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Tristezas



                                  Cuando recuerdo la piedad sincera
      con que en mi edad primera
entraba en nuestras viejas catedrales,
donde postrado ante la cruz de hinojos
      alzaba a Dios mis ojos,
soñando en las venturas celestiales;
 
   hoy que mi frente atónito golpeo,
      y con febril deseo
busco los restos de mi fe perdida,
por hallarla otra vez, radiante y bella
      como en la edad aquella,
¡desgraciado de mí! diera la vida.
 
   ¡Con qué cándido amor, niño inocente,
      prosternaba mi frente
en las losas del templo sacrosanto!
Llenábase mi joven fantasía
      de luz, de poesía,
de mudo asombro, de terrible espanto.
 
   Aquellas altas bóvedas que al cielo
      levantaban mi anhelo;
aquella majestad solemne y grave;
aquel pausado canto, parecido
      a un doliente gemido,
que retumbaba en la espaciosa nave;
 
   las marmóreas y austeras esculturas
      de antiguas sepulturas,
aspiración del arte a lo infinito;
la luz que por los vidrios de colores
      sus tibios resplandores
quebraba en los pilares de granito,
 
   haces de donde en curva fugitiva,
      para formar la ojiva
cada ramal subiendo se separa,
cual del rumor de multitud que ruega,
      cuando a los cielos llega,
surge cada oración distinta y clara;
 
   en el gótico altar inmoble y fijo
      el santo Crucifijo,
que extiende sin vigor sus brazos yertos,
siempre en la sorda lucha de la vida,
      tan áspera y reñida
para el dolor y la humildad abiertos;
 
   el místico clamor de la campana
      que sobre el alma humana
de las caladas torres se despeña,
y anuncia y lleva en sus aladas notas
      mil promesas ignotas
al triste corazón que sufre y sueña;
 
   todo elevaba mi ánimo intranquilo
      a más sereno asilo,
religión, arte, soledad, misterio...
todo en el templo secular hacía
      vibrar el alma mía,
como vibran las cuerdas de un salterio.
 
   Y a esta voz interior que sólo entiende
      quien crédulo se enciende
en fervoroso y celestial cariño,
envuelta en sus flotantes vestiduras
      volaba a las alturas,
virgen sin mancha, mi oración de niño.
 
   Su rauda, viva y luminosa huella
      como fugaz centella
traspasaba el espacio, y ante el puro
resplandor de sus alas de querube,
      rasgábase la nube
que me ocultaba el inmortal seguro.
 
   ¡Oh anhelo de esta vida transitoria!
      ¡Oh perdurable gloria!
¡Oh sed inextinguible del deseo!
¡Oh cielo, que antes para mí tenías
      fulgores y armonías,
y hoy tan obscuro y desolado veo!
 
   Ya no templas mis íntimos pesares,
      ya al pie de tus altares
como en mis años de candor no acudo.
Para llegar a ti perdí el camino,
      y errante peregrino
entre tinieblas desespero y dudo.
 
   Voy espantado sin saber por dónde;
      grito, y nadie responde
a mi angustiada voz; alzo los ojos
y a penetrar la lobreguez no alcanzo;
      medrosamente avanzo,
y me hieren el alma los abrojos.
 
   Hijo del siglo, en vano me resisto
      a su impiedad ¡oh Cristo!
Su grandeza satánica me oprime.
Siglo de maravillas y de asombros,
      levanta sobre escombros
un Dios sin esperanza, un Dios que gime,
 
   ¡y ese Dios, no eres tú! No tu serena
      faz, de consuelos llena,
alumbra y guía nuestro incierto paso.
Es otro Dios incógnito y sombrío:
      su cielo es el vacío,
sacerdote el Error, ley el Acaso.
 
   ¡Ay! No recuerda el ánimo suspenso
      un siglo más inmenso,
más rebelde a tu voz, más atrevido:
entre nubes de fuego alza su frente,
      como Luzbel, potente;
pero también, como Luzbel, caído.
 
   A medida que marcha y que investiga,
      es mayor su fatiga,
es su noche más honda y más obscura,
y pasma, al ver lo que padece y sabe,
      cómo en su seno cabe
tanta grandeza y tanta desventura.
 
   Como la nave sin timón y rota,
      que el ronco mar azota,
incendia el rayo y la borrasca mece
en piélago ignorado y proceloso,
      nuestro siglo-coloso
con la luz que le abrasa resplandece.
 
