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ArribaAbajoLibro VI


ArribaAbajoCapítulo I

Donde se refiere lo que no se sabe, pero al fin del capítulo se sabrá su contenido


La mañana siguiente al día de su arribo se fue a buena hora a la celda prelacial a dar cuenta al superior de todas sus gloriosas expediciones, sin olvidarse de hacer con él alguna expresioncilla de agradecimiento, pretextando el influjo que había tenido su paternidad en el nuevo empleo a que acababan de elevarle. Refiriole lo más substancial que le había sucedido, sin disimular los aplausos con que le habían honrado, bien que añadió que éstos más suelen ser hijos de la dicha que del merecimiento. Pero se guardó muy bien de hablar palabra, ni de la terrible repasata del magistral de León, ni de las graciosas pullas y solidísimos argumentos del familiar, ni de la bella doctrina del padre abad de San Benito. Por fin, le dijo al prelado cómo le habían encargado la Semana Santa de Pero Rubio, la cual tenía entendido que valía cincuenta ducados en dinero físico, y como otros treinta poco más o menos en lo que se sacaba de limosnas, y que le pedía su bendición para acetarla. Diósela el prelado con mil amores; porque si bien no le armaba mucho el modo de predicar de fray Gerundio, por cuanto él era hombre ramplón y solidote, pero como entendía que las gentes le oían con gusto, y él necesitaba complacer a todos, ya para no perder, ya para aumentar los devotos de la Orden y los bienhechores del convento, viendo también, por otra parte, que los prelados mayores le promovían y le autorizaban, le dijo desde luego que durante su trienio podía predicar todos los sermones que le encomendasen.

2. Salió fray Gerundio muy contento de la celda prelacial con esta licencia tan ampla; y apenas había entrado en la suya, cuando llamaron a la puerta el maestro fray Prudencio y aquel otro beneficiado tan hábil, tan leído y de tan buen humor de quien se hizo larga y honorífica mención en los capítulos V y VI del libro segundo de la primera parte. Venía con dos fines: el primero y principal, a divertirse un poco con fray Gerundio, ya que había desesperado de sacar de él otra cosa; y el segundo, a darle la bienvenida y, juntamente, la enhorabuena de su promoción a la dignidad de predicador mayor del convento.

3. Pasáronse los primeros cumplidos en palabras de buena crianza, y después de las generales dijo el beneficiado:

-De los sermones que vuestra paternidad ha predicado por esas tierras, no hablo; porque ya llegaron por acá los ecos, esforzados a soplos del clarín sonoro de la fama. Nada me cogió de susto, porque siempre hice juicio que predicaría vuestra paternidad como acostumbra.

-Y yo, y todo -añadió fray Prudencio-; pero eso es lo peor que tendría el padre predicador.

-Fuese lo peor o fuese lo mejor -respondió fray Gerundio-, crea vuestra paternidad muy reverenda, padre nuestro, que nada perdió la religión por mis sermones.

-Así lo creo -dijo el maestro Prudencio-; porque, ¿adónde iríamos a parar si las religiones perdiesen algo por las boberías ni por los desaciertos, sean de la línea que se fueren, de estos o de aquellos particulares? Todas las universidades son unos cuerpos sabios, aunque no todos sus miembros lo sean mucho. Todas las familias religiosas son santas, aunque tal cual religioso no sea muy ejemplar. Y, en fin, la religión cristiana es santísima, aunque haiga innumerables cristianos escandalosos.

4. -Dejémonos de puntos serios -interrumpió el beneficiado-, y alegremos un poco la conversación. A propósito de sermones y de predicadores, acabo de recibir el correo; y un amigo de Madrid me envía dos papeles muy preciosos, cada uno por su término, que me han dado el mayor gusto. El uno es una esquela, con que se hallaron muchos sujetos de la corte bajo un simple sobrescrito, y dice así: «El mayordomo de la casa de los locos de la ciudad de Toledo participa a V. habérsele escapado dos docenas de los más furiosos, los cuales le aseguran se han disfrazado de predicadores en la Corte; en cuya atención suplica a V. se sirva concurrir a los sermones, y notar si hablan desconcertados, sin método, orden ni decencia; si amontonan conceptos, textos truncados, fábulas de gentiles, cuentos ridículos, ideas fantásticas, acciones y expresiones burlescas contra el respeto y decoro de la palabra de Dios, de la cátedra del Evangelio, del auditorio cristiano, a fin de dar las providencias necesarias para restituirlos a esta santa casa, y curarlos en ella; en lo que hará V. una obra de caridad. Me aseguran que uno ha de predicar el día..., a las... de la mañana, en la iglesia de...»

5. -¡Bella esquela! ¡Noble esquela! ¡Especie de exquisito gusto y de gran juicio! -exclamó el maestro Prudencio.

-Yo por tal la tengo -dijo el beneficiado-, y me dicen que la han celebrado infinito todos los hombres serios, entendidos y cultos. Verdad es que también me añaden que a otros muchos los ha consternado extrañamente.

-Eso es muy natural -repuso el maestro Prudencio-. Todos aquellos que por las señas que da el mayordomo teman que los recojan a la santa casa por orates de los más furiosos, levantarán el grito y alborotarán al mundo contra la esquela; y en verdad que yo no esperaría a otros indicios para recogerlos al instante.

-Engruese vuestra reverendísima ese partido, que es bien numeroso -dijo el beneficiado-, con los muchos que los aplauden y los celebran, y se juntará contra la esquela un ejército formidable. Es menester echarse esta cuenta, porque estos tales se ven reducidos a uno de dos extremos: o a reconocer y confesar que hasta aquí han vivido alucinados, aplaudiendo lo que debieran abominar, y siguiendo ciegamente a los que debieran huir, o a obstinarse por tema y por capricho en su errado dictamen. Lo primero no hay que esperarlo, o hay que esperarlo de muy pocos; porque son muy raros los que quieren confesarse engañados. Conque es preciso que suceda lo segundo.

6. -Esa esquela -replicó fray Gerundio con inocentísimo candor- no merece fe ni crédito en juicio, ni fuera de él; y aun si mucho se apura, está condenada por la Inquisición. Lo primero, porque no trae nombre de autor, y lo segundo, porque no se sabe a quién se dirige; pues en toda ella no se habla con nadie, sino con V., V. y V., y no hay noticia de que haiga ni haya habido en el mundo mujer ni hombre que se llame V.

-Hace fuerza el argumento -dijo el bellaco del beneficiado-, y en verdad que no es tan facililla la solución. Con todo eso, me parece que se pudiera responder a lo de que no trae nombre de autor, que ya dice ser del mayordomo de la casa de los locos de Toledo, el cual es muy natural que tenga su nombre y apellido.

-Más que tenga treinta apellidos y otros tantos nombres -replicó fray Gerundio-, lo dicho, dicho. No trae nombre de autor; porque autor es el que da o ha dado a la estampa algunos libros, y no sabemos que el mayordomo de la casa de los locos de Toledo haya impreso hasta ahora alguna obra.

-Vaya -dijo el beneficiado-, que la solución no admite réplica. Pero a lo otro que añadió vuestra paternidad de que no ha habido hasta aquí hombre ni mujer que se llamase U., paréceme que se pudiera decir, lo primero, que si ha habido una tierra que se llamaba Hus, y fue la patria de Job, según aquello de Vir erat in terra Hus, nomine Job, yo no hallaba inconveniente en tener por verisímil que en aquella tierra hubiese muchos con el apellido de U., pues no hemos de reparar en letra más o menos, siendo tan común esto de dar apellidos a las familias los lugares y las tierras. Lo segundo, que aun en nuestros tiempos hubo un emperador de la China que se llamaba Kan-I. Pues, ¿por qué no podrá haber otros ciento que se llamen unos Kan-A, otros Kan-E, otros Kan-O y otros Kan-U?

7. -¡Valiente gana tiene usted, señor beneficiado -dijo fray Prudencio-, de perder tiempo con ese pobre simple! ¡Ahora se para en contestar con un hombre que no sabe lo que significa la V. en convites o avisos de esquelas y en cartas circulares! El reparo de nuestro nuevo padre predicador mayor se parece mucho al del otro clérigo, tan tonto como él, que habiendo leído los cuatro tomos de Cartas eruditas del maestro Feijoo, los arrojó de sí con desprecio, diciendo que las más de aquellas cartas eran fingidas, y que él no creía que fuesen respuestas a sujetos verdaderos que hubiesen consultado al autor sobre los puntos que en ellas se trataban. Y se quedó muy satisfecho el pobre mentecato, sin advertir que aun cuando fuese cierto lo que presumía su apatanada malicia, no por eso se disminuía un punto el mérito de las cartas.

8. »Pero dejando a un lado esta impertinencia, lo que yo reparo en la graciosa esquela es que su autor anduvo muy moderado. Suponer que no fueron más que dos docenas los locos furiosos que se escaparon de la casa de los orates, y andaban por la Corte disfrazados en predicadores, es una moderación digna de que muchísimos se la agradezcan mucho; porque según las señales que él mismo da, el número de los locos es incomparablemente más crecido.

-Sí, señor -respondió el beneficiado-; pero no todos estarían recogidos, y él sólo habla de los que lo estaban y se le escaparon.

9. »El segundo papel que me envían por el correo, en su línea, no es menos solemne ni menos divertido. Y desde luego digo que éste sí que ha de caer en gracia al reverendo padre fray Gerundio. Es un cartel o cedulón, que se fijó en las esquinas y parajes más públicos de la Corte, convidando para ciertas funciones de iglesia que se hicieron en obsequio de la Seráfica Madre Santa Teresa de Jesús. El cedulón aun fue más solemne que las mismas fiestas; y habiéndole leído con singular complacencia cierto amigo mío de gusto muy delicado, arrancó uno para remitírmelo sabiendo cuánto lisonjea mi diversión con este género de piezas. Aquí está el mismo cartel todavía con las señas del engrudo o pan mascado con que se pegó, y dice así, sin quitar letra:

10. »J. M. J. A la Tierra del Cielo, por quien criara el Cielo el que fundó la Tierra; Profunda en la Humildad, Fértil en la Virtud; A la Agua que da Vida, a la Vida, con la Agua clara, de su Doctrina, Dulce por Soberana; Al aire que da Espíritu, Al espíritu que da el Aire Subtil de su Pluma, Puro de su Alma; Al Fuego que da Amor, Al Amor hecho Fuego para abrasar el corazón a una Mujer Serafín; A la Luna que pisa al peso de la Luna, Nueva en Favores, creciente en Verdades, Llena de Luces, Menguante de Errores; Al Sol que ofusca Brillos a los Brillos del Sol, Fanal del Carmelo, Farol del Mundo; A la Estrella de la Alba, A la Alba de la Estrella, Que todos buscan Guía, como Norte en la Mar de la Vida, Para el Puerto de la Gloria; Al prodigio de Patmos repetido y sentado en el Sitial de la Justicia, Donde, mejor Astrea, Celestial Signo Virgen, sabia domina los Astros; A la Motriz Inteligencia de los animados Cielos, Que delicado Vidrio guardan vasos de barro; Al Agustín de las Mujeres, Angélica Doctora de los Hombres, Teóloga Mística, Física Seráfica, Natural Rectórica, Espiritual Médica, Crítica Querúbica, Universal Maestra en la Ciencia de los Santos, en las Artes de los Justos; A la Niña Arquitecta, Que de Modelos Pueriles levantó para Dios Palacios Celestiales; A la Grande en el Poder, Mayor en el Penar, Máxima en el Amor; A la Mujer Apostólica, o Apóstol en la Espera de Mujer; Por su Virtud, Por su Nobleza, Por su Prudencia, Por su Patria, Hechizo de la Europa, Señora de ambos Mundos, Abogada de España, Consejera de Castilla, SANTA TERESA DE JESÚS. A quien los dos Atlantes de la Militante Iglesia, Nuestros Católicos Monarcas, rinden devotos y reverentes cultos, Majestuosa expresión de sus santos afectos, cuya soberana luz, cuyo eficaz ejemplo siguen leales, imitan fieles, todos los Reales Consejos y Tribunales de esta Corte en..., dando feliz principio a tan elevado fin el Domingo 14 de Octubre de 1753, a la hora de Vísperas, desde las cuales hasta el día 24 del referido mes (cuando en carroza de cristal hace su marcha el Sol) hay Jubileo plenísimo. Serán Trompetas Místicas de las Voces Evangélicas Confiteor tibi, Pater, los Oradores siguientes...»

