Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Guillermo Tell

Friedrich Schiller



imagen




ArribaAbajoCuatro palabras del traductor

Ay autores cuyo ingenio admira, pero cuya personalidad privada no interesa. Diríase que existen en cada uno de ellos, dos seres distintos y con vida independiente y propia, el hombre y el escritor, sin que en ningún caso influyan en las obras de éste, ni el carácter, ni las impresiones, ni las vicisitudes de aquel. Otros hay por el contrario que no inspiran tan sólo admiración sino también cariño, porque pródigos de sus tesoros, naturales, espontáneos y sinceros, muestran al par la alteza de su ingenio y la hermosura de su alma. Para estos se guarda aquella curiosidad y veneración que despiertan en el ánimo los más insignificantes pormenores de su vida; estos son los que sugieren el deseo de conocerlos y tratarlos como amigos. Aun sin conocerlos nos parece haberles tratado. La lectura de sus obras suena en el oído como una confidencia íntima, y a través del tiempo que quizá los arrebató para siempre, a través de la distancia que los separa de nosotros, habla su voz en las mudas páginas del libro y nos acompaña en la soledad, nos consuela en la aflicción, nos eleva y engrandece con las más nobles emociones.

El insigne Schiller pertenece al número de estos escritores privilegiados; pues como siempre consagró su inspiración elevadísima a enaltecer con los hechizos de la poesía cuanto hay de noble y sublime, y al propio tiempo de esencial e inmutable en la naturaleza humana, nadie que sienta el valor de los más grandes afectos y pasiones dejará de estimarle hondamente, ni se hará fuerza en atribuirle las mismas cualidades que tanto enalteció. ¿Quién ha leído jamas sin enternecimiento y sin entusiasmo la célebre canción de la Campuna, quizá la mejor de la lírica moderna? Fúndense y armonízanse en ella profundos conceptos con imágenes vivas y pintorescas y delicados rasgos de exquisita sensibilidad; pero todavía sorprende más que tan brillantes dotes la aspiración generosa y humana que anima la composición entera, la honda simpatía que, siente el poeta por el hombre, y que le mueve a describir y embellecer lo que todos aman, a cantar con melancólico e inspirado acento nuestros destinos, y cuanto es causa de grandeza y bienestar moral.

Con esto queda indicado, a mi juicio, lo que hace estimable a Schiller, y también lo que caracteriza sus obras, principalmente las dramáticas. Moralista y filósofo, tal vez más que poeta, viendo en el teatro una institución social, consideró la misión del autor dramático como sacerdocio artístico. En el prólogo a su tragedia, La Desposada de Mesina, escribió: «No conozco vocación más elevada y grave que la que tiene por objeto regocijar a los hombres.» Para obedecer dignamente a ella, se propuso siempre en sus últimas obras hermanar la mayor belleza artística con la mayor belleza moral; consorcio pocas veces alcanzado sin que perdieran sus fueros una u otra. Schiller lo alcanzó porque la moral de sus obras, lejos de ser convencional, mezquina y negativa, atenta sólo a sofocar y reprimir, es positiva y vigorosa y dirigida a promover el ejercicio de las fuerzas del alma en la lucha de las nobles pasiones con las viles y rastreras, con las preocupaciones sociales, con los golpes de la suerte. Su musa es la musa de la dignidad y el libre albedrío. «El cristianismo en su forma más pura -escribía a Goethe -no es otra cosa que la belleza moral, la encarnación de lo santo y lo sagrado en la naturaleza humana, esto es, la única religión verdaderamente estética.» La estética de esta religión fue la que inspiró sus tragedias. Así basta observar que en ellas los caracteres juveniles suelen ser los más interesantes, pues la edad del entusiasmo, de la generosidad, del heroísmo y las ilusiones, le atrajo más que otra alguna, como que sus pasiones son las que más amó y sintió más hondamente. El soñador Marques de Posa que se sacrifica por la libertad de un pueblo y la dicha de un amigo, el fanático y apasionado Mortimer que da la vida por su reina, el heroico Max Piccolomini que no pudiendo sobrevivirá la deshonra corre al encuentro de la muerte en el campo de batalla, parecen otros tantos ejemplares de aquel tipo humano al cual infunde el autor el soplo de sus propias aspiraciones. En sus obras surge siempre lo patético como resultado de la lucha entre lo magnánimo y bueno, y la crueldad, la falsía, o la opresión. Lucha Carlos Moor en Los Bandidos con los vicios de una constitución social mezquina y estrecha; lucha el amor desinteresado y puro con las preocupaciones sociales en Luisa Miller; la aspiración generosa a la tolerancia y la libertad, con el receloso despotismo de Felipe II en D. Carlos; la inocencia y dignidad de María Estuardo con la envidia y la hipocresía de Isabel; y gime el pueblo de Guillermo Tell bajo la grosera tiranía de un señor orgulloso, y perece Wallenstein y con él la ambición fascinadora del talento y la fortuna, víctima de las intrigas y recelo de los suyos.

En la exhibición de tan hondos conflictos, no cabe mayor grandiosidad de la usada por Schiller. Sus dramas más que tales son poemas, pues no son tan sólo el hombre y sus particulares destinos el objeto de su inspiración, sino las sociedades y sus pasiones, siendo tan múltiples los elementos de que se vale el poeta y tan visible el esfuerzo de que concurran todos a la obra, que así parecen detenidamente estudiadas las figuras de primer término, como el vasto fondo del cuadro en que se mueven. No hay drama suyo que no enseñe tanto en orden a la vida de los pueblos, y a la poca de la acción, como en orden a los incidentes concretos de la misma. En la gran trilogía de Wallenstein y en Guillermo Tell, por ejemplo, todo un pueblo interviene como actor. La misma naturaleza concurre al efecto dramático en la última obra. No hay duda que parecen más comprensibles y poéticos las costumbres y móviles de aquella tribu de pastores, más sublime su actitud, más conmovedora su suerte, cuando se tienen a la vista los ventisqueros y las nevadas cimas de los Alpes. Muéstrasenos de tal modo el fondo del alma, que el autor no descuida el invisible influjo del hábito, el paisaje, las condiciones de la comarca. Esto en cuanto al conjunto, pues en cuanto al desenvolvimiento de la acción concreta, Schiller es maestro en el arte de preparar las situaciones, atar y desatar los hilos de la trama y presentar a los personajes bajo su verdadero punto de vista, aun antes de que salgan a la escena. Aunque a veces la acción se desarrolla con visible lentitud y el autor se concede tiempo y espacio de sobras, no son perdidos éstos para el espectador. Los dramas de Schiller, particularmente los de su última época, están compuestos con tal perfección, que no huelga en ellos una frase sola, y viéndolos se asiste a la vez al drama visible y al drama íntimo en el corazón de los personajes. Tal ocurre en María Estuardo, donde la rivalidad en la hermosura y el amor entre dos mujeres, alimenta en secreto la rivalidad política de dos reinas, sin que apenas se miente la primera y no por esto sea menos clara y resorte oculto de todo, aun de las menores palabras de los cortesanos; donde la perfidia e hipocresía de Isabel se trasluce siempre cuando mayor es su generosidad, sin necesidad de confidenciales declaraciones ni de inverosímiles apartes y largos monólogos (el único que hay en boca de Isabel se halla en las últimas escenas); donde la acción corre a su desenlace natural y fatalmente y cuando más parece alejarse de él; donde se logra inspirar la más profunda piedad por la víctima, al tiempo en que se manifiestan sus pasados crímenes, y según el preconcebido intento del autor, ésta aparece como un ser pasivo condenado a excitar toda suerte de afectos en torno suyo, y a ser causa de su propia pérdida con sus propios hechizos y virtudes; donde, en fin, figuran caracteres tan magistralmente trazados como el de lord Leicester, que es también de los que da a conocer claramente lo que calla por lo que dice. De Schiller se ha repetido que sus caracteres eran entidades metafísicas, encarnación de ideas abstractas; mas si este cargo puede parecer justo cuando se refiere a los de sus primeros dramas, acuden a la memoria como objeción a él los de las obras de la última época del autor; el que acabo de mentar, por ejemplo. Un carácter complejo como aquel, supone vivo conocimiento de la realidad, y raro vigor y exactitud en la copia, porque sin ellos no resaltarían de tal modo la pusilanimidad y astucia del palaciego, siempre vacilante, siempre atento a dominar sus pasiones temeroso de perder su fortuna, hábil en defender ante un soberano a su propio rival, afectando servirlo mejor cuando más se opone a sus secretos designios, y taimado hasta el punto de saber colocarse en situación ambigua para inclinarse del lado del que venciere y participar en todos los casos de la victoria, como recompensa debida a sus esfuerzos.

