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LAERTES habla con CLAUDIO en voz baja, mientras GERTRUDIS limpia con un lienzo el sudor a HAMLET.
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Batallan.
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Vuelven a batallar, se enfurecen, truécanse las espadas, y quedan heridos los dos. HORACIO y ENRIQUE los separan con dificultad. GERTRUDIS cae moribunda en los brazos de CLAUDIO. Todo es terror y confusión.
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Queda muerta en la silla.
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De aquí en adelante hasta la conclusión de la tragedia es natural el estilo sin ser humilde, elegante sin vicioso ornato de metáforas, comparaciones líricas, ni frases huecas y gigantescas: digno de la situación y los personajes.
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Dirá esto sostenido por ENRIQUE.
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CLAUDIO quiere huir. HAMLET corre a él furioso, y le atraviesa la espada por el cuerpo. Toma la copa envenenada, y se la hace apurar por fuerza. Le deja muerto en el suelo, y vuelve a oír las últimas palabras de LAERTES.
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Ve aquí lograda por un accidente la venganza que pidió el muerto al principio del drama, la cual no se verifica sin que en ella perezca también el mismo a quien el cielo encarga la ejecución. Todos los principales personajes de esta tragedia mueren, culpados e inocentes; sin que esta matanza general sirva de aumentar el efecto trágico, pues al contrario te disminuye, dividiendo el interés que deberían concertarse en uno solo. Los cuatro cadáveres que ensangrientan la escena forman un objeto horrendo, no terrible. Parece que el autor hizo la crítica de su obra, cuando dijo por boca de Fortimbrás que tal espectáculo sólo es propio de un campo de batalla.
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Abrazando el cadáver de GERTRUDIS.
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Empieza a manifestar desfallecimiento y angustias de muerte. Parte de los circunstantes le acompaña y sostiene. HORACIO hace extremos de dolor.