Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
ArribaAbajo

Higuamota

Drama en cinco cuadros: escrito en diversos metros

Patricio de la Escosura

PERSONAJES

                     ANACAONA, cacique de Jaragua.
HIGUAMOTA, su hija.
FRANCISCO ROLDÁN, aventurero y alcalde mayor de la isla.
DON HERNANDO DE GUEVARA, caballero aventurero.
ADRIÁN DE MOGICA, caballero aventurero.
UN CAPITÁN, aventurero.
DON RODRIGO, aventurero.
MARTÍN, aventurero.
LOPE, aventurero.
SOLDADOS 1.º y 2.º
GUARIONÉS, cacique de la montaña.
CACIQUE 1.º y 2.º
UN INDIO.
UN CENTINELA.
AVENTUREROS, SOLDADOS, CACIQUES Y PUEBLO INDIO.


La escena en la Isla Española, en 1491.

     Este Drama, que pertenece a la Galería Dramática, es propiedad del Editor de los teatros moderno, antiguo español y estrangero; quien perseguirá ante la ley al que le reimprima o represente en algún teatro del Reino, sin recibir para ello su autorización, según previene la Real orden inserta en la Gaceta de 8 de Mayor de 1837, relativa a la propiedad de las obras dramáticas.



ArribaAbajo

Cuadro primero

                                       

El teatro representa un bosque en las inmediaciones de Jaragua.

Escena primera.

GUEVARA, MOGICA.

GUEV.    Tal es, Adrián la fortuna
que vinimos a buscar:
oro poco; pelear;
y recompensa ninguna.
Todo a Colón importuna:
rebelde llama al valor;
escandaloso al amor;
enriqueciste, es usura;
pues si empobrecer, locura
callas, malo; hablas, peor.
MOG. Fuego de Dios, ¡cuál te esplicas!
Y en suma dices verdad,
que él no atiende a calidad,
ni te escucha, si replicas.
GUEV. ¡Buen escuchar! -Entre picas
me hizo salir de Isabela.
MOG. Mal rayo en la carabela
que le trajo hasta Española.
¿Piensa que somos de Angola,
o muchachos de la escuela?
GUEV. Roldán, Roldán, que en su mano...
MOG. Roldán es otro que tal.
Fue rebelde, ahora es leal,
y será siempre tirano.
Vendionos como un villano;
y él sólo movió la guerra,
la primera que esta tierra
hizo a Colón, y no en valde,
pues hoy, Hernando, es alcalde,
y por Colón nos aterra.
GUEV. Sí; ya sé de su alcaldía.
MOG. No empuña en vano la vara.
GUEV. Podrá costarle muy cara
si conmigo su osadía...
MOG. Cosas hay que estrañaría
más que verte en un encierro
si se empeña.
GUEV.                       Su es de hierro
su corazón podrá ser.
MOG. Pues cuenta debes tener,
porque mandó tu destierro.
GUEV. Adrián Mogica, mi primo,
debe saber quién yo soy,
y que al destierro no voy
sino me falta este arrimo. (Empuñando.)
MOG. Pues también cuánto le estimo
sabe Hernando de Guevara;
y que mi vida arriesgara
por su deudo y amistad.
GUEV. Yo sé bien tu lealtad,
y de no, no te escuchara,
porque a esta nueva región,
los que en España nacimos,
mal parece que vinimos
a traer la religión.
Roldán se opuso a Colón,
mañana a Roldán Mogica...,
sangre española salpica
hasta el oro que nos ceba;
ni hay hombre ya que se mueva
sin el mosquete y la pica.
MOG. Voto al diablo que es curioso
verte hacer el misionero.
GUEV. Yo, primo, soy el primero
que me acuso de furioso.
Mancebo soy, orgulloso;
tengo sangre de alquitrán;
dos ojos negros me harán
dar el alma al enemigo...
MOG. Ya Colón, como tu amigo,
se la arrebata a Satán.
GUEV. Tal dice su tiranía:
disoluto me llamó
porque un quídam le contó
que a dos indias requería.
Y a la verdad que mentía.
MOG. ¡Tú una sola!
GUEV.                        Si eran tres
por mi cuenta en sólo un mes;
y si me deja son cinco.
MOG. Cuatro has perdido en el brinco:
mas tú tienes buenos pies.
GUEV. ¡Ay, Adrián, que más perdí!
MOG. Si eran cinco y tienes una...
GUEV. Que ya es mi bien, mi fortuna.
MOG. Trescientas veces te oí
decir lo mismo, y así...
GUEV. Amo, primo, y muy de veras.
MOG. Por el tiempo que la quieras,
lo supongo.
GUEV.                    Y por mi vida.
MOG. No quisiera que medida
por ese amor la tuvieras.
GUEV. Pues te engañas, por Dios vivo,
porque de veras la adoro;
es mi cielo, mi tesoro,
y yo su humilde cautivo.
MOG. ¿Y qué muger te halló esquivo?
GUEV. Estás, primo, en un error:
digo que amo con furor.
MOG. Y tú, Hernando, estás estraño.
¿Pues no era amor lo de antaño?
GUEV. Era antojo, y no era amor.
MOG. Por palabras disputamos.
GUEV. Tú no alcanzas, ya lo veo,
lo que va de un galanteo
al sufrir de cuando amamos.
La dama que deseamos
es cebo que nos alienta;
fuente que a boca sedienta
convida con la frescura:
toca el labio su hermosura,
se humedece y se contenta.
Pero amor a una muger
convierte en Dios que se adora,
de quien con ruegos se implora
que nos deje padecer.
Desear sin pretender,
dar la vida, sin pedir
más que el triunfo de morir
por su dama, eso es amar;
que es difícil de esplicar,
más penoso de sentir.
MOG. Tú a Juan de Mena leíste,
vive Dios, u otro coplero:
me has hallado a mí el primero,
y las coplas me dijiste.
Dígole que tendrá chiste
su retórica con ellas;
que el mentir de las estrellas...,
pero a mí, que sé sus mañas,
no me venga con patrañas,
buenas, digo con su bellas.
GUEV. No en que me creas me empeño,
porque yo quien ama soy,
y muchas veces estoy
con mis dudas de si sueño.
No sé qué fatal beleño...
MOG. Si hablas ya como un poeta:
a Dios tu pobre chaveta.
GUEV. Ahí verás cómo me tiene.
MOG. Veremos el mes que viene
lo que apunta la veleta.
Pero allí viene Roldán.
GUEV. Nada digas de mi amor
delante de él...
MOG. ¡Qué! ¿Temor...?
GUEV. Ni él, ni ciento me lo dan:
mas los amores están
mejor entre poca gente.
MOG. También te has vuelto prudente.
Amor tienes milagroso.
GUEV. El alcalde está orgulloso:
mucho levanta la frente.
 

