Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoVisión de Hostos sobre Estados Unidos

«[...] en el concierto de los pueblos libres se levanta tu voz...».


José Gautier Benítez56.                


Hostos blasonó continuamente de su admiración por los Estados Unidos. Siempre prestó más atención a lo que manifestaban los Estados Unidos en sus leyes y escritos fundamentales que lo que realizaba en la vida social. Cegado por su admiración de los documentos constitucionales creyó que los Estados Unidos vivían acorde con ellos. En un momento afirma a numerosas personas que Estados Unidos no puede tener colonias, pues la Constitución no lo permite57. Tuvo la desdicha de ver por sí mismo como el Tribunal Supremo de Estados Unidos sancionaba [1901] la expansión imperial y legalizaba todo ese entramado colonial, contra sus ideas preconcebidas58. Decisión judicial similar, pero relacionada con los derechos fundamentales de los afro-norteamericanos, tema éste de los derechos civiles y naturales predilecto suyo59, cuando el referido Tribunal Supremo falló los casos de Dread Scott [1857], Civil Cases Rights [1883] y Plessy vs. Ferguson [1896] sancionando las condiciones sociales que establecerán los más crasos abusos y violaciones raciales. ¿Estaba Hostos ajeno a esas realidades? Manifiesta en su discurso de inauguración de la Escuela Normal, núm. 2 de Caracas, el 30 de diciembre de 1876, que: «La institución de la democracia representativa, gloria de nuestro continente y victoria de la ciencia, realiza el fin del derecho y por medio de él completa al individuo en la sociedad y la sociedad en el individuo»60. En otras palabras en el Instituto de Ciencias Sociales de 3 de junio de 1877, vuelve sobre el tema y dice: «No ha hecho otra cosa el Continente del Norte, única tierra donde el hombre es hombre, y si hay una sociedad estable en los espacios del planeta, es aquella; y si hay en el mundo un orden racional, es el que existe allí; y si hay un paraíso de la ciencia, es aquel; y si hay un edén para la nueva humanidad, es el que allí no se atreverá a perturbar Luzbel alguno»61. Reitera el tópico en otra conferencia titulada «Las Leyes de la Sociedad»62, cuando expresa: «De ahí la primacía de la ley de libertad sobre toda otra ley sociológica. De ahí la importancia capital de someterse a ella y abandonarle la dirección del mundo social. De ahí la fuerza, la salud, la variedad de vida y la abundancia de ideales que vigorizan y ennoblecen la juventud del único pueblo, que desde su nacimiento practica como ley inviolable de su vida la libertad?»63.

En un ensayo sobre Francisco de Miranda que publica en el periódico La Prensa Libre, los días 18 y 25 de enero de enero de 1878 y el 5 de febrero de 1878, Hostos vuelve a mencionar a los Estados Unidos. Escribe:

«Todavía después de tres siglos de libre examen; todavía después del ejemplo contundente de la libertad absoluta de cultos en Norte América; todavía después de los más de cincuenta años de vida republicana; todavía después de haber declarado el Jefe de la Iglesia Católica "que en parte alguna del mundo es su voz tan eficaz como en los Estados Unidos"; todavía es un proscrito social el que se atreva a querer para cualquiera de las secciones de la América antes española lo que todo el mundo ve en Estados Unidos»64.


Luego plantea que «los principios de 1776, son intrínsecamente, y en la práctica deben ser, la norma de vida política y social del Continente»65. Seguido ironiza con los seguidores de la revolución francesa y sus ideas políticas, prefiriendo a los Estados Unidos, al decir: «Entonces, los que eran candorosos entusiastas como hoy los hay, no sabían que a nuestras mismas puertas se había iniciado un orden nuevo para el mundo entero; y se iban allende el océano a buscar el triple fantasma de la igualdad, de la libertad y la fraternidad, para convertir en principios dos fines tan inaccesibles como la fraternidad mística y la libertad utópica de los hombres y un medio de acción tan del orden natural como la libertad»66. Termina alabando la libertad en Estados Unidos y sus organizadores: «Modo natural de vida para los puritanos y cuáqueros que en el Norte con Washington por soldado, con Franklin por consejero y con Jefferson por organizador, la reconocieron y la acataron, la libertad fue lo que debía ser y lo que es: una simple institución de la naturaleza, aire que se respira, sol que a todos calienta, pasto común que a todos nutre»67.

En las Lecciones de Sociología que ofreció en Santo Domingo en el Instituto Profesional y en la Escuela Normal en 1880 y que forman el «Resumen de la Sociología» incluidas en el Tratado de Sociología que se publica en 1904 en Madrid68, dice:

«Así para acabar de ofrecer pruebas, en el mundo contemporáneo no hay ninguna sociedad que en universalidad de miras, en fecundidad de recursos, en cantidad de vida y en eficacia de derecho y libertad, pueda compararse a la sociedad norteamericana (los Estados Unidos), cuyo ideal, aunque confuso, es el más extenso que hasta ahora se haya propuesto pueblo alguno: el de comunicar la civilización de Occidente a las sociedades hermanas del Oriente»69.


En 1888 escribió el libro de texto para uso de escolares, Geografía Política Universal70 y allí describe a los Estados Unidos de forma elogiosa y poco crítica71. Sobre el «Gobierno», dice Hostos que: «Los Estados Unidos tienen la gloria de haber sido los creadores de la democracia representativa, la más racional de todas las formas de gobierno, y los fundadores de la federación o liga de Estados que completa y aseguran y aseguran el sistema representativo aplicado a la democracia»72. Con relación a «Civilización», afirma categóricamente que: «Con decir que es el único país de la tierra que puede considerarse como poseedor de una civilización propia y característica de él, se dice cuanto es posible para ponderar el alto grado de desarrollo de esa sociedad. Pero es necesario para hacerle justicia, y para que sigamos aprendiendo el verdadero valor de la palabra civilización, hacer notar los caracteres peculiares que distinguen de toda otra la civilización americana»73.

Afirma categóricamente Hostos que:

«En primer lugar, es el único país en donde todos los habitantes, excepto un número muy grande de la escoria de la inmigración, tiene el conocimiento general de las cosas que constituyen al hombre civilizado: por eso es por lo que en los Estados Unidos el campesino no se diferencia del ciudadano sino en los hábitos del trabajo; al revés de lo que sucede en Europa y en las Repúblicas latinoamericanas, en donde el campesino es casi siempre un semi-bárbaro o un salvaje.

En segundo lugar, con la excepción de algunos millones de inmigrados, el pueblo de los Estados Unidos tiene una completa educación elemental.

En tercer lugar, es la nación en donde más difundida está la enseñanza; en donde se emplean para sostenerla y desarrollarla más esfuerzos y más millones de pesos; en donde más bellos monumentos, más palacios, más parques y jardines se han consagrado a la educación.

En cuarto lugar, es el único país de la tierra en donde puede considerase completamente libre a la mujer; y esto es un indicio capital de civilización, no sólo porque demuestra los esfuerzos triunfantes que se han hecho para educar a la compañera del hombre, sino porque prueba bien que las costumbres públicas y privadas de los Estados Unidos, no son obstáculos, como hasta hoy lo son en los pueblos latinos, para devolver la libertad a la mujer.

En quinto lugar, esta sociedad que tiene mujeres más instruidas, y en donde una porción de funciones sociales, como el magisterio de la infancia, el servicio telegráfico, y otros, están casi exclusivamente encomendados a las mujeres.

En sexto lugar, es el pueblo donde mejor organizada está la libertad, en donde más se vive de la libertad y en donde más se goza de la libertad74.

En séptimo lugar, es el país de la tierra en donde más se lee todos los días, y probablemente es el único en que todos los habitantes saben todos los días y a veces hora por hora, lo que pasa en todos los puntos de la tierra»75.


Cada una de estas afirmaciones de Hostos sobre la sociedad, la política y el Derecho en Estados Unidos puede ser refutada, pues no corresponden a la vida social de Estados Unidos para las fechas que escribe; no lo hacemos en este escrito pues ya es muy extenso. Solamente permítaseme expresar que los estadounidenses tenían desde su fundación vigente la esclavitud negra como institución hasta la guerra civil (1619-1863). George Washington, Thomas Jefferson y Patrick Henry eran esclavistas, para mencionar sólo tres, y nunca se arrepintieron de ello. Como decía José Martí, transigieron con la libertad y la dignidad de una raza, y el texto fundamental también. Ese estado de Derecho fue sancionado como bueno por la más alta institución judicial estadounidense. Hostos tenía que conocerla. Citemos la célebre decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de 1857 del caso de Dread Scott [Scott vs. Sandford] donde el Juez Presidente Roger B. Taney afirma en la decisión judicial que:

«A Negro is so far inferior that they had no rights a white man was bound to respect».


