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121

Querrá decir. Aunque fuera diez veces más delincuente de lo que es, la obedeceré: porque al fin es mi madre.

 

122

 GUILLERMO y RICARDO se acercan a HAMLET con ademán obsequioso, siguiéndole adonde quiera que se vuelve, hasta que viendo su enfado se apartan. 

 

123

Según las antiguas supersticiones vulgares la noche era execrable y profana y el día puro y santo. (Warburton notas a Shakespeare.)

 

124

La ternura filial de Hamlet es uno de los rasgos más felices de que pudo usar el Autor, para hacer interesante este personaje. Hamlet va a ver a la Reina; la hablará a solas, la hará conocer la atrocidad de su delito, la reprenderá ásperamente, llenará su corazón de angustias; pero, a pesar de la justa indignación que le agita, nada intentará contra la vida de su madre. Estos grandes afectos producen el patético tan esencial a la Tragedia y si en medio de su violento choque, se ven triunfar aquellas pasiones virtuosas, que la naturaleza inspira; no hay entonces alma sensible que pueda resistirse a la conmiseración y al llanto.

Hanmer en la vida de Shakespeare, cotejando la fábula de Hamlet con la Electra de Sófocles, dice así. En ambas Tragedias se ve precisado un joven Príncipe a vengar la muerte de su padre, sus madres son igualmente culpadas, entrambas han sido parte en el asesinato de sus esposos y se han casado después con los agresores de aquel delito. Orestes baña sus manos en la sangre de su misma madre, y aunque no se ve esta bárbara acción en el teatro, se ejecuta tan cerca de él, que el espectador oye los gritos de Clitemnestra pidiendo favor a Egisto e implorando perdón de su hijo, que la mata; mientras Electra desde la escena le anima al parricidio. Hamlet movido como Orestes del amor a su padre y de la misma resolución de vengar su muerte, no detesta menos el delito de su madre (que se hace mayor que el de Clitemnestra, por el incesto); pero el Poeta inglés, con admirable prudencia y artificio, le hace abstenerse de usar con su madre violencia alguna. Esto es saber distinguir acertadamente el horror y el terror: la última de estas pasiones es propia de la Tragedia; pero la primera debe siempre evitarse con el mayor conato.

Si Hanmer hubiera comparado el Hamlet de Shakespeare con la Electra de Eurípides, sería mayor todavía la preferencia del Poeta inglés. La fábula de aquella Tragedia griega, los caracteres de Electra y Orestes, las circunstancias de la muerte de Clitemnestra, engañada y asesinada por sus hijos, todo está manchado de tan negros colores, y resulta un hecho tan abominable y atroz, que en ningún teatro moderno podría tolerarse.

 

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Ya se ha dicho que el carácter del Rey está lleno de contradicciones y la que se advierte en esta escena no es menor que las antecedentes. Claudio acaba de disponer el viaje de Hamlet a Inglaterra para que le maten allí así que llegue, y apenas ha resuelto esta nueva maldad, se presenta en la escena lleno de compunción y arrepentimiento, haciendo cuantos esfuerzos son posibles en un pecador para obtener la divina misericordia.

Si se perdona lo inconexo y mal preparado de esta situación, se hallarán en ella excelentes pensamientos de filosofía cristiana. ¿Qué más puede decirse acerca de la bondad infinita de Dios? ¿Sobre la necesidad de la oración y sus saludables efectos? ¿O sobre la diferencia inmensa que existe entre la justicia humana y la divina, inalterable, incorruptible? Estas máximas de eterna verdad hacen grande efecto en el teatro, cuando se introducen oportunamente y cuando (como en esta ocasión) no degeneran en declamación moral o discurso académico, sino que tocadas ligeramente y unidas a los afectos del personaje que las dice, ilustran la razón e indican al hombre el camino de la virtud.

 

126

 Se arrodilla y apoya los brazos y la cabeza en un sillón. 

 

127

 Saca la espada, da algunos pasos en ademán de ir a herirle, se detiene, y se retira otra vez hacia la puerta. 

 

128

Hamlet quisiera matar al Rey; pero le detiene la consideración de que si le quita la vida mientras está pidiendo perdón a Dios de sus pecados, podrá salvarse, y suspende el golpe para cuando, cogiéndole menos dispuesto, le procure a un tiempo la muerte y la condenación. Este proyecto horrible es propio de un monstruo implacable y feroz, no de un Príncipe virtuoso y magnánimo. Todos los delitos de Claudio no son comparables al que premedita Hamlet.

 

129

 Envaina la espada. 

 

130

 Se levanta con agitación.