He pretendido resumir hasta aquí, con la mayor brevedad, cuanto caracteriza las tragedias de Schiller; mas no creo posible de igual modo dar idea de la intensidad de pasión que las anima. Este es el soplo vivificador de toda obra de arte que no puede ser descrito ni ponderado, si no es poniendo a la vista la misma obra, o algunos fragmentos; lo cual sería aquí inoportuno porque el lector va a volver la hoja, y a juzgar por sí mismo. No recibirá sin embargo la misma impresión del original; por varias y poderosas razones, bien fáciles de comprender por cierto, y de las cuales apuntaré una sola, y no la más importante, para terminar. El estilo de Schiller en sus tragedias es siempre noble y elevado como su fondo. Schiller gusta de usar cierta amplitud rozagante y pomposa en la expresión, de la que él mismo pretendía sincerarse considerándola la más propia para que reinara en el conjunto «cierta agradable tranquilidad aun en las más apasionadas situaciones.» Ponía en boca de sus gigantescos héroes lenguaje adecuado a su grandeza, el cual no recuerda ciertamente el enfático y convencional de los trágicos franceses, pero tampoco la grata crudeza de Shakespeare. Semejante estilo, en el original y en verso, es bellísimo; en la traducción y en prosa, puede parecer en ocasiones declamatorio. No digo esto para excusar mis faltas. El traductor sabe que no ha de reclamar para sí ninguna gloria, y se halla harto recompensado con el honor de repetir en nuevo idioma los penetrantes acentos de tan poderoso genio.

JOSÉ YXART.

imagen



PERSONAS
 

 
GERMAN GESZLER.   Lugarteniente del Emperador en Schwyz y Uri.
WERNER.   Barón de Attinghausen, señor feudal.
ULRICO DE RUDÉNZ.   Su sobrino.
WERNER STAUFFACHER.   Habitante de Schwyz.
CONRADO HUNN.   Habitante de Schwyz.
ITEL REDING.   Habitante de Schwyz.
JUAN AUF DE MAUER.   Habitante de Schwyz.
JORGE DE HOFE.   Habitante de Schwyz.
ULRICO DE SCHMID.   Habitante de Schwyz.
JOST DE WEILER.   Habitante de Schwyz.
WALTHER FURST.   Habitante de Uri.
GUILLERMO TELL.   Habitante de Uri.
ROESSELMANN.   Párroco. Habitante de Uri.
PETERMANN.   Sacristán. Habitante de Uri.
KUONI.   Pastor1. Habitante de Uri.
WERNI.   Cazador. Habitante de Uri.
RUODI.   Pescador. Habitante de Uri.
ARNOLDO DE MELCHTHAL.   Habitante de Unterwald.
CONRADO BAUMGARTEN.   Habitante de Unterwald.
MEIER DE SARNEN.   Habitante de Unterwald.
STRUTH DE WINKELRIED.   Habitante de Unterwald.
NICOLAS DE FLUE.   Habitante de Unterwald.
BURKHARDT DE BUHEL.   Habitante de Unterwald.
ARNOLDO DE SEWA.   Habitante de Unterwald.
PFEIFER DE LUCERNA.
KUNZ DE GERSAU.
JENNI.    Muchacho pescador.
SEPPI.   Muchacho pastor.
GERTRUDIS.   Mujer de Stauffacher.
HEDWIGIA.   Mujer de Tell, hija de Fürst.
BERTA DE BRUNECK.   Rica heredera.
ERMENGARDA.   Aldeana
MATILDE.   Aldeana
ISABEL.   Aldeana
HILDEGARDA.   Aldeana
WALTHER.   Hijo de Tell
GUILLERMO.   Hijo de Tell
FRIESHARDT.   Soldado.
LEUTHOLD.   Soldado
RODOLFO DE HARRÁS.   Escudero de Geszler.
JUAN EL PARRICIDA.   Duque de Suabia.
STUSSI.   Guarda.
El pregonero de Uri.
Un mensajero del Imperio.
Un cabo de vara.
Un cantero; oficiales y peones.
Un pregonero.
Religiosos.
Caballeros de Geszler y de Landenberg.
Aldeanos y aldeanas de los tres cantones.





ArribaAbajoActo I


Escena primera

 

Rocas escarpadas que ciñen el lago de los Cuatro -cantones, frente a Schwyz. El lago forma un golfo. Próxima a la orilla, una cabaña; en el lago, un muchacho pescador en su barca. En el fondo, verdes praderas, aldeas, alquerías de Schwyz, alumbradas por los rayos del sol. A la izquierda, se divisan los picos de las montañas coronadas de nubes; y a la derecha, a lo lejos, los ventisqueros. Antes de levantarse el telón, suena el canto pastoril que llaman Kuhreihen y el cencerreo de los rebaños, y continúan hasta poco después.

 

PESCADOR.-   (Canta en su barca, con la música del Kuhreihen.)  El lago sonríe; invita a bañarse. Dormía el niño, recostado en la verde orilla, oyó suave sonido, suave como el de la flauta, como la voz de los ángeles en el paraíso; cuando despierta gozoso, la onda baña su pecho, y una voz salida del fondo de las aguas, le dice: «¡Oh! niño mío, me perteneces; te sorprendo en brazos del sueño, y voy a llevarte a mi morada.»

PASTOR.-   (En la montaña, variación del Kuhreihen.)  «¡Adiós! pastos, praderas que dora el sol; los pastores deben separarse; huye el verano. Treparemos a los montes, para volver cuando se deje oír el cuclillo, y resuenen las canciones, y se revista de flores la tierra, y con la llegada de mayo hermoso manen las fuentes. Adiós, pastos, praderas que dora el sol; los pastores deben separarse; huye el verano.

CAZADOR DE LOS ALPES.-   (Parece en lo alto de las rocas. -Segunda variación del Kuhreihen.)  Truena en las alturas, tiembla la palanca, pero el cazador prosigue impávido su camino, resistiendo al vértigo; osado avanza por campos de hielo. Allí, no florece la primavera, ni verdea un solo ramo. Tiene bajo sus plantas un océano de nubes, y no divisa las ciudades de los hombres: sólo ve el mundo a través de la rasgada niebla, y la verde campiña le aparece, debajo de las aguas.»