Escena II.

GUEVARA, MOGICA, ROLDÁN. Salúdanse ceremoniosamente.

ROLD. Mucho madrugan, señores.
MOG. Y vos nos dais el ejemplo.
ROLD. Aquí a mis anchas contemplo
la hermosura de las flores,
de ese bosque los verdores...
GUEV. Inocente diversión.
ROLD. A un honrado corazón
bastan, Guevara, las tales.
Otros dan a eternos males
con las suyas ocasión.
MOG. Verdad es: y en Española
sobran ejemplos por Dios.
ROLD. ¿Tal creéis, Mogica vos?
GUEV. Y su creencia no es sola.
Hay quien un día enarbola
el pendón de independencia;
y después...
ROLD. Digo, en conciencia,
que es detestable morada.
(A GUEVARA.)
Dichoso vos: la jornada
vais a hacer...
GUEV.                        ¿Qué?
ROLD.                                   Su excelencia
manda que apreste un bajel
para serviros, Guevara:
honra es esta grande y rara
que no todos logran dél.
Dice también su papel
que se embarque...
GUEV.                              ¿Esta semana?
ROLD. Colón, Hernando, lo quiere:
vos lo haréis de buena gana.
MOG. Trata Colón como a esclavos
a los nobles de Castilla.
ROLD. Iréis, Guevara, a Sevilla.
GUEV. Faltan que atar muchos cabos,
y no iré.
MOG.               Tendrá cien bravos...
ROLD. Que le sigan hasta España,
podrá ser. -Para esa hazaña
da permiso el almirante.
GUEV. Si tal piensa que yo aguante,
voto a Cristo que se engaña.
ROLD. No juréis, que está mal visto.
GUEV. ¿Así a un hidalgo destierra?
ROLD. No, que os manda a vuestra tierra.
GUEV. Otra vez os voto a Cristo
que no me iré.
ROLD.                         Pues yo insisto,
Guevara, en que obedezcáis;
y sabré, si os obstináis,
mal que os pese haceros ir.
Es ya inútil el decir:
lo que importa es el que os vais.
(Vase. -GUEVARA empuña. -MOGICA le contiene.)
 

Escena III.

GUEVARA, MOGICA.

GUEV. Deja, déjame, Mogica,
antes que el vil se me huya.
MOG. ¿Qué vas a hacer? ¿No conoces
que es, Hernando, una locura?
Cuando él osa amenazarte,
es que tiene quien le escuda.
GUEV. ¿Y quién podrá de mi brazo?
MOG. Él de tu espada se burla.
GUEV. Pues vive Dios que le haré
que la conozca desnuda.
MOG. ¿Y tú piensas que él querrá
contigo estar siempre en lucha?
Roldán pasa por valiente,
y lo es cuando le apuran,
pero descarga, si puede,
golpes a mano segura.
GUEV. ¿Y tú quieres que por eso
tolere humilde esta injuria?
MOG. Lo que yo quiero, es que él solo
que pecó, la pena sufra,
y no castigue el alcalde
en ti de entrambos las culpas.
En el pasado motín
tuvo a Mogica en su ayuda;
bien sabe que el someterme,
más que temor, es astucia;
y temblando, que si un día
me ayudase la fortuna,
no he dejar sin castigo
al traidor que nos insulta;
cuantos amigos o deudos
llega a ver que se me juntan,
a tantos odio implacable
en el momento les jura.
GUEV. ¿Y qué he de hacer? ¿Someterme?
MOG. Ganar tiempo, dar disculpas.
GUEV. ¿Y después?
MOG.                     Cuando parciales
suficientes se reúnan,
lograr puedes tu venganza,
derramar su sangre impura.
GUEV. Si yo su sangre derramo
ha de ser en buena lucha.
MOG. Quien al tigre va de frente
deja la vida en sus uñas.
GUEV. La mirada del león
no soporta aquella furia.
MOG. Tú lo harás como quisieres,
pues que es inútil que arguya.
GUEV. Primo, vengarme lo anhelo;
pero en mis venas circula
noble sangre, y no se aviene
su valor con tanta astucia.
MOG. Yo del riesgo te advertí,
lo demás tú lo discurras.
Por tu deudo y por tu amigo
vida y espada son tuyas:
morir podemos entrambos
si mis avisos descuidas:
mas yo al menos, consolado
he de bajar a la tumba,
pues que he intentado salvarte
y tú perderte procuras. (Vase.)
 

