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Cuando recuerdo la piedad sincera |
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con que en mi edad primera |
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entraba en nuestras viejas catedrales, |
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donde postrado ante la cruz de hinojos |
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alzaba a Dios mis ojos, |
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soñando en las venturas celestiales; |
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hoy que mi frente atónito golpeo, |
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y con febril deseo |
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busco los restos de mi fe perdida, |
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por hallarla otra vez, radiante y bella |
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como en la edad aquella, |
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¡desgraciado de mí! diera la vida. |
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¡Con qué cándido amor, niño inocente, |
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prosternaba mi frente |
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en las losas del templo sacrosanto! |
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Llenábase mi joven fantasía |
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de luz, de poesía, |
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de mudo asombro, de terrible espanto. |
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Aquellas altas bóvedas que al cielo |
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levantaban mi anhelo; |
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aquella majestad solemne y grave; |
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aquel pausado canto, parecido |
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a un doliente gemido, |
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que retumbaba en la espaciosa nave; |
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las marmóreas y austeras esculturas |
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de antiguas sepulturas, |
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aspiración del arte a lo infinito; |
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la luz que por los vidrios de colores |
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sus tibios resplandores |
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quebraba en los pilares de granito, |
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haces de donde en curva fugitiva, |
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para formar la ojiva |
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cada ramal subiendo se separa, |
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cual del rumor de multitud que ruega, |
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cuando a los cielos llega, |
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surge cada oración distinta y clara; |
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en el gótico altar inmoble y fijo |
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el santo Crucifijo, |
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que extiende sin vigor sus brazos yertos, |
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siempre en la sorda lucha de la vida, |
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tan áspera y reñida |
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para el dolor y la humildad abiertos; |
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el místico clamor de la campana |
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que sobre el alma humana |
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de las caladas torres se despeña, |
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y anuncia y lleva en sus aladas notas |
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mil promesas ignotas |
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al triste corazón que sufre y sueña; |
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todo elevaba mi ánimo intranquilo |
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a más sereno asilo, |
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religión, arte, soledad, misterio... |
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todo en el templo secular hacía |
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vibrar el alma mía, |
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como vibran las cuerdas de un salterio. |
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Y a esta voz interior que sólo entiende |
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quien crédulo se enciende |
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en fervoroso y celestial cariño, |
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envuelta en sus flotantes vestiduras |
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volaba a las alturas, |
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virgen sin mancha, mi oración de niño. |
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Su rauda, viva y luminosa huella |
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como fugaz centella |
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traspasaba el espacio, y ante el puro |
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resplandor de sus alas de querube, |
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rasgábase la nube |
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que me ocultaba el inmortal seguro. |
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¡Oh anhelo de esta vida transitoria! |
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¡Oh perdurable gloria! |
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¡Oh sed inextinguible del deseo! |
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¡Oh cielo, que antes para mí tenías |
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fulgores y armonías, |
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y hoy tan obscuro y desolado veo! |
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Ya no templas mis íntimos pesares, |
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ya al pie de tus altares |
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como en mis años de candor no acudo. |
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Para llegar a ti perdí el camino, |
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y errante peregrino |
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entre tinieblas desespero y dudo. |
