, patria querida. |
|
|
|
Pasado luengo tiempo, te abandonaba, |
|
y en unión de aquel hombre yo visitaba |
|
la tierra en que se asientan sus pobres lares... |
|
¡y canté aquella patria que se me daba!... |
|
¡Maldita sea la lira con que cantaba, |
|
y malditos los ecos de sus cantares! |
|
|
|
Yo no tengo más patria que esta aldeíta, |
|
donde está todo el fuego de mi cariño; |
|
el corazón sin ella se me marchita, |
|
pero pensando en ella se vuelve niño. |
|
|
|
¡Patria mía querida, que con tu aliento |
|
haces quejar de nuevo con voz vibrante |
|
la fibra más doliente del sentimiento |
|
que se oculta en el pecho de un hijo amante!..., |
|
no llores, si aquel hombre de quien te hablaba |
|
no ha venido a abrazarte y a conocerte; |
|
no admitas aquel hijo que yo te daba, |
|
si en un lejano día viniese a verte. |
|
|
|
No amargues con tu llanto mi pobre vida, |
|
porque aquí estoy yo solo para adorarte; |
|
duérmete y no me llores, porque, dormida, |
|
me tendrás a tu lado para cantarte, |
|
|
¡patria querida! |
|
|
|
Porque tú me adoraste con ardimiento, |
|
porque tú me has amado con fe constante, |
|
porque tú bendeciste mi nacimiento, |
|
y no puedo olvidarme que, siempre amante, |
|
de tu brisa amorosa con el aliento |
|
|
tú me arrullabas, |
|
|
cuando dormía |
|
|
sobre mi cuna, |
|
|
y me besabas |
|
|
cuando reía |
|
|
sin pena alguna, |
|
|
con la alegría |
|
|
de la ignorancia, |
|
|
que el alma mía |
|
|
ya no ha gozado |
|
|
desde la infancia |
|
|
ni un solo día... |
|
- II - |
|
Mi patria es la aldeíta donde he nacido, |
|
donde tengo los padres que me criaron, |
|
donde existen aún caliente mi pobre nido, |
|
donde alientan los seres que me mimaron, |
|
donde viven las almas que me han querido, |
|
donde vuelan las auras que me arrullaron. |
|
|
|
Si no fueron ingratos ni olvidadizos |
|
los hijos que a tus pechos se amamantaron, |
|
no llores tú desprecios de advenedizos, |
|
que de pisar tu suelo se desdeñaron, |
|
porque no eres la cuna de los hechizos |
|
donde ellos se mecieron y se criaron. |
|
|
|
Pero tú eres la virgen ruda y bravía |
|
que escondes el tesoro de tu pureza, |
|
más clara que los rayos del mediodía, |
|
que tuestan tu morena gentil cabeza. |
|
Eres la campesina que sólo ansía |
|
ver sin hambre a tus hijos y sin tristeza; |
|
por eso les regalas pan y alegría; |
|
y si algún hijo indigno de tu terneza |
|
por buscar más placeres se te extravía, |
|
le dices: «Come, canta, trabaja y reza, |
|
y no busques la senda que te hundiría |
|
de ignorados abismos por la aspereza.» |
|
|
|
No llores, pues, si un hombre te quiso un día |
|
menospreciar acaso por tu rudeza, |
|
|
¡no, patria mía!, |
|
que si no eres del mundo la maravilla |
|
ni eres de la hermosura supremo exceso, |
|
eres la madre tierna, ruda y sencilla, |
|
que a tus hijos veneras con embeleso; |
|
y yo, sólo por eso, te quiero tanto, |
|
que hasta llamarte madre mi amor me lleva, |
|
y sólo tu recuerdo bendito y santo |
|
me hace bueno, me arrastra, y hasta me eleva |
|
|
|
|
desde el pantano |
|
|
|
|
sucio y liviano |
|
|
|
|
de las pasiones, |
|
|
|
|
donde revuelcan |
|
|
|
|
encenagados |
|
|
|
|
los corazones |
|
|
|
|
desesperados |
|
|
|
|
sus ilusiones..., |
|
|
|
|
hasta la cumbre |
|
|
|
|
de paz y calma |
|
|
|
|
de las virtudes, |
|
|
|
|
en cuya lumbre |
|
|
|
|
se inunda el alma |
|
|
|
|
de resplandores, |
|
|
|
|
se dignifica |
|
|
con la agonía de los dolores; |
|
|
|
|
se purifica |
|
|
con la alegría de los amores. |
|
- III - |
|
¡Verdes lomas cubiertas de matorrales, |
|
laderas guarnecidas de robledales, |
|
nidal de negros cuervos y ruiseñores, |
|
praderas salpicadas de manantiales, |
|
archivo de recuerdos encantadores!... |
|
|
|
¡Patria mía, que enciendes mis ideales, |
|
que conservas la historia de mis mayores!..., |
|
tú siempre has sido y eres la dulce idea |
|
que ilumina mis sueños de resplandores, |
|
que a mi espíritu enfermo cura y recrea, |
|
que endulza de mi vida los amargores. |
|
|
|
Porque haya habido un hombre que ingrato sea, |
|
no quiero que te aflijas, ni que lo llores, |
|
|
|
|
¡plácida aldea!, |
|
que si a ese hombre le ha dado cuna ostentosa |
|
aquella tierra hermosa, cuya presea |
|
borda de rubias perlas la mar furiosa |
|
que con salvaje arrullo la galantea, |
|
tú, más casta que ella, más candorosa, |
|
la sencillez severa que te hermosea |
|
guardas, como la virgen más pudorosa, |
|
en el arco de montes que te rodea. |
|
|
|
No llores el desprecio del hijo ingrato |
|
de la altiva sultana, rica y liviana, |
|
que es la más lujuriosa de las mujeres; |
|
porque si él es el hijo de la sultana |
|
que emborracha sus hijos con los placeres, |
|
yo soy el hijo amante de la aldeana |
|
que alimenta sus hijos con pan moreno, |
|
y les dice, cual madre pobre y cristiana: |
|
«Come, canta, trabaja, reza y sé bueno. |
|
|
|
|
Tus desventuras |
|
|
|
|
sufre con calma |
|
|
|
|
noble y sincera; |
|
|
|
|
¡y ama, si el alma |
|
|
|
|
te lo pidiera! |
|
|
|
|
Que el alma buena |
|
|
|
|
se purifica |
|
|
con la crudeza de los dolores; |
|
|
|
|
se dignifica |
|
|
con la pureza de los amores.» |
|
- IV - |
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Tú, patria mía, no tienes de azahar un velo, |
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ni mares que te arrullen enamorados, |
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ni montañas que escalen el mismo cielo, |
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ni bosques con vergeles entrelazados. |
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Lucir tampoco puedes en tu garganta |
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de nácares y perlas rica presea; |
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y aunque tú estás guardada de gente tanta |
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como a la gran sultana siempre babea, |