Escena IV.

GUEVARA.

¡Ah! Poco me importara la partida
sin este amor que abraza el pecho mío.
Mas hoy sin la que adora, intolerable
fuera para Guevara el cielo mismo.
(Quédase meditabundo.)
 

Escena V.

DICHO, HIGUAMOTA.

(Al ver a GUEVARA hace un ademán de alegría, y va a hablarle; pero súbitamente se detiene avergonzada. -GUEVARA la ve.)

GUEV. ¡Higuamota! ¿Tú aquí?
HIGUA.                                       Yo soy, Hernando.
GUEV. Habla: ¿eres tú, Higuamota?, ¿no deliro?
¿cuál numen, di, te trajo a mi presencia,
cuando no verte más es mi destino?
HIGUA. (Turbada.)
Salí..., español..., mi madre..., los soldados...,
vine a buscar... No sé: no sé qué digo.
GUEV. ¿Ángel de paz, qué temes? Si encontrarme
pudo estorbarte acaso en tus designios,
a Dios, que ya te dejo.
HIGUA.                                      No te vayas.
GUEV. Mi presencia tal vez...
HIGUA.                                     Por ti he venido.
GUEV. ¿Qué dices, Higuamota?, ¿tú no sabes
que esa palabra tuya a mi martirio
faltaba nada más?
HIGUA.                              Pues yo, enojarte
nunca, Hernando, pensé.
GUEV.                                         Ni tal he dicho.
Verte es vivir: más grato no es al prado
ni a las tempranas flores el rocío
que al corazón de Hernando tu presencia.
¿Que te adoro, en mis ojos no has leído?
Tal vez no me comprendes, tú que apenas
saliste de la mano del Altísimo.
¿Tú qué sabes de amor, niña inocente,
ni cómo has de seguirme en mi delirio?
Mira, Higuamota: triste cuando ausente,
enagenado estoy cuando te miro.
Si alzo los ojos, suplicando al cielo,
en medio de los astros te diviso:
tu imagen adorada me repite
también el arroyuelo cristalino.
Siempre pensando en ti, cuando despierto;
soñando mi ventura, si dormido:
la vida, es Higuamota para Hernando;
sin ella es un infierno el paraíso.
¿No me escuchas, mi bien, no me respondes?
¿Lo que pasa por mí no has comprendido?
HIGUA. Bien te comprendo, Hernando.
GUEV.                                                   Pues entonces
¿por qué no poner término al suplicio?
HIGUA. ¿Por qué, español, me engañas?
GUEV.                                                    ¿Yo engañarte?
HIGUA. Sí, me engañas, Guevara. -Aunque he nacido
en medio de estos, hoy vuestros esclavos,
no ha mucho libres, venturosos indios,
ya sé que entre vosotros los de Europa,
engañar a una triste no es delito;
sé que a nosotras nos miráis, Guevara,
como esclavas no más; sé que a ti mismo
las palabras de amor, los juramentos,
para otras indias mil, ya te han servido.
Deja, deja a Higuamota su sosiego;
ni quieras que te sirva de ludibrio.
GUEV. ¡Higuamota, piedad!, sino pagado,
logre mi amor al menos ser creído.
HIGUA. El que engañó una vez...
GUEV.                                         Mas fue a mugeres,
no a ti que has cautivado su albedrío,
no a ti que eres un ángel en la tierra,
no a ti que de hermosura eres prodigio.
¡Ah!, lo confieso, sí: mentí mil veces,
mentí el amor: ya sufro su castigo.
De ti, que eres más pura que ese cielo
que envidiándote está, yo soy indigno;
mas te juro por él, que te idolatro
desde el primer instante en que te he visto;
que tú serás mi bien, o mi tormento,
basta exhalar el postrimer suspiro.
HIGUA. Tú vas a España: allí hallarás beldades;
y a la india darás pronto al olvido.
GUEV. No, Higuamota, no voy a España: no.
De aquí no he de partir.
HIGUA.                                       Roldán lo ha dicho.
GUEV. ¡Roldán!, ¿y qué me importa?
HIGUA.                                                 El almirante...
GUEV. Escúchame, Higuamota: si consigo
que de mi amor piedad tengas al menos,
cuantos son en el mundo reunidos
no harán que yo me ausente de Jaragua.
HIGUA. ¿Y no temes?
GUEV.                       ¿Por qué? -Mi espada el filo
conserva aún, aliento no me falta...
HIGUA. A la garganta tienes el cuchillo:
Roldán manda soldados; te aborrece;
tardar es arrojarte al precipicio.
Parte: vuelve a tu patria: sé dichoso.
¡Pluguiera a Dios no haberte conocido!
GUEV. ¡Partir!, ahora partir, cuando ese llanto
le debo a tu piedad, ídolo mío!
No lo esperes: jamás; ya no te dejo.
HIGUA. Huye, Hernando infeliz, que estás perdido.
Roldán, ese Roldán que yo detesto,
no ha mucho que a mi madre se lo dijo:
-«Guevara va a embarcarse: si resiste,
su muerte a otros rebeldes será aviso».
Cien soldados entraron en Jaragua,
todos son de Roldán, y a un solo grito
te cercan, te encadenan, te dan muerte...
Vas a huir, sí, Guevara; y ahora mismo.
GUEV. Antes morir que medie entre nosotros
la insondable estensión del mar bravío.
HIGUA. Pues bien: deja estos sitios solamente,
y en los cercanos montes busca asilo.
GUEV. No sabes lo que dices, Higuamota:
Guevara nunca huyó de su enemigo.
HIGUA. No es uno el que yo temo, sino muchos.
GUEV. No huyera aun cuando fueran infinitos.
HIGUA. Te lo ruega Higuamota: ¡parte, Hernando!
GUEV. ¿Cuál premio he de esperar del sacrificio?
¿Que responda a mi amor con injuriarme,
y que me diga Higuamota que he mentido?
HIGUA. ¡Huye, por Dios! El tiempo que te tardas
acortas a tu vida.
GUEV.                             Lo repito:
podré morir, mas moriré lidiando.
HIGUA. Y al espirar, espiraré contigo.

