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La autora tuvo que enfrentarse a la soledad que le imponía la sordera total y logró aprovechar ese silencio impuesto para -en palabras de Luisa F. Aguirre (2000: 123-124)- «encontrar una soledad amable y bienaventurada, en la que el silencio de las voces humanas hizo que oyera con claridad las del entendimiento y las del espíritu».

 

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Entre la escritora y Juana de Mendoza adivinamos una relación de amistad que, en parte, se fundamentaría en los lazos de parentesco que las unían (Rivera-Garretas 2008: 126-127). Diego Hurtado de Mendoza y María de Mendoza, primo y prima carnales de doña Juana de Mendoza, se casaron, respectivamente, con una hermana y un hermano de Teresa de Cartagena (Juana y Alonso de Cartagena).

 

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En este fragmento, la autora parece imaginarse a Dios enseñándole personalmente las lecciones como si de un profesor se tratara. Teresa de Jesús también mencionará, en Libro de la Vida, la idea del Señor como Maestro o libro del que ha recibido lo que sabe (22, 3: 121 y 26, 6: 142). Recordemos que Catalina de Siena, uno de los referentes espirituales de la carmelita, ya se había representado como alumna del Señor para autorizar su sabiduría mística:

Tened la seguridad, Padre, que nada de lo que sé concerniente a los caminos de la salvación me ha sido enseñado por un mero hombre. Fue mi Señor y Maestro, el esposo de mi alma, nuestro Señor Jesucristo, quien me lo reveló mediante sus inspiraciones y apariciones. Él me ha hablado lo mismo que yo os hablo ahora.


(Siena 1996: 11)                


 

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Francisco de Osuna (1972: 163), años después, diría que la «secreta gracia» del Espíritu Santo se oculta como se esconden los granos de la granada debajo de la corteza y de las telicas delgadas que están dentro». Su gran lectora Teresa de Jesús, en Las Moradas (2, 8: 477), comparará la Séptima morada con el interior de «un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan». En ambos autores observamos el valor de lo oculto e interior que Teresa de Cartagena también destaca para defender la posibilidad de hallar el verdadero conocimiento de lo divino desde la humildad y la introspección personal.

 

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Estas oposiciones se interrelacionan con otras que aparecen en Arboleda de los enfermos para revalorizar lo que -por error e ignorancia- se menosprecia, como la enfermedad, el silencio, la oscuridad o la soledad que pueden ser vía para la comunicación divina si sabemos apreciar su valor espiritual (Cortés 2005: 158).

 

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Como ha explicado Peter Rusell, existió en Castilla «un importante sector de opinión que consideraba arriesgado y socialmente indeseable que algún miembro de la clase caballeresca se comprometiera seriamente en el estudio de las letras, aunque no se objetara a que los caballeros, como diversión, ejercitaran la pluma escribiendo poesía cortesana tradicional» (1978: 210).

 

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Otras escritoras medievales también autorizaron su discurso -desde la conciencia de saberse seres humildes- por medio de la experiencia de la recepción del saber divino. Matilde de Magdeburgo expresó el cambio de valores de los géneros a ojos de Dios: «Ay, señor, si yi fuera un hombre religioso y letrado / y hubieras obrado en él esta gran maravilla, / recibirías por ello eterno honor. / ¿Quién, señor, podría creer / que en una charca inmunda / has construido una casa de oro?» (Cirlot-Garí 1999: 151). Siglos más tarde, Teresa de Jesús expondría en Libro de la Vida. «Verdad es que yo soy más flaca y ruin que todos los nacidos; mas creo que no perderá: quiera, humillándose, aunque sea fuerte, no lo crea de sí, y creyere en esto a quien tiene espiriencia» (8, 22: 59). Véase más arriba, en el presente artículo.