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Hiperión

Mihai Eminescu

Traducción de Catalina Iliescu Gheorghiu

Érase una vez antaño,

érase un cuento de hadas,

del imperial linaje un tallo,

bellísima entre damas.

Única hija y singular

en todo era perfecta,

cual Virgen en el santoral,

cual luna entre planetas.

Bajo la arcada solariega

sus pasos encamina

a la ventana donde vela

Hiperión en la esquina.

Ella lo ve en lejanos mares

mientras él surge y brilla,

por los senderos ondeantes

negros navíos guía.

Y lo ve hoy, lo ve mañana,

desea sin demora;

él lleva viéndola semanas,

y pronto se enamora.

Ella en los codos apoyaba

su sien de ensoñación,

la añoranza le llenaba

alma y corazón.

Él se encendía con fervor

una noche tras otra,

hacia el sombrío torreón

de donde ella brota.

Y paso a paso en pos de ella

él llega hasta su cama,

teje con gélida centella

de fuego dulce trama.

Cuando tendida en el lecho

la niña adormece,

roza sus manos en el pecho,

y el párpado le mece;

y resplandece en espejo

bañándole el cuerpo,

el rostro vuelto es reflejo,

sus ojos laten dentro.

Ella durmiendo le sonríe,

él trémulo refracta,

pues en el sueño la persigue

y su afecto capta.

Ella hablándole en sueño,

suspira al padecer:

-Oh, mi nocturno dulce dueño,

¿Por qué no vienes? ¡Ven!

¡Desciende a mí, lucero tierno,

desliza tu estela,

entra en mi casa, en mi anhelo,

mi vida alumbra entera!

Él la escuchaba trepidante

y más se encendía,

se arrojaba fulgurante

y el mar lo sumergía;

y donde se hundió, las olas

en círculos se adentran,

y las incógnitas honduras

un bello hombre engendran.

Cruza el alféizar liviano

umbral imaginado,

lleva un cayado en la mano

de cañas coronado.

A un joven rey se asemeja,

cabello fino de oro,

la capa púrpura que deja

ver su desnudo hombro.

Sombra de rostro mortecino

pálido como cera-

un bello muerto de ojos vivos

que brilla hacia fuera.

-Mi esfera yo logré dejar

siguiendo tu anhelo,

soy hijo que alumbró la mar

mi padre es el cielo.

Para llegar a tu aposento,

y contemplarte a solas,

me transportó el firmamento

y me encarné en olas.

Oh, ven mi sublime tesoro,

deja tu mundo atrás;

yo soy Hiperión el lucero,

mi novia tú serás.

En mis palacios nacarados

te llevaré por siglos,

el universo y sus astros

serán súbditos tuyos.

-Oh, eres bello como en sueños

un ángel se hace ver,

pero el camino que me enseñas

nunca podré escoger;

extraño en habla y en atuendo,

falto de vida brillas,

pues yo estoy viva, tú estás muerto,

me hielas si me miras.

Pasó un día, o tres quizás,

de noche él volvía,

dulce, velaba con su haz

Hiperión, su vigía.

Ella debió de ver en sueño

lo mucho que adora

de los océanos al dueño

y le invoca ahora:

-¡Desciende a mí, lucero tierno,

desliza tu estela,

entra en mi casa, en mi anhelo,

mi vida alumbra entera!

Él desde el éter la escuchó,

y se apagó afligido,

y el cielo se arremolinó

donde hubo caído;

dorada tea en el aire

por el mundo se esparce,

y desde el caos y su valle

un bello rostro nace;

corona en llamas se diría

en sus mechones negros,

flotando en verdad venía

inmerso en solar fuego.

Su negra túnica desviste

marmóreos sus brazos,

viene absorbido y triste

pálidos son sus rasgos;

pero sus bellos ojos grandes

luciendo cual quimera,

son dos pasiones insaciables

y llenas de ceguera.