11. Quedó atónito el maestro Prudencio; y no persuadiéndose a que el cartel pudiese ser cierto, figurándosele que sería acaso alguna festiva invención del buen humor del beneficiado, se le arrancó de las manos para leerle él mismo con amistosa confianza. Pero aún se quedó más pasmado cuando le vio impreso, ni más ni menos como llevamos escrito, con sus comas y puntos y ortografía, sólo que en el cartel se expresa el templo donde se celebraron las fiestas, y nosotros le omitimos por justos respetos. Leyole, releyole, tornole a leer, y apenas creía a sus propios ojos. Al fin, como era hombre serio, entendido, religioso y verdaderamente sincero, después de haberse encogido de hombros, arqueado las cejas, levantado los ojos al cielo y hecho muchas cruces, santiguándose de admiración, prorrumpió diciendo:

12. -¡Que esto se permita en España! ¡Y en una Corte! ¡Y a vista de tanto hombre verdaderamente sabio, culto y discreto! ¡Y donde concurren tantos millares de extranjeros, de casi todos los reinos y países del mundo! ¿Qué han de decir de nosotros las naciones? ¿En qué predicamento nos tendrán si llegan a entender que precisamente para publicar unas fiestas sagradas, lo cual en todo el mundo se hace y se debe hacer sencilla y llanamente, diciendo que tal día comienzan tales fiestas, que durarán tantos días, que estará o no estará el Sacramento expuesto desde tal hora a tal hora, que habrá o no habrá jubileo, y que predicará fulano, citano y perenzano; qué han de juzgar de nosotros, vuelvo a decir, si saben que precisamente para una friolera como ésta se embarra un gran pliego de papel, llenándole de bazofia, de antítesis ridículos, de esdrújulos fantásticos, de frasotas que nada significan o significan un grandísimo disparate, de epítetos pueriles y alocados a una Santaza como Santa Teresa, que más la ultrajan que la honran, y qué sé yo si de proposiciones heréticas o a lo menos malsonantes?

13. »¿Quién le dijo al autor del cartel, el cual no es posible sino que fuese por ahí algún licenciaduelo atolondrado de estos que comienzan a ser aprendices de cultos, y no saben ni son capaces de saber en qué consiste el serlo; quién le dijo al autor del cartel que Santa Teresa, ni otra pura criatura por sí sola, era «la Tierra del Cielo, por quien criara el Cielo el que fundó la Tierra»? Una proposición semejante a ésta, que se dijo por María Santísima, conviene a saber, que Ipsa colenda est, non tantum ut causa nostrae Redemptionis, sed etiam ut motivum Creationis omnium rerum, está notada por gravísimos teólogos como digna de muy severa censura. ¿Quién le ha dicho que Santa Teresa ni algún otro santo o santa puede ser en ningún sentido verdadero «el Agua que da Vida», pues no hay otra agua que dé vida sino el agua del bautismo? ¿Quién le ha dicho que es «el Aire que da Espíritu», no habiendo otro quien le dé ni pueda darle sino el soplo figurado, o la inspiración del Espíritu Santo? ¿Quién le ha dicho que...?»

14. -Sosiéguese vuestra paternidad -dijo el beneficiado-, que estas cosas no se han de tomar con tanta seriedad. Un poco de sangre fría y un mucho de buen humor es la mejor receta para curarlas, o a lo menos para que no nos perjudiquen. Mire vuestra paternidad, los hombres sabios de la Corte saben que la Corte está llena de ignorantes presumidos de sabios. Los extranjeros también tienen por allá sus autores de cedulones, o cosa equivalente; porque pensar que los tontos no están sembrados por todo el mundo como los hongos, es cosa de chanza; y si no, ahí está Menckenio, en su bello librete De charlataneria eruditorum, que no me dejará mentir. El artífice de nuestro cedulón no fue tan mal intencionado como a vuestra paternidad se le figura. Él quiso hacer a Santa Teresa un remedo de todos los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. No se le ofreció otra cosa mejor, y dijo esos disparates sin meterse en más honduras. Aquí no hubo más, y vuestra paternidad no haga juicios temerarios en materia de su doctrina; porque si sabe la que enseña el catecismo, esto le basta para salvarse, sin que sea necesario aprender otras teologías.

15. -Así supiera yo lo que él sabe -interrumpió a esta sazón fray Gerundio-. Cada cual siga su opinión, pero en la mía ese hombre es un monstruo de ingenio. ¡Qué bellos asuntos ofrece en tan pocas líneas para predicar muchos sermones a la Seráfica Madre! No se me olvidarán a mí, cuando se presente la ocasión. «La Luna que pisa el peso de la Luna». ¡Qué divinidad! ¡Pues la prueba! «Nueva en Favores, Creciente en Verdades, Llena de Luces, Menguante en Errores!» ¡Es un asombro!

-Por lo menos -dijo el beneficiado-, están diestramente aplicados todas las fases de ese planeta: luna nueva, luna creciente, luna llena y luna menguante. Los labradores, los hortelanos y los médicos lunáticos excusan otro calendario; y sólo con ver el cartel sabrán cuándo han de plantar, sembrar, purgar y sangrar.

16. -Diga usted lo que quisiere -continuó fray Gerundio-; que yo, aquello de «El Sol que ofusca Brillos a los Brillos del Sol», no tengo con qué ponderarlo.

-Ni yo tampoco -respondió el beneficiado-, si entendiera bien qué es esto de ofuscar brillos al sol. Las nubes no los ofuscan; sólo estorban que se comuniquen a nosotros; y lo mismo hacen las paredes, las ventanas, los toldos y los tejados. Si alguna cosa los hubiera de ofuscar, serían las manchas que dijo el padre Cristóbal Scheinero había descubierto en el sol con un telescopio de nueva invención; pero es natural que el autor no quisiese decir que Santa Teresa era pared, tabique, ventana, toldo, tejado ni mancha. Comoquiera, ello suena bien; y soy de la opinión de usted, mi padre fray Gerundio.

17. -¿Y qué me dirá usted -prosiguió fray Gerundio- de aquello de «Fanal del Carmelo, Farol del Mundo»? ¿No es un prodigio?

-Claro está -respondió el beneficiado- que fanal y farol hacen un eco que encanta; porque aunque fanal es una cosa y farol es otra, aquí no nos hemos de gobernar por lo que las cosas son, sino por lo que suenan.

-Sobre todo -añadió fray Gerundio-, lo que no se me olvidará, para aprovecharme de ello en tiempo y en sazón, es el bello pensamiento de «la Estrella de la Alba, y la Alba de la Estrella».

-Téngolo por muy conceptuoso -dijo el beneficiado-; pues ahí da a entender que debe haber alguna estrella ordenada in sacris, que se reviste el alba para ejercitar su orden; y, en fin, el lucero del alba no puede estar explicado con mayor énfasis ni hermosura.

-El concepto predicable que más me agrada -prosiguió fray Gerundio- es decir que Santa Teresa fue «el Agustín de las Mujeres y la Angélica Doctora de los Hombres».

-Eso está dicho con grande chiste -respondió el beneficiado-; porque a las mujeres las dio su hombre, y a los hombres los dio su mujer. Y si alguno dijere que hacer a la Santa, por una parte, Agustín, y por otra, Angélica Doctora, es hacerla doctora hermafrodita, merece desprecio por la bufonada. ¿Qué cosa más común el día de hoy que llamarse un hombre Agustín María? Pues, ¿por qué no se podrá llamar una mujer Agustín Tomasa o Tomasa Agustín? La terminación en -a es impertinente para el sexo; porque Juno fue mujer, y se acaba en -o; y Caracala fue hombre, y se termina en -a.

18. -Con usted me entierren -dijo fray Gerundio-, que se hace cargo de las cosas. Pero, ¿no repara usted en aquellos cinco asuntos para cinco sermones que se podrán predicar delante del mismo Papa: «Teóloga Mística, Física Seráfica, Natural Rectórica, Espiritual Médica, Crítica Querúbrica»?

-Dígole a usted, padre predicador mayor -respondió el beneficiado-, que respecto de esos cinco asuntos esdrujulados, las cinco piedras de la honda de David que predicó en Roma el padre Vieira, en cinco domínicas de Cuaresma, para derribar al Filisteo de la culpa, fueron cinco guijarros incultos y de los más bastos. Ésas son cinco piedras preciosas, dignas de engastarse en la corona de hierro de los longobardos que dicen se conserva en Aquisgrán y pesa algunas arrobas. Lo que extraño es que el autor dejase quejosas a otras facultades, cuando con igual razón pudiera dejarlas favorecidas. Pues, ¿quién le quitaba añadir que Santa Teresa había sido astrónoma extática, geógrafa célica, matemática típica, poetisa métrica, etc.?

-Es que no cabría en el cartel -respondió fray Gerundio.

-Sería por eso -continuó el beneficiado-, pero era fácil el remedio con haberle dispuesto en papel de marca.

19. -El pensamiento que yo prefiero a todos -añadió fray Gerundio- y el que no se me escapará para el primer sermón que se me ofrezca predicar a la gloriosa Santa, es aquel que comprehende tres puntos admirables: «Grande en el Poder, Mayor en el Penar, Máxima en el Amor».

-Ellas son tres verdades -dijo el beneficiado- bien probadas en la vida de la Seráfica Madre; y no hay duda que la graduación de grande, mayor, máxima está según arte, y la terminación en -er, -ar, -or es de exquisito gusto. Lástima fue no añadiese que la Santa había sido óptima en escribir, sabia de oriente a sur, y quedaban comprehendidas todas las terminaciones de -ar, -er, -ir, -or, -ur.

20. -¿Y le parece a usted -interrumpió fray Gerundio- que no es digno de la mayor admiración el último elogio con que acaba, diciendo que Santa Teresa era y había sido «Por su Virtud, Por su Nobleza, Por su Prudencia, Por su Patria, Hechizo de la Europa, Señora de ambos Mundos, Abogada de España, Consejera de Castilla»?

-¡Oh mi padre fray Gerundio! -respondió el beneficiado-. Ésa es una cabeza de obra (perdóneme nuestra lengua, que se me ha puesto en la cabeza explicarme así). Ése es un golpe. ¿Qué digo, golpe? Es un porrazo que descubre los sesos al asombro. Por algo le reservó el autor para lo último, que es donde se ha de dar mayor chispazo. Tiene más alma de la que parece a primera vista. Es uno de aquellos elogios que llaman de correspondencia, porque a los cuatro primeros substantivos han de corresponder por su orden los cuatro segundos adjetivos, casándolos y pareándolos según su numeración. Yo me explicaré, si acierto.

21. »Pidieron informe a cierto bellacuelo de no sé qué rector (porque no dice la leyenda si era de universidad o de colegio), y él le dio en este dístico, que pienso ha de ser de Juan Owen:


Est bonus, et fortasse pius, sed rector ineptus.
vult, meditatur, agit: plurima, pauca, nihil.



Ahora note usted aquí la correspondencia o el casamiento de los tres verbos con los tres acusativos: Vult plurima; meditatur pauca; agit nihil. Pues a este modo el ingeniosísimo autor del cedulón dijo que Santa Teresa de Jesús era por su virtud Hechizo de la Europa, por su nobleza Señora de dos Mundos, por su prudencia Abogada de España, y por su patria Consejera de Castilla. Es verdad que después de haberla supuesto Señora de dos Mundos, bajó mucho la puntería en hacerla primero Abogada y después Consejera. Pero, ¿qué tirador hay tan diestro que lo acierte todo y que alguna vez no baje un poco los puntos? En todo caso, todos aquellos y todas aquellas que tuvieren la dicha de haber nacido en la nobilísima ciudad de Ávila, donde nació Santa Teresa, deben dar gracias al autor del cartel por haberlas descubierto un honorífico privilegio de que verisímilmente ninguno de ellos ni de ellas tenía noticia. Sepan que son por su patria Consejeros o Consejeras de Castilla. Y así desde aquí adelante no se ha de llamar Ávila de los Caballeros, sino Ávila de los Consejeros y de las Consejeras. De las ilustres familias de los Cepedas y Ahumadas que dieron a luz a esta gran Santa, no hay que hablar. Su privilegio o su gloria es mucho mayor, pues precisamente por su nobleza son Señoras de ambos Mundos.

22. -Paréceme -dijo fray Gerundio- que usted a ratos se zumba; pues en verdad que yo hablo muy de veras en todo cuanto digo. A lo menos no tendrá usted que glosar sobre aquella elegantísima frase que dice: «Comienza el Jubileo plenísimo desde la hora de Vísperas (cuando en carroza de cristal hace su marcha el Sol)».

-¿Qué he de glosar de ese paréntesis ni qué puedo decir de él -respondió el beneficiado- que no sea muy debajo de lo que merece? La elevación de la frase no puede ser mayor, pues llega hasta el mismo sol. La del concepto es clara como un cristal, y sobre todo la oportunidad no tiene precio. Añádase la novedad con que se corrige la plana a todos los poetas que ha habido desde que se fundó la poesía en la Arcadia o en Caldea, que ése es chico pleito. Todos hasta aquí habían dado en la manía de que el sol hacía sus marchas en carroza de fuego; y después, según unos, se sepultaba en urna de cristal, y según otros, se dormía en catre de plata líquida. Ha sido enorme error, o por lo menos una alucinación tan universal como de grave perjuicio. Por un telescopio de nueva invención con las lentes invertidas, que por dicha llegó a manos de nuestro autor, descubrió clarísimamente que la carroza en que el sol corre la posta es de cristal. Y aunque desde lejos parece que rúa toda embestida de fuego, y que es fuego lo que respiran por las narices y boca los caballos que la tiran, es ilusión de la vista. Esto nace de que como el sol va dentro de la carroza, y ésta es de cristal, así como también son diáfanos y transparentes los caballos, penétranse los rayos por las vidrieras, y parece fuego lo que en realidad no es más que cristal de roca.

23. -Búrlese usted o no se burle -dijo fray Gerundio-, no podrá negar que es elegante la expresión con que anuncia al público los sujetos que han de predicar, y el texto sobre que «Serán Trompetas Místicas de las Voces Evangélicas Confiteor tibi, Pater, los Oradores siguientes...»