 

(Cambia el aspecto del paisaje; suena sordo rumor en la montaña, y la sombra de las nubes cubre la comarca. RUODI, el pescador, sale de su cabaña. WERNI, el cazador, desciende de las rocas. KUONI, el pastor, se adelanta con una cántara de leche. SEPPI, su criado, le sigue.)

 

RUODI.-  Dáte prisa, Jenni; saca la barca a la orilla. Amenaza y se acerca la tempestad; el pico de Mitene se corona de nubes y silba el viento glacial saliendo de su caverna; estallará la tormenta antes de lo que pensamos.

KUONI.-  Lluvia tenemos, buen batelero; mis ovejas pacen la yerba con ansia, los perros escarban la tierra.

WERNI.-  Saltan los peces, y se sumerge la gallineta; la tempestad hace camino.

KUONI.-   (A SEPPI.)  A ver, Seppi, si se ha dispersado la vacada.

SEPPI.-  Oigo la esquila de la pelinegra Liseta.

KUONI.-  Entonces no falta una sola vaca, porque ésta llega siempre la última.

RUODI.-  Vuestras esquilas, buen pastor, tienen un sonido agradable.

WERNI.-  Y es buena la vacada. ¿Es vuestra, compañero?

KUONI.-   No soy tan rico; es de mi bondadoso señor de Attinghausen, que la confió a mi cuidado.

RUODI.-  ¡Qué bien sienta este collar a esta vaca!

KUONI.-  Harto conoce que dirige el rebaño; si se lo quitara dejaría de pacer.

RUODI.-  ¿Esto creéis, de un animal sin razón?

WERNI.-  Pronto está dicho eso. También los animales tienen inteligencia. Nadie lo sabe como nosotros, los cazadores de gamuzas. Cuando quieren pacer tranquilamente, colocan previsoras a poca distancia un centinela que aguza el oído, y anuncia con un grito la proximidad del cazador.

RUODI.-   (Al pastor.)  ¿Volvéis a casa?

KUONI.-  Ha pasado la estación de los pastos en los Alpes.

WERNI.-  Os deseo un feliz regreso, buen pastor.

KUONI.-   Y yo a vos; que no siempre se vuelve de vuestras excursiones.

RUODI.-  ¡Un hombre viene corriendo hacia acá!

WERNI.-   Le conozco. Es Baumgarten de Alzellen.

CONRADO BAUMGARTEN.-   (Sin aliento.)  Por amor de Dios... -vuestra barca, batelero.

RUODI.-  Pero bien, ¿qué hay que urge tanto?

BAUMGARTEN.-  Desatad la barca, y me salvareis la vida. Conducidme a la orilla opuesta.

KUONI.-  ¿Qué os pasa, amigo?

WERNI.-  ¿Quién os persigue?

BAUMGARTEN.-  Daos prisa, daos prisa, porque me siguen de cerca. Me persiguen los soldados del gobernador, y soy muerto si me cogen.

RUODI.-  ¿Y por qué os persiguen?

BAUMGARTEN.-  Salvadme, primero; luego os lo diré.

WERNI.-  Estáis manchado de sangre; ¿qué ha ocurrido?

BAUMGARTEN.-  El baile del emperador que residía en Rossberg...

KUONI.-  ¿Os persigue Wolfenschieszen?

BAUMGARTEN.-  No; ya no hará más daño a nadie; le he muerto.

TODOS.-   (Retrocediendo.)  ¡Dios os socorra! ¿qué habéis hecho?

BAUMGARTEN.-  Lo que todo hombre libre, en mi lugar. He usado de mi derecho contra quien atentaba a mi honor y al de mi esposa.

KUONI.-  ¿El baile atentó a vuestro honor?

BAUMGARTEN.-  Dios y mi hacha se han opuesto a sus infames designios.

WERNI.-  ¿Le habéis partido el cráneo de un hachazo?

KUONI.-   Contadnos lo ocurrido, tenéis tiempo para ello, mientras botan al agua el batel.

BAUMGARTEN.-  Había salido a cortar leña en el bosque, cuando de pronto veo llegar a mi mujer, sofocada, angustiada, y me dice que viene huyendo de casa donde se le ha presentado el baile, ordenándole preparar un baño, y haciéndole indignas proposiciones. Inmediatamente me voy allá, y sin aguardar nada, descargo sobre él un hachazo.

WERNI.-  Hicisteis perfectamente y nadie podrá culparos.

KUONI.-   ¡Miserable! Encontró lo merecido. Mucho há que el pueblo de Unterwald le debía otro tanto.

BAUMGARTEN.-  El suceso se ha hecho público;... me persiguen y mientras hablamos... ¡Dios mío!... ¡el tiempo pasa!

 

(Truena.)

 

KUONI.-   Despacha, batelero: conduce este hombre a la orilla opuesta.

RUODI.-  No os embarcáis; terrible, tempestad se acerca, y fuerza es aguardar.

BAUMGARTEN.-  ¡Santo Dios!... No me es posible; cada instante que pasa es mortal.

KUONI.-   (Al pescador.)  Probadlo; con la ayuda de Dios, es necesario auxiliar al prójimo. Lo mismo puede sucedernos un día a nosotros.

 

(Rayos y truenos.)

 

RUODI.-  El Foehn2 se desencadena. ¡Ved que formidable oleaje! ¡No podré conducir mi barca luchando con la tormenta y las olas!

BAUMGARTEN.-   (Abrazándose a sus rodillas.)  ¡Que Dios tenga piedad de vos, como vos de mí!

WERNI.-  Va en ello su vida, batelero; compadecedle.

KUONI.-  Es padre de familia: tiene esposa... tiene hijos...

 

(Redoblan los truenos.)

 

RUODI.-  ¡Pero también yo arriesgo en ello mi vida! ¡también yo tengo esposa y tengo hijos en casa! Oid cómo ruge y avanza la tormenta; ved cómo se alzan las olas del fondo del lago. Yo bien quisiera salvar a ese bravo, pero ya veis que es absolutamente imposible.

BAUMGARTEN.-   (De rodillas.)  ¡Fuerza será, pues, que caiga en manos de mis enemigos, cuando me hallo próximo a la playa salvadora... cuando la veo enfrente de mí!... Allí está; la alcanzan mis ojos; llega a ella el eco de mi voz;... y aquí, la barca, que me conduciría a ella... ¿y debo quedarme sin socorro y sin esperanza?

KUONI.-   Mirad quién viene.

WERNI.-  Tell de Bürglen.

GUILLERMO TELL.-   (Armado de su ballesta.)  ¿Quién es este hombre que implora socorro?

KUONI.-  Un vecino de Alzellen que ha defendido su honor, y ha muerto a Wolfenschieszen, el baile régio de Rossberg. Los guardias del gobernador siguen sus pasos, y ruega al batelero que le conduzca a la otra orilla, pero éste, amedrentado por la tempestad, no, quiere arriesgarse a ello.

RUODI.-  Tell sabe también manejar el remo; él os dirá si es posible tentar ese paso.

TELL.-  Cuando la necesidad apremia batelero, se pasa todo. .

 

(Grandes truenos, braman las olas)

 

RUODI.-  Sería como arrojarme a la boca del infierno. Ningún hombre sensato lo intentaría.

