No es por
casualidad que entre los numerosos volúmenes que componen la
biblioteca rica y ecléctica de don Antonio de Solís y
Rivadeneyra1
se encuentren incluso dos ediciones de las Obras de Luis
de Góngora2,
casi nueva comprobación del interés hacia el poeta
cordobés que indudablemente estimuló la
composición de El Doctor Carlino. Publicado por vez
primera en 1671 en una colección de varios
autores3
y ofrecido de nuevo un decenio después en la edición
de las Comedias de Don Antonio Solís4,
este texto logró bastante éxito como parecen
atestiguarlo las palabras de un anónimo contemporáneo
del poeta: «Hoy vive, y yo le conozco, un
caballero de esa noble familia de Solís, llamado Don
Antonio, persona más ilustre aún por su elevado
ingenio, que es tenido en esta Corte por uno de los mayores, que ha
escrito muchas comedias, y entre ellas una muy celebrada que no ha
mucho se representó en ésta, titulada: El Dotor
Carlino»5.
La conexión
con la comedia gongorina, ya evidente en la homonimia del
título, en el carácter del protagonista, en unos
pormenores de la acción, la reconoce el mismo autor quien,
en cláusula a la escena 4.ª del acto I, declara
explícitamente su fuente: «[...]
sigo su modelo [El Doctor Carlino] cuyos hechos
escriuió Góngora [...]»6.
Se observará de todos modos que, justo en el momento en que
Solís rinde homenaje a la comedia y al autor que lo
inspiraron, empieza a guardar distancias reivindicando su personal
autonomía. Escondido tras las palabras y el nombre del
protagonista, el comediógrafo afirma con
determinación su diversa identidad y el privilegio de una
necesaria diferenciación entre el texto seguido ('modelo') y
su esencia real ('soy'):
No estamos, por
consiguiente, ante una refundición común, sino mejor
ante el resultado de una libre elaboración de la fuente
utilizada, una matriz recuperada, asimilada, y vuelta a componer
sucesiva y autónomamente. Es más, siguiendo otra vez
las indicaciones que el autor nos ofrece, podremos hablar
más que de nueva escritura o de imitación, de una
verdadera continuación. En efecto el Carlino que organiza y
guía los engaños de Solís, no sólo no
es el Carlino de Góngora, sino que tampoco es la
evocación del mismo individuo; ni llegando al exceso
opuesto, la coincidencia del nombre puede motivarse con una simple
referencia tópica que la tipología embrollona y la
profesión médica común pueden
sugerir8,
ya que es muy exacta la derivación de un personaje del
otro.
Desmentida toda
posibilidad de ser confundido con el doctor Carlino que don Luis
hizo célebre, nuestro protagonista se revela al fin su fiel
discípulo y criado («En
Cádiz fui su criado»9).
Transformado el personaje imaginario de Góngora en maestro
real y 'auctoritas' (casi metapersonaje
salido de una dimensión meramente dramática y
literaria para volverse ejemplo humano que hay que imitar) el nuevo
doctor Carlino se prepara a seguir sus huellas con tanto
empeño y éxito que se considera «el mismo mismado»10.
Por otra parte la
diferencia cronológica que separa las dos comedias,
compuesta la primera en 1613 y la segunda probablemente en la
segunda época de Solís11,
se presenta casi como confirmación de una distancia
generacional que de los autores se traslada a sus respectivos
personajes. Si en efecto sabemos que el Carlino de don Luis ha
asimilado en su juventud el arte médico de su hermano y
más tarde ha usurpado su oficio («Fuime a Valencia muchacho, / adonde en mi
juventud / [...]»12),
el nuevo joven protagonista efectuará un aprendizaje
análogo siguiendo el ejemplo del ya maduro amo y luego
asumiendo su nombre.
La
duplicación del personaje lleva inevitablemente a una
progresión en el engaño y por lo tanto a una
acentuación de las tonalidades farsescas. Si Góngora
ha creado a un joven astuto y sin escrúpulos que por
«necesidad»13
sustituye a su hermano médico, Antonio de Solís nos
pone ante un criado despreocupado que no duda en imitar a un modelo
ya en sí mismo falaz: el fingido doctor Carlino de don Luis.