Después de la guerra civil, y de las enmiendas 13, 14 y 15 de la Constitución a favor de los derechos de los negros emancipados, se reconfirmó el discrimen racial contra los afros-norteamericanos. En las decisiones llamadas Civil Rights Cases de 1883 del Tribunal Supremo de los Estados Unidos se declararon inconstitucionales las disposiciones de la Civil Right Acts de 1875, que prohibía el discrimen racial. Ello lesionó los derechos de los negros bajo la constitución declarando oficialmente su subordinación y dando vigencia a una feroz discriminación76. En el caso de Plessy vs. Ferguson de 1896 se completó tal discriminación racial como política pública oficial de Estados Unidos. Se pregunta uno, ¿cómo una persona de la calidad intelectual de Hostos, y de su fina sensibilidad, sociólogo y jurista, no matiza sus declaraciones sobre Estados Unidos? Cómo se empeña en verlo como una república de virtud. Cómo desconoce la realidad de ese país, en áreas como los problemas raciales, el expansionismo imperial y los afanes plutocráticos, para mencionar tres únicamente. Asombra éstas y otras afirmaciones que no responden a la realidad estadounidense que desde Mark Twain y Thomas Nast77 hasta Howard Zinn y Phillip Foner se hacen aportaciones en contrario. Además, José Martí escribía continuamente de estos temas en la prensa latinoamericana. Hostos termina sus palabras afirmando que:

«Después, si la civilización inspira confianza en la capacidad de los hombres en mejorar sus destinos, ninguno puede considerarse tan civilizado como los Estados Unidos en donde no hay nadie, ni aún los extranjeros, ni aún los transeúntes, que no tengan confianza profunda en los destinos de esa gran nación78. Y si el sentimiento de la confraternidad humana es, como debe ser la última expresión, la más generosa de la civilización, nunca ha habido un pueblo y hoy no hay un pueblo más positivamente civilizado que el pueblo de la unión Americana, porque no hay ninguno donde sea más cordial la hospitalidad al trabajo, al talento, a la virtud, y en donde el sentimiento cosmopolita sea más sincero y más universal»79.


En el Tratado de Sociología (1901), Hostos destaca a Estados Unidos cuando dice:

«Las Naciones americanas.- Si, refiriéndonos a lo más inmediato, queremos tomar en nuestra América ejemplos de cómo se forma una nueva nación, veremos en la reciente historia de todas las del Continente, y especialmente en las del Norte, los tipos más naturales y perfectos, en cuanto a derecho, que han aparecido hasta ahora»80.


Hostos -sin quererlo- llega hasta justificar jurídica y sociológicamente los afanes imperiales de Estados Unidos contra México al quitarle por las armas gran parte de su territorio cuando califica ese acto de fuerza como un derecho. Dice la siguiente frase:

«Y en ese modo, ajustando sus actos a los principios de derecho en que ha fundado su existencia, ha podido ir desarrollando su actividad, sin temor a disputa de su derecho, a menos que se le haya hecho en virtud de otro derecho. En virtud de otro derecho opuesto al del desarrollo interior de la nación, Méjico [sic] ha visto considerablemente disminuida su propiedad territorial»81.


Nunca un acto de fuerza basado podrá ser sancionado por el Derecho excepto en las concepciones jurídicas de los países imperiales. La fuerza se concibe y es apropiada contra el tirano y para resistirle. Es por ello que José de Diego dijo en su poesía «Aleluyas»: «Ni sabemos del salto mortal de las doctrinas, / Que puso a California al pie de Filipinas; Perdonad, Caballeros, si estamos inconscientes, / De vuestras concepciones del Derecho de gentes, / Ignoramos aquellas sublimes concepciones, / Que os dieron la simbólica Isla de los Ladrones». Recuerde que cuando dicta su clase en 1901 en Santo Domingo, la invasión de Puerto Rico de 1898 está presente, ya ocurrió, Hostos fue testigo de la misma. Éste dijo entonces en su escrito «El Plebiscito», «Puerto Rico es una persona de derecho que no ha podido perder ninguna de sus prerrogativas nacionales por una guerra que no ha hecho; que quiere, puede y debe ejercer su derecho de expresar su voluntad...». No califica correctamente los actos de Estados Unidos contra México. Recordemos al padre Félix Várela que dijo sin ambages, que nunca lo injusto será justo por más la mayoría así lo entienda y proclame.

En el inciso sobre enfermedades [sociales] de carácter mesológico del Tratado de Sociología dictadas en 1901, sostiene que una de éstas es el «Retraimiento de los Estados Unidos de Norte América en el Continente Americano». Afirma que:

«[...] ha sido política tradicional de los Estados Unidos, se desentendieron por completo de su posición geográfica en el Continente, de su posición histórica, de su posición política y de su posición económica, hasta el punto de considerar deber del Gobierno americano [sic] no tan sólo abstenerse de intervenciones que hubieran podido parecer caprichosas o egoístas, sino de las mismas intervenciones a que era solicitado por los pueblos más débiles del Continente»82.


La doctrina Monroe.- Esa afirmación de Hostos no corresponde con la realidad histórica. Desde antes de que el general Antonio José de Sucre, lugarteniente del Libertador Simón Bolívar, consolidara con su victoria contra el ejército español la independencia de América Hispana en la batalla de Ayacucho en 9 de diciembre de 1824, los Estados Unidos declararon unilateralmente vigente la Doctrina Monroe. Acto preparatorio para la intervención exclusiva de Estados Unidos en el nuevo mundo político que se abría ante ellos. Declararon oficialmente que todo el Continente Americano era zona de exclusiva influencia e intervención de ellos, los Estados Unidos. El presidente James Monroe y su Secretario de Estado John Quincy Adams anunciaron, unilateralmente, al Congreso de Estados Unidos, el 2 de diciembre de 1823, esa política continental. Se hizo para no permitir que otras potencias intervinieran y asegurarse para ellos el continente sur para más adelante. Según fue creciendo el poder de este país se uso, como se había planificado, dicha doctrina para propósitos expansionistas e imperiales. El presidente James K. Polk la extendió al Océano Pacífico para salvaguardar intereses estadounidenses frente a Gran Bretaña. Lo mismo que hicieron otros presidentes como Lincoln y su Secretario de Estado Seward; en 1895 el presidente Cleveland; en 1904, el presidente Roosevelt, quien la amplió aún más y proclamó el derecho de Estados Unidos de vigilar el Hemisferio para intervenir, en casos que se entiendan como «chronic wrongdoing» o «impotence». Sobre América Latina se iniciaba una era de intervenciones continuas en los asuntos de las repúblicas americanas. En 1901 durante la disputa entre Alemania y Gran Bretaña con Venezuela por pagos de empréstitos, el Vicepresidente Roosevelt magnánimamente concedió a estas naciones el derecho a castigar al país hispanoamericano. Escribió Roosevelt que: «If any South American Country misbehaves against any European Country let the European country spanks it». En 1902-1903 se dio en el Caribe el espectáculo escandaloso de los barcos de guerra de Italia, Alemania y Gran Bretaña hundiendo barcos de Venezuela, bombardeando el Fuerte de San Carlos y tratar de desembarcar tropas en suelo venezolano. Entonces, el ya Presidente Roosevelt intervino y obligó a un arbitraje83, una cosa era «spanking» y otra una invasión, esa sólo Estados Unidos la hacía en el Caribe.

El Congreso de Panamá convocado por Bolívar.- A pesar de las simpatías públicas por la gesta de independencia hispanoamericana el gobierno de Estados Unidos hizo poco por ayudar a los independentistas que establecerían las repúblicas suramericanas. Cuando Henry Clay propuso que se reconocieran diplomáticamente los nuevos países, John Quince Adams se opuso en la Cámara de Representantes y derrotó la propuesta. Eso perjudicaría la adquisición de la Florida del Este, que se negociaba con España. Estados Unidos iniciaría una política dirigida a la expansión territorial y económica en el continente sur. Cuando Simón Bolívar convocó el Congreso de Panamá, que se reuniría el 22 de junio de 1826, los representantes de Estados Unidos no asistieron, pues esta nación era contraria a una autoridad supranacional que pusiere en peligro la neutralidad que deseaban frente a Europa y la exclusiva área de influencia y actuación que deseaban. No querrían los Estados Unidos que El Libertador Simón Bolívar llevase la guerra a Cuba y Puerto Rico, liberándolas e incorporándolas como dos nuevas repúblicas, como de hecho era uno de los principales propósitos del Congreso. En realidad Estados Unidos deseaba que España, decadente y débil, continuara dominando a estas dos grandes Antillas para en su momento obtenerlas para sí. El Congreso anfictiónico de Panamá no resultó. Estados Unidos logró sus fines e iniciaría sus políticas de intervención en América del Sur.

La reunión panamericana de 1889.- James G. Blaine, Secretario de Estado del presidente Benjamín Harrison convocó una conferencia internacional de todos los países latinoamericanos en 2 de octubre de 1889 en Washington D. C.84 A la misma asistieron todos las naciones americanas excepto Canadá que no fue invitada y la República Dominicana85. El fin de dicha reunión panamericana era favorecer los intereses comerciales de los Estados Unidos a costa de los países del sur. Blaine propuso una unión aduanera que impusiera tarifas bajas que permitieran la entrada de productos manufacturados norteamericanos. También propuso el uso del arbitraje en la solución de conflictos interamericanos, comunicaciones y la imposición del uso del sistema metálico plata. No tuvo resultados prácticos pero se estableció el Bureau of American Republics86. Como resultado de esta conferencia Blaine logró la aprobación de una nueva tarifa que fue aprobada el 1 de octubre de 1890 con una cláusula de reciprocidad que le daba poderes al presidente para suspender por proclama la entrada a Estados Unidos de azúcar, melaza, café, té, y cueros de otros países, si éstos discriminaban con éste. Blaine notificó a los países latinoamericanos de que si no autorizaban tratados de reciprocidad con Estados Unidos sus productos se excluirían. Todos lo hicieron favoreciendo los intereses estadounidenses excepto Haití, Colombia y Venezuela, que fueron sancionados con tarifas altas. Nos dice Walter La Faber que: «But nowhere did reciprocity have greater effect than in Cuba. Its exports to the United States jumped from $54.000.000 in 1891 to $79.000.000. When the 1894 tariff removed the reciprocity provision, the Cuban economy collapsed and became the spawning ground for the revolution which climaxed in the Spanish-American War»87.