(Arrebatado GUEVARA pasa una mano por la cintura de HIGUAMOTA).

GUEV. ¿Con que me amas, mi bien! A nadie temo.
Vuelve, vuelve otra vez a repetirlo,
que el eco suave de tu voz sonora
me pruebe que eres tú, que no deliro.
HIGUA. ¡Hernando!, sí: yo te amo.
GUEV.                                            ¡Mi Higuamota!
¿Quién más que yo feliz?
HIGUA.                                          ¡Hernando mío!
Y ahora, ¿salvarás entrambas vidas?
GUEV. Manda: dispón de mí; soy tu cautivo.
HIGUA. Parte, pues.
GUEV.                    Mas no a Europa.
HIGUA.                                                 A las montañas.
GUEV. Lo quieres, Higuamota: no resisto.
¿Mas no he de verte?
HIGUA.                                    Sí; pronto: lo espero.
Colón es de mi madre grande amigo:
él sabe que por ella en nuestras tierras
fueron los españoles recibidos:
tendrá en cuenta también que de un cacique
soy hija; sí, Guevara; y en auxilio
vendrá de Anacaona y de Higuamota
cuanto queda de ilustre entre los indios.
GUEV. Mas tu madre tal vez...
HIGUA.                                      Ella me adora;
la diré que me amas..., ven conmigo:
se lo dirás también: de Anacaona
será indulgente el maternal cariño.
Tal vez mi madre en su prudencia encuentre
para salvarte, Hernando, algún arbitrio.
Volemos a su amparo: que ella sepa
que eres mi amado tú, que eres su hijo.
GUEV. Tan niña, tan hermosa y tan discreta
no adorarte, mi bien, fuera prodigio.
HIGUA. Hernando, el tiempo vuela.
GUEV.                                             Sí; a tu lado
instantes a Guevara son los siglos.
¡Ah!, déjame gozar de mi ventura
teniendo sólo al cielo por testigo.
Vuelve a decir que me amas, Higuamota;
apenas sé, mi vida, si lo has dicho.
HIGUA. ¡Si te amo! Hasta pisar nuestras riberas
tu planta, Hernando, casi no he vivido.
El caracol pintado entre la arena
buscaba cuidadosa. Áspero risco
trepé con infantil ansia dichosa
por sorprender al pájaro en su nido.
Visitar el arroyo y en la fuente
contemplar cómo nada el pececillo,
era mi solo afán durante el día.
Nunca el dulce dormir fue interrumpido;
y despuntar al sol en el oriente
en brazos de mi madre siempre he visto.
Viniste tú después..., si me adivinas,
¿para qué, Hernando mío, he de decirlo?
GUEV. ¿Me juras, Higuamota, que por siempre
he de ser dueño yo de tanto hechizo?
HIGUA. ¿Lo dudas? ¿Puede amarse por dos veces?
Hernando, a otras mugeres has querido.
GUEV. ¡Higuamota, Higuamota, yo te adoro!
HIGUA. Mas antes... Si me olvidas...
GUEV.                                               Mi destino
es vivir para ti: por tu amor solo:
moriré si lo dudas.
HIGUA.                                ¡Cuán impío
fueras en engañarme...! No es posible.
GUEV. Jura tú por Dios, yo por el mío,
que de hoy más y con un lazo indisoluble
Higuamota y Hernando están unidos.
HIGUA. ¡Cielos, Roldán aquí! , vámonos luego.
GUEV. No temas, Higuamota: estás conmigo.
HIGUA. Disimula tu enojo, y no que a entrambos
la cuchilla herirá des al olvido.
 

Escena VI.

DICHOS. ROLDÁN y SOLDADOS.

(GUEVARA altanero, ROLDÁN rencoroso y disimulado, HIGUAMOTA temerosa y turbada.)

ROLD. (Ap.) ¡Cómo! ¡Higuamota aquí! -Señor Guevara,
supongo ya encontraros más sumiso.
Vengo de hacer cumplir del almirante
las leyes, a españoles muy altivos,
esperanza, tal vez, de otros rebeldes,
y aliento de imprudentes a designios.
Ojeda, el temerario aventurero,
de España y con su escuadra propia vino
a turbar a Colón: salí a su encuentro,
y en breve a regresar le he reducido.
Con él podéis partir.

(GUEVARA va a responder furioso: una mirada de HIGUAMOTA le contiene.)

GUEV.                                   ¿Y cuándo parte?
ROLD. De la playa mañana: de aquí hoy mismo.
GUEV. Iré con él.
ROLD.                  Haréis tan cuerdamente
como siempre esperé de vuestro juicio.
GUEV. Basta, Roldán: os digo que a Jaragua
voy a dejar: por eso no os permito
que olvidéis quién yo soy.
ROLD.                                            A mí me basta
que Colón sea por vos obedecido,
y pésame en verdad ser instrumento...
HIGUA. Roldán, ¿nuevos soldados no habéis visto?
Guevara, Anacaona quiere veros.
GUEV. Yo soy.
ROLD.               Y yo también; marchad, que os sigo.
(Salen HIGUAMOTA y GUEVARA.)
ROLD. (Al gefe de los soldados.)
Si al trasponer el sol está en Jaragua,
que no viva mañana: ya lo he dicho.