   ¡Y está la playa mística tan lejos!...
      a los tristes reflejos
del sol poniente se colora y brilla.
El huracán arrecia, el bajel arde,
      y es tarde, es ¡ay! muy tarde
para alcanzar la sosegada orilla.
 
   ¿Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin freno,
      a todo yugo ajeno,
que al impulso del vértigo se entrega,
y al través de intrincadas espesuras,
      desbocado y a obscuras
avanza sin cesar y nunca llega.
 
   ¡Llegar! ¿Adónde?... El pensamiento humano
      en vano lucha, en vano
su ley oculta y misteriosa infringe.
En la lumbre del sol sus alas quema,
      y no aclara el problema,
ni penetra el enigma de la Esfinge.
 
   ¡Sálvanos, Cristo, sálvanos, si es cierto
      que tu poder no ha muerto!
Salva a esta sociedad desventurada,
que bajo el peso de su orgullo mismo
      rueda al profundo abismo,
acaso más enferma que culpada.
 
   La ciencia audaz, cuando de ti se aleja,
      en nuestras almas deja
el germen de recónditos dolores,
como al tender el vuelo hacia la altura,
      deja su larva impura
el insecto en el cáliz de las flores.
 
   Si en esta confusión honda y sombría
      es, Señor, todavía
raudal de vida tu palabra santa,
di a nuestra fe desalentada y yerta
      «¡Anímate y despierta!
-como dijiste a Lázaro- ¡Levanta!»
30 de junio de 1874.


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París

Una calle de la capital de Francia en 1871.-Vense a lo lejos las llamas del incendio de las Tullerías, del Palacio de la Ciudad, del Ministerio de Hacienda y de algunos edificios particulares.-Grupos de hombres, mujeres y muchachos harapientos cruzan tumultuariamente la escena en direcciones contrarias, dando gritos desaforados.-A intervalos atruena el espacio el estampido del cañón.-Es de noche.