-Pues, ¿ve usted? -respondió el beneficiado-; eso es puntualmente lo único que yo hubiera omitido, no porque no esté dicho con mucha sonoridad y con una bella cadencia de los dos esdrújulos místicas y evangélicas, sino porque como ahora hay tantos en el mundo que perderán un par de amigos por aprovechar un equivoquillo insulso, habrá más de dos que digan que muchos, todos o algunos de los oradores nombrados eran unos pobres trompetas, y citarán para prueba al mismo cartel.




ArribaAbajoCapítulo II

Estornuda el beneficiado; interrúmpese la conversación con el «dominus tecum» y con el «vivan ustedes mil años»; y después se suena


-No sólo cortó usted mi cólera -dijo a esta sazón el maestro Prudencio con semblante placentero-, sino que la ha convertido en risa. Ya veo que no es negocio de tomar con seriedad los disparates de esos cedulones que se fijan en las esquinas. De ésos no se sigue otro inconveniente que el que a sus autores los tengan por lo que son; pero otras bocanadas parecidas a ésas en los púlpitos no se pueden tolerar, porque son de grave consecuencia para la religión, para la nación y para las costumbres. En suma, el cartel es disparatadísimo, y no parece posible otro que le iguale.

2. -Eso es mucho decir, padre maestro -replicó el beneficiado-. La esfera de lo posible es muy dilatada, y a pique está que tenga en el bolsillo con qué convencer a vuestra reverendísima cuánto se equivoca en juzgar que no caben en la línea mayores dislates.

-Usted se chancea -dijo el maestro Prudencio.

-¿Me chanceo? -replicó el beneficiado-. Ahora lo veredes, dijo Agrajes.

Y diciendo y haciendo, sacó del bolso otro papel que también protestó se le habían enviado por el correo como pieza única; y era un cartel que se fijó, no en la Corte, sino en otra ciudad muy autorizada, publicando una fiesta de San Cosme y San Damián. Leyole con fidelidad, a excepción de tal cual cosa que omitió por prudencia, y decía literalmente: «Solemnes Cultos, Obsequiosos Aplausos, Aclamaciones Festivas, Demostraciones del más fino Amor, que a sus fidelísimos Acates, Templos Vivos de la Caridad, Seutipiubsores, Cosmiclimatas, Bracamanes, Oficinas de las maravillas divinas, Prodigios de Milagros, Milagros de Prodigios, Crisoprasos de la Gracia, Agapetas de Corazones Val... SAN COSME y DAMIÁN, Dedican, Consagran y Ofrecen con cordial devoción los hijos de... etc.»

3. -Me doy por convencido -dijo el maestro Prudencio, volviéndose a santiguar-. Ese cartel es más breve que el antecedente; no tiene otra cosa mejor. Por lo demás, se puede decir de los dos lo que respondió cierto provincial a un padre que tenía dos hijos en la religión y le preguntó cuál de los era el peor, fray Pedro o fray Juan. A que respondió el provincial: «Ambos son peores». Yo no entiendo la lengua griega, de lo que estoy muy pesaroso, y lo digo con vergüenza; pero harto será que hasta para los mismos griegos no sea grieguísima toda esa jerigonza de acates, seutipiubsores, cosmiclimatas, bracamanes, crisoprasos y agapetas. Bracmanes (y no bracamanes) no es voz griega, y ya sé lo que significa. Es una casta, o muchas, de las familias más nobles y más sabias en las Indias Orientales, sumamente dificultosas de convertir; porque teniendo por viles y por vitandos a todos los que no son de igual familia o casta, se desdeñan de tratar con ellos, tanto, que ni aun para ejercer los más bajos oficios de la casa los admitirán. Y así el cocinero del bracmán ha de ser bracmán, llegando en algunas partes la extravagancia a señalar también sus castas bracmanales a los caballos, a los jumentos y a los demás brutos domésticos, para que los bracmanes se puedan servir de ellos con honor. Pero, al fin, yo no sé por dónde los pueda venir lo bracmán a los dos gloriosísimos mártires San Cosme y San Damián.

4. -¿Ahora se detiene en eso vuestra reverendísima? -repuso el beneficiado-. Lo bracmán los viene por tan línea recta como lo seutipiubsor, cosmiclimata y crisopraso. El inventor del solemnísimo cedulón no se paró en esas menudencias. Tiró, lo primero, a acreditarse de otro Cornelio Schrevelio en la inteligencia de la lengua griega para con los ignorantes de ella; y pretendió, lo segundo, aturrullar los oídos del populacho con esas voces barbarisonantes, sin habérsele pasado otra cosa por la imaginación. Si entonces se le hubiera ocurrido a ella el Heautontimorumenos de Terencio, tan cierto es que llama Heautontimorumenos a los dos benditos santos, como los llamó cosmiclimatas y agapetas. Yo bien sé que se llamaban agapetas aquellos que asistían a los convites de la caridad que se estilaban entre los fieles allá en los primeros siglos de la Iglesia, y que los mismos convites se llamaban ágapes, de agapa que significa amor; pero se me esconde qué aplicación oportuna y natural se puede hacer de esta voz a los dos Santos Médicos.

-Comoquiera que ello sea -dijo entonces fray Gerundio, tomando un polvo y haciendo del socarrón-, estos epítectos suenan bien, y pueden hacer su papel en un sermoncito de rumbo.

5. -Tenga usted -exclamó a esta sazón el maestro padre Prudencio, dándose una palmada en la frente-, que también yo he de contribuir con mi cornadillo al provechoso asunto de esta conversación. Ahora me acuerdo que tengo en la celda dos papelitos impresos, a manera de esquelas, que pocos días ha me envió de Zaragoza cierto corresponsal mío de la Orden, hombre de juicio, de delicadeza y de literatura; para que sepa usted, señor beneficiado, que todos tenemos también nuestros amigos y nuestras correspondencias de gustillo. Si no me engaño, estos papelejos están en el mismo gusto que los dos carteles, salvo que son por término muy diferente y están escritos en latín. Son cuatro décimas latinas en ecos, las cuales forman dos elogios distintos al Angélico Doctor Santo Tomás, y dudo mucho que hasta ahora hayan dado a luz las prensas cuatro locuras semejantes. Voy por ellas.

Salió, llegó, volvió, sentose, y leyó lo que se sigue:




Eucharistico ecclesiae calamo


Angelico Praecep          tori,
tori Cathedram a          genti,
genti ut luceat pubesc          enti,
entique fulgeat majori;
humilitatis A          mori,
Mori Thomae, qui extat Pr          ora,
Ora, Cymba Matre F          lora,
lora, Dux, Gladius, A          cantus,
cantus, Sidus, Turris, Xan          thus,
thus, Paradisus, Aurora.

Soli lucis ful          minoso,
minoso haeresis ter          rori,
rori gratiae g          estuoso
aestuosoque Doctori;
castissimo intacto fl          ori,
ori Sophiam evo          menti,
menti proclivi cl          amori,
amorique Dei ferventi,
haec libens consecro Thura,
dona dum expecto futura.

6. -Padre maestro, ¡qué dice! -exclamó el beneficiado, tendiéndose de risa por aquellos suelos-. ¡Es posible que se han impreso esas preciosidades! Si no conociera a vuestra reverendísima y no supiera que es hombre tan serio y tan veraz, creería que era invención suya. Venga por Dios ese papel, que no hay dinero con que pagarle.

Tomole, leyole, releyole, estuvo pasmado y suspenso por algún tiempo, y al cabo prorrumpió en estas exclamaciones:

-¡Soy un insulso! ¡Soy un tonto! ¡Soy un mentecato! ¡Soy un ignorante! Yo creí que sabía algo de composiciones locas, disparatadas, ridículas; y tenía mi poco de vanidad de que las que había encomendado a la memoria eran originales. Pero todas ellas no valen un pito en comparación de estas dos décimas; y hablando determinadamente de mis dos carteles, con que yo venía tan confitado, digo con ingenuidad que


Non sunt nostrates tergere digna nates.

7. »Me ha de dar vuestra reverendísima licencia, aunque parezca un poco prolijo, para construir fielmente en castellano lo que dicen esas dos décimas, siguiendo puntualmente el mismo orden de su epígrafe y de sus pies, aunque no sea posible conservar sus divinos ecos; porque como las voces castellanas son tan distintas de las latinas, no pueden corresponder a unas los ecos de las otras.




A la eucarística pluma de la iglesia


Al Angélico Preceptor,
catedrático de la Cama,
para lucir a los que apunta el bozo,
y para resplandecer al mayor Ente;
al Amor de la Humildad,
a la Costumbre de Tomás, que es proa,
ora marítima y el bote Flora,
Cota, Capitán, Espada, Acanto,
Canto, Estrella, Torre, Janto,
Incienso, Paraíso, Aurora.

Al Sol que fulmina luz,
amenazante terror de la herejía,
docío que lleva la gracia,
y Doctor ardiente;
a la castísima intacta flor,
boca que vomita sabiduría,
entendimiento inclinado al clamor
y Amor de Dios ferviente,
consagro con gusto estos inciensos,
mientras espero los dones futuros.

8. »No me detengo ahora en los barbarismos ni en los solecismos que hierven en el latín; porque si me detuviera en esto, sería tan pobre hombre como el que lo compuso. Lo que me arrebata toda la atención es pensar qué cansado quedaría el brazo de su autor, y qué ufanos los que costearon la impresión de esta grande obra y sembraron de sus papeluchos a la ciudad de Zaragoza. ¡Entre cuántos mentecatos pasaría el artífice por un ingenio monstruoso! ¡Cuántos inocentes creerían que no se habían dado al Ángel de las Escuelas elogios más delicados! ¡Hora bien, padre maestro, yo no soy poeta, ni permita Dios que lo sea! En serio he compuesto bien pocas coplas; y aunque algunas se han celebrado, bien conozco que estoy muy distante de la perfección de esta facultad tan grande como desgraciada. Pero tanto como para componer de repente, no digo una décima, sino aunque sea una canción real con su cola y todo, y un romance tan largo como el de don Diego de Mendoza, con tal que sea sin conexión, sin orden, sin sentido y a desbarrar a tiros largos, dicen que tengo algún talento. Y en parte me inclino a creerlo, porque me he experimentado en algunas funciones. Pues, a Dios y a dicha y a salga lo que saliere, allá va esa décima con ecos, imitando perfectamente a las dos latinas; y sea para mayor honra y gloria de su incomparable autor.




Décima


   La batalla de Bi          tonto,
tonto, no fue en Mon          dragón.
Dragón, que vio la f          unción,
unción tomó junto al Ponto.
Si al Parnaso me re          monto,
monto sobre ti pol          lino.
Lino se hila en el mo          lino-,
lino de Mingo Ca          zurro.
Zurro y más zurro a este burro,
y cátate un desatino.

9. -Es buen repente -dijo el maestro Prudencio-, y digna retribución del simple que ultrajó más que honró al Angélico Doctor con esa sarta de necedades. Llámale Pluma eucarística de la Iglesia, y es lo único bueno que tiene el elogio, con alusión a que el Santo compuso el oficio del Santísimo Sacramento. Y aunque no faltaron algunos que le quisieron disputar esta gloria y a nosotros este consuelo, ya el hecho no admite duda. Y si fue también autor del devotísimo himno Sacris solemnis, juntamente con el otro:


Pange, lingua, gloriosi corporis mysterium;

¡qué indignación o qué risa le causaría (si los santos fuesen capaces de estos afectos en aquella región de inmutable serenidad), al verse elogiar tan torpemente por un poeta igualmente zafio que zurdo! Harto será le disimulase los barbarismos de minoso, fulminoso, aestuoso, gestuoso, que dudo mucho hubiese dado con ellos el célebre Carlos de Fresne, señor de Cange, en su laboriosísimo Glosario, o Diccionario, de la baja latinidad.

-Comoquiera, padre reverendísimo -replicó el beneficiado-, las dos décimas son tan disparatadas, que no parecen posibles otras que las igualen.

10. -Eso es mucho decir -replicó el padre maestro, tomando al beneficiado las mismas palabras de que se había valido para creer que no era posible otro cartel tan desbarrado como el primero-; eso es mucho decir, señor beneficiado. La esfera de lo posible es muy dilatada, y a pique está que tenga en esta mano con qué convencer a usted cuánto se equivoca en juzgar que no caben en la línea mayores dislates. Ahora lo veredes, dijo Agrajes.

Y diciendo y haciendo, leyó otro par de décimas, asimismo impresas, en elogio del propio Santo, que decían de esta manera:




Sanctissimo conciliorum altari


Maximo Scholae Pa          trono,
throno Pudoris Ve          terni,
terni contra vim A          verni,
verni Solis gaudes dono;
sedulo Ecclesiae Colon          o:
oh, multiplex tui vo          lumen!
Lumen, Lagena, C          acumen,
acumen, Sol, Luna, Na          vis,
Vis, Radius, Lancea, Cl          avis,
Avis, Tuba, Scutum, flumen.

Firmo Doctrinae cas          tello,
telo humoris no          civo,
cibo Domini no          vello.
bello Veneris laesivo;
numini caeli f          estivo,
aestivo orandi sa          cello,
zelo Universi attr          activo,
activo Virtutis Caelo,
haec serta dico gratanter,
numenque nixurio instanter.