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Voy espantado sin saber por dónde; |
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grito, y nadie responde |
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a mi angustiada voz; alzo los ojos |
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y a penetrar la lobreguez no alcanzo; |
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medrosamente avanzo, |
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y me hieren el alma los abrojos. |
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Hijo del siglo, en vano me resisto |
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a su impiedad ¡oh Cristo! |
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Su grandeza satánica me oprime. |
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Siglo de maravillas y de asombros, |
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levanta sobre escombros |
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un Dios sin esperanza, un Dios que gime, |
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¡y ese Dios, no eres tú! No tu serena |
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faz, de consuelos llena, |
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alumbra y guía nuestro incierto paso. |
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Es otro Dios incógnito y sombrío: |
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su cielo es el vacío, |
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sacerdote el Error, ley el Acaso. |
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¡Ay! No recuerda el ánimo suspenso |
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un siglo más inmenso, |
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más rebelde a tu voz, más atrevido: |
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entre nubes de fuego alza su frente, |
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como Luzbel, potente; |
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pero también, como Luzbel, caído. |
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A medida que marcha y que investiga, |
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es mayor su fatiga, |
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es su noche más honda y más obscura, |
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y pasma, al ver lo que padece y sabe, |
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cómo en su seno cabe |
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tanta grandeza y tanta desventura. |
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Como la nave sin timón y rota, |
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que el ronco mar azota, |
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incendia el rayo y la borrasca mece |
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en piélago ignorado y proceloso, |
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nuestro siglo-coloso |
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con la luz que le abrasa resplandece. |
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¡Y está la playa mística tan lejos!... |
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a los tristes reflejos |
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del sol poniente se colora y brilla. |
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El huracán arrecia, el bajel arde, |
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y es tarde, es ¡ay! muy tarde |
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para alcanzar la sosegada orilla. |
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¿Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin freno, |
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a todo yugo ajeno, |
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que al impulso del vértigo se entrega, |
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y al través de intrincadas espesuras, |
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desbocado y a obscuras |
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avanza sin cesar y nunca llega. |
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¡Llegar! ¿Adónde?... El pensamiento humano |
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en vano lucha, en vano |
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su ley oculta y misteriosa infringe. |
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En la lumbre del sol sus alas quema, |
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y no aclara el problema, |
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ni penetra el enigma de la Esfinge. |
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¡Sálvanos, Cristo, sálvanos, si es cierto |
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que tu poder no ha muerto! |
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Salva a esta sociedad desventurada, |
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que bajo el peso de su orgullo mismo |
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rueda al profundo abismo, |
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acaso más enferma que culpada. |
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La ciencia audaz, cuando de ti se aleja, |
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en nuestras almas deja |
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el germen de recónditos dolores, |
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como al tender el vuelo hacia la altura, |
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deja su larva impura |
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el insecto en el cáliz de las flores. |
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Si en esta confusión honda y sombría |
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es, Señor, todavía |
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raudal de vida tu palabra santa, |
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di a nuestra fe desalentada y yerta |
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«¡Anímate y despierta! |
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-como dijiste a Lázaro- ¡Levanta!» |
30 de junio de 1874. |
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¿A dónde vas, blandiendo enardecido |
|
esa antorcha fatal? |
DEMAGOGO |
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Corro a la lucha. |
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¡Ay! el ronco y frenético alarido |
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que amedrentada tu conciencia escucha, |
