Garcilaso Inca de la Vega
Antonio Cornejo Polar
Existen casos en
que la comprensión cabal de la obra de un autor pasa
necesariamente por el conocimiento adecuado de su vida. No se trata
de que estemos postulando una suerte de reducción de la obra
a la vida, o una explicación exclusivamente
biográfica de la misma. No. Cada composición escrita
es un sistema de funciones, una estructura regida por sus propias
leyes, un microcosmos. Pero hay veces, insistimos, en que la clave
para acceder debidamente a ese mundo verbal está en el
itinerario existencial del autor. Tal es el caso, nos parece, de
Garcilaso de la Vega en quien «desgarro,
imposibilidad, imposición y violencia vividos por un mestizo
[...] llegarían a organizarse en un texto que les permite
ordenarse en un sentido y»
en cuya vida, «en su despliegue, veremos discurrir su identidad
a través de las crisis que la
conforman»
1.
Así lo han entendido la mayoría de quienes han
tratado el tema de Garcilaso. Por ejemplo Luis Loayza: «El Inca Garcilaso, como muchos grandes
escritores, parece señalado por el destino: toda su vida es
una preparación para su obra»
2
Y también casi todos los demás desde
Riva-Agüero, Porras o Miró Quesada hasta Pupo Walker o
Burga al dedicar desde una perspectiva u otra, con mayor o menor
extensión, cuidadoso estudio a la biografía del Inca
Garcilaso.
Nosotros seguiremos tan sabias lecciones pero imposibilitados acá de desarrollar una detallada biografía del autor, trataremos sólo de presentar un bosquejo que atienda tanto a lo externo, a los hechos, cuanto a la dimensión interior del personaje.
Bautizado como
Gómez Suárez de Figueroa, el Inca nace en el Cusco el
12 de abril de 1539, hijo del capitán español
Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas de encumbrada
familia, y la noble quechua Chimpu Ocllo (bautizada más
tarde como Isabel). Y he aquí dos datos significativos: la
fecha de nacimiento, apenas ocho años después de la
llegada de Pizarro a Tumbes y cuando mucho del Tawantinsuyo vive
todavía y las guerras entre los conquistadores están
comenzando; y la condición de mestizo -«el primer mestizo biológico y
espiritual»
, como con alguna exageración dijera
Porras-. O «históricamente hablando
el primer peruano, si entendemos la peruanidad como una
formación social determinada por la conquista y la
colonización españolas»
en el conocido
dicho de Mariátegui. Volveremos, desde luego,
reiteradamente, sobre la condición mestiza de Garcilaso. Y
hay necesidad de hacerlo en primer lugar para el período
inmediatamente posterior: su infancia, en la que confluyen sin
premeditación pero con eficacia las dos vertientes, la
quechua y la española. Su lengua nativa es el quechua que lo
aprendió «en la leche en que me
amamantaron»
dirá más tarde, pero pronto se
hará también diestro en el uso del castellano. Y su
educación será también doble: de modo
más regular y a través de preceptores recibirá
las enseñanzas comunes a cualquier niño
español, hijo de nobles aunque con las limitaciones propias
de la época turbulenta y de la falta de escuelas; y de modo
completamente informal pero muy eficaz, recogerá de los
labios de su madre y de la parentela quechua, abundante
información acerca del Incanato y sus grandezas. Con palabra
emocionada Garcilaso ha recordado las continuas visitas a su casa
de los parientes maternos, que luego de conversar largamente sobre
lo quechua, invariablemente terminaban en lágrimas al
contemplar la ruina del Imperio y al lamentarse: «trocósenos el reinar en
vasallaje»
. Por lo demás, en la experiencia vital
de los años de infancia y juventud tendrá permanente
ocasión de ver manifestaciones culturales quechuas
sobrevivientes y a la vez participar en la vida social de su padre
y presenciar horrorizado episodios de las luchas entre los
conquistadores, todo lo que le dejará huella imborrable.
Hay un hecho sobre el que se habla poco (y Garcilaso nunca) que es el de su condición de hijo natural, no reconocido o bastardo, ya que el capitán jamás se casó con la ñusta Chimpu Ocllo. Pero si el niño Garcilaso no había pensado en el asunto o no había querido hacerlo, pronto tendrá que tomar conciencia de su condición y esto de modo cruel: el Capitán, su padre, en 1549, contrae matrimonio con una noble dama española, Luisa Martel de los Ríos cumpliendo instrucciones generales de la Corona y siguiendo una costumbre de muchos nobles españoles en Indias, que al parecer no chocaban entonces a nadie. Pero no sólo es el matrimonio del padre con una mujer que no es su madre (y en la que tendrá dos hijas, muertas a temprana edad) sino, algo todavía peor, el matrimonio de Chimpu Ocllo con un español de modesta condición, Juan de Pedroche, unión según se colige arreglada por el propio padre.
