Ay autores cuyo ingenio admira, pero cuya personalidad
privada no interesa. Diríase que existen en cada uno
de ellos, dos seres distintos y con vida independiente y
propia, el hombre y el escritor, sin que en ningún
caso influyan en las obras de éste, ni el carácter,
ni las impresiones, ni las vicisitudes de aquel. Otros hay
por el contrario que no inspiran tan sólo admiración
sino también cariño, porque pródigos
de sus tesoros, naturales, espontáneos y sinceros,
muestran al par la alteza de su ingenio y la hermosura de
su alma. Para estos se guarda aquella curiosidad y veneración
que despiertan en el ánimo los más insignificantes
pormenores de su vida; estos son los que sugieren el deseo
de conocerlos y tratarlos como amigos. Aun sin conocerlos
nos parece haberles tratado. La lectura de sus obras suena
en el oído como una confidencia íntima, y a
través del tiempo que quizá los arrebató
para siempre, a través de la distancia que los separa
de nosotros, habla su voz en las mudas páginas del
libro y nos acompaña en la soledad, nos consuela en
la aflicción, nos eleva y engrandece con las más
nobles emociones.
El insigne Schiller pertenece al número
de estos escritores privilegiados; pues como siempre consagró
su inspiración elevadísima a enaltecer con
los hechizos de la poesía cuanto hay de noble y sublime,
y al propio tiempo de esencial e inmutable en la naturaleza
humana, nadie que sienta el valor de los más grandes
afectos y pasiones dejará de estimarle hondamente,
ni se hará fuerza en atribuirle las mismas cualidades
que tanto enalteció. ¿Quién ha leído
jamas sin enternecimiento y sin entusiasmo la célebre
canción de la Campuna, quizá la mejor de la
lírica moderna? Fúndense y armonízanse
en ella profundos conceptos con imágenes vivas y pintorescas
y delicados rasgos de exquisita sensibilidad; pero todavía
sorprende más que tan brillantes dotes la aspiración
generosa y humana que anima la composición entera,
la honda simpatía que, siente el poeta por el hombre,
y que le mueve a describir y embellecer lo que todos aman,
a cantar con melancólico e inspirado acento nuestros
destinos, y cuanto es causa de grandeza y bienestar moral.
Con esto queda indicado, a mi juicio, lo que hace estimable
a Schiller, y también lo que caracteriza sus obras,
principalmente las dramáticas. Moralista y filósofo,
tal vez más que poeta, viendo en el teatro una institución
social, consideró la misión del autor dramático
como sacerdocio artístico. En el prólogo a
su tragedia, La Desposada de Mesina, escribió: «No
conozco vocación más elevada y grave que la
que tiene por objeto regocijar a los hombres.» Para obedecer
dignamente a ella, se propuso siempre en sus últimas
obras hermanar la mayor belleza artística con la mayor
belleza moral; consorcio pocas veces alcanzado sin que perdieran
sus fueros una u otra. Schiller lo alcanzó porque
la moral de sus obras, lejos de ser convencional, mezquina
y negativa, atenta sólo a sofocar y reprimir, es positiva
y vigorosa y dirigida a promover el ejercicio de las fuerzas
del alma en la lucha de las nobles pasiones con las viles
y rastreras, con las preocupaciones sociales, con los golpes
de la suerte. Su musa es la musa de la dignidad y el libre
albedrío. «El cristianismo en su forma más
pura -escribía a Goethe -no es otra cosa que la belleza
moral, la encarnación de lo santo y lo sagrado en
la naturaleza humana, esto es, la única religión
verdaderamente estética.» La estética de esta
religión fue la que inspiró sus tragedias.
Así basta observar que en ellas los caracteres juveniles
suelen ser los más interesantes, pues la edad del
entusiasmo, de la generosidad, del heroísmo y las
ilusiones, le atrajo más que otra alguna, como que
sus pasiones son las que más amó y sintió
más hondamente. El soñador Marques de Posa
que se sacrifica por la libertad de un pueblo y la dicha
de un amigo, el fanático y apasionado Mortimer que
da la vida por su reina, el heroico Max Piccolomini que no
pudiendo sobrevivirá la deshonra corre al encuentro
de la muerte en el campo de batalla, parecen otros tantos
ejemplares de aquel tipo humano al cual infunde el autor
el soplo de sus propias aspiraciones. En sus obras surge
siempre lo patético como resultado de la lucha entre
lo magnánimo y bueno, y la crueldad, la falsía,
o la opresión. Lucha Carlos Moor en Los Bandidos con
los vicios de una constitución social mezquina y estrecha;
lucha el amor desinteresado y puro con las preocupaciones
sociales en Luisa Miller; la aspiración generosa a
la tolerancia y la libertad, con el receloso despotismo de
Felipe II en D. Carlos; la inocencia y dignidad de María
Estuardo con la envidia y la hipocresía de Isabel;
y gime el pueblo de Guillermo Tell bajo la grosera tiranía
de un señor orgulloso, y perece Wallenstein y con
él la ambición fascinadora del talento y la
fortuna, víctima de las intrigas y recelo de los suyos.
En la exhibición de tan hondos conflictos, no cabe
mayor grandiosidad de la usada por Schiller. Sus dramas más
que tales son poemas, pues no son tan sólo el hombre
y sus particulares destinos el objeto de su inspiración,
sino las sociedades y sus pasiones, siendo tan múltiples
los elementos de que se vale el poeta y tan visible el esfuerzo
de que concurran todos a la obra, que así parecen
detenidamente estudiadas las figuras de primer término,
como el vasto fondo del cuadro en que se mueven. No hay drama
suyo que no enseñe tanto en orden a la vida de los
pueblos, y a la poca de la acción, como en orden a
los incidentes concretos de la misma. En la gran trilogía
de Wallenstein y en Guillermo Tell, por ejemplo, todo un
pueblo interviene como actor. La misma naturaleza concurre
al efecto dramático en la última obra. No hay
duda que parecen más comprensibles y poéticos
las costumbres y móviles de aquella tribu de pastores,
más sublime su actitud, más conmovedora su
suerte, cuando se tienen a la vista los ventisqueros y las
nevadas cimas de los Alpes. Muéstrasenos de tal modo
el fondo del alma, que el autor no descuida el invisible
influjo del hábito, el paisaje, las condiciones de
la comarca. Esto en cuanto al conjunto, pues en cuanto al
desenvolvimiento de la acción concreta, Schiller es
maestro en el arte de preparar las situaciones, atar y desatar
los hilos de la trama y presentar a los personajes bajo su
verdadero punto de vista, aun antes de que salgan a la escena.