Escribiendo sobre El Plebiscito, donde demuestra su dominio de la materia tratada, donde se regodea, señalando caminos que el Pueblo de Puerto Rico en una coyuntura gravísima de su historia requería, no puede escapar de su modelo o paradigma constitucional. Los Estados Unidos y su Derecho y otras manifestaciones le sirven de base. Una breve cita nos lo demuestra. Entiende que ese país del norte es la tierra del pueblo nuevo.

«De ahí la perpetua equivocación en que los demás pueblos de la tierra incurren al juzgar88 a ese pueblo nuevo en suelo nuevo, armado de un derecho nuevo y para todo provisto de principios, medios y fines nuevos. Nuevos son sus principios de gobierno; nuevos son sus medios de acción; nuevos los fines que se propone en su vida colectiva».


«Tan nuevos sus medios de acción, que hacen la guerra experimentando novedades, y hacen la paz innovando el Derecho Público de Gentes89, y hacen su trabajo consuetudinario aplicando a todo la iniciativa individual, cuando ella basta, y la cooperación social, cuando no basta aquella».


Esto piensa Hostos el 24 de junio de 1899 y cree que un Ejecutivo [McKinley] «y un partido "desorientado" [Partido Republicano norteamericano] se empeñan en desviar de su recta vía al pueblo americano, el alma del pueblo se levanta, y pide, cada vez más imperativamente, que se realicen los propósitos que siempre fueron consecuencia de los principios de donde ha partido el pueblo que ha fundo el gobierno en el consentimiento de los gobernados»90.

Como sabemos, resultó todo lo contrario. McKinley fue reelecto, validando políticamente la guerra hispanoamericana, la invasión de Cuba y Puerto Rico, y luego el Tribunal Supremo iniciaría la serie de los casos insulares, que Hostos logró ver y estudiar. La apreciación de Hostos del nuevo pueblo y nuevas interpretaciones del Derecho Público de Gentes, como lo designa, son acomodaticias a los intereses expansionistas e imperiales estadounidenses como señalara el jurista y poeta José de Diego. Hostos se preguntaba en su escrito sobre El Plebiscito -24 de junio de 1899-, si el Tribunal Supremo de Estados Unidos, establecería jurisprudencia sobre dos puntos:

  1. «Dentro del Derecho Público de los Estados Unidos, ¿cabe la posesión de un territorio que no ha sido cedido por su único, verdadero y legítimo dueño y poseedor?;
  2. Dentro de los antecedentes históricos del pueblo americano, ¿cabe la conquista? En caso de que se afirme el absurdo de que para él es lícita la conquista, ¿cabe la dominación?»91.

Cree que de decidir en la afirmativa se destruiría el edificio levantado por los fundadores92. Como sabemos, el ideal de lo que Hostos cree es el más alto tribunal de ese país no corresponde con la realidad. La jurisprudencia racial y sobre otras minorías y los casos insulares son prueba de ello93.




ArribaHostos frente a la invasión y anexión de Puerto Rico

«Generalmente se cree que Puerto Rico ha aceptado el gobierno de los Estados Unidos, como si a ella no le importara el gobierno de sí misma y como si hubiera decidido, a modo de esclavo, bajar la cabeza ante cualquiera resolución que se tome a su respecto.

Alguna razón hay para esta equivocación. Lejos de oponerse a la invasión y dominio de la Isla por el ejército americano, le dio la más calurosa y benévola bienvenida. Esta encantadora e infantil disposición a vitorear a sus libertadores, que a la historia presentará como vibrante condenación del régimen español, se ha interpretado como un abandono de sus derechos. No es así. Nosotros debemos declarar, y así lo hacemos, una vez y por todas, que nunca hemos pedido ningún otro régimen, gobierno o administración que no sea el de nosotros por nosotros mismos».


Mensaje al presidente de Estados Unidos.
Eugenio María de Hostos, Manuel Zeno Gandía, Julio J. Henna.
               


Cuando abandonó Chile en 1898, por haber sido despedido94 por el Consejo de Instrucción Pública, de su cargo de Rector y profesor, se embarcó hacia Venezuela, donde deja su familia en El Valle, y parte para Nueva York, pues quiere intervenir en los eventos que terminan con la invasión de su patria. Llega tarde, unos días antes del 25 de julio de 1898. En Nueva York funda la Liga de Patriotas Puertorriqueños, pero, la asamblea fundacional no acepta que esta organización busque y proponga la Independencia de Puerto Rico. Se embarca en el vapor Philadelphia para estar presente en Puerto Rico. En la Isla demostró su fibra patriótica y su lealtad a los principios que fundamentan su vida. Sus contemporáneos no le reconocieron, la clase política, fraccionada, desorientada, no estuvo a la altura de los hechos. El único puertorriqueño que supo estar a la altura de la circunstancia ante la invasión de Estados Unidos, sobre pequeñeces y ambiciones personales, fue el moribundo Ramón Emeterio Betances, que coronaba una vida de combates por la independencia y la libertad, y que en el lejano París manifestaba: «No quiero colonia ni con España, ni con los Estados Unidos. ¿Qué hacen los puertorriqueños que no se rebelan?». Ante los graves acontecimientos que se avecinan por la intervención de Estados Unidos en la guerra entre Cuba y España, Eugenio María de Hostos abandona Santiago de Chile el 16 de abril pues sabe de las repercusiones que esta acción bélica tendrá para Puerto Rico. El 25 de ese mes se inicia la guerra hispanoamericana. Sale de Valparaíso el 27 de abril de 1898 angustiado ante los acontecimientos. Llega a Nueva York el 16 de julio y el 25 de julio ocurre la invasión de Puerto Rico, mientras Hostos está en Washington D. C. con los líderes separatistas anexionistas, Julio J. Henna95 y Roberto H. Todd96. Hostos sabía del peligro que representaba la invasión, el 20 de julio había escrito que: «Día muy triste para mí. Desde temprano me telefoneó Henna para decirme que estaba saliendo la primera expedición armada que el gobierno americano [sic] envía a Puerto Rico. Como esta expedición va, según el rumor público a apoderarse de la Isla para anexionársela; y como confirma en parte este rumor el hecho de no haber atendido el gobierno americano [sic] el ofrecimiento de la Delegación puertorriqueña para acompañar en comisión civil al ejército de invasión, es casi seguro que Puerto Rico será considerado como una presa de guerra. La independencia, a la cual he sacrificado cuanto es posible sacrificar, se va desvaneciendo como un celaje: mi dolor ha sido vivo»97.

El 2 de agosto de 1898 funda la Liga de Patriotas, en Nueva York98. Entre las resoluciones que Hostos presentó en esa asamblea figura la siguiente:

«Sexta (tachado, aparece 5.ª).- Que se dirija al general Miles una nota de agradecimiento por la prudencia, la benevolencia y el tacto con que ha empezado a representar en Puerto Rico el poder y la dignidad del pueblo y el gobierno de E. U.»99.


La «Comisión» felicita al general Nelson A. Miles, jefe militar que está dirigiendo la invasión de Puerto Rico, todavía la guerra no ha terminado, pues el protocolo de paz se publicará el 12 de agosto. Al general que, sin autorización, hizo promesas infundadas a los puertorriqueños100. Además de congratularlo con esta resolución le cumplimentan con una visita que harán en enero de 1899 en Washington. La Comisión Puertorriqueña, Hostos, Zeno Gandía y Henna, visita al general Miles, nos dice el segundo por carta de 24 de enero de 1899101, manifiesta que: «La visita al general Miles fue cordialísima, recuerda mucho a Puerto Rico, Nos dijo que estaba dispuesto a ayudarnos en lo que fuera posible». Por otro lado la bizarra descripción de la entrevista con el Presidente Mckinley y lo que éste expresó pertenece al género del absurdo [nonsense]. En esta carta suscrita por Zeno Gandía se nota un tono admirativo102. Mckinley, dicen ellos, que les dijo a los tres que: «El presidente escuchó atentamente todo. Explicó el mecanismo de los actos del gobierno americano [sic] en estos momentos. Primero, aprobación del tratado de paz [...] Segundo, estudio de las legislaciones respectivas para Cuba, Filipinas y Puerto Rico. El más modesto puertorriqueño será tan libre como el más elevado ciudadano americano. No tendrá Puerto Rico queja alguna de mi gobierno»103. No se dan cuenta los flamantes comisionados que no hay participación alguna de los puertorriqueños en la elaboración de la legislación que les regirá. Que con su presencia dan por bueno lo que éstos hacen. Es por ello que los filipinos fueron a la guerra y los cubanos obtuvieron su libertad, aunque mediatizada. Para hacer más grave la situación el próximo párrafo dice que el presidente McKinley: «Se manifestó optimista en lo que se refiere al movimiento de opinión anti-expansionista, y nos dijo que él consideraba que las Cámaras votarían por la unión de la suerte de Puerto Rico a la de la nación americana». Añadió befa al insulto, pues el mismo presidente es el gestor de la expansión y se opone a los anti-expansionistas y les anuncia los planes de anexión, que él sometió al Congreso. El cierre de la carta suscrita por el doctor Zeno Gandía no tiene desperdició: «Es indudable que estos hombres son superiores, e inspiran sincera admiración». Como puede concitar admiración quienes invaden la patria, la privan de libertades y luego la tutelan, convirtiéndola en una dependencia colonial.