Ni aquella seña sobre la superficialidad tramposa y
charlatana de los médicos insertada en la comedia gongorina
(«engañar al común / con
dos o tres aforismos / del médico de
Corfú»14)
es suficiente para negar la validez de un título conseguido
oficialmente («el mal iluminado
pergamino»; «en tus facultades
graduado»15)
y que el protagonista usurpará abusivamente. Un equivalente,
aunque desacreditado, título por usurparle faltará al
segundo Carlino, a quien, para sintetizar las enseñanzas
recibidas por su dueño, no le quedará más que
un significativo: «dél
aprendí también / lo embustero y lo
avisado»16.
Y mientras el
personaje de Góngora llegará a igualarse, en la
ejecución de operaciones imprudentes, a un «Galeno andaluz»17,
el segundo confesará ser totalmente desconocedor del arte
médica («sin que el libro de
Galeno / me aya tomado una mano»18)
e inclinado exclusivamente a una actividad paraninfa y
estafadora:
Al señalado
paralelismo en el mecanismo de la ficción de identidades y
de la sustitución de personas (médico,
hermano-fingido doctor Carlino; fingido doctor Carlino,
criado-segundo fingido doctor Carlino) se pueden añadir
afinidades más puntuales entre los protagonistas. Como
aludido, a la paridad en el abuso cometido corresponde un
precedente y equivalente aprendizaje: el Carlino de Góngora
se ha formado viviendo al lado de su hermano en Valencia («Aprendí allí lo que basta / para
engañar al común»21),
al personaje de Solís lo ha educado indirectamente el amo
durante su estancia en Cádiz («En
Cádiz fui su criado, / y del aprendí tan bien / lo
embustero, y lo avisado»22).
Los dos actúan el engaño tras haberse muerto sus
respectivos maestros:
La
revelación de la falsa identidad se coloca en una de las
escenas iniciales (la 2.ª del acto I en Góngora, la
4.ª del acto I en Solís) que ve al protagonista
confesar en un monólogo la culpa cometida, en un caso para
lograr la absolución, en el otro para evitar que los
demás lo descubran:
Ambos
monólogos se cierran con una referencia a Casilda, la mujer
que es objeto de los pensamientos del doctor y que saldrá a
escena inmediatamente después. Pero es distinto el contenido
de esa referencia: mientras en Góngora Casilda es la figura
femenina que los varios personajes persiguen y entre éstos
más que todos Carlino, quien la considera la «causa de [su] inquietud»31,
en Solís el nombre de Casilda ya no corresponde al de una
amante deseada sino al de una mujer sólo soportada,
obstáculo y pesar del que preferiría librarse. A los
engaños que Carlino organiza para sustraer la amada a los
rivales Gerardo, Tancredo, Tisberto32,
a la huida planeada para la noche33,
a los planes de una acomodada vida en común34,
se contrapondrán entonces la impaciencia y la desestima del
segundo Carlino hacia su consorte:
Es verdad que el
personaje de Casilda ejerce en las dos comedias el papel de
compañera del doctor, pero también en este caso puede
observarse un neto envilecimiento en la tipología de la
protagonista, que del tono picaresco que la hacía en
Góngora mujer interesada y descuidada de la posible
deshonra, más socarronamente cómplice de los
engaños de Carlino37,
se convierte ahora en una boba inhábil para seguir, o por lo
menos para no obstaculizar, las trampas del marido. Seguirán
por consiguiente, por parte del doctor, las quejas y las tentativas
de hacer más avisada a su mujer:
Por otra parte
hemos observado como incluso el personaje de Carlino se modifica
pasando de uno al otro texto, ya que en Góngora la burla, si
bien finalizada en sí misma, tiende al logro de las bodas
con Casilda, mientras que en Solís, por pública
confesión del protagonista en cláusula a la
comedia39,
su actividad de paraninfo y la simulación se han vuelto un
verdadero oficio:
El nombre de
Galeno, citado en la escena 4.ª como texto ignorado y ahora
puesto en segundo plano con respecto a la más eficaz
Celestina, aparece otra vez en la comedia como posibilidad de un
«socorro de embuste
viuo»42,
como cita acreditada que puede solucionar una situación
difícil. Utilizando un procedimiento de justificación
presente ya en el Carlino de Góngora, se
pondrá la auctoritas al servicio de la burla. En el primer
caso el médico tendrá que convencer a Don
Tristán a que confiese su edad avanzada (y la
digresión será más larga e insistente,
enriquecida por fuentes -Galeno, Avicena, Hipócrates,
Averroes- y dichos latinos43),
en el segundo se tratará de justificar rápidamente,
ante el padre que ha llegado imprevistamente, la presencia en la
ciudad de don Lope calificándose como doctor experto y
conocido:
El oficio
médico que en Góngora se había revelado
ocasión para concertar encuentros45,
aprovechar oportunidades agradables46,
descubrir secretos47,
urdir engaños48,
pasar mensajes49,
ofrecer justificaciones fáciles50,
va finalizado análogamente en Solís a la
solución de los problemas amorosos de los caballeros.