Garcilaso con gran discreción jamás se refirió a estos dolorosos sucesos pero no cabe duda que tuvieron que afectarlo grandemente. El joven mestizo debió sentirse como que se había quedado de pronto sin hogar, ni la casa del padre ni la de la madre le parecerían, ya suyas de verdad. Una sensación de incomodidad y desarraigo fue invadiéndolo de seguro y fue preparándole el ánimo para el viaje a España. No habría de emprenderlo, sin embargo, antes de que suceda otra desgracia: la muerte del padre acaecida en 1559. Al año siguiente y amparado por la herencia de cuatro mil pesos de oro y plata dejados por el Capitán, el Inca -que todavía se llamaba Gómez Suárez de Figueroa, nombres de la familia paterna, con los que había querido distinguirlo su padre- emprende viaje a España. Tiene veintiún años y jamás volverá a su tierra, aunque en algún momento quiso hacerlo. Muchos estudiosos creen que este viaje no fue sólo cumplimiento de la voluntad paterna que deseaba siguiese estudios en España, sino una muy sentida decisión propia, una inicial búsqueda de arraigo e identidad.
Una breve pero
pertinente reflexión: Garcilaso tiene en estos momentos,
como acabamos de ver veintiún años. Y sin embargo
carece por completo, hasta donde se sabe, de un proyecto de vida.
No se prepara para militar, ni para sacerdote, ni para funcionario,
ni para escritor. Así, sin una perspectiva ocupacional
definida, por así decirlo, llega a la metrópoli donde
de inmediato inicia acciones para lograr, si no un proyecto global
que dé sentido a su existencia, al menos un objetivo
concreto que lo ocupará en estos primeros tiempos: «el reconocimiento oficial por el capitán
Garcilaso América y las mercedes que por ello y por la
sangre imperial de su madre consideraba que le
corresponderían»
3.
En estos ajetreos cortesanos pasó Garcilaso un buen tiempo,
hasta mediados de 1563, pero finalmente el resultado le fue
doblemente adverso. Nada obtuvo de lo que esperaba y lo más
grave y doloroso: la razón de la negativa fue la presunta
traición de su padre a la Corona por su amistad con Gonzalo
Pizarro, el gran rebelde de la primera hora. Así, pues, tras
la frustración de sus expectativas, un duro golpe moral
similar en su efecto, seguramente, al que recibió con los
matrimonios de sus padres. Pero en este caso, sí hay una
doble consecuencia visible: un acercamiento a la figura del padre y
el propósito de reivindicarlo que se manifestarán
casi de inmediato.
Sabemos ya que Gómez Suárez de Figueroa era el nombre que hasta entonces usaba el Inca. De pronto, en sólo cinco días, dos reveladores cambios de nombre. En noviembre 17 de 1563, en una partida, figura como Gómez Suárez de la Vega; y, el 22 del mismo mes, en otro documento, aparece como Garcilaso de la Vega. Se trata sin duda de una especie de deseo de hallar la identidad propia en la imagen del padre cuyo primer síntoma es tal vez la determinación de viajar a España, patria de su progenitor y dejar el Cusco, tierra de la madre. Pero este año 1563, es pródigo en acontecimientos significativos. Meses antes del sorprendente pero sintomático cambio de nombre, Garcilaso pidió y obtuvo permiso para volver al Perú. No obstante no hizo uso de la autorización, ni mencionó nunca el hecho. ¿Por qué quiso volver? Tal vez por el fracaso de sus gestiones ante la Corte y el maltrato del nombre de su padre. ¿Por qué cambió de opinión? Algunos piensan en que la razón está en que Lope García de Castro, el enemigo de su padre y causante del fracaso de sus pretensiones, iba a gobernar el virreinato peruano. Puede ser igualmente que el deseo de limpiar el nombre de su padre o alguna intuición (entrevió quizá que su destino estaba en España) lo retuvieron allá. Lo cierto es que se instala en Montilla, cerca de Córdoba, al lado de su tío Alonso de Vargas que lo había acogido con afecto desde su llegada a Europa.
A fines de la década (1569), Garcilaso se decide por lo que sí puede aparentemente considerarse un proyecto de vida: se hace militar y participa en las guerras de las Alpujarras contra los moros rebeldes. Detrás de esta decisión está seguramente de nuevo la figura paterna: quiere, de seguro, ser un gran militar como lo fue el Capitán. Y al parecer cumple con brillo su tarea ya que obtiene el grado de capitán precisamente y varias menciones honrosas. Sin embargo su permanencia en las milicias reales fue muy breve, menos de un año. Nueva interrogante: ¿por qué dejó la carrera que iniciaba tan auspiciosamente? Lo más probable, pienso, es que tomó conciencia de que ese no era su camino, aunque se especula también, con cierta base, que pudo haber cierta dosis de desasosiego que nacía de comprender que estaba reprimiendo a un pueblo tal como antaño los conquistadores lo habían hecho con el pueblo quechua. Nada hay seguro, salvo la constatación objetiva: Garcilaso, ya con treintiún años, no tiene todavía un camino trazado.
Pero es necesario
volver un poco atrás a un período envuelto en el
misterio: entre el fracaso de las gestiones ante la Corte y su
instalación en Montilla, después del corto
paréntesis guerrero, han transcurrido más de seis
años de los que nada se sabe. Miró Quesada piensa que
pudo haberlos pasado en Sevilla donde se habría despertado
su interés por el estudio, aprende el italiano y
habría -tal vez- empezado a vislumbrar su definitiva ruta.
No hay pruebas de ello a pesar de la verosimilitud de la
hipótesis. En cambio consta que instalado ya, y por largo
tiempo en Montilla, recibe la noticia de la muerte de su madre
(noviembre de 1571). Poco antes (1570), ha muerto su tío y
protector Alonso de Vargas dejándole una herencia no
demasiado cuantiosa a la que tiene acceso sólo en 1587.