TELL.-  Los valientes sólo se acuerdan de ellos en último lugar. Fía en el cielo, y socorre al oprimido.

RUODI.-  Desde el puerto, fácil es dar consejos. Aquí está la barca; aquí está el lago; probadlo.

TELL.-  El lago puede calmarse y el gobernador no. Haz un esfuerzo, batelero.

EL PASTOR Y EL CAZADOR.-  ¡Salvadle salvadle, salvadle!

RUODI.-   No; aunque fuera mi hermano; aunque fuera mi propio hijo; no es posible. Hoy es el día de san Simón y san judas... el lago está enfurecido y re clama su presa.

TELL.-  De nada sirven las palabras, el tiempo apremia, y es necesario socorrer a este hombre. Di, batelero, ¿quieres llevarlo?

RUODI.-  No; yo, no.

TELL.-  Pues bien. ¡Dios me proteja! venga la barca; voy a ensayar mi débil brazo.

KUONI.-  ¡Valiente Tell!.

WERNI.-  ¡Acción digna de un cazador!

BAUMGARTEN.-  Tell, sois mi salvador, mi ángel bueno.

TELL.-  Os sustraeré a la cólera del enemigo, más forzoso será que otro os proteja contra las olas. Pero siempre vale más ponerse en manos de Dios, que en manos de los hombres.  (Al pastor. )  Amigo, vos consolareis a mi mujer, si me sucede alguna desgracia. Hago lo que no puedo excusar.  (Entra en la barca.) 

KUONI.-   (Al pescador.)  Sois un piloto ¿y no os atrevéis a intentar lo que Tell?

RUODI.-  Otros que valen más que yo, no le imitarían. No hay dos hombres como él en estas montañas.

WERNI.-   (Encaramado en una roca.)  Partió. ¡Que Dios te socorra, bravo batelero! ¡Mirad cómo danza la barca sobre las olas!

imagen

KUONI.-   (Desde la ribera.)  El oleaje se eleva hasta cubrirla... Ya no la veo... Reaparece... ¡Cómo lucha el experto piloto con la oleada!

SEPPI.-  ¡Los guardias del gobernador se acercan!

KUONI.-  ¡Dios mio!... son ellos... Era ya tiempo de socorrerle...

 

(Llegan en tropel algunos caballeros de Landenberg.)

 

CABALLERO.-  Entregadnos al asesino que habéis ocultado.

2º CABALLERO.-  En vano intentareis negar que tomó este camino.

KUONI y RUODI.-  ¿ De quién habláis, caballero?

1er CABALLERO.-   (Viendo la barca.)  ¿Qué veo? ¡Diablo!

WERNI.-    (Desde su altura.)  ¿Buscáis al de la barca?... Entonces, galopad, y podéis todavía alcanzarle.

2º CABALLERO.-  ¡Maldición!... se nos escapó.

1er CABALLERO.-   (Al pastor y al pescador.)  Le habéis auxiliado y debéis sufrir castigo. ¡Caed sobre sus rebaños, destruid esta choza, matad, incendiad  

SEPPI.-   (Huyendo.)  ¡Oh! ¡mis corderos!

KUONI.-   (Siguiéndole.)  ¡Desdichado de mí!... ¡Mi rebaño!

WERNI.-  ¡Malvados!

RUODI.-   (Juntando las manos.)  ¡Justicia divina! ¿Cuándo llegará el libertador de esta comarca?  (Les sigue.) 



Escena II

 

Cerca de Stein, en Schwyz. -Un tilo enfrente de la casa de STAUFFACHER, situada en la carretera, junto a un puente.

 
 

WERNER STAUFFACHER.- PFEIFER de Lucerna: llegan conversando; GERTRUDIS.

 

 

PFEIFER.-  Sí, sí, maestro Stauffacher, como os iba diciendo, no prestéis juramento de fidelidad al Austria, si es posible excusarlo. Permaneced como hasta ahora firme y resueltamente adicto al imperio, y Dios os conserve vuestros antiguos privilegios.  (Estrecha cordialmente su mano, e intenta alejarse.) 

STAUFFACHER.-  Aguardad hasta que vuelva mi mujer; sois mi huésped en Schwyz, como yo el vuestro en Lucerna.

PFEIFER.-  Mil gracias, pero me es forzoso estar hoy mismo en Gersau. Cuanto os veáis obligado a sufrir de la codicia e insolencia de los bailes, soportadlo con resignación, porque semejante estado de cosas puede cambiar de repente, con ascender al trono otro emperador: pero una vez os habréis entregado al Austria, sera para siempre.  (Se va.) 

 

(STAUFFACHER se sienta pensativo a la sombra del árbol; GERTRUDIS, su mujer, le sorprende así, se acerca a él, y le contempla largo rato en silencio.)

 

GERTRUDIS.-  ¡Cómo tan grave, amigo mío! No te reconozco... muchos días há que observo silenciosa en tu frente la huella de sombrío pesar. Sí; mudo pesar oprime tu corazón; confíamelo. Soy tu fiel esposa y reclamo mi parte en tus penas.  (STAUFFACHER le tiende la mano, sin decir palabra.)  ¿Qué puede entristecerte? Dímelo. Dios bendice tu trabajo; tu fortuna es floreciente; henchidos tus graneros; tus caballos, tus bueyes regresan bien apacentados de los montes, para pasar el invierno en cómodos establos. Se alza tu casa como noble morada, decoran sus habitaciones nuevos artesones dispuestos con orden y simetría, y la adornan y prestan claridad numerosas ventanas. Brillan en ella restaurados escudos, y sabias máximas que lee y admira el viajero deteniendo el paso.

STAUFFACHER.-  Ciertamente mi casa es cómoda y bien construida, pero ¡ay! que tiembla el suelo en que la edificamos.

GERTRUDIS.-  ¡Werner de mi alma!... ¿qué quieres decir?

STAUFFACHER.-  Poco há me hallaba sentado como ahora bajo este tilo, pensando con placer que mi casa estaba terminada, cuando llega el gobernador de su castillo de Kussnacht, con sus caballeros, y se detiene sorprendido delante de ella; yo me levanto inmediatamente, adelantándome con respeto, como es debido a quien representa en este país al emperador. -¿De quién es esta casa? -pregunta con malignidad, porque harto lo sabía. Reflexionó un instante, y respondo: -Señor gobernador, esta casa es del emperador mi soberano, y vuestro soberano, y yo la poseo en feudo. -Y dice él: -Gobierno el país en nombre del emperador, y no quiero en modo alguno que simples villanos edifiquen casas por su propia cuenta y vivan con libertad como si fueran los señores de la comarca; pensaré en el modo de impedíroslo. -Dicho esto partió con semblante amenazador, dejándome a mí cuidadoso y pensativo con lo dicho.

GERTRUDIS.-  Caro esposo y señor, ¿quieres recibir de tu mujer un razonable consejo? Me honro con ser la hija del noble Iberg, que es hombre muy experto. Más de una vez, sentada con mis hermanas y mientras hilábamos por las noches, vi a los prohombres del pueblo reunidos en la casa de mi padre para leer las cartas de los antiguos emperadores y discutir maduramente sobre el bienestar del país. Atenta escuchaba yo sus discretas frases, las reflexiones del inteligente, los deseos del hombre de bien; de todo conservo memoria. Oye pues; medita lo que te digo, porque mucho há que conozco la causa de tu pesar. El gobernador está irritado contra ti, y quisiera hacerte mala obra, porque eres obstáculo a sus deseos. Ansía someter a los habitantes de Schwyz a la nueva casa real, pero ellos, como sus dignos antepasados, persisten fieles al imperio. ¿No es esto, Werner?... Dime si me engaño.

