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Giros sobre la enajenación

Sergio Ramírez





El cine, la televisión, la radio, las revistas gráficas, son las modernas bocas del averno, los horrendos precipicios que resumen todos los círculos por donde el hombre contemporáneo se asoma a su propia destrucción. Nuestra condición de países tropicales, bonitos paisajes y gente acogedora, nos pone en la primera fila del peligro; no brotamos como un hongo alucinante de la entraña de la sociedad de consumo, sino que vamos hacia ella arrastrados por la marea de la imitación. Pero al fin habremos de perecer también, sepultados.

Hay una relación inversa y directa entre los valores morales puros (no hablo de los convencionales) y los establecidos por la propaganda comercial; esta inversión tiende a destruir lo auténtico y original que, aunque de manera acorralada, iba subsistiendo al acoso extra cultural; cuando se llegue al momento de la liquidación total de esos valores, ¡oh la nueva sociedad libre asociada!

Vemos en el cine, por ejemplo: un anuncio de camisas que consiste en una guardia de honor que marcha hacia el asta a izar la prenda mientras todos los circunstantes se cuadran respetuosos, de pie; la enseña sagrada asciende hasta el tope, al son de una música marcial, para ondear majestuosa y límpida, bajo el sol de la patria. Después el locutor habla del imperialismo de las camisas, como si la palabrita fuera cosa de broma (recuerdo en medio del sofocante aire de las calles de Managua, ondear por doquier banderas de gasolineras, banderas de marcas de automóvil, banderas de refrescos, un mar sacrosanto de pendones, una fiesta de colores, que exaltan las virtudes cívicas de jóvenes y adultos).

Otro: el héroe, el que merece el respeto y la admiración, es quien en el anuncio de cigarrillos, todo lo puede porque fuma una marca determinada: abre las fronteras, rescata tesoros del mar, puede con los agentes de aduanas, hace regresar los aviones en vuelo, todo para beneficio de luna joven muy bella, que al final, moraleja: se va con él. El mundo, es de los fumadores.

Y la patria viaja sobre ruedas, con llanta Goodyear.

Su Ford es parte muy importante de su personalidad; quizá la más importante.

Puede comer todo lo que quiera, a la hora que quiera: Laxol lo arregla todo, hasta el pecado de la gula.

Y hay también una generación de refresco, la generación Pepsi Cola.

Póngale color a la vida con Sherwin-Williams.

Para los inefables expertos en tasas de crecimiento económico, una antena de televisión en un cuchitril, es solo el signo de un mal hábito de consumo. ¿No podría ser que la pantallita es la puerta de los «mal habituados» hacia el paraíso, su contacto con una fantasía imposible, el lugar donde se resuelven sus sueños, en automóviles de lujo, en escenas de amor entre condes y domésticas, el reino atrofiado de la ilusión? Allí el dependiente de comercio, el empleado público, el ama de casa agobiada por su terrible día de hogar, van también al encuentro de su propia ventura, y son, por momentos, héroes que todo lo pueden.

Porque, además, el encanto de la mujer está en el perfume, en el cosmético, no en ese viejo mito de la belleza purificada por el amor. Y en las telas sintéticas (Lady Tela-sintética), y en los abalorios y en los ojos tras la copa de vodka. Las lecciones son infinitas, para no hablar de las fotonovelas, esas letrinas portátiles y económicas, que se importan exentas de impuestos, pues constituyen material cultural.

Nuestro mundo fragmentario, y reducido, y mísero, se despedaza cada día más, ante la influencia corrosiva. Mundo ya fragmentado por taras internas que van desde las dictaduras a las guerras fratricidas, y cuyo hedor no se apaga ni con el mejor desodorante.

San José de Costa Rica, mayo de 1970.





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