BURGUÉS.-DEMAGOGO



BURGUÉS

                                  ¿A dónde vas, blandiendo enardecido
esa antorcha fatal?
DEMAGOGO
                                Corro a la lucha.
¡Ay! el ronco y frenético alarido
que amedrentada tu conciencia escucha,
es la voz de la plebe que se agita
y me llama a la lid...
BURGUÉS
                                    ¡Terrible acento
en donde el odio universal palpita!
DEMAGOGO
Di, más bien, el humano sufrimiento.
Di, más bien, el dolor acumulado
por largos años de opresión, que estalla,
y como el hondo mar alborotado
no reconoce a sus furores valla.
Esa masa viviente es el compendio
del infortunio y la miseria...
BURGUÉS
                                                ¡Oh, calla!
DEMAGOGO
   El populacho vil, la ruin canalla,
el Cristo expuesto a duro vilipendio
de siglo en siglo os llama a la pelea,
y por el mundo atónito pasea
su igualadora cólera: el incendio.
BURGUÉS
En el nombre de Dios te cierro el paso.
DEMAGOGO
   ¿En el nombre de Dios?... ¿Existe acaso?
Aparta, o con la punta de mi daga
ancho camino me abriré. ¿Y se atreve
tu voz sumisa, que el terror apaga,
a invocar ese nombre? No: no cedo.
Dios es vana invención, Dios es el miedo
que sujeta las iras de la plebe.
Rota está la cadena. ¡La habéis roto!
Vuestra burla sacrílega y aleve
hizo pedazos el fraterno voto
que ennoblecía el corazón humano.
¡Ya nuestra queja se trocó en rugido!
¿Sin el temor de Dios vive el tirano
y queréis que le sienta el oprimido?
BURGUÉS
¡Calla, insensato, calla!
DEMAGOGO
                                       Si mis labios
ofenden tu pudor, hieren tu oído,
no me culpes a mí, culpa a tus sabios,
que del error apóstoles han sido.
¿Imagináis quizás que entre los muros
de los liceos, aulas y academias,
mueren como un rumor vuestros impuros
alardes, vuestras cínicas blasfemias?
El verbo humano, como el sol, inunda
de luz, hasta los antros más obscuros,
y en el fango los gérmenes fecunda.
Las alas de la voz toma la idea:
halla el espacio a su altivez estrecho,
y encarna, alienta, se transforma en hecho
al surgir del cerebro que la crea.
Y yo, que sólo para odiaros vivo,
soy el hecho feroz y vengativo,
brutal engendro de la ciencia atea.
BURGUÉS
Recobra tu razón. ¿Dónde, iracundo,
pretendes ir? El vértigo te arrastra;
París, cabeza y corazón del mundo,
tiembla de espanto en su soberbio trono.
¡Es tu madre!
DEMAGOGO
                       ¡Mentira! Es mi madrastra,
y acrecientan sus crímenes mi encono.
¡París, París! Impúdica sirena,
monstruo de iniquidad, que en áurea copa
de vil deleite hasta los bordes llena,
brindas tu inmensa corrupción a Europa.
¿Habrá quizás costumbre disoluta,
lúbrico anhelo, crapulosa orgía
que ignores tú, malvada prostituta,
más codiciosa y torpe cada día?
A la margen sentada del camino,
con faz lasciva y desenvuelto pecho,
ofreces al cansado peregrino
en tu ardiente regazo inmundo lecho.
Y en él duerme las horas sin medida
del ocio y del placer, y allí envilece
los más santos afectos de la vida,
el sentimiento del deber olvida
y en rápidos instantes envejece.
¿Qué has hecho tú de la conciencia humana?
¿Qué fibra has respetado? ¿Qué pureza
ha resistido a tu atracción tirana?
¿Dónde acaba tu infamia? ¿Dónde empieza?
Al calor de tus locos devaneos,
bajo el goce bestial que los hostiga,
van en ti, como indómita cuadriga,
sueltos y desbocados los deseos.
Templos, circos, palacios, coliseos,
aras son, que erigiste a la Materia,
tu dios y el mío, y despreciable en todo,
en abismos de horror y de miseria
fabricas sus imágenes de lodo.
Infecto lodo, que de ti recibe
la forma de mujer encantadora,
que en tus dorados lupanares vive
y tus incautas víctimas devora;
que el más helado corazón inflama
y con brazos de fuego le encadena,
porque es su cuerpo de fundente llama,
su risa de ángel, su intención de hiena.
Todo se agita y se revuelve en torno
de esa deidad abominable, impura:
la moda, esclava complaciente, apura
los torpes incentivos del adorno,
la industria sus caprichos, la pintura
sus colores, sus fúlgidos destellos
la rica y avarienta orfebrería,
que concentra la luz en los cabellos
y el albo seno de la diosa impía.
El arte, como viejo descreído
a quien el ansia de gozar ofusca,
a tus plantas postrado sólo busca
el halago grosero del sentido.
Y el noble coro de las Nueve Hermanas,
con ardiente y frenético arrebato
al pie del ara sin descanso gira.