STAUFFACHER.-  Verdad, esta es la causa de la violencia de Geszler.

GERTRUDIS.-  Te envidia la dicha de vivir como hombre libre en tu propia heredad, porque él no posee ninguna. Tienes esta casa en feudo del imperio y del emperador, y puedes probarlo, como el príncipe su derecho a poseer sus dominios; no reconoces sobre ti otro soberano que el primero de la cristiandad. El gobernador es, por el contrario, el segundón de su familia y sólo posee su manto de caballero; por esto mira con malos ojos y con alma emponzoñada la felicidad de los hombres de bien. Hace mucho tiempo que ha jurado perderte, y hasta ahora saliste librado... ¿Aguardarás a que cumpla sus malvados designios? El que es prudente toma sus precauciones.

STAUFFACHER.-  ¿Qué debe hacerse?

GERTRUDIS.-   (Acercándose.)  Oye mi consejo. Sabes cuánto se quejan de la rapacidad y crueldad del gobernador todos los hombres honrados de Schwyz; no dudes que a la otra orilla del lago, en el país de Uri y Unterwald, están cansados de semejante yugo, porque Landenberg se porta allí con tanta crueldad como aquí Geszler. Apenas llega una barca que no nos traiga la noticia de alguna nueva desgracia, de alguna violencia del gobernador. Convendría que algunos de vosotros, los más discretos, os reunierais pacíficamente para excogitar el medio de libertaros de semejante despotismo. Creo que Dios no había de abandonaros, y sería favorable a la justicia. ¿No tienes en Uri un amigo a quien puedas abrir tu corazón?

STAUFFACHER.-  Conozco allí- muy buena gente y ricos y respetados vasallos, que son amigos míos y a quienes puedo fiar mis secretos.  (Se levanta.)  ¡Ah, esposa de mi alma! ¡Qué tempestad de peligrosas ideas levantas en mi ánimo tranquilo! Pones ante mí, y a la faz del sol, su interior, y lo que al pensamiento negaba, tus labios lo pronuncian con osadía y ligereza. Pero has reflexionado bien qué me aconsejas? ¿Quieres traer a este pacifico valle la terrible discordia y el estruendo de las armas? ¿Osaremos nosotros, débiles pastores, atacar al señor del mundo? Sólo esperan un plausible pretexto para lanzar sobre este mísero suelo las feroces hordas de sus soldados, y ejercer los derechos del conquistador, y con apariencias de justo castigo, aniquilar nuestros antiguos privilegios.

GERTRUDIS.-  Hombres sois también; sabéis manejar el hacha... Dios ayuda a los valientes.

STAUFFACHER.-  ¡Oh, esposa mía! Terrible calamidad es la guerra, y alcanza a los rebaños y al pastor.

GERTRUDIS.-  Debemos soportar las penas que envía el cielo, pero un noble corazón no soporta la injusticia.

STAUFFACHER.-  Te gusta esta casa que hemos construido, ¿verdad? Pues la guerra la reducirá a cenizas.

GERTRUDIS.-  Si creyese que mi alma estaba encadenada a este pasajero bien, con mi propia mano le pegaría fuego.

STAUFFACHER.-  Amas a la humanidad, ¿verdad? pues la guerra no exime de la muerte al tierno niño en la cuna.

GERTRUDIS.-  La inocencia tiene en el cielo un protector. Extiende tu mirada delante de ti, Werner, y no a tu espalda.

STAUFFACHER.-  Nosotros los hombres podemos morir combatiendo como valientes, pero ¿cuál es vuestra suerte?

GERTRUDIS.-  Los más débiles podemos tomar también nuestro partido; me arrojo desde este puente, y héteme libre.

STAUFFACHER.-   (Arrojándose en sus brazos.)  Quien oprime un corazón como el tuyo contra su pecho, puede batirse gozoso por su hogar y sus ganados, y no teme las armas de rey alguno. Voy ahora mismo a Uri; allí tengo un huésped, un amigo, Walter Fürst, que piensa de tales tiempos lo mismo que yo... Allí encontraré también al noble señor de Attinghausen; aunque de elevada alcurnia, ama al pueblo y honra las antiguas costumbres. Los tres discutiremos los medios de defendernos con valor contra los enemigos del país... Adiós... y en mi ausencia, cuida solícita de la casa; abre tu mano generosa al peregrino y al fraile mendicante, y no permitas que se alejen sin haberles atendido en todo. La casa de Stauffacher no se oculta a los ojos del viajero; albergue hospitalario, se levanta al borde del camino.

 

(Mientras se aleja hacia el foro, salen GUILLERMO TELL y BAUMGARTEN.)

 

TELL.-   (A BAUMGARTEN.)  Ahora ya no tenéis necesidad de mí. Entrad en esta casa, morada de Stauffacher, padre de los oprimidos... vedle allí en persona... Seguidme, venid.

 

(Van hacia él.)

 


Escena III

 

Una plaza pública de Altdorf. En una altura del fondo se levanta una fortaleza en construcción pero bastante adelantada, de modo que puede distinguirse la forma del edificio. La parte posterior está terminada; algunos obreros trabajan en la fachada subiendo y bajando de los andamios, y otro en el tejado. Todo es movimiento y animación.

 
 

EL CABO DE VARA.- EL CANTERO.- Sus OFICIALES y PEONES.

 

EL CABO.-   (Con su vara aviva a los obreros.)  Vaya; ¡poco vagar!... Vengan las piedras, la cal, la argamasa: es preciso que cuando llegue el señor gobernador halle muy avanzada la obra. ¡Vais a paso de tortuga!  (A dos peones.) ; ¿A esto llamáis una carga? ¡A traer el doble... al instante! ¡Estos holgazanes no hacen lo que debieran!

ler OFICIAL.-   Es muy duro vernos obligados a transportar con las propias manos las piedras de nuestro calabozo.

EL CABO.-  ¿Qué estáis murmurando? Miserable pueblo que sólo sirve para guardar vacas y andorrear por estos montes.

UN VIEJO.-   (Sentándose.)  ¡No puedo más!

EL CABO.-   (Empujándole.)  ¡Vaya!... vejete... a trabajar.

1er COMPAÑERO.-  No tenéis entrañas; forzar así a tan rudo servicio a un pobre viejo que apenas puede tenerse.

EL CANTERO Y SUS COMPAÑEROS.-  ¡Esto clama al cielo!

EL CABO.-  Cuidad de lo que os importa; cumplo mi deber.

EL 2º OFICIAL.-   ¿Cómo se llamará el fuerte que estamos construyendo?

EL CABO.-  Se llamará la servidumbre de Uri; bajo este yugo doblaréis la cabeza.

LOS OBREROS.-  ¿La servidumbre de Uri?

EL CABO.-  ¿Por qué reís?

EL 2º OFICIAL.-   ¿Con este pequeño edificio queréis esclavizar a Uri?

EL 1er OFICIAL.-  Mirad cuántos montoncillos de tierra os será forzoso echar uno encima de otro para igualar la más baja montaña de Uri.  (El cabo se retira hacia el foro.) 

EL CANTERO.-   Arrojaré al fondo del lago el martillo con que construí este edificio.

 

(TELL y STAUFFACHER llegan.)