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es la voz de la plebe que se agita |
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y me llama a la lid... |
BURGUÉS |
|
¡Terrible acento |
|
en donde el odio universal palpita! |
DEMAGOGO |
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Di, más bien, el humano sufrimiento. |
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Di, más bien, el dolor acumulado |
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por largos años de opresión, que estalla, |
|
y como el hondo mar alborotado |
|
no reconoce a sus furores valla. |
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Esa masa viviente es el compendio |
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del infortunio y la miseria... |
BURGUÉS |
|
¡Oh, calla! |
DEMAGOGO |
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El populacho vil, la ruin canalla, |
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el Cristo expuesto a duro vilipendio |
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de siglo en siglo os llama a la pelea, |
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y por el mundo atónito pasea |
|
su igualadora cólera: el incendio. |
BURGUÉS |
|
En el nombre de Dios te cierro el paso. |
DEMAGOGO |
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¿En el nombre de Dios?... ¿Existe acaso? |
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Aparta, o con la punta de mi daga |
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ancho camino me abriré. ¿Y se atreve |
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tu voz sumisa, que el terror apaga, |
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a invocar ese nombre? No: no cedo. |
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Dios es vana invención, Dios es el miedo |
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que sujeta las iras de la plebe. |
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Rota está la cadena. ¡La habéis roto! |
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Vuestra burla sacrílega y aleve |
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hizo pedazos el fraterno voto |
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que ennoblecía el corazón humano. |
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¡Ya nuestra queja se trocó en rugido! |
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¿Sin el temor de Dios vive el tirano |
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y queréis que le sienta el oprimido? |
BURGUÉS |
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¡Calla, insensato, calla! |
DEMAGOGO |
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Si mis labios |
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ofenden tu pudor, hieren tu oído, |
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no me culpes a mí, culpa a tus sabios, |
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que del error apóstoles han sido. |
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¿Imagináis quizás que entre los muros |
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de los liceos, aulas y academias, |
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mueren como un rumor vuestros impuros |
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alardes, vuestras cínicas blasfemias? |
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El verbo humano, como el sol, inunda |
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de luz, hasta los antros más obscuros, |
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y en el fango los gérmenes fecunda. |
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Las alas de la voz toma la idea: |
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halla el espacio a su altivez estrecho, |
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y encarna, alienta, se transforma en hecho |
|
al surgir del cerebro que la crea. |
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Y yo, que sólo para odiaros vivo, |
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soy el hecho feroz y vengativo, |
|
brutal engendro de la ciencia atea. |
BURGUÉS |
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Recobra tu razón. ¿Dónde, iracundo, |
|
pretendes ir? El vértigo te arrastra; |
|
París, cabeza y corazón del mundo, |
|
tiembla de espanto en su soberbio trono. |
|
¡Es tu madre! |
DEMAGOGO |
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¡Mentira! Es mi madrastra, |
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y acrecientan sus crímenes mi encono. |
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¡París, París! Impúdica sirena, |
|
monstruo de iniquidad, que en áurea copa |
|
de vil deleite hasta los bordes llena, |
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brindas tu inmensa corrupción a Europa. |
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¿Habrá quizás costumbre disoluta, |
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lúbrico anhelo, crapulosa orgía |
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que ignores tú, malvada prostituta, |
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más codiciosa y torpe cada día? |
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A la margen sentada del camino, |
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con faz lasciva y desenvuelto pecho, |
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ofreces al cansado peregrino |
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en tu ardiente regazo inmundo lecho. |
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Y en él duerme las horas sin medida |
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del ocio y del placer, y allí envilece |
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los más santos afectos de la vida, |
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el sentimiento del deber olvida |
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y en rápidos instantes envejece. |
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¿Qué has hecho tú de la conciencia humana? |
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¿Qué fibra has respetado? ¿Qué pureza |
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ha resistido a tu atracción tirana? |
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¿Dónde acaba tu infamia? ¿Dónde empieza? |
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Al calor de tus locos devaneos, |
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bajo el goce bestial que los hostiga, |
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van en ti, como indómita cuadriga, |