Aunque a veces la acción se desarrolla con visible
lentitud y el autor se concede tiempo y espacio de sobras,
no son perdidos éstos para el espectador. Los dramas
de Schiller, particularmente los de su última época,
están compuestos con tal perfección, que no
huelga en ellos una frase sola, y viéndolos se asiste
a la vez al drama visible y al drama íntimo en el
corazón de los personajes. Tal ocurre en María
Estuardo, donde la rivalidad en la hermosura y el amor entre
dos mujeres, alimenta en secreto la rivalidad política
de dos reinas, sin que apenas se miente la primera y no por
esto sea menos clara y resorte oculto de todo, aun de las
menores palabras de los cortesanos; donde la perfidia e hipocresía
de Isabel se trasluce siempre cuando mayor es su generosidad,
sin necesidad de confidenciales declaraciones ni de inverosímiles
apartes y largos monólogos (el único que hay
en boca de Isabel se halla en las últimas escenas);
donde la acción corre a su desenlace natural y fatalmente
y cuando más parece alejarse de él; donde se
logra inspirar la más profunda piedad por la víctima,
al tiempo en que se manifiestan sus pasados crímenes,
y según el preconcebido intento del autor, ésta
aparece como un ser pasivo condenado a excitar toda suerte
de afectos en torno suyo, y a ser causa de su propia pérdida
con sus propios hechizos y virtudes; donde, en fin, figuran
caracteres tan magistralmente trazados como el de lord Leicester,
que es también de los que da a conocer claramente
lo que calla por lo que dice. De Schiller se ha repetido
que sus caracteres eran entidades metafísicas, encarnación
de ideas abstractas; mas si este cargo puede parecer justo
cuando se refiere a los de sus primeros dramas, acuden a
la memoria como objeción a él los de las obras
de la última época del autor; el que acabo
de mentar, por ejemplo. Un carácter complejo como
aquel, supone vivo conocimiento de la realidad, y raro vigor
y exactitud en la copia, porque sin ellos no resaltarían
de tal modo la pusilanimidad y astucia del palaciego, siempre
vacilante, siempre atento a dominar sus pasiones temeroso
de perder su fortuna, hábil en defender ante un soberano
a su propio rival, afectando servirlo mejor cuando más
se opone a sus secretos designios, y taimado hasta el punto
de saber colocarse en situación ambigua para inclinarse
del lado del que venciere y participar en todos los casos
de la victoria, como recompensa debida a sus esfuerzos.
He pretendido resumir hasta aquí, con la mayor brevedad,
cuanto caracteriza las tragedias de Schiller; mas no creo
posible de igual modo dar idea de la intensidad de pasión
que las anima. Este es el soplo vivificador de toda obra
de arte que no puede ser descrito ni ponderado, si no es
poniendo a la vista la misma obra, o algunos fragmentos;
lo cual sería aquí inoportuno porque el lector
va a volver la hoja, y a juzgar por sí mismo. No recibirá
sin embargo la misma impresión del original; por varias
y poderosas razones, bien fáciles de comprender por
cierto, y de las cuales apuntaré una sola, y no la
más importante, para terminar. El estilo de Schiller
en sus tragedias es siempre noble y elevado como su fondo.
Schiller gusta de usar cierta amplitud rozagante y pomposa
en la expresión, de la que él mismo pretendía
sincerarse considerándola la más propia para
que reinara en el conjunto «cierta agradable tranquilidad
aun en las más apasionadas situaciones.» Ponía
en boca de sus gigantescos héroes lenguaje adecuado
a su grandeza, el cual no recuerda ciertamente el enfático
y convencional de los trágicos franceses, pero tampoco
la grata crudeza de Shakespeare. Semejante estilo, en el
original y en verso, es bellísimo; en la traducción
y en prosa, puede parecer en ocasiones declamatorio. No digo
esto para excusar mis faltas. El traductor sabe que no ha
de reclamar para sí ninguna gloria, y se halla harto
recompensado con el honor de repetir en nuevo idioma los
penetrantes acentos de tan poderoso genio.
JOSÉ YXART.
PERSONAS
|
|
GERMAN GESZLER.
Lugarteniente
del Emperador en Schwyz y Uri. | |
WERNER.
Barón de Attinghausen,
señor feudal. | |
ULRICO DE RUDÉNZ.
Su sobrino. | |
WERNER STAUFFACHER.
Habitante de Schwyz. | |
CONRADO HUNN.
Habitante de Schwyz. | |
ITEL REDING.
Habitante de Schwyz. | |
JUAN AUF DE
MAUER.
Habitante de Schwyz. | |
JORGE DE HOFE.
Habitante de Schwyz. | |
ULRICO DE SCHMID.
Habitante de Schwyz. | |
JOST DE WEILER.
Habitante de Schwyz. | |
WALTHER FURST.
Habitante de Uri. | |
GUILLERMO TELL.
Habitante de Uri. | |
ROESSELMANN.
Párroco. Habitante
de Uri. | |
PETERMANN.
Sacristán. Habitante de Uri. | |
KUONI.
Pastor1. Habitante de Uri. | |
WERNI.
Cazador. Habitante de Uri. | |
RUODI.
Pescador. Habitante de Uri. | |
ARNOLDO DE MELCHTHAL.
Habitante de Unterwald. | |
CONRADO BAUMGARTEN.
Habitante de Unterwald. | |
MEIER DE SARNEN.
Habitante de Unterwald. | |
STRUTH
DE WINKELRIED.
Habitante de Unterwald. | |
NICOLAS DE FLUE.
Habitante de Unterwald. | |
BURKHARDT DE BUHEL.
Habitante de Unterwald. | |
ARNOLDO DE SEWA.
Habitante de Unterwald. | |
PFEIFER DE LUCERNA. | |
KUNZ DE GERSAU. | |
JENNI.
Muchacho pescador. | |
SEPPI.
Muchacho
pastor. | |
GERTRUDIS.
Mujer de Stauffacher. | |
HEDWIGIA.
Mujer
de Tell, hija de Fürst. | |
BERTA DE BRUNECK.
Rica heredera. | |
ERMENGARDA.
Aldeana | |
MATILDE.
Aldeana | |
ISABEL.
Aldeana | |
HILDEGARDA.
Aldeana | |
WALTHER.
Hijo de Tell | |
GUILLERMO.
Hijo de Tell | |
FRIESHARDT.
Soldado. | |
LEUTHOLD.
Soldado | |
RODOLFO DE HARRÁS.
Escudero
de Geszler. | |
JUAN EL PARRICIDA.
Duque de Suabia. | |
STUSSI.
Guarda. | |
El pregonero de Uri. | |
Un mensajero del Imperio. | |
Un cabo
de vara. | |
Un cantero; oficiales y peones. | |
Un pregonero.
| |
Religiosos. | |
Caballeros de Geszler y de Landenberg. | |
Aldeanos
y aldeanas de los tres cantones. | |
Escena primera
|
|
Rocas escarpadas
que ciñen el lago de los Cuatro -cantones, frente
a Schwyz. El lago forma un golfo. Próxima a la orilla,
una cabaña; en el lago, un muchacho pescador en su
barca. En el fondo, verdes praderas, aldeas, alquerías
de Schwyz, alumbradas por los rayos del sol. A la izquierda,
se divisan los picos de las montañas coronadas de
nubes; y a la derecha, a lo lejos, los ventisqueros. Antes
de levantarse el telón, suena el canto pastoril que
llaman Kuhreihen y el cencerreo de los rebaños, y
continúan hasta poco después.
|
PESCADOR.-
(Canta
en su barca, con la música del Kuhreihen.) El lago
sonríe; invita a bañarse. Dormía el
niño, recostado en la verde orilla, oyó suave
sonido, suave como el de la flauta, como la voz de los ángeles
en el paraíso; cuando despierta gozoso, la onda baña
su pecho, y una voz salida del fondo de las aguas, le dice:
«¡Oh! niño mío, me perteneces; te sorprendo
en brazos del sueño, y voy a llevarte a mi morada.» |
PASTOR.-
(En la montaña, variación del Kuhreihen.)