11. -Vuestra reverendísima tiene razón -dijo el beneficiado, luego que le permitieron hablar las carcajadas, en fuerza de la cuales temió arrojar los ijares por la boca-. En comparación de esas dos décimas, las otras dos son discretísimas, son elegantísimas, son conceptuosísimas; son todos los superlativos que puede inventar el autor italiano más ensuperlativado. Es lástima no volverlas en romance. Voy a hacerlo con la misma legalidad que otras.




Al santísimo altar de los concilios


Al máximo Patrono de la Escuela,
trono del Pudor Veterano,
contra la fuerza del terno Averno,
que gozas del don del Sol de la Primavera;
al cuidadoso Labrador de la Iglesia:
¡Oh, cuántos volúmenes has escrito!
Luz, Botella, Cumbre,
Agudeza, Sol, Luna, Nave,
Fuerza, Rayo, Lanza, Llave,
Ave, Trompeta, Escudo, Río.

Al firme Castillo de la Doctrina,
dardo de humor nocivo,
comida nueva del Señor,
guerra lesiva de Venus;
al festivo Dios del Cielo,
capilla para orar en el verano,
celo atractivo del Universo,
activo Cielo de la Virtud,
dedico con gusto estas coronas;
y con instancia estoy pariendo el numen.

12. »Desafío a todos los ingenios del mundo, exceptuando únicamente el del autor, a que en tan pocos renglones pongan en pie tanta multitud de disparates ni de cosas tan inconexas, tan absurdas y tan alocadas. Lo de Santísimo Altar de los Concilios, ya sé a lo que alude. Hace alusión a no sé qué Papa del Orden de Predicadores, que estando para celebrar misa a presencia de los padres de un Concilio, mandó le pusiesen por ara un libro de Santo Tomás. Pase la noticia, por más que le contradigan muchos; que yo no hallo repugnancia en creerla, ni encuentro disonancia en que un Papa quisiese distinguir con este singularísimo honor las obras de un Santo Tomás, tan beneméritas de la universal Iglesia. Pero, ¿qué nos querrá dar a entender el decimista con decir que Santo Tomás es «trono del pudor veterano»? ¿Si se habrá excitado otra disputa sobre el pudor veterano y el pudor moderno, como la que en años pasados divirtió por algunos días a la Corte sobre los oradores a la moderna y a la veterana? No haría mal el decimista en explicarnos cuál era el pudor veterano, para ver si nos convenía trocar el moderno por él.

13. »Aquello de «contra la fuerza del terno Averno» (Terni contra vim Averni), es un descubrimiento terrible. Hasta aquí creímos que no había más que un inferno, esto es, un único seno de los precitos y de los condenados. Y lo más a que se adelantaba la consideración, según el pensamiento de San Agustín, era a que para los cristianos parece que debiera haber dos. El decimista por la cuenta ha descubierto otro tercero, o un terno de infiernos horroroso:


Pues que vencía allá el pudor veterno
la fuerza superior del terno Averno.

14. »Pero lo que no se puede negar es que el pensamiento del cuarto pie: Verni Solis gaudes dono («Que gozas del don del Sol de la Primavera»), es un pensamiento verdaderamente alto y profundo. No dijo que Santo Tomás gozaba del don del sol del invierno, del verano, ni del otoño, sino del de la primavera; porque el sol del invierno enfría, el del verano quema, el del otoño achucha, y sólo el de la primavera recrea sin ofensión. Pues, sin duda que eso quiso decir el poeta, cuando afirmó que Santo Tomás gozaba del dote del sol de la primavera. Pero si quiso decir otra cosa, agradézcame la buena voluntad.

15. -Gana tiene usted de perder tiempo -interrumpió el maestro Prudencio-, en ir interpretando, ni mucho menos glosando, los disparates de las décimas. Hemos menester hacernos cargo de que el poeta era un pobre simple; que sólo tiró a ajustar sus ecos, saliesen como saliesen, sin consecuencia para lo demás. A no ser esto así, ¿quién le había de tolerar que llamase a Santo Tomás «Dardo de humor nocivo» (Telo humoris nocivo), «Festivo Dios del Cielo» (Numini Caeli festivo), y «Capillita para orar en el verano» (Aestivo orandi sacello)?

-A fe que tiene vuestra reverendísima razón -dijo el beneficiado-, y no gastemos más prosa con este inocente. Mas, porque no se quejen estas segundas décimas de que no las saludo yo con otra de mi invención, como a las primeras, allá van esos diez pies en busca del autor, que debiera andar en cuatro.


Salvajes en la Ca          nada
nada tenéis que bus          car:
car          los Quinto, ni aun el Zar;
porque más acá hay po          sada.
Sada fue mi cama          rada.
Rada toma chocol          ate.
Ate Roque el cordel          late.
Late un oculto miste          rio.
Rio          me del magisterio,
y cata otro disparate.

16. Como durante la glosa de las cuatro décimas no dejaron hacer baza a nuestro fray Gerundio, guardó un profundo silencio. Pero no se le dio mucho, porque a él no le habían parecido tan mal las décimas como al beneficiado y al padre maestro. Antes bien hallaba en los ecos una gracia sin igual, que casi casi le encantaba. Y si salía a defenderlas, bien conocía que no había de sacar buen partido; si se ponía de parte de los que se burlaban de ellas, iría contra su propia conciencia. Conque, todo bien considerado, se alegró de que no le dejasen hablar. Sólo suplicó al padre maestro que le permitiese sacar una copia de aquellos papeles para reservarlos entre los más curiosos; lo que sin dificultad le concedió, pareciéndole que después de la merecida zurra que habían llevado, no le pasaría por la imaginación conservarlos para otra cosa que para diversión y para risa, y no para modelo.

17. Con esto levantó la visita el beneficiado, a quien salieron a despedir el maestro Prudencio y fray Gerundio. En el camino, y como paso, dijo el padre maestro al beneficiado:

-Por aquí se conoce con cuánta justificación está mandado por diferentes autos, acordados del Consejo y por otras varias reales órdenes, que ningún impresor pueda imprimir libro, memorial u otro algún papel suelto, de cualquier calidad y tamaño, aunque sea de pocos renglones, sin que le conste y tenga licencia para ello del Consejo, o del señor juez privativo y Superintendente General de Imprentas, pena de dos mil ducados y seis años de destierro. Es justísima esta providencia, por más que parezca demasiadamente rígida; y si se observara con el debido rigor, no se imprimirían carteles necios, décimas locas ni folletos indignos; que, todo bien reflexionado, no tanto nos divierten, cuanto nos afrentan. Hoy se cela esto de los libros y de las imprentas con mayor severidad que nunca; y aunque algunos se quejen de la nimiedad, menos inconveniente hay en este extremo que en el contrario, y más cuando enseña la experiencia que ni aun todo este rigor alcanza para librarnos del todo de estas monstruosidades. Ojalá que con el mismo se celaran las dedicatorias de las conclusiones, en las cuales hay tanta bazofia y tanto desatino, que alguna vez he estado tentado a hacer una colección de las más ridículas; y sólo me ha detenido la consideración de que las naciones no nos tengan a todos por bárbaros, siendo así que somos tantos a llorar la intrépida ignorancia de los que dan motivo para esto.

A tal punto llegaron a la portería; y el beneficiado se fue a su casa, y cada uno de los dos religiosos a su celda.




ArribaAbajoCapítulo III

Dispone Fray Gerundio su semana santa


Tomola con tanto empeño, que se negó con ejemplar constancia y edificación a los muchos que tuvo para predicar varios sermones en aquel verano. Entre otros, le importunaron con exceso para que admitiese uno de grande aparato y de no menor utilidad, para una fiesta que se había de celebrar en cierto lugar vecino, en acción de gracias de haber hecho el rey obispo de Indias al cura que era del mismo lugar, hombre docto, piadoso y limosnero. No le pudieron vencer a que lo admitiese, por no distraerse a otros asuntos, ni exponerse a que le faltase el tiempo para prevenir su Semana Santa. Y por cuanto uno de los que más le instaban para que admitiese el sermón de gracias, le dio a entender que se atribuiría su resistencia a que era asunto nuevo y enrevesado, de lo que había poco en los libros, y por eso no se atrevía con él, fray Gerundio, para desengañarle, le enseñó al instante unos apuntamientos que tenía a su parecer muy escogidos para este género de funciones.

2. Eran todos sacados a la letra de cierto sermón que se predicó en cierta ciudad al mismísimo idéntico asunto de un párroco electo obispo de Indias, llamado Juan (así se llamaba también el nuevo electo), que lloró mucho con la noticia de su elección, se resistió a consentir en ella, al fin acetó. Celebró una fiesta muy solemne en su misma parroquia una numerosa congregación que había en ella, de que era padre espiritual el mismo señor obispo. Se buscó orador de fuera, y fue un padre maestro ingenioso y hábil sin duda, pero de los que en el púlpito se dejan llevar de la corriente. Se trajo la música de la Catedral. Hubo fuegos, toros y vítor, que sacaron los estudiantes de la escuela que había profesado el prelado. De todo se hizo cargo el orador en la salutación, y todo le pareció a fray Gerundio que con grandísima facilidad se podía adaptar a la elección de cualquiera señor obispo. Y si en la fiesta estaba el sacramento patente, como es regular, sería otro tanto oro. El excerpto que leyó al que le importunaba, decía así a la letra:

3. «Apuntamientos para sermones en elecciones de obispos: Si se aflige el electo, como suele suceder, consolarle con esta entradilla: No lloréis, Juan, no lloréis: Ne fleveris. ¿Y por qué llora Juan? Ya lo dice él mismo: Vidi in dextra sedentis super thronum, librum scriptum intus et foris, signatum sigillis septem... Et ego flebam multum. El que está sentado sobre el trono es el rey: el libro del cual pendían siete sellos, según unos, es figura de las bulas plumbadas, de las cuales viene pendiente el plomo con el sello pontificio: Pictores nostri hunc librum cum septem sigillis pendentibus instar Bullarum depingunt. Según otros, era una carta cerrada, llamada libro, como llaman los hebreos a cualquiera papel o pergamino escrito: Hebraei quodcumque scripti genus librum appellant. Ille de quo hic agitur erat potius epistola quaedam plicata. Carta cerrada a nombre del rey, que amenaza con unas bulas plumbadas, motivo es para que Juan llore y se aflija mucho: Et ego flebam multum. Ya tenemos cédula real, bulas y llanto.

4. »¿Quién ha de consolar al pobre obispo? Ya lo dice el texto: Vicit leo de tribu Juda. El león de Judá que se representa, no sólo como manso cordero, sino como muerto sobre el mismo libro: Agnum stantem tanquam occisum, es figura del Sacramento. Este Cordero sacramentado le alarga con su propia mano las bulas: Et accepit de dextera sedentis in throno librum... instar bullarum depingunt. Mándale que las acete, y que dé cuenta a su Santa Iglesia: Scribe Ecclesiis. No puede resistirse: Vicit leo. Ni tiene para qué, porque el mismo Cordero se empeña en darle cuanto ha de menester para desempeñar su ministerio. Por eso se representa unas veces paseándose, otras sentado y otras en pie: ambulantem, sedentem, stantem. Cuando pesa los méritos del que ha de elegir, se pasea (ambulantem); cuando los califica, se sienta (sedentem); cuando los premia, se pone en pie (stantem), como que está pronto para ayudarle y para defenderle. ¿Necesita el obispo ojos? El Cordero tiene siete: habentem... oculos septem. ¿Necesita los dones del Espíritu Santo? Ahí los tiene figurados en los siete cuernos del Cordero: cornua septem. ¿Necesita atravesar el mar y que los Ángeles del Señor le conduzcan felizmente a tierra firme? Ahí lo tiene todo: habentem cornua septem, et oculos septem, qui sunt septem spiritus Dei, missi in omnem terram.

5. »Supuesta la acetación como triunfo del Cordero, ¿quién le da, o quién le instituye, la solemnísima fiesta en acción de gracias? Al texto: Cum aperuisset librum... viginti quatuor seniores ceciderunt coram Agno, habentes singuli citharas et phialas aureas... dicentes, etc. Los antiguos, los doces, los veinte y cuatros, que son los que ocupan el palenque de esta nobilísima congregación y se distinguen en ella con estos nombres: viginti quatuor seniores ceciderunt coram Agno, ellos parece que todos se han convertido en músicos por el amor para cantar gracias al Cordero: habentes singuli citharas. Mas, no contentos con esto, han conducido esa dulcísima y acorde música que tiene su origen, no allá de los podridos nervios o cuerdas de la tortuga de Mercurio, sino del mismo cielo: Itaque caelum instrumentum musicae Archetypum videtur mihi, non propter alia sic elaboratum quam ut rerum Parentis hymni decantarentur et musice. Hasta el orador parece que estaba figurado en el texto; porque, ya fuese él o ya fuese otro, como lo pretendió, el sermón siempre sería nuevo: Et cantabant canticum novum.