Entre 1570 y 1587 transcurren años difíciles,
económicamente, para el indiano Garcilaso. A ellos se
refiere seguramente cuando en un texto célebre, que veremos
después, habla de los «rincones de
la soledad y la pobreza»
.
Llegamos
así al momento central de la vida de Garcilaso: el Inca
decide ser escritor. Lo más probable es que no haya sido una
determinación radical tomada en un solo instante, sino
más bien un proceso relativamente largo que se inicia,
seguramente, luego de su fracaso cortesano, toma nueva fuerza
cuando abandona el ejército, y se desarrolla cada vez
más vigoroso y absorbente en los años setenta y
ochenta del siglo XVI: en 1586 tiene lista su obra primeriza, la
traducción de los Diálogos de Amor de
León Hebreo o Judah Abarbanel, ya que el 19 de enero firma
la primera dedicatoria aunque el libro se publicará
sólo en 1590. Garcilaso ha tenido que esperar a la edad
madura (entre los cuarenta y los cincuenta años) para
descubrir finalmente su verdadera vocación. Pero a partir de
ahora se dedicará sólo a ella: a leer, investigar,
recordar, meditar para escribir. Comprende Garcilaso, un poco tarde
pero todavía a tiempo, que únicamente por medio del
trabajo de la escritura logrará dar a su vida el sentido que
hasta entonces había buscado infructuosamente por erradas
sendas. Pero hay más: desde estos iniciales años de
su carrera de escritor, Garcilaso sabe que su obra central
tendrá que ver con el Imperio Incaico de modo tal que
observando diacrónicamente los últimos treinta
decisivos años de su vida y su tarea, cabe suponer que todo
lo que hizo entonces, incluyendo las obras previas, fue como una
preparación directa o indirecta para los Comentarios
Reales, que se ven así como la culminación y el
pináculo de todo un proceso. En la mencionada primera
dedicatoria de los «Diálogos» a Felipe II
(1586), expresa con claridad sus propósitos: «Y con el mismo favor pretendo pasar adelante a
tratar sumariamente de la conquista de mi tierra,
alargándome más en las costumbres, ritos y ceremonias
de ellas y en sus antiguallas, las cuales, como propio hijo,
podré decir mejor que otro que no lo sea»
. Y hay
otros testimonios coincidentes acerca de la antigüedad y el
carácter prioritario del proyecto que, desarrollado, iba a
llevar como título Comentarios Reales de los
Incas.
Veamos ahora otra
cara del mismo acontecimiento: su decisión de escribir.
Cuando la pone en práctica con la traducción y
publicación de Diálogos de Amor, la
brújula intelectual y afectiva de Garcilaso vuelve a apuntar
al Cusco, a la tierra peruana, a la familia quechua, al pasado
incaico. La evidencia es incontrastable y aparece en las
dedicatorias previas y en la definitiva, pero sobre todo en el
título mismo de la obra con que inaugura su carrera de
escritor. Leamos: «La traducción
del Indio de los tres Diálogos de Amor de
León Hebreo, hecha de italiano en español por
Garcilaso Inga de la Vega, natural de la gran ciudad del Cuzco,
Cabeza de los Reinos y Provincias del Perú»
. En
pocas pero importantísimas frases como que son el
título de la obra, Garcilaso en dos ocasiones proclama
orgullosamente su condición de indio y de Inca («traducción hecha por el indio [...]
Garcilaso Inca de la Vega...»
) y el haber nacido en el
Cusco. Repárese en que Garcilaso no era indio sino mestizo
y, sin embargo, como queriendo afirmar su sangre quechua y el lado
andino de su ser, lo dice y lo reitera, en una trascendente
ocasión para él: es el primer libro que escribe y
publica y es además -como lo hace notar- el primer libro que
un indiano edita en España. Testimonios todos muy
reveladores sin duda de cómo, a la distancia, el
nostálgico recuerdo, su raigambre quechua, ganan terreno y
se colocan como eje de su autodefinición, como clave de su
identidad.
Cuando quince
años más tarde, en 1605, publique Garcilaso su
segunda obra, la situación habrá cambiado en algo
esencial. Leamos como en el caso anterior el título que
siempre dice mucho del escritor cusqueño: «La Florida del Inca / Historia del Adelantado
Hernando de Soto, Gobernador y Capitán General del Reino de
la Florida y de otros heroicos caballeros Españoles de
Indios; escrita por el Inca Garcilaso de la Vega, capitán de
Su Majestad, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los
Reinos y Provincias del Perú»
. ¿Cuál
es el cambio? Garcilaso reitera en esta ocasión su
condición de Inca ( La Florida del Inca..., Inca
Garcilaso de la Vega), insiste en que ha nacido en la gran ciudad
del Cusco, pero dice, insólitamente para entonces, que
hablará de caballeros no sólo españoles sino
también indios. Es decir, más evidente no puede estar
su voluntad de demostrar su arraigo andino. Pero, y acá
está la novedad: añade «Capitán de su Majestad»
, con lo
que demuestra su deseo de presentar ahora una imagen personal
bipartita y equilibrada: Inca pero también capitán
del ejército español. Se hace justicia así a
las dos vertientes de su identidad. Y la fórmula se
repetirá al aparecer en 1609 la primera parte de Los
Comentarios Reales: Escritos por el Inca Garcilaso de la Vega,
natural del Cuzco y Capitán de su Majestad. No cabe
duda, Garcilaso en la cima de su edad y de su obra ha tomado clara
y orgullosa conciencia de su condición de mestizo como lo
dirá en un texto famoso de los Comentarios:
«A los hijos de español y de india
o de indio y española nos llaman mestizos por decir que
somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros
españoles que tuvieron hijos en indias y por ser nombre
impuesto por nuestros padres y por su propia significación
me lo llamo yo a boca llena y me honro con él. Aunque en
Indias si a uno le dicen sois un mestizo o es un mestizo lo toman
por menosprecio»
(Libro IX, capítulo 31).