«¡Adiós! pastos, praderas que dora el sol; los pastores
deben separarse; huye el verano. Treparemos a los montes,
para volver cuando se deje oír el cuclillo, y resuenen
las canciones, y se revista de flores la tierra, y con la
llegada de mayo hermoso manen las fuentes. Adiós,
pastos, praderas que dora el sol; los pastores deben separarse;
huye el verano. |
CAZADOR DE LOS ALPES.-
(Parece en lo alto
de las rocas. -Segunda variación del Kuhreihen.) Truena
en las alturas, tiembla la palanca, pero el cazador prosigue
impávido su camino, resistiendo al vértigo;
osado avanza por campos de hielo. Allí, no florece
la primavera, ni verdea un solo ramo. Tiene bajo sus plantas
un océano de nubes, y no divisa las ciudades de los
hombres: sólo ve el mundo a través de la rasgada
niebla, y la verde campiña le aparece, debajo de las
aguas.» |
|
(Cambia el aspecto
del paisaje; suena sordo rumor en la montaña, y la
sombra de las nubes cubre la comarca. RUODI, el pescador,
sale de su cabaña. WERNI, el cazador, desciende de
las rocas. KUONI, el pastor, se adelanta con una cántara
de leche. SEPPI, su criado, le sigue.)
|
RUODI.-
Dáte
prisa, Jenni; saca la barca a la orilla. Amenaza y se acerca
la tempestad; el pico de Mitene se corona de nubes y silba
el viento glacial saliendo de su caverna; estallará
la tormenta antes de lo que pensamos. |
KUONI.-
Lluvia tenemos,
buen batelero; mis ovejas pacen la yerba con ansia, los perros
escarban la tierra. |
WERNI.-
Saltan los peces, y se sumerge
la gallineta; la tempestad hace camino. |
KUONI.-
(A SEPPI.)
A ver, Seppi, si se ha dispersado la vacada. |
SEPPI.-
Oigo
la esquila de la pelinegra Liseta. |
KUONI.-
Entonces no falta
una sola vaca, porque ésta llega siempre la última. |
RUODI.-
Vuestras esquilas, buen pastor, tienen un sonido
agradable. |
WERNI.-
Y es buena la vacada. ¿Es vuestra, compañero? |
KUONI.-
No soy tan rico; es de mi bondadoso señor
de Attinghausen, que la confió a mi cuidado. |
RUODI.-
¡Qué bien sienta este collar a esta vaca! |
KUONI.-
Harto conoce que dirige el rebaño; si se lo quitara
dejaría de pacer. |
RUODI.-
¿Esto creéis, de
un animal sin razón? |
WERNI.-
Pronto está dicho
eso. También los animales tienen inteligencia. Nadie
lo sabe como nosotros, los cazadores de gamuzas. Cuando quieren
pacer tranquilamente, colocan previsoras a poca distancia
un centinela que aguza el oído, y anuncia con un grito
la proximidad del cazador. |
RUODI.-
(Al pastor.) ¿Volvéis
a casa? |
KUONI.-
Ha pasado la estación de los pastos
en los Alpes. |
WERNI.-
Os deseo un feliz regreso, buen pastor. |
KUONI.-
Y yo a vos; que no siempre se vuelve de vuestras
excursiones. |
RUODI.-
¡Un hombre viene corriendo hacia acá! |
WERNI.-
Le conozco. Es Baumgarten de Alzellen. |
CONRADO
BAUMGARTEN.-
(Sin aliento.) Por amor de Dios... -vuestra
barca, batelero. |
RUODI.-
Pero bien, ¿qué hay que
urge tanto? |
BAUMGARTEN.-
Desatad la barca, y me salvareis
la vida. Conducidme a la orilla opuesta. |
KUONI.-
¿Qué
os pasa, amigo? |
WERNI.-
¿Quién os persigue? |
BAUMGARTEN.-
Daos prisa, daos prisa, porque me siguen de cerca. Me persiguen
los soldados del gobernador, y soy muerto si me cogen. |
RUODI.-
¿Y por qué os persiguen? |
BAUMGARTEN.-
Salvadme, primero;
luego os lo diré. |
WERNI.-
Estáis manchado
de sangre; ¿qué ha ocurrido? |
BAUMGARTEN.-
El baile
del emperador que residía en Rossberg... |
KUONI.-
¿Os persigue Wolfenschieszen? |
BAUMGARTEN.-
No; ya no hará
más daño a nadie; le he muerto. |
TODOS.-
(Retrocediendo.)
¡Dios os socorra! ¿qué habéis hecho? |
BAUMGARTEN.-
Lo que todo hombre libre, en mi lugar. He usado de mi derecho
contra quien atentaba a mi honor y al de mi esposa. |
KUONI.-
¿El baile atentó a vuestro honor? |
BAUMGARTEN.-
Dios
y mi hacha se han opuesto a sus infames designios. |
WERNI.-
¿Le habéis partido el cráneo de un hachazo? |
KUONI.-
Contadnos lo ocurrido, tenéis tiempo para
ello, mientras botan al agua el batel. |
BAUMGARTEN.-
Había
salido a cortar leña en el bosque, cuando de pronto
veo llegar a mi mujer, sofocada, angustiada, y me dice que
viene huyendo de casa donde se le ha presentado el baile,
ordenándole preparar un baño, y haciéndole
indignas proposiciones. Inmediatamente me voy allá,
y sin aguardar nada, descargo sobre él un hachazo. |
WERNI.-
Hicisteis perfectamente y nadie podrá culparos. |
KUONI.-
¡Miserable! Encontró lo merecido. Mucho há
que el pueblo de Unterwald le debía otro tanto. |
BAUMGARTEN.-
El suceso se ha hecho público;... me persiguen y mientras
hablamos... ¡Dios mío!... ¡el tiempo pasa! |
|
(Truena.)
|
KUONI.-
Despacha, batelero: conduce este hombre a la orilla
opuesta. |
RUODI.-
No os embarcáis; terrible, tempestad
se acerca, y fuerza es aguardar. |
BAUMGARTEN.-
¡Santo Dios!...
No me es posible; cada instante que pasa es mortal. |
KUONI.-
(Al pescador.) Probadlo; con la ayuda de Dios, es necesario
auxiliar al prójimo. Lo mismo puede sucedernos un
día a nosotros. |
|
(Rayos y truenos.)
|
RUODI.-
El Foehn2
se desencadena. ¡Ved que formidable oleaje! ¡No podré
conducir mi barca luchando con la tormenta y las olas! |
BAUMGARTEN.-
(Abrazándose a sus rodillas.) ¡Que Dios tenga piedad
de vos, como vos de mí! |
WERNI.-
Va en ello su vida,
batelero; compadecedle. |
KUONI.-
Es padre de familia: tiene
esposa... tiene hijos... |
|
(Redoblan los truenos.)
|
RUODI.-
¡Pero también yo arriesgo en ello mi vida! ¡también
yo tengo esposa y tengo hijos en casa! Oid cómo ruge
y avanza la tormenta; ved cómo se alzan las olas del
fondo del lago. Yo bien quisiera salvar a ese bravo, pero
ya veis que es absolutamente imposible. |
BAUMGARTEN.-
(De
rodillas.) ¡Fuerza será, pues, que caiga en manos
de mis enemigos, cuando me hallo próximo a la playa
salvadora... cuando la veo enfrente de mí!... Allí
está; la alcanzan mis ojos; llega a ella el eco de
mi voz;... y aquí, la barca, que me conduciría
a ella... ¿y debo quedarme sin socorro y sin esperanza? |
KUONI.-
Mirad quién viene. |
WERNI.-
Tell de Bürglen. |
GUILLERMO TELL.-
(Armado de su ballesta.) ¿Quién
es este hombre que implora socorro? |
KUONI.-
Un vecino de
Alzellen que ha defendido su honor, y ha muerto a Wolfenschieszen,
el baile régio de Rossberg. Los guardias del gobernador
siguen sus pasos, y ruega al batelero que le conduzca a la
otra orilla, pero éste, amedrentado por la tempestad,
no, quiere arriesgarse a ello. |
RUODI.-
Tell sabe también
manejar el remo; él os dirá si es posible tentar
ese paso. |
TELL.-
Cuando la necesidad apremia batelero, se
pasa todo. . |
|
(Grandes truenos, braman las olas)
|
RUODI.-
Sería
como arrojarme a la boca del infierno. Ningún hombre
sensato lo intentaría. |
TELL.-
Los valientes sólo
se acuerdan de ellos en último lugar. Fía en
el cielo, y socorre al oprimido. |
RUODI.-
Desde el puerto,
fácil es dar consejos. Aquí está la
barca; aquí está el lago; probadlo. |
TELL.-
El lago puede calmarse y el gobernador no. Haz un esfuerzo,
batelero. |
EL PASTOR Y EL CAZADOR.-
¡Salvadle salvadle, salvadle! |
RUODI.-
No; aunque fuera mi hermano; aunque fuera mi propio
hijo; no es posible. Hoy es el día de san Simón
y san judas... el lago está enfurecido y re clama
su presa. |
TELL.-
De nada sirven las palabras, el tiempo
apremia, y es necesario socorrer a este hombre. Di, batelero,
¿quieres llevarlo? |
RUODI.-
No; yo, no. |
TELL.-
Pues bien.
