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1.       Las poesías que contiene este tomo desde la Elegía a Alejandro Herculano hasta el fin, han sido escritas y publicadas, como indican sus fechas, con posterioridad a la aparición de los GRITOS DEL COMBATE. Las incluyo en el cuerpo de la obra, porque corresponden al mismo género de las composiciones que escribí en épocas azarosas para nuestra patria, y son como eco lejano de los cantos que me inspiró entonces el espectáculo de las discordias, desventuras y miseria a que debió su ruina la generosa y malograda revolución de septiembre.

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2.       Soneto A España.

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3.       La duda. Epístola a D. Antonio Hurtado.

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4.       Esta poesía forma parte de una colección de diálogos humorísticos, que bajo el título de Cuentos de la otra vida, escribí desde 1854 a 1857, con esa irreverencia escéptica y poco reflexiva de la juventud, que nada respeta y a todo se atreve. Animado por la favorable acogida que alcanzaron estas composiciones en las reuniones literarias, que por entonces daba semanalmente en su casa, mi distinguido amigo D. Gregorio Cruzada Villaamil, a las cuales concurrían muchos personajes políticos, algunos hombres ya ilustres en las letras y en las artes, y casi todos los que a la sazón empezábamos nuestra carrera, traté de publicar en un tomo estas desenfadadas poesías; pero los acontecimientos políticos, torciendo el curso de mis ideas, me apartaron del propósito que había formado, y a la verdad, no lo siento. He vacilado mucho antes de decidirme a insertar en la presente colección este diálogo, que es, si no me engañan las reminiscencias que conservo, el más comedido y mejor intencionado de cuantos en aquella época compuse, y ya he perdido; pero al cabo me he determinado a incluirle con algunas correcciones y atenuaciones, porque siempre es curioso ver de qué modo se modifican, alteran y transforman radicalmente los gustos, el estilo y hasta los sentimientos de un autor, siquiera sea de tan escasa valía como yo, con el transcurso de los tiempos y las enseñanzas de la vida. ¿Qué queda del escritor satírico que apuntaba en estos Cuentos? Apenas nada. Aquella musa sarcástica de mis primeros años ha huido con mi juventud bulliciosa; mis epigramas se han convertido en elegías, y lo que antes me hacía reír, ahora me inspira compasión o me aflige. No sé si he perdido como poeta; pero sé que he ganado como hombre, y doy gracias a Dios por el cambio.

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5.       Escrita y publicada en circunstancias azarosas y difíciles, cuando el sentimiento revolucionario estaba más vivo en la opinión, porque no había aún prevalecido, esta poesía atrajo sobre mí acerbas censuras. Uno de nuestros más reputados autores dramáticos me impugnó en otro soneto, que siento no conservar, en el cual, si no contradecía, atenuaba por lo menos mis desconsoladoras afirmaciones. Hoy sospecho que no piensa lo mismo que entonces: aquél era el período de las esperanzas, y ya hemos entrado en el de los desengaños. Siete años después, otro escritor distinguido, D. Carlos María Perier, que había condenado el espíritu de mi composición, creyéndole exageradamente pesimista, se arrepentía noblemente del mal juicio que de ella y de su autor había formado, dándome la razón, o más bien, reconociendo con ingenua franqueza que los hechos me la habían dado. Recordaba y reproducía a este propósito en el número de la Defensa de la Sociedad, correspondiente al 2 de mayo de 1873, mi asendereado soneto, y escribía a los siguientes párrafos, que no por el elogio inmerecido que contienen, sino por la justicia que implícitamente hace en ellos a mis sentimientos, le estimo y agradezco con toda el alma.

     «Como el amor de la patria algo participa, y debe participar (dice el Sr. Perier en la citada revista), del amor y veneración de los hijos a la madre, que no consiente oír hablar mal de ella sin un estremecimiento de vivo pesar, sucedió que a cierto lector hubo de parecerle este soneto, aunque literariamente bello, duro y cruel moralmente considerado, y a mayor abundamiento algo injusto. Y escribió al margen de la composición las siguientes líneas:

                                 Al mirar tan honda saña,

                              claro se ve como el sol,

                              que el soneto no es a España,

                              o el autor no es español.

     »Corrieron los tiempos: y el respeto y la obediencia verdaderamente rotos, y el freno de Dios y de la ley perdidos en grandísima parte, y el aire de tempestad horrible volcando instituciones y principios fundamentales de vida, han hecho venir a las mientes del lector citado los versos rotundos y vigorosos del soneto antiguo y sus tristísimos y acerados conceptos. Ha vuelto a leerlo y ha sentido el mismo estremecimiento de vivo pesar que sintió hace seis años; pero en vez de las puntas de indignación que entonces brotaron en su ánimo, hoy han subido llamaradas de rubor a su rostro, y después ha sobrevenido a su alma gran desfallecimiento; la duda de si tales y tan acerbas palabras serían un infausto vaticinio asalta y mortifica su espíritu, según la confidencia que al oído nos ha hecho.