Sintomáticamente, en el encabezamiento de la segunda parte
de los Comentarios que con el título de
Historia General del Perú aparecerá en forma
póstuma en 1617, la mención al Cusco ha sido retirada
aunque se mantiene el calificativo de Inca. Pero, como se sabe, ni
el título principal ni presumiblemente la leyenda
complementaria han sido escogidos por Garcilaso sino por sus
parientes o editores.
Sin embargo, en la
dedicatoria que sí es indiscutiblemente de Garcilaso,
aparece un elemento enriquecedor que es la visión del
Perú como una patria de rostro plural. Es el texto tantas
veces comentado y elogiado, y en el que no puede dejar de
percibirse el temblor de la emoción, que dice: «A los indios, mestizos y criollos de los reinos
y provincias del grande y riquísimo Imperio del Perú,
el Inca Garcilaso de la Vega, su hermano, compatriota y paisano:
salud y felicidad»
.
Hermosas frases en las que está la mirada hacia el futuro, la promesa de un Perú que es y será de los indios (como su madre), de los mestizos (como él) y de los criollos (hijos de españoles). Estas palabras escritas poco antes de su muerte son como el testamento del Inca, suma y compendio de su mensaje.
Pero así
como ha crecido espléndidamente en Garcilaso la conciencia
del ser mestizo, se ha desarrollado también, paralelamente,
la conciencia de su condición de escritor. Entre muchas
evidencias textuales y datos biográficos que así lo
demuestran, escogemos un sólo admirable y también
conocido texto. Es del proemio a La Florida del Inca en
donde luego de explicar la razón de haberla escrito que es
el deseo de «que por aquella tierra tan
larga y ancha se extienda la religión cristiana»
,
hace una protestación de que no persigue mercedes temporales
de las que hace tiempo desconfía y se ha despedido. «Aunque mirándolo desapasionadamente debo
agradecerle, muy mucho el haberme tratado mal (la fortuna), porque
si de sus bienes y favores hubiera partido largamente conmigo,
quizás yo hubiera echado por otros caminos y senderos que me
hubieran llevado a peores despeñaderos o me hubieran anegado
en ese gran mar de sus olas y tempestades, como casi siempre suele
anegar a los que más ha favorecido y levantado en grandezas
de este mundo; y con sus disfavores y persecuciones me ha forzado a
que habiéndolas yo experimentado, le huyese y me escondiese
en el puerto y abrigo de los desengañados, que son los
rincones de la soledad y pobreza, donde, consolado y satisfecho con
la escasez de mi poca hacienda, paso una vida, gracias al Rey de
Reyes y Señor de los Señores, quieta y
pacífica, más envidiada de ricos que envidiosa de
ellos. En la cual, por no estar ocioso, que cansa más que el
trabajar, he dado en otras pretensiones y esperanzas de mayor
contento y recreación del ánimo que las de la
hacienda, como fue traducir los tres Diálogos de
Amor de León Hebreo, y habiéndolos sacado a la
luz, di en escribir esta historia, y con el mismo deleite quedo
fabricando, forjando y limando la del Perú, del origen de
los reyes incas, sus antiguallas, idolatrías y conquistas,
sus leyes y el orden de su gobierno, en paz y en guerra. En todo lo
cual, mediante el favor divino, voy casi al fin...»
.
Estamos, como se
ve, ante un texto de extraordinaria riqueza, pero cuyo
núcleo de significación está sin duda en la
frase: «con el mismo deleite quedo
fabricando, forjando y limando»
. Para Garcilaso,
entonces, escribir es un gozo grande, algo deleitoso, a lo que se
dedica por entero escribiendo, revisando, corrigiendo, buscando la
perfección. Este fragmento es como un arte poética
del Inca que antes, aunque bendiciendo la pobreza, no deja muy
sesgadamente de dejar constancia del maltrato recibido de la
Corona, a la vez que hace una alabanza de la vida austera y
retirada. El énfasis sin embargo está puesto en la
confesión de su vocación, del gusto por escribir y de
cómo asume con disciplina y orden su destino de creador.
Antes de dejar
este texto añadamos que luego de lo transcrito, Garcilaso
dice refiriéndose precisamente a sus labores de escritor:
«Y aunque son trabajos, y no
pequeños, por pretender y atinar yo a otro fin mejor, los
tengo en más que las mercedes que mi fortuna pudiera haberme
hecho cuando me hubiera sido muy próspera y
favorable...»
. ¿Cuál es ese otro «fin
mejor» al que pretende y atina? Aunque no haya claridad total
en la frase, tengo para mí que Garcilaso está
pensando en el sentido cabal que sus obras otorgarán a su
existencia así como en que a través de ellas
logrará junto a la gloria personal la salvación, por
la memoria y la palabra, del Imperio de los Incas que ya no
existía en la realidad pero que cobrará nueva
existencia en las páginas de sus obras principales.