6. »Los cohetes están claros, puesto que se disparaban desde el mismo trono: Et de throno procedebant fulgura, et voces, et tonitrua. El vítor de los estudiantes de la escuela jesuita es el que no se puede dejar de reconocer en aquellos cuatro misteriosos vivientes que asistían a la cátedra o trono de Jesús: in circuitu sedis, y con el semblante y vuelo de águilas: et quartum simile aquilae volanti, se remontaron más, vitoreando día y noche: Et requiem non habebant die ac nocte, dicentia: Sanctus, Sanctus, Sanctus. Finalmente, hasta los toros se divisan en nuestro texto, pues tampoco faltan en él semblantes de toros: et secundum animal simile vitulo.

7. »Asunto: El laberinto. Eslo Cristo en el Sacramento, por cinco razones: Primera, porque fue figurado en el desierto: Apparuit in deserto. Segunda, porque se admiraron los israelitas: Quid est hoc? Tercera, porque en él se confunden los sentidos: Et si sensus deficit. Cuarta, porque se les hizo duro a los judíos: Durus est hic sermo. Quinta, porque es alfa y omega, principio y fin de todo.

8. »El Sacramento, pues, ha de ser el centro del laberinto. El laberinto no ha de tener más que dos calles, y las calles han de ser los otros dos Evangelios que concurren a la fiesta, porque el del Sacramento está ya aplicado al centro.

9. »Primera calle y primer Evangelio: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam. ¿Por qué elige Cristo a Pedro para obispo de los obispos y para piedra fundamental de su Iglesia? Porque desde que le impusieron el nombre, se llamó Cefas que es lo mismo que Pedro o piedra: Tu vocaberis Cephas, quod interpretatur Petrus. ¡Hermoso registro! Pues descúbrase ya (hablemos aquí claros) la cifra que desde la pila del bautismo goza por alta providencia nuestro amantísimo señor obispo. ¿Cómo se llama su señoría? Don Juan García Abbadiano. Vuélvase esto ahora en latín y escríbase de esta manera: Dominus Joannes Garcia Abbadianus. ¿Qué sale en anagrama? Juan, obispo de Caracas ad minus, esto es, «Juan, obispo de Caracas por lo menos».

10. »Vaya otro anagrama latino para mayor confirmación: Joannes gratia Domini Abba ad nos, y sobra una v; pero es fácil acomodarla, porque significando abba lo mismo que padre, se puede decir: «Juan, por la gracia del señor V padre (obispo) para nosotros». El señor V es Felipe V, que le presentó para el obispado. A este modo es fácil hacer anagramas del nombre de cualquiera obispo electo; porque si no saliere en romance, saldrá en latín. Y si sobraren algunas letras, mejor; pues más vale que sobren, que no que falten».

11. Iba a proseguir fray Gerundio en la lectura de sus apuntamientos, pero el sujeto a quien se los leía le interrumpió diciendo:

-Basta, que estoy de prisa, y quedo convencido de que no es fácil le coja a usted de susto ningún empeño, por arduo que parezca, y que el negarse a este sermón no es ni puede ser por falta de materiales.

Despidiose; y nuestro fray Gerundio, sin perder tiempo, comenzó a hacer sus prevenciones.

12. Había traído de Pero Rubio una nota de los sermones que había de predicar, con todas las circunstancias agravantes de cada uno, la cual había tenido gran cuidado de entregarle el licenciado Flechilla, hombre puntual y muy exacto. Venía la nota con toda distinción, precisión y claridad para evitar toda equivocación; y nos ha parecido trasladarla aquí, ni más ni menos como se encontró en un manuscrito arábigo muy antiguo, de donde fielmente se copió (si no nos engañó nuestro traductor); por lo que podrá conducir para la inteligencia de lo que adelante se dirá. Estaba, pues, concebida en estos propios términos:

«SEMANA SANTA DE PERO RUBIO

»INSTRUCCIÓN DE LA VILLA A LOS REVERENDOS PREDICADORES

13. »Primer sermón: Domingo de Ramos. Hácese la procesión al vivo. Va a caballo en la santa asna el que hace al Cristo, que es siempre el mayordomo de la Cofradía de la Cruz. Rodéanle los doce cofrades más antiguos de luz, vestidos de Apóstoles con túnicas talares de diferentes colores. Anda la procesión alrededor de la iglesia, donde hay dos olivos y un moral. Trepan a ellos todos los muchachos que pueden, los cuales durante la procesión están continuamente cortando y arrojando ramos al suelo. Cuando el sacristán canta: Pueri Hebraeorum, los muchachos corresponden con descompasados chillidos: Benedictus qui venit, etc., hasta el Hosanna inclusive. Tiene el pueblo gran devoción con la santa asna, la cual va llena de cintas, trenzas, bolsos y carteras de seda; y antiguamente llevaba también muchos escapularios, hasta que un cura los quitó, pareciéndole irreverencia. No queda en el lugar manta, cobertor ni cabezal que no se tiendan en todo el sitio por donde anda la procesión. Este año se llama por dicha Domingo Ramos el mayordomo de la Cruz, que representa a Cristo. De todo se ha de hacer cargo el padre predicador, si ha de dar gusto.

14. »Lunes Santo: Buen ladrón. Fíjanse tres cruces grandes a la entrada del presbiterio, y son las mismas que sirven para el sermón del Descendimiento. Todas las tres efigies que se representan en ellas son de artífice muy diestro; y las costeó un hijo del lugar, que llegó por sus puños a ser canónigo de Labanza. La del medio es un crucifijo muy devoto; la de la derecha es de San Dimas; y la de la izquierda de Gestas, con semblante desesperado y rabioso, que parece cara de condenado. Es tradición que se sacó por la de un escribano (otros dicen ventero), gran ladrón que había en la comarca. Comoquiera, ya es uso y costumbre inmemorial que en este sermón se dé contra los oficiales de pluma. Concurre mucha gente del contorno a oír las pullas y los chistes.

15. »Martes Santo: Lágrimas de San Pedro. Cántase la Pasión por la tarde; y cuando el que la canta se va acercando a aquellas palabras: Accessit ad eum una ancilla, salen de la sacristía un viejo, con una calva muy venerable, que representa a San Pedro, y una muchachuela en traje de moza de cocina, la cual, en cantando el de la Pasión: Accessit ad eum ancilla dicens, prosigue ella cantando, también muy gorgoriteado: Et tu cum Jesu Galileo eras, y el viejo entona con enfado y con desabrimiento: Nescio quid dicis. Va San Pedro andando poco a poco por la iglesia; y al cantarse aquellas palabras: Vidit eum alia ancilla, et ait his qui erant ibi, sale del medio otra muchachuela y canta: Et hic erat cum Jesu Nazareno. San Pedro la da un empellón muy enfadado, y dice: «Voto a Cristo quia non novi hominem». Al fin hace como que se quiere salir de la iglesia; y a este tiempo entra una tropa de mozancones, que mirándole de hito en hito a la cara, comienzan a berrear descompasadamente: Vere et tu ex illis es, nam et loquela tua manifestum te facit. Aquí el pobre viejo, colérico, enfurecido y como fuera de sí, comienza a detestar, a jurar y a perjurar que no conoce tal hombre, echándose cuantas maldiciones le vienen a la boca. No bien las acaba de pronunciar, cuando sale allá de encima del coro y como hacia detrás del órgano un chillido muy penetrante, que remeda la voz del gallo, y comienza a cantar tres veces: qui-qui-ri-qui, qui-qui-ri-qui, qui-qui-ri-qui. Al oírle San Pedro, hace como que se compunge. Se va debajo del coro; se mete en una choza o cabaña, que le tienen prevenida; y en ella está durante el sermón, plañendo, llorando y limpiándose los mocos. Es función tierna y curiosa. Concurre mucha gente, y es obligación del predicador decir algunos chistes acerca de los gallos y de los capones, observándose que el que más sobresale en esto saca después más limosna de gallinas.

16. »Miércoles Santo: Este día no hay sermón. Después de misa y por la tarde, sale el padre predicador con la señora Justicia a pedir la limosna de los huevos y pescado; y si dio gusto en los días antecedentes, suele sacar más de docientos huevos y una arroba de cecial, sin contar las sardinas saladas, que suelen ser más que los huevos.

17. »Jueves Santo: Lavatorio y mandato. No hay cosa especial que notar. Dio mucho gusto en este pueblo un predicador que tomó por asunto del mandato Amor es arte de amar; lo que se advierte, por si el padre predicador quisiere imitarle. Generalmente han parecido bien todos aquellos que han predicado desleídas algunas relaciones de las comedias de capa y espada, como tuviesen elección en escoger las más tiernas, derretidas y discretas. Ninguno logró más aplauso que el que se empeñó en probar que Cristo en la última cena se acreditó el Chichisbeo de las almas. Imprimiose el sermón; y aunque luego se recogió por el Santo Tribunal, como no se recogió la memoria, ha quedado eterna de él en la Villa. Hácense estas advertencias, por si conducen para algo.

18. »Viernes Santo: Por la mañana, a las cuatro, la Pasión. No la hay más célebre en toda la redonda. Asiste al sermón, debajo del púlpito, el mayordomo de la Cruz, vestido de Jesús Nazareno. Cuando se llega al paso del Ecce homo, sube al púlpito, y el predicador le muestra al pueblo, haciendo las ponderaciones y exclamaciones correspondientes a este paso. Es grande la comoción, y se ha observado ser mucho mayor que si se mostrara una imagen del Salvador en aquel trance. Pronunciada la sentencia por Pilatos, es obligación del escribano de la villa, y en su ausencia del fiel de fechos, notificársela a Jesús Nazareno, esto es, al mayordomo de la Cruz, que se encoge de hombros con grande humilidad en señal de su acetación. Cuando sale del pretorio para el monte Calvario, el sacristán o, faltando éste, el muñidor, con voz ronca y descompasada, publica el pregón de los delitos de aquel hombre. Rara vez deja de haber desmayos. En el momento en que expira, y dice el predicador expiravit, tocan las campanas a muerto. Hace el predicador una breve suspensión o pausa, y después él mismo entona el responso Ne recorderis, continuándole los clérigos; y se acaba la función con el Requiescat in pace.

19. »Por la tarde, a las tres, el Descendimiento. Se hace en la plazuela, que está delante de la iglesia, si el tiempo lo permite. Se ejecutan en él los mismos juegos de manos que en los demás Descendimientos. Salen los venerables varones que representan a San Juan Evangelista, a Nicodemus y a José Abarimatías, con sus toallas, martillos y tenazas, estando ya prevenidas las dos escaleras arrimadas a los brazos de la cruz del medio. Colócase a un lado del teatro una devota imagen de la Soledad, con goznes en el pescuezo, brazos y manos, que se manejan por unos alambres ocultos para las inclinaciones y movimientos correspondientes, cuando San Juan va presentando los instrumentos de la crucifixión, y sobre todo cuando al último los tres venerables varones ponen delante de la imagen el cuerpo difunto de su Hijo, pidiendo la licencia de enterrarle. Suele ser día de juicio. El predicador que de todos desempeñó con mayor aire esta función, fue el que tomó por asunto de ella Los títeres espirituales; y al acabar por la mañana el sermón de la Pasión, convidó al auditorio para una función de títeres. Todo dio gran golpe.

20. »Sábado Santo: No hay sermón este día; pero acabados los oficios, sale el predicador con la señora Justicia a pedir la limosna de torreznos, hornazos, longanizas y chorizos. Y si cayó en gracia, suele juntar tantos, que beneficia los que le sobran después de regalarse bien los tres días de Pascua. Y predicador ha habido que ha sacado ciento y cincuenta reales de estos despojos.

21. »Domingo de Pascua: Sermón de gracias a las cinco de la mañana. Es obligación precisa del predicador contar en este sermón todas cuantas gracias, chistes, cuentecillos, chocarrerías y truhanadas pueda recoger para divertir al inmenso gentío que concurre a él. No ha de ser hazañero ni escrupuloso. Sean de la especie que se fueren (puercos, sucios, torpes e indecentes), ya se sabe que en aquel día todo pasa. Debe hacerse cargo de que la gente está harta de llorar en la Semana Santa, y que es preciso alegrarla y divertirla en el Domingo de Pascua. Los padres predicadores que han traído socio o lego (porque algunos le han traído), han dispuesto que el lego subiese al púlpito y que predicase un sermón burlesco, atestado de todas las bufonadas posibles. Por lo común, estos sermones se acaban con un acto de contrición truhanesco; y por Cristo sacaba el lego una empanada, un pernil o una bota, a la cual decía mil requiebros en tono de afectos compungidos, que hacían descalzar de risa.

22. »Adviértesele al padre predicador que en sus sermones no pase de una hora, a excepción del de las lágrimas de San Pedro, Pasión, Descendimiento y sermón de gracias, en los cuales podrá detenerse lo que quisiere.

23. »Por mandato de los señores Alcaldes y Concejo de la Villa de Pero Rubio, jurisdicción de Caramanchel de Arriba.-Roque Morchón, Fiel de Fechos.-Concuerda con su original, a que me remito.-Morchón».

24. Esta fue a la letra la instrucción que el licenciado Flechilla entregó a nuestro fray Gerundio, recibida inmediatamente de mano del fiel de fechos, que ejercía el oficio de escribano en sede vacante, y se acostumbraba dar una copia legalizada de ella al predicador pro tempore existente de la Semana Santa, para que notificado de todas sus circunstancias, le parase entero perjuicio, si no se conformase con ellas. Discurra el pío y contemplativo lector qué torbellino de ideas, a cuál más extravagantes, no se atropellarían en la fantasía de nuestro neotérico predicador mayor, cuando se halló con un almacén de materiales tan copiosos como estrafalarios y ridículos, y los parabienes que se daría de que le hubiese tocado la dicha de meter su cortadora hoz en mies tan abundante.