ArribaAbajo

Cuadro segundo.

                                         

La escena es en Jaragua. -Lo interior de la casa de Anacaona, habitación rústica.

Escena primera.

HIGUAMOTA sentada y llorando. ANACAONA a su lado en pie.

ANAC.    Enjuga tu llanto,
mi amada Higuamota:
¿no estás con tu madre,
que tierna te adora?
HIGUA. ¡Madre de mi vida,
la pena me ahoga!
ANAC. ¡Hija de mis ojos!
HIGUA. ¡Si fuera su esposa...!
ANAC. Seraslo, mi hechizo:
tu madre te apoya,
Colón generoso
los yerros perdona;
nunca vanamente
su gracia se implora.
HIGUA. Roldán implacable...
ANAC. Roldán, ¿qué te importa?
HIGUA. ¡Ah!, que es poderoso;
Guevara le estorba;
me aterra su ceño
y tiemblo sus obras.
ANAC. ¡Pobrecita mía,
te asusta tu sombra!
¿Qué temes? -Seguro
le tienes ahora.
HIGUA. ¿Seguro, mi madre...?
ANAC. No temas que rompa
Roldán de los montes
la valla riscosa.
HIGUA. ¿Codicia y venganza
qué temen, señora?
Ni el rayo de España
los indios soportan.
¡Ay madre! Os he visto
reinar aquí sola,
y el yugo estrangero
pesado os agobia.
Mi padre, cacique,
¡oh cruda memoria!,
murió entre cadenas...
ANAC. ¡Por Dios, Higuamota!
HIGUA. Habéis perdonado:
¡sois tan generosa!
También vuestra hija
olvida y perdona...,
¡oh, más!, que a las plantas
del mismo se postra
que puso los hierros
en manos que adora.
Y más: del cacique
la hija es apóstata;
sí, madre del alma,
su Dios abandona,
se entrega al de un hombre
que el alma le roba.
ANAC. Y bien: ¿al destino
qué haremos nosotras?
Su mano de hierro
cayó rigorosa,
y hundió del caribe
poder y corona.
Por siglos y siglos,
ocultos de Europa,
vivimos tranquilos
merced a las olas.
Colón a los mares
altivo se arroja;
su esfuerza indomable
los vence, los doma...
¿Podrán dos mugeres
con lágrimas solas
luchar con gigantes
que cedros encorvan?
El brazo es inútil,
las flechas se embotan:
Haití es para siempre
la isla española.
HIGUA. ¡Si al menos tranquila,
ya que ignominiosa,
fuera nuestra suerte...!
Mas no: la discordia
de nuestros señores
cruel nos azota.
Roldán, y no ha mucho,
el que ahora blasona
de recto y severo,
alzó la ominosa
bandera rebelde;
mas hoy no soporta
a Hernando en partirse
pequeña demora.
Y es fuerza que el monte
de un hombre le esconda,
que acaso temblara
hallándole a solas.
La muerte termine
mi vida espantosa.
ANAC. ¡Hija!
HIGUA.            ¡Madre mía!
ANAC. ¡Triste Anacaona,
de tu nacimiento
funesta la hora!
Perdiste un esposo,
con él la corona,
no te ama tu hija...
HIGUA. ¡Perdón!, ¡estoy loca!
ANAC. Pues bien; yo no lo olvido:
tu pena reporta.
Ven acá, mi vida;
consuélate, llora.
Desde que naciste,
mi amada Higuamota,
enjuga tu llanto
el seno que agobias.
Me dices que a Hernando
frenética adoras:
también a tu padre
amaba tu esposa.
Y él era Caonabo;
la fama pregona
sus hechos, su nombre,
sus triunfos, su gloria.
Le amé..., ni la tumba
del alma le borra;
pues tal vez ofendo
su pálida sombra,
dándole al olvido
por ti, cuando lloras.
HIGUA. ¿Y yo no te pago?
ANAC. Ni aun sabes qué cosa
es amor de madre,
que nunca se agota.
Tu madre te amaba
antes, hija hermosa,
que al mundo vinieras.
¡Ay!, cuántas congojas
deben a sus madres
los hijos ignoran.
Cuando tú los tengas
tal vez lo conozcas.
HIGUA. No te soy ingrata.
ANAC. Eres, como todas,
como fui yo misma.

(Roldán abre la puerta.)

¡Roldán a estas horas!
 

Escena II.

ANACAONA, HIGUAMOTA, ROLDÁN.

ROLD. (Ap.) ¡Llorando está por Guevara!
Guárdeos Dios, Anacaona:
si yo estorbaros pensara...,
si a Higuamota desazona
mi presencia...
ANAC.                        Nos es cara
la de amigos de Colón,
señor Roldán.
ROLD.                        ¿Y ese llanto!
ANAC. Para una niña, ocasión
no falta nunca al quebranto.
Tuvo un sueño.
ROLD.                            ¡Qué aflicción!
¿Tanto con vos puede un sueño!
HIGUA. Terrible noche, terrible.
ANAC. Dejadla ya.
ROLD.                     Tengo empeño
en saberlo, si es posible.
¡Válate Dios y qué ceño!
ANAC. Higuamota no está ahora,
señor Roldán, para hablar.
Ya estáis mirando que llora.
Marcharase a sosegar,
si dais licencia...
ROLD.                            ¡Señora!