 

STAUFFACHER.-  ¡Oh! ¡habré vivido tan sólo para presenciar semejantes espectáculos!

TELL.-  Aquí no se siente uno bien; alejémonos.

STAUFFACHER.-  ¡Me hallo realmente en Uri, patria de la libertad!

EL CANTERO.-  ¡Oh! ¡señor, si hubieseis visto el calabozo construido debajo la torre!... El que sea encerrado allí no oirá el canto del gallo.

STAUFFACHER.-  ¡Dios!

EL CANTERO.-  Mirad estos baluartes, estos estribos que parecen construidos para la eternidad.

TELL.-  Lo que las manos alzaron, las manos pueden derribarlo.  (Señalando la montaña.)  Dios nos dio la fortaleza de la libertad.

 

(Suena un tambor, llegan algunos hombres con un sombrero en lo alto de un palo. Un pregonero les sigue; mujeres y niños salen en tumulto.)

 

El 1er OFICIAL.-  ¿Qué significa este tambor?...

EL CANTERO.-  ¿Qué mascarada es esta? ¡Atención!... ¿Para qué es este sombrero?

EL PREGONERO.-  En nombre del emperador, oid.

LOS OBREROS.-  Silencio; oid.

EL PREGONERO.-  Habitantes de Uri; ahí tenéis este sombrero que va a ser colocado en lo alto de un mástil, en medio de Altdorf, en el sitio más elevado. Es la voluntad del señor gobernador, que este sombrero sea honrado como su propia persona. El que pase por delante de él, debe hincar la rodilla y descubrirse, con lo cual reconocerá el rey a sus súbditos. Quien no cumpla esta orden será castigado con pena corporal y la confiscación de sus bienes.

 

(El pueblo prorrumpe en una carcajada, suena el tambor, y se retiran los soldados.)

 

OFICIAL.-  ¿Qué nueva extravagancia se le ocurrió al gobernador? ¡Honrar a su sombrero nosotros! ¿habéis visto nunca cosa igual?

EL CANTERO.-  ¡Que hinquemos la rodilla delante de un sombrero!... ¿Así se hace burla de un pueblo grave y respetable?

1er OFICIAL.-   Si fuera la corona imperial podría pasar, pero el sombrero austríaco, tal como lo vi colgar del trono, cuando fuimos a prestar homenaje...

EL CANTERO.-  ¡El sombrero austríaco!... ¡Mucho cuidado!... es un lazo que se nos tiende para entregarnos al Austria.

LOS OBREROS.-   No habrá hombre de honor que se someta a esta humillación.

EL CANTERO.-  Venid a poneros de acuerdo con los demás.

 

(Se retiran hacia el foro.)

 

TELL.-   (A STAUFFACHER.)  Ya veis lo que ocurre... Con Dios, maestro Werner.

STAUFFACHER.-  ¿A dónde vais?.., No tengáis tanta prisa...

TELL.-  La casa reclama al padre, adiós.

STAUFFACHER.-  Mi corazón rebosa; quisiera hablaros.

TELL.-  Las palabras no alivian al corazón oprimido.

STAUFFACHER.-  Pero las palabras podrían llevarnos a las obras.

TELL.-  Por ahora, fuerza es callar y resignarse.

STAUFFACHER.-  ¿Sufriremos lo insufrible?

TELL.-  El reinado de los tiranos violentos es el más breve. Cuando se desencadena la tempestad, se apagan los hogares, se refugian las barcas en el puerto, y pasa el terrible huracán sobre el haz de la tierra sin causar perjuicio, y sin dejar rastro. Viva tranquilo cada cual en su casa, que fácilmente se deja en paz a los pacíficos.

STAUFFACHER.-   Tal os parece

TELL.-  La serpiente no pica si no la excitan. Si ven que el país permanece tranquilo, se cansarán.

STAUFFACHER.-  Mucho podríamos si unidos esperáramos.

TELL.-  En el naufragio se auxilia más fácilmente a sí mismo el que va solo.

STAUFFACHER.-  ¿Con tal frialdad abandonáis la causa pública?

TELL.-  Sólo consigo mismo puede contar cada cual.

STAUFFACHER.-  Pero de la unión de los débiles nace la fuerza.

TELL.-  Pero el fuerte lo es más, si va solo.

STAUFFACHER.-  Decid pues, que la patria no puede contar con vos para el caso de acudir a la resistencia en su desesperación.

imagen

TELL.-   (Tomándole la mano.)  Tell que salva a un cordero caído en un precipicio, ¿abandonaría a los suyos? Mas sea lo que quiera lo que hagáis, no me invitéis a vuestras reuniones, porque no puedo discutir ni reflexionar largamente. Si tenéis necesidad de mí para un golpe atrevido, llamad entonces a Tell y no faltará.

 

(Se van en opuesta dirección. De repente suena un alboroto junto a los andamios.)

 

EL CANTERO.-  ¿Qué pasa?

EL 1er OFICIAL.-    (Se adelanta gritando.)  El pizarrero se ha caído de la cubierta.

BERTA.-   (Seguida de algunas personas.)  ¿Ha muerto...? Corred, socorredle, salvadle, si hay tiempo... Salvadle... ahí tenéis oro.  (Reparte entre los presentes sus joyas.) 

EL CANTERO.-  ¡Por el oro!... ¡Pensáis conseguirlo todo con vuestro oro. Después de haber arrebatado un padre a sus hijos, un marido a su mujer, sembrando la desolación, pensáis compensarlo todo con dinero! Id enhoramala; antes de vuestra venida vivíamos felices y con vosotros llegó la desesperación.

BERTA.-   (Al cabo de vara que entra.)  ¿Vive?  (El cabo hace un signo negativo.)  ¡Oh!... infame fortaleza, edificada para la maldición; la maldición pesará sobre sus habitantes.  (Se va.) 



Escena IV.

 

En la casa de WALTHER FURST.

 
 

WALTHER FURST y ARNOLDO DE MELCHTHAL, Salen por diverso lado.

 

MELCHTHAL.-   Maestro Walther Furst...

WALTHER.-  Si nos sorprendieran... Aguardad... estamos rodeados de espías.

MELCHTHAL.-   ¿No me traéis noticia alguna de Unterwald? ¿de mi padre? Se me hace insoportable seguir aquí, ocioso como un prisionero. ¿Qué hice yo, para verme forzado a ocultarme lo mismo que un criminal? ¡Por fracturar un dedo, de un palo, al lacayo insolente que quiso apoderarse por orden del gobernador de la mejor yunta que poseo!...

WALTHER.-   Sois demasiado vivo de genio. El hombre estaba al servicio del gobernador, y era enviado suyo. Habíais incurrido en una falta, y por penoso que os fuera, debíais soportar en silencio su castigo.

MELCHTHAL.-  ¿Debía soportar también las frases insolentes de este miserable? Si el labrador, dijo, quiere comer, puede tirar él mismo de la carreta. Sentí que se me partía el corazón, cuando le vi desuncir mi hermoso par de bueyes; mugían sordamente y topetaban como si hubiesen conocido la injusticia. Entonces, arrebatado por la cólera, fuera de mí, apaleé al mensajero.

WALTHER.-  ¡Oh! si a duras penas dominamos nuestro corazón, ¿qué hará la ardiente juventud?