Afirma Juan Mari Brás en su ensayo titulado: La obra puertorriqueñista de Hostos104, que:

«Cuando lanza el manifiesto de la Liga de Patriotas, en Nueva York, el 10 de septiembre de 1898, el cuadro general antillano ha cambiado. Los cubanos, dirigidos por Tomás Estrada Palma, que fue un colaborador de los afanes imperiales de Washington, estuvieron dispuestos a aceptar la anexión de Puerto Rico a cambio de la promesa de independencia para Cuba. Estrada Palma nunca contestó la carta admonitoria de Betances en la que le advertía que "la independencia de Cuba, sin la de Puerto Rico, sería sólo media independencia"».


Luego de examinar la coyuntura del exilio Mari Brás plantea que:

«Hostos logra juntar voluntades de los tres sectores patrióticos en que se dividía el exilio boricua en Nueva York. Lastres personalidades que representan la propuesta de la liga de Patriotas, quienes fueron a su vez los comisionados recibidos por el presidente McKinley en la Casa Blanca ese mismo año de 1898, son el propio Hostos, independentista; Manuel Zeno Gandía, de raíz autonomista y Julio J. Henna, anexionista. Lo primero que invocan en su manifiesto original estos tres próceres es "su derecho natural de hombres, que no podemos ser tratados como cosas"»105.


«Afirman que "en los Estados Unidos no hay autoridad, ni fuerza, ni poder, ni voluntad que sea capaz de imponer a un pueblo la vergüenza de una anexión llevada a cabo por la violencia de las armas, ni que urda contra la civilización más completa que hay actualmente entre los hombres, la ignominia de emplear la conquista para domeñar las almas". [...]

A efectos de canalizar la conjunción de voluntades que se convoca, se plantea el plebiscito como primera demanda a Estados Unidos. Debe entenderse con claridad el contexto histórico en que se plantea la demanda de plebiscito. Al momento del manifiesto, Puerto Rico está invadido por Estados Unidos, y se ha impuesto un gobierno militar en la Isla que abolió el gobierno autónomo vigente. La demanda de la Liga era un acto de afirmación nacional. Así lo señalaba Hostos: "Lo que pediremos al Congreso de Estados Unidos será, no que nos ponga en aptitud de federarnos o de independizarnos, sino de hacer constar en el plebiscito, la personalidad de nuestra patria"»106.


Ya en 6 de septiembre de 1898 Hostos internaliza la hecatombe, se muestra defensor del idioma, antiguo creyente en la libertad e independencia, ahora patrocinador de la norteamericanización y aun entiende que la integración del país ante la anexión es inevitable, y así plantea la entrada de Puerto Rico en la unión, cuando le declara al diario de New York, The Evening Post que:

«Un obstáculo muy serio, en mi concepto, ocasionará la introducción al pueblo de un idioma extraño como idioma oficial de la Isla. Esto será como tender una línea divisoria entre las razas, y crear una clase oficial enteramente distinta al resto de los habitantes. La pérdida de la lengua española sería motivo de disgusto, pues, por más que sea española, es querida por todos los que la hablan. [...]

Los puertorriqueños se imaginaron que el propósito de los Estados Unidos era, primero, asestar a España un golpe militar; y segundo, aprovechar la oportunidad para poner fin para siempre el desgobierno de España en las Antillas, erigiendo en la isla un gobierno libre e independiente. [...]

La política de anexión, la imposición de la soberanía sobre un pueblo, sin su solicitación y hasta sin inquirir sus deseos no lo supusieron los puertorriqueños ni por un momento, siendo cosas tan opuestas como lo son, a los principios fundamentales de la república. ¿Que de encontrados sentimientos habrán conmovido a mis compatriotas, al reconocer la verdadera intención de los Estados Unidos? Pero ¿a qué todo esto? La política de los Estados Unidos ha sido declarada al mundo y es, sin duda, inalterable; y, ya establecida, queda a los puertorriqueños considerar el futuro ante la luz fija de la anexión. La infinidad de bien que representa el cambio de España por los americanos [sic] anula cualquiera otra conclusión. Pero mientras nuestra suerte esté unida a la de Estados Unidos debemos desear que se nos admita de lleno en todas las participaciones, prerrogativas y privilegios de un estado soberano unido a la República. Aspiramos, tan pronto como sea posible, a nuestra entrada en la Unión, para ser en ella un elemento. [...]

Si habremos de ser americanos, no deben reprocharnos que entonces estemos ansiosos de convertirnos ya, como americanos [sic], en más americanos [sic] que ellos. Al presente no contamos con los mejores medios para esa transformación, pero la inmediata conversión será, quizás, para nosotros el mejor medio educativo»107.


Se embarca para Puerto Rico el 8 de septiembre de 1898. Eugenio María de Hostos establece La Liga de Patriotas, cuando la invasión está consumada y la guerra está por finalizar y los planes de anexar la isla muy avanzados. Manuel Maldonado Denis sostiene que:

«Hostos no acertaría a captar en toda su profundidad lo que significaba la entrada formal del imperialismo norteamericano a la "rebatiña por el imperio" que se había iniciado en Europa durante el último cuarto del siglo XIX. Aun un hombre de su genio indiscutible padece de la óptica limitativa que le hace ver a los Estados Unidos no en el papel de liberticida que con tanto acierto captaría Martí, sino en un papel de libertador que cuadraba mal a aquella potencia ingente que quería "ponerse sobre el mundo"»108.


A pesar de su nordomanía, es decir, su admiración por el Derecho y el constitucionalismo estadounidense y su mitología social, Hostos, ante la brutal realidad de la invasión de Cuba y Puerto Rico, violatorias según él del Derecho Internacional, de la Constitución de Estados Unidos y de las sentencias del Tribunal Supremo, tiene que lidiar con las realidades del imperialismo de su admirado país109. En su Diario Hostos escribe su desilusión ante la invasión mientras observa a su patria: «Sentí por ella, y con ella su hermosura y su desgracia. Pensaba en lo noble que hubiera sido verla libre por su esfuerzo, y en lo triste, abrumador y vergonzoso que es verla salir de dueño en dueño sin jamás serlo de sí misma, y pasar de soberanía en soberanía sin jamás usar la suya»110. Hostos usó de su privilegiada inteligencia y sólida formación filosófica para combatir jurídicamente el imperialismo de Estados Unidos, dio declaraciones, ofreció conferencias, luchó contra el sector anexionista, se entrevistó con el presidente de Estados Unidos, hizo toda clase de gestiones, pero no tuvo resultados ni acogida en los Estados Unidos ni obtuvo el respaldo de nuestro pueblo, enceguecido por cuatro siglos de colonia. Sin universidad, sufriendo del autoritarismo, la dependencia y las lacras del colonialismo. Estas gestiones y sus declaraciones hay que enmarcarlas, como hemos expresado, dentro de su entendimiento de una sociedad estadounidense y un régimen constitucional idealizado e irreal. Nos sorprende que Hostos continúe pensando así, pues ya José Martí venía desde hace casi una década describiendo el verdadero Estados Unidos y sus críticas eran contundentes, afiladas y basadas en hechos constatables. Nuestro pueblo puertorriqueño no tomo en cuenta, ni le interesó las prédicas, explicaciones y orientaciones de Eugenio María Hostos111. La Liga de Patriotas no fructificó, nos dice Juan Mari Brás que: «No pudo florecer la Liga de Patriotas. El país sucumbió al tribalismo impulsado por las pasiones políticas en pugna, génesis de los dos partidos que con nombres diversos, se han alternado en la administración de nuestro menguado régimen semi-autonómico en los años que van de este siglo»112.

De hecho, la gestión de los llamados comisionados de Puerto Rico, Hostos, Zeno Gandía y Henna, fue cuestionada por los sectores políticos en Puerto Rico. Mariano Abril, en el diario La Democracia, portavoz de Luis Muñoz Rivera planteó que no fueron elegidos por el pueblo de Puerto Rico, sino por una asamblea en Ponce, «compuesta de dos o trescientas personas». Luego expresa: «Y preguntamos nosotros, ¿a eso fueron a Washington los señores Hostos, Zeno Gandía y Henna? ¿Es que tanto les mortifica a dichos caballeros la representación puertorriqueña al frente del gobierno de Puerto Rico, que pretenden mermar su autoridad a fin de que el militarismo predomine en todas las esferas?». Se queja Mariano abril de que los comisionados calificaron el gobierno insular que preside Luis Muñoz Rivera de reliquia. De hecho, ya había hecho Hostos declaraciones sobre Muñoz Rivera que enturbiaron cualquier entendimiento entre ellos, dijo: «Otro puertorriqueño, el señor L. Muñoz Rivera. Yo no lo conozco, y a él, como a algunos de los que le acompañaron y han sucedido en los negocios públicos, los culpo de falta de patriotismo»113. Luego manifiesta que: «Puesto a la altura de la patria y por encima de pasiones egoístas, él, los otros y todos han podido prestar a Puerto Rico el servicio de organizaría con todas las seguridades que para el establecimiento de reformas radicales ofrecen los periodos transitorios, y con toda la irresponsabilidad de reformadores nacionales, escudados por árbitros extranjeros. Ni él, ni nadie tuvo la visión del patriotismo; pero todos son puertorriqueños a quienes hay que saber utilizar, poniéndolos en actitud de reparar sus yerros»114.