25. Bien conoció que la instrucción le daba ya hecha una gran parte del trabajo y aun casi la mayor, mostrándole como con la mano el camino por donde había de ir, y poniéndole a vista de ojos los asuntos que debía escoger para captar los aplausos y poner el pie, si pudiese, encima de todos sus gloriosos predecesores de feliz recordación. Pero como los asuntos eran tantos y necesitaba de una inmensa multitud de especies para llenarlos, no se puede ponderar la aplicación con que se dedicó los ochos meses que faltaban para la Semana Santa, a revolver todo género de libros, notando, apuntando, amontonando, verde y seco, todo cuanto se le venía a la mano y podía conducir, aunque fuese remotísimamente, para alguno de los asuntos.

26. En el del Domingo de Ramos tuvo poco que hacer para determinarle; porque notando que se llamaba Domingo Ramos el mayordomo de la Cruz de aquel año, y que era el primer papel del día, tomó por idea de su sermón El Injerto, o los Ramos del Domingo enlazados con Domingo Ramos. Acordose haber leído u oído que había un célebre autor moderno que se llamaba el señor Ramos del Manzano; y pareciéndole que llamándose Ramos y Manzano era imposible que dejase de tratar pro dignitate y, como dicen, a fondo la materia de ramos, lo fue a buscar con ansia a la librería del convento. Hallole, y se quedó helado cuando vio que aquel docto escritor trataba de cosa muy diferente que él no entendía. Haciendo después reflexión a que según el texto, y también según lo que se practicaba en la función de Pero Rubio, los ramos eran de olivo, se le vino a la memoria el libro de doña Oliva Sabuco de Nantes, de que había oído hablar al beneficiado como de un libro raro y exquisito que él tenía en grande estimación. Enviósele a pedir, creyendo que encontraría en él un tesoro para su asunto; y aunque vio que trataba del jugo nutricio de las plantas y de los árboles, como no halló cosa particular de olivos, se enfadó y le arrinconó con desprecio. En este punto se le vino a la memoria que, así en el Breviario como en el Misal, se da a este domingo el título de Dominica in Palmis, Domínica de las Palmas; reflexionó con oportunidad a que en aquel mismo domingo daba principio la Iglesia a cantar la Pasión; ocurriole haber visto alguna vez por el forro, en la librería de la casa, un libro intitulado Palma de la Pasión; y dándose muy alegre el parabién, dijo para sí:

-Vaya, que siendo palma y de Pasión, no puedo menos de encontrar aquí todo cuanto he menester para atestar de erudición las palmas de esta domínica.

Abriole; y cuando halló que era la devotísima y juiciosísima Historia de la Pasión escrita por el padre Luis de la Palma, le faltó poco para echar el libro por la ventana, del enfado que le dio. Desesperado en fin, se refugió a su poliantea; y allí encontró una selva entera de ramos, olivos y palmas, que podía competir con la vega de Granada y con los mismos olivares de Tudela, Cascante y los aledaños.

27. Lo que le dio muy poca pena fue la circunstancia de la santa asna como blasfemamente, aunque con mucha inocencia por su simplicidad, la llamaban aquellos pobres rústicos. Al instante se le vino a la imaginación el Asno de oro de Apuleyo; y aunque ésta fue una graciosa invención de aquel chufletero autor, o no lo conoció fray Gerundio, o se le dio muy poco de eso; porque verdadero o fingido, siempre le parecía especie divina para formar el paralelo. Fuera de eso, por fortuna suya había leído pocos días antes, en el tomo II del Espectáculo de la naturaleza, el bello elogio que se hace del asno, en boca del prior; y desde luego determinó encajarle, reduciéndole a su estilo, así por dar a su auditorio una razón plausible del motivo por qué había preferido el Salvador este humilde animal para hacer su triunfante entrada en Jerusalén, como para promover en sus oyentes la devoción con la santa asna, en cuanto estaba de su parte.

28. El asunto en que finalmente se fijó para el sermón del Buen Ladrón, fue sin duda feliz. Dio por supuesto, sin razón de dudar, que el Buen Ladrón se llamaba Dimas, y el Malo Gestas, sin embargo de que sobre el verdadero nombre de los dos haiga tanta variedad en los autores como saben los eruditos. Y aun supuesto que se llamasen así, todavía no falta quien diga que el Malo fue Dimas y el Bueno fue Gestas, como lo prueban aquellos versos bastantemente vulgarizados:


Imparibus meritis tria pendent corpora ramis:
Dismas, Gestas, in medio est divina Potestas.
Dismas damnatur; Gestas super astra locatur.

29. Fray Gerundio no se paró en eso, y es sumamente verisímil que ni siquiera tuviera noticia de ello. Dando por indisputable la opinión vulgar (que acaso tendría él por artículo de fe) de que el Buen Ladrón se había llamado Dimas, tomó por asunto que el Buen Ladrón había sido el Di-menos de todos los ladrones, y el Di-más de todos los santos. Probólo ingeniosamente, asegurando que mientras el Mal Ladrón estaba vomitando blasfemias contra Jesucristo, el Bueno le procuraba contener diciéndole: Di-menos, di-menos; y cuando, después que expiró el Salvador, los mismos que le habían crucificado se volvían a Jerusalén, hiriéndose los pechos y aclamándole por verdadero Hijo de Dios, el Buen Ladrón animaba a cada uno de ellos diciéndole: Di-más, di-más. Mientras el Mal Ladrón juraba y perjuraba contra el escribano que le había hecho la causa, tratándole de tan ladrón y tan homicida como él, procuraba sosegarle el Buen Ladrón diciéndole: Di-menos, di-menos. Cuando Longinos abrió los ojos del cuerpo y del alma, y confesó al Salvador a quien había abierto el costado, el Buen Ladrón le alentaba con estas palabras: Di-más, di-más.

30. Exornó después este delicadísimo pensamiento con un paso retórico, sin duda alguna ingenioso, enérgico y oportuno. Hacinó una buena porción de elogios que hacen del Buen Ladrón, así los Santos Padres como los sagrados expositores, y esto le costó poco trabajo; porque en solos Silveira y Baeza encontró una decente provisión para llenar muchos sermones. Hizo una especie de apóstrofe, hablando con cada uno de aquellos autores, como si los tuviera presentes; y preguntaba, verbigracia, a San Agustín:

-Ea, ¿qué dices del Buen Ladrón, Sol Africano, Fénix único de la Arabia Feliz?

-Dum patitur, credit.

-Di-más.

-Non ante crucem Domini sectator, sed in cruce confessor.

-Di-más.

-Inter martyres computatur, qui suo sanguine baptizatur.

-Y tú, purpurado Betlemítico, Máximo entre los cuatro maestros Generales de la Universal Iglesia, Jerónimo divino, ¿qué dices de nuestro Dimas?

-Latro credit in cruce, et statim meretur audire: Hodie mecum eris in Paradiso.

-Di-más.

-Latro crucem mutat Paradiso, et facit homicidii poenam martyrium.

-Di-más. Pero, ¿qué más ha de decir? Diga esto mismo, con poética elegancia, la mitrada musa de Viena. (Ya sabe el docto que hablo de Avito, obispo vienense).


Sicque reus scelerum, dum digna piacula pendit,
martyrium de morte rapit.




ArribaCapítulo IV

Interrúmpese la obra por el más extraño suceso que acaeció al autor, y de que quizá no se encontrará ejemplar en los anales


Aquí llegaba dichosamente la pluma, volando con gustosa rapidez por la región de la historia, en alas, a nuestro modo de entender, de la verdad más acendrada. Aquí corría la narración sin tropiezo por el dilatado campo de la vida de nuestro héroe, faltando por lo menos la mitad para llegar al término de su espaciosa carrera. Aquí comenzábamos, por decirlo así, a tender las velas de nuestra navegación, desviándonos de la tierra, para engolfarnos en el mar alto de las más famosas proezas pulpitables de nuestro nunca bastantemente aplaudido fray Gerundio. Aquí, aquí era donde lográbamos los documentos más copiosos, las más preciosas memorias y los instrumentos, no sólo más abundantes, sino también, a nuestro parecer, los más puntuales, los más exactos y los más fidedignos para divertir, entretener, embelesar y, en cuanto nos fuese posible, instruir sin especial trabajo nuestro a los lectores; cuando el suceso más extraño, el acaecimiento más singular, y el más exótico, triste, melancólico, funesto y cipresino accidente que podía caber en la humana imaginación, nos obligó a cortar los vuelos a la pluma, a parar el caballo en medio de la carrera, a echar las áncoras al principio de la navegación y, en una palabra, o a levantar la mano de la tabla, arrinconándola para siempre, o por lo menos a suspender el pincel, hasta ver lo que producen las nuevas diligencias que estamos haciendo en cumplimiento de nuestro empeño y de nuestra obligación.

2. Bien conocemos que estarán ya nuestros amados lectores con una ansiosa impaciencia por saber el triste, fatal suceso que ocasionó esta desgracia. Tengan por Dios un poco de flema; y déjennos respirar, haciéndose cargo de que no somos de bronce. La memoria sólo nos conturba, los ojos se arrasan, la voz se corta, el pecho se cierra, la garganta se añuda, y hasta la pluma misma parece que no quiere dar tinta. Ya hemos tomado un poco de huelgo. Allá va, pues, lo que nos sucedió.

3. En varias partes de esta que nos parecía fidelísima historia, hemos advertido que para formarla fuimos recogiendo una prodigiosa multitud de manuscritos, documentos, memorias, instrumentos que creíamos originales, papeles, cartas, inscripciones, medallas y, en fin, todo aquello que juzgábamos conducente para conseguir las más puntuales noticias históricas, genealógicas, críticas y exóticas, las cuales sirviesen de verdaderos materiales a nuestra obra, sin dejarnos a nosotros más trabajo que la diligencia de recogerlas y el esmero de ordenarlas, dándolas digeridas en aquel estilo que considerásemos más propio de una historia de este carácter. ¡Cuántos archivos revolvimos! Cuántos becerros, tumbos, cronicones, libros de cofradía, notas de espolios monásticos y otros documentos de este jaez registramos, lo dejamos a la consideración del lector erudito y discreto, el cual sólo podrá dar su justa estimación a este trabajo tan deslucido como necesario.

4. Pero nuestra desgracia consistió en habérsenos significado que como fray Gerundio floreció en un siglo tan remoto de nuestros tiempos, y como habían sido tan ruidosas en el mundo sus empresas y hazañas oratorias, todas las naciones se habían dado prisa a trasladarlas en su lengua. De manera que habiéndose perdido cuantos apuntamientos había de este héroe en la antigua lengua española con motivo de la invasión y entrada de los sarracenos, no habría noticia de él en España, si una feliz casualidad no hubiera dispuesto que cierto viajero muy inteligente en las lenguas orientales, al pasar por Egipto y hospedarse en un monasterio de coptos, enseñándole los monjes su inculta y desaliñada librería, no hubiese reparado en cuatro grandes cajones que estaban a un rincón de ella, rotulados con esta inscripción arábiga: Memorias para la historia de un famoso predicador español.

5. Picado de la curiosidad, pidió y consiguió que se los dejasen registrar. Encontró en ellos mil preciosidades; y viendo que unos estaban escritos en hebrero, otros en caldeo, otros en siriaco, otros en armenio, otros en copto, otros en arábigo, muchos en persa y una buena porción en griego, cuyas lenguas poseía él perfectamente, solicitó con los monjes que se los vendiesen. Ellos lo hicieron por bien poco dinero; porque ni conocían su mérito, ni aun estaban enterados de lo que contenían, y así los tenían llenos de polvo. El viajero los condujo a España, murió en Barcial de la Loma, su patria. Los papeles se esparcieron por aquí y por allí en aquellas cercanías, bien que la mayor parte se reservó en el famoso archivo de Cotanes, de que hicimos mención en el mismo zaguán de esta desgraciada historia, a la cual llamamos así por lo que presto se verá.

6. Informados, pues, de que todos los documentos que se hallaban en nuestra Península estaban escritos en las referidas lenguas, abandonamos del todo el intento de recogerlos, por no entender palabra ni siquiera de una de ellas. Y aquí no podemos menos de lamentar segunda vez nuestra desgracia en no haber tenido quien en nuestra adolescencia nos enseñase por lo menos la lengua griega y hebrea, que no sólo nos servirían mucho en esta ocasión, sino en otras de mucha mayor importancia. Y aunque oímos condenar a muchos, que parecen personas, este género de estudio como inútil o como menos necesario, a nosotros nos hace más fuerza el ejemplo de los mayores hombres de todos los siglos, que el particular dictamen de los que en ningún siglo tienen traza de ser muy hombres.