De los últimos años de la vida del Inca, debe recordarse su traslado definitivo a Córdoba en 1591, el nacimiento por esos años de su hijo natural Diego de Vargas, su decisión de hacerse eclesiástico (pero de órdenes menores) tomada a fines del siglo. Y naturalmente la publicación de La Florida (1605) y de la primera parte de los Comentarios Reales (1609) y la redacción de la segunda parte que termina en 1613.
Garcilaso muere el 23 (o 22) de abril de 1616, a los setenta y siete años de edad.
Aunque hemos adelantado una serie de conceptos y apreciaciones acerca de los escritos del Inca Garcilaso de la Vega, en las páginas que siguen procederemos a una muy sumaria revisión de ellos.
La
traducción de los Diálogos de Amor de
León Hebreo o Judah Abarbanel, judío-portugués
residente en Italia que gozaba de amplio prestigio en su
época, es el primer libro de Garcilaso. Aparece en 1590
aunque -como se ha visto- venía trabajando desde varios
años antes en el proyecto. Extraño caso el de
Garcilaso que quiere iniciar su carrera en un medio como el
español, poblado de buenos escritores, con un trabajo
particularmente difícil: la traducción del italiano
de un texto filosófico-literario, expresión de las
ideas neoplatónicas, tarea que, de otro lado, se presenta
como un reto complicado porque existían ya dos recientes
traducciones al castellano de la misma obra (1568 y 1584).
Habrá que suponer que el Inca, como Amarilis su compatriota
y gran poeta, nunca tuvo «por dichoso
estado amar bienes posibles, sino aquellos que son más
imposibles»
. Sea como fuere, Garcilaso lleva a buen
término su trabajo de traductor (lo que supone un excelente
conocimiento del italiano que no se sabe cómo
adquirió). Y la obra circuló, fue bien recibida en
España y marca la incorporación del Inca al circuito
de la cultura ilustrada española.
Aurelio
Miró Quesada, una de las primeras autoridades en cuanto a
Garcilaso se refiere, cree que: «El
propio hecho de acometer la traducción revela, por tanto,
que el Inca Garcilaso de la Vega quería rendir un homenaje
al espíritu de orden y armonía tan expresivo del
Renacimiento... El hecho de interesarse por el libro, de
complacerse en los diálogos sutiles y la minuciosa
discriminación intelectual de León Hebreo y la prueba
objetiva de haber dedicado largos años y penosos esfuerzos a
una traducción que espontáneamente se había
impuesto, revelan que el Inca Garcilaso no obedeció a un
capricho ni atendió a algún pedido interesado, sino
que encontraba que ése era el mejor modo de sacar a la luz
una correspondencia íntima y una esencial afinidad con la
orientación espiritual que tan hermosamente desarrollaba
León Hebreo. Equilibrio de fondo y de forma; unión de
la espada y de la pluma (o de las armas y las letras); reiterada
persecución de un ideal de orden y concierto, que
representaba dentro del mundo intelectual la noble tendencia a
vincular e integrar lo disímil, como desde el punto de vista
de la raza reconocía que en él se enlazaban las dos
prendas: la de la sangre indígena y la sangre
española»
. («Porque de
ambas naciones tengo prendas»
, escribía
precisamente en su segunda dedicatoria a Felipe II)4.
Así, pues, bajo el palio prestigioso de la cultura renacentista inaugura nuestro mestizo su historia de escritor. Y tal presencia seguirá manteniendo su influjo hasta el final de su obra lo que ha hecho que algunos perciban cierto anacronismo en el estilo garcilasino, ya que era más bien el barroco la forma dominante que en general estaba desplazando ideas y formas del Renacimiento por estos años.
La segunda obra de
Garcilaso nunca llegó a la imprenta. Es la
Relación de la descendencia del famoso García
Pérez de Vargas con algunos pasos de historia dignos de
memoria. Se trata de un texto breve que estaba destinado a ser
la parte inicial de La Florida del Inca pero que
-cambiando de idea en algún momento- lo separó de
aquélla y lo fechó en Córdoba el 5 de mayo de
1596. Es un escrito de carácter genealógico centrado
en el personaje del título que era un ilustre antecesor
suyo. Se percibe una insistencia en demostrar el brillo de su
linaje, tal vez como un modo de reivindicar el nombre del padre
acusado, como dijimos, de traidor a la Corona y de demostrar su
propia ilustre prosapia. No falta una reveladora mención a
su antepasado el famoso poeta Garcilaso de la Vega, «espejo de caballeros y poetas, aquel que
gastó su vida tan heroicamente como todo el mundo sabe, y
como él mismo lo dice en sus obras: tomando ora la espada,
ora la pluma»
en la que puede verse una alusión a
su propia vida: antes soldado, ahora escritor. Tampoco falta en
medio de esta abrumadora enumeración y loa de tanto
distinguido familiar hispano, la afirmación ya conocida
aunque dicha de otro modo: «Por ser yo
indio antártico»
, que pone en claro su otro
entronque familiar, quechua.
Sin embargo, no cabe duda que la parte más significativa de la obra de Garcilaso de la Vega está constituida por La Florida del Inca (1605) y los Comentarios Reales, primera parte 1609 y segunda parte (o Historia General del Perú) en 1617.