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sueltos y desbocados los deseos. |
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Templos, circos, palacios, coliseos, |
|
aras son, que erigiste a la Materia, |
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tu dios y el mío, y despreciable en todo, |
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en abismos de horror y de miseria |
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fabricas sus imágenes de lodo. |
|
Infecto lodo, que de ti recibe |
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la forma de mujer encantadora, |
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que en tus dorados lupanares vive |
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y tus incautas víctimas devora; |
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que el más helado corazón inflama |
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y con brazos de fuego le encadena, |
|
porque es su cuerpo de fundente llama, |
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su risa de ángel, su intención de hiena. |
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Todo se agita y se revuelve en torno |
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de esa deidad abominable, impura: |
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la moda, esclava complaciente, apura |
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los torpes incentivos del adorno, |
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la industria sus caprichos, la pintura |
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sus colores, sus fúlgidos destellos |
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la rica y avarienta orfebrería, |
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que concentra la luz en los cabellos |
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y el albo seno de la diosa impía. |
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El arte, como viejo descreído |
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a quien el ansia de gozar ofusca, |
|
a tus plantas postrado sólo busca |
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el halago grosero del sentido. |
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Y el noble coro de las Nueve Hermanas, |
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con ardiente y frenético arrebato |
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al pie del ara sin descanso gira. |
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Terpsícore desnuda a las livianas |
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danzas se entrega: desgreñada Erato |
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entrelaza de pámpanos su lira; |
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mancha Talía la ruidosa escena |
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con la farsa sacrílega y obscena, |
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y ennegreciendo su inmortal destino |
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Euterpe licenciosa, con garganta |
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seca y enronquecida por el vino, |
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báquicos himnos al desorden canta. |
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Muerta está la virtud, el honor muerto, |
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y es difícil hallar en el naufragio |
|
tabla de salvación y amigo puerto; |
|
que todo con sus olas lo han cubierto |
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la lujuria, el escándalo y el agio. |
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Vencida por tus ciegos apetitos, |
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¡adúltera ciudad! ¡vaso de horrores! |
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no has escuchado los tremendos gritos |
|
de los odios, venganzas y rencores, |
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que en la noche sin fin de tus placeres |
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la insaciable codicia aglomeraba. |
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Cegó tus ojos engañosa nube, |
|
y hoy, del abismo a devorarte sube, |
|
tu propio cieno convertido en lava. |
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¡No tuviste piedad y no la esperes! |
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¡Ya tu grandeza vergonzosa acaba, |
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pudridero del mundo! |
BURGUÉS |
|
¿Qué más quieres? |
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Deja que la oración reparadora |
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restaure su virtud si te horroriza |
|
la triste enormidad de sus pecados. |
DEMAGOGO |
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Si es que sabe rezar, rece en buen hora. |
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Mas que humille su frente en la ceniza |
|
de sus ricos alcázares quemados. |
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¡Yo no sé perdonar! |
BURGUÉS |
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Pero ¿qué dices, |
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aborto de impiedad, Caín eterno, |
|
árbol de maldición cuyas raíces |
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se pierden en las sombras del infierno? |
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Tú, plebe inculta, que la férrea mano |
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alzas contra la ley; tú, que exasperas |
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todas las iras del linaje humano; |
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tú, sierva imbécil de Nerón tirano; |
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tú, la más implacable de sus fieras, |
|
cuando en el ancho Circo recogías |
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el pan mojado en sangre generosa, |
|
y el brutal espectáculo aplaudías; |
|
tú, que en el trance memorable y triste |
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de nuestra redención, con pavorosa |
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maldad y corazón empedernido, |
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cuando a tu antojo disponer pudiste |
|
del justo y del culpado, preferiste |
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a la vida de Dios la de un bandido; |
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tú, que en todos los tiempos has vendido |
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tu libertad al déspota, tu diestra |