7. Hácennos más fuerza las Constituciones 14, 42, 53, 72 y 79 de Gregorio XIII, en que recomienda con los mayores encarecimientos el estudio de estas dos lenguas, para el cual y para el de otras fundó a sus expensas veinte y tres colegios o seminarios en diferentes partes de la Cristiandad. Hácenos más fuerza la Constitución 65 de Paulo V, en la cual se manda que «...en todos los estudios de los regulares, sean del orden o instituto que fueren, se enseñen las lenguas hebrea, griega y latina, y en los estudios más célebres haiga también maestros de la arábiga»: ... in cujuslibet ordinis et instituti regularium studiis, sint linguarum Hebraicae, Graecae et Latinae, in maioribus vero ac celebrioribus etiam Arabicae, doctores. Hácenos más fuerza el ejemplo del gran pontífice Clemente XI, peritísimo en la lengua griega, y no menos celoso de que los jóvenes se aplicasen a ella. Y en fin, nos hace más fuerza la segura noticia que tenemos de que el gran patriarca San Ignacio de Loyola, en sus Constituciones aprobadas por la Silla Apostólica, dejó muy encargado a sus hijos el estudio de estas dos lenguas, y nos inclinamos también a que el de la siriaca y caldea.

8. Si hubiéramos tenido quien nos le enseñase, y nosotros nos hubiéramos dedicado a él, no nos veríamos en el estrecho en que nos vimos resueltos a dejar la idea de la obra, por no entender los manuscritos donde habíamos de tomar los materiales. Pero cuando ya no pensaba en eso (ahora comienzo a hablar en singular), ves aquí que me depara la suerte o la desgracia una rara visión. Díceme la criada que me quiere hablar un moro. Hágole entrar, y encuéntrome con un hombre de aspecto venerable, de estatura heroica, con barba prolongada y rubia, ojos modestos pero vivos, color blanco, y vestido enteramente a la turca: sotana talar y abotonada, de lanilla fina, color morado, aforrada en tafetán carmesí; una gran banda de seda por ceñidor, que le daba muchas vueltas; chinelas aforradas en tela amusca y borceguíes a media pierna, adonde salían a recibir unos anchurosos y prolijos calzones de marinero, que le bajaban hasta ella; una especie de capa o de manto corto, que no pasaba de la cintura, de la misma tela que la sotana, sólo que estaba aforrado en martas cibelinas, y le traía terciado al brazo izquierdo airosamente; su turbante de tres altos y como de a media vara, con las tres divisiones regulares, blanca, encarnada y amusca, del que pendía por todas partes multitud de hermosas bandas, ya de gasa, ya de muselina, y algunas también de seda.

9. Díjome en bien cortado castellano que era un coepíscopo armenio que venía a pedir limosna para los católicos del Monte Líbano, que vivían entre los cismáticos, sujetos todos al turco, para ayuda de pagar los excesivos tributos que les exigía el Gran Señor por permitirles el ejercicio libre de la religión católica en los estados de la Sublime Puerta. Añadió que aquél era el cuarto viaje que había hecho a España con tan caritativo intento, y que en las dilatadas mansiones que había hecho en ella, recorriendo todos sus reinos y provincias, había aprehendido la lengua con toda perfección, especialmente que el Señor le había dotado de conocido don de lenguas; pues sobre haberse instruido bastantemente en todas las europeas, poseía perfectamente todas las orientales, que en cierta manera podía llamar sus lenguas nativas. Concluyó exhibiéndome una multitud de cartas de recomendación de príncipes y potentados, con otra igual o mayor cantidad de despachos y licencias exhortatorias de señores obispos para que pidiese y se le diese limosna en el distrito de sus respectivas jurisdicciones. Y por fin me suplicó que como párroco, no solamente las diese el uso en mi parroquia, sino que le hiciese el gusto de acompañarle en la demanda para excitar más la caridad de los fieles.

10. Yo, que me vi con un personaje al parecer tan recomendable y que para mayor autoridad traía consigo dos turquitos, como de catorce a quince años, de aspecto muy agraciado, que decía ser pajecitos suyos, y como por otra parte le oí que era tan versado en las lenguas orientales, en que estaban los manuscritos cuyo contenido deseaba saber con tanta ansia, y más hablando la castellana con tanta propiedad como desembarazo; no puedo ponderar el gozo interior que me causó esta aventura, pareciéndome que no debía tenerla por acaso, sino por alta providencia del cielo, que por este camino quería abrirle a la ejecución de mis celosos intentos.

11. En fin, por ahorrar razones, yo le hospedé en mi casa; le agasajé, le cortejé y le regalé en ella por muchos días, todo cuanto mi pobreza pudo dar de sí. Declarele el pensamiento que había tenido y el motivo porque le había abandonado, no entendiendo los manuscritos, que estaban esparcidos en varios lugares del contorno, aunque la mayor parte se guardaban juntos y con buena custodia en el célebre archivo de Cotanes, pueblo que sólo distaba una legua larga de esta villa. El señor coepíscopo se sonrió gravemente, y me dijo con mucho agrado que no me diese pena, que él me sacaría de aquel embarazo; y que pues no podía agradecer de otra manera mi caritativo hospedaje, celebraba la ocasión de manifestar su agradecimiento en cosa tan de mi gusto como sería darme traducidos en castellano todos los manuscritos que le pusiese delante, aunque fuese menester detenerse en mi casa algunas semanas y aun meses; porque las virtudes no se oponen, y era también especie de limosna para los católicos del Monte Líbano el reconocimiento a sus insignes bienhechores.

12. Besé la mano a su señoría por tanto favor. Al punto hice venir todos los manuscritos que pude recoger, especialmente los dos grandes legajos del archivo de Cotanes, cuyo archivero mayor, íntimo amigo mío, me los franqueó prontamente, en virtud de real albalá y privilegio que tenemos los de esta villa para eso, dándomelos con testimonio y con recibo, como se previene en la misma facultad. Mi coepíscopo tomó con el mayor calor la traducción. En menos de mes y medio me los presentó todos traducidos y numerados, para que se supiese adónde correspondían unos y otros. Y para mayor autoridad y abundamiento puso su sello y echó su firma en cada uno de los documentos traducidos, como se ve en ellos por estas palabras: «Concuerda. -Isaac Ibrahim Abusemblat, coepíscopo del Gran Cairo».

13. Despidiose de mí, dejándome este inestimable tesoro que por tal le tenía yo. Y pareciéndome que había hecho poco por él, respecto de lo que él había hecho por mí, le regalé a la partida lo más y mejor que pude. Sin perder tiempo puse manos a la obra. Con qué desvelos, con qué afanes y con qué fatiga, Dios lo sabe; porque las especies estaban todas esparcidas por aquí y por allí, sin orden, conexión ni método. Mi suma atención fue no desviarme un punto de las memorias en orden a las noticias; porque ¿quién no se había de fiar de las que estaban firmadas y selladas por un hombre que se llamaba Isaac Ibrahim Abusemblat, era coepíscopo del Gran Cairo, y menos el hacer milagros parecía un santo?

14. Ahora entra la funestísima catástrofe. Cuando después de dos años de trabajo, de vigilias y de un ímprobo sudor tenía ya formadas las dos primeras partes de mi historia, en la conformidad que van escritas, y puntualísimamente cuando estaba trasladando con la mayor fidelidad los singulares e ingeniosos apuntamientos de fray Gerundio para su Semana Santa, pasó por este pueblo un inglés de autoridad, que se dirigía a Portugal con no sé qué comisión. Traía cartas de recomendación de algunos amigos míos para que yo le hospedase; y lo hice con especial gusto, porque aun sin ellas le tengo grande en cortejar a todo hombre de bien que transite por esta villa. Díjome que había sido muchos años catedrático de lenguas orientales en la Universidad de Oxford, y que actualmente se hallaba en la corte de Londres, sirviendo el empleo de intérprete y secretario de ellas. Creíle sin dificultad: porque salvo la religión protestante que profesaba, en lo demás parecía hombre de honor, de bondad, de penetración, de gran juicio y de honradísimos y muy caballerosos respetos, sobresaliendo singularmente en él una vasta y comprehensiva erudición en casi todas las facultades.

15. Díle brevemente razón de la obra que estaba trabajando, de los materiales o documentos que había tenido presentes para disponerla, del embarazo en que me hallé para su inteligencia, de la aventura que me deparó mi dicha en el coepíscopo armenio para salir de este embarazo, de la bondad con que me los tradujo en castellano aquel santo prelado; y, finalmente, le dije que había de merecerle la honra de que descansase algunos días en mi casa, y que en ellos por vía de entretenimiento, aunque molesto, se sirviese tomar el trabajo de leer los cartapacios que tenía dispuestos de mi historia y cotejarlos con los instrumentos y manuscritos a que se remitían; porque aunque yo tenía toda la seguridad posible de su legalidad, en estas materias nunca sobraban los motivos para afianzarla.

16. Toda lo acetó el caballero inglés con atentísima urbanidad, diciéndome que la detención en mi casa por algunos días le era precisa; pues informado de mi buen corazón, había dado orden para que le enviasen a esta villa ciertos despachos de la corte, que esperaba por la vía de Madrid, sin los cuales no podía pasar adelante; y que por lo que tocaba a mi obra, la leería con especialísimo gusto, porque a su parecer no podía menos de tenerle yo muy delicado.

17. Con efecto: en los seis días que tuve la honra de lograrle por mi huésped, se entregó tan ansiosamente a la lectura de la historia, que apenas acertaba a dejarla de las manos ni aun para comer. Y aunque protestó que no me había de hablar palabra de ella hasta que, cotejada con los manuscritos, pudiese hacer juicio cabal de todo, se le conocía bien en todas sus acciones, gestos y movimientos que la obra le había cuadrado extrañamente. En fin, la mañana del día último que estuvo en mi casa (era por cierto martes, que martes había de ser un día tan aciago para mí), después de habernos desayunado juntos, me dijo que era preciso cerrarnos. Y habiéndolo hecho, me restituyó el manuscrito de mi historia, con todos los demás instrumentos y papeles que había recorrido, en la misma conformidad y con el mismo orden con que yo se los había entregado; y mirándome entre risueño y compasivo, me hizo un razonamiento en esta substancia:

18. -Señor cura, tengo que dar a vuestra merced mil enhorabuenas y mil pésames. Aquéllas, porque ha escrito vuestra merced una obra que en su línea dudo que tenga consonante; yo a lo menos no se le hallo en todo lo que he leído, y no ha sido poco. Éstos, porque creyendo vuestra merced de buena fe que ha trabajado una historia exacta, verdadera, puntual y fiel (calidades que, cuanto es de su parte de vuestra merced, verdaderamente la asisten), ha gastado el calor intelectual en disponer la relación más falsa, más embustera, más fingida y más infiel que podía caber en humana fantasía. Si, como vuestra merced la llama historia, la llamara novela, en mi dictamen no se había escrito cosa mejor, ni de más gracia, ni de mayor utilidad. Tan provechosa sería para muchos de nuestros predicantes de la Iglesia Anglicana, como para muchos predicadores de la Romana; pero habiéndola vuestra merced intitulado historia, no me permite mi sinceridad engañarle, ni lo merecen las honras con que me ha favorecido y la noble confianza con que se ha fiado de mí. Nada tiene de historia, porque toda ella es una pura ficción. Sosiéguese vuestra merced, y no se asuste hasta haberme oído.

19. »El llamado coepíscopo armenio que a vuestra merced le dio traducidos estos papeles, tanto tenía de armenio como de húngaro, tanto de coepíscopo como de monja; y tanto entendía las lenguas orientales, como vuestra merced la iroquesa, la china y la japona. Dejo a un lado que ha muchos siglos que, así en la Iglesia Latina como en la Griega, se suprimió la dignidad de los coepíscopos. Dejo a un lado que el Gran Cairo dista tanto de la Armenia, como la Circasia de España. Y, en fin, dejo a un lado que ni los católicos ni los cismáticos armenios están hoy sujetos al Gran Señor, desde que los mogoles o sofís de Persia conquistaron la Armenia y la Georgia, sin que en aquélla conserve el turco más que dos plazas de poca importancia o, por mejor decir, dos fortalezas que son la de Alcalziké y la de Cotatis, teniendo en la primera un bajá de una cola, o de inferior orden, y en la segunda un simple gobernador o comandante. Todas éstas son fuertes señales de que el supuesto coepíscopo debía de ser un picarón, un tunantón, un vagamundo de los que de cuando en cuando suelen aparecerse en varias partes de la Europa, y con sus hipócritas artificios engañan tal vez a personajes que tenían motivo para no dejarse sorprehender con tanta facilidad.

20. »Lo que no admite género de duda es que él engañó a vuestra merced, pero graciosísimamente, en todo o en casi todo lo que dijo que contenían esos legajos de papeles; y que el haberlos legalizado con su sello y con su firma fue una de las más preciosas invenciones o bufonadas que pudo discurrir para burlarse de la sinceridad de vuestra merced.

21. »A la verdad se habla en varias partes de ellos de un predicador extravagante y ridículo, de cuyos sermones se entresacan varios trozos y pasajes. Pero ni se nombra al predicador, ni hay tal fray Gerundio en todos los manuscritos, ni se dice si el predicador anónimo fue español o francés, campesino, andaluz o guipuzcoano; y, consiguientemente, todo cuanto se refiere de Campazas, de su familia y del licenciado Quijano es una pura patraña. El sermón de ánimas que en el capítulo IV del libro I se supone que se predicó en Cabrerizo, un manuscrito dice que es cierto se predicó, pero no expresa dónde. Asimismo se da por cierto todo cuanto se refiere en el capítulo V del mismo libro como sucedido con un maestro de escuela, pero no encuentro rastro de que fuese cojo, ni dejase de serlo; ni mucho menos de que hubiese sido maestro de escuela en Villaornate, pues sólo se habla en general de un maestro de niños. Pero el bellacón del señor coepíscopo, habiendo fingido que su Gerundio era de Campazas, púsole voluntariamente a la escuela de Villaornate, porque quizás será un lugar poco distante del otro.