Tales declaraciones surtieron un efecto contrario a un buen entendimiento entre el recién llegado del exilio y los líderes liberales que dirigía Muñoz Rivera. A esos efectos, Mariano Abril plantea que Hostos y los demás comisionados se inmiscuyeron en cuestiones políticas partidistas y que cuestionaron y atacaron al presidente del antiguo gabinete de secretarios autonomistas y actual [1898-1899] presidente del Gobierno Insular, Luis Muñoz Rivera, «sino que también se entretuvieron, dando a la entrevista carácter inusitado en demostrar al jefe del partido republicano, que aquí [en Puerto Rico] dos gobiernos, uno militar, que es severo y exacto en sus medidas, el otro insular, que consideran pernicioso, deficiente y todos los que lo forman sin méritos, y meras reliquias del gobierno español, y por consecuencia ellos opinaron que debía suprimirse ahorrándose al país con la medida $100,000 que cuesta dicho Consejo». Abril y Muñoz Rivera, propietario del diario La Democracia, emplazan a Eugenio María de Hostos. Dice: «Ahora bien, el señor Hostos, miembro de la comisión que salió de Ponce, acaba de llegar a Juana Díaz, y creemos que dada la seriedad de que goza como hombre consagrado a las grandes ideas y no a los chismes de campanario, debiera ilustrarnos qué hay de verdad en las anotaciones que hemos trascrito de diferentes periódicos americanos del día 21 de enero, para que sepamos, los que vivimos en el medio agitado de la lucha política, cómo piensa y siente, para deducir de ello, cuáles son los propósitos de "La Liga de Patriotas" que él preside»115.

Como hemos señalado antes, tampoco hicieron caso, de sus sutilezas jurídicas los mandatarios estadounidenses, la clase intelectual, ni la opinión pública norteamericana que respaldan la expansión imperial y los beneficios económicos de ésta. A pesar de que la posición de Hostos está matizada por su admiración de los Estados Unidos, su prédica no fue atendida. En sus Lecciones de Derecho Constitucional, y en otros escritos, mantiene que los principios expuestos en fundación de ese país continúan vigentes y no entiende los vastos y profundos cambios que la plutocracia estadounidense ha labrado en la vida social y constitucional para su beneficio. Así sostiene que: «Los Estados Unidos son la única potencia de la tierra que tiene compromisos con los principios que real y verdaderamente le sirven de cimiento»116. Esto era una falacia. Creía que podía lograr desvirtuar la política imperial de Estados Unidos basando sus argumentos en la propia constitución y prácticas jurídicas y judiciales y no entendía que esa sociedad estadounidense se había transformado radicalmente desde los principios. Por eso, Hostos plantea -en 10 de septiembre de 1898- que: «Poner a Puerto Rico en condiciones de derecho, cuando aparentemente no ha sucedido otra cosa que un cambio del gobierno de hecho que ejercía España por el gobierno de hecho que ejerce la Unión Americana, parece difícil. No lo es: La Constitución de los Estados Unidos, las tradiciones, las costumbres, el sólido cemento de justicia, equidad y libertad que sirven de base a esa potentísima Federación americana, todo nos da el uso general del derecho de abogar por la justicia y por el bien en nuestro suelo, y nos provee de cuantos derechos sirven de recurso efectivo en la vida de esa sociedad». Volvemos a señalar que asombra el desconocimiento que tiene de la realidad jurídica, social y política de Estados Unidos de su tiempo117. Varias son las causas y razones del porqué la prédica hostosiana no tuvo repercusión ni acogida en Estados Unidos ni en Puerto Rico. Veamos: su idealización del sistema constitucional no corresponde a lo que los estadounidenses en el poder en la isla y en Washington entendían era la realidad. Esa prédica desorientó a un sector de nuestro pueblo, pues viniendo de una persona de su calidad no fue discutida ni criticada. Sin embargo, sectores de las élites del país entendían que Estados Unidos era una sociedad que rendía culto a Mammón118. Expresa Gannon que:

«Puerto Rican conservative saw the Americans as Carthaginians who worshiped only Mammon, and whose expansion would eventually take them south. American sympathy for the Cubans was diagnosed as accomplished hypocrisy, for if the American were truly sympathetic to the oppressed they could always stop oppressing blacks, Indians and Chinese. Although the Puerto Rican elite oppressed its own lower class, it did not lecture other elites on their duties toward malcontents».


Otra de las razones es la insistencia de Hostos en usar la óptica jurídica y constitucional para combatir la anexión cuando el proceso exigía un trato político, y un conocimiento ajustado de la verdadera historia estadounidense, habla hasta de una rogatoria ante el Tribunal Supremo; otra de las razones era su ausencia de cuarenta y siete años de la vida social puertorriqueña, no le conocían; el mismo Hostos confiesa que no conoce ni tiene relaciones con uno de los líderes máximos de la política isleña, Luis Muñoz Rivera, de quien expresa palabras rudas, aunque ciertas, que deben haber causado efectos en el cargado y delicado clima político de ese momento. Otra debe haber sido que se sospechaba por los líderes políticos de los partidos actuantes que Hostos llevaría la Liga de Patriotas a la lisa electoral119. Influyó también su actitud, expresada por escrito de que él era el único que tenia el conocimiento exclusivo del constitucionalismo norteamericano, una creencia en su superioridad y da la impresión que se abroga su interpretación. Suscribe Hostos expresiones como: «La población de Puerto Rico ignora totalmente el sistema federal de este gobierno; y hasta los que creen conocerlo están errados. Será para ellos una dificultad comprenderlo, y adaptarlo será todavía aun más difícil»120. Tales frases fueron sacadas de proporción, adjudicándoles propósitos que su autor no tenía, como por ejemplo de que los intelectuales y los abogados puertorriqueños carecían de la educación necesaria para entender el Derecho Constitucional y el proceso político de Estados Unidos. Se entendió como una arrogancia, cuando Hostos era incapaz de tal sentimiento. Citemos otro fragmento donde Hostos nos explica una visión idealizada e irreal de la realidad de Estados Unidos en su tiempo. Sin querer desvió la opinión pública a un país inexistente. Expresa Eugenio María de Hostos, en su escrito titulado: «La primera Comisión de Puerto Rico en Washington», su fe en el sistema estadounidense cuando manifiesta públicamente que:

«Uno patentísimo para quien conociera a fondo la Constitución de los Estados Unidos y el sano y humano espíritu que anima aquella sociedad. Quien conocía a fondo las instituciones y el alma de las instituciones americanas [Hostos se refiere a sí mismo], propuso entonces la petición de derechos y de gobierno que el Presidente concluirá probablemente por conceder, no sólo porque expresamente declaró que estaba -generally- en general, conforme con ella, sino porque estaba fundada en la letra y en el espíritu de la Constitución y de las tradiciones políticas de los Estados Unidos, es, en realidad, el único medio que se ofrece para, sin esperar la solución que el Congreso dé al problema de Puerto Rico, poner a la Isla en aptitud de utilizar desde luego los principios del self government».


Está firmado el 26 de enero de 1899. Sorprende que para esa fecha, y después de todos estos acontecimientos, todavía Hostos entienda y crea en ese Estados Unidos mítico tan distinto del real. Que distinto a las observaciones de José Martí. Veamos otro fragmento de la opinión de Hostos sobre el «coloso del Norte», dice en su escrito El propósito de la Liga de Patriotas que:

«Por muy partidario que sea yo de la absoluta independencia de mi patria, y no puedo serlo más; y por muy partidarios que sean de la anexión algunos de los que me acompañaron en la fundación de la Liga en Nueva York, ni los anexionistas, ni los independentistas de Liga de Patriotas, subordinábamos a las opiniones nuestras el porvenir de nuestra Isla121. Queríamos, como queremos, que se respetara como entidad viviente, consciente y responsable a la sociedad viva, afectiva y positiva de que formamos parte122; queríamos, como queremos, que fuese respetada en ella la libre voluntad, que nadie puede, en la Unión Americana, violentar sin mengua de los antecedentes históricos, de las tradiciones políticas, de las doctrinas de gobierno y de las bases mismas de constitución en que descansa la única sociedad humana en que el hombre es hombre123, porque es la única que, desde Jefferson124, en la augusta Declaración de Independencia, ha tomado como base de organización la vida de los hombres, la libertad de los hombres125 y el derecho de los hombres a procurar por sí mismos la obtención de su felicidad»126.


Contrástese lo antes expresado por Martí con la frase de Hostos avocando que Estados Unidos sea el director moral y material de toda América. Dice: «[...] la grandiosa existencia que espera al continente americano, si los Estados Unidos toman la jefatura moral de ambas Américas, imbuyéndoles su alma, y dejándolas desenvolverse independientemente»127. Esto se escribe ya invadida la patria de Hostos por Estados Unidos y de lo obvio de sus intenciones expansivas territoriales.

En «Carta de Nueva York», plantea Martí la real ubicación de las libertades que por los años ochenta la casta privilegiada y opulenta norteamericana realizaba con los procesos políticos y constitucionales, tan distintos a los que Hostos consagra sus esperanzas. Veamos:

«[...] una aristocracia política ha nacido de esta aristocracia pecuniaria, y domina periódicos, vence en elecciones y suele imperar en asambleas sobre esa casta soberbia, que disimula mal la impaciencia con que aguarda la hora en que el número de sus sectarios le permita poner mano fuerte sobre el libro sagrado de la patria, y reformar Para el favor y el privilegio de una clase, la magna carta de generosas libertades, al amparo de las cuales crearon estos vulgares poderosos la fortuna que anhelan emplear hoy en herirlas gravemente»128.