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al crimen, tu razón a la mentira, |
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incitadora de Marat, maestra |
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de Robespierre, horror de quien te mira; |
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¡tú transformada en juez! ¿Con qué derecho? |
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¿Con qué razón? |
DEMAGOGO |
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Con la razón del hecho. |
BURGUÉS |
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El orgullo te ciega. ¿Qué has logrado, |
|
ni qué podrás lograr? Surco profundo |
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abre en la tierra el hierro del arado; |
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pero nada produce, nada crea |
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si falta la semilla. Es infecundo. |
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¿Qué semilla es la tuya? ¿Con qué idea |
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piensas regir y dominar el mundo? |
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¿Qué nueva y santa religión proclamas? |
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¿Qué salvadora aspiración? ¿Qué quieres? |
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De Dios reniegas, su justicia infamas, |
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intentas convertir nuestras mujeres |
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en hembras viles, quebrantando el lazo |
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que la pasión con el deber concilia, |
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que dignifica el conyugal abrazo |
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y consagra el hogar de la familia. |
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Odias la autoridad, odias el freno |
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social, odias la paz, y avaricioso |
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pones los ojos en el bien ajeno, |
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que juzgas propio en tu soberbia insana: |
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la bestia es tu ideal ignominioso, |
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y en la sorda explosión de tu perfidia |
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quieres pasar sobre la raza humana |
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el nivel vengativo de tu envidia. |
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¿Cómo podré negar que la gangrena |
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nos roe el corazón? ¿Que sube y crece |
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la letal podredumbre, y envenena |
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el aire, y las conciencias ennegrece, |
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y nuestras almas débiles estraga? |
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¿Quién no ve con terror el precipicio? |
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Pero nosotros a la inmunda llaga |
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llamamos llaga inmunda, y vicio al vicio. |
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¡Aún tenemos pudor! Y aunque condenes |
|
nuestra depravación, tú no le tienes. |
|
Guardamos, llenos de dolor, oculto |
|
el canceroso mal dentro del pecho. |
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Tú le eriges altar, le rindes culto |
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y le llamas ¡oh bárbaro! Derecho. |
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¡No pretendas vencer! Sangrienta guerra |
|
tus cadenas rompió, y alborotado |
|
haces crujir los ejes de la tierra; |
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pero otra vez a tu cubil, atado |
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te volverá la indignación humana. |
DEMAGOGO |
|
No podrá. |
BURGUÉS |
|
¡Los instantes son supremos! |
DEMAGOGO |
|
Soy tu señor; ¡humíllate! |
BURGUÉS |
|
Mañana |
|
aplastaré tu frente. |
DEMAGOGO |
|
¡Lo veremos! |
BURGUÉS |
|
Para lanzarte en el profundo abismo... |
DEMAGOGO |
|
Para romper tu insoportable yugo |
|
yo tengo mi rencor... |
BURGUÉS |
|
Yo mi egoísmo. |
DEMAGOGO |
|
Yo el incendio voraz. |
BURGUÉS |
|
Y yo el verdugo. |
EL POETA |
|
¡Error, error! Ni el egoísmo ciego, |
|
ni el odio, ni el verdugo, ni la llama |
|
podrán domar el concentrado fuego |
|
que vuestros fieros ánimos inflama. |
|
|
Y será más terrible y más sombría |
|
la espantosa tragedia, si en la lucha, |
|
la ronca voz de la venganza impía |
|
vuestra loca pasión tan solo escucha. |
|
|
¡Oh! santa Caridad, hija del cielo, |
|
hermana del dolor, virtud sublime, |
|
que el bálsamo divino del consuelo |
|
ofreces ¡ay! al corazón que gime; |
|
|
y tú, Resignación, tú, fortaleza |
|
del desgraciado, que en sus tristes horas |
|
levanta con orgullo la cabeza, |
|
si lle prestas valor y con él lloras; |
|
|
devolved a las almas el reposo, |
|
y en medio de este piélago alterado, |
|
amansa ¡oh Caridad! al poderoso, |
|
templa ¡oh Resignación! al desdichado. |
París 18 de julio de 1873. |
|
Si es cierto que la pena compartida |
|
llega a calmarse, porque el llanto ajeno |
|
es para el triste bálsamo de vida; |
|
|
si es verdad ¡ay! que el afligido seno, |
|
cuando piedad encuentra y blando abrigo, |
|
más reposado late y más sereno; |
|
|
permite ¡oh Portugal! que un pueblo amigo, |
|
ante la humilde tumba de Herculano, |
|
mostrándote su amor, llore contigo. |
*** |
|
¡Ya no existe el poeta! Pero en vano |
|
querrá la muerte arrebatar la gloria |
|
del más insigne genio lusitano. |
|
|
Él con su ciencia engrandeció la Historia, |
|
él exaltó la santa poesía, |
|
y él impondrá a los siglos su memoria. |
|
|
Cantor de vigorosa fantasía, |
|
pulsó inspirado el Arpa del Creyente |
|
y amó la libertad. ¡Quién no ama el día! |
|
|
No dobló al yugo del temor su frente, |
|
ni la lisonja vil manchó su labio, |
|
ni abatió al débil, ni ensalzó al potente. |
|
|
De la austera verdad en desagravio, |
|
se opuso a la invasión de la mentira |
|
con fe de artista y convicción de sabio. |
|
|
Enérgico y tenaz, pero sin ira, |
|
combatió en pro de su fecunda idea |
|
con la voz, con la espada y con la lira. |
|
|
Harto ya de luchar, buscó en la aldea |
|
la dulce calma, el apacible encanto |
|
que perdió en el fragor de la pelea, |
|
|
y hoy en rústico y pobre camposanto |
|
sus restos guarda honrada sepultura, |
|
que el pueblo portugués riega con llanto. |