     »¡Ah! cuando un pueblo la virtud olvida, lleva consigo la peor tiranía, la tiranía de los vicios. ¡Qué verdad tan grande!»

     Pero ¿a qué seguir? Todos, y yo el primero, a pesar de mis dudas e incertidumbres, nos dejamos llevar entonces de una ilusión halagüeña, que desgraciadamente no se ha realizado. Mas no desmerece por eso la intención generosa que nos animó, ni lo habremos perdido todo, si aprovechamos la dolorosa enseñanza de estos seis años últimos para no pedir en lo sucesivo a los procedimientos de fuerza, lo que quizás por camino más largo, pero más seguro, podemos alcanzar con el auxilio de la razón y con el honrado ejercicio de nuestros derechos de ciudadanía.

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6.       Los Juegos florales, que anualmente acostumbran a celebrar en la capital del Principado los poetas catalanes, se verificaron en 1868 con inusitada pompa. Mi memoria me es infiel, y no recuerdo si fue a mediados de abril o a principios de mayo cuando se realizó la justa literaria; pero no he olvidado el mérito sobresaliente de las poesías que se presentaron al concurso y obtuvieron premio, ni el entusiasmo con que los escritores catalanes contribuyeron al nuevo florecimiento, por cierto digno de estudio, de una literatura que parecía hace muy poco tiempo muerta y que hoy cuenta ya con poetas líricos de gran valía, autores dramáticos fecundos e intencionados, novelistas de nota y concienzudos historiadores. Con una galantería, o mejor dicho con un espíritu de fraternidad merecedor de los mayores elogios, el Consistorio que presidía los Juegos florales en el referido año, invitó a los poetas provenzales, mallorquines, valencianos y castellanos. Acudieron al llamamiento el inspirado autor de Mireio, Federico Mistral y la pléyade ilustre de trovadores de Provenza, en la cual figuran Aubanel, Roumanille, Roumieux, el príncipe Bonaparte Wysse y otros muchos que tan alto han levantado el crédito de la felibrería en el Mediodía de Francia. También asistió gran número de poetas valencianos y mallorquines, cuyos nombres no cito, porque no acordándome de todos, no quiero agraviar a ninguno con la omisión; y como representantes de la literatura castellana, concurrimos a la solemnidad el nunca bastantemente celebrado Zorrilla, mi maestro y amigo; Ruiz Aguilera, cuya musa es cada día más joven, más brillante y más sentida, y yo, que alcancé la honra de acompañarlos, por la circunstancia de hallarme a la sazón en Barcelona.

     El Ateneo Catalán, no menos afectuoso que el Consistorio de los Juegos florales, invitó a los poetas forasteros a una lectura pública, y en ella di a conocer por primera vez la Epístola que origina la presente nota. Publicada después en el periódico La Época de Madrid, e impresa además en Barcelona, en cuaderno aparte, por la iniciativa de varios amigos que habían manifestado deseos de poseerla, esta poesía, que bajo tan buenos auspicios nació, ha obtenido, como ninguna otra de las mías, los favores de la fortuna. Conozco ediciones de ella hechas en Buenos Aires, Chile, Colombia y otros puntos de la América española, y guardo como un recuerdo las cartas cariñosísimas y los elogios apasionados con que me han honrado desde aquellas remotas regiones personas que sin conocerme han tenido la bondad de dirigirse a mí, con motivo de la referida composición. En medio de los sinsabores y amarguras de la vida literaria, no negaré que esto me ha proporcionado más de un momento de satisfacción, y no quiero desaprovechar la oportunidad que se me ofrece de expresar públicamente mi gratitud a los poetas y críticos americanos a quienes he debido distinción tan señalada, tanto más digna de reconocimiento, cuanto menos merecida.

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7.       Joan, XIV, 6.

