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MANUEL GONZÁLEZ JIMÉNEZ, Historia de Andalucía, tomo II, pp. 97 y siguientes.

 

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J. AMADOR DE LOS RÍOS: Historia crítica de la literatura española, tomo V, edición facsímil, Gredos, Madrid, 1969, pp. 187-189.

 

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Tal vez no sea demasiado aventurado suponer que este monasterio fuera el cisterciense de San Isidoro del Campo, fundado en 1301 por Alonso Pérez de Guzmán «el Bueno» y al cual fue entregada la villa de Santiponce, a muy pocos kilómetros de la de Gerena, como dote fundacional.

 

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En el concilio de Valladolid de 1322 se dispuso que «en todas las ciudades donde haya grandes monasterios y colegiatas se establezcan maestros de gramática». (Historia de la Iglesia de Sevilla, dirigida por Carlos Ros, E. Castillejo, Sevilla, 1992, p. 200.)

 

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«La precavida legislación de Alfonso X [se refiere el autor a las Partidas] dio normas para estas actividades, y clasificó los estudios de dos maneras: Estudio General, en que hay maestros de las Artes, así como de Gramática y de Lógica y de Retórica; y de Aritmética y de Geometría y de Música y de Astronomía (...); y la segunda manera es a que dicen Estudio Particular, que quiere tanto decir como cuando algún maestro amuestra en alguna villa apartadamente a pocos escolares». (F. LÓPEZ ESTRADA, op. cit., pp. 85-86.)

 

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Milagro XVI, «El Judezno», cuaderna 354.

 

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En las Cortes de Valladolid, a finales de noviembre de 1385 (tres meses y medio después de Aljubarrota), los procuradores pidieron al Rey que abandonara las ropas de luto que venía usando desde la batalla. (Vid. LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ, op. cit., pág. 169.)

 

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MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA: Granada, historia de un país islámico (1232-1571), 3ª edición corregida, Gredos, Madrid, 1989, p. 293.

 

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Esta ermita pudo ser la que existe actualmente, restaurada y remozada como es lógico, en el término municipal de Gerena, consagrada a la Virgen de la Encarnación, patrona de la villa. Los gerenenses, al menos, no lo dudan. A la entrada de la ermita han colocado un mosaico en el que se puede leer: «En tiempos de Juan I de Castilla / a esta ermita de la Encarnación / Garçi Ferrandes de Jerena / llegó en peregrinación; / a Dios rezaba para ahogar su pena / y dedicó a la Virgen esta oración: / «Virgen, flor d'espina / siempre te serví...».

La aparición de la imagen de esta Virgen, muy querida y venerada en la localidad, se halla envuelta en una vieja leyenda que dice que fue rescatada hacia finales del siglo XI de una antigua basílica cristiana construida en honor del obispo mártir de Itálica San Geroncio -la antigüedad de este templo parece remontarse a los siglos IV-V; de él se han descubierto no hace mucho interesantes vestigios arquitectónicos- cuando Sevilla y parte de su provincia fueron invadidas por los almorávides. Dice la leyenda que algún fiel mozárabe tomó en su huida la imagen y, sacándola de la basílica, la ocultó en una cueva existente cerca del llamado Arroyo de las Torres.

Años después, según la tradición, un jinete descubre de forma fortuita la imagen cuando, en el fragor de una fuerte tormenta, se encomienda a la Virgen y el caballo desbocado detiene al punto su loca carrera. El hombre descabalga, se asoma al precipicio al que estuvo a punto de caer y encuentra la imagen de Santa María -la que el devoto mozárabe escondiera años atrás hurtándola a la furia de los árabes- a la entrada de una cueva cubierta de zarzales y acebuches. Se trataba de una imagen pequeña, con el rostro ennegrecido por la acción del tiempo y con las vestiduras desgastadas y raídas. Era la Virgen de la Encarnación: la que pudo haber sido venerada en la basílica paleocristiana y en honor de la cual el agradecido caballero mandó construir, junto a unos viejos molinos de origen árabe, la ermita a la que fue a retirarse, posiblemente, Garci Fernández.

Otra hipótesis, pero menos verosímil, apunta a que la ermita en cuestión pudo ser la actual parroquia de la villa, que se construyó precisamente en el siglo XIV a partir de un castillo altomedieval actualmente convertido en residencia de los marqueses de Albaserrada.

 

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RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL: Poesía juglaresca y juglares, Espasa-Calpe, Austral, 5ª edición, Madrid, 1962, pág. 150.

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