*** |
|
¡Feliz el alma que al romper su obscura |
|
cárcel, de eterno lauro coronada, |
|
vuelve al seno de Dios intacta y pura! |
|
|
ejemplo sea nuestra Edad menguada, |
|
en que más de un ingenio peregrino |
|
en el fango del mundo se degrada, |
|
|
y contrariando su inmortal destino, |
|
como ramera sin pudor, ofrece |
|
al éxito brutal su estro divino. |
|
|
¡Ah! grande podrá ser, mas no merece |
|
loa ni encomio el pensamiento humano |
|
que se humilla, y se arrastra, y se envilece. |
|
|
¿Quién al águila audaz, que el soberano |
|
vuelo remonta, comparar podría |
|
con el reptil inmundo del pantano? |
*** |
|
¡Oh religión del arte! ¡Oh Poesía! |
|
¡Comunión de las almas cuando llevas |
|
la paz, el bien y la razón por guía! |
|
|
¡Cuando contra la infamia te sublevas, |
|
y con no usada majestad, el vuelo |
|
hasta el principio de la luz elevas! |
|
|
Pliega tus alas en señal de duelo, |
|
y ante esa pobre tumba deposita |
|
tu más preciada flor: ¡la fe en el cielo! |
|
|
Rinde esa flor, que nunca se marchita, |
|
¡ay! a quien solo, sí, mas no olvidado, |
|
duerme a la sombra de la cruz bendita. |
|
|
A quien fue por tu numen exaltado, |
|
de rica inspiración raudal fecundo |
|
y tu apóstol al par que tu soldado. |
|
|
Rompe el silencio lóbrego y profundo |
|
que cubre el polvo desligado y frío |
|
del que llevaba en su cerebro un mundo. |
|
|
¡Ay! ya ese mundo estéril y sombrío |
|
no animarán los sueños de la vida: |
|
¡ya no le animarán! ¡Está vacío! |
|
|
Alas bastan a su fama esclarecida |
|
las altas creaciones del poeta, |
|
do su gran alma nos dejó esculpida. |
*** |
|
¡Cuán bien nos pinta la inquietud secreta |
|
del sacerdote que consigo mismo |
|
combate sin cesar como un atleta! (11); |
|
|
¡que ama y lucha a la vez con heroísmo, |
|
y ve rodar sin gloria ni esperanza |
|
su patria y su virtud hacia el abismo! |
|
|
Cuando esparciendo el odio y la matanza, |
|
la morisma feroz salva el Estrecho |
|
y cual torrente incontrastable avanza |
|
|
ante el imperio gótico deshecho, |
|
la pasión insensata que le oprime, |
|
con sacrílego ardor le abrasa el pecho. |
|
|
Y llora, y tiembla, y se retuerce, y gime, |
|
y sólo a costa de la inútil vida |
|
de sus perpetuos votos se redime. |
|
|
¡Cayó en el campo del honor! La herida |
|
anticipó su fin; pero él llevaba |
|
la muerte en sus entrañas escondida. |
|
|
¡Ay! ¿En qué corazón, rugiente y brava, |
|
no estalla, en horas de incurable duelo, |
|
la rebelión de la materia esclava? |
|
|
¿A quién, alguna vez, con hondo anhelo |
|
la sed de lo imposible no le acosa? |
|
¿Quién no ha soñado en escalar el cielo? |
*** |
|
Surge después la imagen luminosa |
|
del arquitecto Alfonso, que en su extrema |
|
y ciega ancianidad, aún no reposa (12). |
|
|
Le designó la voluntad suprema |
|
para labrar maravilloso templo, |
|
y es forzoso que acabe su poema. |
|
|
De su viril constancia ante el ejemplo, |
|
¡con cuánta angustia de la Edad presente, |
|
la vergonzosa indecisión contemplo! |
|
|
Incrédula, dudosa, indiferente, |
|
lidia sin fe, sin convicción se agita, |
|
y no acierta a explicarse lo que siente. |
|
|
Ya con sordo fragor se precipita, |
|
como el alud del monte, ya asustada |
|
los hierros del esclavo solicita. |
|
|
Sigue rebelde o sierva su jornada, |
|
y más que al ruego, al látigo obedece |
|
¡ay! cuando no vencida, fatigada. |
*** |
|
Ante esa sociedad que desfallece, |
|
del inspirado artista la figura |
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¡cuán excelsa a mis ojos resplandece! |
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Lleno de genio, edificar procura |
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alta y extensa bóveda, que sea |
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terror y pasmo de la Edad futura. |
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Acariciando su arriesgada idea, |
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cual padre cariñoso, con tranquila |
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majestad se consagra a su tarea. |
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El pueblo se estremece y horripila |
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al comprender su temerario empeño, |
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y él mismo alguna vez duda y vacila. |
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-¿No pudiera, en verdad, ser el diseño |
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de la atrevida y portentosa nave |
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la irrealizable concepción de un sueño? |
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¿Acierta? ¿Se equivoca? ¡Quién lo sabe!- |
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Todos son juicios, cálculos y asombros. |
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Pero él decide, resignado y grave, |
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enterrar su vergüenza en los escombros |
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y si decreta Dios la infausta ruina, |
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recibirla impertérrito en sus hombros. |
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¡Dichoso ciego a quien la fe ilumina! |
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Su ardor redobla en la animosa empresa, |
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y la admirable fábrica termina. |
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Derríbase, por fin, la selva espesa |
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de cimbras y pilares, y el espanto |
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es en todos mayor que la sorpresa. |
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Quedó desierto el templo sacrosanto, |
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y el noble viejo en éxtasis divino, |
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con sus ojos sin luz, mas no sin llanto |
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solo, abstinente, orando de contino, |
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vivió esperando hasta el tercero día |
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la catástrofe horrenda que no vino. |
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Y la imponente nave todavía, |
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inmóvil cual granítica montaña, |
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el furor de los siglos desafía. |
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¡Oh anciano ilustre, tu sublime hazaña, |
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de la dura labor a que se entrega |