Sabemos, por ejemplo, que la relación de don Lope con Leonor
la ha favorecido Carlino51
y que el joven recurrirá otra vez a él poco
después «porque pide [su]
afición / medicina apressurada»52.
El protagonista se valdrá de su máscara profesional
para facilitar más engaños: justificando la presencia
de doña Clara, víctima imaginaria de una
caída:
Se
constatará así en los dos personajes una
instrumentalización análoga del papel usurpado, al
que se flanquea el perseguimiento del provecho económico
personal. Los doblones que Gerardo ofrece, no sin alusión
sutil a la codicia del doctor:
Lo que en el
protagonista de Góngora parece improvisación
ingeniosa complacimiento en la mentira, deseo de su provecho, en el
personaje de Solís, que bien repite sus
características fundamentales, parece menos participado,
más racionalmente profesional. En efecto el criado, experto
en los engaños que ejecutó el fingido Carlino, su
maestro, da por descontadas las ventajas de la ficción:
e,
institucionalizando la técnica utilizada por su amo, no
sólo afirma varias veces ante el público su verdadero
oficio (el de mediador), sino que incluso teoriza una
'metodología' de su actividad:
Es decir que
mientras la ayuda que Carlino ofrece a los caballeros en la comedia
de Góngora oculta en realidad una enésima burla (las
promesas no mantenidas de hacer que Casilda se encuentre con
Tancredo y Enrico) o de cualquier modo un objetivo preciso (las
bodas planteadas entre Gerardo y Leonor le convienen al joven por
la rica dote de la chica, pero al mismo tiempo liberan a Casilda de
los compromisos amorosos contraídos con Gerardo y la hacen
disponible para el doctor), ninguna finalidad fuera del
conseguimiento del dinero guía la acción del segundo
Carlino. Y si el doctor de Góngora se jacta de ser arbitro
hábil de la situación:
y lo vemos en
efecto predisponer los pormenores de la acción62,
refutar opiniones63,
dar informaciones sobre como procede la trampa64,
en la comedia de Solís serán al contrario los
diferentes personajes los que suplicarán al doctor
convencidos de encontrar en él una solución segura a
sus problemas Pasamos así de la directa y autónoma
iniciativa del protagonista, aunque bien aceptada y
alabada65
por los presentes (es Carlino quien persuade a Gerardo a que se
vengue no con el duelo sino con una traición simulada) a una
simple disponibilidad y condescendencia a las solicitudes ajenas. Y
en esa eventualidad el deber del médico será estar a
la altura de la tarea que le han confiado. Seguirán
entonces, en la comedia de Solís, las peticiones de socorro
y promesas de gratitud de los caballeros:
y paralelamente
aparecerá el temor del médico de no llegar a
controlar el entrecruzamiento de los equívocos67,
la constatación de los errores cometidos68,
el convencimiento de la necesidad de industria y
mentiras69
y hasta la invocación a una desacostumbrada y extraña
divinidad, los embustes que no lo abandonaron nunca:
incluso el Carlino
de Solís logra conquistar el papel de guía y arbitro
del enredo. Después de haber aplazado, y sólo por el
gusto del equívoco, una clarificación entre Lope y
Diego74,
decide al fin hablar ante el ya inevitable desenlace (la espada
desenvainada por don Diego, el hermano escapado de los
labios de doña Leonor, etc.) y será éste, con la
solicitud de la atención por parte de los
presentes75,
el momento de la 'recelada' verdad76
en la que, además de la declaración de la identidad
de caballeros y damas, confesará la propia irreductible
bellaquería77.