Terpsícore desnuda a las livianas
danzas se entrega: desgreñada Erato
entrelaza de pámpanos su lira;
mancha Talía la ruidosa escena
con la farsa sacrílega y obscena,
y ennegreciendo su inmortal destino
Euterpe licenciosa, con garganta
seca y enronquecida por el vino,
báquicos himnos al desorden canta.
Muerta está la virtud, el honor muerto,
y es difícil hallar en el naufragio
tabla de salvación y amigo puerto;
que todo con sus olas lo han cubierto
la lujuria, el escándalo y el agio.
Vencida por tus ciegos apetitos,
¡adúltera ciudad! ¡vaso de horrores!
no has escuchado los tremendos gritos
de los odios, venganzas y rencores,
que en la noche sin fin de tus placeres
la insaciable codicia aglomeraba.
Cegó tus ojos engañosa nube,
y hoy, del abismo a devorarte sube,
tu propio cieno convertido en lava.
¡No tuviste piedad y no la esperes!
¡Ya tu grandeza vergonzosa acaba,
pudridero del mundo!
BURGUÉS
                                     ¿Qué más quieres?
Deja que la oración reparadora
restaure su virtud si te horroriza
la triste enormidad de sus pecados.
DEMAGOGO
Si es que sabe rezar, rece en buen hora.
Mas que humille su frente en la ceniza
de sus ricos alcázares quemados.
¡Yo no sé perdonar!
BURGUÉS
                                 Pero ¿qué dices,
aborto de impiedad, Caín eterno,
árbol de maldición cuyas raíces
se pierden en las sombras del infierno?
Tú, plebe inculta, que la férrea mano
alzas contra la ley; tú, que exasperas
todas las iras del linaje humano;
tú, sierva imbécil de Nerón tirano;
tú, la más implacable de sus fieras,
cuando en el ancho Circo recogías
el pan mojado en sangre generosa,
y el brutal espectáculo aplaudías;
tú, que en el trance memorable y triste
de nuestra redención, con pavorosa
maldad y corazón empedernido,
cuando a tu antojo disponer pudiste
del justo y del culpado, preferiste
a la vida de Dios la de un bandido;
tú, que en todos los tiempos has vendido
tu libertad al déspota, tu diestra
al crimen, tu razón a la mentira,
incitadora de Marat, maestra
de Robespierre, horror de quien te mira;
¡tú transformada en juez! ¿Con qué derecho?
¿Con qué razón?
DEMAGOGO
                             Con la razón del hecho.
BURGUÉS
El orgullo te ciega. ¿Qué has logrado,
ni qué podrás lograr? Surco profundo
abre en la tierra el hierro del arado;
pero nada produce, nada crea
si falta la semilla. Es infecundo.
¿Qué semilla es la tuya? ¿Con qué idea
piensas regir y dominar el mundo?
¿Qué nueva y santa religión proclamas?
¿Qué salvadora aspiración? ¿Qué quieres?
De Dios reniegas, su justicia infamas,
intentas convertir nuestras mujeres
en hembras viles, quebrantando el lazo
que la pasión con el deber concilia,
que dignifica el conyugal abrazo
y consagra el hogar de la familia.
Odias la autoridad, odias el freno
social, odias la paz, y avaricioso
pones los ojos en el bien ajeno,
que juzgas propio en tu soberbia insana:
la bestia es tu ideal ignominioso,
y en la sorda explosión de tu perfidia
quieres pasar sobre la raza humana
el nivel vengativo de tu envidia.
¿Cómo podré negar que la gangrena
nos roe el corazón? ¿Que sube y crece
la letal podredumbre, y envenena
el aire, y las conciencias ennegrece,
y nuestras almas débiles estraga?
¿Quién no ve con terror el precipicio?
Pero nosotros a la inmunda llaga
llamamos llaga inmunda, y vicio al vicio.
¡Aún tenemos pudor! Y aunque condenes
nuestra depravación, tú no le tienes.
Guardamos, llenos de dolor, oculto
el canceroso mal dentro del pecho.
Tú le eriges altar, le rindes culto
y le llamas ¡oh bárbaro! Derecho.
¡No pretendas vencer! Sangrienta guerra
tus cadenas rompió, y alborotado
haces crujir los ejes de la tierra;
pero otra vez a tu cubil, atado
te volverá la indignación humana.
DEMAGOGO
No podrá.
BURGUÉS
                  ¡Los instantes son supremos!
DEMAGOGO
Soy tu señor; ¡humíllate!
BURGUÉS
                                          Mañana
aplastaré tu frente.
DEMAGOGO
                                ¡Lo veremos!
BURGUÉS
Para lanzarte en el profundo abismo...
DEMAGOGO
Para romper tu insoportable yugo
yo tengo mi rencor...
BURGUÉS
                                   Yo mi egoísmo.
DEMAGOGO
Yo el incendio voraz.
BURGUÉS
                                    Y yo el verdugo.
EL POETA
   ¡Error, error! Ni el egoísmo ciego,
ni el odio, ni el verdugo, ni la llama
podrán domar el concentrado fuego
que vuestros fieros ánimos inflama.
 