La obtención de Puerto Rico por Estados Unidos, como un territorio o dependencia, desvirtúa lo que piensa Hostos que es Estados Unidos y da la razón a José Martí que había proclamado que este país predica una cosa y practica otra. José Martí no deseaba ayuda alguna de los Estados Unidos para la liberación de Cuba. Conocía los verdaderos intereses de esa república y no quería darles oportunidad de intervenir. Emilio Roig de Leuchsenring explica el porqué Martí tenía vigente ese postulado. Nos dice:

«Y si los precursores de nuestra independencia y los revolucionarios de 1868 contaron con el apoyo, no sólo moral, sino material, también de Norteamérica, Martí, muy por el contrario, con un conocimiento minucioso y clarísimo de la historia de los Estados Unidos, del carácter de sus gobernantes, de la política desenvuelta por éstos en lo interno y en lo internacional de las ambiciones sin límites de sus hombres de negocios, de las virtudes y defectos, vicios y males de su pueblo; y sabedor, al mismo tiempo, de la historia e idiosincrasia de los pueblos de la América nuestra, señaló, precisa y certeramente, a los cubanos qué actitud convenía que adoptaran con la América anglosajona, durante la revolución por la independencia, primero y después en la República, y cuáles eran los lazos que debían unirnos a los pueblos de la América hispana»129.


El 6 de septiembre de 1898 Hostos declara al periódico de Nueva York, The Evening Post, su admiración irrebatible por el constitucionalismo estadounidense. Dice:

«Nadie ha reverenciado más que yo a los Estados Unidos por su alta misión en el mundo; nadie ha acariciado más fervientemente la esperanza de que el gran país será fiel a esa misión poniéndola siempre en práctica, y llenando la tierra con el raro espectáculo de un puro y noble ejemplo. Siempre había creído que nunca se vería a la República desviada de la senda que le fue trazada por sus sabios padres, para que marchara contra las influencias del pasado y las imposiciones de la Europa de hoy»130.


Luego, Hostos nos manifiesta su arrobamiento por la supuesta misión que él entiende tiene los Estados Unidos: «Yo deseaba vera los Estados Unidos, siguiendo su camino establecido, dando al mundo ejemplo de paz, moderación libertad y la seguridad de que están libres de ambición de tierras y dominación. Yo desearía que América [sic] siguiera siempre esa política, para bien de los otros pueblos y que solamente para la preservación de su libertad e integridad o para la extensión de la libertad tomaran ellos las armas; y que al hacerlo no se engrandecieran despojando a otros pueblos. Ese ideal por América [sic] ha sido rudamente combatido, casi aplastado, pero todavía no quiero abandonarlo, aunque tengo graves presentimientos que no puedo desechar»131. Esa interpretación de Hostos de lo que son los Estados Unidos no corresponde con la realidad social, en ningún momento de su historia. Sydney Lens, examinando la historia concluye que:

«Each act of aggrandizement in the American chronicle has been valiantly camouflaged in the rhetoric of defense. The war of 1812 was a "defense" against British impressments of American sailors. The innumerable wars against the Indians were a "defense" against their rampages and violations of treaties. The war against Mexico was a "defense" of Texas and a necessary measure, in the words of Secretary of State James Buchanan, "to hold and civilize Mexico". The Spanish-American war was fought to avenge the sinking of the Maine»132.


Esa retórica se reproduce continuamente para ocultar el verdadero propósito de la expansión imperial de los Estados Unidos a costa de los pueblos hispánicos. No debemos olvidar que cuando las autoridades españolas entregaron el Virreinato de la Nueva España a los insurgentes mexicanos, éste era el país más extenso en territorio del mundo. Todavía Rusia ni Estados Unidos habían completado su expansión territorial, el segundo precisamente amputando amplios territorios y provincias mexicanas. Estados Unidos llegó a planificar la total anexión de México, pero los imperialistas interesados no tuvieron el respaldo congresional en ese momento. Seward sugirió al presidente Abraham Lincoln dirigir tropas hacia México o Canadá pues al terminar la Guerra Civil en 1865, Estados Unidos tenía 900.000 soldados en armas. Se descartó por el cansancio de la opinión pública.

Una breve lista de las intervenciones de Estados Unidos en América hispana y otros territorios ultramarinos nos ofrece una estadística que demuestra como ese país en realidad es hostil a la paz y no respeta la soberanía de la comunidad internacional. En el informe titulado «Instances of the Use of the United States Armed Forces abroad (1798-1945)»133. Entre esas dos fechas las fuerzas militares intervinieron 103 veces en diversos países:

  • 1813.- Marquesas.
  • 1822.- Cuba.
  • 1824.- Fajardo, Puerto Rico.
  • 1827.- Grecia.
  • 1831.- Islas Falkland o Malvinas
  • 1832.- Sumatra.
  • 1833.- Argentina.
  • 1835.- Perú.
  • 1836.- México. Texas insurgente elige a Sam Houston presidente.
  • 1841.- Islas Drummond y Samoa.
  • 1844.- China.
  • 1845.- México. Anexión de Texas a Estados Unidos.
  • 1847.- México. Estados Unidos obtiene por guerra California.
  • 1848.- México. Estados Unidos obtiene por guerra Nuevo México.
  • 1852.- Argentina. Desembarcó en Buenos Aires.
  • 1853.- Nicaragua.
  • 1853.- Japón.
  • 1854.- Nicaragua.
  • 1854.- China. Shangai.
  • 1855.- Uruguay.
  • 1855.- China. Shangai.
  • 1859.- China. Cantón.
  • 1860.- Angola.
  • 1880.- Haití. Estados Unidos decide no tomar dos puertos.
  • 1884.- Hawai. Estados Unidos tiene propiedad exclusiva de puerto.
  • 1893.- Hawai. Inician anexión a EE. UU.
  • 1898.- Cuba. Invasión.
  • 1898.- Puerto Rico Invasión.
  • 1899-900.- Puerto Rico, gobierno militar.
  • 1900.- China.
  • 1900.- Ley territorial para Puerto Rico.

El historiador Philip S. Foner en su ensayo titulado, Visión martiana de los dos rostros de los Estados Unidos, coloca en su justa perspectiva el desarrollo imperial y económico de esa nación, el cual Hostos desconoce, pues su conocimiento se fundamenta en una idílica y libresca imagen jurídico-constitucional que no se corresponde con los auténticos datos históricos. Hostos vivió en Estados Unidos en diferentes momentos, dieciocho meses; Martí quince años. Manifiesta Foner que:

«"Hay demasiados millonarios y demasiados mendigos". Se quejaba el Hartfod Courant en 1883. Toda América, proseguía, era una tierra de contrastes, de pobreza entre una enorme riqueza. En un extremo de la escala estaba la magnificencia sin restricción. Los "barones del robo", guiados por Jay Gould, quien creó la nueva plutocracia, competían entre sí con "evidente despilfarro". En el otro extremo de la escala, los obreros ganaban entre cincuenta centavos y un dólar por un día laboral de diez a doce horas134, vivían en carcomida pobreza, no podían satisfacer las más esenciales necesidades de la vida».


«Los dueños del capital, de los bancos, de la industria y del comercio eran también dueños de la vida política del país. La influencia perniciosa de los grandes negocios en todas las ramas del gobierno -la ejecutiva, la legislativa y la judicial- ya había sido advertida por Mark Twain en La edad dorada, obra que publicó (en colaboración con Charles Dudley Warner) en 1873. Pero en la década del 80 esta situación alcanzó proporciones tan escandalosas, que rara vez pasaba una semana sin la revelación pública de concesiones ventajosas e ilegales otorgadas a las corporaciones, convertidas en ley por legisladores sobornados, firmadas por ejecutivos corrompidos y aprobadas por jueces que eran herramientas subordinadas a los intereses de las corporaciones135. [...]

Espantado por el amasamiento sin escrúpulos de riquezas y por la corrupción política que vio a su alrededor, Martí escribió fieros mensajes en los que condenaba el "culto a la riqueza". Cómo él lo vio, el poderío del gran negocio había conseguido corromper las cortes, las legislaturas, la iglesia, y la prensa, y había logrado, en veinticinco años de asociación, crear la más injusta y penosa de las oligarquías dentro de la más libre de las democracias».


Continuemos con la evaluación que José Martí hace de los Estados Unidos, después de vivir largos años allí, quince, en diversas ciudades. Estas expresiones se reproducen en su artículo titulado, «La crisis y el Partido revolucionario cubano». Manifiesta Martí que:

«El Norte ha sido injusto y codicioso: ha pensado más en asegurar a unos pocos la fortuna que crear un pueblo para el bien de todos; ha mudado a la tierra nueva americana los odios todos y todos los problemas de las antiguas monarquías; aquí no calma ni equilibra al hombre el misterioso respeto a la tierra que nació, a la leyenda cruenta del país, que en los brazos de sus héroes y en las llamas de su gloria funde al fin a los bandos que se lo disputan y asesinan: del Norte, como de tierra extranjera, saldrán en la hora del espanto sus propios hijos. En el Norte no hay amparo ni raíz. En el Norte se agravan los problemas, y no existen la caridad y el patriotismo que los pudieran resolver. Los hombres no aprenden aquí a amarse, ni aman el suelo donde nacen por casualidad, y donde bregan sin respiro en la lucha animal y atribulada por la existencia. Aquí se ha montado una máquina más hambrienta que la que puede satisfacer el universo ahíto de productos. Aquí se ha repartido mal la tierra; y la producción desigual y monstruosa, y la inercia del suelo acaparado, dejan al país sin la salvaguardia del cultivo distribuido, que da de comer cuando no da para ganar. Aquí se amontonan los ricos de una parte y los desesperados de otra. El Norte se cierra y está lleno de odios. Del Norte hay que ir saliendo. Hoy más que nunca, cuando empieza a cerrarse este asilo inseguro, es indispensable conquistar la patria. Al sol, no a la nube. Al remedio único constante, y no a los remedios pasajeros. A la autoridad del suelo en que se nace, y no a la agonía del destierro, ni a la tristeza de la limosna escasa, y a veces imposible. A la patria de una vez. ¡A la patria libre!»136.