(Abrázanse madre e hija; vase esta.)

 

Escena III.

ANACAONA y ROLDÁN.

ROLD. Sois tierna madre, por Dios;
y la hija lo merece:
sólo a sueños, me parece,
que sois muy dadas las dos.
ANAC. No entiendo lo que decís.
ROLD. Pues me esplico claramente,
y vos sois la que dormís.
ANAC. De la hija de un cacique
conviene hablar con respeto.
ROLD. Yo respetarla prometo;
pero dejad que me esplique.
Si cuando al llanto que vi
por causa un sueño le disteis,
engañarme presumisteis:
me conocéis poco a mí.
Mas si a vos, Anacaona,
os engaña vuestra hija,
razón sera, aunque os aflija,
que quien de franco blasona
descubra el pérfido engaño.
ANAC. Perdonad: entre hija y madre,
alguna vez entra un padre,
pero jamás un estraño.
ROLD. Tan estraño no es Roldán,
que al fin la tierra gobierna;
su poder, su amistad tierna
algún derecho le dan.
ANAC. Nunca negué al almirante,
ni a los suyos, cosa alguna:
cuando me dio la fortuna,
lo cedí de buen talante;
pero tened entendido
que si el cetro no defiendo,
reinar en mi casa entiendo...
ROLD. Vos no me habéis comprendido.
ANAC. Decid pues.
ROLD.                     Vuestra Higuamota
ama a Hernando de Guevara.
ANAC. Ya partió.
ROLD.                  Mas si tornara...
ANAC. Tiene madre.
ROLD.                       Bien se nota
del mancebo el artificio.
Diestro anduvo por quien soy:
casi, casi a punto estoy
de dudar de vuestro juicio.
ANAC. Cuando mi hija fuera esposa
de ese mancebo esforzado...
ROLD. Fuera mirarle casado,
vive Dios, estraña cosa.
Ese Hernando, tan galán,
tiene de damas un ciento;
burlarlas es su contento,
y deshonrarlas su afán.
Preguntad en Isabela
a cuántas indias engaña;
pues, por Cristo, que en España
es su vida una novela.
¿No sabéis de su destierro,
por ventura, la ocasión?
La clemencia de Colón
agotó con tanto yerro.
ANAC. Colón, a quien se arrepiente,
bien sabéis que le perdona.
ROLD. Paso, paso, Anacaona,
no despertéis la serpiente.
Ese Guevara es infame.
ANAC. ¿Por qué al ausente injuriáis?
ROLD. Cuanto más le defendáis,
haréis que tanto me inflame;
y no creyera, a no oírlo,
que una madre...
ANAC.                            Basta ya,
que me ofendéis, y será
mucha paciencia el sufrirlo.
ROLD. (Reprimiendo su cólera, y afectando tranquilidad.)
Mi amistad, tal vez, se escede:
perdonadme, soy violento.
Por Higuamota lo siento.
ANAC. Pues no temáis.
ROLD.                           Si se puede
poner al mal un remedio,
¿por qué negarse a escuchar
mis consejos? -Rehusar
bien podéis después el medio.
ANAC. Aún somos libres: lo sé.
ROLD. Pues entonces...
ANAC.                           Os escucho.
ROLD. No interrumpáis, que no mucho,
aunque importante, diré.
Dejó Guevara a Española;
¿y está Higuamota segura?,
¿es de Hernando, por ventura,
la persona escelsa sola?
Niña inocente y tan bella
que vive entre aventureros,
es el búcaro entre aceros:
tarde o temprano se estrella.
Colón es hoy almirante,
puede mañana no serlo:
si Hernando llegase a verlo
sin poder, vuelve al instante.
Y aunque no vuelva, pensad,
si otro gobierna esta tierra,
que puede hacerse la guerra
con mucha menos piedad.
¿Me entendéis? -Vuestra existencia
pende tal vez de un cabello.
Cuanto más penséis en ello,
más hallaréis mi evidencia.
Pero un áncora tenéis
a que asiros, y es segura:
consultad vuestra cordura,
y mirad qué respondéis.
Roldán, alcalde mayor,
por prudente conocido,
y al mismo tiempo temido
por su fuerza y su valor,
Roldán, a quien Colón trata
con estraña cortesía,
ama a Higuamota; sería
poco cuerda en ser ingrata.
Vine a ofrecerla mi mano,
respeté su desconsuelo,
que esclavo soy de su cielo
que venero soberano.
No me respondáis ahora,
al rayar el nuevo día
mi diréis la suerte mía,
sabréis la vuestra, señora. (Vase.)
 

Escena IV.

ANACAONA.

¡Ah Roldán!, te has descubierto.
Pobre Higuamota del alma;
se acabó tu dulce calma.
¿Por qué en la cuna no has muerto?
Cuando naciste, hija mía,
para reinar destinada,
¿quién que a mirarte ultrajada
llegar pudieras, diría!
 

Escena V.

GUEVARA, vestido como los soldados de Roldán. ANACAONA.

