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El desdén de Garabombo por las respuestas titubeantes de la coca vuelve a reflejarse en el capítulo 30. Las comunidades ya han invadido las haciendas de Chinche, Uchumarca y Pacoyán. Las autoridades comuneras quieren saber si es conveniente enviar una comisión a Pasco para obtener garantías si se desocupa pacíficamente. Garabombo va en busca de Ladrón de Caballos para que éste consiga, con sus habituales artimañas, dejar a la tropa acampada en Huagropata sin cabalgaduras: «La tropa limeña se cansa en la altura. El soroche los mata. Sin caballo los costeños no caminan. ¿Qué tal si les quitamos las bestias?» (30, 238).

Garabombo, así, desprecia -fuera cual fuera- la opinión de la coca. Y él presenta una respuesta que, objetivamente y sin ambages, expresa la decisión de combatir, de presentar batalla.

 

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Este relámpago, respuesta a las inquisiciones de Garabombo e inmediatamente posterior al torbellino de recuerdos, llegará a instalarse en el título de la novela que cierra el ciclo, La tumba del relámpago.

 

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Conviene reparar en el hecho de que la aceptación del puesto de Primer Caporal habría supuesto para Garabombo la definitiva curación de su «enfermedad». No hay duda que una vez aceptado el cargo, la transparencia de su carne de cristal dejaría de ser tal cosa a los ojos de los principales.

 

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A fondo. Madrid: Radio Televisión Española (9 de julio de 1977).

 

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No en vano, así se abre la «Noticia preliminar» de Garabombo, el invisible: «Este libro es también un capítulo de la Guerra Callada que opone, desde hace siglos, a la sociedad criolla del Perú y a los sobrevivientes de las grandes culturas precolombinas» (9).

 

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Jorge Yviricu. «Metamorfosis en dos personajes de La guerra silenciosa de Manuel Scorza». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, XVII, núm. 34, 250.

 

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En el capítulo 11 el lector asiste al acto de escritura de una nueva carta, esta vez dirigida nada menos que al Presidente de la República, a quien denomina Apolinario. El acto de escritura tiene lugar después de la salida del Niño Remigio de la cárcel.

Después de haber sido abatido por una ráfaga de ametralladora aún aparecen algunas cartas más. Dos de ellas (cap. 27), dirigidas a su madre, expresan la angustia y el dolor de quien ha sido vilmente engañado. Con la última (cap. 33), dirigida a la Virgen de las Mercedes, pretendía dar aviso a los comuneros de la arribada y avance de las tropas de asalto.

 

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Este aspecto, un elemento más de intertextualidad, remite a Redoble por Rancas.

 

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Los siguientes diccionarios han sido consultados: Diccionario de americanismos de Marcos A. Morínigo (Barcelona: Muchnik, 1985), Americanismos. Diccionario ilustrado (Barcelona: Ramón Sopena, 1982) y Larousse American Heritage (Boston: Houghton Mifflin Company/Librairie Larouse, 1986).

 

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Así puede entenderse que ante Juan Lovatón, presidente de la comunidad y vecino de Yanahuanca, las autoridades no decidan actuar con la dureza con que lo harán ante su sucesor, Amador Cayetano, el Sonriente, que sí es indio. Juan Lovatón guarda en su casa los títulos de 1711. Las autoridades, en vez de entrar y cogerlos directamente, deciden poner cerco a la casa: «Esa misma tarde los hacendados instalaron vigilantes. Unos días después decidieron cambiar la tertulia del Club Social a la cantina de Cisneros. ¡Mataban dos pájaros de un tiro! En adelante se emborracharían vigilando. El viejo [Juan Lovatón] supo que doce notables se habían juramentado para impedirle salir de Yanahuanca» (13, 86). Sin embargo, Amador Cayetano, natural de Ayayo, presidente de la comunidad tras la muerte de Juan Lovatón, recibe una tremenda paliza de manos del sargento Astocuri apenas estrenado su cargo (16, 107-110).

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