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nuestra razón, el simbolismo entraña! |
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Aunque cansada del trabajo y ciega, |
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obediente a las leyes que la rigen, |
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sin cesar edifica, y no sosiega. |
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Dóciles a su voz desde su origen, |
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los pueblos con ruidosa incertidumbre |
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el monumento de su gloria erigen. |
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Teme a veces la ignara muchedumbre |
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que la nave espaciosa venga al suelo, |
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vencida de su inmensa pesadumbre; |
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mas la razón serena y sin recelo |
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sabe bien que en sus ejes de diamante |
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segura está la bóveda del cielo. |
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No caerá, no, porque el varón constante |
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deseche el miedo, y con afán profundo |
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en las alas de la ciencia se levante. |
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¡Ah! si hubiese cedido al infecundo |
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pavor que nuestras almas encadena, |
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Colón no hubiera descubierto un mundo. |
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La duda nuestros ímpetus refrena, |
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abre anchuroso cauce al egoísmo, |
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y sólo funda en movediza arena. |
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¡Pero no es fácil resistir! Yo mismo, |
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que deploro su mal, mis horas paso |
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incierto entre los cielos y el abismo. |
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Herido a un tiempo por el brillo escaso |
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de un moribundo sol, que lentamente |
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va cayendo en las sombras del Ocaso, |
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y por la tibia aurora que en Oriente |
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empieza a despuntar, también vacilo, |
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y apenas sé dónde posar mi frente. |
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¡Ay! ¿Quién puede, con ánimo tranquilo, |
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dar la triste y postrera despedida |
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al dulce hogar que le sirvió de asilo? |
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¡Mas, basta ya de indecisión! La vida |
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se engrandece al calor de otras ideas |
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que nos muestran la tierra prometida, |
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y en ciudades, y en campos, y en aldeas |
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resuena el coro universal que canta |
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a la naciente luz: «¡Bendita seas! |
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»Tu fulgor, que los orbes abrillanta, |
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sólo a la negra noche, engendradora |
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de monstruos y de crímenes, espanta». |
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¡Quién pudiera a los rayos de esa aurora |
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los seres convocar que de Herculano |
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forjó la fantasía soñadora! |
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Pero no abrigo el pensamiento vano |
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de animar las figuras colosales |
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que con diestro cincel labró su mano. |
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Las místicas angustias, las mortales |
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ansias, los rencorosos extravíos, |
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que él presenta patéticos y reales, |
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rebasarían de los versos míos, |
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si en ellos contenerlos intentara, |
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cual de sus cauces los hinchados ríos. |
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Mas no tan sólo en la región que avara |
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las ficciones y fábulas encierra, |
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se abrió camino su razón preclara. |
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Como rayo de sol que se soterra |
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por ocultos resquicios, e ilumina |
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los recónditos senos de la tierra, |
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el negro cráter, la profunda mina |
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y la gruta de abrojos resguardada |
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que conoce no más fiera dañina, |
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así del vate la sagaz mirada |
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penetró, fulgurando, en los obscuros |
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y hondos abismos de la Edad pasada. |
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Y descifrando en los ciclópeos muros |
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de tan lóbregos antros, los inciertos |
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signos para allegar datos seguros, |
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buscaba en los sepulcros entreabiertos |
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de los tiempos antiguos, la memoria |
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casi perdida de los siglos muertos. |