GUEV. Respiro en fin.
ANAC.                          ¡Guevara! Temerario,
¿qué vienes a buscar?, ¿segura muerte?
GUEV. No temas: el disfraz de un mercenario
de los que siguen de Roldán la suerte
me encubre, Anacaona; y no muy tarde
vendrán mis compañeros.
ANAC.                                          ¿Y si a verte
llegan en tanto?
GUEV.                           ¡Cómo! ¿Tú cobarde?
ANAC. Por ti, por Higuamota sólo temo.
GUEV. ¿Y dónde está mi bien? El pecho se arde...
ANAC. ¿Por qué viniste, dime?, ¿a tal estremo
qué pudo conducirte?
GUEV.                                    ¡Qué! Por verla.
No sabes tú la llama en que me quemo.
ANAC. ¡Tanto amor, y te espones a perderla!
¿Sabes, di, que Roldán...?
GUEV.                                            Por eso vengo:
sé que su necio intento es poseerla.
Se olvida de que espada y brazo tengo.
ANAC. ¿Cómo supiste tú, si en el instante...?
GUEV. Lo adiviné. -Los zelos ven muy luengo.
El bárbaro persigue en mí al amante,
al rival venturoso; su castigo
pronto será, y terrible.
ANAC.                                    Delirante
vienes, Hernando.
GUEV.                               No: sé lo que digo.
Te he dicho que vendrán mis compañeros;
Mogica los conduce: tú testigo
serás de la venganza.
ANAC.                                    Voy a veros
a todos perecer; y en la hija mía,
en mí también, claváis vuestros aceros.
GUEV. ¿Pensáis que vuestro mal consentiría?
ANAC. Ultrajando a Colón, en la persona
que aquí le representa, un solo día
no vivirás seguro.
GUEV.                              Anacaona,
te he dicho que sin ella no respiro;
te digo que recobras tu corona.
Me llamaste tu hijo: si te inspiro,
por mi amor a Higuamota, confianza,
no me preguntes más.
ANAC.                                     ¿Sueño, o deliro?
Imprudente mancebo, ¿de tu danza
piensas que llega al punto que tu aliento
la fuerza incontrastable, la pujanza?
GUEV. Pienso que es insufrible mi tormento.
 

Escena VI.

DICHOS e HIGUAMOTA.

HIGUA. No está Roldán. -¡Guevara!
GUEV.                                                Sí, bien mío.
HIGUA. Te vuelvo a ver: renace mi contento.
ANAC. (A GUEV.) ¿Y serás a su amor también impío?
HIGUA. ¿Qué dices, madre mía?
ANAC.                                        Que en el mundo
no hay hombre más ingrato: su albedrío
no se rinde a razón: ni mi profundo,
mi insufrible dolor tampoco escucha.
Quiere mancharse con borrón inmundo,
rebelde ser...
GUEV.                      Te engañas: a la lucha
soy provocado yo.
ANAC.                               Tener conviene
mucha virtud, cuando la afrenta es mucha.
HIGUA. Hernando es vuestro hijo: se previene
a renunciar su intento. Yo le imploro,
y lo hará..., pero calla; se detiene...
GUEV. Higuamota, mi bien, ciego te adoro.
HIGUA. Será: mas lo que pido estás negando;
mal puedo conocerlo.
GUEV.                                    ¿Mi tesoro!
¿Sabes lo que pretendes? -Renunciando
a romper de una vez nuestras cadenas,
por siempre triunfa el contrapuesto bando.
Largos años el fin de tantas penas
será, esperar acaso tu destino;
mi voluntad es tuya: las agenas...
HIGUA. Contenta estoy, si a la virtud te inclino.
Deja tú a los demás.
GUEV.                                  Di mi palabra.
¿Qué se dirá, Higuamota, si declino?
ANAC. No el crimen para ti sus puertas abra.
HIGUA. ¡No me amas ya!
GUEV.                             Higuamota, ¿qué me pides?
ANAC. Roca serás si tanto en ti no labra.
GUEV. Higuamota, mi bien, ¿tú me despides?
HIGUA. ¡Cómo!, ¿qué dices?
GUEV.                                  Quiere que me vaya.
Me iré, pues mi partida tú decides.
HIGUA. ¡Madre! -No he dicho tal.
ANAC.                                          ¡Ah! Ten a raya
tu indiscreta pasión; que si no parte,
si el temerario intento al fin ensaya,
morirá, sí, Higuamota; y tú culparte
de su muerte podrás.
HIGUA.                                   No te detengas.
GUEV. ¡Ingrata!
HIGUA.                ¡Tú morir! -Antes dejarte.
Yo viviré llorando hasta que vengas;
sino te vuelvo a ver mientras vivamos,
no por eso temor, amado, tengas;
que en la región a que en muriendo vamos
querrá, a lo menos, la bondad divina
que al fin de tantas penas nos unamos.
GUEV. Roldán se salva de inminente ruina:
renuncio a la ambición y la venganza;
tu celeste virtud, amada, inclina
al bien de mis destinos la balanza.
ANAC. Ya conozco al Hernando generoso.
GUEV. Un premio me darás por mi templanza,
un premio que me hará llamar dichoso.
ANAC. ¿Qué pedirás, amado de Higuamota,
que te pueda negar?
GUEV.                                 Un don precioso.
Voy a emprender al monte mi derrota;
si me es dado esperar días serenos,
alguna vez la valla ha de ver rota
que media entre los dos: lleve yo al menos
bálsamo que me aliente en mi amargura;
sepa que sus encantos nunca agenos
serán; que nunca dueño a su hermosura
darás fuera de Hernando, y aunque oscuro,
el porvenir veré de mi ventura.
HIGUA. Sí; por el astro Rey yo te lo juro,
Hernando, de mi madre en la presencia:
te guardaré mi amor ardiente y puro;
tuya seré, mi bien, en la existencia;
tuya también después en otra vida.
GUEV. Por mi honor, por mi ley, por mi conciencia
te juro eterno amor, prenda querida.