Varias razones se
dan para explicar que Garcilaso asumiese la difícil tarea de
presentar la expedición de Hernando de Soto a la Florida, a
pesar de que ni él ni su padre tuvieron ninguna
conexión con la empresa, ni existía tampoco
vinculación alguna con el Perú. La primera, «el deseo de que por aquella tierra tan larga y
ancha se extienda la religión cristiana»
; la
segunda, su amistad con un veterano de la campaña de la
Florida, Gonzalo Silvestre, quien le contó innumerables
sucesos acaecidos durante el descubrimiento y conquista de esa
región de América del Norte que llevaron al Inca a la
decisión de escribirlos. Pero oigamos mejor al autor:
«Conversando mucho tiempo y en diversos
lugares con un caballero, grande amigo mío, que se
halló en esta jornada, y oyéndole muchas y muy
grandes hazañas que en ella hicieron así
españoles como indios, me pareció cosa indigna y de
mucha lastima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado
quedasen en perfecto olvido. Por lo cual, viéndome obligado
de ambas naciones, porque soy hijo de un español y de una
india, importuné muchas veces a aquel caballero
escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de
escribiente...»
(Proemio al lector). Y así es en
efecto: Gonzalo Silvestre proporcionaba la materia prima y el Inca
la transformaba en obra de arte y a tal extremo se compromete
Garcilaso en esta tarea que cuando muere el viejo soldado, busca de
inmediato otros dos informantes para poder concluir su obra: Alonso
de Carmona y Juan Coles.
Sin pretender
cuestionar, naturalmente, lo dicho por Garcilaso tengo la
impresión que al lado de las razones esgrimidas funciona
otra no dicha pero quizás de más peso. La Florida
del Inca (es decir, escrita por un indio, por un Inca)
pareciera estar compuesta para proclamar la igualdad esencial de
las dos razas, que son las suyas: la india y la española. Lo
señala discretamente en el título: «y de otros heroicos caballeros españoles
e indios»
; y lo dice de modo más amplio en el
Proemio: «[...] escribir todo lo que en
esta jornada sucedió, desde el principio de ella hasta su
fin, para honra y fama de la nación española que tan
grandes cosas ha hecho en el Nuevo Mundo, y no menos de los indios
que en la historia se mostraren y parecieron dignos del mismo
honor»
. Para Garcilaso, pues, no hay diferencia: existen
caballeros españoles y existen caballeros indios y unos y
otros pueden ser sujetos de actos o empresas heroicas. Audaz
afirmación para la época que Garcilaso no la plantea
como una tesis a demostrar, sino directamente con la frase ya
apuntada y con el relato que hace de los hechos de ambas
estirpes.
Desde otro punto
de vista, ha de recordarse que desde antiguo se ha elogiado la
extraordinaria calidad de la prosa de La Florida y
también la existencia de partes que parecen ser
narración literaria. Y es que en el concepto de la historia
a que adhiere el Inca, el relato propiamente histórico no se
contradecía con la belleza literaria del lenguaje.
Recurramos una vez más a Aurelio Miró Quesada:
«La historia tenía de tal modo un
carácter complejo de narración de la verdad, de
relato hecho con un propósito moral preconcebido, de
enseñanza útil para actuar en la vida; y, desde el
punto de vista de la forma, de obra artística escrita con
nobleza y elegancia, animada con descripciones, apasionada por
intrigas dramáticas, y con el adorno elocuente y persuasivo
de las arengas y de las epístolas»
5.
Y el mismo autor precisa más adelante que en La
Florida se dan escenas de novela bizantina, narraciones al
estilo de la novela italiana, y el desarrollo de una acción
llena de aventuras y de idealizaciones que recuerdan a las novelas
de caballería.
La Florida, primera gran obra de Garcilaso de la Vega es, pues, un texto complejo en el que se dan la mano la historia, los propósitos religiosos y patrióticos, planteamientos acerca de los indios, relatos novelescos, volcado todo ello en la prosa armoniosa, elegante, bien trabajada (una de las mejores de la Colonia hispanoamericana) de quien además en ningún momento olvida su condición de mestizo indiano incursionando en el ámbito intelectual de España.
En cuanto a los
Comentarios Reales, sabido es que la primera parte, la
más importante, está dedicada a tratar «del origen de los Incas Reyes que fueron del
Perú, de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en
guerra: de sus vidas y conquistas y de todo lo que fue aquel
Imperio y su república antes que los españoles
pasaran a él»
(como dice el largo título
del libro aparecido en 1609). La segunda parte que se publica en
forma póstuma en 1617, lleva el título, que no es del
Inca, de Historia General del Perú y trata de
«el descubrimiento del Perú y como
lo ganaron los Españoles. Las guerras civiles que hubo entre
Pizarros y Almagros, sobre la partija de la tierra. Castigo y
levantamiento de tiranías: y otros sucesos particulares que
en la Historia se contienen»
. Esta bipartición
temática es una forma más que imagina el Inca para
rendir honor a la sangre materna y a la paterna.