¡Dios me proteja! venga la barca; voy a ensayar mi débil
brazo. |
KUONI.-
¡Valiente Tell!. |
WERNI.-
¡Acción
digna de un cazador! |
BAUMGARTEN.-
Tell, sois mi salvador,
mi ángel bueno. |
TELL.-
Os sustraeré a la cólera
del enemigo, más forzoso será que otro os proteja
contra las olas. Pero siempre vale más ponerse en
manos de Dios, que en manos de los hombres. (Al pastor. )
Amigo, vos consolareis a mi mujer, si me sucede alguna desgracia.
Hago lo que no puedo excusar. (Entra en la barca.) |
KUONI.-
(Al pescador.) Sois un piloto ¿y no os atrevéis a
intentar lo que Tell? |
RUODI.-
Otros que valen más
que yo, no le imitarían. No hay dos hombres como él
en estas montañas. |
WERNI.-
(Encaramado en una roca.)
Partió. ¡Que Dios te socorra, bravo batelero! ¡Mirad
cómo danza la barca sobre las olas! |
|
KUONI.-
(Desde
la ribera.) El oleaje se eleva hasta cubrirla... Ya no la
veo... Reaparece... ¡Cómo lucha el experto piloto
con la oleada! |
SEPPI.-
¡Los guardias del gobernador se acercan! |
KUONI.-
¡Dios mio!... son ellos... Era ya tiempo de socorrerle...
|
|
(Llegan en tropel algunos caballeros de Landenberg.)
|
CABALLERO.-
Entregadnos al asesino que habéis ocultado. |
2º CABALLERO.-
En vano intentareis negar que tomó este camino. |
KUONI
y RUODI.-
¿ De quién habláis, caballero? |
1er
CABALLERO.-
(Viendo la barca.) ¿Qué veo? ¡Diablo! |
WERNI.-
(Desde su altura.) ¿Buscáis al de la barca?...
Entonces, galopad, y podéis todavía alcanzarle. |
2º CABALLERO.-
¡Maldición!... se nos escapó. |
1er CABALLERO.-
(Al pastor y al pescador.) Le habéis
auxiliado y debéis sufrir castigo. ¡Caed sobre sus
rebaños, destruid esta choza, matad, incendiad |
SEPPI.-
(Huyendo.) ¡Oh! ¡mis corderos! |
KUONI.-
(Siguiéndole.)
¡Desdichado de mí!... ¡Mi rebaño! |
WERNI.-
¡Malvados! |
RUODI.-
(Juntando las manos.) ¡Justicia divina!
¿Cuándo llegará el libertador de esta comarca? (Les sigue.)
|
Escena II
|
|
Cerca de Stein, en Schwyz. -Un
tilo enfrente de la casa de STAUFFACHER, situada en la carretera,
junto a un puente.
|
|
WERNER STAUFFACHER.- PFEIFER de Lucerna:
llegan conversando; GERTRUDIS.
|
|
PFEIFER.-
Sí, sí,
maestro Stauffacher, como os iba diciendo, no prestéis
juramento de fidelidad al Austria, si es posible excusarlo.
Permaneced como hasta ahora firme y resueltamente adicto
al imperio, y Dios os conserve vuestros antiguos privilegios.
(Estrecha cordialmente su mano, e intenta alejarse.) |
STAUFFACHER.-
Aguardad hasta que vuelva mi mujer; sois mi huésped
en Schwyz, como yo el vuestro en Lucerna. |
PFEIFER.-
Mil
gracias, pero me es forzoso estar hoy mismo en Gersau. Cuanto
os veáis obligado a sufrir de la codicia e insolencia
de los bailes, soportadlo con resignación, porque
semejante estado de cosas puede cambiar de repente, con ascender
al trono otro emperador: pero una vez os habréis entregado
al Austria, sera para siempre. (Se va.) |
|
(STAUFFACHER se
sienta pensativo a la sombra del árbol; GERTRUDIS,
su mujer, le sorprende así, se acerca a él,
y le contempla largo rato en silencio.)
|
GERTRUDIS.-
¡Cómo
tan grave, amigo mío! No te reconozco... muchos días
há que observo silenciosa en tu frente la huella de
sombrío pesar. Sí; mudo pesar oprime tu corazón;
confíamelo. Soy tu fiel esposa y reclamo mi parte
en tus penas. (STAUFFACHER le tiende la mano, sin decir palabra.)
¿Qué puede entristecerte? Dímelo. Dios bendice
tu trabajo; tu fortuna es floreciente; henchidos tus graneros;
tus caballos, tus bueyes regresan bien apacentados de los
montes, para pasar el invierno en cómodos establos.
Se alza tu casa como noble morada, decoran sus habitaciones
nuevos artesones dispuestos con orden y simetría,
y la adornan y prestan claridad numerosas ventanas. Brillan
en ella restaurados escudos, y sabias máximas que
lee y admira el viajero deteniendo el paso. |
STAUFFACHER.-
Ciertamente mi casa es cómoda y bien construida, pero
¡ay! que tiembla el suelo en que la edificamos. |
GERTRUDIS.-
¡Werner de mi alma!... ¿qué quieres decir? |
STAUFFACHER.-
Poco há me hallaba sentado como ahora bajo este tilo,
pensando con placer que mi casa estaba terminada, cuando
llega el gobernador de su castillo de Kussnacht, con sus
caballeros, y se detiene sorprendido delante de ella; yo
me levanto inmediatamente, adelantándome con respeto,
como es debido a quien representa en este país al
emperador. -¿De quién es esta casa? -pregunta con
malignidad, porque harto lo sabía. Reflexionó
un instante, y respondo: -Señor gobernador, esta casa
es del emperador mi soberano, y vuestro soberano, y yo la
poseo en feudo. -Y dice él: -Gobierno el país
en nombre del emperador, y no quiero en modo alguno que simples
villanos edifiquen casas por su propia cuenta y vivan con
libertad como si fueran los señores de la comarca;
pensaré en el modo de impedíroslo. -Dicho esto
partió con semblante amenazador, dejándome
a mí cuidadoso y pensativo con lo dicho. |
GERTRUDIS.-
Caro esposo y señor, ¿quieres recibir de tu mujer
un razonable consejo? Me honro con ser la hija del noble
Iberg, que es hombre muy experto. Más de una vez,
sentada con mis hermanas y mientras hilábamos por
las noches, vi a los prohombres del pueblo reunidos en la
casa de mi padre para leer las cartas de los antiguos emperadores
y discutir maduramente sobre el bienestar del país.