   Y será más terrible y más sombría
la espantosa tragedia, si en la lucha,
la ronca voz de la venganza impía
vuestra loca pasión tan solo escucha.
 
   ¡Oh! santa Caridad, hija del cielo,
hermana del dolor, virtud sublime,
que el bálsamo divino del consuelo
ofreces ¡ay! al corazón que gime;
 
   y tú, Resignación, tú, fortaleza
del desgraciado, que en sus tristes horas
levanta con orgullo la cabeza,
si lle prestas valor y con él lloras;
 
   devolved a las almas el reposo,
y en medio de este piélago alterado,
amansa ¡oh Caridad! al poderoso,
templa ¡oh Resignación! al desdichado.
París 18 de julio de 1873.


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A la patria

Himno con motivo de la paz

                                  Dorando la alta cumbre
la ansiada aurora llega,
y ante la viva lumbre
que el ancho espacio anega,
cobarde se repliega
la densa obscuridad.
   Ya baña el horizonte
la luz que Dios envía:
ya mar, y valle, y monte
colora el nuevo día.
Ya todo es alegría.
¡Poetas, despertad!
 
   La paz tiende su manto
desde el Pirene a Gades:
alzad el himno santo
en campos y en ciudades,
y admire a las edades
vuestro inmortal clamor.
   Ascienda en raudo vuelo
la voz de la alabanza,
como cóndor que al cielo
intrépido se lanza,
Cantad a la esperanza:
yo cantaré al dolor.
 
   No es que al deber ajeno
desdeñe la ventura
que de tu herido seno
las penas templa y cura.
Alma tan seca y dura
no alienta ¡oh Patria! en mí.
   Acaso al ver hollada
tu majestad suprema,
¿no fue mi lira espada?
mi voz ¿no fue anatema?
Aún mis mejillas quema
el llanto que vertí.
 
   ¿Soy el poeta, acaso,
de las felices horas,
que calla en el ocaso
y canta en las auroras?
¿No estalla, cuando lloras,
mi ardiente indignación?
   Pero hoy que conseguiste
cobrar el bien perdido,
y espléndida, aunque triste,
la paz ha renacido,
canto al dolor, que ha sido,
tu santa redención.
 
   Enigma de la Historia
y escándalo del mundo,
de tu pasada gloria
so el árbol infecundo,
yacías en profundo
letargo secular.
   Del fanatismo esclava,
en noche eterna y fría,
tan sólo iluminaba
tu mísera agonía,
la lámpara que ardía
delante del altar.
 
   Perdida en tu camino
y a obscuras tu conciencia,
el arte sin destino,
sin libertad la ciencia,
tu antigua omnipotencia
no renació jamás,
   Pirámide ostentosa
alzada en el desierto,
do incógnita reposa
la vanidad de un muerto,
¡oh Patria! tu famosa
grandeza era no más.
 
   Llamando con su espada
de súbito a tu puerta,
gritó la inesperada
catástrofe: «¡Despierta!»
y el águila su abierta
garra en tu pecho hincó.
   ¡Oh asombro! Bajo el fiero
dolor de la ancha herida
tus músculos de acero
cobraron nueva vida:
rugiste enfurecida
y el águila tembló.
 
   Perdona si la austera
verdad acato y digo:
dolor que regenera
es premio y no castigo.
Confieso que contigo
inexorable fue.
   Cuando te vio a la falda
del monte, soñolienta,
tendió sobre tu espalda
su azote y la tormenta;
te exasperó la afrenta,
y te pusiste en pie.
 
   Ardieron tus hogares.
y con mortal quebranto
corrió la sangre a mares
mezclada con tu llanto.
¡Cuánto sufriste, y cuánto
duró tu adversidad!
   Pero pasó el torrente,
el sol doró tus ruinas,
y excelsa, refulgente,
aunque ciñendo espinas,
apareció en Oriente
tu augusta libertad.
 
   ¡Ah! Desde entonces luchas
con la traidora hiena,
y su rugido escuchas
impávida y serena.
Tres veces en la arena
domaste su furor.
   Cuando tus ansias cesen,
y en tiempos más felices
honrados hijos besen
tus santas cicatrices,
verás como bendices
los frutos del dolor.
 
   Él con potente mano
labra, organiza y crea
cuando en el yunque humano
con hondo afán golpea
para forjar la idea
que es vida, es verbo, es luz.
   Los que dichosos duermen
no sueñan con el cielo:
siempre el dolor fue germen
de algún gigante anhelo,
y Dios, bajando al suelo,
le consagró en la Cruz.
18 de marzo de 1876.


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Elegía

A la memoria del insigne historiador y poeta portugués Alejandro Herculano

                                  Si es cierto que la pena compartida
llega a calmarse, porque el llanto ajeno
es para el triste bálsamo de vida;
 
   si es verdad ¡ay! que el afligido seno,
cuando piedad encuentra y blando abrigo,
más reposado late y más sereno;
 
   permite ¡oh Portugal! que un pueblo amigo,
ante la humilde tumba de Herculano,
mostrándote su amor, llore contigo.
***
   ¡Ya no existe el poeta! Pero en vano
querrá la muerte arrebatar la gloria
del más insigne genio lusitano.
 