José Martí, en la víspera de su muerte -el 18 de mayo de 1895-, le escribe a Manuel Mercado una carta donde manifiesta que:

«Yo estoy todos los días en peligro de dar mi vida. Por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América»137.


La inauguración del gobierno militar de Puerto Rico, dirigido por el general John F. Brooke138 el 18 de octubre de 1898, fue un acto vergonzoso, donde Luis Muñoz Rivera139, José Celso Barbosa, Juan Hernández López, Salvador Carbonell y Julián Blanco fueron conminados a desfilar embracetados con los generales y almirantes estadounidenses que hace unos días habían invadido y guerreado en Puerto Rico. Con su presencia justificaron moralmente lo que debieron combatir, como lo hicieron los filipinos y los cubanos140. Sin embargo, Hostos dice de este acto que: «[...] cuando en 18 de octubre de 1898 quedó izada en La Fortaleza de San Juan la bandera americana, quedó ante el mundo proclamado: que un pueblo esclavo había sido elevado a la categoría de pueblo libre»141. ¡Cuán equivocado estaba! Él mismo lo reconocería unos dos años después. Es por ello que un senador federal manifiesto en Washington D. C. que respetaba a los cubanos y los filipinos que los combatieron con las armas en la mano y no así a los puertorriqueños, por su recibimiento. Se refería a las actitudes de las masas y los líderes, como hizo el alcalde de Yauco, Francisco Mejías, en una indigna proclama. Luis Muñoz Rivera, presidente del gobierno autonómico en 1898, dice del recibimiento que:

«[...] la isla acogió al ejército invasor entre demostraciones de júbilo, que consideré prematuras; la más elemental discreción aconsejaba una reserva digna y noble, en tanto se manifestase, por actos y palabras, el pensamiento de los legisladores de Washington. Y sólo me explico aquellas demostraciones al recordar la tradición democrática, el carácter expansivo, la grandiosa prosperidad de los Estados Unidos, que influyen con enorme fuerza sugestiva en el espíritu impresionable de nuestras masas populares»142.


Miguel Meléndez Muñoz recuerda la actitud de su pueblo de Cayey ante la llegada de los estadounidenses, plantea que:

«Un escuadrón de caballería, al mando de un oficial toma posesión del pueblo. La actitud de sus habitantes es de expectación, de serenidad circunspecta ante los acontecimientos que se desarrollan en su presencia. No ocurren manifestaciones callejeras y vociferantes de simpatía hacia los invasores como en otros pueblos de la isla. El pueblo espera. No se manifiesta en forma expresiva. Tal vez presiente el impacto del cambio de soberanía en sus costumbres, y en todos los aspectos de la vida social. Sólo un ciudadano conocido por Martín, el gallero, desentona y quebranta la mesura y discreción observada hasta entonces. Cabalgando trasijado jamelgo recorre las calles del pueblo vitoreando a los norteamericanos, seguido de una turba de mozalbetes desarrapados, vocingleros que lo corean»143.


Dos contrastes, en dos autoridades municipales tan disímiles. Una la actitud antes mencionada del alcalde de Yauco, Francisco Mejías, quien firmó una proclama obsequiosa dirigida a los estadounidenses, indicando que Puerto Rico regresaba al seno de la madre americana, cuando nuestra patria no tenía relación con Estados Unidos que no fuese la comercial. Y otra, la digna del juez municipal de Fajardo, Antonio R. Barceló, quien desde la alcaldía exhortó a los ciudadanos a entender los hechos de la invasión como un proceso hacia la libertad y la independencia de Puerto Rico y a defender nuestras costumbres, cultura e idioma castellano. Sólo así debían ser entendidos, manifestó. Hostos describe de esta forma la recepción de los estadounidenses en Puerto Rico:

«Y en cuanto a Puerto Rico, la idea popular era tan honda y centelleaba de tal modo, en los vítores dados a los redentores, no a los conquistadores, que cada viva a los Estados Unidos iba glosado por uno o muchos vivas a Puerto Rico Libre»144.


En Ponce se gritaba por el pueblo: «¡Vivan los americanos! ¡Viva Puerto Rico libre!». Hostos explica el porqué los puertorriqueños recibieron a los estadounidenses sin combate. En la entrevista del diario de Nueva York, The Evening Post, 6 de septiembre de 1898, afirma que:

«La prensa americana [sic] habla mucho de los brazos abiertos con que los puertorriqueños han recibido el ejército del general Miles. Todas esas manifestaciones de gozo (los abrazos de entusiasmo no contenido, las resonantes aclamaciones de bienvenida, las flores las lágrimas de alegría), fueron incuestionablemente honradas y sinceras. Todavía más (y yo lo afirmo con absoluta convicción), ellos se fundaron para todo eso en una seria equivocación. Los puertorriqueños se imaginaron que el propósito de los Estados Unidos era, primero, asestar a España un golpe militar; y segundo, poner fin para siempre al desgobierno de España en las Antillas, erigiendo en la Isla un gobierno libre e independiente»145.


Ante estos hechos, esta masa y liderato tuvo Hostos que aprovechar la oportunidad de hablar y explicar sus entelequias jurídicas, su plan de unión ante los estadounidenses, defender los derechos de los puertorriqueños y aró en el mar. Ya en enero de 1899 Eugenio María de Hostos expresaba su preocupación por la anexión inconsulta de su patria, la dignidad del pueblo de Puerto Rico y la influencia de las clases dominantes de imponer sus criterios e intereses a la mayoría que deseaba la soberanía. Dice Hostos que:

«Los puertorriqueños quieren ser tratados como personas y no como un rebaño de ovejas. Los rebaños se llevan de redil en redil, pero las personas deben ser consultadas antes de que surja un cambio de dominio sobre ellos. Lo que pedimos lo hacemos en nombre de un derecho que nunca ha sido ignorado por parte de los americanos. Pienso que no lo ignoran ahora. Hoy día, vemos un espectáculo hermoso y esperanzador -una cruzada anti-expansionista que no es más que una condena hacia la anexión forzada».


«Los puertorriqueños quieren la independencia. En lo que a mí respecta, no quiero nada menos que la independencia. Pero no estoy aquí para adelantar un deseo personal -sólo para conservar la dignidad de mi país. Hasta el momento, las personas nunca han sido consultadas con relación a nada; las clases dominantes han hecho con el pueblo lo que han querido. Por lo tanto, el plebiscito será favorable a la anexión porque ese es el deseo de los terratenientes, comerciantes y profesionales, a quienes las clases menos privilegiadas seguirán. No hay duda del resultado. Sin embargo, espero que la historia no diga que Estados Unidos trató a Puerto Rico como un animal. Dicho trato iría en contra de su historia e instituciones».


En una serie de artículos publicados en el diario de Mayagüez, La Nueva Era, sobre El Plebiscito desde el 24 de junio de 1899, Hostos sostiene que:

«Puerto Rico es una persona de derecho que no ha podido perder ninguna de sus prerrogativas nacionales por una guerra que no ha hecho; que quiere, puede y debe ejercer su derecho de expresar su voluntad. [...] Por consiguiente, a la cesión no debió seguir una transferencia de dominio sino una consulta de la voluntad de Puerto Rico. [...] Que hasta ahora no haya habido contra esas cesiones otra clase de protesta que la armada, no quiere decir que no pueda haber protesta jurídica. Puede haberla, debe haberla y a Puerto Rico honraría ante la historia que fuera el pueblo que iniciara esa clase de protestas: no hay nada para el hombre como ser el hombre verdadero, y no hay tal hombre en donde hay el abandono de derecho que puede servir para la civilización de nuestra especie»146.