Atenta escuchaba yo sus discretas frases, las reflexiones
del inteligente, los deseos del hombre de bien; de todo conservo
memoria. Oye pues; medita lo que te digo, porque mucho há
que conozco la causa de tu pesar. El gobernador está
irritado contra ti, y quisiera hacerte mala obra, porque
eres obstáculo a sus deseos. Ansía someter
a los habitantes de Schwyz a la nueva casa real, pero ellos,
como sus dignos antepasados, persisten fieles al imperio.
¿No es esto, Werner?... Dime si me engaño. |
STAUFFACHER.-
Verdad, esta es la causa de la violencia de Geszler. |
GERTRUDIS.-
Te envidia la dicha de vivir como hombre libre en tu propia
heredad, porque él no posee ninguna. Tienes esta casa
en feudo del imperio y del emperador, y puedes probarlo,
como el príncipe su derecho a poseer sus dominios;
no reconoces sobre ti otro soberano que el primero de la
cristiandad. El gobernador es, por el contrario, el segundón
de su familia y sólo posee su manto de caballero;
por esto mira con malos ojos y con alma emponzoñada
la felicidad de los hombres de bien. Hace mucho tiempo que
ha jurado perderte, y hasta ahora saliste librado... ¿Aguardarás
a que cumpla sus malvados designios? El que es prudente toma
sus precauciones. |
STAUFFACHER.-
¿Qué debe hacerse? |
GERTRUDIS.-
(Acercándose.) Oye mi consejo. Sabes
cuánto se quejan de la rapacidad y crueldad del gobernador
todos los hombres honrados de Schwyz; no dudes que a la otra
orilla del lago, en el país de Uri y Unterwald, están
cansados de semejante yugo, porque Landenberg se porta allí
con tanta crueldad como aquí Geszler. Apenas llega
una barca que no nos traiga la noticia de alguna nueva desgracia,
de alguna violencia del gobernador. Convendría que
algunos de vosotros, los más discretos, os reunierais
pacíficamente para excogitar el medio de libertaros
de semejante despotismo. Creo que Dios no había de
abandonaros, y sería favorable a la justicia. ¿No
tienes en Uri un amigo a quien puedas abrir tu corazón? |
STAUFFACHER.-
Conozco allí- muy buena gente y ricos
y respetados vasallos, que son amigos míos y a quienes
puedo fiar mis secretos. (Se levanta.) ¡Ah, esposa de mi
alma! ¡Qué tempestad de peligrosas ideas levantas
en mi ánimo tranquilo! Pones ante mí, y a la
faz del sol, su interior, y lo que al pensamiento negaba,
tus labios lo pronuncian con osadía y ligereza. Pero
has reflexionado bien qué me aconsejas? ¿Quieres traer
a este pacifico valle la terrible discordia y el estruendo
de las armas? ¿Osaremos nosotros, débiles pastores,
atacar al señor del mundo? Sólo esperan un
plausible pretexto para lanzar sobre este mísero suelo
las feroces hordas de sus soldados, y ejercer los derechos
del conquistador, y con apariencias de justo castigo, aniquilar
nuestros antiguos privilegios. |
GERTRUDIS.-
Hombres sois
también; sabéis manejar el hacha... Dios ayuda
a los valientes. |
STAUFFACHER.-
¡Oh, esposa mía! Terrible
calamidad es la guerra, y alcanza a los rebaños y
al pastor. |
GERTRUDIS.-
Debemos soportar las penas que envía
el cielo, pero un noble corazón no soporta la injusticia. |
STAUFFACHER.-
Te gusta esta casa que hemos construido, ¿verdad?
Pues la guerra la reducirá a cenizas. |
GERTRUDIS.-
Si creyese que mi alma estaba encadenada a este pasajero
bien, con mi propia mano le pegaría fuego. |
STAUFFACHER.-
Amas a la humanidad, ¿verdad? pues la guerra no exime de
la muerte al tierno niño en la cuna. |
GERTRUDIS.-
La inocencia tiene en el cielo un protector. Extiende tu
mirada delante de ti, Werner, y no a tu espalda. |
STAUFFACHER.-
Nosotros los hombres podemos morir combatiendo como valientes,
pero ¿cuál es vuestra suerte? |
GERTRUDIS.-
Los más
débiles podemos tomar también nuestro partido;
me arrojo desde este puente, y héteme libre. |
STAUFFACHER.-
(Arrojándose en sus brazos.) Quien oprime un corazón
como el tuyo contra su pecho, puede batirse gozoso por su
hogar y sus ganados, y no teme las armas de rey alguno. Voy
ahora mismo a Uri; allí tengo un huésped, un
amigo, Walter Fürst, que piensa de tales tiempos lo
mismo que yo... Allí encontraré también
al noble señor de Attinghausen; aunque de elevada
alcurnia, ama al pueblo y honra las antiguas costumbres.
Los tres discutiremos los medios de defendernos con valor
contra los enemigos del país... Adiós... y
en mi ausencia, cuida solícita de la casa; abre tu
mano generosa al peregrino y al fraile mendicante, y no permitas
que se alejen sin haberles atendido en todo. La casa de Stauffacher
no se oculta a los ojos del viajero; albergue hospitalario,
se levanta al borde del camino. |
|
(Mientras se aleja hacia
el foro, salen GUILLERMO TELL y BAUMGARTEN.)
|
TELL.-
(A BAUMGARTEN.)
Ahora ya no tenéis necesidad de mí. Entrad
en esta casa, morada de Stauffacher, padre de los oprimidos...
vedle allí en persona... Seguidme, venid. |
|
(Van hacia
él.)
|
Escena III
|
|
Una
plaza pública de Altdorf. En una altura del fondo
se levanta una fortaleza en construcción pero bastante
adelantada, de modo que puede distinguirse la forma del edificio.
La parte posterior está terminada; algunos obreros
trabajan en la fachada subiendo y bajando de los andamios,
y otro en el tejado. Todo es movimiento y animación.
|
|
EL CABO DE VARA.- EL CANTERO.- Sus OFICIALES y PEONES.
|
EL CABO.-
(Con su vara aviva a los obreros.) Vaya; ¡poco
vagar!... Vengan las piedras, la cal, la argamasa: es preciso
que cuando llegue el señor gobernador halle muy avanzada
la obra. ¡Vais a paso de tortuga! (A dos peones.) ; ¿A esto
llamáis una carga? ¡A traer el doble... al instante!
¡Estos holgazanes no hacen lo que debieran! |
ler OFICIAL.-
Es muy duro vernos obligados a transportar con las propias
manos las piedras de nuestro calabozo. |
EL CABO.-
¿Qué
estáis murmurando? Miserable pueblo que sólo
sirve para guardar vacas y andorrear por estos montes. |
UN
VIEJO.-
(Sentándose.) ¡No puedo más! |
EL CABO.-
(Empujándole.) ¡Vaya!... vejete... a trabajar. |
1er
COMPAÑERO.-
No tenéis entrañas; forzar
así a tan rudo servicio a un pobre viejo que apenas
puede tenerse. |
EL CANTERO Y SUS COMPAÑEROS.-
¡Esto
clama al cielo! |
EL CABO.-
Cuidad de lo que os importa; cumplo
mi deber. |
EL 2º OFICIAL.-
¿Cómo se llamará
el fuerte que estamos construyendo? |
EL CABO.-
Se llamará
la servidumbre de Uri; bajo este yugo doblaréis la
cabeza. |
LOS OBREROS.-
¿La servidumbre de Uri? |
EL CABO.-
¿Por qué reís? |
EL 2º OFICIAL.-
¿Con este pequeño
edificio queréis esclavizar a Uri? |
EL 1er OFICIAL.-
Mirad cuántos montoncillos de tierra os será
forzoso echar uno encima de otro para igualar la más
baja montaña de Uri. (El cabo se retira hacia el foro.) |
EL CANTERO.-
Arrojaré al fondo del lago el martillo
con que construí este edificio. |
|
(TELL y STAUFFACHER
llegan.)
|
STAUFFACHER.-
¡Oh! ¡habré vivido tan sólo
para presenciar semejantes espectáculos! |
TELL.-
Aquí
no se siente uno bien; alejémonos. |
STAUFFACHER.-
¡Me hallo realmente en Uri, patria de la libertad! |
EL CANTERO.-
¡Oh! ¡señor, si hubieseis visto el calabozo construido
debajo la torre!... El que sea encerrado allí no oirá
el canto del gallo. |
STAUFFACHER.-
¡Dios! |
EL CANTERO.-
Mirad
estos baluartes, estos estribos que parecen construidos para
la eternidad. |
TELL.-
Lo que las manos alzaron, las manos
pueden derribarlo. (Señalando la montaña.)