En relación
a los Comentarios Reales y particularmente a su primera
parte, existe uno de los más abundantes corpus críticos en toda
la trayectoria de la historia y de la literatura peruana. Y dentro
de él una de las líneas más trabajadas es
aquélla que se plantea la cuestión de la veracidad de
la versión que el Inca ofrece del Tawantinsuyo. Desde la
teoría de la idealización de la historia planteada
por Riva-Agüero hasta la crítica radical que iniciara
hace tiempo el argentino Roberto Levillier por un lado y la
aceptación en general de la versión garcilasista por
otro, se escalonan decenas de posiciones intermedias más o
menos originales. Aunque nuestro enfoque no es el histórico,
nos identificamos con lo que César Pacheco Vélez
denomina la «verdad esencial»
de los Comentarios. Dice que tiene dos apuntes que hacer:
«El primero se refiere a la verdad
esencial de su testimonio, tejido entre abundantes y
hermosísimos aciertos expresivos... Esa verdad esencial
tiene tanto o más que ver con la poesía
aristotélica, con la reminiscencia platónica, con la
ejemplaridad ciceroniana, que con la fría
reconstrucción arqueológica. Es decir, para afirmarlo
con la formulación más actual y vigente, importan
menos la ingenua repetición del esquema idílico que
Garcilaso emplea para reseñar las conquistas incaicas, sus
errores cronológicos, su exagerado providencialismo y el
uniformismo y universalismo renacentista que subyacen en su
presentación de la religión incaica, si lo que en
efecto podemos encontrar en las páginas de los
Comentarios Reales es la intuición originaria y la
enunciación fundadora del primer proyecto nacional peruano;
la misión permanente que ellas han cumplido, a través
de varios siglos, de iluminar la conciencia del
Perú»
6.
Dicho de otro modo: los errores, lagunas o limitaciones de la visión garcilasista del Incario no alcanzan a opacar su mérito principal desde el punto de vista histórico: haber logrado la hazaña de preservar mediante un esfuerzo conjunto de la memoria, el amor, la indagación y el poder verbal, la imagen del Imperio Incaico en lo esencial, en las líneas maestras de su visión del mundo (de su mentalidad) y en las peculiaridades de su psicología colectiva. Gran memorioso, el Inca se ha hundido en sus recuerdos de infancia y juventud; y cuando ello no ha sido suficiente ha recurrido a las cartas y a la lectura para redondear su proeza que él considera absolutamente válida porque tiene a su favor algo que lo pone en ventaja sobre la gran mayoría de cronistas e historiadores de su época: el ser quechua hablante nativo ya que la lengua es la clave que le permite ingresar con seguridad en la historia y el espíritu de su pueblo.
Debe recordarse
además el carácter totalizador, enciclopédico
que ostenta la presentación que Garcilaso hace del pueblo
quechua en los nueve libros de la primera parte de los
Comentarios. Puede recordarse al efecto la referencia que
hace Miró Quesada a una reveladora estadística
temática de esta primera parte. Se indica allí en
efecto que de los 262 capítulos, 58 se ocupan de
economía, 38 de religión, 17 de política, 14
de organización social, 10 de arte, 7 de educación, 6
de ciencias, 4 de mito, 3 de derecho, 3 de lenguaje, 2 de
técnica, 2 de magia, 1 de moral y 1 de
filosofía7.
Y este inmenso material no se presenta ordenado por temas como en
la estadística que acabamos de ver, sino deliberadamente
entremezclado, en aparente desorden, para «que la historia no canse tanto»
precisa el Inca quien, en otra parte, explica también su
método:
«Dicho ésta y otras algunas (leyes)
seguiremos la conquista que cada Rey hizo, y entre sus
hazañas y vida iremos entremetiendo otras leyes y muchas de
sus costumbres, maneras de sacrificios, los templos del Sol, las
casas de las vírgenes, sus fiestas mayores, el armar
caballeros, el servicio de su casa, la grandeza de su corte, para
que con la variedad de los cuentos no canse tanto la
lección»
. Buenos ejemplos de que en Garcilaso
había lo que modernamente se llamaría voluntad de
estilo, conciencia de la necesidad de una metodología o una
técnica para manejar un tan grande cúmulo de
información como el que tenía en sus manos. Y estos
últimos apuntes nos llevan directamente al tema central de
nuestro planteamiento: Garcilaso no era un simple informador o un
historiador en sentido restrictivo, sino un creador en el
más cabal significado de la palabra, como lo sostiene la
investigación actual.
En efecto (aunque hay valiosos precedentes), es sólo en tiempos recientes que ha tomado fuerza y se ha desarrollado la tendencia crítica que lleva a considerar la obra de Garcilaso, en general (pero de modo particular los Comentarios Reales), como una obra de creación. No es el momento, por falta de espacio, de hacer un escrutinio detallado de esta nueva crítica garcilasista por lo que, para exponer, de modo más sucinto y adecuado sus resultados tomaremos como guía principal a uno de sus más destacados representantes, Enrique Pupo Walker8, con eventuales llamadas a otros investigadores.
La tesis de Pupo
Walker parte de la necesidad de esclarecer de modo previo (si se
desea analizar los Comentarios como obra de
creación) la posición de Garcilaso ante su texto, es
decir, lo que se suele llamar la situación del narrador. Y
en este sentido es fácil comprobar que el Inca no
consideró su obra como «una simple
tarea informativa»
lo que se evidencia por «la presión emotiva y el personalismo que
condicionan sectores muy amplios del texto»
. Pero -y esto
es un hito fundamental- «esa
composición individualizada de su escritura remite
fundamentalmente a la proyección autobiográfica de su
texto»
. Muchos han señalado este elemento antes,
pero ninguno, afirma Pupo Walker, ha visto con suficiente claridad
que «la perspectiva autobiográfica
que Garcilaso impone al texto es -como punto de vista narrativo- la
jerarquía selectiva que condiciona el diseño
estructural de la narración»
.