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Si cuando atormentado por la gloria, |
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con animoso espíritu escribía |
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del pueblo portugués la épica historia, |
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la fanática y torpe hipocresía, |
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medrosa de la luz, no hubiese roto |
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su pluma de oro, en que irradiaba el día; |
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si en medio del frenético alboroto |
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de envidiosas calumnias, él no hubiera |
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hecho de enmudecer solemne voto; |
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el monumento que con fe sincera |
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quiso alzar a la patria su erudito |
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y vasto ingenio, perdurable fuera. |
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Fuera como esas moles de granito |
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que pueblos gigantes que no existen, |
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sus ya ignorados fastos han escrito. |
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¿Do sus glorias están? ¿En qué consisten? |
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¿Qué resta de ellos en el mundo? Nada: |
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las pirámides sólo, que aún resisten. |
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Esa Historia, entre tantas celebrada, |
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del egregio Herculano obra maestra, |
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¡ay! quedará por siempre inacabada. |
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Pero tan raras perfecciones muestra, |
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que es, y será en los siglos venideros |
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gloria de Portugal... ¡y también nuestra! |
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¿Por ventura los débiles linderos |
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que la discordia entre nosotros puso, |
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han roto nuestros vínculos primeros? |
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Hermanos son el español y el luso, |
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un mismo origen su destino enlaza, |
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y Dios la misma cuna los dispuso. |
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Mas aunque fuesen de enemiga raza, |
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la generosa tierra en que han crecido |
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con maternal orgullo los abraza. |
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¿A quién importa el rumbo que han seguido? |
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Dos águilas serán de opuesta zona, |
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que en el mismo peñón hacen su nido. |
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Ese sol que los sirve de corona, |
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con torrentes de luz sus campos baña |
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y sus frutos idénticos sazona. |
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Juntos pueblan los términos de España, |
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y parten ambos con igual derecho |
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el mar, el río, el llano y la montaña. |
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Cuando algún invasor, hallando estrecho |
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el mundo a su ambición, con ellos cierra, |
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la misma espada los traspasa el pecho. |
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El mismo hogar defienden en la guerra, |
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el mismo sentimiento los inspira, |
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cúbrelos al morir la misma tierra, |
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y tan unidos la razón los mira, |
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como los fuertes dedos de una mano |
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y las cuerdas vibrantes de una lira. |
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¡Ay! cuando luchan con rencor tirano, |
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pregunta Dios al vencedor impío: |
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«¡Caín, Caín, qué hiciste de tu hermano!» |
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Juntos mostraron su indomable brío |
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en lid reñida, infatigable y fiera, |
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contra un poder despótico y sombrío. |
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Y juntos alzarán, cuando Dios quiera |
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poner fin a su mutua desventura |
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una patria, una ley y una bandera. |
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Por eso ante la humilde sepultura |
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que guarda al más insigne de tus hijos, |
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España ¡oh Portugal! su llanto apura, |
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y en ti sus nobles pensamientos fijos, |
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acude ansiosa a consolar tus penas; |
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pero no a compartir tus regocijos. |
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Podrá el recelo ruin, si no le enfrenas, |
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hacer que el odio entre nosotros cunda, |
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y no luzcan jamás horas serenas; |
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podrá impedir nuestra unidad fecunda; |
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mas no evitar que de mi patria el llanto |
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con el que tú derrames se confunda. |
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¡No lo conseguirá! ¡No puede tanto! |
Diciembre de 1877. |