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8.       No son nuevas, ni mucho menos, las audaces teorías expuestas por Carlos Darwin y su escuela sobre el origen del género humano, teorías que tan profunda influencia han ejercido y ejercen aún en la filosofía contemporánea, y que son la base más sólida del materialismo moderno. Con un espíritu de observación vivo e ingenioso para encontrar semejanzas y explicar fenómenos, Mister Darwin, a quien, si no es posible conceder la invención del sistema que lleva su nombre, no puede negársele ni el método, ni la claridad, ni el atrevimiento para exponerle, ha llegado de deducción en deducción hasta afirmar rotundamente en su obra Descent of man and selection in relation to sex publicada en 1871, que el «hombre procede de un cuadrúpedo cabelludo, de larga cola y orejas puntiagudas, nacido para vivir habitualmente en los árboles.» La doctrina de la selección natural, es decir, de la transformación gradual y sucesiva de las especies, obedeciendo a fuerzas ciegas y leyes inmutables de la materia, ha penetrado, como he dicho, en la alta esfera de la filosofía, y hay quien explica ya por este principio el desenvolvimiento de la humanidad en la historia. Entre otros, Herbert Spencer sostiene que los movimientos sociales y políticos son debidos a causas puramente naturales, extrañas a la voluntad de Dios y al trabajo de los hombres, y partiendo de este fatalismo humillante, niega la acción de la autoridad y de la libertad, la noción del derecho, la virtud salvadora de las religiones y hasta la influencia moralizadora de la instrucción pública en las costumbres. Según este ilustre sociólogo positivista, la fe en los libros y en las ciencias es una de las más funestas preocupaciones de nuestro siglo, porque la menor o mayor suma de conocimientos, el mayor o menor grado de ilustración general a que pueden llegar los pueblos, no influyen lo más mínimo en las evoluciones de la humanidad, que se realizan inevitablemente por las solas fuerzas de la naturaleza. De esto a proclamar la excelencia de la bestia sobre el hombre no media, siquiera, un paso. ¡Ay! ¡Cuán cierto es que a medida que el entendimiento humano, por sagaz y perspicuo que sea, se aleja de Dios, cae en las sombras más profundas y en las más monstruosas aberraciones!

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9.       La eminente actriz Doña Matilde Díez, gloria de la escena española.

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10.       Faltaría a un deber de conciencia, si al publicar esta poesía, inspirada por el espectáculo que ofrecía en 1873 nuestra desgraciada patria, devorada en las ciudades por la anarquía, en los pueblos por el fanatismo socialista, y en las Cortes por las pasiones más aviesas, no hiciera justicia, a la rectitud de alma, al valor cívico y a los sentimientos patrióticos de mi antiguo y querido amigo Castelar, que fue el primero en iniciar dentro de su partido la resistencia, y que dio claras muestras de ser en aquellos azarosos días, no sólo gran tribuno sino honrado ciudadano. Él comenzó la reorganización del ejército, que estaba moral y materialmente disuelto; reprimió, hasta donde le fue posible, el desorden, y procuró salvar la libertad, combatiendo rudamente la licencia, que la hacía odiosa. Siempre recordaré con admiración el elocuente discurso que pronunció en la memorable noche del 2 de enero de 1874, y que fue más que un discurso, un acto de generosa energía. Malográronse sus esfuerzos en aquella noche terrible, porque las Cortes republicanas habían perdido el juicio, y adolecían ya de esa ceguera que Dios envía a todos los poderes desatentados en la hora de su muerte; pero no por eso la actitud resuelta y patriótica del Sr. Castelar es menos digna de elogio. Dijo a su partido la verdad, y no fue atendido; mostrole el abismo hacía el cual corría precipitado, y nadie hizo caso; intentó despertar el sentimiento del deber en aquella masa caldeada de egoísmos impuros, y sólo logró excitar la cólera de una mayoría absurda, que entonces no quiso vivir, y pocas horas después no supo morir. El único error del Sr. Castelar fue el de no haber comprendido de antemano que la república en nuestro país, tal como él y sus amigos la habían predicado y de la manera con que se había impuesto, sólo podía producir los amargos frutos que produjo: el eclipse de la libertad, el delirio de la calentura y los horrores de la violencia.

     Pero trató de remediar el mal causado, y esto atenúa la transcendencia de un error, que nunca ha perturbado la nobleza de su corazón, por más que haya empañado durante muchos años la claridad de su inteligencia.

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11.       La novela Eurico el Presbítero.

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12.       La narración histórica titulada La bóveda.

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13.       Este discurso fue leído el día 3 de diciembre de 1887 en el Ateneo científico y literario de Madrid con motivo de la apertura de sus cátedras. Le reimprimo en esta nueva edición de los GRITOS DEL COMBATE con algunas enmiendas y ampliaciones que aclaran su sentido sin alterarlo, y que no pude hacer cuando lo publiqué, por la premura del tiempo.

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14.       Entiéndase que cuando hablo de la poesía, sólo por excepción y en contadísimos casos dejo de referirme concretamente a la lírica. Como la definición de la poesía es tan comprensiva, y no es fácil fijar sin detenido estudio cuáles son los géneros literarios que le son propios y cuáles no, y como no me es dable en estos momentos consagrarme a un trabajo de clasificación que me distraería de mi verdadero propósito, hago de una vez para siempre esta declaración para evitar confusiones y anfibologías que podrían obscurecer el exacto sentido de mi discurso.

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