   Él con su ciencia engrandeció la Historia,
él exaltó la santa poesía,
y él impondrá a los siglos su memoria.
 
   Cantor de vigorosa fantasía,
pulsó inspirado el Arpa del Creyente
y amó la libertad. ¡Quién no ama el día!
 
   No dobló al yugo del temor su frente,
ni la lisonja vil manchó su labio,
ni abatió al débil, ni ensalzó al potente.
 
   De la austera verdad en desagravio,
se opuso a la invasión de la mentira
con fe de artista y convicción de sabio.
 
   Enérgico y tenaz, pero sin ira,
combatió en pro de su fecunda idea
con la voz, con la espada y con la lira.
 
   Harto ya de luchar, buscó en la aldea
la dulce calma, el apacible encanto
que perdió en el fragor de la pelea,
 
   y hoy en rústico y pobre camposanto
sus restos guarda honrada sepultura,
que el pueblo portugués riega con llanto.
***
   ¡Feliz el alma que al romper su obscura
cárcel, de eterno lauro coronada,
vuelve al seno de Dios intacta y pura!
 
   ejemplo sea nuestra Edad menguada,
en que más de un ingenio peregrino
en el fango del mundo se degrada,
 
   y contrariando su inmortal destino,
como ramera sin pudor, ofrece
al éxito brutal su estro divino.
 
   ¡Ah! grande podrá ser, mas no merece
loa ni encomio el pensamiento humano
que se humilla, y se arrastra, y se envilece.
 
   ¿Quién al águila audaz, que el soberano
vuelo remonta, comparar podría
con el reptil inmundo del pantano?
***
   ¡Oh religión del arte! ¡Oh Poesía!
¡Comunión de las almas cuando llevas
la paz, el bien y la razón por guía!
 
   ¡Cuando contra la infamia te sublevas,
y con no usada majestad, el vuelo
hasta el principio de la luz elevas!
 
   Pliega tus alas en señal de duelo,
y ante esa pobre tumba deposita
tu más preciada flor: ¡la fe en el cielo!
 
   Rinde esa flor, que nunca se marchita,
¡ay! a quien solo, sí, mas no olvidado,
duerme a la sombra de la cruz bendita.
 
   A quien fue por tu numen exaltado,
de rica inspiración raudal fecundo
y tu apóstol al par que tu soldado.
 
   Rompe el silencio lóbrego y profundo
que cubre el polvo desligado y frío
del que llevaba en su cerebro un mundo.
 
   ¡Ay! ya ese mundo estéril y sombrío
no animarán los sueños de la vida:
¡ya no le animarán! ¡Está vacío!
 
   Alas bastan a su fama esclarecida
las altas creaciones del poeta,
do su gran alma nos dejó esculpida.
***
   ¡Cuán bien nos pinta la inquietud secreta
del sacerdote que consigo mismo
combate sin cesar como un atleta! (11);
 
   ¡que ama y lucha a la vez con heroísmo,
y ve rodar sin gloria ni esperanza
su patria y su virtud hacia el abismo!
 
   Cuando esparciendo el odio y la matanza,
la morisma feroz salva el Estrecho
y cual torrente incontrastable avanza
 
   ante el imperio gótico deshecho,
la pasión insensata que le oprime,
con sacrílego ardor le abrasa el pecho.
 
   Y llora, y tiembla, y se retuerce, y gime,
y sólo a costa de la inútil vida
de sus perpetuos votos se redime.
 
   ¡Cayó en el campo del honor! La herida
anticipó su fin; pero él llevaba
la muerte en sus entrañas escondida.
 
   ¡Ay! ¿En qué corazón, rugiente y brava,
no estalla, en horas de incurable duelo,
la rebelión de la materia esclava?
 
   ¿A quién, alguna vez, con hondo anhelo
la sed de lo imposible no le acosa?
¿Quién no ha soñado en escalar el cielo?
***
   Surge después la imagen luminosa
del arquitecto Alfonso, que en su extrema
y ciega ancianidad, aún no reposa (12).
 
   Le designó la voluntad suprema
para labrar maravilloso templo,
y es forzoso que acabe su poema.
 