Rafael María de Labra, sentenciaba desde Madrid que: «[...] por lo que he podido observar, los americanos no estiman a los puertorriqueños»147 Ya en Santo Domingo, desde la óptica de su experiencia bregando con los nuevos imperialistas, conociendo ya las verdaderas razones de la invasión y la anexión, Hostos escribe al Director del diario La Correspondencia de Puerto Rico, el octubre de 1900, quiere compartir con sus compatriotas su amargura y experiencias. Afirma que:

«Nada hay bueno: la obra de los norteamericanos es mala. La obra de los puertorriqueños es mala. Los norteamericanos, que ven impasibles morirse y matarse a los puertorriqueños, morirse de hambre y matarse de envidia, obran tan mal, que no parecen ya los salvadores de la dignidad humana que parecieron en la historia: para salvar la dignidad humana hicieron humana también la libertad, que es salvaguardia de la dignidad; se pusieron a vivirla del modo más natural del mundo; enseñaron a vivirla de ese modo a los demás pueblos de la tierra y se hicieron los más efectivos representantes de la especie humana. ¿Son ellos esos que hoy, en vez de atender en Puerto Rico a salvar la dignidad y a establecer la libertad, atienden con fría premeditación a como se mueren y se matan los puertorriqueños? Los verdaderos norteamericanos, los hijos legítimos de la revolución de Independencia, no son capaces de eso, pero los que han ido a Puerto Rico, son los descendientes de aquellos, que, con su nombre originario de "normandos", hombres del norte, hicieron muchas de las mejores cosas de la Edad Media, aunque las hicieron a costa de la mayor brutalidad. Son fuerzas ciegas, que movidas en una dirección se mueven implacablemente, arrollando lo que arrollen, caiga quien caiga. Algunos admiran eso en la historia escrita y en la historia hecha: yo no creo digna de admiración a la fuerza bruta, ya la vea en la historia de cada día, ya me la presenten adornada, adulada, y admirada en la historia escrita, pero creo digno de la mayor atención o del mayor cuidado el hecho manifiesto de que los norteamericanos enviados a Puerto Rico y los norteamericanos del gobierno que los envía, están procediendo en Puerto Rico como fuerza bruta. ¿En dirección a qué va encaminada esa fuerza bruta? En dirección al exterminio. Eso no es, ni puede ser un propósito confeso; pero es una convicción inconfesa de los bárbaros que intentan desde el Ejecutivo de la Federación popularizar la conquista y el imperialismo, que para absorber a Puerto Rico es necesario exterminarlo; y naturalmente, ven, como hecho que concurre a su designio, que el hambre y la envidia exterminan a los puertorriqueños, y dejan impasibles que el hecho se consume. [...] En vez de un plan de gobierno que habría americanizado a Borinquen en cuanto americanismo es un bien, y la habría preparado para ejercer eficazmente su independencia en la vida de relación con los demás pueblos de la tierra, McKinley y el sindicato político que no ven más allá de la continuación del partido Republicano en el poder, no vieron otra cosa en Puerto Rico que el campo de explotación que creían dar a la codicia de sus parciales o a la vana gloria del vulgo americano»148.


Aconseja a los partidos políticos puertorriqueños que integrarán la Asamblea Legislativa en 1900 que asuman su responsabilidad para con los derechos de la nación puertorriqueña y exijan de los estadounidenses la libertad y soberanía a que tienen por derecho inalienable. Así manifiesta Hostos:

«Tendrán, si no se prosternan ante el partido que haya salido victorioso en los Estados Unidos, que reivindicar el derecho de soberanía violado por el Gobierno americano. Una declaración decorosa, digna, concienzuda, del escándalo causado por la usurpación de la soberanía de Puerto Rico, unida a una protesta sobria y firme de reivindicar esa soberanía, será un acto honroso, conveniente y fructuoso: será honroso porque, es necesario decírnoslo con calma y con circunspección: el abandono de nuestra soberanía sin protesta alguna, ni la armada ni la jurídica, ha deshonrado a los puertorriqueños; será un acto conveniente, porque amonestará a los gobernantes americanos de la Isla, que, así, amonestados, corregirán demostraciones de consideración sus muestras continuas de desprecio; será un acto fructuoso porque servirá para modificar a un tiempo mismo la actitud de los americanos para con los puertorriqueños y la de los puertorriqueños para consigo mismos. Este resultado será de todos el más importante, porque dará al país un objetivo por cumplir, un verdadero ideal que realizar, y la dignidad, la fuerza de voluntad, la alteza de conducta que es natural en sociedades e individuos, siempre que ajustan sus actos a sus deberes. No se crea que una reivindicación del derecho de independencia obstará en modo alguno a la concordia entre americanos y puertorriqueños ni a la justicia que el pueblo indebidamente sometido reclama del inopinadamente sometedor. A la concordia, si existiese, que desgraciadamente no puede existir entre los burladores y los burlados, lejos de oponerse coadyuvaría una actitud independiente de la Asamblea Legislativa, principalmente si corresponde a igual actitud en el país; ya ha dicho un senador americano que el pueblo puertorriqueño no es digo que se le estime, porque no ha sabido defender su independencia. En cuanto a la justicia que el pobre pueblo puertorriqueño se ha puesto en el caso de pedir a los nuevos dominadores que se ha dado, jamás la conseguirá, si consciente tratarlos como dominadores; pero si se resuelve a tratarlos de pueblo a pueblo, y piensa y habla y procede como pueblo, y como pueblo lastimado en su derecho, burlado en su confianza, herido en su dignidad, infaliblemente llegara el momento en la política americana en que el clamor de la Isla, convenga con alguna necesidad nacional de los Estados Unidos, y el fuerte oiga al débil. Pero Puerto Rico no dice nada, ni aspira a nada más que lo dejen morirse de hambre o matarse de envidia, que es lo que el mundo le está viendo hacer ahora, nunca llegará la hora de la justicia para la triste Isla»149.


Estas palabras de Eugenio María de Hostos están vigentes. Si bien su admiración por el sistema constitucional estadounidense y por la sociedad de ese país, basado en fundamentos equivocados, obnubiló su óptica de la realidad social del fenómeno del 1898, su conocimiento social y jurídico se afinó y logró, a pesar de todo, entender lo que pasaba. Luchó contra el imperialismo estadounidense con las armas de su intelecto y le faltó pueblo y liderato. Su ausencia de casi cincuenta años lastró su efectividad. Aun así, Hostos dentro de las complejas circunstancias abrió a su pueblo caminos que otros no supieron ver. A pesar de sus concepciones juridicistas trató de combatir a los invasores de su patria y sembró las semillas que fructificarán después en otros.

Luis Lloréns Torres, joven abogado y poeta radical, que fue testigo de estos hechos, nos dice en su semanario satírico-literario, Juan Bobo, años después, en 1917, que a Eugenio María de Hostos:

«El pueblo de Puerto Rico no le hizo caso; los políticos se echaron a reír; la prensa de Puerto Rico se chuleo de él; los críticos y los literatos lo juzgaron un chiflado; mientras tanto, las más altas capacidades de las veinte naciones de América lo proclamaban como una de las más fuertes mentalidades del continente»150.


El jurista y político, Juan Mari Brás, escribiendo el prólogo de la nueva edición crítica de Madre Isla titulado La obra puertorriqueñista de Hostos, desde la atalaya del fin del siglo XX (1999) nos advierte sobre las luchas del mayagüezano que:

«No se diga, pues, que por haber tenido corta vida, La Liga de Patriota y las gestiones que realizó Hostos en su estadía en Puerto Rico a raíz de la invasión norteamericana no tuvieron impacto de envergadura histórica en el devenir político del país. Lo cierto es, que el llamado de Rosendo Matienzo Cintrón a la formación de una Unión de los Puertorriqueños en reclamo de sus derechos nacionales, hecho en 1902 en una conferencia en el Teatro Municipal de San Juan, fue de inspiración hostosiana. No hay duda que ese llamado fue la génesis de la Asamblea del Olimpo de 1904, donde se fundó la Unión de Puerto Rico, un año después de la muerte del patriota en la capital dominicana. Y fue dentro de la Unión, no empece que la misma se desvirtuara hacia convertirse en un partido más, que José de Diego pudo desarrollar sus nuevas campañas, también de inspiración hostosiana, llamando a luchar "contra el régimen dentro del régimen"»151.


Una carta del presidente de la República Dominicana don Horacio Vázquez, le recuerda que la patria, sus amigos y discípulos le aguardan con respeto y admiración en Santo Domingo. Y don Eugenio María tiene que marcharse de su patria de nación, con su familia, a la patria del amor. Antes de irse desilusionado manifiesta que:

«Más entregados que nunca a sus mutuas envidias los tres gobiernos que hubieran podido desempeñar la más noble empresa de la historia contemporánea; más separados que nunca los pueblos de origen ibérico en ambos mundos; desvalidas las Antillas; caída en extrañas manos Puerto Rico; suspendida entre dudas Cuba; amenazada de intervención Quisquella; desviada de su sendero América»152.


Ya en Santo Domingo, en 1901, meditando después del turbulento bienio que tuvo que afrontar en Nueva York y Puerto Rico su poderosa inteligencia, dictando las lecciones de Sociología matiza y reelabora su admiración por los Estados Unidos. Manifiesta que: «Si los Estados americanos de origen anglosajón no hubieran reducido a tan poco su política internacional, ni hubieran rehuido sistemáticamente el papel de democracia propagandista, es indudable que la situación de este momento seria más lógica y sencilla: los Estados Unidos serían, a estas horas, simple y normalmente los directores de la vida internacional del continente americano. Más, por otra parte, se acostumbraron insensatamente a menospreciar a los pueblos de origen ibérico en América, y por otra parte, se negaron -con obstinación- a secundar las expansiones naturales de la democracia joven y fuerte en que ellos mismos se cementan»153.

Luego concluye:

«Pero ya se ve como, lejos de utilizar su posición social, su situación económica y su fuerza jurídica, los Estados Unidos no han sabido más que equivocarse, siguiendo la antigua trayectoria histórica -por el camino de la fuerza bruta, el imperio y el dominio de los débiles- y así malogrando la poderosa fuerza de sus instituciones, y poniendo en crisis los principios fundamentales de su constitución política y social»154.


Creemos que para el estudio riguroso y crítico de la vida y de la obra de Hostos es necesario ahondar en su conocimiento. Es por ello que invitamos a los puertorriqueños a conocer la vida de Hostos y a intentar imitarla en aquello que suma y añada a la búsqueda de nuestra libertad personal y colectiva, la conservación y el enriquecimiento de nuestra nacionalidad, ideales, que junto al amor por el estudio, dio razón a su existencia. Eugenio María de Hostos nunca cejó en sus luchas anticoloniales y en el logro de la soberanía y la libertad para Puerto Rico, inspirados en estos ideales, repito imitémosle.