-Mi esfera yo logré dejar

y vuelvo a escucharte,

mi padre, el astro solar,

la noche es mi madre;

oh, ven mi sublime tesoro,

deja tu mundo atrás;

yo soy Hiperión el lucero,

mi novia tú serás.

Oh, ven, en tu dorado pelo

diadema de estrellas,

yo te pondré y en mi cielo

rutilarás más que ellas.

-¡Oh, eres bello cual demonio

en sueños se hace ver,

mas tu camino y tu designio

nunca podré escoger!

Las cuerdas de mi pecho duelen

ante tu crudo amor,

tus ojos pétreos me hieren,

me abrasa su fulgor.

-¿Mas cómo me podré acercar?

¿Es que no ves acaso,

que mientras yo soy inmortal,

tu signo es el ocaso?

-No busco giros escogidos,

ni sé cómo empezar-

aunque son tus verbos claros,

no alcanzo a descifrar;

si quieres que te sea fiel

y solo a ti te ame,

has de bajar de tu éter,

y ser mi semejante.

-Tú exiges mi inmortalidad

a cambio de un beso,

quiero que sepas en verdad

cuán es mi amor inmenso;

renaceré, sí, del pecado,

a otra ley me entrego;

con la eternidad mi pacto

por voluntad relego.

Y él se va... Se hubo ido.

Su amor por ella crece

de las alturas arrancado,

sin vida permanece.

En este tiempo, Catalino,

un astuto criado,

que llena la copa de vino

a todo convidado,

paje, que lleva paso a paso

de la reina el vestido,

bastardo acogido, acaso,

su gesto es atrevido,

y es lozana su mejilla

color de clavelina,

se agazapa y espía

mirando a Catalina.

Es bella como un ser divino

brilla como ninguna;

llegó tu día, Catalino,

para probar fortuna.

Y al pasar, la enlaza fino

veloz hacia un rincón.

-¿Qué estás buscando, Catalino?

Anda, te espera tu labor.

-¿Qué busco? Que te olvides

de meditarlo todo,

quiero que rías, que me des

un beso, uno solo.

-No sé cuál es tu pensamiento.

¡Déjame, vete, huye!

Del astro en el firmamento

la ausencia me destruye.

-Si tú no sabes, yo te enseño

el amor paso a paso,

tú deja de fruncir el ceño,

despacio, hazme caso.

Cual cazador que echa el lazo

al pájaro en el parque,

cuando te tienda yo mi brazo

que el tuyo me abarque;

y tus pupilas sin quebranto

han de mirar las mías...

De la cintura te levanto,

tú ponte de puntillas;

si inclino el rostro sobre ti,

tu rostro no rehúya,

mirémonos tiernos sin fin

mientras la vida fluya;

y para que el amor excelso

conozcas de mi labio,

cuando me inclino a darte un beso,

has de besarme a cambio.

Ella escucha el alegato

ausente y perpleja,

y entre ternura y recato,

que sí, que no, se deja...

Le susurró: -Desde pequeño

yo te recuerdo, de antes

tan parlanchín y tan risueño,

somos tan semejantes...

Mas un lucero emergente

del sosegado olvido,

da infinito horizonte

al mar en su retiro;

yo bajo arcana la mirada,

el llanto me anega

cuando las olas se trasladan

y hacia él navegan;

luce con un amor extremo

y mi dolor destierra,

pero elevándose supremo,

no alcanzo su estela.

Él llega triste, en rayos fríos

del mundo que nos parte...

Por siglos le amaré y por siglos

él quedará distante...

Así, mis días se alargan

vacíos como estepas,

mis noches, delicia sagrada

que no comprendo apenas.

-Eres muy joven, así es...

Juntos huyamos lejos,

no queden ni siquiera nombres,

ni rastro de nosotros,

juntos seremos muy felices,

sanos y jaraneros,

no habrá nostalgia de tus padres

ni sueños de luceros.

Partió el Lucero. Se agrandaban

sus alas por los aires,

y los milenios se esfumaban

en escasos instantes.