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ni la brisa marina tu frente orea |
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ni puede, aunque quisieras, gozar tu planta |
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las frescas humedades de la marea. |
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En tu suelo al viajero tampoco encanta |
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la luz de inmenso faro que cabrillea, |
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alumbrando al navío que se adelanta |
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y en noche borrascosa se balancea |
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sobre un mar encrespado que al hombre espanta, |
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y que a la luz siniestra que lo platea, |
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y a impulsos de la fuerza que lo levanta, |
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se agita, fosforece y amarillea, |
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duerme, ruge, suspira, murmura y canta. |
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Tú no eres la sultana que se recrea |
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en la misma belleza que la agiganta, |
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¡rústica aldea!... |
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Pero eres la aldeana trabajadora |
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que, al trabajo rendido y a las fatigas, |
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reclinas tu cabeza de labradora |
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sobre un haz de maduras, rubias espigas, |
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que este sol de Castilla calcina y dora. |
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Tú eres la esposa rústica, la madre sana |
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más casta, más salvaje que la sultana. |
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Si para ti no arrastran del mar las olas |
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aderezos de nácar, de maleagrina, |
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ni gárrulos concentos de barcarolas, |
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tienes, en cambio, campos de mies cetrina, |
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donde tú te abrillantas y te arrebolas |
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bajo esta meridiana luz argentina |
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que, al vibrar de mil flores en las corolas, |
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tiñe a trozos tu manto de purpurina, |
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que Dios ha recamado con orla fina |
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de claveles azules y de amapolas... |
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Y todo ser que bulle, murmura o trina, |
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ruge, canta o se mueve sobre tu suelo, |
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es la voz de un concierto que sube al cielo; |
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la esencia inmaculada de aquella idea |
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que siempre de ti ausente canto y evoco, |
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¡gárrula aldea, |
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nido de un loco!... |
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Si son en ti dichosos tus moradores, |
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no te aflijas por nada, por nada llores, |
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que yo te adoro; |
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¡pero guarda la vida de mis mayores, |
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como un tesoro |
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constantemente!..., |
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porque, si yo te quiero como un demente |
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y te llamo en mi ausencia con hondos gritos |
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desgarradores, |
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¡es porque están contigo seres benditos |
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que son el amor santo de mis amores!... |
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- V - |
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Tu sol arde en el cielo como una hoguera; |
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sacude, patria mía, la cabellera |
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de tus viejas encinas y tus sembrados, |
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y mándame por ellos la brisa lenta |
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que agite mis pulmones congestionados |
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y humedezca mi boca que arde sedienta; |
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que sacuda mis miembros aletargados |
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y refresque mi frente calenturienta... |
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Ha mediado la tarde y el sol abrasa; |
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la espiga suelta el grano, chasca y se tuesta; |
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si corre el aura, escalda por donde pasa; |
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todo ser animado duerme la siesta... |
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¡Cántame alguna estrofa pesada y larga, |