MELCHTHAL.-  Sólo el recuerdo de mi padre causa mi aflicción. Necesita de mis cuidados, y su hijo vive lejos de él. Odiado por el gobernador, porque defendió noblemente la causa de la justicia y la libertad, ¡ay! será oprimido ¡pobre anciano! y no tiene quien le defienda de un ultraje. Sea de mí lo que quiera vuelo a su encuentro.

WALTHER.-  Aguardad con paciencia, al menos hasta que nos lleguen noticias de Unterwald... Oigo que llaman; retiraos. Tal vez un emisario del gobernador... Escondeos; en Uri no estáis al abrigo del poder de Landenberg, porque los tiranos se auxilian mutuamente.

MELCHTHAL.-  Nos enseñan lo que debiéramos hacer nosotros.

WALTHER.-  Escondeos; os llamaré, si nada hubiese que temer.  (MELCHTHAL se va. )  ¡Desdichado!... No me atrevo a confesarle la desgracia que presiento. -¿Quién?... ¡Siempre que llaman, aguardo una calamidad! La sospecha y la traición velan en torno; los satélites de la tiranía se introducen hasta en el sagrado del hogar;... pronto será necesario atrancar las puertas y echar cerrojos.  (Abre, y retrocede sorprendido viendo a WERNER STAUFFACHER.)  ¿Qué veo?... ¡Vos...Werner! ¡Bien, digno y querido huésped, por vida mía! Otro mejor que vos no pisó nunca estos umbrales. ¡Bienvenido a mi casa! ¿Qué os trae por acá?... ¿Qué buscáis en Uri?

STAUFFACHER.-   (Dándole la mano.)  El tiempo viejo, y la vieja Suiza.

WALTHER.-  Van con vos, amigo. ¡Cuánto me alegro de veros! vuestra sola presencia me alegra el corazón. Sentaos, maestro Werner... ¿Cómo habéis dejado a vuestra buena esposa Gertrudis, la discreta hija del prudente Iberg?... Cuantos se dirigen de Alemania a Italia, elogian vuestro hospitalario techo. Pero decidme, si venís de Fluelen, ¿habéis observado alguna novedad antes de llegar aquí?

STAUFFACHER.-   (Se sienta.)  He visto un nuevo y sorprendente edificio que no me alegró mucho que digamos.

WALTHER.-  ¡Ah! amigo mío. De una sola ojeada lo habéis visto todo.

STAUFFACHER.-  Nunca se vio tal en Uri; no hay memoria de que hayan existido cárceles en nuestra patria, ni otra construcción durable que no fuese la tumba.

WALTHER.-  Y esta es la tumba de la libertad; le habéis dado su verdadero nombre.

STAUFFACHER.-  Maestro Walther Furst, no quiero ocultaros que no me trae aquí ociosa curiosidad; vengo preocupado por tristes ideas. Dejé en mi cantón la tiranía, y hallo la tiranía aquí. Nuestros sufrimientos son ya de todo en todo insoportables, y no se ve fin a semejante estado. De antiguo, Suiza fue siempre libre,... estamos acostumbrados a ser regidos con bondad. Desde que los pastores recorren estas montañas, no se vio jamas nada semejante a lo que hoy ocurre.

WALTHER.-  Verdad; no hay ejemplo de conducta parecida; nuestro noble señor de Attinghausen que alcanzó los viejos tiempos, opina como nosotros, que esto es insoportable.

STAUFFACHER.-   En Unterwald también va muy mal la cosa. Ha ocurrido un caso de cruenta venganza. Wolfenschieszen, baile del emperador, que residía en Rossberg, codiciaba la esposa de Baumgarten de Alzellen, y como quisiera recurrir a la violencia, éste lo mató de un hachazo.

WALTHER.-   ¡Justos castigos de Dios!... ¿Baumgarten habéis dicho?... hombre honrado y bondadoso... ¿Logró escapar y esconderse?

STAUFFACHER.-  Vuestro yerno lo condujo a la opuesta orilla del lago, y yo le dí asilo en mi casa. El buen hombre me ha contado algo más espantoso todavía, ocurrido en Sárnen; algo que debe partir el corazón de todo hombre de bien.

WALTHER.-   (Prestando atención.)  Decidme ¿qué ha pasado?

STAUFFACHER.-  Vive en Melchthal, cerca de Kerns, un buen hombre, llamado Enrique de Halden, que goza de alguna influencia en el país.

WALTHER.-  ¡Quién no le conoce! Bien; ¿qué le ha ocurrido?... Acabad.

STAUFFACHER.-  Landenberg, para castigar a su hijo por una ligera falta, quiso apoderarse de sus mejores bueyes, uncidos a la carreta; y el mozo hirió al emisario de Landenberg y se fugó.

WALTHER.-   (Con viva ansiedad.)  ¿Pero el padre? Decid, ¿qué le ha pasado?

STAUFFACHER.-  Landenberg intima al padre a que inmediatamente entregue al fugitivo, y como el buen anciano juraba con verdad que no tenía de él noticia alguna, el gobernador llama a los verdugos...

WALTHER.-   (Se levanta y quiere llevarle al otro lado de la escena.)  ¡Oh! ¡silencio!... ni una palabra más...

STAUFFACHER.-    (Elevando la voz.)  «El hijo me escapa -decía - pero tú has caído entre mis manos. Echadle al suelo y pinchadle los ojos con un punzón de acero.»

WALTHER.-  ¡Dios de misericordia!

MELCHTHAL.-    (Entrando precipitadamente en la sala.)  ¿Los ojos, habéis dicho?

STAUFFACHER.-   (Sorprendido, a WALTHER.)  ¿Quién es este mancebo?

MELCHTHAL.-   (Convulsivo.)  ¡Los ojos!... hablad.

WALTHER.-  ¡Desgraciado!

STAUFFACHER.-  ¿Quién es  (WALTHER le hace una seña...)  ¿Este es el hijo?... ¡Justo Dios!

MELCHTHAL.-  ¡Y yo estaba fuera!... en ambos ojos

WALTHER.-  Dominaos; soportad como hombre esta desgracia.

MELCHTHAL.-  Y por mi culpa;... a consecuencia de mi arrebato... ¡Ciego! ¡ciego realmente! ¡ciego por completo!

STAUFFACHER.-  Lo he dicho ya; la luz de sus ojos se ha extinguido para siempre; no vera jamás la luz del día.

WALTHER.-  Respetad su dolor.

MELCHTHAL.-  ¡Nunca!... ¡nunca jamas!  (Pone la mano en sus ojos y calla breve rato; luego se dirige alternativamente a sus amigos con voz ahogada por el llanto.)  ¡Oh! ¡Noble presente del cielo es la luz del día!... Todos los seres, todas las criaturas felices viven de la luz... La misma planta la codicia gozosa... ¡y él vivirá en noche perpetua, en eternas tinieblas! No han de regocijar sus miradas ni la verdura de los prados, ni el esmalte de las flores y sus purpurinos matices... ¡Morir es nada!... pero vivir y no ver... ¡esto es lo horrible! ¿Por qué me miráis con tal compasión?... ¡Poseo dos buenos ojos, y no puedo dar ninguno a mi padre ciego, no puedo darle una chispa de este océano de luz en el que se sumerge mi vista deslumbrada!

STAUFFACHER.-  ¡Ah!... Por desdicha he de aumentar vuestro dolor, lejos de remediarlo. Vuestro padre es más desgraciado todavía, porque el gobernador le arrebató cuanto posee, dejándole tan sólo un bastón para que fuera de puerta en puerta desnudo y ciego.