La bóveda de estrellas bajo,

arriba, mar de estrellas

rayo sin tregua ni atajo

errante entre ellas.

Y desde el caos abismal,

alrededor veía,

igual que el día primordial,

la luz cómo surgía;

y al surgir, le rodeaba

a nado, un mar hondo...

Por un anhelo, él volaba,

tras él, perece todo;

no hay confín donde va él,

ni ojo que conozca,

el tiempo trata de nacer

y en vano simas busca.

No hay nada, salvo una sed

por la que es embebido,

un piélago, cuya pared

es como el ciego olvido.

-Padre, libérame del peso

de este oscuro eón,

hosanna tengas in excelso

del mundanal escalafón;

oh, Dios ¿qué precio quieres?

Te pido otra suerte,

pues fuente de la vida eres

y donador de muerte;

llévate el nimbo inmortal

de la mirada el ardor,

y a cambio déjame probar

una hora de amor...

Del caos, Señor, yo emergí

al caos me encomiendo...

La calma fue donde nací.

De calma estoy sediento.

-Hiperión, que con el cosmos

naciste del derrumbe,

no pidas signos ni milagros

sin rostro y sin nombre;

¿Tú ambicionas ser humano

y ser su semejante?

Mas si perecen es en vano,

la misma estirpe nace.

Ellos erigen en el aire

baldíos ideales,

la ola que sepulcro halle

lo engulle al instante;

ellos, con su fortuna al viento

y desgraciada suerte,

nosotros, sin lugar ni tiempo,

no conocemos muerte.

Del seno del eterno ayer

hoy vive lo que muere,

si un sol elige perecer

otro la bóveda enciende;

se creen eternos al surgir,

la muerte es su relevo,

nacen todos para morir

mueren para nacer de nuevo.

Hiperión, tú sobrevives

aun si tu luz se apaga...

Antes, mi primer verbo pide,

¿más cuerdo que te haga?

¿Reclamas voz para entonar

el canto que invoque

las islas todas en el mar,

los bosques en el monte?

¿Quieres con hechos demostrar

justicia y empeño?

La tierra yo te puedo dar

que sea tu imperio.

Te doy navíos de bandera

cruzando el ancho mar

y huestes por toda la tierra,

la muerte no te puedo dar...

¿Por quién deseas ser mortal?

Contempla un instante

qué te depara el terrenal

destino tan errante.

A su lugar del firmamento

Hiperión regresa

y como ayer sigue esparciendo,

baño de luz intensa.

Hace el ocaso su entrada,

la noche apenas fragua,

la luna sale sosegada

rielando en el agua.

Y va llenando de centellas

bosques y vericuetos,

los lindos tilos en hileras

guarecen a los novios.

-Deja mi frente en tu seno,

mi amada, reposar

bajo tu ojo tan sereno

tan dulce y sin par;

con el embrujo de luz fría

recorre mi razón,

con la eterna paz rocía

mi noche de pasión.

Encima de mí permanece

de mi dolor remedio,

pues mi primer amor tú eres

y mi último sueño.

Hiperión desde su cielo

ve como se solazan;

apenas él rodeó su cuello

y ella lo abraza...

Huele a flores plateadas

que caen, dulce lluvia,

sobre dos núbiles cabezas

de cabellera rubia.

Ella, embriagada de amor,

al levantar los ojos

ve al Lucero. En un rumor

le confía su antojo:

-¡Desciende a mí, lucero tierno,

tu estela al deslizar,

entra en el bosque, en mi anhelo,

y alumbra mi azar!

Él tiembla como hizo antaño

en bosques y colinas,

de soledades ermitaño

y faro de olas vivas;

mas no desciende de lo alto

en mares, como antaño.

-¿Qué más te da, rostro de barro,

que sea yo, o un extraño?

En vuestro estrecho halo viviendo

la suerte os es navío,

mas en mi mundo yo me siento

tan inmortal y frío.


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