Averiguada, entre
analogía y diferenciación, la continuidad de los
personajes de Carlino y Casilda en los textos de Góngora y
de Solís, no queda mucho que añadir ya que muy
distinto es el tejido del enredo, todo orientado a la burla y a las
bodas de Carlino y Casilda en el primero, finalizado al
reconocimiento oficial del amor de Diego y Clara, de Lope y Leonor
en el segundo. Es más, en este último la trama, por
la presencia de dos parejas, se enmarañará siguiendo
tópicos cambios de identidad (Diego que finge ser don Lope;
Leonor que, al ver a Clara, se cree traicionada por Lope,
éste que reconoce en Diego el hombre que ha entrado en la
casa de la amada y a su vez se cree traicionado, etc.), consiguientes celos y
equivocaciones.
Tampoco una mayor
afinidad caracteriza la articulación del diálogo en
las dos comedias: llena de metáforas, digresiones,
referencias mitológicas o exempla la primera; basada al contrario
sobre todo en anáforas78
y procedimientos correlativos79
la segunda. También la tendencia a un ritmo
paralelístico, limitado y fragmentado en frases
rápidas en Góngora80,
vuelve a ser en Solís una técnica repetida que llega
a saturar escenas enteras81.
Así se podrán sólo destacar unos pormenores,
como la presencia en ambas de un personaje femenino, Leonor a cuyo
hermano se delega tradicionalmente la defensa de la honra. Pero en
Góngora tal defensa es secundaria con respecto a los
intereses amorosos de Enrique82
y en general el tema del honor, propuesto como motor inicial de la
comedia, ha sido abandonado muy pronto. No parece tener mayor
importancia el honor en Solís ya que lo que complica el
enredo son más los celos que el honor. El problema de la
honra violada y de una posible, consiguiente venganza
trágica parece aflorar sólo en el temor de Leonor a
que su hermano la mate al conocer su relación amorosa con
don Lope, pero su desmayo y el inmediato recurso al médico
diluyen en seguida toda hipótesis cruenta en una
atmósfera relajada:
Se podría
observar además la costumbre de Casilda de dirigirse al
amante o al marido llamándole no Carlino, sino
Doctor84;
el atributo de amigo que le confieren los
caballeros85;
el sintagma «dulce, pero
chupativo» que el médico gongorino se atribuye en
el v. 457 y que vuelve en «el dulce, y chupativo / almiuar de mis
engaños» del doctor de
Solís86;
la «prompta solicitud» del
v. 490 (reiteración de la
«promptitud» del v. 422) que
aparece otra vez como atributo de Carlino en las palabras de don
Diego: «que tal acierto professa / tu
prompta solicitud»87;
la alusión rápida a la posesión de una mula
que inevitablemente nos recuerda, evidenciando una promoción
social lograda, la obsesión por la adquisición del
animal que en Góngora constituye casi el leit-motiv de las palabras de
Casilda88.
O todavía podríamos encontrar más
lábiles indicios de reminiscencias gongorinas en la libre
cita de un refrán89
(«El hilo de la verdad, / sacad por el
hobillo»90),
en una fórmula que falsamente elude el cuento («Dios ponga en mi lengua
tiento»91)
o en unos pormenores de la acción presentes ya en Las
firmezas de Isabela. Doña Leonor que reclama su derecho
a las bodas y pide la intervención de don Pedro como juez o
don Diego que, adelantando la llegada del esperado prometido, lo
sustituye partiendo con doña Clara, son episodios que
recuerdan, quizá no casualmente, la análoga solicitud
que Violante dirige a Octavio92
o el plan que Fabio ha concebido para lograr casarse con la amada
Isabela93.