   De su viril constancia ante el ejemplo,
¡con cuánta angustia de la Edad presente,
la vergonzosa indecisión contemplo!
 
   Incrédula, dudosa, indiferente,
lidia sin fe, sin convicción se agita,
y no acierta a explicarse lo que siente.
 
   Ya con sordo fragor se precipita,
como el alud del monte, ya asustada
los hierros del esclavo solicita.
 
   Sigue rebelde o sierva su jornada,
y más que al ruego, al látigo obedece
¡ay! cuando no vencida, fatigada.
***
   Ante esa sociedad que desfallece,
del inspirado artista la figura
¡cuán excelsa a mis ojos resplandece!
 
   Lleno de genio, edificar procura
alta y extensa bóveda, que sea
terror y pasmo de la Edad futura.
 
   Acariciando su arriesgada idea,
cual padre cariñoso, con tranquila
majestad se consagra a su tarea.
 
   El pueblo se estremece y horripila
al comprender su temerario empeño,
y él mismo alguna vez duda y vacila.
 
   -¿No pudiera, en verdad, ser el diseño
de la atrevida y portentosa nave
la irrealizable concepción de un sueño?
 
   ¿Acierta? ¿Se equivoca? ¡Quién lo sabe!-
Todos son juicios, cálculos y asombros.
Pero él decide, resignado y grave,
 
   enterrar su vergüenza en los escombros
y si decreta Dios la infausta ruina,
recibirla impertérrito en sus hombros.
 
   ¡Dichoso ciego a quien la fe ilumina!
Su ardor redobla en la animosa empresa,
y la admirable fábrica termina.
 
   Derríbase, por fin, la selva espesa
de cimbras y pilares, y el espanto
es en todos mayor que la sorpresa.
 
   Quedó desierto el templo sacrosanto,
y el noble viejo en éxtasis divino,
con sus ojos sin luz, mas no sin llanto
 
   solo, abstinente, orando de contino,
vivió esperando hasta el tercero día
la catástrofe horrenda que no vino.
 
   Y la imponente nave todavía,
inmóvil cual granítica montaña,
el furor de los siglos desafía.
***
   ¡Oh anciano ilustre, tu sublime hazaña,
de la dura labor a que se entrega
nuestra razón, el simbolismo entraña!
 
   Aunque cansada del trabajo y ciega,
obediente a las leyes que la rigen,
sin cesar edifica, y no sosiega.
 
   Dóciles a su voz desde su origen,
los pueblos con ruidosa incertidumbre
el monumento de su gloria erigen.
 
   Teme a veces la ignara muchedumbre
que la nave espaciosa venga al suelo,
vencida de su inmensa pesadumbre;
 
   mas la razón serena y sin recelo
sabe bien que en sus ejes de diamante
segura está la bóveda del cielo.
 
   No caerá, no, porque el varón constante
deseche el miedo, y con afán profundo
en las alas de la ciencia se levante.
 
   ¡Ah! si hubiese cedido al infecundo
pavor que nuestras almas encadena,
Colón no hubiera descubierto un mundo.
***
   La duda nuestros ímpetus refrena,
abre anchuroso cauce al egoísmo,
y sólo funda en movediza arena.
 
   ¡Pero no es fácil resistir! Yo mismo,
que deploro su mal, mis horas paso
incierto entre los cielos y el abismo.
 
   Herido a un tiempo por el brillo escaso
de un moribundo sol, que lentamente
va cayendo en las sombras del Ocaso,
 
   y por la tibia aurora que en Oriente
empieza a despuntar, también vacilo,
y apenas sé dónde posar mi frente.
 
   ¡Ay! ¿Quién puede, con ánimo tranquilo,
dar la triste y postrera despedida
al dulce hogar que le sirvió de asilo?
 
   ¡Mas, basta ya de indecisión! La vida
se engrandece al calor de otras ideas
que nos muestran la tierra prometida,
 
   y en ciudades, y en campos, y en aldeas
resuena el coro universal que canta
a la naciente luz: «¡Bendita seas!
 
   »Tu fulgor, que los orbes abrillanta,
sólo a la negra noche, engendradora
de monstruos y de crímenes, espanta».
***
   ¡Quién pudiera a los rayos de esa aurora
los seres convocar que de Herculano
forjó la fantasía soñadora!
 