Dios nos dio la fortaleza de la libertad. |
|
(Suena un tambor,
llegan algunos hombres con un sombrero en lo alto de un palo.
Un pregonero les sigue; mujeres y niños salen en tumulto.)
|
El 1er OFICIAL.-
¿Qué significa este tambor?... |
EL
CANTERO.-
¿Qué mascarada es esta? ¡Atención!...
¿Para qué es este sombrero? |
EL PREGONERO.-
En nombre
del emperador, oid. |
LOS OBREROS.-
Silencio; oid. |
EL PREGONERO.-
Habitantes de Uri; ahí tenéis este sombrero
que va a ser colocado en lo alto de un mástil, en
medio de Altdorf, en el sitio más elevado. Es la voluntad
del señor gobernador, que este sombrero sea honrado
como su propia persona. El que pase por delante de él,
debe hincar la rodilla y descubrirse, con lo cual reconocerá
el rey a sus súbditos. Quien no cumpla esta orden
será castigado con pena corporal y la confiscación
de sus bienes. |
|
(El pueblo prorrumpe en una carcajada, suena
el tambor, y se retiran los soldados.)
|
OFICIAL.-
¿Qué
nueva extravagancia se le ocurrió al gobernador? ¡Honrar
a su sombrero nosotros! ¿habéis visto nunca cosa igual? |
EL CANTERO.-
¡Que hinquemos la rodilla delante de un sombrero!...
¿Así se hace burla de un pueblo grave y respetable? |
1er OFICIAL.-
Si fuera la corona imperial podría pasar,
pero el sombrero austríaco, tal como lo vi colgar
del trono, cuando fuimos a prestar homenaje... |
EL CANTERO.-
¡El sombrero austríaco!... ¡Mucho cuidado!... es un
lazo que se nos tiende para entregarnos al Austria. |
LOS
OBREROS.-
No habrá hombre de honor que se someta a
esta humillación. |
EL CANTERO.-
Venid a poneros de
acuerdo con los demás. |
|
(Se retiran hacia el foro.)
|
TELL.-
(A STAUFFACHER.) Ya veis lo que ocurre... Con Dios,
maestro Werner. |
STAUFFACHER.-
¿A dónde vais?.., No
tengáis tanta prisa... |
TELL.-
La casa reclama al
padre, adiós. |
STAUFFACHER.-
Mi corazón rebosa;
quisiera hablaros. |
TELL.-
Las palabras no alivian al corazón
oprimido. |
STAUFFACHER.-
Pero las palabras podrían
llevarnos a las obras. |
TELL.-
Por ahora, fuerza es callar
y resignarse. |
STAUFFACHER.-
¿Sufriremos lo insufrible?
|
TELL.-
El reinado de los tiranos violentos es el más
breve. Cuando se desencadena la tempestad, se apagan los
hogares, se refugian las barcas en el puerto, y pasa el terrible
huracán sobre el haz de la tierra sin causar perjuicio,
y sin dejar rastro. Viva tranquilo cada cual en su casa,
que fácilmente se deja en paz a los pacíficos. |
STAUFFACHER.-
Tal os parece |
TELL.-
La serpiente no pica
si no la excitan. Si ven que el país permanece tranquilo,
se cansarán. |
STAUFFACHER.-
Mucho podríamos
si unidos esperáramos. |
TELL.-
En el naufragio se
auxilia más fácilmente a sí mismo el
que va solo. |
STAUFFACHER.-
¿Con tal frialdad abandonáis
la causa pública? |
TELL.-
Sólo consigo mismo
puede contar cada cual. |
STAUFFACHER.-
Pero de la unión
de los débiles nace la fuerza. |
TELL.-
Pero el fuerte
lo es más, si va solo. |
STAUFFACHER.-
Decid pues,
que la patria no puede contar con vos para el caso de acudir
a la resistencia en su desesperación. |
|
TELL.-
(Tomándole
la mano.) Tell que salva a un cordero caído en un
precipicio, ¿abandonaría a los suyos? Mas sea lo que
quiera lo que hagáis, no me invitéis a vuestras
reuniones, porque no puedo discutir ni reflexionar largamente.
Si tenéis necesidad de mí para un golpe atrevido,
llamad entonces a Tell y no faltará. |
|
(Se van en opuesta
dirección. De repente suena un alboroto junto a los
andamios.)
|
EL CANTERO.-
¿Qué pasa? |
EL 1er OFICIAL.-
(Se adelanta gritando.) El pizarrero se ha caído de
la cubierta. |
BERTA.-
(Seguida de algunas personas.) ¿Ha
muerto...? Corred, socorredle, salvadle, si hay tiempo...
Salvadle... ahí tenéis oro. (Reparte entre
los presentes sus joyas.) |
EL CANTERO.-
¡Por el oro!... ¡Pensáis
conseguirlo todo con vuestro oro. Después de haber
arrebatado un padre a sus hijos, un marido a su mujer, sembrando
la desolación, pensáis compensarlo todo con
dinero! Id enhoramala; antes de vuestra venida vivíamos
felices y con vosotros llegó la desesperación. |
BERTA.-
(Al cabo de vara que entra.) ¿Vive? (El cabo hace
un signo negativo.) ¡Oh!... infame fortaleza, edificada para
la maldición; la maldición pesará sobre
sus habitantes. (Se va.) |
Escena IV.
|
|
En la casa de WALTHER
FURST.
|
|
WALTHER
FURST y ARNOLDO DE MELCHTHAL, Salen por diverso
lado.
|
MELCHTHAL.-
Maestro Walther Furst... |
WALTHER.-
Si
nos sorprendieran... Aguardad... estamos rodeados de espías. |
MELCHTHAL.-
¿No me traéis noticia alguna de Unterwald?
¿de mi padre? Se me hace insoportable seguir aquí,
ocioso como un prisionero. ¿Qué hice yo, para verme
forzado a ocultarme lo mismo que un criminal? ¡Por fracturar
un dedo, de un palo, al lacayo insolente que quiso apoderarse
por orden del gobernador de la mejor yunta que poseo!... |
WALTHER.-
Sois demasiado vivo de genio. El hombre estaba
al servicio del gobernador, y era enviado suyo. Habíais
incurrido en una falta, y por penoso que os fuera, debíais
soportar en silencio su castigo. |
MELCHTHAL.-
¿Debía
soportar también las frases insolentes de este miserable?