22. »Con igual libertad finge todo cuanto atribuye al dómine Zancas-Largas, sacando de su fantasía un preceptor imaginario, que no ha existido in rerum natura. No se puede negar que muchas de las sandeces que se ponen en su boca se encuentran repartidas entre innumerables pedantes que se meten a maestros de gramática, preceptores y no preceptores; pero no es verisímil que todas ellas se encuentren juntas en uno solo, porque no necesitaría de más prueba para que le tuviesen por orate.

23. »La ficción más perjudicial de todas en la religión católica que vuestra merced profesa (que en la nuestra no tendría inconveniente), es aquella con que el bribón del tunante hace a su Gerundio del estado religioso. No hay ni el más leve rasgo de eso en todo lo que he registrado, porque al predicador de que se trata no se le señala estado ni profesión. Por eso, todo cuanto se dice de su vocación, noviciado, estudios, empleos, etc., se lo regaló de su bella gracia el ilustrísimo señor Isaac Ibrahim Abusemblat, coepíscopo del Gran Cairo.

24. »El mismo concepto se ha de hacer de su inseparable amigo y compañero fray Blas, del cual no se halla ni la más leve mención en todos estos papeles. Sólo se da una noticia vaga y general de otro compañero del predicador anónimo, que con su mala doctrina y peor ejemplo contribuyó mucho a estragarle. Por tanto, aunque todos los razonamientos del ex provincial y del maestro Prudencio son graves, macizos y ponderosos, debo prevenir a vuestra merced para su gobierno que no se encuentran en los documentos originales.

25. »Mucho menos se lee en ninguno de ellos el nombre de Bastián, ni el apellido de Borrego; ni puedo discurrir el motivo que tendría el señor tunante para poner en boca del sesudo labrador Bastián Borrego las graciosas pero solidísimas reflexiones que hizo en la granja con el maestro Prudencio. Solamente conjeturo que habiendo hecho campesino a su Gerundio, aplicó a los interlocutores aquellos apellidos que son frecuentes en esta provincia, escogiendo quizá los que a su modo de entender le parecían ridículos. Pero si tuvo por tal el apellido de Borrego, acreditó igualmente su malicia que su ignorancia. No tiene más de ridículo el apellido de Borrego, que los de Carnero, Vaca, Mula, León, Osorio (de oso), y entre las aves, Águila, Pajarillo, Pajarón, Gallo, Palomo y otros muchos con que se honran tantas familias distinguidas, y algunas de la más elevada nobleza. Aun vuestra merced mismo no pierde nada por llamarse Lobón, siendo tan conocida en la historia eclesiástica de España desde el primer siglo de la Iglesia aquella famosa matrona Lupa o Luparia, que algunos hacen reina y todos suponen señora nobilísima. Y, en fin, allá en Inglaterra todos tenemos mucha noticia de la gran casa de Villalobos.

26. »Los documentos que vuestra merced tuvo presentes para componer la segunda parte no son más fieles que los que le guiaron para formar la primera. El señor Abusemblat le vendió a vuestra merced gato por liebre, y le puso delante todo lo que a él se le antojó. Aquellos Apuntamientos sobre los vicios del estilo son un bello trozo de retórica, que me acuerdo haber leído no sé dónde; pero bien sé que en estos papeles siriacos, arábigos y caldeos no he leído ni una sola palabra de tales apuntamientos. La carta que el estudiante retórico de Villagarcía escribió a su padre, la tengo por apócrifa. Pero pues vuestra merced está en el mismo lugar, le será fácil averiguar la verdad o la suposición de esta noticia.

27. »Una pintura que hace vuestra merced de no sé qué convite en un convento de monjas allá en el capítulo III del libro IV, bien sé que la sacó a la letra del instrumento traducido que está notado con el número 97; pero el original a que se remite no habla más de monjas que de berenjenas. Es una relación arábiga de la toma de Damasco en tiempo de las Cruzadas. Sin duda que al tunantón le debieron de tratar mal algunas monjas, conociendo quién era y no dejándose engañar de sus embustes; y él para vengarse fingió de su cabeza todos aquellos absurdos, que no caben, ni se pueden creer del recogimiento y modestia que dicen profesan las religiones; que yo, aunque he viajado mucho por países católicos, no las he tratado mucho, pero siempre he oído hablar de ellas con estimación y respeto.

28. »No puedo negar que me cayó muy en gracia todo cuanto en esta segunda parte se pone en boca del familiar, que es mucho y bueno. Se conoce que el señor coepíscopo no era lerdo. Así fuera tan veraz como advertido. Pero debo decir a vuestra merced, para descargo de mi conciencia, que todo esto fue de su invención, y nada de esos papeles. Aun así y todo, se descuidó su señoría en guardar consecuencia; porque en una parte llama Cuco al hijo del familiar, y en otra le llama Bertolo. Verdad es que lo podrá componer, diciendo que el muchacho se llamaba Cuco-Bertolo, o Bertolo-Cuco. El terrible razonamiento del magistral de León, también es lástima que no se encuentre en estos documentos; pero al fin, aunque sea fingido que lo dijo, es cierto que todo cuanto en él se dice es muy verdadero.

29. »Todo el capítulo VIII del libro IV, en que se trata de aquel caballerito mono o mona, furioso remedador de los franceses, es de exquisita sal; y sólo por él merece el coepíscopo del Gran Cairo que vuestra merced dé por bien empleado cuanto le agasajó y le regaló, y que le perdone todo lo que le engañó. Fácilmente puede vuestra merced discurrir que en estos mamotretos orientales no se toca, ni se puede tocar, tal especie; pero si vuestra merced se resolviere a publicar su obra, reformándola y poniéndola otro título, le aconsejo que de ese capítulo no mude ni una sílaba.

30. »Lo mismo digo del capítulo IX del libro V, en que se habla del intolerable abuso de las mujeres católicas que se visten por gala los hábitos de las religiones, u otros de capricho que ellas inventan. Si esto lo hicieran las de mi religión, las aplaudiríamos mucho; porque sería la más graciosa invención para zumbarse de los trajes religiosos, de que hacen tanta burla. Pero en mujeres católicas parece que no se debe tolerar. Comoquiera, el tunante le dejó a vuestra merced escrita una sátira de grande importancia, que debe engastarse en oro. Y no importa que la hubiese puesto en el estilo zafio del familiar, ni esto se debe censurar como inverisímil o como disonante; pues quiso dar a entender que para conocer el absurdo de este abuso, no era menester ser catedrático ni culto, porque su misma disonancia da en los ojos a cualquiera que tenga medianamente puesta la razón natural.

31. »Una cosa debe vuestra merced borrar absolutamente, y es toda la instrucción que se supone da el lugar de Pero Rubio a los predicadores de Semana Santa. Yo no sé si con efecto hay en España tal lugar de Pero Rubio; pero háigale, o no le haiga, es cierto que ni de la tal instrucción ni del tal lugar se hace mención en los manuscritos originales, y que fue pura fantasía del señor Abusemblat. Tengo noticia de que en varias partes de España se toleran, así en la Semana Santa como en otras festividades, especialmente en la que ustedes llaman del Corpus, algunas mamarrachadas que hacen ridículos los misterios de la religión romana y nos dan grandes materiales a nosotros, a quienes ustedes nos tratan de herejes, para reírnos de algunos que impugnamos. Por allá nos causa admiración de que sufran esto los que fácilmente lo pudieran remediar. Los pasos de la Pasión son buenos para meditados, y también para representados en imágenes o estatuas que aviven la consideración; en lo cual no me conformo con los de mi secta, que se burlan de todas las imágenes sagradas, al mismo tiempo que hacen tanta estimación de las profanas, tratando algunas con mucha veneración. Debo este testimonio a la verdad, porque soy hombre sincero, y hablo en país libre; que en Inglaterra yo me guardaría bien de hablar de esta manera. Bien está, pues, que los pasos de la Pasión y también los demás que constan así de la historia sagrada como de la eclesiástica se hagan presentes a la vista por el pincel, por la prensa, por el buril y por el escoplo. Cuanto mayor sea la viveza con que se figuren, contemplo que será mayor la impresión que harán en los ánimos piadosos. Pero que la persona de Cristo y la de los Apóstoles en algunos lances de la historia evangélica se representen al vivo por algunos hombres de la ínfima clase del pueblo, y tal vez no los de mejores costumbres, ignorantes y atestados de vino, perdónenme los que lo sufren; que allá nos disuena mucho.

32. »En virtud de esto que he oído decir, tengo por cierto que en varios lugares de España se practicarán distributivamente todas las extravagancias que supone la fingida instrucción de Pero Rubio, esto es, que unas se practicarán en unos y otras en otros. Pero no es verisímil que en un solo lugar se practiquen todas. Y comoquiera, no constando de estos originales ni que haiga tal lugar de Pero Rubio, ni mucho menos que se representen en él esos pasos teatrales, soy de sentir que vuestra merced debe reformar ese pasaje, o a lo menos prevenir que no está muy seguro de que no se haya padecido alguna equivocación en lo que se atribuye a Pero Rubio.

33. »Finalmente, para convencer a vuestra merced demonstrativamente de que no debiera haberse fiado de la llamada traducción legal del coepíscopo del Gran Cairo, no es menester más que hacer un poco de reflexión a los anacronismos en que están hirviendo sus papeles. Por una parte, supone a fray Gerundio muy anterior a la irrupción de los moros en España; y, por otra, le llama fray, cosa que ni en España ni en parte alguna del mundo se usó hasta muchos siglos después. Aquí dice que floreció en siglos muy atrasados; y allí cita dichos, escritos y hechos que sucedieron ayer, y casi están sucediendo hoy. Si me hubiera de detener a particularizar todos estos anacronismos, sería menester recapitular toda la obra; pero basta esta insinuación para que vuestra merced caiga en cuenta.

34. »En los demás papeles de que todavía no se ha valido vuestra merced, porque los reservaría sin duda para la tercera parte, hallo otras mil graciosas invenciones del tunante, tan fingidas como las pasadas. Trátase en ellos del ridículo modo con que entendía fray Gerundio el mandato de casi todos los señores obispos de España, de explicar por lo menos un punto de doctrina cristiana en la salutación de todos los sermones, y de lo que le pasó en esto con un prelado celoso. Háblase mucho de un sermón de confalón que predicó en la ciudad de Toro, de otro llamado del vexilo en Medina del Campo, de un Adviento y de una Cuaresma en varios lugares, de pláticas a monjas, de una misión que hizo en cierta parte; y concluye el señor Abusemblat sus apuntamientos con la conversión de fray Gerundio al verdadero modo de predicar, efecto de no sé qué libro convincente que la divina Providencia le puso en las manos, de su muerte ejemplar, precedida de una pública retratación de los disparates que había dicho en sus sermones, y de una patética exhortación que hizo a sus frailes, para que predicasen siempre la palabra de Dios con el decoro, gravedad, juicio, nervio y celo que pide tan sagrado ministerio.

35. »Es cierto que el armenio de mis pecados dice admirables cosas en todos estos documentos, así de las que pertenecen a su idea principal, como de otras accesorias que entreteje al modo de las antecedentes y tocan en costumbres, escritores, críticos, mesas, trajes, extravagancias mal usadas y peor toleradas en las procesiones, abusos de rosarios públicos, de las novenas, de las imágenes sagradas en esquinas de las calles y zaguanes de las casas y, finalmente, en otras cien materias, todas de grande importancia, y tratadas a mi ver con solidez y con gracia. Pero mi conclusión es que nada, nada de esto se halla en los papeles arábigos, siriacos y caldeos que a vuestra merced le ha vendido por originales.

36. »En virtud de todo lo cual, haciéndome por una parte gran lástima que no salga a la luz pública una obra como la que vuestra merced tiene trabajada, y no pudiendo por otra negar este testimonio a la verdad ni este desengaño a la confianza que le merezco, soy de parecer que vuestra merced no la suprima; pero que, o ya la continúe, o ya la dé por concluida, mude solamente el título y la divulgue de esta manera:

HISTORIA «QUE PUDO SER» DEL FAMOSO PREDICADOR

FRAY GERUNDIO DE CAMPAZAS

37. ¿Viste tal vez cuando se cae de repente el techo de una casa y coge debajo a un perro, sea dogo, galgo o perdiguero, cómo se queda espatarrado? Pues así, ni más ni menos, me quedé yo cuando acabó el milord inglés su razonamiento. Por más de un cuarto de hora quedé atónito, enajenado, fuera de mí, sin acertar a hablar palabra. Pero, recobrados los espíritus y dándome una palmadita en la frente, me acordé que todo esto ya lo había dicho yo en mi prólogo, protestando que yo era el padre, la madre, el hacedor y el criador de fray Gerundio; conque, lector mío, vamos a otra cosa, y cátate el cuento acabado.








 
 
FIN
 
 


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