(Tomando a HIGUAMOTA de la mano, se postran ambos los pies de ANACAONA.)

Recíbeme por hijo, y de tu mano,
Higuamota, por siempre a Hernando unida,
en mí tendrá un esposo, un tierno hermano.
ANAC. Hijos del alma, sí, que el Dios clemente
que dio la vida al indio y al cristiano,
su espíritu repose en vuestra frente.
Venid, venid los dos entre mis brazos;
y hagan vuestra ventura eternamente
de puro y casto amor los dulces lazos.
Vive la flor que blando el viento agita;
el huracán la rompe en mil pedazos,
y el sol a descubierto la marchita.
Pensad que es el amor en los esposos
flor que al perderse la esperanza quita;
conservadla, y seréis siempre dichosos.
 

Escena VII.

DICHOS, ROLDÁN y SOLDADOS.

ROLD. Prendedle.
HIGUA.                   No le matéis.
GUEV. Llega a prenderme, Roldán.
ANAC. (Ap.) Perdidos ambos están.
ROLD. ¡Ah!, se resiste. (Señala a los SOLDADOS.)
ANAC. (Interponiéndose.) ¿Qué hacéis!
¡Roldán, pues tanto rigor!
ROLD. Es justicia. -Que a esta vara,
resistiéndose Guevara,
insulta al rey.
GUEV.                        ¡Impostor!
ROLD. Rinde las armas, Hernando:
no injuries al que es tu dueño.
Higuamota, vuestro sueño
voy poco a poco aclarando.
HIGUA. ¡Compasión!
ROLD.                      Yo la tendré.
GUEV. ¿Tú le ruegas?
HIGUA.                        Por tu vida.
GUEV. No la tengo tan perdida,
y muy cara la daré.
ANAC. (Separándose con ROLDÁN.)
Roldán, Hernando a partir
dispuesto estaba.
ROLD.                             Sí creo.
Ya se fue; y aquí le veo.
ANAC. ¿Queréis hacerle morir?
ROLD. No seré tan inhumano;
le embarcaré para España;
pero burlarme..., se engaña:
por esta vez lucha en vano.
ANAC. ¿Si yo os empeño mi fe
de que parta en el instante?
ROLD. Es de Higuamota el amante,
y que sois su madre sé.
¿Os engañó Anacaona
alguna vez, por ventura?
ROLD. ¿Y si os vence la ternura?
Yo tengo aquí su persona,
y fuera en verdad delirio
confiarme a la tortura.
ANAC. ¿No escucháis razón ninguna?
ROLD. Basta, basta de martirio.
ANAC. Pues bien, prendedle, matadle;
pagaréis un crimen más.
ROLD. ¡Amenazas! -Hola, atrás:
esa espada arrebatadle.
GUEV. Ven como bravo enemigo;
por la punta te la doy.
ROLD. El alcalde mayor soy:
yo no peleo, castigo-

(Los SOLDADOS van a acometer a GUEVARA, cuando entra EL CAPITÁN presuroso y desnuda la espada. -A lo lejos se oye rumor de voces y armas que se aumenta y aproxima sucesivamente hasta la conclusión del cuadro.)

 

Escena VIII.

DICHOS y EL CAPITÁN.

CAPIT. Señor Francisco Roldán,
el lugar entran a saco.
Un indio, perro, bellaco,
nos vendió. Ya dentro están
de la fuerza: si tardáis
en retiraros, sois muerto.
ROLD. Imposible.
CAPIT.                  Así tan cierto
morir en gracia tengáis.
ROLD. ¿Adónde están mis soldados?
CAPIT. La oscuridad, la sorpresa...
ROLD. Capitán, ¿qué gente es esa?
CAPIT. Son demonios coronados.
No perdáis el tiempo aquí.
-Escuchad..., ya van llegando.
Si los estáis esperando
no es justo perderme a mí.
ROLD. Aguardad sólo un momento:
prendamos al delincuente.
GUEV. Eso será si él consiente.
CAPIT. Somos seis, y vienen ciento.
ROLD. Sin llevarle no me parto.
ANAC. Marchad, Roldán; no aguardéis.
CAPIT. ¿Qué locura es la que hacéis?,
vive Dios que ya estoy harto.
ROLD. Bien, ya me rindo, ya os sigo.
Triunfa, Guevara. -Esperanza
tengo empero en la venganza:
soy implacable enemigo.

(Vanse con los SOLDADOS.)

 

Escena IX.

ANACAONA, HIGUAMOTA, GUEVARA. Después MOGICA.

GUEV. (Va a salir.)
No escaparás de mi acero.
HIGUA. No, mi bien: detente, Hernando.
GUEV. Están los míos lidiando;
debo yo ser el primero.
HIGUA. ¿Y si mueres, qué es de mí?
GUEV. No moriré, prenda mía.
MOG. (Dentro.)
Mueran todos. -Raza impía.
GUEV. Es Mogica..., su voz..., sí.
MOG. (Sale con la espada desnuda.)
Victoria, amigo: triunfamos.
GUEV. ¿Cómo tal deuda te pago?
MOG. Con tu amistad. -¡Mas qué estrago!
Pocos con vida dejamos.
GUEV. (A HIGUAMOTA.)
Depón, amada el temor:
premia el cielo soberano
tus virtudes y ami amor.
ANAC. ¡Ah!, ¡qué habéis hecho, imprudentes,
con irritar al León!,
la venganza de Colón
abatirá nuestras frentes.

Arriba