Si el labrador, dijo, quiere comer, puede tirar él
mismo de la carreta. Sentí que se me partía
el corazón, cuando le vi desuncir mi hermoso par de
bueyes; mugían sordamente y topetaban como si hubiesen
conocido la injusticia. Entonces, arrebatado por la cólera,
fuera de mí, apaleé al mensajero. |
WALTHER.-
¡Oh! si a duras penas dominamos nuestro corazón, ¿qué
hará la ardiente juventud? |
MELCHTHAL.-
Sólo
el recuerdo de mi padre causa mi aflicción. Necesita
de mis cuidados, y su hijo vive lejos de él. Odiado
por el gobernador, porque defendió noblemente la causa
de la justicia y la libertad, ¡ay! será oprimido ¡pobre
anciano! y no tiene quien le defienda de un ultraje. Sea
de mí lo que quiera vuelo a su encuentro. |
WALTHER.-
Aguardad con paciencia, al menos hasta que nos lleguen noticias
de Unterwald... Oigo que llaman; retiraos. Tal vez un emisario
del gobernador... Escondeos; en Uri no estáis al abrigo
del poder de Landenberg, porque los tiranos se auxilian mutuamente. |
MELCHTHAL.-
Nos enseñan lo que debiéramos
hacer nosotros. |
WALTHER.-
Escondeos; os llamaré,
si nada hubiese que temer. (MELCHTHAL se va. ) ¡Desdichado!...
No me atrevo a confesarle la desgracia que presiento. -¿Quién?...
¡Siempre que llaman, aguardo una calamidad! La sospecha y
la traición velan en torno; los satélites de
la tiranía se introducen hasta en el sagrado del hogar;...
pronto será necesario atrancar las puertas y echar
cerrojos. (Abre, y retrocede sorprendido viendo a WERNER STAUFFACHER.) ¿Qué veo?... ¡Vos...Werner! ¡Bien, digno
y querido huésped, por vida mía! Otro mejor
que vos no pisó nunca estos umbrales. ¡Bienvenido
a mi casa! ¿Qué os trae por acá?... ¿Qué
buscáis en Uri? |
STAUFFACHER.-
(Dándole la
mano.) El tiempo viejo, y la vieja Suiza. |
WALTHER.-
Van
con vos, amigo. ¡Cuánto me alegro de veros! vuestra
sola presencia me alegra el corazón. Sentaos, maestro
Werner... ¿Cómo habéis dejado a vuestra buena
esposa Gertrudis, la discreta hija del prudente Iberg?...
Cuantos se dirigen de Alemania a Italia, elogian vuestro
hospitalario techo. Pero decidme, si venís de Fluelen,
¿habéis observado alguna novedad antes de llegar aquí? |
STAUFFACHER.-
(Se sienta.) He visto un nuevo y sorprendente
edificio que no me alegró mucho que digamos. |
WALTHER.-
¡Ah! amigo mío. De una sola ojeada lo habéis
visto todo. |
STAUFFACHER.-
Nunca se vio tal en Uri; no hay
memoria de que hayan existido cárceles en nuestra
patria, ni otra construcción durable que no fuese
la tumba. |
WALTHER.-
Y esta es la tumba de la libertad; le
habéis dado su verdadero nombre. |
STAUFFACHER.-
Maestro
Walther Furst, no quiero ocultaros que no me trae aquí
ociosa curiosidad; vengo preocupado por tristes ideas. Dejé
en mi cantón la tiranía, y hallo la tiranía
aquí. Nuestros sufrimientos son ya de todo en todo
insoportables, y no se ve fin a semejante estado. De antiguo,
Suiza fue siempre libre,... estamos acostumbrados a ser regidos
con bondad. Desde que los pastores recorren estas montañas,
no se vio jamas nada semejante a lo que hoy ocurre. |
WALTHER.-
Verdad; no hay ejemplo de conducta parecida; nuestro noble
señor de Attinghausen que alcanzó los viejos
tiempos, opina como nosotros, que esto es insoportable.
|
STAUFFACHER.-
En Unterwald también va muy mal la cosa.
Ha ocurrido un caso de cruenta venganza. Wolfenschieszen,
baile del emperador, que residía en Rossberg, codiciaba
la esposa de Baumgarten de Alzellen, y como quisiera recurrir
a la violencia, éste lo mató de un hachazo. |
WALTHER.-
¡Justos castigos de Dios!... ¿Baumgarten habéis
dicho?... hombre honrado y bondadoso... ¿Logró escapar
y esconderse? |
STAUFFACHER.-
Vuestro yerno lo condujo a la
opuesta orilla del lago, y yo le dí asilo en mi casa.
El buen hombre me ha contado algo más espantoso todavía,
ocurrido en Sárnen; algo que debe partir el corazón
de todo hombre de bien. |
WALTHER.-
(Prestando atención.)
Decidme ¿qué ha pasado? |
STAUFFACHER.-
Vive en Melchthal,
cerca de Kerns, un buen hombre, llamado Enrique de Halden,
que goza de alguna influencia en el país. |
WALTHER.-
¡Quién no le conoce! Bien; ¿qué le ha ocurrido?...
Acabad. |
STAUFFACHER.-
Landenberg, para castigar a su hijo
por una ligera falta, quiso apoderarse de sus mejores bueyes,
uncidos a la carreta; y el mozo hirió al emisario
de Landenberg y se fugó. |
WALTHER.-
(Con viva ansiedad.)
¿Pero el padre? Decid, ¿qué le ha pasado? |
STAUFFACHER.-
Landenberg intima al padre a que inmediatamente entregue
al fugitivo, y como el buen anciano juraba con verdad que
no tenía de él noticia alguna, el gobernador
llama a los verdugos... |
WALTHER.-
(Se levanta y quiere llevarle
al otro lado de la escena.) ¡Oh! ¡silencio!... ni una palabra
más... |
STAUFFACHER.-
(Elevando la voz.) «El hijo
me escapa -decía - pero tú has caído
entre mis manos. Echadle al suelo y pinchadle los ojos con
un punzón de acero.» |
WALTHER.-
¡Dios de misericordia! |
MELCHTHAL.-
(Entrando precipitadamente en la sala.) ¿Los
ojos, habéis dicho? |
STAUFFACHER.-
(Sorprendido, a
WALTHER.) ¿Quién es este mancebo? |
MELCHTHAL.-
(Convulsivo.)
¡Los ojos!... hablad. |
WALTHER.-
¡Desgraciado! |
STAUFFACHER.-
¿Quién es (WALTHER le hace una seña...) ¿Este
es el hijo?... ¡Justo Dios! |
MELCHTHAL.-
¡Y yo estaba fuera!...
en ambos ojos |
WALTHER.-
Dominaos; soportad como hombre esta
desgracia. |
MELCHTHAL.-
Y por mi culpa;... a consecuencia
de mi arrebato... ¡Ciego! ¡ciego realmente! ¡ciego por completo! |
STAUFFACHER.-
Lo he dicho ya; la luz de sus ojos se ha extinguido
para siempre; no vera jamás la luz del día. |
WALTHER.-
Respetad su dolor. |
MELCHTHAL.-
¡Nunca!... ¡nunca
jamas! (Pone la mano en sus ojos y calla breve rato; luego
se dirige alternativamente a sus amigos con voz ahogada por
el llanto.) ¡Oh! ¡Noble presente del cielo es la luz del
día!... Todos los seres, todas las criaturas felices
viven de la luz... La misma planta la codicia gozosa... ¡y
él vivirá en noche perpetua, en eternas tinieblas!
No han de regocijar sus miradas ni la verdura de los prados,
ni el esmalte de las flores y sus purpurinos matices... ¡Morir
es nada!... pero vivir y no ver... ¡esto es lo horrible!
¿Por qué me miráis con tal compasión?...