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como las que cantabas cuando era niño...; |
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arrúllame este sueño, que me aletarga, |
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con un cuento de amores, en que el cariño |
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me transporte a otra vida menos amarga!... |
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¡Oh cuéntame una historia!..., mas no una historia |
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de esas que el alma queman al escucharlas; |
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que labran hondos huecos en la memoria, |
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y que espantan y hieren al recordarlas. |
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Cuéntame historias largas de trovadores, |
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de bardos, de poetas y de mujeres..., |
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inyecta en mi cerebro sueños de amores, |
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y que, siquiera en sueños, tenga placeres... |
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¡Pero no! Si lo hicieras, ¡me matarías! |
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Haz que ningún recuerdo mi alma taladre. |
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Cuéntame lo que quieras de aquellos días |
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en que sólo soñaba yo con mi madre. |
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Emborráchame el alma con regodeos |
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y apariciones místicas de la pureza..., |
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y déjame este cuerpo sin los deseos |
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del ensueño letárgico de la pereza... |
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Duérmete tú conmigo desde esta loma |
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donde ni un ser se mueve ni el aura bulle, |
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y tráeme de tus montes una paloma |
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que, oculta en esta encina, mi siesta arrulle. |
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Cántame los idilios con que regalas |
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al hijo extraviado que te visita, |
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y haz de tu amor de madre, con ambas alas, |
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un dosel en que apoye mi sien marchita... |
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¡Gracias, patria amorosa, gracias mil veces! |
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¡Dios conserve y bendiga tus moradores! |
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¡Dios de tus pobres hijos oiga las preces! |
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¡Dios les dé pan, virtudes, glorias y amores! |
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¡Dios aleje la muerte de tu morada! |
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¡Dios te dé a manos llenas dichas benditas! |
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¡Dios alegre tu cielo con su mirada! |
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¡Dios bendiga tus campos y tus casitas! |
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Tú has combatido siempre mis agonías |
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con fuerzas misteriosas y celestiales; |
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por eso hoy, gastado, como otros días, |
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vengo a buscar de nuevo fuerzas vitales... |
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¡Que se van extinguiendo mis energías! |
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¡Que se van apagando mis ideales!... |
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Úngeme de esa esencia tan misteriosa |
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que sacude la anemia de mi impotencia, |
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y a mi ser da una fuerza bien poderosa |
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para esta lucha horrible de la existencia. |
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Satura tú mi sangre con esa esencia, |
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y no llores por nada, patria amorosa; |
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canta y reposa, |
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¡gárrula aldea!, |
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duerme la siesta |
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sobre esta cuesta |
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que el sol caldea, |
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la luz platea |
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y el aura tuesta... |
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Y si es que, mientras lenta la tarde pasa, |
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no puedes regalarme brisa más fría, |
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¡bésame en esta frente, que se me abrasa, |
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y ampara esta cabeza, que se extravía!... |
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Pero si tú me quieres, |
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si tú me llamas, |
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¡nuestro cariño bendito sea! |
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Pero si no me adoras, |
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si no me amas, |
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¡¡¡dame a mi padre!!! y ¡¡adiós, aldea!! |