Pupo Walker
recuerda en su interpretación otro dato de importancia: que
Garcilaso «redactó los
Comentarios en la vejez, con la memoria henchida de
reminiscencias nostálgicas y cuando sentía, tal vez
más que nunca, la pesadumbre de sus fracasos y su soledad.
Compuesta la obra en esas circunstancias, no debe sorprendernos hoy
el personalismo de su escritura ni la frecuencia con que los
acontecimientos de la historia derivan en evocaciones
íntimas e idealizadas del pasado»
. Una nueva
dimensión de esta relación deriva del hecho que
Garcilaso tenía conciencia de la ignorancia (o peor
aún de los gruesos errores) que dominaban en Europa acerca
del Perú y de su historia que él la sentía
como propia, lo que lo lleva a la acción escrita vista como
un rescate de la verdad.
Llegamos
así al núcleo de la tesis de Pupo Walker: «Ante esa realidad Garcilaso contempló su
obra como el instrumento que le permitía afirmar la
solvencia histórica de su persona. De ese modo, los
Comentarios Reales proporcionaban al Inca el
vehículo que le permitía incorporarse de una vez a la
historia desde su escritura. Según esta perspectiva, el
texto es el proyecto de su autorrealización, que era
indispensable para un hombre que fue a un mismo tiempo mestizo,
bastardo, descendiente de reyes desconocidos y miembro de una de
las familias más ilustres de Castilla. Es natural entonces,
que esa posición conflictiva y ambigua de su persona
inevitablemente le impulsara a la creación de una obra que
definiría, entre otras cosas, su situación social y
humana»
9.
Se trata en alguna
medida, como se ve, de lo que había anticipado ya otro
eminente garcilasista, José Durand: «Para él la historia es una apasionada
contemplación del destino de su pueblo, del de su misma
sangre india y española, del suyo individual. Hasta que
llega un momento en que la historia se nos ha convertido en
autobiografía... Todo hace pensar que el Inca se fue
convirtiendo en historiador movido por la íntima necesidad
de hacer un poco de luz sobre su propia
vida»
10.
Y también de lo que muy recientemente otro garcilasista de
las últimas promociones, Nicolás Wey-Gómez, ha
expuesto sobre la necesidad en el caso de Garcilaso y los
Comentarios Reales, de precisar con la mayor pulcritud,
quién es el sujeto del enunciado postulando en este
sentido que Garcilaso asigna a su persona escritural y a
su discurso funciones muy distintas: «amplificación (comentario), y
clarificación (interpretación) de las historias que
sobre el Perú se han escrito, porque el haber nacido en esta
nación idólatra, es decir el ser testigo
(¿cómplice?), le da autoridad suficiente para
protestar lo que sobre ella se haya escrito y porque al autorizar
su discurso sobre las cosas grandes... Con los mismos historiadores
españoles, estará diciendo la verdad y será
historiador como ellos, y por lo tanto estará sirviendo a
España y a Dios»
11.
En suma, recurriendo a la fórmula que hemos usado antes, Garcilaso trata de dar pleno sentido a su vida por medio de su obra. La escritura justificando una existencia, dándole valor y significado.
A todo lo dicho
hay que agregar todavía (y esto también es esencial)
la dimensión propiamente imaginativa (literaria en sentido
estricto) del relato de los Comentarios Reales en el que
se produce un «desplazamiento del
discurso expositivo que tiende a incorporar la creación
imaginaria»
-como dice Pupo Walker-, aunque más
que desplazamiento podría hablarse de ensanchamiento del
cosmos expositivo por la incorporación de elementos de
ficción. Esto se da mediante el viejo recurso de las
narraciones interpoladas y mediante otras novedosas formas que el
Inca utiliza especialmente al combinar la línea expositiva
con la narrativa. Pero de una u otra forma no debiera quedar
ninguna duda acerca de que el Inca Garcilaso tuvo una clara
vocación de narrador literario que puso de manifiesto desde
el comienzo de su tarea y que llega a su mejor expresión en
los Comentarios Reales que es, a la vez, de singular
manera, texto de historia y texto literario. Y este discurso mixto
(que en verdad es plural porque incorpora otras líneas de
escritura de menor relieve) fue concebido, diseñado y
escrito por Garcilaso Inca de la Vega, «forzado del amor natural de la
Patria»
. Estamos entonces -no debe olvidarse nunca- ante
una obra de amor cuyo autor por eso mismo no escatima ni tiempo ni
trabajo (el amor no conoce el desaliento ni la desesperanza) para
lograrla del mejor modo posible. Y habiéndola hecho
murió casi con la pluma en la mano.
Cerremos este
capítulo con un acertado texto de Aurelio Miró
Quesada: «Con la obra del Inca Garcilaso
nace en realidad la literatura peruana, si se la entiende no como
la continuidad de las creaciones orales indígenas, ni el eco
ultramarino de las letras de España, sino como un modo
particular de pensar y de sentir y de expresarlo en forma escrita.
A un tiempo indio y español, incorporado como hombre de su
tiempo a los usos literarios de España y a los marcos
mentales de Europa, afloran en sus páginas la
atracción de su tierra peruana y la nostalgia del Imperio
perdido. Es una nueva visión mestiza, como mestizo es el
nombre del Perú y mestizo es él mismo, y por serlo se
llama así a 'boca llena' y se honra con
ello»
12.