   Pero no abrigo el pensamiento vano
de animar las figuras colosales
que con diestro cincel labró su mano.
 
   Las místicas angustias, las mortales
ansias, los rencorosos extravíos,
que él presenta patéticos y reales,
 
   rebasarían de los versos míos,
si en ellos contenerlos intentara,
cual de sus cauces los hinchados ríos.
***
   Mas no tan sólo en la región que avara
las ficciones y fábulas encierra,
se abrió camino su razón preclara.
 
   Como rayo de sol que se soterra
por ocultos resquicios, e ilumina
los recónditos senos de la tierra,
 
   el negro cráter, la profunda mina
y la gruta de abrojos resguardada
que conoce no más fiera dañina,
 
   así del vate la sagaz mirada
penetró, fulgurando, en los obscuros
y hondos abismos de la Edad pasada.
 
   Y descifrando en los ciclópeos muros
de tan lóbregos antros, los inciertos
signos para allegar datos seguros,
 
   buscaba en los sepulcros entreabiertos
de los tiempos antiguos, la memoria
casi perdida de los siglos muertos.
 
   Si cuando atormentado por la gloria,
con animoso espíritu escribía
del pueblo portugués la épica historia,
 
   la fanática y torpe hipocresía,
medrosa de la luz, no hubiese roto
su pluma de oro, en que irradiaba el día;
 
   si en medio del frenético alboroto
de envidiosas calumnias, él no hubiera
hecho de enmudecer solemne voto;
 
   el monumento que con fe sincera
quiso alzar a la patria su erudito
y vasto ingenio, perdurable fuera.
 
   Fuera como esas moles de granito
que pueblos gigantes que no existen,
sus ya ignorados fastos han escrito.
 
   ¿Do sus glorias están? ¿En qué consisten?
¿Qué resta de ellos en el mundo? Nada:
las pirámides sólo, que aún resisten.
***
   Esa Historia, entre tantas celebrada,
del egregio Herculano obra maestra,
¡ay! quedará por siempre inacabada.
 
   Pero tan raras perfecciones muestra,
que es, y será en los siglos venideros
gloria de Portugal... ¡y también nuestra!
 
   ¿Por ventura los débiles linderos
que la discordia entre nosotros puso,
han roto nuestros vínculos primeros?
 
   Hermanos son el español y el luso,
un mismo origen su destino enlaza,
y Dios la misma cuna los dispuso.
 
   Mas aunque fuesen de enemiga raza,
la generosa tierra en que han crecido
con maternal orgullo los abraza.
 
   ¿A quién importa el rumbo que han seguido?
Dos águilas serán de opuesta zona,
que en el mismo peñón hacen su nido.
 
   Ese sol que los sirve de corona,
con torrentes de luz sus campos baña
y sus frutos idénticos sazona.
 
   Juntos pueblan los términos de España,
y parten ambos con igual derecho
el mar, el río, el llano y la montaña.
 
   Cuando algún invasor, hallando estrecho
el mundo a su ambición, con ellos cierra,
la misma espada los traspasa el pecho.
 
   El mismo hogar defienden en la guerra,
el mismo sentimiento los inspira,
cúbrelos al morir la misma tierra,
 
   y tan unidos la razón los mira,
como los fuertes dedos de una mano
y las cuerdas vibrantes de una lira.
 
   ¡Ay! cuando luchan con rencor tirano,
pregunta Dios al vencedor impío:
«¡Caín, Caín, qué hiciste de tu hermano!»
 
   Juntos mostraron su indomable brío
en lid reñida, infatigable y fiera,
contra un poder despótico y sombrío.
 
   Y juntos alzarán, cuando Dios quiera
poner fin a su mutua desventura
una patria, una ley y una bandera.
***
   Por eso ante la humilde sepultura
que guarda al más insigne de tus hijos,
España ¡oh Portugal! su llanto apura,
 
   y en ti sus nobles pensamientos fijos,
acude ansiosa a consolar tus penas;
pero no a compartir tus regocijos.
 
   Podrá el recelo ruin, si no le enfrenas,
hacer que el odio entre nosotros cunda,
y no luzcan jamás horas serenas;
 
   podrá impedir nuestra unidad fecunda;
mas no evitar que de mi patria el llanto
con el que tú derrames se confunda.
¡No lo conseguirá! ¡No puede tanto!
Diciembre de 1877.

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