MELCHTHAL.-  ¡Sólo un bastón para este anciano ciego! privado de todo, hasta de la luz del sol, el patrimonio de los pobres!... No me habléis ya de seguir aquí, de esconderme. ¡Cuán cobarde fui pensando en la propia seguridad, y no en la tuya, abandonando, como prenda, en manos de estos miserables, tu amada cabeza, ¡padre mio!... ¡Lejos de mí, vil precaución! No quiero pensar en otra cosa que en tomar sangrienta venganza... ¡Nadie podrá detenerme!... Quiero exigirle al gobernador los ojos de mi padre... le hallaré rodeado de sus tropas... ¡Qué me importa la vida, si ahogo en su sangre mi dolor!  ( Va a salir.) 

WALTHER.-  Aguardad, ¿qué podéis contra él? ¡En Sárnen, en su castillo, de lo alto de su inexpugnable fortaleza, se ríe de vuestro impotente dolor!

MELCHTHAL.-  Aunque habitara en los palacios de hielo de Schreckhorn, o allá más lejos todavía, en las eternas nubes donde se oculta el Jungfrau, me abriré camino hasta él, y con veinte jóvenes resueltos como yo, derribaré su fortaleza. Y si nadie quisiera seguirme; si, temblando por vuestras chozas, por vuestros ganados, dobláis el cuello al yugo de la tiranía, convocaré a los pastores de las montañas, y bajo la bóveda del cielo, allí donde se guarda incorrupta la inteligencia, puro el corazón, les contaré tan espantosa crueldad.

STAUFFACHER.-   (A WALTHER FURST.)  El mal llegó a su colmo... ¿aguardaremos hasta el último extremo?

MELCHTHAL.-   ¿Qué extremo hemos de temer, cuando la pupila no está ya segura en la órbita? ¿Vivimos, acaso, indefensos? ¿Para qué habremos aprendido a tirar la ballesta, y a manejar el hacha? Toda criatura halla sus medios de defensa en la angustia de la desesperación; detiénese el ciervo fatigado y muestra a la jauría sus temibles ramas; la cabra montés lleva al abismo al cazador; el mismo buey, dócil y doméstico servidor del hombre, que dobla paciente la ancha testuz bajo el yugo, la levanta irritado, agita sus cuernos poderosos y lanza por los aires a su enemigo.

WALTHER.-  Si los tres cantones pensaran como nosotros tres, bien podría tentarse un esfuerzo.

STAUFFACHER.-  Si Uri nos llama, si Unterwald promete su auxilio, Schwyz será fiel a los antiguos pactos.

MELCHTHAL.-  Cuento con muchos amigos en Unterwald, y cada uno espondrá con gusto su vida, si se siente apoyado, protegido por su compañero. ¡Oh, venerables padres de esta comarca! vedme, joven todavía, entre vosotros dotados de tanta experiencia; debiera callar modestamente en vuestro consejo, mas no menospreciéis mis palabras y mis opiniones, porque sea joven e inexperto. No me anima juvenil arrebato, sino la violencia de mi dolor, dolor que enternecería las piedras. También sois padres y jefes de familia, también deseáis, sin duda, un hijo virtuoso que honre vuestras canas y defienda solicito las pupilas de vuestros ojos. Aunque no sufristeis todavía ni en vuestras personas ni en vuestros bienes, aunque vuestros ojos claros y serenos se mueven todavía en su órbita, no sigáis extraños a tan gran dolor. También la espada de la tiranía se halla suspendida sobre vuestras cabezas. Quisisteis sustraer el país a la dominación del Austria; mi padre no cometió otra falta; sois culpables como él, y os alcanzará el mismo castigo.

STAUFFACHER.-   (A WALTHER FURST.)  Decidid; estoy pronto a seguiros.

WALTHER.-  Preciso es conocer la opinión de los nobles señores de Sillinen y de Attinghausen. Me parece que su nombre ha de atraernos partidarios.

MELCHTHAL.-  ¿Qué nombre es más respetado que el vuestro en estas montañas? El pueblo confía plenamente en tales nombres, que gozan de absoluto prestigio. Recibisteis de vuestros padres rica herencia de virtudes, y se enriqueció con vosotros... ¿Para qué necesitamos a los nobles? Ejecutemos solos la empresa... ¿Que no somos los únicos en este país?... Harto sabremos defendernos solos.

STAUFFACHER.-  Los nobles no comparten nuestras desgracias; el torrente que asoló el valle, no alcanzó todavía a las colinas... Creo sin embargo, que no nos faltaría su auxilio, si vieran al país levantado en armas.

WALTHER.-  Si hubiese un mediador entre el Austria y nosotros, la justicia y las leyes resolverían la cuestión; mas como nuestro tirano es el emperador, el mismo juez supremo, no queda otro recurso que la ayuda de Dios y el esfuerzo de nuestro brazo... Sondead las intenciones de los de Schwyz... yo voy a reunir a los amigos en Uri... ¿a quién enviaremos a Unterwald?

MELCHTHAL.-  Enviadme a mí... ¿a quién importa más el...

WALTHER.-  No puedo consentir en ello;... sois mi huésped, y tócame velar por vuestra seguridad.

MELCHTHAL.-  Dejadme; conozco los caminos y el paso de las rocas; hallaré en todas partes amigos que me darán asilo, y me libertarán de mis perseguidores.

STAUFFACHER.-  Dejad que vaya con el auxilio de Dios. No hay entre aquella gente un solo traidor; aborrece la tiranía que no cuenta allí con auxiliar alguno... Baumgarten, además, nos ayudará a sublevar el país, y a reclutar partidarios.

MELCHTHAL.-  ¿Cómo nos comunicaremos mutuamente las noticias más exactas, sin sugerir sospechas a los tiranos?

STAUFFACHER.-  Podríamos reunirnos en Brunnen o en Treib, donde arriban las barcas de los mercaderes.

WALTHER.-  No nos será posible dirigir la empresa con tanta publicidad. Oid mi parecer: ala izquierda del lago como quien va hacia Brunnen, y frente a Mythenstein, hay entre los bosques una pradera que los pastores llaman Rutli, porque se han cortado los árboles de aquel sitio. Fronterizo a nuestro cantón, fronterizo al vuestro  (a MELCHTHAL, ligero batel puede en poco tiempo llevaros a vos  (a STAUFFACHER de Schwyz hasta allí. Allí podemos acudir por la noche, y por desiertos caminos, y deliberar al abrigo de toda sorpresa. Cada uno de nosotros puede llevar diez hombres que merezcan nuestra confianza; hablaremos en común del interés común, y con la ayuda de Dios tomaremos una resolución.

STAUFFACHER.-  ¡Así sea! Ahora, dadme la diestra como los tres nos tendemos lealmente la mano, los tres cantones permanecerán unidos en vida y en muerte.

WALTHER Y MELCHTHAL.-   En vida y en muerte.  (Siguen breve rato en silencio, estrechándose mutuamente las manos.) 

MELCHTHAL.-  ¡Oh ciego! ¡anciano padre mío! tú no has de ver el día de la libertad, pero oirás sus cánticos. Cuando de Alpe en Alpe se alcen llameando las fogatas, y se derrumben las fortalezas de la tiranía, Suiza entera se dirigirá a tu casa con la feliz noticia, y la luz brillará para ti en las tinieblas.  (Se separan.) 




IndiceSiguiente