¡Poseo dos buenos ojos, y no puedo dar ninguno a mi padre
ciego, no puedo darle una chispa de este océano de
luz en el que se sumerge mi vista deslumbrada! |
STAUFFACHER.-
¡Ah!... Por desdicha he de aumentar vuestro dolor, lejos
de remediarlo. Vuestro padre es más desgraciado todavía,
porque el gobernador le arrebató cuanto posee, dejándole
tan sólo un bastón para que fuera de puerta
en puerta desnudo y ciego. |
MELCHTHAL.-
¡Sólo un bastón
para este anciano ciego! privado de todo, hasta de la luz
del sol, el patrimonio de los pobres!... No me habléis
ya de seguir aquí, de esconderme. ¡Cuán cobarde
fui pensando en la propia seguridad, y no en la tuya, abandonando,
como prenda, en manos de estos miserables, tu amada cabeza,
¡padre mio!... ¡Lejos de mí, vil precaución!
No quiero pensar en otra cosa que en tomar sangrienta venganza...
¡Nadie podrá detenerme!... Quiero exigirle al gobernador
los ojos de mi padre... le hallaré rodeado de sus
tropas... ¡Qué me importa la vida, si ahogo en su
sangre mi dolor! ( Va a salir.) |
WALTHER.-
Aguardad, ¿qué
podéis contra él? ¡En Sárnen, en su
castillo, de lo alto de su inexpugnable fortaleza, se ríe
de vuestro impotente dolor! |
MELCHTHAL.-
Aunque habitara
en los palacios de hielo de Schreckhorn, o allá más
lejos todavía, en las eternas nubes donde se oculta
el Jungfrau, me abriré camino hasta él, y con
veinte jóvenes resueltos como yo, derribaré
su fortaleza. Y si nadie quisiera seguirme; si, temblando
por vuestras chozas, por vuestros ganados, dobláis
el cuello al yugo de la tiranía, convocaré
a los pastores de las montañas, y bajo la bóveda
del cielo, allí donde se guarda incorrupta la inteligencia,
puro el corazón, les contaré tan espantosa
crueldad. |
STAUFFACHER.-
(A WALTHER
FURST.) El mal llegó
a su colmo... ¿aguardaremos hasta el último extremo? |
MELCHTHAL.-
¿Qué extremo hemos de temer, cuando la
pupila no está ya segura en la órbita? ¿Vivimos,
acaso, indefensos? ¿Para qué habremos aprendido a
tirar la ballesta, y a manejar el hacha? Toda criatura halla
sus medios de defensa en la angustia de la desesperación;
detiénese el ciervo fatigado y muestra a la jauría
sus temibles ramas; la cabra montés lleva al abismo
al cazador; el mismo buey, dócil y doméstico
servidor del hombre, que dobla paciente la ancha testuz bajo
el yugo, la levanta irritado, agita sus cuernos poderosos
y lanza por los aires a su enemigo. |
WALTHER.-
Si los tres
cantones pensaran como nosotros tres, bien podría
tentarse un esfuerzo. |
STAUFFACHER.-
Si Uri nos llama, si
Unterwald promete su auxilio, Schwyz será fiel a los
antiguos pactos. |
MELCHTHAL.-
Cuento con muchos amigos en
Unterwald, y cada uno espondrá con gusto su vida,
si se siente apoyado, protegido por su compañero.
¡Oh, venerables padres de esta comarca! vedme, joven todavía,
entre vosotros dotados de tanta experiencia; debiera callar
modestamente en vuestro consejo, mas no menospreciéis
mis palabras y mis opiniones, porque sea joven e inexperto.
No me anima juvenil arrebato, sino la violencia de mi dolor,
dolor que enternecería las piedras. También
sois padres y jefes de familia, también deseáis,
sin duda, un hijo virtuoso que honre vuestras canas y defienda
solicito las pupilas de vuestros ojos. Aunque no sufristeis
todavía ni en vuestras personas ni en vuestros bienes,
aunque vuestros ojos claros y serenos se mueven todavía
en su órbita, no sigáis extraños a tan
gran dolor. También la espada de la tiranía
se halla suspendida sobre vuestras cabezas. Quisisteis sustraer
el país a la dominación del Austria; mi padre
no cometió otra falta; sois culpables como él,
y os alcanzará el mismo castigo. |
STAUFFACHER.-
(A
WALTHER
FURST.) Decidid; estoy pronto a seguiros. |
WALTHER.-
Preciso es conocer la opinión de los nobles señores
de Sillinen y de Attinghausen. Me parece que su nombre ha
de atraernos partidarios. |
MELCHTHAL.-
¿Qué nombre
es más respetado que el vuestro en estas montañas?
El pueblo confía plenamente en tales nombres, que
gozan de absoluto prestigio. Recibisteis de vuestros padres
rica herencia de virtudes, y se enriqueció con vosotros...
¿Para qué necesitamos a los nobles? Ejecutemos solos
la empresa... ¿Que no somos los únicos en este país?...
Harto sabremos defendernos solos. |
STAUFFACHER.-
Los nobles
no comparten nuestras desgracias; el torrente que asoló
el valle, no alcanzó todavía a las colinas...
Creo sin embargo, que no nos faltaría su auxilio,
si vieran al país levantado en armas. |
WALTHER.-
Si
hubiese un mediador entre el Austria y nosotros, la justicia
y las leyes resolverían la cuestión; mas como
nuestro tirano es el emperador, el mismo juez supremo, no
queda otro recurso que la ayuda de Dios y el esfuerzo de
nuestro brazo... Sondead las intenciones de los de Schwyz...
yo voy a reunir a los amigos en Uri... ¿a quién enviaremos
a Unterwald? |
MELCHTHAL.-
Enviadme a mí... ¿a quién
importa más el... |
WALTHER.-
No puedo consentir en
ello;... sois mi huésped, y tócame velar por
vuestra seguridad. |
MELCHTHAL.-
Dejadme; conozco los caminos
y el paso de las rocas; hallaré en todas partes amigos
que me darán asilo, y me libertarán de mis
perseguidores. |
STAUFFACHER.-
Dejad que vaya con el auxilio
de Dios. No hay entre aquella gente un solo traidor; aborrece
la tiranía que no cuenta allí con auxiliar
alguno... Baumgarten, además, nos ayudará a
sublevar el país, y a reclutar partidarios. |
MELCHTHAL.-
¿Cómo nos comunicaremos mutuamente las noticias más
exactas, sin sugerir sospechas a los tiranos? |
STAUFFACHER.-
Podríamos reunirnos en Brunnen o en Treib, donde arriban
las barcas de los mercaderes. |
WALTHER.-
No nos será
posible dirigir la empresa con tanta publicidad. Oid mi parecer:
ala izquierda del lago como quien va hacia Brunnen, y frente
a Mythenstein, hay entre los bosques una pradera que los
pastores llaman Rutli, porque se han cortado los árboles
de aquel sitio. Fronterizo a nuestro cantón, fronterizo
al vuestro (a MELCHTHAL) , ligero batel puede en poco tiempo
llevaros a vos (a STAUFFACHER) de Schwyz hasta allí.
Allí podemos acudir por la noche, y por desiertos
caminos, y deliberar al abrigo de toda sorpresa. Cada uno
de nosotros puede llevar diez hombres que merezcan nuestra
confianza; hablaremos en común del interés
común, y con la ayuda de Dios tomaremos una resolución. |
STAUFFACHER.-
¡Así sea! Ahora, dadme la diestra como
los tres nos tendemos lealmente la mano, los tres cantones
permanecerán unidos en vida y en muerte. |
WALTHER
Y MELCHTHAL.-
En vida y en muerte. (Siguen breve rato en
silencio, estrechándose mutuamente las manos.) |
MELCHTHAL.-
¡Oh ciego! ¡anciano padre mío! tú no has de
ver el día de la libertad, pero oirás sus cánticos.
Cuando de Alpe en Alpe se alcen llameando las fogatas, y
se derrumben las fortalezas de la tiranía, Suiza entera
se dirigirá a tu casa con la feliz noticia, y la luz
brillará para ti en las tinieblas. (Se separan.)
|